Revista
Andes, Antropología e Historia
Vol.
2, Nº 31, Julio - Diciembre de 2020
Esta obra está bajo licencia de Creative Commons
Atribución - No Comercial CC BY-NC
https://creativecommons.org/licenses/by-nc/4.0/ ISSN Nº 1668-8090
CUEROS LABRADOS, ECONOMIA Y SOCIEDAD EN EL CONO
SUR.
ODRES
PETACAS Y ZURRONES (CHILE Y CUYO, SIGLOS XVII-XIX)
WROUGT
LEATHER, ECONOMY AND SOCIETY IN THE
SOUTHERN
CONE.SKINS, FLASKS, AND BAGS
(CHILE
AND CUYO, 17TH-19TH CENTURIES)
Pablo Lacoste
Universidad de Santiago de Chile - Chile
pablo.lacoste@usach.cl
Fecha de ingreso: 19/11/2020
Fecha de aceptación: 24/11/2020
Resumen
El artículo examina
una rama de la talabartería en la vida económica y social de Chile y Cuyo,
desde mediados del siglo XVII hasta mediados del XIX, particularmente los
contenedores dedicados a la producción, transporte y comercio. A partir de
documentos originales de archivo y de cronistas y viajeros, se detecta una
notable relevancia de manufacturas en cuero, cuantitativa y cualitativamente. Se
detecta que el constante abastecimiento de envases y recipientes de cuero fue
un constante animador de la vida económica regional y contribuyó a la
consolidación de las rutas comerciales entre el Atlántico y el Pacífico durante
el periodo artesanal, previo al ciclo de expansión industrial.
Palabras
claves: Historia social y económica del Cono Sur, Transporte
comercial de larga distancia, Envases y contenedores de cuero, Patrimonio
ancestral, Productos típicos latinoamericanos
Abstract
The article examines the role of leather containers
(mainly wineskins, flasks and bags) in the economic and social life of Chile
and Cuyo, from the middle of the 17th century to the middle of the 19th
century. It considers that leather containers played an important role both in
production and in transport, commerce and daily life. They were used in the
mining and wine production. Bulk primary products, manufactured products and
typical heritage products were used to package and transport long distances. They
were also used in retail, and were shown in fairs, markets and stores. In
addition, they were used as traveler's luggage on long journeys and to
transport and store valuables. In this way, wrought leather permits to discover
a valuable ancestral heritage.
Keywords: Social and
economic history of the Southern Cone, Long-distance commercial transport,
Leather containers, Typical Latin American products, Ancestral heritage
Este artículo se
encuadra dentro de una línea de investigación mayor, dedicada a identificar y
visibilizar el patrimonio agroalimentario de América Latina, con vistas a
conocer y valorizar los productos típicos a lo largo de la historia. En los
últimos años, se ha puesto en marcha un proceso de redescubrimiento de este
patrimonio, con vistas a reducir la pobreza y mejorar la calidad de vida de los
actores socioterritoriales. Junto con la revaloración de vinos, destilados y
alimentos, también se han comenzado a reconocer como Indicaciones Geográficas
(IG) productos artesanales como cerámicas y fibras trenzadas. La cerámica de
Talavera (delimitada en México en 1997), el sombrero de Jipijapa (Ecuador,
2007) y el sombrero de Sandoná (Colombia, 2011) son buenos ejemplos[1].
Dentro de las cualidades requeridas para la valoración de estos productos, la
historia ocupa un papel central pues justamente a lo largo del tiempo, se
perfeccionan los saberes culturales y se construye la reputación. De allí la
importancia de estudiar las “biografías” de los productos típicos, como aporte
de la historia a la valoración del patrimonio ancestral[2].
Dentro de este espacio, la manufactura en cuero tuvo una trayectoria relevante,
sobre todo en el sur de América.
Paralelamente, este
trabajo contribuye al conocimiento del comercio, el transporte y las rutas regionales
en el periodo colonial. La literatura especializada se ha interesado por
conocer esas rutas, indicando puntos de origen y destino, volumen y tipo de
carga, impuestos, sistemas de transporte, entre otros tópicos. En este artículo
se aporta al estudio general de esa amplia rama de la historia económica a
través del papel que cupo a los envases de cuero que tuvieron una función
relevante dentro de dicho proceso. Además, el presente estudio contribuye a
comprender mejor la manufactura en cuero que habían alcanzado los talabarteros
regionales en vísperas de la independencia y la apertura comercial
subsiguiente, lo cual aporte a contextualizar mejor la propuesta de unión
aduanera de Alberdi y los recurrentes reclamos de los artesanos por mayor
proteccionismo[3].
La abundancia de
ganado generó las condiciones para la disponibilidad de abundantes cueros a
bajos costos en el Cono Sur de América[4].
El puerto de Buenos Aires se destacó por las exportaciones de cuero; además,
este material se utilizó para múltiples propósitos, incluyendo puertas y
ventanas, coberturas de carretas, aperos gauchos, entre otros objetos. El cuero
se usaba también para cubrir los techos de las viviendas[5].
Algunos autores han calificado el siglo XVIII como “la Edad del Cuero”[6].
En ese ambiente de abundancia de cuero, la corriente principal de los ganaderos
y comerciantes rioplatenses se orientaban a exportar cueros en bruto; los
documentos del siglo XVII registran barcos cargados con 40.000 o 50.000 cueros[7].
En los primeros años del siglo XIX, Buenos Aires llegó a exportar 700.000
cueros por año[8].
Antes de la llegada
de los españoles, los pueblos originarios ya habían desarrollado técnicas
adecuadas del trabajo en cuero. Con esta materia prima, las mujeres
manufacturaban mocasines, bolsas, arcos y flechas[9].
Por otra parte, durante el periodo colonial, la comunidad hispanocriolla se
interesó por este material y surgieron con fuerza numerosos oficios dedicados a
trabajar el cuero como curtidores, zapateros, petaqueros, silleros, fusteros,
estriberos y aparejeros. El censo chileno de 1813, a pesar de no alcanzar la
ciudad de Santiago ni la totalidad del obispado de Concepción, registró 525
artesanos especializados en el trabajo del cuero[10].
La mayor parte se concentraba entre el Valle del Aconcagua (171) y el Valle
Central, sobre todo Rancagua (72), Colchagua (133) y Talca (108). Estos
registros solo captaban a los artesanos que cultivaban estos oficios como
actividad principal, no así a los que dominaban la técnica y la practicaban en
forma parcial, y que sólo fueron anotados como jornaleros, peones, labradores o
gañanes.
Los grandes espacios
geoeconómicos creados por el Imperio Español en América permitieron un activo
comercio intrarregional de larga distancia. En el marco de la Pax Hispánica se activaron los circuitos comerciales entre
lugares de producción y centros de consumo situados a miles de kilómetros.
Entre Buenos Aires, Valparaíso y Guayaquil; entre Arequipa, Potosí y Cuyo,
circulaban alimentos, bebidas, indumentaria y utensilios, llevados por
caravanas de carretas, tropas de mulas y/o barcos mercantes. La literatura
especializada ha dado cuenta de las características de estos productos y su
integración en las redes comerciales y las cadenas de valor, con énfasis en los
productos antes que en los contenedores[11].
Dentro de los complejos problemas del comercio, uno de los factores más
importante era el envase, tema sobre el cual, la academia ha comenzado a
interesarse. En el comercio transatlántico, se ha destacado el uso de
contenedores de madera (pipas, barriles, botas, barricas, cajones, frasqueras),
cerámica (botijas, jarras) y tejidos (sacos de lienzo)[12].
Pero a medida que los barcos se alejaban hacia el sur, comenzaban a utilizar
otros contenedores; por ejemplo, en los puertos del Pacífico Sur, entre 1770 y
1860, junto con las botijas, se usó otro recipiente de cerámica, típico de esta
región: el pisco, vasija inspirada en el aríbalo inca[13].
El estudio de ese contenedor permitió revelar aspectos interesantes del
comercio regional, pero siempre dentro de los recipientes de materiales
tradicionales como madera y cerámica.
Los envases de cuero
todavía no han sido estudiados con suficiente profundidad. Los estudios
dedicados al comercio de vinos y aguardientes peruanos, el principal polo
vitivinícola americano del periodo colonial, apenas se han dedicado unas líneas
a mencionar el uso de odres de cuero[14].
En el caso de Chile, las referencias más conocidas son las descalificaciones al
odre de Claudio Gay, cuyo enfoque fue reiterado después por otros autores[15].
Las petacas se examinan en obras dedicadas a la filología y la historia del
mueble, más que al comercio[16].
Los zurrones apenas ocupan algunas líneas como referencia al comercio de yerba
mate[17].
El desarrollo de los
envases de cuero en el Cono Sur, durante el período colonial, se produjo a
partir de la base cultural generada por los europeos y los pueblos originarios.
En Europa Medieval ya había un importante desarrollo de las técnicas del
tratamiento del cuero para manufacturar utensilios domésticos, sobre todo en
España. “En todas las grandes ciudades había zurradores,
blanqueros, cordobaneros y otros artesanos especializados del cuero”[18].
Paralelamente, los pueblos indígenas también desarrollaron sus técnicas para
trabajar el cuero para viviendas e indumentaria. En el Pacífico Sur se
desarrollaron también las balsas de odres de cuero de lobo marino para navegar
por el borde costero[19].
En estas balsas, los pueblos originarios realizaban sus prácticas pesqueras a
lo largo de un extenso litoral de más de 1.500 kilómetros de longitud. Los
españoles observaban con asombro la calidad del diseño y la forma de
confeccionar estas originales barcas[20]. Estas prácticas se mantuvieron vigentes hasta
mediados del siglo XX[21].
También se usaron balsas de cuero de lobo marino para pesca en la zona central,
sobre todo en la desembocadura de los ríos Bio Bio y Rapel, y para cruzar los
torrentosos ríos chilenos como Mataquito, Maule y Loncomilla[22].
Estas bases culturales, y la abundancia de
ganado en la región, abrieron el camino para la difusión del uso del cuero para
múltiples usos en la región. El cuero se usaba para confeccionar los aperos del
trabajo agropecuario; también se usaba como puertas y ventanas de los ranchos,
lagar para pisar la uva en las vendimias y otras múltiples funciones[23].
