ENTRE CONSENSOS Y
“SEDUCCIONES”: JEFES MILITARES Y TROPAS EN TUCUMÁN DURANTE LA PRIMERA MITAD DEL
SIGLO XIX
Marisa Davio*
El
estudio de la militarización de la sociedad experimentada en Buenos Aires con
las invasiones inglesas de 1806 y 1807 y el proceso revolucionario de
Desde entonces, la historiografía argentina ha
intentado responder al estudio de las experiencias de militarización y
politización de los sectores populares en base a las propias perspectivas de
estos actores: cómo veían los cambios producidos a lo largo de la primera mitad
del siglo XIX, si estaban politizados, sus experiencias de militarización, la
relación con las autoridades militares y políticas y las costumbres o prácticas
sociales y culturales que se vieron afectadas a raíz de dichas transformaciones[2].
Partimos de la premisa que los sectores populares, pese a su heterogeneidad, compartieron un grado de subordinación con respecto a las élites y recibieron diferentes denominaciones de acuerdo al tiempo y al espacio estudiado[4]. Además, se constituyeron en miembros activos de los cuerpos militares formados por los gobiernos locales y extra locales o por los líderes políticos y fueron convocados en momentos conflictivos en los que se hizo necesario incrementar el número de tropas.
La
guerra revolucionaria en Tucumán culminó con la partida del Ejército Auxiliar
del Perú a las provincias del Litoral a principios de
Durante el período de investigación seleccionado, las relaciones entre jefes y tropas fueron modificándose de acuerdo con los contextos políticos diferentes por los que atravesó la provincia y el espacio extra-local, aunque las mismas variaron de acuerdo a si se trataba de milicias locales o un ejército de línea organizado a nivel local o centralizado- como ocurrió durante la época revolucionaria con el Ejército Auxiliar del Perú y su acantonamiento en Tucumán por el espacio de tres años. La constitución y organización de los regimientos y batallones milicianos y de línea fue diferente de acuerdo al contexto y a las jerarquías sociales que establecían claras distinciones entre los integrantes de los cuerpos de línea- integrados en su mayoría por la “gente común”- y los milicianos- los cuales, en teoría, portaban su condición de vecinos[7]. En este sentido, las tropas milicianas al menos conservaban la distinción con respecto a la “gente común”, sometida a rigurosos castigos ante cualquier acto de insubordinación. Es decir, existía una importante diferencia en el trato proporcionado a individuos pertenecientes a tropas milicianas y a los integrantes de las tropas de línea. Una sanción efectuada a soldados milicianos en 1834 puede constatarnos esta afirmación:
[…] Los soldados Paulino Díaz y Sandalio Brandán,
regresan en libertad por haber acreditado su inculpabilidad. Quiera el Sr.
Coronel […] tener presente la gran diferencia que hay entre las milicias y
tropa sujeta a rigurosa ordenanza, la que por la menor falta se hace acreedora
del más severo castigo […] los soldados Paulino y Sandalio, se ocupaban en esas
circunstancias de correr guanacos y no fueron citados, de modo que nunca puede
clasificarse por un formal desobedecimiento; y aún en este caso debe levantarse
una información sumaria para el castigo de los naturales que se expresan […][8]
El ejército de línea y las milicias locales resultaron canales viables para el análisis de la participación de dichos sectores dentro del espacio público pues los roles, actitudes, creencias e identificaciones desempeñados por los sectores populares como contribuyentes de las bases de poder, resultaron esenciales para comprender las estrategias empleadas por las élites, es decir, los mecanismos de negociación y consenso que debieron implementar para el manejo de la fuerza militar. En atención a la guerra y a las respuestas obtenidas por parte de los sectores sociales involucrados, los grupos de poder intentaron controlar las milicias y el ejército regular, ante la constante necesidad de reclutamiento.
El
ejército de línea, fue creciendo en
En Tucumán, las
milicias fueron instituidas desde el período colonial, aunque no generaron
demasiadas adhesiones entre los vecinos. El deber de defender la ciudad era
frecuentemente excusado y traspasado a sectores más bajos dentro de la
sociedad, que no podían formalmente liberarse de tal obligación. En general,
los vecinos se mostraban poco preocupados por los servicios militares y
enviaban en su lugar encomendados o asalariados. En las décadas anteriores a
Las milicias, constituidas en tropas auxiliares convocadas en momentos de urgencia, intervenían en la jurisdicción provincial en ocasiones extraordinarias y debían auxiliar en la realización de obras públicas, contribuir material o monetariamente en caso de ataques, aunque se les permitía ciertas libertades, como el poder ejercer actividades fuera del ámbito militar. No obstante, una vez iniciado el proceso revolucionario, las milicias se convirtieron en cuerpos de permanente reclutamiento, debido a la guerra contra el enemigo español en el frente norte del virreinato. Además, las levas compulsivas y la utilización de la fuerza no habrían resultado suficientes para el reclutamiento, razón que explicaría la implementación de toda serie de “seducciones” para convocar a las tropas, ya sea por parte de las autoridades oficiales o por facciones opositoras.
Desde la constitución del Virreinato del Río
de la Plata, se promulgaron distintas reglamentaciones referentes a una
reorganización de las milicias, para defender las ciudades ante la creciente
amenaza de pueblos indígenas en las fronteras y auxiliar a las deficientes
tropas veteranas[11].
Sin embargo, fue el “Real Reglamento” de 1801 el que intentó regimentar a todas
las provincias del Virreinato sobre la constitución, deberes y privilegios
concedidos a los milicianos para promover un espíritu de adhesión a la
actividad militar entre “vecinos y moradores”. Durante las décadas posteriores
a la independencia, se seguía remitiendo a esta reglamentación de fines de la
Colonia, para resolver querellas o conflictos judiciales en los que estuviesen
implicados milicianos[12].
Estudios de caso han comenzado a analizar las milicias en relación con las modificaciones surgidas desde fines de la etapa colonial y la participación y militarización de nuevos sujetos históricos a raíz de los movimientos de independencia en España y en América. Análisis recientes advierten que a partir del proceso de independencia se fueron construyendo identidades nacionales y que la lucha entre españoles y americanos habría constituido una guerra civil entre dos lealtades políticas, que duró más de dos décadas[13].
Para Roberto Schmit,
el poder militar fue fundamental para la imposición de los liderazgos políticos y se convirtió en el principal canal que conectó al Estado con todos los habitantes, acercando a los hombres de “toda clase” a los imaginarios construidos por los sectores dirigentes, en un proceso de interacción entre notables y masas rurales[14].
Las formas de reclutamiento implementadas por los diferentes gobiernos en esta primera mitad del siglo, oscilaron entre la compulsión- traducida en las levas masivas y el reclutamiento forzoso-, los incentivos otorgados a las tropas para su permanencia dentro de los cuerpos militares y la “seducción”- referida a la capacidad de jefes militares u oficiales disidentes para adherir gente con promesas materiales, monetarias y la difusión de ideales opuestos a los gobiernos de turno. Así, las élites gobernantes intentaron sostener el poder político por medio del empleo de la fuerza física, aunque combinada con mecanismos de negociación y consenso que aseguraron la legitimidad de sus acciones, debido a la ausencia de un poder político suficientemente fuerte e institucionalizado que pudiera generar cadenas de mando más efectivas.
Las
fuentes utilizadas se encuentran en la sección administrativa del Archivo
Histórico de Tucumán, las cuales contienen una valiosa información sobre partes
de oficiales, decretos, notificaciones y sumarios militares, que se han
complementado con memorias de oficiales y tradición oral expresada en cantares
históricos. Las técnicas a emplear son las cualitativas, basadas en el análisis
de los términos empleados y en el contenido de los discursos y sus significados
de acuerdo al contexto histórico[15].
1. La relación entre jefes y tropas
Fruto de la
militarización de la población que duraría hasta bien entrado el siglo XIX, la
relación establecida entre los jefes militares y sus subordinados permitió a
los gobiernos de turno entablar una relación más directa con la “gente común”,
a fin de orientarla en sus intereses políticos y pretensiones personales. Los
jefes militares y caudillos[16],
al igual que los curas rurales, lograron un acercamiento más próximo hacia las
tropas y actuaron como mediadores[17]
entre los proyectos políticos hegemónicos y los sectores más bajos dentro de la
sociedad[18].
Este trabajo
intenta una aproximación a las relaciones de mando y obediencia entabladas
entre los jefes militares y sus subordinados milicianos y de línea, para
comprender los mecanismos de negociación y consenso establecidos a la hora de
cooptar gente para sus fines políticos y militares. En este sentido, la lealtad
y subordinación reclamadas por los jefes y muchas veces quebrantada por las
tropas, la protección de los jefes a sus subalternos o la concesión de
recompensas que garantizaran su seguimiento, señalan problemas centrados en el
respeto y la obediencia[19]
de los sectores populares hacia dichos jefes. Cuestiones como el honor, el
prestigio o la dignidad, resultaron esenciales para la compresión de este tipo
de relaciones[20].
Es necesario
considerar que, pese a las relaciones de verticalidad establecidas entre jefes
y subalternos, la reciprocidad como mecanismo de transferencia e intercambio de
servicios, constituyó uno de los ejes principales a través del cual giraron las
nociones de obediencia, lealtad, subordinación y seguimiento a una causa que consideraban
en cierta medida común. Por otra parte, la cuestión del respeto hacia los jefes
como garantía de obediencia, también constituyó un elemento esencial para
garantizar el seguimiento y cumplimiento de las órdenes.
En ocasiones, los miembros de las tropas-
sobre todo en el caso de las milicianas- eran peones de los jefes militares u
oficiales, situación que generaba una combinación de decisiones arbitrarias,
con una política de negociación y concesiones[21]. Así,
las relaciones entre jefes y subordinados estuvieron marcadas por una relación
de negociación que permitía un ejercicio más efectivo del poder de los jefes y
oficiales. En la sociedad tucumana, los jefes militares u oficiales se valieron
de una serie de estrategias para “contar con gente adicta” a sus fines
políticos y militares en una época signada por la inestabilidad política.
