HISTORIA DE UN CONSENSO.
UN RECORRIDO POR LAS MIRADAS HISTORIOGRÁFICAS SOBRE JUAN ÁLVAREZ
Oscar R.
Videla*
"Este
Ensayo,... representa pues un esfuerzo incompleto, un simple esbozo de lo que
podría hacerse para obtener deducciones prácticas aproximando el pasado al
presente, ó mejor dicho, utilizando al pasado para explicar el presente y no
para desacreditarlo. No pretendo haber agotado la materia, y desde luego espero
que alguna de mis aserciones serán rectificadas: tal es la suerte de todas las
Historias que los hombres escriben" [Juan Álvarez, Ensayo sobre la
historia de Santa Fe (Buenos Aires: Malena, 1910), 21]
Introducción. Consenso, aislamiento y
excepcionalidad
Aun el más
breve recorrido por las opiniones de los historiadores contemporáneos sobre la
obra historiográfica de Juan Álvarez nos muestra, rápida y claramente, un
balance extremadamente positivo de la misma. Autores de las más variadas
orientaciones historiográficas, políticas e ideológicas; ya sean adláteres de
Esta
primera impresión, este consenso generalizado acerca del significativo valor de
su obra para la historiografía contemporánea, tiene su correlato y casi su
justificación, en el énfasis, particularmente para aquellos historiadores no
vinculados a
Al respecto me
voy a permitir abundar con algunas citas, pequeños fragmentos de autores que
han tomado a Álvarez como objeto de su estudio.
Dice Halperin
Donghi en un artículo de 1955, publicado originalmente en la revista Sur:
No
puede decirse que con Juan Álvarez se haya malogrado un historiador… Es, en
cambio, menos inexacto decir que con Juan Álvarez se ha malogrado una
oportunidad para la historiografía argentina. Hasta tal punto su esfuerzo
aparece, solo y aislado frente a una investigación histórica que toma con
orgullosa confianza otros rumbos[1].
Pocos años
después en 1959, desde una perspectiva historiográfica totalmente distinta,
Jauretche, refiriéndose específicamente a la obra de Álvarez dice:
No
es casualidad que Juan Álvarez, que tan alta figuración tuvo entre las clases
gobernantes del país,... haya sido ocultado sistemáticamente, en sus altos
valores, como sociólogo e investigador, es decir cuando mete el dedo en el
ventilador intentando aproximarse a una correcta interpretación de la historia[2].
Ahora bien, si
avanzamos en el tiempo la imagen permanece; así Scenna en un libro publicado en
1976 afirma: "Es casi ocioso señalar que
el libro de J. Álvarez [se refiere a Ensayos...]
no halló repercusión, ni eco en su momento. Fue
ignorado o displicentemente considerado... Sólo fue justipreciado muchos años
después…”[3]
Hace
sólo unos pocos años, Juan José Cresto, miembro de la Academia Argentina de
Historia, insiste con el diagnóstico:
Hemos
querido desarrollar en esta nota la obra historiográfica de Juan Álvarez, por
que ella está hoy casi olvidada y porque tiene una importancia que la moderna
corriente de investigación la toma en cuenta cada día con mayor interés.
Resulta, pues, un contrasentido que, cuando sus tesis son cada vez mas
aplicadas, nadie mencione al verdadero pionero de esta corriente que permite
ver el “revés de la trama", la causa auténtica y verdadera de
acontecimientos históricos…[4]
En este
artículo pretendo entonces adentrarme, en primer lugar, en esas valoraciones de
la obra de Álvarez, en un recorrido que parte desde sus mismos contemporáneos
(Rómulo Carbia o Narciso Binayan, por ejemplo) hasta la historiografía actual
(Roberto Cortes Conde o Noemí Girbal, por ejemplo), y al mismo tiempo ir bosquejando
un panorama que también recorra un arco extenso en términos de las distintas
orientaciones historiográficas argentinas. En segundo lugar, pretendo indagar
sobre qué aspectos se construyen tales valoraciones y cómo estos son
resignificados tanto en relación a las diversas tradiciones historiográficas,
como a las coyunturas en las que fueron realizados.
Las opiniones de los
contemporáneos. Juan Álvarez en la tradición de la historiografía
"académica"
Ahora
bien, se es excepcional respecto de un modelo de normalidad y aislado respecto
de un todo; ese continente sobre el cual quiere ser contrastado Álvarez tiene
perfiles más o menos bien definidos: son los de los límites y las
características de nuestra primera tradición profesional,
En estos
términos, es conveniente comenzar marcando cómo fue catalogado y ubicado dentro
de lo que hoy podríamos llamar la primera corporación de los historiadores,
situándolo entre aquellos intelectuales que intentaban legitimarse como tales,
como los "definitivos" productores del conocimiento histórico, o que
por lo menos pugnaban por la monopolización del sentido "verdadero"
de la historiografía.
Para quien
fuera figura descollante de esta tradición y en rigor el primer historiador de
la historiografía argentina, Rómulo Carbia (escribe el primer libro sobre historiografía
argentina cuya primera edición es de 1925 y la definitiva de 1940); Álvarez no
alcanza siquiera los laureles del título de "historiador", y si no lo
olvida, apenas lo ubica como uno de los antecedentes inmediatos de la historia
científica; es el "ensayista" que culmina un período previo, pero sin
ingresar en la categoría de los "historiadores". Y esto podría
parecer paradójico porque Álvarez es una figura de cierta significación dentro
de
Comencemos
entonces con las consideraciones de Carbia, como dijimos, Álvarez aparece como
un exponente de una forma de hacer historia que ha concluido[5], que
habiendo llegado a su máximo desarrollo dio pie al inicio de la historia
científica[6]. El
punto central de la impugnación era que, según Carbia, la perspectiva de Álvarez
era "sociología", pero ¿qué entiende por sociológica?: que Álvarez
trataba de comprender el pasado para entender el presente[7]. Esa
particular preocupación que Carbia indica como sociológica, estaba asentada en
un temor más que significativo, en una especie de rechazo compulsivo de buena
parte del núcleo de los historiadores de
Es también
Carbia quien inicia la recurrente preocupación de los historiadores más
directamente vinculados a la tradición "académica" por las
derivaciones interpretativas que el "factor económico" tiene en la
obra de Álvarez[8].
No obstante, a Carbia todavía parece preocuparle más los efectos de la
unilateralidad sobre la interpretación de la historia argentina que los
estrictamente político-ideológicos, que muy pronto expresaran sin mayores
ambages la mayor parte de los autores vinculados a esa corriente.
Mas allá que
las opiniones de Carbia tengan mucho, mas de lo que el autor está dispuesto a
reconocer, de delimitación "territorial" dentro del campo de una
historiografía que por los años veinte recién esta consolidando sus límites y
competencias[9];
el texto es significativo a la hora de valorar el impacto de la obra histórica
de Álvarez en tanto coloca el eje en los aspectos más crudamente urticantes
para la historiografía "tradicional" argentina, como también por el
posible efecto que provoca en los posicionamientos del mismo Álvarez.