Dentro de este contexto se generaron las condiciones para un singular
desarrollo del envase de cuero.
El presente artículo
pone en foco los contenedores de cuero como envases centrales del comercio de
larga distancia regional: petacas, zurrones y odres. Como hipótesis de trabajo,
se considera que, en el Cono Sur de América, la abundancia de ganado mayor y
menor generó un contexto de amplia disponibilidad de cueros; la sociedad
aprovechó esta oportunidad, y desarrolló una rama productiva con gran
dinamismo, orientada a la manufactura de contenedores de cuero, destinados a
sostener el transporte de larga distancia, de carácter comercial.
Para confrontar esta
hipótesis, se han confrontado los textos de los cronistas y fuentes originales
de archivo. Se han revisado los registros de las aduanas de los puertos del
Pacífico Sur de América (Valparaíso, Coquimbo, Copiapó, Constitución), en los
Fondos Contaduría Mayor y Contaduría Menor del Archivo Nacional Histórico,
juntamente con los registros de la Aduana Trasandina, en el Camino Real de la
Cordillera. En forma complementaria se han compulsado también los inventarios
de bienes de los vecinos de Chile y Cuyo, principalmente Mendoza, San Juan,
Santiago, San Felipe, La Serena, Colchagua y Cauquenes, a través de los Fondos
Notariales y Judiciales respectivamente del Archivo Nacional Histórico de
Santiago y los archivos de Mendoza y San Juan. Sobre esta base se ha producido
una masa de datos que permita dimensionar el papel de los contenedores de cuero
en la vida económica regional, particularmente el intercambio comercial entre
sus distintos polos productivos y mercados.
Odres, petacas y zurrones
Los cueros labrados
de interés económico más relevantes del Cono Sur fueron tres: la petaca, el
zurrón y el odre. Por este motivo, conviene focalizarse en sus características
y funciones principales. En forma complementaria se usaron otros objetos, como
capachos, noques y lagares, de los cuales se hará referencia oportunamente.
La palabra “odre”
proviene del latin uter-uteris.
Para el mundo árabe, el odre era un recipiente de cuero para transportar agua.
Por lo general se utilizaba el cuero de cabra, por considerarse el de mejor
calidad. Pero también podían hacerse odres con cueros de otros animales, como
burros. En todo caso, el odre estaba estrechamente asociado al agua; y surgió
un oficio para proveer de este líquido: el aguador, con su odre de cuero y sus
dos tazas para servir el agua a sus clientes. En la península ibérica, el odre
se utilizó para transportar vino. Así lo reflejó el primer diccionario español,
al definir como odre “el cuero en que se
trasiega el mosto; o bien, el cuero “donde se echa el vino”[24].
Esta idea se profundizó en los años posteriores, según se reflejó en las nuevas
definiciones de odre: “cuero de cabra o de otro
animal, que cosido por todas partes y dejándole arriba una boca, sirve para
echar en él el vino, aceite y otros licores”[25].
Posteriormente, los españoles llevaron estas costumbres a América,
particularmente al Cono Sur. En este territorio, los recipientes para contener
agua eran fundamentalmente de cerámica o vegetales, por ejemplo, calabaza[26].
A partir del mestizaje cultural entre españoles e indígenas, floreció el uso
del odre, el cual se difundió rápidamente en el territorio. En Chile esta
palabra se extendió a la vida cotidiana, y se comenzó a usar también para
representar usos y costumbres específicos. Por ejemplo, la expresión “sacarle a
uno el odre”, en la vida familiar, significaba “azotarle con rigor”[27].
El odre era un envase
muy valorado en el mercado. Su precio tendía a bajar a partir del uso, o más
específicamente, de la cantidad de viajes realizados. La carga de dos odres
nuevos, de buena calidad, revestidos con brea vegetal, tenía un valor de entre
$5 y $6. Después de realizar un viaje, el odre perdía parte de su valor y caía
a entre $4 y $3, siempre y cuando se mantuviera en la categoría de “servible”.
Después del segundo viaje, sufría una nueva desvalorización. Mientras
mantuviera su utilidad, la carga de dos obres se tasaba entre $1 ½ y $2.
Superada esta línea, la carga de odres maltratados o rotos se valuaba entre 4 y
8 reales.
La constante demanda
de odres destilados promovió el oficio del trabajo del cuero. El personal
especializado manufacturaba odres nuevos y reparaba los usados. Surgió así un
mercado para útiles y herramientas específicas para odres. En San Juan, la
tienda de Juan de Castro tenía en stock para venta al público 500 agujas de
coser odres[28].
Y la tienda de Domingo Matías Frías tenía en su inventario 384 agujas de
alfombras y de coser odres, con 440 onzas de seda de cocer[29].
Las haciendas compraban estos y otros útiles para asegurar el mantenimiento de
sus odres. José Chagaray tenía un martillo, tenazas y cuatro leznas de coser
odres[30].
En Mendoza, la hacienda vitivinícola de Moyano y Coria tenía “una aguja de forrar aparejos, en 2 reales, y dos leznas de coser odres
a 1 real las dos; una aguja de forrar aparejos en 2 reales”[31].
Algunas haciendas manufacturaban sus propios odres de cuero, para asegurar la
disponibilidad de envases para transportar sus vinos y aguardientes. Los jesuitas
concentraban la producción de odres en una hacienda, y de allí abastecían a las
demás. Por ejemplo, la Hacienda de Chacabuco, 10 leguas al norte de Santiago,
tenía un taller de talabartería dedicado especialmente a manufacturar odres de
cuero. Como se infiere de la evidencia documental, las propiedades jesuitas con
viñedos y bodegas, tenían regularmente entre ocho y diez cargas de odres para
sacar sus vinos y destilados rumbo a los mercados. Y las haciendas ganaderas,
como Chacabuco, eran las encargadas de proveer de los recipientes de cuero
labrado.
El concepto el zurrón
significaba para los españoles “la bolsa grande de cuero con su pelo”[32].
En el Viejo Mundo, el zurrón se asoció principalmente con el pastor, pues le
permitía llevar alimentos y otros objetos. Esta idea se consolidó en la
península, según se reflejó a comienzos del siglo XVIII, cuando se definió como
zurrón: “la bolsa grande de pellejo de que regularmente usan los pastores para
guardar y llevar su comida u otras cosas y se extiende a significar cualquier
bolsa de cuero”[33].
Junto al sustantivo se desarrolló también un verbo específico: zurrar, definido
como “curtir y adobar la piel quitándole el pelo”[34].
La creciente valoración del zurrón permitió el surgimiento de artesanos
especializados. En el mundo árabe había “zapateros remendones y zurradores”[35].
En España se destacó el “artesano del zurrón”[36].
En los siglos XV y XVI, el teatro español apelaba al zurrón –junto con el sayo
y el cayado- como parte de la indumentaria típica del pastor[37].
Mientras en Europa el
zurrón era la bolsa del pastor, en América Latina los pueblos originarios
también utilizaban bolsas de cuero para su vida cotidiana. En el Cono Sur, los
puelches y pehuenches confeccionaban zurrones de cuero de guanacos y liebres;
al verlos, los españoles denominaron esas bolsas con la palabra “zurrón”[38].
Sobre la base de este humus cultural, la introducción y propagación del ganado
europeo, mayor y menor, facilitó la expansión del zurrón. En América Latina colonial, sobre todo en el
Cono Sur, el zurrón tuvo algunas continuidades y muchas diferencias con el caso
español. Debido a la abundancia de cuero, el zurró creció de tamaño: los había
de dos, tres y hasta cuatro cueros de vacunos. De este modo, el zurrón se
convirtió en contenedor de cargas de productos sólidos, a granel, destinadas al
transporte comercial de larga distancia. En 1842, un comerciante alemán
radicado en Lima lo definió en los siguientes términos: “un zurrón consiste en una piel fresca dentro de la cual se coloca
cualquier artículo, luego la piel, aún fresca, se cose y se deja secar y se
obtiene una cubierta impenetrable”[39].
Las
dimensiones del zurrón variaban según la función. Los zurrones
destinados al comercio tenían tamaños estandarizados. Su capacidad era de dos
quintales o bien, ocho arrobas (92 kilogramos). En cambio, los zurrones de uso
doméstico, eran muy variables; algunos eran muy grandes, de tres, cuatro o
cinco cueros; otros eran más pequeños. De todos modos, tal como se examina más
adelante, el zurrón más difundido era el que se usaba para el mate. La ruta del
zurrón de yerba mate atravesaba las pampas rioplatenses, cruzaba los Andes y el
Altiplano, y llegaba a Chile, Bolivia, Perú y Ecuador, a través de un sistema
multimodal de transporte (Gráficos 1, 2, 3, 4 y 5).
Gráfico
1: Rutas en el espacio
rioplatense-pampeano
Fuente: Elaboración propia. Cartografía Bibiana Rendón
Gráfico
2: Rutas marítimas del
Pacífico Sur Americano
Fuente: Elaboración propia. Cartografía: Bibiana Rendón.
Gráfico 3. Caminos terrestres en Chile central (siglos
XVII-XIX)
Fuente: elaboración propia. Cartografía: Bibiana Rendón.
Gráfico
4: Rutas terrestres de
arrieros de Coquimbo y NOA
Fuente: elaboración propia. Cartografía: Bibiana Rendón.
Gráfico 5: Rutas de los arrieros de Coquimbo y NOA.
Fuente: elaboración propia. Cartografía: Bibiana Rendón.
Al llegar a destino,
se descargaba definitivamente el zurrón de su preciosa carga de yerba, y se
reutilizaba para otros fines. El hogar doméstico le daba nuevas funciones,
sobre todo en las despensas. Los cuarteles militares, los conventos religiosos
y las oficinas públicas también recibían y reutilizaban estos zurrones. En
algunos casos, este recipiente de cuero llegó al centro del escenario
sociopolítico, como ocurrió en la ejecución de José Gabriel Tupac Amaru.
Después de su condena a muerte, el alguacil encargado de la ejecución utilizó
zurrones de yerba mate para envolver sus manos encadenadas y engrilladas. El 18
de mayo de 1781 el rebelde caminó hacia el patíbulo, en la plaza del Cuzco,
justamente, con esta bolsa de cuero[40].