Además, estos jefes apelaron a otro tipo de gente con las que consensuaban una
relación de tipo circunstancial, para llevar a cabo las rebeliones, motines o
conspiraciones contra los gobiernos. Consideramos
que un fenómeno de este tipo, sólo puede comprenderse desde el contexto y el
objeto de investigación planteado que, en nuestro caso, llevaría a resaltar la
relación recíproca entre las partes como el cumplimiento de las promesas y
concesiones propuestas por los jefes hacia sus subordinados y el consiguiente
seguimiento de éstos últimos.
Para
identificar relaciones de consenso y negociación entre los actores en estudio,
hemos analizado casos emblemáticos que pueden proporcionar posibles respuestas
a la temática general planteada.
1. 1. Los mecanismos de
negociación y consenso entre jefes militares y tropa en el Tucumán
post-revolucionario
1.1.1. La cuestión del
respeto y la obediencia
El servicio
de armas se basó en la verticalidad de sus relaciones y en la estructura
jerárquica de sus miembros, a fin de permitir el total seguimiento, lealtad y
obediencia al superior. La violación de uno de estos principios, significaba un
crimen de alta traición y la
imposición de penas no sólo como castigo, sino también como dispositivo
ejemplar para el resto de los subordinados.
De acuerdo con ello, los jefes militares de las
milicias y el ejército regular, debían necesariamente obedecer las
disposiciones emanadas de sus superiores así como sus subalternos, las de ellos
mismos.
En la práctica, esta relación de obediencia al
superior no siempre pudo cumplirse y la reciprocidad y negociación actuaron en
su reemplazo para el logro de fines políticos de las élites. La inexistencia de
un gobierno central formalmente constituido a partir de los años ‘20, sumado a
la falta de control exclusivo de la fuerza física por algún grupo de poder en
cada provincia[22],
provocó que las relaciones cara a cara fueran más frecuentes entre los integrantes
del servicio de las armas y se elaboraran redes de poder entre las élites y los
sectores populares que permitieran la realización de los objetivos políticos.
De esta manera, una insubordinación o un desacato podían llegar a modificar los
fines deseados.
En aquellos períodos en los que el poder ejecutivo
logró un control efectivo de la fuerza militar, al menos de carácter provincial
o regional, fue lográndose una estabilidad política que posibilitó la
construcción e institucionalización de las relaciones entre los miembros del
ejército y de la sociedad en general. No obstante, la efectiva instauración de
un ejército “profesional” recién podría llevarse a cabo a partir de la segunda mitad del siglo
XIX, a raíz del proceso de construcción de un Estado consolidado a nivel
nacional.
A continuación, se analizan casos de desacatos y
desobediencias dentro de la jerarquía militar consumados por integrantes de las
tropas hacia sus superiores como también insubordinaciones de los jefes hacia
el gobernador de turno y abusos hacia sus subordinados en diferentes contextos
políticos por los que atravesó la provincia. De esta forma, las cuestiones del
respeto y la obediencia dentro de la jerarquía militar, dejan entrever los
intersticios en la construcción de un poder efectivo e institucionalizado.
El seguimiento a un jefe resultaba efectivo si este
lograba consenso y legitimidad entre la tropa. La atribución del poder
conferido por el gobierno a un jefe en particular era insuficiente si éste no
lograba establecer un consenso entre sus miembros dependientes[23].
Durante la época revolucionaria, los jefes y
oficiales debieron implementar toda serie de estrategias para convocar a las
tropas al reclutamiento. Este conllevó la necesidad de instaurar símbolos patrios asociados a
la nueva causa y difundir los ideales revolucionarios en fiestas cívicas y
religiosas sobre los sucesos acontecidos desde la constitución de
En cuanto a la cuestión del respeto y la obediencia
que los jefes debían asumir con sus subordinados para hacer efectiva su
convocatoria, observamos la percepción
del General Gregorio Aráoz de
Después de formado el escuadrón de húsares y reconocido yo por el Teniente Coronel y Jefe de él, llegó el señor brigadier General Belgrano, de Buenos Aires, a recibirse del mando del ejército relevando al General Rondeau [...] El Señor Rondeau era por lo demás un excelente sujeto en todo sentido, no era respetado en el ejército por su excesiva tolerancia y bondad, por cuya relación había poca subordinación a él, en la mayor parte de los jefes, así fue que casi todos, habían llevado una conducta irregular mientras anduvieron en el Alto Perú[24].
Como contraparte, realzaba la autoridad propia de Belgrano para relacionarse con la tropa y lograr el establecimiento de una rigurosa disciplina[25].
En el
momento de saberse en Trancas que el General Belgrano se había recibido del mando del ejército y que pasaba a
revistar los cuerpos allí existentes, hubo un zafarrancho general, y en el
acto, no quedó una sola mujer en el
ejército, todos salieron por caminos extraviados. Tal era la moral y disciplina que había
introducido en él cuando lo mandó por primera vez y tal el respeto con que
todos lo miraban[26].
Para el General José María
Paz- que también actuó como jefe militar en el Ejército del Perú- era José de
San Martín el General que había logrado incentivar a la tropa para evitar la
deserción, a través del pago riguroso y “sin dejar de
dar al soldado buenas cuentas semanales, que si no completaban su sueldo, le
suministraban al menos para sus más preciosos gastos”[27].
Por el
contrario, las órdenes emanadas del General Belgrano,
[…] adolecían a veces de una
nimiedad suma y parecían dictadas más bien para pupilos que para hombres que
estaban con las armas en la mano y que debían mandar otros hombres que les eran
subordinados; se interesaba demasiado en las relaciones privadas, sin dejar a
la juventud la expansión necesaria para moverse y mostrarse, dentro de la
órbita que marcan las leyes. Castigaba el desafío con una severidad ejemplar, y
exigía una abnegación, un desinterés, un patriotismo tan sublime como el que a
él mismo lo animaba[28].
A pesar de demostrar una visión positiva sobre el
carácter de Belgrano en cuanto a la dirección del ejército, Paz consideraba su
disciplina demasiado exigente y rigurosa hacia la tropa y a sus mismos
oficiales subalternos. Esta actitud, derivada de su escaso conocimiento
profesional de la disciplina, llevaba a Belgrano a preocuparse por asuntos que
extralimitaban lo estrictamente militar, generando en ocasiones, muchas
resistencias.
Dos décadas después, las guerras civiles y el
afianzamiento de la hegemonía federal de Rosas sobre la Confederación Argentina
permitieron, a nivel local, la asunción del General Alejandro Heredia como
gobernador[29]
y el comienzo de una época signada por una cierta estabilidad política e
institucional y la organización miliciana y de línea en la provincia y en las
regiones sometidas a su Protectorado, creado en 1836[30].
En este contexto, también se han encontrado casos en los que se hizo presente
la falta de autoridad en las resoluciones de los oficiales de diferentes
regimientos. Esta situación generaba conflictos en el cumplimiento de las
órdenes emanadas por el gobernador. De esta manera, puede observarse de qué
manera en el trato cotidiano continuaba siendo necesario asegurar la obediencia
y el respeto hacia la autoridad en general, a pesar de haberse logrado una
estabilidad política y una institucionalización de las funciones públicas.
Una disposición del gobernador ante las
insubordinaciones e insultos cometidos por el oficial de Río Chico al Alcalde,
disponía que “se debe respetar a la
autoridad pública así como esta está en la obligación de respetar a los jefes
militares, a quienes insultándolos pierden su fuero llano y se sujetan a la
jurisdicción militar”[31].
En otra causa, se acusaba a los oficiales del
escuadrón de Lules que “no obedecen ni son obedecidos”, o la sanción de Heredia
al coronel Mendivil del regimiento Nº 3 quien, a causa de no haber sido
obedecido por un subalterno, dispuso que en lo sucesivo tuviera “mayor firmeza
en el mando”[32].
De igual manera, en ocasiones eran los mismos jefes
u oficiales que se insubordinaban ante sus superiores, cometiendo arbitrariedades
con sus subalternos. En estos casos, no sólo eran reprendidos hasta el riesgo
de perder sus cargos, sino también eran los mismos subordinados que acudían a
la justicia para reclamar los malos tratos y solicitar una reprimenda al
acusado.
Lorenzo Alzogaray, soldado de milicias de la
segunda compañía de Monteros, fue herido gravemente por su capitán, Don Marcos
Robles “por haber desobedecido a sus órdenes”.
Para la causa se citaron varios testigos, entre ellos los soldados Juan Asencio
Guerrero y Cornelio Magallán, el sargento Joaquín Rodríguez y el alférez Don
Julián Ituarte, de la misma compañía de Monteros. En sus declaraciones, todos
coincidieron en la inculpabilidad del soldado y en que el capitán había actuado
con suma arbitrariedad, pues al llegar a la casa de Alzogaray con su partida a
apresarlo y preguntar éste mismo sobre el motivo de su prisión, “el capitán respondió que no tenía necesidad de
dárselo, y echando mano al trabuco le puso los puntos y no habiendo dado juego a dicha arma, le echó mano a su sable
acometiendo contra Alzogaray”. Los testigos afirmaron también que el
soldado no había faltado en ningún momento el respeto al capitán y no ofreció
la mayor resistencia, sino que “solo quería
saber la causa de su prisión”. Luego se tomó declaración al mismo
Alzogaray, quien explicó que el día anterior había ido un cabo a citarlo para
prestar servicios, y él pidió que lo dispensasen en razón de la labranza de su
tabaco, pero si era muy preciso estaba dispuesto a obedecer, “que aunque pobre,
era hombre de bien, nunca pensó desobedecer y que era costumbre cuando un
hombre tenía que hacer algo, y decía a su cabo que estaba ocupado, sabían de
entender”.
Por último, declaró el mismo Capitán Robles
reconociendo “haber herido a Lorenzo
Alzogaray, pero que fue por orden del coronel Mendivil”[33].
En la causa, vemos aparecer cuestiones relacionadas
con la obediencia y el respeto al superior dentro de la jerarquía militar. Los
testigos convocados, pertenecían tanto a la tropa como a la oficialidad y todos
coincidieron en la inocencia del soldado al preguntar el motivo de su prisión.
Sin embargo, cuando se le preguntó al capitán sobre su accionar, transfirió la
responsabilidad a su superior, pues “sólo
respondía órdenes de éste”.