En estos
términos el énfasis que Álvarez otorgaba al factor económico tenía unas
derivaciones evidentes que si bien Carbia no señala, otros (y el mismo Álvarez,
luego) se encargarán de resaltar. La primera de ellas era que la consideración
de factores generales relegaba a un segundo plano el rol de los individuos y
suponía romper con la imagen del “Grande Hombre”, del héroe, que era una de las
formas todavía perdurables de la historiografía del momento, pero más aún de la
manualística[10],
fuera ésta la tradicional, que venía del siglo anterior, o la renovada por la
autoría de los cultores de
Resumiendo
entonces, si sumamos a estos rasgos propios y originales de la obra de Álvarez
que lo ubican indudablemente en un lugar distinto (fuera de la norma) respecto
tanto de la tradición precedente como de la que se esta constituyendo; el
dictamen claramente excluyente de quien está intentando constituirse en uno de
los "patrones" de la corporación (Carbia) y la inserción
institucional marginal dentro de las estructuras consagratorias que puede
ofrecer el Álvarez de los 20 (juez federal y profesor en una ciudad del
interior, sin demasiada tradición académica por lo demás), parece obvio que el
camino a su consagración como "académico" no estará exento de
dificultades.
En este
sentido, nos permitimos resaltar[12] como
una coyuntura clave la conferencia que Álvarez dicta en el seno de
De allí en
más, Álvarez logra una inserción institucional dentro de las entidades
vinculadas a la producción de conocimiento histórico bastante importante aunque
nunca descollante, y es a partir de la década de los treinta que su presencia
en la corporación de historiadores parece asegurada, aunque como veremos, esa
presencia no le asegure a su obra un reconocimiento fácil dentro de la
tradición "académica".
A partir de
los treinta, Álvarez comenzaba a recoger el reconocimiento creciente como
historiador más allá del ámbito local rosarino, fue también el momento de sus
mayores logros como jurista, y en algún sentido no necesariamente paradójico,
también como “hombre de letras”. Podemos afirmar entonces que, más allá de las
consideraciones de Carbia, los hechos demuestran que para estos años Álvarez ya
no es un antecedente para la tradición de
Una evidencia
de ello es su rol en la creación de la Sociedad de Historia Argentina[17],
institución formada por cultores de una historiografía menos preocupada por los
rigores metodológicos y que dará más cálida cabida a la obra de Álvarez. Será
esta Sociedad, bajo el aliento de Narciso Binayan, quien reeditara su clásica Las guerras civiles..., seguida de otra obra polémica: El problema de Buenos Aires en la República.
En este caso,
tal vez lo más interesante no sea la valoración que el propio Binayan da en el
prólogo de la misma[18], sino
sus argumentos y el claro posicionamiento historiográfico al que la reedición
de la obra de Álvarez viene a contribuir: "Un libro
como éste, que penetra inquisitoriamente en el pasado, que aclara el presente y
que ilumina el porvenir, no es un hecho frecuente en la bibliografía argentina",
y a tal caracterización le sigue la tajante declaración:
Al
dar los dos libros en un tomo,
El párrafo,
además del evidente posicionamiento que significa[20], es
obvio que está particularmente dedicado a aquellos miembros de
Ahora bien, no
será este el derrotero que seguirán las consideraciones acerca de la obra de
Álvarez, por parte de los intelectuales (y obviamente historiadores) más
estrictamente apegados a una cosmovisión conservadora de la realidad.
Acertadamente justipreciado por éstos como un "hombre de orden", no
obstante, su producción no puede dejar de generar resquemores. Así en 1940,
cuando es incorporado como miembro de
Juan
Álvarez encara y trata nuestra Historia desde el punto de vista exclusivamente
social y a través sobre todo del hecho económico. Es una historia sin
personalidades representativas, ni conductores. El hombre dirigente, el
caudillo, no aparece individualizado, es la masa la que actúa. El protagonista
único es el pueblo, es la sociedad[21].
Precisamente
será en este carácter social y económico, el mismo que le creara más de una
justa fama, donde Ibarguren ve una forma de hacer historia para la que guarda
un cierto recelo que la circunstancia merece morigerar, pero no por ello omitir[22].
Aquí ya están
entonces los problemas clave por los cuales Álvarez no encuentra mejor
consideración en la pléyade de los historiadores "académicos", a los
excesos de una historiografía impugnada por pragmática, se le ha sumado ahora
la terrible desconfianza por una perspectiva que se acerca peligrosamente a las
conceptualizaciones del marxismo, obviamente según la paranoica perspectiva de
unos cultores de la historiografía académica cada vez más preocupados por el
control ideológico que por las capacidades explicativas de la obra de un autor.
La consagración póstuma en el florecimiento
de los estudios históricos
Alrededor
de 1955 los estudios históricos en Argentina florecen, tanto en términos de su
cantidad, de su expansión temática, pero también de sus interpretaciones (y aún
al interior de estas); la historiografía argentina se convierte en un jardín
donde aparecen múltiples plantas de muchas especies y tal vez esa es una de las
características más significativas del período que abarca hasta por lo menos
los prolegómenos de la última dictadura. Y si bien 1966 pareció un hiato para
las nuevas vertientes profesionalizadas que habían comenzado su desembarco en
Por eso
mismos años, luego de más de dos décadas de presencia en el cuadro de la historiografía
argentina, menos marginal de la que ellos mismos afirmaban padecer y mucho
menos descentrada de la tradición "académica" de lo que se supone[23]; el
revisionismo histórico será uno de los protagonistas clave en la expansión de
la producción historiográfica posterior a la caída del General Perón. Si bien
Álvarez había gozado de cierta consideración entre algunas figuras consulares
del revisionismo como Ibarguren, es en el renovado revisionismo posterior a
1955 en el que termina no sólo reivindicado sin mayores problemas, sino que
llegará, mucho posteriormente, al extremo de su integración a una vertiente del
mismo. Así, ya fuera en su vertiente nacionalista popular (Jauretche, Norberto
D´Atri, José María Rosa) como de izquierda (Rodolfo Puiggros, Jorge Abelardo
Ramos, Norberto Galasso), Álvarez es tomado como un antecedente cuasi
filiatorio para la corriente, y por supuesto, como una fuente de autoridad
historiográfica[24].
En
principio, todos reivindican, como el conjunto de la historiografía de allí en
más, con mayor o menor énfasis, al Álvarez que da inicio a la historia
económica, al de la explicación “económica” de las luchas civiles. "El
factor económico" era uno de los elementos que el revisionismo había
adoptado declamativamente desde sus mismos inicios[25] y que
tomaba cada vez más cuerpo por esos años. En ese sentido, su perspectiva lo
hacia articulable plenamente con la interpretación revisionista de la historia
argentina[26].