A diferencia del odre
y el zurrón, la palabra petaca no proviene
del español sino de las lenguas originarias de América. La palabra petaca
proviene del náhuatl, petlacalli, y
significa “caja de petate”. Eran cajas con tapa, de madera y cuero, destinadas
a guardar objetos. En las petlacalli “se conservaban los valores de la familia, las joyas, los instrumentos
de trabajo, las ropas, reliquias y hasta documentos”[41].
Cuando los españoles llegaron a América, llevaban consigo otro concepto para
denominar este tipo de contenedor: arca. Se produjo entonces un combate
cultural, entre ambos conceptos, hasta que la “petaca” logró abrirse camino.
Los españoles terminaron por aceptar esta palabra y la incorporaron
oficialmente a su lenguaje. En el siglo XIX las autoridades de la lengua
definieron como petaca: “Especie de arca hecha de
cueros o pellejos fuertes o de madera cubierta de ellos”[42].
En el Cono Sur de
América, la palabra petaca se utilizó para denominar los baúles o arcas de
cuero y tenía dos variantes principales: comercial y doméstica. La petaca
comercial podía ser de cuero labrado a bruto[43].
Se usaba para el transporte terrestre de larga distancia, tanto en mulas como
en carretas[44].
En el caso de las mulas, se utilizaban dos petacas, una a cada lado[45]
(Gráfico 6). La petaca de transporte comercial era más rústica, pues su vida
útil era corta, debido al intenso desgaste causado por la exposición solar en
las largas travesías a través de las pampas. “En las
carretas que trajinan a Jujuy, Mendoza y Corrientes se gasta un número muy
crecido (de petacas), porque todas se pudren y se encogen tanto con los soles
que es preciso remudarlas a pocos días de servicio”[46].
Cuando se debía transportar una petaca doméstica se requerían dos mulas
(Gráfico 7).
Gráfico 6: Mulas cargadas con petacas en camino de montaña.
Fuente: Mundo Pintoresco
(1960). Buenos Aires, Jackson
Editores, t. I p. 65.
Gráfico 7: Petaca doméstica transportada por dos mulas.
Fuente: Martínez Compagnon, B. Trujillo del
Perú.
Madrid, CSIC,
1985, [1785] tomo II.
Además de transportar
cargas en largas distancias, la petaca servía también como contenedor para
exhibir y vender los productos al por menor. En Buenos Aires, la calle de los
mendocinos tenía en venta petacas con pasas moscatel[47].
Las tiendas chilenas exhibían petacas con ají[48].
La petaca también se usaba para vender la cera y las velas para iluminar casas
y templos. En San Juan, la tienda de tienda de Domingo Matías Frías tenía en
venta petacas de cera del Tucumán[49].
En Chile también se registraban petacas con velas[50].
Con frecuencia se usaban petacas con rejillas para llevar aves al mercado[51].
La petaca era altamente visible en los mercados, ferias,
pulperías y tiendas de la mayor parte de las ciudades y zonas rurales del Cono
Sur.
Mayor cuidado recibía
la petaca doméstica. Esta era generalmente de cuero labrado, y se guardaba
primorosamente en el hogar. En algunos casos, las petacas eran objetos de gran
valor estético, y formaban parte de las más refinadas expresiones del barroco
americano[52].
Muchas veces, la petaca era un regalo precioso, que se ofrecía a la mujer el
día de su boda; podía incluso, llevar grabado su nombre[53].
Ella lo conservada primorosamente dentro de su dormitorio, como parte de su
patrimonio familiar. Allí guardaba ropa de cama e indumentaria. También era el
sitio adecuado para guardar libros[54],
y objetos de valor, como documentos y títulos. La petaca tenía aldabas en las
caras laterales para transportarla y contaba con cerraduras, armellas y
candados para seguridad. En algunos casos, la petaca era el único mobiliario
del dormitorio, junto a la cama o cuja. En los hogares más modestos, la petaca
se usaba también como asiento[55].
La abundancia de
cuero en el Cono Sur de América fue el factor clave en la difusión de la petaca
como contenedor de uso universal, debido a sus bajos costos. No existía ninguna
otra materia prima que pudiera competir, particularmente en el espacio
rioplatense-pampeano; un cronista del siglo XVIII detectó los precios de las
petacas en Córdoba: “Venden cada petaca de
cuero y guarnecida a 8 reales, porque los cueros no tienen salida por la gran
distancia al puerto, sucediendo lo mismo en las riberas del río Tercero y
Cuarto, en donde se venden a dos reales y muchas veces a menos”[56].
El espacio pampeano rioplatense se convirtió en el principal polo de
manufactura de petacas, tanto en cantidad como en calidad. Un viajero europeo
que recorrió el sur de América con una mirada crítica y muchas veces,
despectiva, encontró en las petacas uno de los pocos productos regionales
superiores a los del Viejo Continente: “las petacas son mucho más
apropiadas que las europeas; se confeccionan en su forma más perfecta en las
pampas de Buenos Aires”[57].
Los troperos y arrieros compraban estas petacas a bajo precio en estos
territorios, y luego, a través de sus rutas comerciales de larga distancia, las
distribuían por toda la región.
Las dimensiones de la
petaca guardarropa son todavía en estudio. Según el Diccionario
de Regionalismos de San Luis, esta petaca tenía “unos 50 cm de alto por 1 metro más o menos de largo y 60 cm de ancho”[58].
En la investigación realizada se detectó sólo una referencia a las medidas de
este baúl: en la hacienda de Toribio de Santibáñez se registraron “tres petacas de 1 vara de
largo sin chapa ni candado”[59].
Esta medida coincide con la estimación del autor citado, pues una vara era casi
un metro (0,84 cm). En el marco del paradigma artesanal, las medidas no estaban
estandarizadas.
Cuero labrado y vitivinicultura
Los recipientes de
cueros tuvieron un papel relevante en la principal industria regional en el periodo
artesanal. Sobre todo, porque en las zonas vitivinícolas del Cono Sur, formadas
por el oeste argentino y la zona central de Chile, las maderas eran muy escasas
debido a razones climáticas. Por tal motivo, buena parte del equipamiento y las
instalaciones vitivinícolas se manufacturaban a partir del cuero como materia
prima fundamental. Los recipientes de cuero se utilizaron en cada tramo de la cadena
productiva vitivinícola. En la viña se usaba el capacho en tiempo de vendimia.
En la bodega se utilizaban noques y lagares de cuero (Figuras 8 y 9).
Finalmente, en el espacio del transporte y el comercio, reinaba el odre de
cuero.
Figura 8: Lagares y noques de cuero.
Fuente: Museo Rutini (Mendoza, Argentina)
Gráfico 9: Lagares de Cuero
Fuente: Museo de Colchagua (Santa Cruz, Chile).
Los capachos eran canastos forrados de cuero, que se
utilizaban en la vendimia. Por lo general se cargaban en la mula o el caballo,
para llevar allí la uva recién cosechada. Posteriormente, la uva se vertía en
el lagar de cuero, para pisarla y obtener el mosto. El lagar de cuero fue una
innovación de la década de 1740, que muy rápidamente se propagó por todo el
espacio vitivinícola del Cono Sur; su significado fue facilitar a los pequeños
viticultores pobres la posibilidad de disponer de un recipiente de bajo costo
para pisar la uva; hasta entonces, solo se usaban los lagares de cal y
ladrillo, cuyo costo ascendía a $150 y sólo podían financiarlo las grandes
haciendas; tras el surgimiento del lagar de cuero, cuyo costo apenas llegaba a
$5, se produjo una avance considerable en la democratización de la
vitivinicultura entre los viticultores pobres. El papel del lagar de cuero ha sido examinado
en profundidad en otra parte[60].
Finalmente, el mosto se vertía en el noque, especia de balde de cuero, para
trasladarlo a las tinajas y realizar allí la fermentación del vino. Una vez
elaborado el vino y el aguardiente, se requería remitirlos al mercado. Cuando
se disponía de rutas carreteras, se podían usar envases de cerámica (botijas),
que viajaban muy bien a bordo de las carretas. Pero en la mayor parte de los
casos, sólo se disponía de caminos de herradura para las mulas; en estos casos,
el envase más práctico era el odre de cuero.
El uso del odre de
cuero para transportar vinos y aguardientes fue una característica propia de
Chile y el centro-oeste de la actual Argentina. Coincidió con los territorios
donde abundaba el ganado y, a la vez, no había disponibilidad de caminos
carreteros. Por lo tanto, quedaron fuera de la corriente principal del odre los
vinos y destilados de Mendoza (porque llegaban a Buenos Aires en carretas con
botijas de cerámica) y durante mucho tiempo, los viticultores del Perú, porque
los cueros eran allí escasos (Perú se abastecía de cordobanes de Chile). Por
este motivo, durante los dos primeros siglos de historia colonial, no se usaron
odres de cuero para llevar vinos y aguardientes de Perú a Potosí; a pesar de
los escarpados caminos de montaña, los arrieros debían llevar los caldos en las
incómodas botijas de cerámica. Recién en la segunda mitad del siglo XVIII se
comenzaron a utilizar odres, cuando el volumen del comercio ya estaba
declinando[61].
En cambio, en Chile,
el odre se utilizó desde muy temprano. A mediados del siglo XVI, en Chile, los
indígenas y mestizos ya elaboraban odres con pieles de oveja. Esos primeros
odrecillos tenían una capacidad de uno o dos azumbres (2,2 a 4,4 litros). Para
mejorar el sabor del agua, se le añadía harina de maíz tostada[62].
Con el tiempo, los artesanos locales fueron mejorando la técnica. El cuero de
oveja fue dejado de lado; y el odre se comenzó a manufacturar a partir de cuero
de cabra, debidamente trabajados.
En el siglo XVII, los viticultores chilenos ya estaban
habituados a usar el odre como recipiente adecuado para transportar vinos y
aguardientes (Gráfico 8). En la estancia de Palinco, cerca del fuerte
de Yumbel, en la frontera sur del Reino de Chile, junto al Biobio, en 1659 se
registraron 7 odres de cuero con 100 @ y otros 21 odres vacíos de cargar vino,
que originalmente tuvieron 300 @ de vino[63].