El soldado Alzogaray reconoció su negativa
pronunciada el día anterior al ser convocado por la milicia por estar ocupado
en su labranza. No obstante, expresó estar dispuesto a obedecer si era preciso
y que era usual concederles permiso ante tales situaciones.
De aquí se desprende que había obligaciones que
cumplir entre los milicianos, sobre todo entre los más pobres, pero que podían
llegar a eludirse ante una causa justificada. No obstante, dicha causa no había
sido respetada por el capitán, que había actuado arbitrariamente contra el
soldado.
La obediencia y el respeto a un superior
constituían dos principios básicos dentro de la jerarquía militar, siempre y
cuando sus miembros respetaran algunos consensos preestablecidos y los
superiores lograran exigir obediencia partiendo desde el respeto a sí mismo y
hacia los otros.
El proceso ordenado por el gobierno de Heredia
contra el capitán Berasaluce, comandante de
En
otra situación, se denunciaba también a un capitán, Don Javier Riarte del
regimiento N° 2, “por andar públicamente borracho en los días
de carnaval y haber herido ferozmente a un cabo, expresando que su conducta no
correspondía al honor y dignidad de un oficial”. El gobernador
delegado, exigió al coronel de dicho regimiento, levantar un sumario al capitán
y que “lo remita con un par de grillos”[35].
Durante el gobierno de Gutiérrez[36]
también se denunciaron arbitrariedades y falta de autoridad ejercida por parte
de comandantes, jefes u oficiales. Es decir, aún en contextos caracterizados
por la estabilidad y el orden, resultaba dificultoso disponer de una fuerza
física totalmente adicta a la autoridad.
Hoy estará reunido parte del Regimiento siéndome muy gravoso no decir a Ve. El regimiento completo, pues de las compañías que se han reunido, resultan considerables fallas, mucho más […] del Capitán Don Domingo Costilla, quien gobernando una compañía de más de 130 hombres, me acaba de comunicar el comandante que sólo se le han presentado 14, pues esto es lo que siempre resulta de este capitán, pues estoy bien informado que nadie hace caso de él, porque no se hace respetar, ni castiga a ningún delincuente de los que no obedecen, y en ese estado quedan burlados de él. […][37]
El capitán Costilla no se hacía respetar y ello generaba la desobediencia de sus
subordinados a las órdenes por él pronunciadas. Esta afirmación nos permite
constatar una vez más la cuestión del respeto al superior, pues el mismo
implicaba expectativas, generaba confianza y reconocimiento, a la vez que
promovía e incentivaba la obediencia.
1. 1.2. “Seductores” y
“seducidos”: entre promesas y lealtades
¿Qué significaba concretamente la “seducción” y
hacia quiénes estaba dirigida? ¿Cuáles eran las promesas ofrecidas por los
jefes militares para garantizar su seguimiento? ¿Qué tipo de estrategias y
seducciones implementaron para tal fin y cuáles fueron las respuestas de los
sectores populares presentes en las tropas?; ¿Cómo funcionó la reciprocidad en
este intercambio de favores?
El Diccionario de
A partir de la década de 1820, se hicieron cada vez
más frecuentes las denuncias por “seducción”
de jefes para conseguir el seguimiento e incrementar el número de
sus tropas. Según Raúl Fradkin, las élites concebían los comportamientos
“sediciosos” o conspirativos efectuados por parte de los sectores populares,
como el resultado de una manipulación desde arriba mediante dinero, alucinación
o engaño, la cual era posible debido a la “ignorancia” e “incomprensión”
popular de lo que realmente estaba sucediendo[39].
¿En qué consistieron dichas promesas y cuáles
fueron las reacciones de los seguidores ante su incumplimiento?
Como primera consideración, decimos que los seductores, eran en su mayoría jefes militares u oficiales disidentes del gobierno que intentaban reunir gente para provocar sediciones o movimientos conspirativos y derrocar al poder establecido. La política facciosa instalada desde los años ‘20, se expresó por medio de estos movimientos involucrando a gran parte de la población en los mismos.
Muchos jefes disidentes fueron acusados de “seducir” a las masas, a la “gente común”, como solía llamársela, debido a la incapacidad de éstas de actuar con raciocinio y discernimiento[40].
Ahora, cuando nos acercamos al uso del término y
las exposiciones ofrecidas por los seducidos,
vemos que éstos esperaban el cumplimiento de promesas que los jefes ofrecían
para unirse a sus emprendimientos militares y exponer en muchas situaciones sus
propias vidas.
Los seductores ofrecían garantías y promesas para
asegurar el seguimiento de la tropa, “convidando”[41] a ésta para llevar a cabo el movimiento.
Durante el período revolucionario, no hemos encontrado
demasiadas evidencias de “seducción”. Pese a ello, se registran casos de jefes
militares o líderes políticos “convidando” o “fascinando” a hombres a sus
filas. En estas “fascinaciones” se hallaban implícitos los fundamentos místicos
de la religión, que actuaban como ejes ordenadores de la causa política a
seguir. En una carta del General del ejército realista, Goyeneche, a su primo
Pío Tristán, el primero comentaba la prisión de individuos del ejército enemigo
y como “ellos mismos” habiéndoles explicado la causa del Rey y la lucha por
De los 18 prisioneros que Vs. me remitió hechos por
las armas del Rey en la acción del 17 del mes anterior, después de haberse
atendido su subsistencia en este cuartel general, con toda la humanidad que
recomienda Nuestra Santa Religión y las leyes de la guerra […] y sin embargo de
habérsela ofrecido a los [prisioneros] […] después de vestidos para que con sus
respectivos pasaportes y juramentados de no reincidir de tomar armas en contra
del Rey pudieren dirigirse a su domicilio […] han preferido voluntariamente
nueve de ellos el pedirme la incorporación a las tropas del Rey, con que he
condescendido […] Cuartel General de Potosí, Febrero 4 de 1812. Goyeneche. A
Pío Tristán. [42]
El General Paz, ya advertía en
sus Memorias la política asumida por los realistas y el recurso utilizado para
“fascinar” hombres a la causa del Rey y sobre todo defender
Goyeneche, aprovechándose hábilmente
de nuestras faltas, había [...] fascinado a sus soldados en términos que los
que morían eran reputados por mártires de la religión, y como tal, volaban
directamente al cielo para recibir los premios eternos. Además de política, era
religiosa la guerra que nos hacían [...][43]
Según Paz, el
mismo Belgrano para evitar el desprestigio de la causa revolucionaria y de la
opinión del ejército, tuvo la certeza de
nombrar Generala del Ejército Patriota a
[...] Como la batalla de Tucumán sucedió el 24 de Septiembre, día de Nuestra Señora de las Mercedes, el General Belgrano, sea por devoción, sea por una piadosa galantería, la nombró e hizo reconocer por Generala del Ejército [...] A la misa asistió el general y todos los oficiales del ejército [...] La devoción de Nuestra Señora de las Mercedes ya antes muy generalizada, y había subido al más alto grado con el suceso del 24. La concurrencia, pues, era numerosa, y además asistió la oficialidad y la tropa [...][44]
Con estos ejemplos, es posible
observar la impronta de la religión católica en la sociedad. La misma era
asociada a las causas realista y revolucionaria, para lograr un convencimiento
en una población identificada por la devoción a este culto. Así, la asociación
entre religión y causa política, relacionaba el triunfo de una causa al designio divino y a su vez, el destino apocalíptico del
bando contrario[45].
A partir de la década de 1820,
encontramos que la alusión a la “seducción” de los jefes se volvió aún más
frecuente[46].
En 1821, se inició una causa al oficial ayudante mayor de dragones, Don Caetano Ardiles por haber pronunciado “expresiones seductivas contra la paz y tranquilidad del país denigrando el actual gobierno”. Ardiles había pronunciado insultos contra el nuevo gobernador Abraham González, diciendo que éste no tenía autoridad y que “los paisanos ignorantes” habían hecho muy mal en colocarlo en el poder ejecutivo provincial[47]. De esta forma, la mención a las “expresiones seductivas” quedaba asociada al intento de sedición y oposición del oficial Ardiles al gobierno de González.
El peón Pablo Andrade declaró no haber oído decir nada a Ardiles contra el actual gobierno, y “que no hubo ningún motivo para sospechar que Ardiles fuese enemigo del gobierno”, siendo falsas las acusaciones mencionadas.
Que estando Don Caetano Ardiles en casa del
declarante […] le pidió un medio de aguardiente y un cuartillo de papel y dijo:
este papel se lo pido para que vea que yo sé escribir […] que cuando él había
sido sargento, el Señor gobernador había sido capitán, que muy mal habían hecho
los paisanos en colocarlo, que eran unos ignorantes, que si el tuviera 400
hombres, verían que hombre era él y que no estaba libre, y que en la guerra de
Salta, teniendo el oficial General Don Josef Obit cien hombres, y él sólo diez,
no pudo hacer nada, y que sólo con una traición lo llevo a él y a su gente […]
El reo Ardiles también negó haber expresado palabras contra el gobierno de Abraham González “sino del anterior gobernador ya derrocado Bernabé Aráoz, y que al Señor Abraham González no lo ha conocido”. La resolución del conflicto es interesante, pues el juez Don Miguel Pérez Padilla, decidió absolver al oficial Ardiles dejándolo libre, “sirviendo este auto de suficiente mandamiento”. Es decir, aquí no se elevó al gobernador ni se preguntó a otros testigos para resolver el supuesto caso de seducción, situación diferente con el período de Celedonio Gutiérrez, quien no dejaría pasar ningún caso de sospecha de desobediencia o conspiración contra su persona. Finalmente, esta causa seguida de oficio se resolvió absolviendo al oficial. Las “acciones seductivas” de Ardiles no sólo aludían a retribuciones materiales, sino también la pretensión del “seductor” de convencer o animar a los potenciales seguidores.
En 1822, se denunció al regidor Don Pedro Gregorio
Cobos por “seducir gente” para aumentar la guarnición del teniente coronel Don
Diego Aráoz y unos días después, se acusó al mismo Aráoz por “pretender seducir a la tropa de la guarnición y
prender a los jefes”. Ante tales atrevimientos, en contra del
entonces gobernador Don Javier López, se levantaron los respectivos sumarios
para impedir este tipo de insubordinaciones[48].