Pero
Álvarez será reivindicado por todas las vertientes de la corriente fundamentalmente
por aquello que los revisionistas consideran toda una credencial en la tarea de
delimitar a la historiografía: Álvarez según ellos fue “ocultado” por la
historia “oficial”, condenado a un ostracismo explicable solamente por la
persistente voluntad de sostener la “historia falsificada” según la expresión
de Ernesto Palacio[27].
En la versión
revisionista, la historia liberal había sido conscientemente realizada de una
manera mendaz para construir una gran mentira. Y esta, tenía un protagonista
claro y evidente, la inteligentzia,
término de amplia extensión por esa época que era usado para definir al
intelectual colonizado por el pensamiento liberal.
La
historia falsificada ha sido una de las más eficaces contribuciones a esa
fórmula de la inteligencia. Más aún, entre sus fines está crearla y
continuarla, y el método de la falsificación es el de esa “inteligentzia”. La
historia ha sido falsificada para que los argentinos tuviesen una idea irreal
del país y de sí mismos[28].
Álvarez
casi obviamente era un excelente motivo para fundamentar la existencia de esa
falsificación[29],
su mejor polemista no podía dejar pasar la oportunidad, decía Jauretche:
Se
logró crear la idea del país como de una cosa abstracta, o de algo ubicado en
la estratósfera, ajeno por completo al juego de los intereses sociales y
económicos internos, y desde luego a los externos. Dice a este respecto Juan
Álvarez (Las Guerras civiles Argentinas): Por falta de método en los estudios
el pasado argentino parece como un conjunto amontonamiento de violencia y
desórdenes y es general la creencia de que millares de hombres lucharon y
murieron en nuestros campos por simple afección hacia determinados jefes y sin
causa alguna que obrara hondamente sobre sus intereses, sus derechos o sus
medios de vida actual. El despectivo South America viene a ser de este modo una
creación de los mismos sudamericanos. Buena parte del error emana de atribuir
más importancia al aspecto externo de los hechos que a la investigación de las
causas[30].
La cita
del según ellos ocultado Álvarez (ver cita 2) servía a los revisionistas como
argumento: al mejor de ellos los liberales lo tienen que ocultar porque se
parece demasiado a nosotros[31].
El
interés de Álvarez por la voluntad y los intereses (materiales en su caso) de las
clases populares en función de su papel en la historia, es otro aspecto clave
para los revisionistas; fundamentalmente porque ofrece el argumento de la
representatividad de los intereses de las clases populares por parte de los
caudillos federales. No obstante, el tema no se resolvía pacíficamente al
interior de las vertientes revisionistas, ya que el proceso por el cual se le
da mayor espacio a las masas por sobre los grandes hombres federales es uno de
los ejes de los debates al interior del revisionismo más estrictamente
vinculado al horizonte peronista durante los años posteriores a la caída de
este[32]. Esa
circunstancia que no puede ser explicada por efectos de los resultados de las
investigaciones emprendidas y/o de método, sino por el contexto de radicalización
del discurso peronista, la ausencia del conductor en el cuadro político y el
difuso impacto de modelos interpretativos marxistas[33].
Ahora bien en
aquellas orientaciones del revisionismo de formación política más cercanas al
marxismo, la figura de Álvarez adquiere otros perfiles. En la edición de Las guerras... de Coyoacán, editorial claramente
identificada con el revisionismo de izquierda alentado en esos años por Jorge
Abelardo Ramos, Jorge Enea Spilimbergo, Galasso, etc., la valoración de Álvarez
no es solo y claramente reivindicativa, sino que adquiere el tono de punto
liminar de la historiografía argentina: "Con su libro
"Las Guerras Civiles Argentinas",... Juan Álvarez inicia la historia
científica de nuestro pasado"[34]. Pero
en el ejercicio filiatorio, procedimiento ineludible de toda argumentación
historiográfica revisionista, se va mucho más allá de la cultura del
nacionalismo finisecular y el excepcionalismo liberal y se apunta directamente
a Marx, tanto por la asignación de la orientación social de su análisis[35], como
más explícitamente por el abordaje de procesos históricos claves en aquel como
la proletarización.[36]
Otros
muchos aspectos de la matriz explicativa de Álvarez son altamente valorados por
casi todos los revisionistas, ¿se le puede criticar el federalismo de Álvarez,
ese énfasis y/o preocupación por el interior debido a las políticas
centralistas?, para el revisionismo eso hubiera sido casi herejía, por más que
lo dijera un liberal conservador aunque historiográficamente heterodoxo. Para
los revisionistas, precisamente porque encuentran en Álvarez a aquel que dentro
de la línea liberal, que teóricamente era su gran contradictoria, era el
inclasificable, es por ello mismo asimilable a su perspectiva. Digámoslo así,
Álvarez tenía la ventaja de cierta marginalidad dentro de la corporación de los
historiadores académicos, una concepción de la historia como
"pragmática" (según los académicos), como práctica política (dirían
los revisionistas), una interpretación heterodoxa del momento clave de la
historia argentina (la primera mitad del siglo XIX) y un dato tal vez no menor,
no podía contradecirlos[37].
Pero la
obra de Álvarez también encuentra, por esos años, otros consecuentes
partidarios en los historiadores renovadores al modelo de la historia social
francesa. Aquellos aspectos que tanto admiraban en los annalistas parecían
encontrar en Álvarez un precursor; una historia preocupada por las gentes sin
oropeles expresadas en el número de la estadística; la importancia asignada al
espacio geográfico; la historia regional como eje de indagación; una historia
económica sostenida en series, cuadros y equivalencias; más aún, el vínculo
pasado/presente y en particular un enfoque socio-económico generalizador;
ponían la obra de Álvarez como jalón desde donde se tiende al horizonte el
programa de la renovación historiográfica.
En este
sentido, un artículo publicado meses antes del derrocamiento del General Perón
y del desembarco de los renovadores annalistas en su "habitat
natural", la universidad, es modélico. Halperin Donghi, quien estaba
destinado a ser un ícono del paradigma de la renovación de los estudios
históricos de la segunda mitad del siglo XX, y es aún hasta hoy, una especie de
demarcador de las matrices de la historiografía argentina, por lo menos de la
historiografía renovada, le dedica un artículo a Álvarez. El diagnóstico, ya lo
anticipamos, lamenta que la historiografía perdiera una oportunidad con
Álvarez, porque en él confluían erudición y capacidad problematizadora[38], una
orientación económica no exclusivista[39],
síntesis y unidad de su explicación[40], pero
también una orientación prospectiva que este Halperín no impugnaba ni como
práctica historiográfica y ni aun por sus resultados[41].