Este contenedor se usaba también en el centro y el norte de Chile. En 1646 el
administrador de la hacienda Quilacán, Hernando Bolado, compró tres odres por
$10 ½ para trasladar los vinos desde allí hasta las pulperías de La Serena[64].
Décadas más tarde, en 1711, el marqués de Piedra Blanca realizó una exportación
de aguardiente al Perú, para lo cual se comprometió a “dar 100 arrobas de
aguardiente en odres breados de buena calidad, puesto en el puerto de esta
ciudad”[65].
En líneas generales, los viticultores de Chile incluían los odres como parte el
equipamiento habitual de sus establecimientos. Allí donde había viñas para
cultivar la uva, con lagares para pisarla y tinajas para elaborar el vino,
también había odres de cuero para llevarlo al mercado (Gráfico 10).
Gráfico 10: Arrieros
con sus mulas cargadas con odres de cuero.
Fuente: ilustración de Patricio Boyle.
En la zona central y
sur de Chile, donde la cordillera de los Andes, la cordillera de la costa y los
torrentosos ríos impiden la circulación de carretas, el odre fue la solución
ideal para el transporte del vino a los mercados. Las haciendas tenían sus propias
tropas de mulas, aviadas con cargas de odres para trasladar los caldos. En la
frontera sur, las tropas de mulas aviadas con odres de cuero tuvieron un papel
decisivo para conectar las haciendas vitivinícolas del Itata y Concepción, con
los mercados situados al sur, tanto el presidio de Valdivia como los
compradores mapuches independientes. Gracias a los odres de cuero, “el producto agrícola número uno del comercio
informal fronterizo fue el vino chileno del Obispado de Concepción”[66].
La viña de Camus, situada
en el Valle del Aconcagua, contaba con 28 cargas de odres[67]. Mayor envergadura alcanzó la hacienda Larmagüe, situada en Pichidegua, en el valle de Colchagua;
sus viñas cultivaban 10.000 cepas; con la uva se elaboraban vinos y
aguardientes; sus bodegas tenían capacidad de 900 arrobas de vasija. Y para
llevar sus caldos a los mercados, esta hacienda disponía de una tropa de 110
mulas, debidamente aviadas con 44 odres[68].
Por ejemplo, en la estancia San Juan de la Sierra (Colchagua), el teniente coronel
Pedro Núñez tenía “siete cargas de odres, de
cuero de vaca”[69].
En Santa Rosa de los Andes, la hacienda vitivinícola de doña Margarita Camus
contaba con 28 cargas de odres, incluyendo 15 cargas de odres de cuero de
chivato para aguardiente, 3 cargas de odres de cuero de vaca y 8 cargas de
odres mosteros, de vaca, de regular calidad[70].
Los jesuitas, los más
dinámicos empresarios de la vitivinicultura regional del siglo XVIII, se
destacaron por el uso del odre. En los inventarios levantados con motivo de la
expulsión de la Compañía (1767) se registraron odres en casi todas sus
propiedades vitivinícolas. En la hacienda Chacabuco había “10 odres
viejos de acarrear vino”[71], juntamente con “21 cueros de
chivatos para odres”[72].
La Hacienda la Calera tenía “ocho cargas de odres de
chivatos viejos”. [73]
En Renca, la Hacienda La Punta contaba con “ocho cargas de odres de
Chivato”[74].
En el obispado de Concepción, la hacienda Perales tenía 28 odres de cuero y la
hacienda Cunaco tenía otros 32 odres para llevar el vino[75].
El odre alcanzó un
nivel de desarrollo notable en la provincia de Cuyo, junto con otros envases de
cuero, como el zurrón. La actitud comercial de sus habitantes, y sobre todo la
dinámica de sus empresas de transporte terrestre, crearon las condiciones para promover
la cultura de la manufactura de envases de cuero en este territorio. Así lo
destacó un jesuita ilustrado:
“Las pieles
son en Cuyo de mayor estimación que en otros países; tienen en esta provincia
algunos usos y destinos que o tienen en otras. Se destinan en notable cantidad
para la fábrica de sacos de carga (zurrones) y de odres, o sea, especies de
barriles de piel, para la conducción de vinos y aguardientes”[76].
En la región cuyana, el principal referente
del uso del odre como envase de vinos y destilados fue San Juan. Mientras
Mendoza usaba botijas para mandar sus caldos a Buenos Aires en carretas, San
Juan se especializó en odres de cuero para abastecer los mercados del centro y
norte (Gráfico 1). Los arrieros sanjuaninos debían viajar miles de kilómetros
por la falda oriental de los Andes para llegar a Catamarca, Tucumán, Salta y el
Alto Perú; y el recipiente más práctico era el odre de cuero. También se usaban
odres para llevar vinos y aguardientes de San Juan a Córdoba[77].
Surgió así el principal polo especializado en odres de cuero del Cono Sur de
América. Representantes emblemáticos fueron Justa de Oro y Toribio de
Santibáñez, cuyas haciendas tenían 160 y 148 cargas de odres respectivamente.
El odre formaba una
pareja conceptual con la bestia de carga. En Medio Oriente y el norte de
África, el odre era transportado principalmente por caravanas de camellos. En
el Cono Sur de América, ese papel cupo a la mula. Los arrieros organizaron el
servicio regular de transporte terrestre de vinos y destilados, con tropas de
mulas y odres de cuero. Sus empresas se formaban con decenas de mulas, con
madrinas que sirvieran de guías y cencerros para orientar a las demás. Las
mulas eran aviadas con aperos de cuero, que incluían las cargas de odres. Naturalmente,
cada mula era cargada con dos odres para asegurar el equilibrio del peso.
El principal polo de
tropas de mulas con odres de cuero se desarrolló en San Juan. Varias empresas
de arriería sanjuanina se organizaron para ofrecer estos servicios de transporte
de larga distancia. Por lo general, las tripas reunían varias decenas de mulas;
en algunos casos, llegaron a superar el centenar. El Cuadro I
entrega más detalles.
Cuadro I – Tropas de mulas con cargas de odres
San Juan (1753-1774)
Año |
Tropero – Arriero |
Mulas |
Cargas
de odres |
1753 |
Pedro
Vargas |
30 |
16 |
1761 |
Luis
Benegas |
133 |
140 |
1770 |
Marcos
Cano |
40 |
Con sus odres |
1771 |
Juan
Vásquez del Carril |
60 |
20 |
1774 |
Pascual
Morales |
10 |
10 |
1774 |
María
Josefa Casas |
40 |
30 |
1773 |
José
Maturano |
50 |
29 |
1773 |
Juan
Cuenca |
30 |
33 |
1774 |
Pascual
Morales |
16 |
10 |
1774 |
Diego
Sánchez de Loria |
60 |
Con sus odres |
1774 |
José
Chagaray |
72 |
50 |
1775 |
Toribio
Santibáñez |
400 |
148 |
Fuente: Elaboración
propia a partir de Archivo del Poder Judicial de San Juan, Protocolos 1770-1775.
Las tropas de mulas
aviadas de odres operaban como mecanismo de ascenso social. Los arrieros que
cultivaban este oficio, con frecuencia, lograban progresar económicamente en la
estamentada sociedad de América colonial. Un caso emblemático fue Pascual Torres.
A pesar de sufrir el estigma de ser hijo natural, logró surgir gracias a la
práctica de la arriería. Al casarse con María Gil, aportó al matrimonio una
tropa de 16 mulas mansas con 10 cargas de odres; su esposa, en cambio, no
introdujo bienes a la sociedad conyugal. A lo largo su vida económicamente
activa, lograron ensanchar el patrimonio familiar. Levantaron una casa,
compraron tres viñas y ampliaron la tropa, hasta reunir 52 mulas aperadas con
sus odres, con la cual servía regularmente la ruta de Cuyo a Buenos Aires[78].
El caso de Pascual Torres es representativo de muchos otros arrieros y troperos
de carretas que, a través del transporte terrestre, lograron significativo
progreso social y material en el Cono Sur del siglo XVIII.
Odre y mula formaban
un conjunto dinámico dentro de la cadena de valor de la vitivinicultura
tradicional, llamado a asegurar el servicio regular de transporte terrestre de
carga en zonas andinas. Así como la viña, el lagar y la tinaja formaban el
conjunto necesario para la producción del vino, la mula y el odre, igual que la
carreta y la botija, eran las plataformas para desarrollar el vínculo con los
mercados.
Los odres se
impermeabilizaban con una pasta de origen vegetal, llamada brea. A pesar de su
homonimia, la brea de los odres no tenía relación con el alquitrán ni el
asfalto mineral; provenía de una planta llamada brea, muy abundante en el
Corregimiento de Coquimbo y el Partido de Copiapó, la cual producía “gran
cantidad de resina”; la sociedad hispanocriolla utilizó esta brea para
reemplazar la pez mineral; la demanda de la industria vitivinícola fue tan
intensa que la brea se convirtió en “uno de los ramos notables del comercio de Copiapó;
el movimiento comercial de este artículo era entonces de 50.000 kilos por año,
al precio de 16 a 20 pesos los 100 kilos”[79].
Desde su lugar de origen, en el norte de Chile, la brea vegetal se distribuía
por la zona central para asegurar el tratamiento de los odres de todo el país.
En la década de 1820 un viajero europeo lo pudo comprobar en la bodega de la
hacienda San Isidro, donde halló odres “confeccionados con cueros
de cabras y revestidos al interior con brea vegetal, en que se transporta el
vino”[80].
El tratamiento con brea vegetal permitía “curar” los odres, y permitía disponer
de recipientes impermeables, sin alterar las cualidades de vinos y destilados.
El odre fue el
recipiente por excelencia para el transporte de vinos y aguardientes en los
accidentados caminos de herradura de la mitad occidental del Cono Sur de
América. La parte Este, en cambio, al disponer de las suaves planicies del
espacio rioplatense-pampeano, el recipiente estrella era la botija de dos
arrobas llevada en carretas. Cada carreta que servía la Carrera de Cuyo,
viajaba hasta Buenos Aires con veinte botijas de vino o aguardiente. En cambio,
los caminos de montaña a través de la Cordillera de los Andes, o a lo largo de
la accidentada geografía chilena, no eran aptos para carretas ni otro vehículo
con ruedas. Solo podían transportar cargas los arrieros con sus mulas y en esos
casos, el envase ideal era el odre de cuero.