En 1828, el
gobernador de Catamarca solicitaba encarecidamente al de Tucumán, que tomara
medidas con respecto al oficial Vasconcelos, quien con una partida de gente “está continuamente haciendo sus incursiones […] con notable perjuicio público y continuamente trabaja por introducir
la desunión, y alarma en los incautos de este territorio”[49].
En un caso de deserción fechado en 1837, se
preguntó a unos soldados como habían hecho para abandonar la tropa y desertar y
quien los había incitado a tal iniciativa. El primero, el soldado José Belmonte
contestó que “no ha tenido más seductor que
Mariano López” y el otro, Meliton Álvarez, dijo
haber salido después de las oraciones solo y fue a casa del
pulpero Manuel Montero donde se encontró con seis mas de los desertores que en
el momento lo sacaron afuera y principiaron a seducirlo hasta que lo
consiguieron de llevarlo […] dijo que los seductores eran Hipólito Aráoz y
Aparicio Aguirre[50].
Los actos de seducción y el intercambio de favores
solo eran posibles en el marco de la falta de institucionalización de la
relación mando/obediencia y de un ejército profesional. Esta situación, impedía
exigir una obediencia absoluta a causa de la escasez de recursos para la
remuneración de las tropas, en contrapartida con un ejército profesional. Esa
misma carencia impedía a quienes detentaban el poder, lograr sostenerse.
¿Cómo funcionó la reciprocidad en este intercambio
de favores? Las concesiones de servicios y bienes intercambiados por
estos actores garantizaron el funcionamiento de este tipo de relación. Los
jefes militares u oficiales otorgaban una serie de concesiones de servicios y
bienes intercambiados para garantizar el funcionamiento de este tipo de
relación. Si alguno de ellos no cumplía con lo prometido, la relación resultaba
infructuosa e imposible de llevarse a cabo. La lealtad al jefe, per se
no estaba garantizada y debía lograrse por medio de estas concesiones y
prácticas de seducción.
Aquellos jefes que pretendían “seducir” gente para
lograr su adhesión, ofrecían concesiones que en la mayoría de los casos se
basaban en promesas materiales como pagos, caballos o alimentos. Sin embargo,
también estaba implícita la intención de atraer gente a una causa o ideal
político generalmente contraria al gobernante de turno. En los casos
encontrados, hemos podido analizar cómo estos jefes u oficiales intentaban
seducir gente con intenciones políticas, difundiendo su posición contraria al
gobierno e intentando persuadir a la “plebe ignorante” y cómo solían dirigirse
a los miembros de la tropa y a los estratos más bajos de la sociedad, de su
seguimiento y conveniencia[51].
Por último, durante el período
de guerra contra
1. 2. La participación
de sectores populares en conspiraciones y motines
Participar dentro de movimientos conspirativos o
motines que atentaran contra el orden y el gobierno establecidos, significaba
un grave crimen que merecía los
castigos más severos[54].
Las montoneras, revoluciones o movimientos conspirativos realizados contra los gobiernos[55] eran considerados movimientos facciosos que tendían a desvirtuar los objetivos políticos imperantes, sobre todo por la participación de sectores sociales considerados peligrosos para el orden social instituido. Los motines, eran rebeliones surgidas dentro del ámbito militar, a causa del incumplimiento del pago o malos tratos otorgados a algunos de los miembros de la jerarquía militar.
En las fuentes hemos encontrado referencias a rebeliones y montoneras producidas en territorios ajenos al espacio provincial[56], en su mayoría promovidos por los mismos jefes u oficiales y no por miembros pertenecientes a las tropas. Dichos jefes habrían “seducido” a las tropas para intervenir en este tipo de levantamientos. No obstante, concordando con la postura de James Scott, existen otros tipos de “resistencias ocultas” que recurren a formas indirectas de expresión, como el chisme, el rumor, los cuentos populares, el refunfuño, que conforman la “infrapolítica”, responsable de construir los cimientos de las posteriores acciones políticas más complejas e institucionalizadas[57]. Por tal razón, rescatar las respuestas ofrecidas por parte de los miembros de la tropa, como las intenciones y objetivos de sus jefes resulta sugestivo para el análisis de su participación e identificación con los propósitos perseguidos, como de sus “formas de resistencias ocultas”, manifestadas implícitamente en sus acciones y descontento con sus superiores[58].
Las formas de convocatoria
impulsadas por los jefes y hacia quiénes estaban dirigidas, como las
reciprocidades establecidas con la tropa, permiten introducirnos en el mundo de
estas sublevaciones y comprender sus mecanismos de funcionamiento.
¿Qué razones explican concretamente el seguimiento de
la tropa a estos líderes militares? A continuación, nos detendremos en el
análisis de casos en los que encontramos la presencia de sectores populares en movimientos
conspirativos organizados contra el gobierno de turno y de motines dentro de la
jerarquía militar. Ellos pertenecen a períodos históricos diferentes que
coincidieron con situaciones
conflictivas en las que las autoridades vigentes debieron hacer uso de su poder
para abatirlos.
El primer caso, lo constituyen los tres intentos de
revolución realizados contra el entonces gobernador Alejandro Heredia. El
primero estuvo organizado por Don Ángel López, un joven abogado y representante
de la legislatura provincial que, junto a miembros de la élite tucumana,
intentó en junio de 1834 realizar una revolución que derrocaría a Heredia del
gobierno[59].
Comprometió a varios personajes de la élite- entre ellos, los comandantes
Calixto Pérez, Sorroza de Monteros, a los Posse de
En el sumario, se menciona a la gente necesaria para
llevar a cabo la revolución, pertenecientes a diferentes localidades de la
provincia, como
En una declaración se aludía a las garantías y
promesas ofrecidas por los líderes de la revolución. Por ejemplo, “para los cívicos carniceros se les iba a rebajar de derecho que pagaban, y
contarían con “los peones del Colmenar y los cívicos del comandante Sorroza”. Es decir, se prometían
retribuciones para la participación en el movimiento.
Pese a su fracaso, en Septiembre del mismo año Ángel
López realizó un nuevo intento de revolución, ahora organizado desde Salta con
el apoyo del gobernador Pablo De
También repuso “que los Madriles desconfiaban del conchabo, a que habían convocados por
Don Ángel y Manuel López y que si acaso resultaba mal la revolución, lo ponían en conocimiento del gobierno”.
Los hermanos Ignacio, Pedro y Nieva Madrid fueron
convocados por el juez para declarar. Ignacio Madrid, expuso que habían sido
conchabados por los López y el Doctor Cuestas para que fuesen a hacer una
revolución en Tucumán, ofreciéndoles siete pesos. Ante
este hecho, el declarante había dado parte al comandante Arguello y que el
único que había ido con los López fue su hermano Pedro. También declaró que no
sabía con qué armas contaban los López y que fue preso por el Comandante Argüello. Por su parte, su
hermano Pedro, también declaró haber sido convocado por el Doctor López quien
había ofrecido “siete pesos para hacer una empresa en
Tucumán, que
después los condujo al declarante y a su hermano al principal, a los que les
dijo que era cosa sigilosa, y que aquel era el pastel que había ofrecido al
Gobernador Heredia”.
Luego, que en la laguna del Timbó había encontrado a Don Ángel López con un tal
“Pan y Agua”, reuniéndose después con doce hombres más, los cuales caminaron
armados hasta Tucumán. Que Ángel López les aseguró que los comandantes Medina y
Pedro Miguel Heredia estaban con él “con toda su gente”, además del gobernador
De
El comandante Cuestas, negó
haber participado en el intento de revolución, y aseguró haber aconsejado a
Ángel López -según el, incitado por el gobernador De
Tú eres muy joven, recién has salido del colegio,
no puedes tener un conocimiento exacto de las personas y de las cosas, y muy
particularmente de los que hoy me supongo tratan de comprometerte; ellos te van
a precipitar en un abismo, y cuando tu intento sea frustrado, ellos mismos te
sacrificarán. No seas niño, tu ambición o tu deseo insano te va a hacer llorar
mucho tiempo, vas a perder tu Patria, y aún comprometer a tus mismos deudos.
Por último, compareció el
comandante Don Julián Fuentes de la localidad de
que no tuvo noticias anticipadas de la entrada de
la gente al Tucumán, ni orden directa para auxiliar a nadie […] ni tampoco
orden de embarazar a nadie a dicha Provincia; que después de haber tenido
noticia de la revolución […] y la noche de las Mercedes en un baile de Don
Mariano Salas […] estuvo en él también Don Ángel López quien le contó que iban
a hacer una revolución […] y que iban protegidos por el gobernador
Otro testigo, Ramón Jerónimo
Odas, conocido como el Gerona, dijo
que Manuel Pan y Agua fue el que “lo convidó” para
marchar a Tucumán para hacer una revolución, que le ofreció cuatro reales
diarios y veinticinco pesos el día que salieran de esta provincia para la del
Tucumán y que habían varios que habían sido conchabados por Don Ángel López.
El último intento de
revolución contra el gobierno de Heredia, fue organizado en 1836 por Javier
López, ex gobernador de Tucumán y tío de Ángel López. Juntos programaron una
nueva invasión a Tucumán contando con el apoyo de personajes como los coroneles
José Segundo Roca, Celestino y Juan Balmaceda, Clemente Etchegaray y el
comandante de Cafayate, Justo Pastor Sosa. Eran unos 175 hombres que penetraron
en suelo tucumano, ocupando Monteros. Sin embargo en la localidad de Monte
Grande- a los márgenes del río Famaillá- fueron finalmente derrotados por las
tropas de Heredia, que nuevamente había sido advertido de esta hazaña[64].
Heredia, esta vez decidió la
pena de muerte para todos los insurrectos, fusilando principalmente a los
cabecillas Javier y Ángel López.
A los generales, jefes y
oficiales que habían participado en la derrota definitiva de los López, se les
concedió una medalla de oro y de plata respectivamente, a los soldados un
escudo de paño punzó y “un metal orlado de
diamantes y todas con el mismo cordón, de lana para los soldados, de seda para
los oficiales, de plata para los jefes y de oro para los generales”[65].