Si bien
pronto Halperin tomara prudente distancia de su comentado (como veremos más
adelante), todos estos rasgos, fundamentalmente las preocupaciones de Álvarez
por integrar los factores económicos, políticos y sociales, por la
reconstrucción de procesos a partir de información cuantitativa, por los fenómenos
de masas; expresan, en alguna medida, la intención que estos renovadores de la
historiografía argentina habían visto en la historiografía francesa,
fundamentalmente en la de Annales (la de Marc Bloch y Lucien Febvre, pero
también en la de sus contemporáneos, Fernand Braudel o el más cercano Ruggiero
Romano). En el contexto y la necesidad de posicionarse en el cuadro de la
historiografía argentina, encuentran en Álvarez un antecedente de este tipo de
preocupaciones que conlleva algunas ventajas; como para los revisionistas,
supone la reivindicación del "académico" más heterodoxo al que se le
refuerza ese rasgo; por otra parte, podían tensar el gesto rupturista respecto
de la tradición historiográfica precedente (la vinculada a
Pero el
cuadro no está completo (por lo menos para el artículo de Halperin) si no
introducimos la particular "percepción de su tiempo" de los
intelectuales que se integrarán a la universidad postperonista. En este
sentido, la reivindicación de Álvarez también tiene un claro sesgo, una
orientación e identificación político-ideológica visiblemente contrapuesta al
"régimen depuesto" (tal y como se decía en ese momento); en síntesis,
era políticamente correcta la reivindicación de Álvarez.
Casi diez años
después, Halperin ha replanteado su diagnóstico, si el balance general sigue
siendo claramente positivo, el reconocimiento de su carácter polémico y la
clara inspiración política de la obra de Álvarez lo ponen más lejos del propio
presente de la historiografía argentina[42]; al
tiempo que reaparece la acusación del economicismo, directamente vinculada al
influjo y aplicación de categorías marxistas[43].
Evidentemente esto es más un reflejo de los problemas con los que se
encontraban los renovadores historiadores analistas que del propio Álvarez; es
que indudablemente la incorporación de los presupuestos del marxismo era uno de
los más importantes temas a dirimir dentro de ellos, aunque por supuesto las
argumentaciones variarán un poco respecto quien las afirma. Así en el mismo
debate antes citado, el entonces marxista José Carlos Chiaramonte también
remite a Álvarez para indicar el influjo del marxismo, sólo que con ello lo que
quiere resolver es el estigma, el mote de economicista (y por tanto estrecho en
términos interpretativos) dado al conjunto de la tradición y argumentar que la
confusión proviene de la aplicación de "algunas
tesis marxistas deformadas"[44].
Como veremos
el economicismo tenía sus matices dentro de la tradición de los historiadores
renovadores y también dentro de los claramente identificados con el marxismo,
aunque debemos reconocer que aquel otro rasgo de Álvarez que tanto enfurecía a
Carbia es reivindicado por los historiadores renovadores del post 1955: la
vinculación, pasado, presente y futuro. Esto es totalmente evidente en el
prólogo de Sergio Bagú a la nueva edición (la 5°) de Las
guerras... realizada por Eudeba bajo los auspicios de los
renovadores. Como hombre de izquierda y partícipe de la profunda renovación de
los estudios históricos de mediados de los cincuenta, Bagú no puede dejar de
señalar positivamente el carácter “pragmático” (en el sentido de Enrique Barba)
de la obra de Álvarez[45]. Es
precisamente esa vinculación consciente entre las necesidades de la hora y la
explicación histórica uno de los rasgos que finalmente Bagú plantea como
central en sus aportes, por lo que claramente se justifica la reedición de su libro:
“Por dos motivos, pues, Juan Álvarez es un ilustre
precursor del análisis histórico-económico. Por sus esfuerzos metodológicos y
por su afán de poner el conocimiento de lo pasado al servicio de la
programación del futuro”[46].
En referencia
al lugar de la obra de Álvarez en la historiografía argentina, tampoco quedan
dudas, la opinión de Bagú se adelanta en las palabras iniciales del citado
prólogo: “Quizá pueda afirmarse que el análisis
histórico-económico contemporáneo en el país nace en la obra de Juan Álvarez”[47]. De
allí en más Bagú insiste, como muchos otros, en el rol sino marginal, por lo
menos secundario de la obra de Álvarez respecto del grueso de la producción
histórica que le es contemporánea y en particular del discurso histórico
dominante[48].
Pocos años
después, este carácter fundacional es reforzado en la primera obra de historia
de la historiografía producida dentro de la tradición marxista vinculada a la
renovación annalista. En ese libro, Alberto J. Pla sitúa a Álvarez como punto
inicial de la historiografía económico y social[49]. Y
esto es interesantísimo porque Pla divide la historiografía argentina de un
modo novedoso; según él existe una gran corriente que llama la historiografía
tradicional, dentro de la que están tanto la vertiente liberal como la
vertiente revisionista, ambas modeladas por el énfasis en lo estrictamente
fáctico, el análisis del acontecimiento en sí, el culto al héroe y por supuesto
por el nacionalismo burgués. Por otro lado, la historiografía económica y
social, modelada en este caso bajo el influjo del impacto de los annalistas (en
particular Braudel) y de la ya centenaria tradición fincada en Carlos Marx.
Como dijimos, según Pla, la historiografía económica y social de Argentina
empieza con Álvarez, no porque este fuera el primero en interesarse por los
temas económicos, sino por su carácter sistemático[50] y
porque sus preocupaciones lo llevan al análisis de las clases sociales, sujetos
históricos por excelencia para Pla y por tanto lo deberían ser de la
historiografía[51].
El gesto es
evidente, para este marxista de cuño troskista, Álvarez está dentro del cuadro
de la historiografía renovada, circunstancia que no obsta para que aproveche la
ocasión para señalar (como otros marxistas, aunque de un modo mucho más medido,
ya que no comete el desliz de atribuir un análisis marxista a Álvarez) los
peligros de unas connotaciones mecanicistas en los trabajos de Álvarez.
En la
coyuntura del posperonismo se termina de legitimar a Álvarez como el “gran”
historiador que efectivamente es, y si bien con reticencias que aún permanecen,
le llega también la consagración "póstuma" al interior de los
historiadores vinculados a
Allí la
valoración de la obra de Álvarez y de su persona se hacen una, historiador y
hombre cívico son parte de un solo ejercicio reivindicatorio: “Juan Álvarez es una de las figuras representativas de la historiografía
argentina”. "El magistrado que hubo de
asumir en horas de tremenda responsabilidad el papel de depositario de las
esperanzas de lo mejor de su pueblo"[52]. Por
otra parte, consistentemente con la valoración más general de la que comienza a
tener la producción de Álvarez, Gianello deja en claro cuál es su contribución
fundamental a la historiografía[53] y
cuáles son las obras clave del autor[54], pero
el aserto lo obliga a tratar directamente con ese aire materialista (y social)
que tiñe la interpretación de Álvarez y con la definición del "sujeto de
la historia" que esta implica. Para el caso Gianello intenta exculparlo;
primero, a través del recurso de las influencias de su tiempo[55]; pero
luego del breve recorrido por sus obras paradigmáticas, lo hace dedicando la
parte final de su comunicación al supuesto giro que implica en la obra de
Álvarez el artículo “El factor individual...”. Afirma, en sentido estricto con
razón, si nos referimos a su producción, no así si nos referimos a su carrera,
que “Juan Álvarez, no es que se haya rectificado”.