Cueros para minería y transporte a granel
La actividad minera
fue una de las ramas de la economía colonial que más utilizó recipientes de cobre
para sus faenas en el Cono Sur. En líneas generales, los yacimientos eran
trabajados por pirquineros con escasas herramientas y tecnología. Predominaba
el esfuerzo físico, la intuición y los implementos rudimentarios. Los
recipientes se utilizaban para dos actividades fundamentales: retirar el
material removido y desagotar las minas en caso de inundación. En ambos casos
se usaron recipientes de cuero.
El contenedor de
cuero más usado en minería era el capacho. Este era un balde de cuero, que en
España se usaba en albañilería[81].
Pero en el Cono Sur, era el típico contenedor de cuero; se llamaba así el “estribo de cuero que cubre el pie”[82],
o bien, la “bolsa de cuero para transportar minerales”[83].
Lo interesante en este caso, es que el concepto “capacho”, aplicado en minería,
se usaba también como sinónimo de zurrón. Así lo detectó un
cronista en el siglo XVIII: “utilizan el zurrón, junto con el capacho, para
retirar el mineral y el metal de la faena minera”[84].
Ochenta años más tarde, otro testimonio confirmó la persistencia de esta
costumbre[85].
Los pirquineros del Perú también usaban el zurrón para retirar mineral del
yacimiento[86].
El uso del capacho como recipiente por excelencia utilizado en la minería
artesanal en los siglos XVIII y XIX, perdió vigencia con el advenimiento de las
grandes faenas mineras del siglo XX, con la incorporación de maquinaria pesada
y alta tecnología. Pero la tradición del capacho quedó viva en los imaginarios
de los mineros y pirquineros. La literatura chilena ha conservado el recuerdo
de estos recipientes “Al principio se hizo la
extracción por medio de capachos de cuero, más luego fue preciso instalar
vagonetas, cuyos rieles se tragaba la cueva”[87].
El uso del zurrón en
minería era parte de un proceso mayor, caracterizado por la cultura del empleo
de recipientes de cuero en esta actividad, lo cual incluía también al odre. Para desagotar las
minas inundadas se utilizaban odres de cuero. Esta fue una función propia del
odre en las minas artesanales del Cono Sur y llamaba la atención de los
observadores extranjeros. “Aún hoy
(1834) se agota el agua de algunas minas, transportándola en odres de cuero a
hombro de peones”[88].
Previendo este tipo de situaciones, los mineros tenían
la costumbre de criar cabras, precisamente, para disponer de cueros para
fabricar odres destinados a este uso. “En Chile los han empleado
siempre en las minas inundadas para hacer odres capaces de resistir mejor a la
acción de las aguas, sirviendo de barriles”[89].
Los envases de cuero
sirvieron para transportar a largas distancias dos tipos de productos: los
productos primarios, de bajo valor agregado, a granel; los productos
manufacturados, de valor intermedio; y los productos típicos, de alto valor
añadido. Según la naturaleza, calidad y valor de cada producto, se usaban los
envases más adecuados. Por lo general, el contenedor más utilizado para
productos primarios a granel fue el zurrón.
Los productos
primarios remitidos a larga distancia en envases de cuero eran principalmente
seis: cacao, azúcar, tabaco, yerba mate y sebo. En todos los casos, el
contenedor regularmente utilizado era el zurrón de cuero. Estos productos
viajaban en el sistema multimodal de transportes regionales, que incluía medios
marítimos, fluviales, carreteros y de herradura.
Los productos
primarios de zonas tropicales viajaban en dirección norte-sur. Cacao, azúcar y
tabaco zarpaban desde los puertos de Guayaquil y El Callao, e ingresaban a
Chile a través de Coquimbo, Valparaíso y Talcahuano. Por ejemplo, el 31 de
marzo de 1779 ingresó a Valparaíso, procedente de Guayaquil, el barco Gran Poder de Dios, con 270 zurrones de cacao, conteniendo
591 cargas de $5 cada una; posteriormente, el 12 de octubre de 1835 arribó a
Valparaíso el mercante Elisa, con 9
zurrones con 29 @ de azúcar de Lima. Una vez dentro del territorio, dentro del
territorio, estos productos eran transportados a lomo de mula; un comerciante
alemán observó tropas de mulas cargadas con zurrones de tabaco[90].
A la inversa, en el Cono Sur se originaban otros productos primarios, que
circulaban hacia el norte, como el sebo y la yerba mate.
La yerba mate era la
principal infusión del Cono Sur de América. Se producía en el Paraguay, y desde
allí se remitía a Buenos Aires por la hidrovía del Paraná. En la capital del
Plata se cargaba en las carretas, tanto rumbo a Salta (Carrera del Norte) como
rumbo al oeste (Carrera de Cuyo). Posteriormente se realizaba el transbordo a
las tropas de mulas, para continuar camino al Alto Perú y Chile
respectivamente. En este activo comercio, el zurrón tuvo un papel fundamental.
Los registros de 1778
daban cuenta de la relevancia de estos rubros. Ese año, Chile importó 81.930
arrobas de yerba mate del Paraguay en 14.000 zurrones, de las cuales re-exportó
hacia el Perú 4.190 arrobas, es decir, el 5%. También exportó 22.367 quintales
de sebo, todo ello envasado en zurrones[91].
Cada año llegaban a Mendoza 600 carretas con dos toneladas de yerba mate del
Paraguay, con escala en Buenos Aires. Una vez en Mendoza, se realizaba el
transbordo de las carretas a las mulas; estas cargaban la yerba mate envasada
en zurrones, para llevarlos a Chile, a través de la Cordillera de los Andes.
Cada mula transportaba dos zurrones de 8 arrobas de pesa cada uno (92 kg). En
1784 la aduana de Los Andes anotó el ingreso de 5.733 zurrones de yerba mate
del Paraguay, transportados por los arrieros en sus mulas[92].
Poco después, en 1788, se remitieron 10.875 zurrones.[93]
De este modo se realizaba una doble exportación: la yerba mate del Paraguay y
los zurrones de cuero labrado.
Junto con el comercio
terrestre, también se remitieron zurrones de yerba mate por vía marítima, sobre
todo después de la apertura del puerto de Buenos Aires (1778). Los barcos
mercantes debían realizar un peligroso viaje por el Estrecho de Magallanes para
llegar a Chile; a pesar de todo, la ruta se abrió y logró ampliar el volumen
del comercio regional. Y dentro de estos flujos, la yerba mate ocupaba un lugar
central, envasada siempre en zurrones. En las primeras décadas del siglo XIX
estas tendencias se ampliaron. En 1817 ingresó en Valparaíso una fragata
procedente de Buenos Aires con 2.175 zurrones de yerba mate[94].
En 1823, la fragata Panter llevó de
Buenos Aires a Valparaíso una partida de 1.128 zurrones con 5.558 arrobas de
yerba mate[95].
De este modo se completaba el doble flujo de zurrones desde Argentina hacia
Chile, por vía terrestre y por mar.
Una vez en Chile, los arrieros se ocupaban de
la distribución de sus cargas. Primero iban a Los Andes y San Felipe, en las
faldas cordilleranas occidentales. De allí continuaba una ruta hacia
Valparaíso, donde se remitían al Perú anualmente 2.000 arrobas de yerba mate
(250 zurrones). La ruta principal iba a Santiago, donde abastecían las
pulperías locales. Posteriormente, recorrían el Camino Real, hasta Concepción,
tocando San Fernando, Talca, Cauquenes, Chillán, Concepción y otras ciudades.
En cada pueblo entregaban la preciada yerba mate. Algunos pulperías y haciendas
grandes compraban el zurrón completo, y se quedaban con el contenido y el
contenedor.
Después de la yerba
mate, el producto primario más relevante en el transporte comercial de larga
distancia fue el sebo. La sociedad hispanocriolla encontró en el zurrón el
envase más adecuado para transportar el sebo. En 1648 el administrador de la
chacra Quiloacán (La Serena), Hernando Bolado, remitió al puerto de El Callao
18 zurrones con 25 quintales de sebo[96].
En 1681 el capitán Domingo de Arriaga, en su hacienda de Colchagua, envasó 216
quintales de sebo en 135 zurrones. En el siglo XVIII aumentó la producción, el
comercio y las exportaciones. Los registros de fines de la década de 1730,
correspondientes a las exportaciones de las haciendas jesuitas del obispado de
Concepción, reflejaron el constante incremento de las remesas de sebo de Chile
al Perú, todo ello en los respectivos zurrones de cuero. El cuadro II entrega
más detalles de estos flujos:
Cuadro II: Exportación de sebo de las haciendas jesuitas del
obispado de Concepción al Perú (1737-1740)
N° zurrones |
Contenido neto de sebo |
Barco |
Año |
340 |
775
½ quintales |
s/d |
1737 |
90 |
145
quintales |
La Soledad de Pressa |
1738 |
48 |
74
quintales 80 libras: $ 7 y 6 R |
San Francisco |
1737 |
76 |
127
quintales 77 libras a $7 |
Las Caldas |
1737 |
106 |
179
quintales 39 libras |
La Soledad de Pressa |
1737 |
110 |
187
quintales 7 libras a $6 y 6 R |
La Soledad de Pressa |
1740 |
68 |
114
quintales 22 libras a $8 |
La Soledad de Pressa |
1740 |
838 |
1.603
quintales 25 libras |
s/d |
|
Fuente: Elaboración propia a partir de datos publicados
originalmente por Sánchez Andaur (2006), Ob. Cit.
La expansión de las
exportaciones de sebo enzurronado detectada en los libros de Cargo y Data de
los jesuitas, era sólo parte de un proceso mayor, que comprendía el conjunto
del Reino de Chile. Dentro de los productos derivados de la ganadería, el sebo
fue el rubro más dinámico del comercio exterior chileno del siglo XVIII. En
1791 Chile exportó al Perú 21.500 quintales de sebo, superando todos los otros
productos menos el trigo[97].