Una glosa popular, conmemoraba
la derrota de los López y aludía también a sus principales cabecillas como a la
“poca gente” con que contaban para la incursión.
A López
por aspirante,
Le salió
la cuenta errada,
El día 21
de Enero
A eso de
la madrugada
De Tupiza
se venía
Con una
gente muy poca […]
López pensó adelantarse
Y gritó
¡Viva
Sin
advertir que al salir
Del Monte
Grande a
Los esperó una emboscada […][66]
En los tres intentos de revolución en los que
participaron distintos personajes de la élite tucumana y salteña liderados por
Ángel o Javier López, hemos observado la necesidad de contar con recursos y
gente, como controlar espacios para llevar a cabo sus fines políticos.
Asimismo, el ofrecimiento de garantías y promesas para participar en los
movimientos, no se habrían limitado sólo a sus pares sino también a los peones
y la “gente” de los caudillos o comandantes. Al analizar el caso de la segunda incursión de
López en Septiembre de 1834, observamos que tanto a los peones conchabados- “los
Madriles”- como al Comandante Fuentes y el oficial Odas, se les ofreció dinero,
armas y “garantías” para participar en la revolución que derrocaría a Heredia
en Tucumán. De los peones, sólo Pedro Madrid, reconoció llegar hasta Tucumán
junto con otros hombres conchabados, para realizar la revolución. No sólo Ángel
y Manuel López habían ofrecido garantías en caso de ser derrotados, sino que
también los habían incitado a participar haciéndoles conocer “el pastel que
había de ofrecer al Gobernador Heredia”. Es decir, les habrían informado sobre
la situación en Tucumán y la supuesta “tiranía” en que estaba sumida la
provincia junto a su gobernador Heredia, con el fin de incitarlos a la revolución.
Otro caso, producido durante el gobierno de Celedonio Gutiérrez, fue propiciado otro intento de conspiración liderado por el caudillo Crisóstomo Álvarez desde Chile en el año 1852. El mismo también ilustra la política aplicada por el gobierno hacia los insurrectos, las promesas y garantías para participar dentro del movimiento y la actitud de los soldados del ejército ante tales ofrecimientos e identificaciones con la causa perseguida por Álvarez[67].
Acorde con los objetivos políticos y militares propuestos por el General Urquiza, a partir de su pronunciamiento contra el poder de Rosas en 1851, Álvarez quiso invadir la provincia y derrocar al gobernador Gutiérrez. Para ello, organizó su plan desde su exilio en Chile, aunque debió primero asegurarse de contar con la suficiente cantidad de recursos y gente en Tucumán. Por esta razón, sus seguidores difundieron en la provincia los planes de Álvarez y la intención de derrocar a Gutiérrez e incorporarse al General Urquiza, en pos de la definitiva organización nacional.
Pronto, se corrió la voz sobre la supuesta “simpatía” que mostraban algunos soldados de la campaña tucumana con la causa perseguida por Álvarez y las ansias por incorporarse a su ejército:
En estos
momentos tengo aviso por un chasqui que hace el Sr. Pérez de Monteros al Sr.
Cura Herrera, que ha oído que algunos soldados no ven las horas de que venga
Álvarez para pararse; el de esta noticia se llama Patrocinio Soria de la casa o
peón de Venancio Delgado […] este mismo me dice que un tal Benicio empleado que
marchó con el Comandante Abrego con 300 hombres, para Tafí ha sido tomado con
toda su división por Álvarez y suelto el tal Benicio quien da esta noticia […]
Rafael Fernández[68].
A fin de conocer los movimientos efectuados por las tropas de Álvarez, los recursos con que contaba y los espacios controlados para llevar a cabo la invasión a la provincia, Celedonio Gutiérrez decidió iniciar un sumario a tres individuos tucumanos de la localidad de Naschi, a quienes indagó acerca de los movimientos efectuados por las tropas de Crisóstomo Álvarez[69].
Según Don Eustaquio Mayrán:
[…] el
salvaje Álvarez recibió 5.000$ que reunieron los oros, y otros sujetos
argentinos para que enganchen gente haciendo creer al intendente de aquel
destino que contribuiría a la pacificación de las convulsiones que había en
aquel país, por lo que consiguió a dicho intendente la exclusiva para la compra
de caballos los que recibió en el número de 400 […] de los cuales hizo montar
200 hombres […] pertenecientes a esta República que los más de ellos estaban
acomodados en aquel destino. Contribuyendo este salvaje con su seducción que
hacen estos secuaces a sus patrones y
que éstos […] en lugar de contribuir a la pacificación de aquel país emprendió
su marcha con los referidos 200 hombres armados […] el salvaje Álvarez había
recibido de los contribuyentes de los $5000,
Otro declarante, Don Manuel José Juárez expresó que el salvaje Álvarez:
Había
enganchado o seducido 200 hombres argentinos que estaban ocupados en los
trabajos de aquel país contribuyendo éste a los seducidos que aún saqueasen a
sus patrones que él respondía por ellos y que para esta operación había
recibido el mencionado Álvarez
Días antes de la invasión, Álvarez le escribía a Gutiérrez sobre la necesidad de delegar pacíficamente el mando sostenido durante tantos años y le comunicaba sobre los hombres y armas con que contaba, según el, identificados con su causa:
[…] le ruego mi querido Gobernador que no haga padecer a mis compatriotas por el empeño de ser Gobernador siempre, recuerde que el bastón no es hereditario y deje libremente que el Pueblo nombre su Gobierno […] su compatriotas no sólo lo respetarán su persona e intereses sino también a todos sus amigos. He tomado en este pequeño combate a hombres prisioneros […] se me presentan de a dos y de a veinte hombres armados de lanza y yo generalmente los mando para sus casas porque tengo fuerzas suficientes para hacer respetar el pueblo tucumano, tantos años tiranizado por los tenientes del verdugo Rosas […] Crisóstomo Álvarez[70].
En otro sumario, iniciado luego de la invasión de Álvarez a la provincia, se preguntó también a los sospechosos el teniente Don Tomás Jiménez, Santiago Ovejero y Francisco Antolín sobre la supuesta colaboración que habrían tenido para preparar para la entrada de Álvarez a la provincia y tomar presos al gobernador Gutiérrez y al comandante de la localidad de Medinas, Don Ramón Rosa Juárez[71]. Según los testigos, la escena se desarrolló en la sombrerería de Antolín, en la cual el labrador Santiago Ovejero invitó al teniente coronel Don Tomás Jiménez para contarle que un tal Baltasar Vico llegó a su casa, a invitarlo a una revolución contra el gobierno:
y le dijo [Vico] que venía ex
profesamente a buscarlo, para decirle que venía Crisóstomo Álvarez y que
contaba con el para que buscase algunos hombres de confianza, para cuando se
fugase S.E. el Sr. Gobernador Don Celedonio Gutiérrez, lo tomasen: que a esto
le contestó dicho Ovejero que estaba con un estado muy pobre, por lo que Vico
le dejó que viniese al pueblo que aquí combinarían el modo de llevar adelante
su plan; que en efecto vino a esta ciudad y no pudiendo arreglar nada, le dijo
Vico que se regresase a combinar con el Comandante Suárez, el modo en cómo
debían preparar la conspiración […] y que regalándole 10 pesos para cigarros,
lo despachó.
Ovejero marchó a Naschi y allí
el Comandante Suárez le garantizó contar con los recursos necesarios para
llevar a cabo el movimiento. También, según su exposición, estuvo implicado de
alguna manera el General
En la declaración del mismo
Ovejero, Don Baltasar Vico, le había dicho a éste “que
Crisóstomo Álvarez venia de Chile y que indudablemente triunfaría Urquiza, que
era preciso ayudar a dicho Álvarez” y “que debía
haber en esta ciudad algunas personas que ayudasen a Álvarez”. Por
su estado indigente, Vico prestó a dicho Ovejero diez pesos plata.
Otro testigo, Rosario Campos,
afirmó que un tal Núñez “andaba conquistando gente
para hacer una revolución” y había convidado a varios soldados y
oficiales para unirse a ella, ofreciéndoles caballos, plata y gente armada para
tomar al Gobernador.
El capitán Don Serapión
Busela, de la disuelta división de Crisóstomo Álvarez, admitió que Ovejero se
le presentó a ofrecer sus servicios, pero "como lo vio
ebrio y no pudiendo pasar a los hombres en ese estado, lo dejó ir
[…] que por el traje del comandante que se le había
presentado y por sus vicios, pensó que era de la plebe, y que no se fijó en él”.
El comandante Prudencio
Acosta, ayudante prisionero de la disuelta división de Álvarez de
Finalmente, el juicio se
resolvió con la absolución de todos los sospechosos que se encontraban
prisioneros. Evidentemente el poder de Gutiérrez en las postrimerías de su
gobierno, no era ya el mismo que antes, razón por la cual había decidido la
absolución, “cediendo a un sentimiento de generosidad y
en uso de sus facultades extraordinarias”. Además necesitaba contar
con gente y recursos para la inserción dentro del nuevo escenario político
inaugurado luego de la batalla de Caseros[72]. Por
lo tanto, Gutiérrez sólo decidió el fusilamiento de Álvarez y sus principales
cabecillas.
Una tradición popular hacía mención el triste destino de Álvarez al ser derrotado por las tropas de Gutiérrez en El Manantial y la falta de hombres con que contaba antes de ser vencido:
[…] Oficiales y soldados
Entre todos reunidos,
Ya oímos decir, afligidos
-A Álvarez ya lo han tomado
Ya lo vemos desarmado
En medio del enemigo.[73]
En Tucumán, no se registran
movimientos de acción colectiva, como el caso de motines o sublevaciones
liderados por grupos “plebeyos”, como sí sucedió en otras provincias del
espacio rioplatense, desde los inicios del proceso revolucionario[74]. El
único período en donde hemos hallado soldados tucumanos participando en motines
y sublevaciones producidos en las provincias vecinas de Salta y Jujuy, junto a
soldados salteños y jujeños, fue durante la guerra contra la Confederación
Peruano-Boliviana entre los años 1837 y 1838. Como hemos mencionado en el
apartado anterior, este conflicto provocó numerosas tensiones, ya sea por parte
de las provincias sujetas al protectorado liderado por Heredia, como por las
tropas de línea que debieron hacerse cargo de las contiendas y enfrentar al
ejército enemigo. A través de estos movimientos, las tropas expresaron su
resistencia y falta de identificación con una causa que consideraban ajena a
sus intereses.