Sino que “...ha superado y complementado su primitiva
postura de reacción ante la historiografía de tipo clásico, y considera que
deben conjugarse esos factores con el factor individual...”[56].
En este
sentido nos muestra no sólo su beneplácito por ello, sino que da clara
referencia de otro fenómeno implícito en ese artículo de Álvarez (que no
debemos olvidar es una trascripción de una conferencia ante
Entonces
Juan Álvarez, en aquella conferencia que fue como la exposición de su credo
histórico concebido en la labor fecunda y en la experiencia, señala como factor
señero la fuerza de la inteligencia humana- no repartida por igual entre los
hombres y frente a la cual hay privilegiados y postergados- y que es la que
determina la influencia en el acontecer histórico.
Juan
Álvarez en la plenitud de su madurez intelectual y de su saber definió entonces
con la probidad y valentía que eran cardinales de su vida, su posición ante la
interpretación histórica. Volvería al concepto clásico de la historia como
experiencia y como ejemplo”[58].
Gianello se
congratula, Juan Álvarez ha “vuelto”.
Ahora bien, el
panorama de este ejercicio legitimario no estaría completo si no abordamos otro
aspecto esencial de este, nos referimos al momento y la oportunidad que brinda
la recordación de Álvarez como sujeto político. Como dijimos Álvarez es
reivindicado también en su condición de hombre cívico y esto, en este caso, no
tiene que ver solamente con las virtudes de su producción historiográfica, sino
con las peripecias de su función política, de la experiencia que resultó de su
tarea dentro de
Como vemos el
proceso de reivindicación de Álvarez, conlleva para los historiadores
vinculados a
Juan Álvarez en la historia de la
historiografía académica contemporánea. Entre la vigilancia ideológica y el
reacomodamiento de una tradición historiográfica
Varios
ejemplos de los años setenta vienen a confirmar la primera afirmación del
subtítulo de este apartado. Uno proviene de uno de los historiadores económicos
más importantes de los vinculados a
Detrás del
calificativo, que es de Carbia, pero también de Cuccorese, está la profunda
incomodidad que produce a los historiadores más tradicionales toda recurrencia
no ya a leyes generales (como quisiera una imagen demasiado simplificada de un
positivismo que tenía mayores matices), sino a cualquier tipo de
generalización. Historicistas hasta las últimas consecuencias, no pueden
alejarse del modelo metódico-rankeano que afecta a la mayoría de los
representantes de esta tradición historiográfica desde aquellos orígenes hasta
la actualidad.
Por otra
parte, Cuccorese, insiste recurrentemente en el carácter pragmático de la
interpretación de Álvarez, y en particular queda absolutamente claro que ese
carácter es sin duda el mayor demérito de su obra, aquello que lo aleja de las
“verdaderas” formas de hacer historia[60]. Y es
solo la “corrección política” de sus valores la que lo salva de mayores
críticas[61].
Las dudas que
despierta Álvarez son demasiado importantes; en este sentido, Cuccorese, en ningún
momento parece totalmente convencido de santificar a Álvarez con los óleos de congregación
histórica: ¿es o no un “historiador”?[62],
Cuccorese duda recurrentemente, y cuando intenta salvar la situación es más
claro respecto de su propia perspectiva. En su opinión, casi obviamente, los
verdaderos historiadores argentinos se inician con
Finalmente una
reflexión sobre el contexto de producción del libro de Cuccorese, este insiste
tanto en criticar el carácter restringido de la interpretación económica de
Álvarez que, como tal vez el mismo Álvarez lo quisiera, el texto remite más al
discurso histórico aceptable para la derecha de los primeros setenta (que se
hará unánime durante la dictadura), que a las efectivas influencias del
marxismo en Álvarez[63].
Casi
obviamente el contexto político-ideológico, el clima de ideas reaccionario que
impone la dictadura, no es el mejor momento para cultivar el reconocimiento a
la forma de hacer historia de Álvarez. Así, casi un cuarto de siglo después de
su fallecimiento y en el acto mismo de celebración de su persona, las palabras
de una figura "consular" de
El efecto es
continuo y llega hasta nuestro presente; así, por ejemplo, en la obra dedicada
a la conmemoración de la creación de
En este
sentido el artículo de Marcelo Bazán Lascano[67], es
clarificador respecto de varios aspectos de la percepción de la obra de Álvarez
dentro de los historiadores vinculados a
Ahora bien, si
en Bazán Lascano el rescate de Álvarez tiene como eje y referente la que se
considera la propia historiografía, en otros la disputa historiográfica
adquiere tonalidades más intensas cuando el autor asume sin tapujos quienes son
sus contradictores historiográficos, tal como es el caso de Armando R. Bazán.
Este representante de un ala federal-nacionalista de
Como venimos
observando los historiadores vinculados a
En este
sentido, un miembro actual de
Finalmente es
tal vez en las consideraciones de otra historiadora contemporánea donde son más
visibles los cambios en el horizonte de los posibles dentro de esta tradición.
El trabajo de Noemí Girbal[76] no
está permeado por la obsesión de "despegar" a Álvarez de supuestos
contaminantes ideológicos sino que tiene la pretensión de colocarlo
precisamente como el mejor ejemplo de una larga tradición del análisis
económico en la historiografía en general, pero particularmente resaltando su
carácter de "académico". En este sentido, la obra de Álvarez es
central para el trabajo de Girbal; en principio, porque le permite sostener
afirmaciones fuertes sobre el rol de la historia tradicional en la
historiografía económica[77]; pero
también en tanto le sirve para mojonar la historiografía argentina en su
conjunto[78].
En referencia estricta a la obra de Álvarez el texto de Girbal es tributario
del prólogo de Bagú a Las guerras civiles...
en cuanto a la valoración general y del de Gianello respecto a la formación e
influencias de Álvarez; pero a diferencia de este último que intentaba
"normalizar" al autor y a su obra a los parámetros de la tradición
historiográfica académica, Girbal intenta convertir los aspectos mas urticantes
en valoraciones positivas y constituirlo en el lugar de la heterodoxia aceptada[79]. En
Girbal entonces, Álvarez ya no es sólo el antecedente sino la posibilidad de
legitimación desde el presente, pero esta vez no sólo a nivel temático, sino
interpretativo y fundamentalmente teórico para esta también heterodoxa
representante de la historiografía tradicional.