Precisamente, para transportar el sebo, el envase usualmente utilizado era el
zurrón.
Cueros labrados para Productos Típicos y objetos
personales
La sociedad
hispanocriolla elaboraba diversos productos típicos, diferenciados por su lugar
de origen. Sus hacedores se esforzaron por lograr mayor calidad, lo cual
permitió conquistar la fama en los mercados. Estos productos se destacaron por
su reputación y precios superiores. Algunos de ellos han persistido hasta la
actualidad, y son reconocidos como parte del patrimonio latinoamericano, como
el queso de Tafí del Valle (Argentina), el sombrero de Jipijapa (Ecuador) y la
langosta de Juan Fernández (Chile), los dos últimos reconocidos como Indicación
Geográfica en 2007 y 2011 respectivamente. Otros tuvieron gran reputación
continental durante varias centurias, pero a fines del siglo XIX
desaparecieron, como los cobres labrados de Coquimbo y el jabón de Mendoza; en
un tercer grupo se encuentran los que todavía sobreviven, pero sin la
proyección internacional alcanzada en su ciclo de auge, como el queso de Chanco
y las pasas de moscatel de Mendoza
El sombrero de
Jipijapa llegaba con frecuencia desde Guayaquil a los puertos de Perú y Chile.
Por ejemplo, El 20 de julio de 1838 llegó al puerto de Coquimbo el barco
Napoleón, con un zurrón con 600 sombreros de Jipijapa, procedentes de
Guayaquil. Dentro de los productos típicos latinoamericanos, el sombrero de
Jipijapa no fue el único transportado en zurrones. La langosta de Juan
Fernández también utilizó este envase para sus viajes en barco diversos puertos
del continente. Entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX se produjo el
despertar de este producto. Con frecuencia, los barcos mercantes y militares
que recorrían las aguas del Pacífico Sur, entre la zona insular y el
continente, se interesaban en cargar este preciado alimento. Y por lo general,
la langosta se envasaba en zurrones de cuero. En 1792 la fragata Santa Bárbara llevó dos zurrones de langosta, con 12 @ y 20
libras, desde la isla de Juan Fernández hasta Valparaíso. Ese mismo año, el
buque Misericordia llevó una carga similar
entre ambos puertos. En otro viaje realizado en 1792, la Santa
Bárbara cargó un zurrón de langosta, de 6 @ y 2 libras. Dos años más
tarde, este barco volvió a servir esa ruta y al zarpar de Juan Fernández,
declaró 3 zurrones para rancho durante la travesía. Esta práctica tuvo éxito en
la tripulación y pronto se estandarizó. En viajes realizados entre Valparaíso y
El Callao, en marzo y diciembre de 1796, la Santa Bárbara
volvió a declarar que llevaba tres zurrones de langosta seca en calidad de
“rancho”. De este modo, los zurrones contribuyeron al proceso de difusión y
visibilización de la langosta de Juan Fernández, más allá de su lugar de
origen, lo cual le facilitó la construcción de su fama y reputación en los
mercados nacionales e internacionales.
Junto con el zurrón,
la petaca fue el otro contenedor de cuero estrella para transportar productos
típicos de alto valor añadido. Entre los productos típicos transportados en
petacas para el comercio de exportación figuran los siguientes: el queso de
Chanco; el jabón de Mendoza; los cobres labrados de Coquimbo y las pasas de uva
moscatel de Mendoza. En menor pedida aparecieron también pasas del valle del
Huasco.
El Reino de Chile
operaba como un gran centro logístico de distribución del comercio regional. Era
muy activo el comercio trasandino y a la vez, el intercambio hacia el norte,
hacia los puertos de El Callao y Guayaquil. Ambos circuitos estaban
estrechamente vinculados y tuvieron a la petaca como contenedor importante.
Dentro del comercio trasandino, la petaca se utilizó como envase para llevar
cargas en ambas direcciones. Desde Chile hacia Cuyo, las petacas llevaban
principalmente cobres labrados de Coquimbo, sobre todo alambiques y artefactos
utilitarios para uso doméstico. En el viaje de vuelta, de Cuyo hacia Chile, las
petacas se cargaban con pasas de uva moscatel y jabón de Mendoza. El Cuadro III entrega algunos antecedentes.
Cuadro
III. Uso de la petaca como
contenedor para exportación productos típicos - Camino Real de Cordillera
(Cuyo-Chile 1796-1819)
Petacas |
Producto |
Fecha |
Origen |
Destino |
2 |
Pasas moscatel |
6-2-1796 |
San Juan |
Santiago |
2 |
Jabón de Mendoza |
1-5-1796 |
Mendoza |
Santiago |
2 |
Jabón de Mendoza |
2-5-1796 |
Mendoza |
Santiago |
42 |
Pasas moscatel: 242 @ |
27-5-1796 |
Mendoza |
Lima |
144 |
Pasas: 100 @ |
7-12-1796 |
San Juan |
Lima |
4 |
Pasas moscatel |
17-12-1796 |
Mendoza |
Santiago |
1 1 |
Pasas moscatel Jabón de Mendoza |
17-12-1796 |
Mendoza |
Santiago |
6 2 |
Pasas moscatel Jabón de Mendoza |
30-12-1796 |
Mendoza |
Santiago |
6 |
Jabón de Mendoza: $80 |
16-2-1818 |
Mendoza |
Coquimbo |
12 |
Pasas Moscatel |
17-12-1819 |
Mendoza |
Coquimbo |
Fuente: Aduanas del Camino Real de Cordillera. AHN, Fondo
Contaduría Mayor,Serie 1.
El cuadro muestra
únicamente los registros de productos típicos transportados en petacas. Se han
omitido otras cargas transportadas en petacas, sobre todo ropa. Este contenedor
se usaba normalmente para trasladar los objetos más preciados, los que tenían
mayor valor agregado. La petaca de cuero protegía los productos del frío y la
nieve de la cordillera de los Andes. Era un contenedor más caro que las
alternativas (como por ejemplo el zurrón). Pero ofrecía mayores garantías para
el transporte y conservación de bienes más valiosos (Gráfico 11).
Gráfico
11: Petacas para guardar
objetos de valor. Cuadro de Enrique Serra.
Fuente: La Ilustración Artística (4-11-1907).
Los productos
exportados de Cuyo a Chile tenían dos destinos. Una parte se destinaba al mercado
interno, y se distribuía a lo largo de todo el reino, a través de las tropas de
arrieros. Otra parte iba en tránsito hacia el puerto, para reembarcarse con
destino a la exportación. En las bodegas de Valparaíso y Copiapó se acopiaban
las petacas de jabón de Mendoza y pasas de uva de Cuyo, con los productos
típicos chilenos destinados a los mercados de Perú y Ecuador: quesos de Chanco
y cobres labrados de Coquimbo, embalados también en petacas. Luego, los barcos
llevaban hacia El Callao, Guayaquil y otros puertos de ultramar, las petacas
con estos cuatro productos típicos regionales. Aprovechando el comercio
circular de ida y vuelta, se reutilizaban contenedores venidos de fuera, como
las petacas de totora, empleadas para exportar cobres labrados de Coquimbo. El
cuadro IV entrega más detalles de este comercio.
Cuadro IV Uso de la petaca como contenedor para exportación
productos típicos hacia los puertos de ultramar (Chile 1780-1815)
Petacas |
Producto |
Fecha |
Barco |
Origen |
Destino |
1 |
4
quesos de Chanco |
20-10-1780 |
El Aguila |
Valparaíso |
varios |
1 |
Achote
133 @ |
1786 |
El Socorro |
El
Callao |
Valparaíso |
26 |
Pasas
moscatel: 156 @ |
1786 |
Valdiviano |
Valparaíso |
El
Callao |
46 |
Quesillos
Mazos orejones |
10-1-1787 |
N.S.del Socorro |
Valparaíso |
El
Callao |
1 |
Dos
alambiques cobre |
14-11-1788 |
El Águila |
Coquimbo |
El
Callao Guayaquil |
16 |
Pasas:
108 @ |
2-9-1795 |
Begoña |
Valparaíso |
El
Callao |
42 |
Pasas
moscatel: 287 @ |
10-12-1796 |
N.S. del Carmen |
Valparaíso |
El
Callao |
19 |
Pasa
moscatel: 151 @ |
14-12-1796 |
N.S. del Carmen |
Valparaíso |
El
Callao |
1 |
Aguardiente
(rancho) |
21-6-1799 |
El Diamante |
Valparaíso |
Callao |
7 |
Quesos:
12 qq 25 £ |
10-2-1807 |
|
Valparaíso |
Callao-Guayaquil |
10 |
Jabón:
$ 150 |
17-2-1807 |
Las Sibeles |
Valparaíso |
Callao |
1 |
Cobres
labrados: 103 £ |
6-3-1809 |
San Antonio |
Coquimbo |
Callao Guayaquil |
1 |
Cobres
labrados: 100 £ |
9-1-1810 |
Los Cantabros |
Coquimbo |
Callao
e Intermedios |
831 |
Pasas
Moscatel: $16 Pasas
Moscatel: $47 |
13-2-1812 |
Limeña |
Valparaíso |
Callao |
22 |
Cobres
labrados: 500 £ Cobres
labrados |
12-9-1815 |
Margarita |
Coquimbo
|
Lima |
Nota: Unidades de medida: libra (£); quintal (qq); arroba
(@); pesos de ocho reales ($)
Fuente: Elaboración propia a partir de Registros de Aduana.
AHN, Fondo Contaduría Mayor, Serie 1.
La literatura
especializada ya ha demostrado el proceso histórico de estos productos. El
queso de Chanco, elaborado con leche de oveja y sal de Cáhuil, en la mitad sur
del Valle Central de Chile, se exportaba a Buenos Aires, Lima, Guayaquil y
California durante la fiebre del oro. Similares alcances de mercado
desarrollaron el jabón de Mendoza y las pasas de moscatel de esa localidad. Por
su parte, los cobres labrados de Coquimbo circulaban por todo Chile, Cuyo,
Salta, Tucumán, Alto Perú, Perú y Guayaquil. Estos productos, elaborados en sus
lugares de origen, se destacaron por su calidad y adquirieron fama en los
mercados. Las últimas investigaciones, ya citadas, han dado cuenta de esos
procesos. Lo que hasta ahora no se sabía era el papel de los contenedores de
cuero y su relevante papel como facilitador del comercio y el transporte.