Para el caso específico de
Tucumán, bajo la administración de Heredia el ambiente político interno se
mantuvo relativamente controlado, gracias a la estabilidad política lograda y
al apoyo de
2. Consideraciones
finales
En este trabajo, hemos analizado las relaciones de mando/obediencia existentes entre jefes militares y las tropas, propias de la jerarquía militar, siguiendo la hipótesis de que las mismas se cimentaron en las relaciones de reciprocidad, el intercambio de favores y la implementación de mecanismos de negociación que garantizaron la obediencia y seguimiento de las tropas, en base al prestigio, el honor y el respeto de los jefes u oficiales.
La alusión a la “gente” con que contaban los diferentes jefes u oficiales para un combate, movimiento sedicioso o conspiración, resultó esencial para el éxito de cualquier empresa. Es decir, las relaciones establecidas entre los jefes militares y sus subordinados, estuvieron siempre basadas en una relación de dependencia recíproca, en las que ambas partes se necesitaban para la puesta en marcha del movimiento.
Sin embargo, las “seducciones” y las garantías y promesas ofrecidas por los jefes y el consiguiente intercambio recíproco de favores hacia sus subordinados, indican una toma de posicionamiento frente a las pretensiones coercitivas y jerárquicas que estructuraban a jefes y subordinados y que, como hemos visto, estuvieron lejos de implementarse en la práctica. A su vez, implicaron una serie de concesiones e intercambios mutuos no siempre medidos por la retribución económica sino también por el reconocimiento dentro de la estructura jerárquica militar y social de la cual formaron parte.
Formar parte de motines, sublevaciones o conspiraciones contra el gobierno, como seguir a ciertos líderes o caudillos militares hacia sus fines políticos o intereses económicos, implicó de alguna manera involucrarse con la causa e identificarse con la misma. De lo contrario, los sectores populares podían elaborar “formas de resistencia ocultas”[76] en rechazo a dichos objetivos, como las desobediencias a los superiores, las deserciones o la participación en motines o sublevaciones. Así, las resistencias no siempre fueron explícitas ni se manifestaron sólo por la vía de la rebelión, sino que permitieron expresar las desavenencias o posibles diferencias con sus superiores.
Es lógico también reconocer que las relaciones entabladas entre jefes y subordinados, siempre respetaron la estructura jerárquica social y militar de la cual formaron parte. En este sentido, éstas siguieron constituyendo elementos esenciales que marcaron el lineamiento de las relaciones entre los actores.
Como ya se ha mencionado, en otras regiones del
espacio rioplatense, como Buenos Aires, surgieron en forma temprana movimientos
de resistencia explícitos y colectivos promovidos por sectores populares, a
partir de las invasiones inglesas y el proceso revolucionario. Para el caso de
Tucumán, hemos encontrado a miembros de las tropas en su mayoría se
movilizados, “seducidos” o “incentivados” por jefes u oficiales, que actuaron
como intermediarios entre los objetivos políticos y económicos de las élites y
las pretensiones de los sectores populares. No obstante, las tropas pudieron
manifestarse toda vez que las promesas ofrecidas por los jefes no fueron
cumplidas, constituyéndose en sujetos activos que lograron manifestar sus
desavenencias contra las autoridades políticas y militares en pos de la defensa
de derechos considerados legítimos- ya sea sueldos, retribuciones o privilegios[77]. Los
motines y rebeliones, se organizaron en resistencia al reclutamiento masivo
durante la guerra contra la Confederación Peruano-Boliviana, algunos promovidos
por oficiales y otros por los mismos soldados de las tropas de línea- como lo
fueron los motines organizados en Salta y
En definitiva, las prácticas de consenso y negociación se hicieron necesarias en el marco de un poder político y militar aún no instituido y formalizado a nivel “nacional”, que asegurase una implementación efectiva de las órdenes y disposiciones emanadas desde el poder. Ante la falta de un ejército “profesionalizado”, que actuara como garantía del mando, los valores persistentes desde la época colonial como el prestigio y el honor, conferían respeto y aseguraban la obediencia a las órdenes acordadas.
De todas formas, poder y autoridad pueden o no conjugarse en una misma persona[78], lo cual señala también una cuestión no sólo derivada de las relaciones intramilitares y sociales, sino también propias de cada jefe militar o líder político y de sus vinculaciones con sus subordinados.
Aceptado: 21 de setiembre de 2012
Entre consensos y “seducciones”: jefes
militares y tropas en Tucumán durante la primera mitad del siglo XIX
Resumen
El trabajo analiza las
relaciones de mando y obediencia existentes entre los jefes militares y las
tropas milicianas y de línea durante la militarización generada a partir del
proceso revolucionario en Tucumán. Cuestiones como el respeto, el
reconocimiento o el prestigio alcanzado por los jefes aseguraron la obediencia
y garantizaron el seguimiento de los subordinados dentro de los cuerpos
militares. Más allá de las relaciones de verticalidad establecidas entre los
actores, se implementaron mecanismos de consenso y negociación, traducidos en
el intercambio de favores, que permitieron la puesta en práctica de las
decisiones políticas emanadas desde los ámbitos de poder, en un contexto
signado por la inestabilidad política y la ausencia de un Estado formalmente
organizado. Si dichas retribuciones no eran cumplidas por las autoridades,
existía para las tropas la posibilidad de expresar sus desavenencias y
resistencias, por medio de desobediencias a la autoridad, desacatos,
deserciones, motines y rebeliones.
Palabras clave: jefes militares - tropas - consenso - negociación –resistencias
Marisa
Davio
Between
consensus and “seduction”: military commanders and troops in Tucumán during the
first half of the nineteenth century
Abstract
The paper analyzes the command and obedience relationships between
military officers and troops during the militarization raised from the
revolutionary process in Tucumán. Issues such as respect, recognition or
prestige gained by the chiefs, made obedience secured and guaranteed the
support of subordinates. Beyond the vertical relationships existing among
military men, consensus and negotiation mechanisms were implemented. They were
evident in the exchange of favors, allowing the making of political decisions
resulting from the scope of power, in a context marked by political instability
and the absence of a formally organized State. If such compensation were not
met by the authorities the troops had the opportunity to express their
disagreement and resistance, through disobedience to authority, disrespect,
desertions, mutinies and rebellions.
Key
words:
Military officers- Troops- Consensus- Negotiation- Resistance
Marisa Davio
* Becaria Posdoctoral. ISES. CONICET. Tucumán. Correo electrónico: mari.davio@gmail.com.
[1]
Halperin Donghi, Tulio, Revolución y guerra.
Formación de una élite dirigente en
[2]
La historiografía
argentina de los últimos años
ha retomado el estudio de la cultura política popular en el proceso
revolucionario desencadenado en Mayo de 1810. Se ha comenzado a recuperar el análisis
de los actores históricos ajenos al círculo de las élites, los canales de
participación y expresión que utilizaron para manifestarse y las formas de acción colectiva que comenzaron
a difundirse a partir de las invasiones inglesas de 1806 y 1807 en Buenos
Aires- y desde el proceso revolucionario en las demás provincias. Ver entre otros, Di Meglio, Gabriel, ¡Viva el
bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires entre
[3]
La nueva situación política originada con
[4] Según los postulados de Luis
Alberto Romero, nos estaríamos refiriendo a “sectores populares”, reconociendo
diferentes terminologías que para ellos han utilizado los actores
contemporáneos y que denotan una condición de subordinación con respecto a las
élites: “plebe”, “bajo pueblo”, “vulgo”. Gutiérrez, Leandro y Luis
Alberto Romero, Sectores populares, cultura y política,
Sudamericana, Buenos
Aires, 1995, pp. 23-44.
Las fuentes
existentes en Tucumán, evidencian diferentes denominaciones utilizadas por las
élites con una clara connotación negativa, para referirse a la población más
baja dentro de la escala social. Entre ellas es frecuente encontrar la
denominación de “gente común”, “plebe”, “bajo pueblo”, “populacho”, “vulgo”.
Sin embargo, para su análisis debe considerarse el contexto histórico en que
fueron enunciadas y a qué sectores se referían específicamente las mismas, al
no tratarse de categorías abstractas o definidas. Además del estado de subordinación
en el cual se encontraban, existían otros tipos de relaciones entabladas con
los demás sectores sociales, especialmente con las élites que permitían, en
ciertos contextos, la confluencia de intereses, negociaciones, acuerdos, o
espacios de convivencia que propiciaban la conformación de un universo cultural
y simbólico común, pese a las diferencias de “clase”, como así también la
posibilidad de algún tipo de movilidad social. Dentro del ámbito militar,
encontramos funciones que ocuparon la amplia mayoría de estos sectores
sociales: ser integrantes de las tropas ya sea dentro del ejército regular o en
las milicias. Carentes en su mayoría del uso del Don antepuesto a sus nombres,
pertenecían en su mayoría a los grupos más bajos dentro de la jerarquía social.
Las diferencias étnicas y sociales se traducían en la jerarquía militar,
si bien ello no implicó posibles ascensos de acuerdo a méritos propios y
compromisos asumidos con la causa política. Durante el período revolucionario,
estos sectores comenzaron a obtener concesiones e incentivos por su
participación en las milicias y el ejército de línea, como los fueros
militares, premios, licencias y condecoraciones, que les permitieron, en
algunos casos, el acceso a espacios antes vedados y un cierto posicionamiento
social que los calificaba como “hombres de bien”. Davio, Marisa, “Sectores
populares militarizados en la cultura política tucumana. 1812-
Paula Parolo, al
hablar de sectores populares en Tucumán, incluye a individuos que representaban
un amplio sector de la sociedad que no estaban en una posición dominante, se
hallaban alejados del mundo de los privilegios y tenían diversas ocupaciones y
tradiciones culturales: eran tanto individuos de la ciudad- comerciantes,
mercaderes, pulperos, troperos, artesanos y personal del servicio doméstico-
como de la campaña -criadores, labradores, capataces y peones jornaleros.
