¿UNA
ESCLAVITUD BENIGNA? LA HISTORIOGRAFÍA SOBRE LA NATURALEZA DE LA ESCLAVITUD
RIOPLATENSE*
Lucas Rebagliati**
El negro
era simplemente un nuevo colono, que entraba a formar parte en cierto modo de
la familia con que se identificaba, siendo tratado con suavidad y soportando un
trabajo fácil, no más penoso que el de sus amos, en medio de una abundancia
relativa que hacía grata la vida. (…) Esto explica también por qué, cuando
llegó el día de la insurrección de
La esclavitud en los relatos
fundadores: una institución peculiar
La
institución de la esclavitud no podía pasar desapercibida en el relato de quien
fuera el fundador de la disciplina histórica y destacado político en
…el esclavo mismo se hacía gaucho, jinete, y quedaba como libre en medio de los campos y de la movilidad que ese género de vida le permitían…Los dueños (de quintas y chacras) eran criollos con familias hacendosas y de mediana fortuna, que trabajaban ellos mismos en sus labranzas; así es que los esclavos eran simplemente ayudantes bajo el ojo del amo y miembros integrantes de su familia más bien que instrumentos industriales[3].
No muy distinta era la situación de los esclavos en la ciudad, donde:
Las
familias acomodadas tenían diez o doce negros… Tenían esclavos las familias
pobres, y hasta los negros los tenían también. Pero les dejaban libre su vida y
su tiempo, á condición de que pagaran al amo (que generalmente eran mujeres
viudas ó ancianas), ó al amo negro, una mensualidad determinada. El esclavo
comerciaba, cultivaba el maíz, fabricaba instrumentos ordinarios, vendía y
changaba por las calles según su inclinación; pagaba su mensualidad, y al poco
tiempo compraba su libertad con sus propios ahorros, quedando ligado casi
siempre por un afecto tierno y leal á sus amas y á sus amos, como un hijo
emancipado de la casa… Esta esclavitud, urbana siempre, había hecho que los
negros fuesen considerados como semiciudadanos, como miembros de la familia,
que, á la par de ella, amaban la patria común y las autoridades que la
gobernaban con tanta benevolencia. En este orden de cosas la mayor parte de
ellos se libertaba pronto, ó vivía como libre…[4]
Como
vemos, López realizaba un análisis más exhaustivo que Mitre de la población
afroamericana. La extensión de la cita se debe a que resume muchos de los ejes
que parte de la historiografía ha retomado para caracterizar a la esclavitud
rioplatense: Ausencia de grandes grupos esclavos, tiempo libre para si mismos,
pago de un jornal, libertad de movimientos, manumisión, amor a la patria, lazos
de afecto entre amos y esclavos, etc. Ambos intelectuales defendían distintos
modos de hacer historia, Mitre poniendo énfasis en la rigurosidad y el trabajo
con documentos escritos mientras que López privilegiaba el aspecto literario de
toda narrativa histórica y el valor de la tradición oral. Sin embargo, ello no
era impedimento para que compartieran una misma imagen sobre el grupo más
sometido de la sociedad rioplatense, resaltando el trato suave y benigno del
cual eran objeto. Cabe destacar que tanto en el relato de Mitre como en el de
López a estas apreciaciones dispersas sobre la naturaleza de la esclavitud en
la época colonial, le seguía un largo silencio sobre el devenir de este
segmento de la población, al mismo tiempo que la libertad de vientres
sancionada en la asamblea de 1813 era interpretada como la abolición de la
esclavitud, pese a que ésta medida recién sería adoptada por el estado de
Buenos Aires en 1860 cuando acepte regirse por
Un largo
trayecto historiográfico. De la historia de los grandes hombres a la historia
del Derecho.