Los cueros labrados fueron
también muy apreciados para uso personal, sobre todo en funciones
particularmente delicadas, como mejorar las condiciones del viajero durante sus
traslados, como para cuidar su patrimonio y sus bienes más preciados. En un
contexto pre-industrial, signado por el riesgo y la incomodidad que
representaban los viajes de larga distancia, los recipientes de cuero ofrecían
una solución para el transporte del equipaje. Además, en la incertidumbre del
mundo de la frontera, las petacas de cuero ofrecían algo de seguridad para
cuidar los objetos de valor.
En sus largos viajes
por las montañas, el arriero llevaba habitualmente consigo el zurrón con “una mezcla de cebollas cortadas, harina tostada de trigo, ají y charqui
tostado y enseguida molido entre dos piedras. Algunas cucharadas cocidas en
agua suministran una porción suficiente de un alimento tan nutritivo como sano”[98].
Este plato se llamaba “valdiviano” y era la base fundamental de
la alimentación del arriero[99].
Por su parte, los fumadores también se valían de un
zurrón “para guardar el tabaco, el pedernal, eslabón y el
yesquero, hecho de la punta de un cuero de vaca, que llenan con yesca, de
hongos secos”[100].
El zurrón servía para
transportar el rancho del viaje, no solo para los arrieros, sino también,
cuando se trasladaban grandes grupos, incluyo, para llevar esclavos. En
el verano 1796-1797 se trasladó un contingente 146
esclavos desde Buenos Aires hasta Lima. Para alimentarlos llevaron “quince zurrones de biscocho, charqui, aguardiente, vino y otros comestibles
para dichos negros”[101].
Los traficantes de esclavos consideraron oportuno utilizar el zurrón como el
envase más adecuado para asegurar las provisiones necesarias para llegar con su
carga humana al mercado peruano.
La petaca servía
también para transportar ropa. Cuando las personas se trasladaban de un lugar a
otro, en largas distancias, transportaban su ropa y libros en petacas[102].
Las órdenes religiosas tenían protocolos para organizar los desplazamientos de
los frailes, en los cuales se incluían las petacas de ropa[103].
Los comerciantes, hacendados, funcionarios, cronistas y científicos que
viajaban, también llevaban su indumentaria en petacas. En el resguardo de la
Aduana de Los Andes, lugar de ingreso a Chile desde Cuyo, en los registros de
1784, se anotaron 51 petacas de ropa[104].
En algunos casos se aclaraba que la vestimenta era parte del ajuar personal del
viajero, indicando el registro de “una petaca con ropa de uso”.
Además de servir en
producción, transporte y comercialización de bienes, los recipientes de cuero
se usaron también para reservar y transportar valores, incluyendo documentos
valiosos y dinero. En los viajes, los zurrones servían para llevar monedas de
oro, mientras que las petacas funcionaban como auténticas cajas de seguridad.
El zurrón se usaba como
la pequeña bolsa de cuero en la cual se llevaban bienes sensibles; ya se ha
mencionado su función para llevar el tabaco de los fumadores y el charqui y
harina tostada de los arrieros. A ello se sumaba su papel de monedero. En un viaje de Luján
a Buenos Aires, se produjo el robo de un zurrón con $3.200 doblones en plata[105].
En Coquimbo, Antonio Gómez guardaba $5.000 “en dos zurrones forrados de cuero
de vaca”[106].
Para indicar la prosperidad de un territorio, a fines del siglo XVIII se acuñó
la expresión “muchos zurrones de plata entran en las ciudades”[107].
Este tipo de diseño representaba una renovación de la
antigua costumbre árabe, de guardar las monedas de oro en un pequeño zurrón de
cuero.
La petaca se utilizó
como caja de seguridad para atesorar objetos de valor. Por un lado, las
autoridades españolas usaban petacas para conservar y transportar los
documentos oficiales. Surgió así el “Cajón del Rey”, petaca de cuero en que se
remitía a la España la correspondencia particular y de oficio”[108].
La petaca también se utilizó para guardar dinero y otros objetos de valor[109].
La petaca era el objeto de máxima seguridad en las tropas de mulas y carretas,
tanto civiles como militares, porque “en ellas se guardaba
dinero, correspondencia y para llevar la paga de los soldados y oficiales”[110].
Dentro de los distintos baúles y petacas que se cargaban en carretas y tropas
de mulas, las petacas de seguridad se destacaban, precisamente, por sus
cerraduras y candados[111].
Las caravanas de mulas o carretas llevaban en lugar vigilado la “petaca del
capataz”[112]. La carreta o mula que
llevaba esta pateca se confiaba al picador de mayor confianza de la caravana.
El administrador debía fiarle “las llaves de sus petacas
donde traía plata y otros efectos de valor”. Esta era una práctica común en
la época porque “los dueños de carretas siempre buscan el
peón más leal y de confianza para la carreta o carretón donde vienen las
petacas y cosas de más valor”[113].
En cierta forma, alrededor de las petacas de valores se organizaban las
jerarquías profesionales dentro de las tropas o caravanas de carretas que
atravesaban las pampas rioplatenses.
La costumbre de
situar los objetos de valor dentro de las petacas, y éstas dentro de la carreta
guía de cada tropa, estas se convirtieron en objetivo de robos y hurtos. En tal
caso, el encargado de la carreta era sometido a azotes para confesar el delito
y revelar el paradero del dinero, como ocurrió a la tropa de Eusebio Rodríguez
en 1768[114].
El uso de castigos corporales por abrir petacas ajenas no se restringía al
dinero; también se usaba para otras especies, como el tabaco, tal como ocurrió
al esclavo Vicente en 1782[115].
Los expedientes judiciales incluían recurrentes casos de petacas “hechas
pedazos” para robar dinero; en una tienda cuyana robaron $1.400 en oro y plata
en 1806[116]. El patrón de estos
casos muestra que las petacas como caja de seguridad se utilizaban en carretas,
tiendas y casas. Se trataban de asegurar con candados y cerraduras; pero los
bandidos se las ingeniaban para romper las petacas y extraer los valores.
Conclusión: la edad del cuero labrado
La presente
investigación contribuye a comprender el sistema de transporte del Cono Sur de
América entre los siglos XVII y XIX, en la era preindustrial, a partir del
aporte que significó el envase de cuero. La disponibilidad de cuero por la
abundancia de ganado en la región, y la destreza técnica de los talabarteros
generaron una relevante producción de envases que facilitaron el transporte
regional de corta, mediana y larga distancia. Por lo tanto, los talabarteros
contribuyeron sustancialmente para que los arrieros y troperos pudieran
asegurar el servicio regular de transporte terrestre que se extendía desde el
Paraguay hasta Chile, y desde el Atlántico hasta el Pacífico.
El presente estudio
ha permitido detectar el volumen notable de producción que alcanzaron las
manufacturas en cuero y su relevancia para aportar contenedores para elaborar
productos, transportarlos y comercializarlos. El cuero formó parte importante en la economía
del Cono Sur, particularmente en Chile y Cuyo, por su constante presencia en la
economía y la vida social. Los utensilios y envases de cuero se utilizaron en
la producción, el transporte, la comercialización y la vida cotidiana. En
minería y vitivinicultura se utilizaban regularmente contenedores de cuero
(noques, capachos, lagares). El transporte se realizaba con contenedores de
cuero (zurrones, petacas, odres), lo mismo que el comercio y la vida cotidiana.
Había una constante demanda de cueros labrados para múltiples usos, lo cual
permitió consolidar una rama de la economía manufacturera de singular
relevancia. La sociedad hispanocriolla se apoyó constantemente en los objetos
de cuero labrado para la vida económica, social y personal. Hubo un constante
abastecimiento de estos recipientes y utensilios, generados por artesanos
especializados en el trabajo del cuero, que se han mantenido en buena medida
invisibilizados por la historiografía.
La manufactura en
cuero floreció en el marco del paradigma artesanal que se extendió a lo largo
de los tres siglos del periodo colonial. Pero, entró en crisis cuando se
produjo la transición del paradigma artesanal al paradigma industrial, cuando
las máquinas podían producir grandes cantidades de bienes a bajo precio. Ese
fue el contexto en el cual se plantearon los debates de liberalismo y
proteccionismo del siglo XIX. Los artesanos perdieron mercado, pero sus
conocimientos y tradiciones trataron de mantenerse como legado cultural.
[1] Asociación Interamericana de la Propiedad Intelectual
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[13] Lacoste, Pablo, El pisco nació en Chile, Santiago de Chile, RIL, 2016, pp. 143-158.
[14] Brown, Kendall, 2008, Ob. Cit.
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[21] Páez, Roberto, “Balsas
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[22] Poepping, Eduard, Un testigo de la alborada de Chile (1836-1829), Santiago de
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[24] De Covarrubias,
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[25] La Academia Española, Diccionario
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[26] Bibar, Gerónimo, 1558, Ob. Cit.
[27] Medina, José Toribio, Chilenismos. Apuntes lexicográficos,
Santiago de Chile, Imprenta Universo, 1928,
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[28] Archivo del Poder Judicial de San Juan (en adelante
APJSJ), Protocolo (en adelanta Prot.) 1785-86, Inventario de bienes de Juan de
Castro, San Juan, 30 de junio de 1785, Fs. 73.
[29] APJSJ, Prot. 1785-86, Inventario de bienes de Domingo
Matías Frías, San Juan, 23 de agosto de 1785, Fs. 141v.
[30] APJSJ, Prot. 1774, Inventario de bienes de José
Chegaray, San Juan, 8 de noviembre de 1774, Fs. 189v.
[31] Archivo General de
la Provincia de Mendoza (en adelante AGPM), Tasación de bienes de Ignacio
Moyano y Antonia de Coria, Mendoza, 10 de diciembre de 1765, Carp. 239,
Documento 11, Fs.16v. Esta propiedad incluía una viña de 2500 cepas y bodega
con 200 arrobas de vasija.
[32] Covarrubias, Sebastián de, 1611, Ob. Cit.,
p. 989.