Parolo, María Paula, Ni súplicas ni ruegos. Las
estrategias de subsistencia de los sectores populares en la primera mitad del
siglo XIX, Prohistoria, Rosario, 2009.
[8] Archivo Histórico de Tucumán (en adelante, AHT), Sección Administrativa (S.A.), 1834, Vol. 42, Fs. 135.
[9]
Marchena Fernández, Juan, Ejército y milicias en el
mundo colonial americano, Mafre, Madrid, 1992, p. 39. Las
diferencias entre oficialidad y tropa no sólo eran de rango o graduación
militar, sino que además connotaban una diferenciación social: la que separaba
a las élites locales de los sectores populares. En el último tercio del siglo
XVIII, el 85% de la tropa reglada del ejército regular estaba constituida por
naturales de la misma ciudad donde estaban las guarniciones, con un porcentaje mayor de reclutas americanos sobre
los peninsulares, predominantes en los siglos anteriores. Marchena Fernández,
Juan, “Sin temor del Rey ni de Dios. Violencia, corrupción y crisis de
autoridad en
[10]
Tío Vallejo, Gabriela, “Antiguo
Régimen y Liberalismo. Tucumán. 1770-1830”,
en Cuadernos de Humanitas, N° 62, Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, 2001, p. 95.
[11]
Éstos fueron los Planes de
Milicias de 1764, 1772, 1791, aunque quedaron circunscriptos únicamente a
[12] Alejandro Heredia, decretó una reorganización de la milicia local, la cual se hizo efectiva en 1832 para las milicias rurales y en 1836, para las existentes en el ámbito urbano. Sin embargo, esta reorganización de la fuerza militar no establecía nuevas cláusulas sobre la normativa penal militar.
[13]
Thibaud, Clement, “Formas de guerra y
mutación del Ejército durante la guerra de independencia en Colombia y Venezuela, en Rodríguez,
Jaime (coord.), Revolución, Independencia y las nuevas
naciones en América, Fundación Mapfre/Tavera, Madrid, 2005.
[14] Schmit, Roberto, Ruina y resurrección en tiempos de guerra. Sociedad, economía y poder en el Oriente entrerriano posrevolucionario. 1810-1852, Prometeo, Buenos Aires, 2004, pp. 171-73.
[15] Pese a que dichas fuentes no contienen información cuantitativa acerca del número de seguidores de jefes y oficiales, el análisis del contexto discursivo ha permitido acercarnos a la comprensión de las relaciones de mando y obediencia, a la capacidad de resistencia de los sectores sociales subordinados o, al quiebre de las cadenas de mando cuando la negociación entre ambas partes no llegara a implementarse.
[16]
Fruto de una revisión y de nuevos enfoques surgidos en los años ´60 y ´70,
comenzó a estudiarse la temática del caudillismo referida no sólo a las
capacidades carismáticas del líder y a su capacidad de coacción, sino también a
los mecanismos legales implementados para garantizar su legitimidad.
Buchbinder, Pablo, “Caudillos y caudillismo. Una perspectiva historiográfica”,
en Goldman, Noemí y Ricardo Salvatore (comps.), Caudillismos rioplatenses.
Nuevas miradas a un viejo problema, Eudeba, Buenos Aires. 1999, pp.
31-50; Goldman, Noemí, “Los orígenes del federalismo rioplatense (1820-1831)”,
en Goldman, Noemí y Ricardo Salvatore (comps.), 1999, ob.cit., pp. 103-118; Fradkin, Raúl y Jorge Gelman (comps.), “La construcción del orden rosista. Entre la
coerción y el consenso”, Prohistoria, Año XII, N° 12, Rosario, 2008.
[17] Hasta las mismas autoridades reconocían la función de mediadores de las tropas que podían llegar a tener los jefes militares de la campaña para conseguir ciertos favores o contribuciones. Carta del Ministro al gobernador Javier López, sobre que se concrete el pedido de caballos por medio de la intermediación de los jefes militares de la campaña. AHT, S.A., 1831, Vol. 37, Fs. 92-93.
Los comandantes de
armas, junto a los jueces de campaña y los curas, serían los articuladores
entre la población de cada distrito y las pretensiones de cada jefe político y
militar. Tío Vallejo, Gabriela, 2001, ob.cit. p. 320.
[18] Los mediadores colaboraron con los
proyectos hegemónicos, pues conjugaban creencias con redes sociales de tipo
antiguo, y reforzaban un poder regional que afianzaba la alianza entre
comunidades y guerrilleros. En los países con fuerte presencia indígena, los
gobiernos republicanos de las primeras décadas independientes necesariamente
debieron establecer alianzas y negociaciones con los líderes de las comunidades
para alcanzar sus fines políticos. Demélas Bohy, Marie Danielle, “Estado y
actores colectivos. El caso de los Andes”, en Annino, Antonio, Castro Leiva,
L., Guerra, F. X., De los Imperios a las
Naciones, Iberoamérica, Iberlaya, Zaragoza, 1994. pp. 301-326;
Reina, Leticia, La reindizacion de América, siglo XIX, Siglo
XXI editores, México, 1997.
[19]
El término obediencia, al igual que la acción de
obedecer, indica el proceso que conduce de la escucha atenta a la acción, que
puede ser puramente pasiva o exterior o, por el contrario, provocar una
profunda actitud interna de respuesta. Obedecer implica la subordinación de la
voluntad a una autoridad, el acatamiento de una orden o el cumplimiento de una
demanda. La obediencia militar se refiere al
acatamiento de instrucciones en el marco de un código de vida y de
conducta preparado para responder a los
conflictos o crisis sociales o políticas y, en casos extremos, a la guerra. El
respeto, por su parte, consiste en el reconocimiento de los intereses y
sentimientos del otro en una relación. Diccionario de
[20]
Según Richard Sennet, en la sociedad
existen diferentes aspectos que aseguran el respeto: el estatus, el prestigio,
el reconocimiento, el honor y la dignidad. Si bien un estatus social alto
asegura una posición de jerarquía dentro de la sociedad, el prestigio se refiere a las emociones que el
estatus produce en los otros. De tal modo, no siempre un estatus superior
otorga un mayor prestigio. Por su parte, el reconocimiento y la reciprocidad representan las acciones que otorgan
respeto por excelencia. Por último, el honor propone códigos de conducta y supone verse a sí
mismo a través de los ojos de los demás. Sennet, Richard, El respeto: sobre la dignidad del hombre en un mundo
de desigualdades, Anagrama, Barcelona, 2003, pp. 60-70. Para este
autor, el respeto se
construye desde el reconocimiento al otro y el respeto a sí mismo.
[21] Buena parte de la élite tucumana, poseía grandes cantidades de tierras en la provincia, las cuales eran trabajadas por peones, jornaleros, dependientes o agregados, que recibían una paga en dinero o en especies, incluyendo también, algunos beneficios para los dependientes, además de los servicios personales prestados de acuerdo a los conciertos de trabajo. López, Cristina, Los dueños de la tierra. Economía, sociedad y poder en Tucumán (1770-820), Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán, Proyecto CONICET 4979, Tucumán, 2003, pp. 303-307.
[22] La situación de constante inestabilidad política que caracterizó sobre todo a la década de 1820 generó en Tucumán, una lucha facciosa en la que cada jefe político -y a su vez militar- accedía al poder mediante levantamientos militares que se apoyaban en las prácticas electorales, la convocatoria a cabildos abiertos y un suficiente número de tropas adictas, a fin de garantizar la legitimidad de sus acciones. Tío Vallejo, G., 2001, ob.cit., pp. 322-326.
[23] Albano, Sergio, Michel Foucault. Glosario de aplicaciones, Quadrata, Buenos
Aires, 2005, p. 77; Sobre
legalidad y legitimidad: Weber, Max, Economía y Sociedad,
Fondo de Cultura Económica, México, 1964.
[25] La disciplina y los continuos ejercicios
militares exigidos por distintos jefes en todo el período estudiado apuntaban
al control social de los subordinados para evitar cualquier tipo de
insubordinación, motín o movimiento conspirativo. Sin embargo, también se
buscaba mediante este mecanismo, lograr el autocontrol de los propios
subordinados para lograr un fin deseado por los jefes o autoridades. Según Michel
Foucault, dentro de un grupo, una clase o una
sociedad, operan “mallas” de poder, donde cada uno posee una localización
dentro de la red de poder, ejerciéndolo, conservándolo, e impactando con sus
actos sobre los demás. Foucault, Michel, Las redes del poder,
Almagesta, Buenos Aires, 1993. p. 71.
[26]
Aráoz de Lamadrid, Gregorio, 1947, ob. cit., p. 115.
[27] Paz, José María, Memorias póstumas, Emecé Editores, Buenos Aires, 2000, p. 161.
[28] Paz, José María, 2000, ob.cit., p.162.
[29] Alejandro Heredia, asumió la primera
magistratura en el año 1832 y su gobierno finalizó con su asesinato efectuado
por sus opositores políticos en 1838. Su mandato se caracterizó por el
reestablecimiento del orden en la provincia, la reorganización de las
instituciones- las deliberaciones de
[30]
El objetivo de Heredia consistió en controlar políticamente la región del norte
de
[31]
AHT, S.A., 1832, Vol. 38, Fs. 289. Ante las constantes disputas judiciales
entre los jueces o alcaldes y comandantes militares de la campaña, sobre
individuos que pertenecían a una u otra jurisdicción, el gobernador Heredia
decretó la unificación de los dos cargos en la misma persona. AHT, S.A., 1832,
Vol. 39, Fs. 169.
[32]
AHT, S.A., 1832, Vol. 38, Fs.
298 y 309.
[33] AHT, S.A, 1832, Vol. 39, Fs. 265-271.
[34] AHT, S.A., 1835, Vol. 43, Fs. 286.
[35] AHT, S.A., 1834, Vol. 42, Fs. 205.