Luego del
recorrido realizado, al volver sobre aquellos aspectos por los cuales la obra
de Álvarez adquiere relevancia para esta tradición historiográfica se destacan:
un obvio reconocimiento como fundador de la historia económica argentina
(compartido en este caso casi con todo el arco historiográfico); más
puntualmente le será reconocido su aporte a una visión más federalista de la
historia argentina; un poco más contemporáneamente (aunque esta presente desde
el mismo Carbia, aunque no con el tono laudatorio posterior) el reconocimiento
de iniciador de la perspectiva regional; finalmente algunos (no precisamente
las viejas figuras) concluirán aceptando un modelo interpretativo que articula
preocupaciones presentes con análisis histórico, sumado a una atenta mirada al
comportamiento de los sujetos sociales. Queda como interrogante si esta
valoración, no es solo expresión de intereses coyunturales de
Algunos casos contemporáneos del consenso
Las dos
últimas décadas han sido indudablemente años de transformaciones para la
historiografía argentina, a la casi desaparición de uno de sus animadores más
visibles (el revisionismo), el lento aunque constante reacomodamiento de la
historiografía vinculada a
Los tópicos no
han variado necesariamente respecto de los anteriores; la continuidad debe ser
resaltada tanto como un indicador de la riqueza de la obra de Álvarez, como de
las transformaciones que ha sufrido la historiografía argentina, una breve
selección nos servirán para marcarlo.
Ya vimos como
aún en la tradición de
La necesidad
legitimatoria también ha llevado a ciertos extremos, así al interior de la
declinante tradición revisionista, para el último Galasso, el carácter
excepcional de Álvarez es clave para su propio posicionamiento; no solo lo
"salva" de
Esta no es la
situación en otras orientaciones donde la idea de ruptura de los estudios
históricos y la excepcionalidad de Álvarez sigue firme, aunque matizada y
entremezclada con enfoques más parciales y/o específicos propios del mismo
desarrollo de la historiografía contemporánea. En el primero de los sentidos,
uno de los máximos y mejores exponentes de la historia económica argentina
actual, Eduardo Miguez, en un artículo medianamente reciente participa de la
“teoría” de la excepcionalidad de Álvarez, en su caso respecto a la aparición
de estudios de historia económica que respondieran a las exigencias de una
historiografía renovada[82]. En
este sentido, Miguez construye una filiación no demasiado novedosa, un
precursor que no puede ser más que excepcional, un momento fundacional en el
que el autor fue formado (los cincuenta-sesenta) y el presente más venturoso en
el que este es una figura relevante.
Por otro lado,
tal vez por las mismas características de la historiografía actual, aquejada
por la fragmentación y alejada de las interpretaciones más generales de la
evolución histórica, buena parte de los análisis sobre su obra están
caracterizados por utilizar a Álvarez como caso. Una estrategia común que cruza
las más que múltiples miradas que refleja nuestra asombrosamente extendida
comunidad de historiadores.
Así por
ejemplo, Álvarez es la ocasión para que, desde una perspectiva explícitamente
marxista, Roberto Tarditi intente indagar en la problemática de la lucha de la
clase obrera en este intelectual que considera "orgánico" de la clase
dominante[83].
Si la preocupación general con que lo aborda (el problema del conflicto social
clasista como eje articulador del conjunto de la obra histórica de Álvarez) le
permite demostrar con cierta solvencia muchos aspectos que pretende descubrir
en su obra[84],
la adscripción del autor a una representación de fracción de clase con la que
cierra su caracterización es a todas luces apresurada, caracterización que es
seguramente producto derivado de la asignación de la condición de intelectual
orgánico. En este punto Tarditi confunde intelectual burgués con orgánico, en
tanto éste no sólo lo es de la clase, sino de la clase dominante en el estado.
Consecuentemente con esta perspectiva no está presente en Tarditi el
diagnóstico del aislamiento y/o marginalidad[85]. Por
otra parte, hay que resaltar un aspecto clave de la interpretación de Tarditi
respecto de la obra de Álvarez, es el descubrimiento de un "programa de
investigación" en ella. Si bien no podría aducirse un carácter plenamente
conciente del mismo, no por ello está errado Tarditi al resaltarlo, en
particular si asignamos a ese programa la intención prospectiva que
explícitamente reconoce Álvarez a su obra histórica y del que se deriva también
la necesidad de previsión del conflicto social clasista que en la perspectiva
de Álvarez se avecinaba.
El listado de
trabajos puede extenderse, pero queremos ir cerrando este recorrido con tres
trabajos que reúnen algunas condiciones particulares; por una parte, todos son
producto reciente de historiadores claramente profesionalizados, por otra parte
son la evidente demostración no solo del persistente interés por la obra de
Álvarez entre los historiadores contemporáneos sino de la valoración de la
misma.
Desde una
perspectiva que intenta reconocer las articulaciones existentes entre el
historiador y una condición que tanto el propio autor como buena parte de sus
contemporáneos reconocieron como propia de su condición de intelectual, la de
ensayista; el trabajo de Sandra Fernández también participa del diagnóstico de
la marginalidad de Álvarez en el cuadro de la historiografía[86] y no
está exenta de la utilización del mismo a los efectos de demarcar un territorio
historiográfico y legitimar una perspectiva propia (la historia local y
regional)[87].
Pero el modo en que analiza la obra de Álvarez es relevante a la hora de
explicar el largo impacto de su obra. Un análisis contextuado históricamente,
pero sin la obsesión por una catalogación que supone un "deber ser"
de la escritura de la historiografía (que por histórica siempre es cambiante),
le permite reconocer que en esa doble condición es no sólo donde reside una
forma de escritura sino una estrategia metodológica[88] que le
asegura a su obra una polivalencia de lecturas que constituye una de sus
mayores originalidades[89].
También rosarino
como Fernández, pero más preocupado por la historia intelectual, Mario Glück
tensa aun más que ésta el papel explicativo de la identidad local al intentar
relacionar algunos rasgos propios de su interpretación histórica con la
atribución de ser un intelectual de la burguesía comercial rosarina[90].
Aunque menos preocupado por la marginalidad de Álvarez dentro de la corporación
de los historiadores, en algún sentido Glück vuelve a coincidir con Fernández
en que el nudo de la “anomalía” en él está en su estrategia narrativa, más
preocupado por los problemas generales de la historia, Álvarez se acerca más al
ensayo de interpretación (que definía a buena parte de la generación anterior
de intelectuales) que a la “nueva” narrativa que intentaban imponer los hombres
de
Finalmente,
uno de los mas recientes intentos por abordar la producción de Álvarez es de
quien es reconocido actualmente como uno de los mas representativos cultores de
la historia de la historiográfica en Argentina, Fernando Devoto[92]. El
trabajo, al igual que los dos anteriores, cuenta con la ventaja de los
importantes avances metodológicos que el enfoque historiográfico ha tenido en
La conclusión
es evidente, los tres autores ven a Álvarez no sólo como un objeto de
investigación, en muchos sentidos lo trabajan como un colega contemporáneo, la
estrategia de ubicarlo como precursor y por tanto en los límites de la
profesión ya no parece ser un recurso aceptable para estos historiadores.