La
población afroamericana oscilaría entre la invisibilidad o la marginalidad
dentro de las grandes narrativas nacionales o historias de síntesis que se
fueron realizando en distintos momentos históricos del siglo XX. A su vez, el
pequeño espacio reservado a la población de color- en su mayoría esclava en la
época colonial- dentro de nuestra historia muchas veces destacaba el trato
benévolo recibido por los mismos a diferencia de otras sociedades que habían
tenido esclavos. Del corazón mismo de la historiografía oficial-
El
lugar marginal al que estaban destinados los afroamericanos en los relatos
generales que pretendían hacer la historia de la nación puede verse en forma
palpable en dos narrativas aparecidas a fines de los “
En cuanto
a los esclavos, la legislación indiana había tomado medidas ponderables para
evitar la explotación abusiva… en general, los esclavos del Río de
En otra publicación destinada a narrar la historia de Buenos Aires, aparecida en 1976 y dirigida por César García Belsunce, se emitiría un juicio similar al de Crónica Argentina, citando como fuente los testimonios de viajeros como Essex Vidal o Beaumont concluyendo que:
Solo en
una sociedad que trataba de esa manera al elemento esclavo, se pudo dar un
cambio como el de la prohibición de las expediciones de esclavatura de 1812 o
la libertad de vientres decretada por
Como
vemos a la población afroamericana se le dedicaban pocas páginas en colecciones
que abarcaban varios tomos, e incluso muchas veces su inclusión se daba no a
través de la descripción de la sociedad de la época, sino en capítulos que
trataban otras temáticas como “La ilustración” en el caso de
Sin
embargo la idea de la esclavitud benigna, pese a estar extendida, no gozaba de
un consenso monolítico. Ricardo Rodríguez Molas, en el capítulo “El negro en el
Río de
Luego
de este recorrido por las narrativas generales o de divulgación sobre nuestro
pasado es lícito preguntarse que transformaciones estaba experimentando el
abordaje de la población afroamericana en el campo historiográfico propiamente
dicho. Como dijimos, primero tímidamente y luego en forma más sistemática, el
“negro” ingresaba en el terreno de investigaciones de distinto tipo.
¿Modificaron estos nuevos enfoques y trabajos la idea de una esclavitud benigna
legada por la tradición precedente? ¿Qué problemáticas novedosas introdujeron
en el análisis de la condición de la población afroamericana en el Río de
A
grandes rasgos, el redescubrimiento de la población afroamericana en la
historiografía argentina a mediados del siglo XX consistió en el abordaje de
tres temáticas primordiales: La trata negrera[18], las
danzas y la música afroamericanas y su aporte el folklore[19], y la
evolución demográfica de la población negra y mulata[20]. Si
bien estos estudios no se centraban específicamente en la condición social de
la población afroamericana[21], no
por ello dejaron de hacer observaciones acerca del trato que recibían los
esclavos a diferencia de otras áreas. El primer estudio que intentó abarcar los
distintos aspectos de la esclavitud rioplatense fue la introducción al tomo VII
de Documentos para la historia argentina
que Diego Luis Molinari dio a conocer en 1916. Allí el autor, en pos de
analizar la trata negrera, el régimen jurídico de los esclavos y su condición
social, mencionaría
Décadas más tarde, Elena Studer, en su exhaustivo trabajo sobre la trata negrera, hacia el final iba a aseverar:
El trato
que los negros que los negros recibieron en estas regiones fue humano y
benévolo. Los cronistas y viajeros están de acuerdo en afirmar que los esclavos
porteños eran considerados por sus amos con bastante familiaridad, recibiendo
muchos de ellos, no solo el apellido sino hasta la libertad y bienes. Su suerte
no difirió, en general, de la de los blancos pobres. La mayoría murió sin haber
recibido un solo azote, no sabían de tormentos, se les cuidó durante la
enfermedad (…) Hubo, sin duda, excepciones, pero si alguna vez fueron maltratados,
intervenía la autoridad y el esclavo era vendido a un amo más humano. El
encargado de hacerles justicia era el procurador, ´Defensor de pobres’[23].