[33] Diccionario
de Autoridades, Madrid, Gredos, Volumen III, 2002 [1737], p. 577.
[34] La Academia Española, 1852, Ob. Cit.,
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[35] Mil y Una
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[36] León Morales, Yoana,
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[37] Sánchez Hernández, Sara, “Sayo, zurrón y cayado:
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[38] Declaración de Pedro García, cautivo, Mendoza, 10 de
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jurisdicción de Mendoza. Año 1658”, Revista de
la Universidad de Córdoba, 16, 1929, p. 5.
[39] Witt, Heinrich, The Diary of Heinrich Witt. Edited by
Ulrich Mücke. Leiden/Boston, I, 2015,
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[40] “Documentos para la
historia de la sublevación de José Gabriel de Tupac Amaru”, en De Angelis,
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VII, 1° edición, Buenos Aires, Imprenta del Estado; edición moderna consultada,
Buenos Aires, Plus Ultra, 1971, [1836], pp. 440-441.
[41] Aguilera, Carmen,
1985, Ob. Cit., p. 21.
[42] La Academia Española, 1852, Ob. Cit,
p. 534.
[43] Concolorcorvo, El lazarillo de los ciegos caminantes desde Buenos Aires hasta Lima,
Buenos Aires, El Cardo, 2006, p. 36.
[44] Medina, José
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(1964) Diccionario folklórico argentino, Buenos
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[45] Poepping, Eduard, 1835, Ob. Cit.,
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[46] Concolorcorvo, 1773, Ob. Cit., p. 36.
[47] Maurín Navarro, Emilio, Contribución al estudio de la historia de la
vitivinicultura argentina, Mendoza, INV, 1967, p. 59.
[48] Sánchez Andaur, Raúl, La empresa económica jesuita en el obispado de
Concepción (Chile): 1610-1767, Universidad de Chile, Tesis Doctoral, 2006, p.
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[49] APJSJ, Prot. 1785-86, Inventario de bienes de Domingo
Matías Frías, San Juan, 23 de agosto de 1785. Fs. 140.
[50] Sánchez Andaur, Raúl, 2006, Ob. Cit.,
p. 162.
[51] Graham, María, Diario de su residencia en Chile, Santiago de Chile,
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[52] Creus, Angels y Fuente, Félix, 2016, Ob. Cit.
[53] Castelló Iturbide,
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[54] Guibovich Pérez,
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[55] Assuncao, Fernando, 1999, Ob. Cit.,
p. 184.
[56]
Concolorcorvo, 1773, Ob. Cit., p.
58.
[57]
Poepping, Eduard, 1835, Ob. Cit., p. 174.
[58] Gatica, María Delia, Diccionario
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Editorial Sanluiseño, 1995, p. 243.
[59] APJSJ, Prot. 1775, Inventario de bienes de Toribio de
Santibáñez, San Juan, 12 de setiembre de 1775. Fs. 147.
[60] Aranda, Marcela, 2011, Ob. Cit.
Premat, Estela, et al., 2012, Ob. Cit.
[61] Brown, Kendall, 2008, Ob. Cit,
p. 71. Ibárcena, José, 2018, Ob. Cit., p. 216.
[62] Bibar, Gerónimo, 1558, Ob. Cit.,
p. 9.
[63] Stewart, Daniel, “Las
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durante el siglo XVII”, Rivar, Vol. 2,
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[64] ANH, FRA, Vol. 587, Declaración de Hernando Bolado,
La Serena, 5 de junio de 1649, Fs. 62.
[65] ANH, Fondo Notariales de La Serena, Vol. 8, Contrato
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[66] Stewart, Daniel, 2015, Ob. Cit.,
p. 221.
[67] ANH, Fondo Judiciales de San Felipe (en adelante
FJSFpe), Leg. 21, Pieza 25, Inventario de bienes de Margarita Camus, Los Andes,
10 de noviembre de 1845. Fs. 17v.
[68] ANH, Fondo Judiciales de Santiago, Vol. 320,
Inventario de bienes de la hacienda Larmagüe, Santiago-Pichidegua-San Fernando,
15 de setiembre de 1798. Pieza 2, Fs. 7.
[69]AHN, Fondo Judiciales de San Fernando, Leg. 24, Pieza
2, Inventario de bienes de Pedro José Núñez de Guzmán, Estancia San Juan de la
Sierra, Colchagua, 9 de noviembre de 1787, Fs. 47.
[70] ANH, FJSFpe, Leg. 21, Pieza 25, Inventario de bienes
de Margarita Camus, Los Andes, 10 de noviembre de 1845. Fs. 17v.
[71] ANH, Fondo Jesuitas de Chile (en adelante FJCH),
Volumen 10, Pieza 5, Inventario de bienes de la Hacienda Chacabuco, 22 de
noviembre de 1767, Fs. 65.
[72] ANH, FJCH, Vol. 10, Pieza 5, Inventario de bienes de
la Hacienda Chacabuco, 22 de noviembre de 1767, Fs. 66.
[73] ANH, FJCH, Vol. 13, Pieza 4, Inventario de bienes de
la Hacienda La Calera, 1767, Fs. 51v.
[74] ANH, FJCH, Vol. 2, Pieza 4, Inventario de bienes de
la Hacienda La Punta, Renca, 26 de agosto de 1767, Fs. 144.
[75] Sánchez Andaur, 2006, Ob. Cit.,
p. 98-101.
[76] Morales, Manuel, 1940 [1787], Descripción de la provincia de Cuyo,
Mendoza, Junta de Estudios Históricos, p. 120.
[77] Concolorcorvo, 1773, Ob. Cit., p. 34.
[78] Archivo General de la Provincia de San Juan, Prot.
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[79] Pérez Rosales,
Vicente, 1857, Ob. Cit., p. 234.
[80]
Poepping, Eduard, 1835. Ob. Cit., p.
117.
[81] Diccionario
de Autoridades, 1737, Ob. Cit., tomo II p.138.
[82] Academia Argentina
de Letras, Diccionario del habla de los argentinos,
Buenos Aires, Espasa, 2003, p. 176.
[83] Ozán, María Fanny y
Pérez Sáez, Vicente, Diccionario de
Americanismos en Salta y Jujuy, Salta, Arco/Libros, 2006, p. 184.
[84] Concolorcorvo, 1773, Ob. Cit.,
p. 109.
[85] Pérez Rosales,
Vicente, Ensayo sobre Chile, Santiago de Chile,
PUC-CCHC, 2010 [1857], p. 234.
[86] Witt, Heinrich, 2015, Ob. Cit., p. 497.
[87] Castro, Oscar, Llampo de Sangre,
Santiago de Chile, Editorial del Pacífico, 1954, p. 150.
[88] Darwin, Charles, Viaje de un naturalista alrededor del mundo, Buenos Aires,
El Ateneo, 1945 [1834], p. 316.
[89] Gay,
Claudio, 1855, Ob. Cit., tomo I p. 473.
[90] Witt, Heinrich, 2015 p. 476.
[91] Espinoza, José y Bauzá,
Felipe, “Descripción del obispado de Santiago”, en Sagredo, Rafael y González
Leiva, José Ignacio, La Expedición Malaspina en
la frontera austral del imperio español, Santiago de Chile, Editorial
Universitaria, 2004 [1797], pp. 520-522.
[92] Cubillos, Adela, 1992, Ob. Cit.
[93] Coria, Luis, 1988, Ob. Cit.,
p. 211.
[94] Gaceta de
Buenos Aires, 1 de marzo de 1817.
[95] El Liberal, Santiago, 16 de diciembre de 1823.
[96] Archivo Nacional Histórico de Chile (en adelante
ANH), Fondo Real Audiencia (en adelante FRA), Vol. 587, Revisión del
arrendamiento de la chacra de Quilacán, Fs. 68.
[97] Coria, Luis, 1988, Ob. Cit.,
p. 193.
[98]
Poepping, Eduard, 1835, Ob. Cit, p.177.
[99] Pérez Rosales, Vicente, 1857, Ob. Cit.
[100] Memorias de un oficial de marina
inglés al servicio de Chile durante los años 1821-1829, Imprenta Universitaria,
Santiago, traducción de José Toribio Medina, 1923, p. 264
[101] ANH, Fondo Contaduría
Mayor, Serie 1, Vol. 2359, Partida de comercio, Camino Real de Cordillera, 17
de diciembre de 1796, Fs. 382.
[102]
Poepping, Eduard, 1835, Ob. Cit, p.
174.
[103] Sánchez Andaur, 2006, Ob. Cit., p.158.
[104] Cubillos, Adela, Ob. Cit.
[105] Concolorcorvo, 1773, Ob. Cit., pp. 78-79.
[106] AN, Fondo Notarios de La Serena, Vol. 14, Inventario
de bienes de Antonio Gómez de Galleguillos, hacienda Pachingo, La Serena, 24 de
abril de 1695, Fs. 216.
[107] Concolorcorvo, 1773, Ob. Cit., p. 98.
[108] Plath, Oreste, 1981, Ob. Cit., pág. 26.
[109] Ozán María; Pérez, Vicente, 2006, Ob. Cit., p. 634.
[110] Coluccio, Félix,
1964, Ob. Cit., p. 369.
[111] APJSJ, Prot. 1775, Inventario de bienes de Toribio de
Santibáñez, San Juan, 12 de setiembre de 1775, Fs. 147.
[112] Concolorcorvo, 1773, Ob. Cit., p. 88.
[113] AGPM, Carp. 213, Documento n° 12, Declaración del
tropero Isidro Atencio, Mendoza, 25 de enero de 1769, Fs. 25
[114] El Alguacil Mayor
para que nombre comisionado que aprehenda al negro Lorenzo Carrillo, fugado de
la Cárcel. AGPM, Carp. 214, Documento 29, Mendoza, 22 de mayo de 1769
[115] AGPM, Documento 25, Joaquín Rull contra
negro Vicente, por robo. Mendoza, 3 de febrero de 1782. – 8 fojas sin Nº, 8 Fs.
[116] AGPM, Documento 23, Juicio
criminal seguido por Francisco Fernández, contra Sebastiana Zeballos (mulata)
por robo. Mendoza, 2 de junio de 1806, Fs 1-12.