¿Un balance final?
Ahora bien,
una vez realizado este recorrido por la historia de la historiografía argentina
¿Podemos hablar de aislamiento de la obra de Álvarez? La afirmación es difícil
de sostener, por una parte, cuando una de sus obras paradigmáticas Las guerras civiles... lleva seis ediciones[96] de
otras tantas editoriales bajo los auspicios de disímiles orientaciones
historiográficas e ideológicas; por otra, cuando del propio recorrido que
realizamos se comprueba que tanto ésta obra como aquellas que no lograron
repetir su paso por la imprenta provocaron una abundantísima bibliografía. Es
mi impresión que el problema en este caso no es que la obra de Álvarez haya
estado huérfana de acompañantes, sino que como con un partenaire virtuoso,
exigente e incómodo, aquellos que optaban por su compañía debían avenirse a
justificar su elección y la mayoría optaba por el comentario y muy pocos por la
emulación.
No es el mismo
diagnóstico si lo que intentamos definir es su excepcionalidad, en este caso
creo que aquellos mismos argumentos arriba señalados confluyen con los
intrínsecos de la propia obra de Álvarez al fortalecimiento de esta tesis. La
obra de Álvarez fue y sigue siendo un cuadro donde las sugestiones y
orientaciones para la investigación (temáticas, interpretativas, metodológicas,
etc.) son tan ricas que el tiempo no parece que las hubiera agotado. Pero
precisamente por esos dos motivos su obra fue y es motivo de construcción de
tradiciones historiográficas y objeto de disputas por parte de éstas.
En este
sentido muchos son los aportes que se sostienen en su obra, particularmente el
rol fundante de la historiografía económica, pero también el de un enfoque
regional y aún local de la historia argentina, el de promotor germinal de una
historia social más preocupada por los sujetos sociales que por los héroes
epónimos, o el de la necesaria y explícita articulación de las indagaciones
históricas con las preocupaciones del presente que marca sus obras, y un muy
largo etcétera que parece modelarse con el paso del tiempo. Esto último es así
porque no siempre esos aportes contaron con el beneplácito de una comunidad de
historiadores tendencialmente profesionalizados que pugnaba por constituirse
como tales, aunque en ocasiones sí lo logrará dentro de unos cultores del
conocimiento histórico menos preocupados por cuestiones de método o por las
derivaciones políticas-ideológicas de algunos de sus planteos.
En estos
términos es que las perspectivas que sugiere la obra de Álvarez son
resignificadas tanto en relación a las orientaciones más generales de las
tradiciones historiográficas (como a los debates que se daban dentro de ellas),
como a las coyunturas en las que fueron realizadas.
De allí que
creemos que en la consideración y utilización de la obra de Álvarez es posible
establecer un momento de quiebre a partir del cual este consenso se extiende,
aquí creemos que esa coyuntura se abre en los años cincuenta. Si bien el
momento de publicación de algunas de sus obras clave (entre el Centenario y la
crisis del 30) le había dado una repercusión moderada pero persistente, y los
años que van entre su plena incorporación al mundo académico y su
defenestración judicial (entre el 30 y el ascenso del peronismo) lo encontraban
en un rol sino expectante por lo menos para nada marginal dentro de la
consideración de los historiadores; es a partir de la profunda renovación de la
historiografía (tanto la de matriz profesional que anidaba en la llamada
"historia social" como en las derivaciones de la revisionista y la
marxista, y posteriormente en la tradición académica) donde el quiebre del
clima cultural precedente abre las posibilidades para que la obra, pero también
la persona de Álvarez fuera sujeto de recurrente reivindicación.
No obstante
esta nunca estuvo a salvo de las necesidades de los autores que la postularon,
en este sentido hemos visto como por más de medio siglo se intento
"salvar" a Álvarez de entre otras del marxismo, del economicismo, de
la pragmática, de la historia oficial.
En definitiva, entonces, lo que se quiere
resaltar es cómo las miradas sobre Álvarez construyen una especie de
caleidoscopio en el cual las múltiples interpretaciones toman aspectos de la
obra, efectivamente existentes la mayor parte de ellos, que dan como resultado
ese consenso del que hablábamos; pero que también encierran toda una serie de
disputas del campo historiográfico desde su misma constitución al presente;
campo al que, por otra parte, Álvarez se integró no sin dificultad,
precisamente por esa heterogeneidad de sus matrices explicativas, de sus
orientaciones historiográficas, que tan buen concepto generara posteriormente
en el arco complejo de la historiografía argentina.
Aceptado: 13 de julio de 2011
Historia de un consenso.
Un recorrido por las miradas historiográficas sobre Juan Álvarez
Resumen
Aún el más
breve recorrido por las opiniones de los historiadores contemporáneos sobre la
obra de Juan Álvarez nos muestra, rápida y claramente, un balance
extremadamente positivo de la misma. Autores de las más variadas orientaciones
historiográficas, políticas e ideológicas (ya sean de
En definitiva, lo que se quiere marcar es
como las miradas sobre Álvarez construyen una especie de calidoscopio en el
cual las múltiples interpretaciones toman aspectos de la obra, efectivamente
existentes la mayor parte de ellos, que dan como resultado ese consenso del que
hablábamos; pero que también encierran toda una serie de disputas del campo
historiográfico desde su misma constitución al presente; campo al que Álvarez
se integró no sin dificultad, precisamente por esa matriz de orientaciones
historiográficas que tan buen concepto generara posteriormente en el arco
complejo de la historiografía argentina.
Palabras clave: Juan Álvarez; Historiografía
argentina; Consenso; Excepcionalidad; Heterodoxia
Oscar R. Videla
History of a consensus. A journey through the historiographical perspective of Juan Álvarez
Abstract
Even the shortest review of the contemporary historiographers' opinions
about Juan Alvarez' works shows in a clear and rapid way an extremely positive
balance. Authors coming from the most varied historiographic, political and
ideological orientations (either those from the Academy, renovators, annalists,
revisionists, marxists) agree in pointing out Alvarez as one of the best
representatives of the Argentine historiographic studies, in particular of the
Argentine economic historiography. But this wide consensus also includes a
paradox, or more evidently, a suspicion, that such dissimilar orientations
could hardly be referring to the same Alvarez. With this consensus as a
starting point, in this article we intend to go deeply, in the first place,
into those valuations of Alvarez' works, starting with his own contemporaries
and getting to the current historiography, at the same time trying to outline
an outlook which also covers a broad variety of Argentine historiographic
orientations. In the second place, I intend to inquire onto which aspects of
Alvarez' works these valuations are built (particularly in relation to the
founding role of economic history, but also to the regional approach to
Argentine history, the promoter of a social history, or to the necessary and
explicit articulation of his historical inquiries with the concerns about the
present time, etc.), and how they are resignified both in relation to the more
general orientations in the historiographic traditions as well as the junctures
in which the were formulated.