[36]
Celedonio Gutiérrez asumió el gobierno de Tucumán en el año 1841, luego de
[37] AHT, S.A., 1842, Vol. 58, Fs. 130.
[39] Fradkin, Raúl, “Cultura política y acción colectiva en Buenos Aires (1806-1829): un ejercicio de exploración”, en Fradkin, Raúl (ed.), ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popular de la revolución de independencia en el Río de la Plata, Prometeo, Buenos Aires, 2008, pp.62-63.
[40]
Cabe acotar que las denuncias por seducción fueron siempre efectuadas a jefes
militares o personas disidentes del gobierno y no así a las autoridades,
quienes lógicamente nunca “seducían” ni “engañaban” para lograr su adhesión
sino que efectuaban la lícita práctica del “reclutamiento”.
[41]
La mención a las garantías y convites a la tropa las hemos encontrado, por
ejemplo, en el intento de derrocamiento del gobernador Alejandro Heredia en
1835 por parte de los caudillos Don Ángel y Manuel López desde Salta. AHT,
S.A., 1835, Vol. 43, Fs. 43.
[42]
AGN, Sala X, Ejército Auxiliar
del Perú, 3-10-3.
[43]
Paz comentaba además que, “habiéndose pasado un
soldado del enemigo a nuestras filas, se desertaba para volver al ejército
real, cuando fue capturado. Juzgado y convencido de espía, fue sentenciado a
muerte y, con una serenidad digna de héroe, dijo: “Muero contento por mi
religión y mi rey”. Paz, José Maria, 2000, ob.cit., p. 53.
[44]
Paz, José María, 2000, ob.cit., pp. 61-62.
[45]
Nuevas investigaciones señalan la similitud existente en los recursos por los
jefes Belgrano y Joaquín de la Pezuela- pertenecientes a los bandos
revolucionario y realista, respectivamente- Ambos jefes habrían adoptado el
culto católico como medio para atraer a las tropas al reclutamiento, en vista
de la impronta de esta religión en el espacio altoperuano y rioplatense. En
este sentido, Pablo Ortemberg afirma que ambos bandos utilizaron el culto
mariano en la práctica guerrera de acuerdo a una larga tradición del antiguo
régimen español. El nombramiento de Vírgenes Generalas de ejércitos regulares y
ya no patronas de regimientos constituyó una novedad en la historia de la
guerra en América. En segundo término, esa instrumentalización consciente por
parte de los generales tuvo diferentes énfasis y matices según las maniobras
del enemigo en el marco de una guerra de propaganda. Ortemberg, Pablo,
“Vírgenes generalas: acción guerrera y práctica religiosa en las campañas del
Alto Perú y el Río de
[46]
En todo el periodo analizado hemos encontrado 46 casos en los que está presente
la intención de seducción por parte de jefes u oficiales, ya sea para la
ejecución de movimientos conspirativos, revoluciones en contra de los gobiernos
de turno, motines dentro de un regimiento, como para atraer a miembros de la
tropa o peones a sus intereses particulares.
[47] AHT, A.J.C., 1821, Caja 18, Exp. 42.
[48]
AHT, S.A., 1822, Vol. 28, Fs.
352 y 372.
[49] AHT, S.A., 1828, Vol. 34, Fs. 2.
[50] AHT, S.A, 1837, Vol. 48, Fs.
122-125.
[51] La temática de la seducción y el
ofrecimiento de garantías y promesas puestas en práctica por los jefes para
asegurar el seguimiento de la tropa, ha sido planteada también para otros
espacios provinciales. Paz, Gustavo, “Liderazgos étnicos. Caudillismo y
resistencia campesina en el norte argentino a mediados del siglo XIX", en Goldman,
Noemí y Ricardo Salvatore, 1999, ob.cit., pp. 319-346; Fradkin, Raúl, Historia de una montonera. Bandolerismo y caudillismo en Buenos Aires, 1826, Siglo
XXI, Buenos Aires, 2006; Fradkin, Raúl, “La conspiración de los sargentos. Tensiones
políticas y sociales en la frontera de Buenos Aires y Santa Fe en
[52]
Davio, Marisa, “Entre tensiones y resistencias. La guerra contra la
Confederación Peruano-Boliviana (1837-1839)”, en Lorenz, Federico (comps.), Historia de la guerra en
[53] AHT, S.A., 1838, Vol. 51, Fs. 59.
[54] Desde fines del siglo XVIII,
Hispanoamérica experimentó una cantidad significativa de levantamientos
colectivos, motines y revoluciones. En estas regiones, el reclamo por las
mejoras económicas y sociales, como la cuestión étnica constituyeron unas de
las principales causas de los levantamientos, sobre todo entre los sectores más
bajos dentro de la escala social. La bibliografía sobre esta temática es muy
extensa, para citar algunos, Stern, Steve, Resistencia, rebelión y
conciencia campesina en los Andes, siglos XVII al XX, IEP, 1990;
Tutino, Jhon, De la insurrección a la revolución mexicana.
Las bases sociales de la violencia agraria 1750-1940, Era, 1990; Mallon, Florencia, Peasant and Nation. The making of postcolonial México and Peru,
University of California Press, Berkeley, 1995.
[55]
Sobre la temática de las montoneras, motines y revoluciones en el espacio
rioplatense, Fradkin, Raúl, 2006, ob.cit.; De la Fuente, Ariel, “Gauchos”,
“montoneros” y “montoneras”, en Goldman,
Noemí y Ricardo Salvatore, 1999, ob.cit.; De La Fuente, Ariel, 2007, ob.cit; Di Meglio, Gabriel, 2006,
ob.cit.
[56]
Para el caso de movimientos conspirativos contra el gobierno tucumano, Paula
Parolo registra en los expedientes judiciales quince casos desde el periodo
[57] Scott, James, Los dominados y el arte de la resistencia, Era, México, 2000,
pp. 218-37.
[58] En otro trabajo, se ha analizado estas formas de “resistencias ocultas”, traducidas en rumores y difamaciones que expresaban las formas de oposición o descontento de las tropas hacia sus superiores. La información divulgada en lugares públicos, permitió a los sectores sociales implicados proveerse de la información necesaria para su adhesión a la causa perseguida por las élites políticas, como asimismo el seguimiento a sus líderes políticos y militares. en Davio, Marisa, “Rumores, difamaciones y canales de comunicación de los sectores populares durante el proceso de militarización en Tucumán (1812-1854)”, Vol. 15, Prohistoria, Rosario, 2011 [en linea] <http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1851-5042011000100003&lng=es&nrm=iso>. [Consulta: 06/12/2010].
[59]
Ángel López nació en 1807 en el departamento de Trancas, Tucumán. Era hijo de
Don Santos López y Doña María Antonia Molina. En 1823 fue designado miembro de
[60] El hecho de “contar” con recursos y gente para llevar a cabo se encuentra presente en las declaraciones de los diferentes implicados, como garantía de éxito en toda empresa política, sea esta una elección o un movimiento sedicioso. García de Saltor, Irene, La construcción del espacio político. Tucumán en la primera mitad del siglo XIX, Instituto de Historia y Pensamiento Argentino, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán, Tucumán, 2003, p. 144.
[61] Páez de la Torre, Carlos, Historia de Tucumán, Plus Ultra, Buenos Aires, 1987, p. 255.
[62] AHT, S.A., 1834, Vol. 43, Fs. 42-52.
[63] Se refiere al General Javier López, ex gobernador de Tucumán en la década de 1820.
[64] Páez de La Torre, Carlos, 1987, op. cit. p. 272.
[65]
Sesión del 20 de Abril de 1836. AHT,
Sala de Representantes, Vol. II, 1836-52.
[67] A raíz de esta invasión, Gutiérrez puso a la provincia en asamblea y declaró fuera de la ley a los invasores. Paralelamente en Caseros, el 3 de Febrero de 1852, se derrumbó definitivamente el poderío de Rosas, pese a que Álvarez se enteró varias semanas después y fuera desconocido por el propio Urquiza. Esto provocó su derrota y posterior fusilamiento a cargo de las tropas de Gutiérrez, desde entonces fieles al General Urquiza.
[68]
Rafael Fernández al gobernador Gutiérrez sobre noticias de la campaña. AHT, S.A., 1852, Vol. 72, Fs. 204.
[69] AHT, S.A., 1852, Vol. 72, Fs. 206.
[70] Crisóstomo Álvarez a Celedonio Gutiérrez. Tapia, 10 de Febrero de 1852. AHT, S.A. 1852, Vol. 72, Fs. 213.
[71]
AHT, S.J.C., Caja 22, Exp. 25,
Fs. 1-21.
[72] Gutiérrez permaneció un tiempo más en el gobierno de Tucumán luego de la batalla de Caseros, por lo cual intentó aliarse con Urquiza y asistir a la convocatoria a San Nicolás en 1852.
[73] Recitada por Catalina Ericeño, de 59
años. Sobre el fusilamiento de Crisóstomo Álvarez en 1852, en Fernández Latour,
Olga, Cantares históricos de la tradición argentina, Instituto de
Investigaciones Folklóricas, Buenos Aires, 1960, p. 160.
[74] Como ya hemos mencionado, se ha comenzado a recuperar el análisis de actores históricos ajenos al círculo de las élites, enfocado en los canales de participación y expresión por los que estos mismos pudieron manifestarse y en el análisis de formas acción colectiva que habrían comenzado a difundirse en Buenos Aires a partir de las invasiones inglesas de 1806 y 1807, por medio de tumultos y motines liderados por grupos “plebeyos”. Di Meglio, Gabriel, 2006, ob.cit.; Fradkin, Raúl, 2008, ob.cit.
[75] Pavoni, Norma, El Noroeste
argentino en la época de Alejandro Heredia, I, Editorial Banco
Comercial del Norte, Tucumán, 1981, p 215.Pese a ello, Heredia debió lidiar con
conspiraciones contra su gobierno, que amenazaron la cohesión política de su
gobierno.
[76] Scott, James, 2000,
ob.cit.
[77]
Con relación a esta “negociación de la obediencia”, Fradkin, Raúl, 2008, ob.cit.
[78]
Sobre la diferencia entre
poder y autoridad, Weber, Max, 1964, ob.cit.