In short, we are trying to point out how the points of view about
Alvarez comprise a kind of kaleidoscope in which the multiple interpretations
take aspects of his works, which, in fact, exist in most cases, giving as a
result that consensus mentioned; but they also contain a whole series of disputes
into the historiographic field from its very constitution until the present; a
field to which Alvarez got integrated not without difficulty, precisely due to
this matrix of historiographic orientations that later generated such a
positive concept within the complex arch of Argentine historiography.
Keywords: Juan Álvarez; Argentine historiography; Consensus; Excepcionality;
Heterodoxy
Oscar R. Videla
* Dr. en Humanidades y Artes (Mención en Historia). ISHIR-CESOR (CONICET) - Escuela de Historia (UNR). Bv. Seguí 732 (2000) Rosario. TE: 54 0341 4232932. E-mail: orvidela@gmail.com
[1] Halperin Donghi, Tulio, "Juan
Álvarez, historiador", en Halperin Donghi, Tulio, Ensayos de
historiografía, El Cielo por Asalto/Imago Mundi, Buenos Aires, 1996,
p. 67. Publicado originalmente en Sur, N° 232, enero-febrero de 1955.
[2] Jauretche, Arturo, Política nacional y
revisionismo histórico, Peña Lillo, Buenos Aires, 1959, p. 58.
[3] Scenna, Miguel Ángel, Los que escribieron nuestra historia, La Bastilla, Buenos Aires, 1976, p. 145.
[4] Cresto, Juan José, “La historia argentina a través de causas
económicas (Estudio del pensamiento de Juan Álvarez)”, en Academia Argentina de
[5] “El último, cronológicamente, de los ensayistas genéticos, llegado después de García, es el doctor Juan Álvarez". Carbia, Rómulo, Historia Crítica de la Historiografía Argentina, Coni, Buenos Aires, 1940, p. 278 [1° ed. 1925].
[6] "A mi entender, el ensayo de Álvarez, en virtud de ello, vendría a ser un útil complemento de La época de Rosas de Quesada, libros ambos que han preparado, ya, la nueva visión de nuestra edad media nacional, que los estudiosos de ahora reconstruirán a base de una labor historiográfica alejada de todo prejuicio y de toda bandería. Y haber contribuído a ello, importa, por eso sólo, un mérito que la posteridad está obligada a acreditar en favor del ensayista.
El mejoramiento de la tendencia genética lo ha venido a realizar la nueva escuela histórica, conciliando la erudición menuda con los postulados que formula Berr en lo relativo a las grandes síntesis historiográficas”. Carbia, Rómulo, 1940, ob.cit., p. 289.
[7] "Como su objetivo es sociológico- él mismo dice que/ trata de conocer el pasado para explicar el presente-, antes que hacer exhibición orgánica de hechos se preocupa de comparar épocas, casi siempre acordando mayores jerarquías a los fenómenos económicos. El trabajo es honesto, pero no creo que sea de los que pueden considerarse definitivos". Carbia, Rómulo, 1940, ob.cit., pp. 277-78. Por si lo afirmado no bastara, en la nota que califica Las guerras civiles refuerza: "Esto digo porque el ensayo de Álvarez no es historiográfico, aunque verse sobre asuntos históricos. Sus frecuentes derivaciones de lo pasado al presente, así lo están denunciando". Carbia, Rómulo, 1940, ob.cit., p. 278.
[8] "El doctor Álvarez cree que el alzamiento de los gauchos fué el resultado de los cambios introducidos en el sistema ganadero, viniendo ello a evidenciar que todo aquel que se levantaba contra el gobierno, que era, para la mente popular, el autor de cuanta ley había perjudicado al gaucho, contó con el apoyo de los hombres de campo, descontentos de su nueva situación. Para el autor del Estudio sobre las guerras civiles argentinas, la popularidad de todos los caudillos, de “Artigas a López Jordán” son sus palabras, tiene su explicación en ese hecho. Basta la simple enunciación de esta opinión, para advertir que es excesiva. No hay duda alguna que han actuado ciertos factores económicos en la popularidad de los caudillos, como lo documenta, sin ir muy lejos, la propia biografía de Rosas; pero no es posible negar que además de ello colaboraron, también, otras fuerzas igualmente activas. Circunscribir, por eso, la popularidad de los caudillos a los hechos económicos, me parece que es simplificar demasiado la natural complejidad del fenómeno histórico". Carbia, Rómulo, 1940, ob.cit., pp. 278-79.
[9] Prado,
Gustavo H., "La historiografía argentina del siglo XIX en la mirada de
Rómulo Carbia y Ricardo Levene: problemas y circunstancias de la construcción
de una tradición. 1907-1948", en Pagano, Nora y Martha Rodríguez (eds.), La historiografía
rioplatense en la posguerra, La Colmena, Buenos Aires, 2001.
[10] En este punto es imprescindible aclarar que el "culto al héroe" era
para Álvarez, no solo un grave problema de la historiografía, sino
particularmente un condicionante clave en la formación de la identidad nacional
y allí la importancia derivada de los manuales por su carácter formativo de una
conciencia nacional a través del sistema educativo.
[11] El problema puede parecer de mucha mayor envergadura si quien lo
afirma demuestra, como lo hará Álvarez, un conocimiento de primera mano de los
autores emblemáticos de esa corriente (Marx y Engels). El contacto de Álvarez
con la cultura de izquierda no tiene ninguna sorpresa para quien recorra
someramente la historia político-ideológica de su padre Serafín. Hayes,
Graciela, "Consideraciones acerca de la obra de Serafín Álvarez en su
etapa hispánica", en Sonzogni, Elida y Gabriela Dalla Corte (comps.), Intelectuales rosarinos entre dos siglos. Clemente, Serafín y Juan
Álvarez. Identidad local y esfera pública, Prohistoria & Manuel
Suárez, Rosario, 2000.
[12] Tal como
harán (aunque con otras connotaciones) los historiadores de la historiografía
que llamaremos "tradicional" cuando enfoquen su atención en Álvarez.
[13] Álvarez,
Juan, "El factor individual en la historia", en Boletín de
[14] Álvarez,
Juan, Temas de Historia Económica
Argentina, JHNA, Buenos Aires, 1929.
[15] Álvarez,
Juan, "Monedas, pesas y medidas", en Ricardo Levene (dir), Historia de