Con algunos años de diferencia, Emiliano Endrek en su estudio sobre el mestizaje en Córdoba, iba a describir la situación de los numerosos esclavos de esta ciudad:
La vida
de los esclavos en Córdoba no era tan dolorosa como en otros dominios
americanos, donde se los empleaba en plantaciones y explotaciones mineras en
condiciones harto precarias: mal alimentados, peor alojados y sometidos a la
inflexible férula de sus amos, ávidos de riqueza. La sociedad cordobesa- como
la de casi todo el Río de
Juicios tan optimistas no iban a ser compartidos por todos los autores que en la misma época se dedicaban a analizar distintos aspectos del negro rioplatense. José Luis Lanuza en Morenada, luego de mencionar los relatos de viajeros sobre la bondad de los amos, y los derechos de los cuales gozaban los esclavos, también iba a alertar sobre el peligro de exagerar la benignidad y desconocer “una dolorosa realidad social”. La costumbre de marcar a fuego a los esclavos, los castigos a los que eran sometidos, la crueldad inherente a la misma institución de la esclavitud eran resaltados por el autor[25].
Si
bien la mayoría de los estudios de esta época consistían en aproximaciones de
orientación económica, social o demográfica, a fines de la década del “
Cuando en
otras latitudes, en la propia América, la vida del esclavo negro transcurría
todavía en medio de privaciones y sufrimientos, el nivel comparativamente más
alto del cual gozó en nuestra sociedad, es un hecho digno de ser destacado como
expresión de una doble superioridad, moral y jurídica, por parte de nuestra
cultura hispánica tradicional[27].
Esta recuperación positiva de la herencia
hispánica no era una novedad sino que se remontaba a quien había sido el fundador
de
Podemos corroborar que, en la práctica, la mayor
parte de esos derechos eran respetados por los patrones, aunque con ciertas
limitaciones en muchos casos. Esta situación de respeto mutuo y cordial
relación se daba, por una parte, por la íntima convicción de los amos acerca de
la legitimidad, no sólo jurídica sino moral, de esos derechos, como así también
por efecto de los lazos de afecto y solidaridad que surgían de la diaria
convivencia. También podían responder a un singular sentido de conveniencia
(…), en la sociedad hispanoamericana colonial, los esclavos, sin duda último
peldaño de la escala social, tenían y conocían sus derechos, que se aplicaban
en forma concreta y efectiva haciendo su vida un poco más llevadera que la de
tantos otros que compartían su suerte bajo el imperio de otra ley y otra
autoridad, y fundamentalmente en el marco de otra sociedad[30].
Abelardo Levaggi y Gabriela Peña de Macarlupu,
no sólo compartían el enfoque, el tipo de fuentes de fuentes trabajadas- expedientes
judiciales- y las conclusiones a las que arribaban, sino que también ambos
citaban los testimonios de viajeros como complemento a las principales
hipótesis desarrolladas. Sin embargo, muchos de los expedientes judiciales
analizados en ambos artículos contradecían explícitamente algunos de los
asertos de los viajeros. ¿Por qué carriles transcurría- a grandes rasgos- la
historiografía sobre la esclavitud en otros países americanos? La idea de la
esclavitud benigna… ¿Era propia de nuestro país o conocía un desarrollo más
allá de nuestras fronteras?
Como vimos, la benevolencia de la esclavitud
rioplatense- que algunos hacían extensiva a todas las regiones de habla hispana
en América- había sido resaltada por diversos viajeros que habían transitado la
región a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX. A nivel continental,
el proceso independentista y la negativa de las cortes de Cádiz a conceder
ciudadanía a la población de color, impulsó a las elites criollas a crear un
mito de armonía en las relaciones entre blancos y negros en la América Hispana
en pos de afirmar sus pretensiones y sumar a las castas a los ejércitos[31]. Un
libro que influiría en el pionero artículo de Levaggi sería Hermano negro, de Josefina Plá, destinado a describir las
vicisitudes de los esclavos en el Paraguay. Si bien el mito del esclavo feliz
en este país es anterior a esta obra[32], podemos
decir que la misma es el primer estudio sistemático sobre la población
afroamericana en dicho país. La autora emitiría un juicio optimista sobre la
situación de los esclavos. El trabajo moderado, el trato indulgente y la
“patriarcal tolerancia” en la que se veían envueltos los esclavos favorecían la
formación de lazos de gratitud para con sus dueños[33].
La “suavidad” sería una característica de las
relaciones entre amos y esclavos y estaría dada según la autora por “una
distinta estructura socioeconómica y cultural”. Los viajeros, la legislación y
los expedientes judiciales eran la apoyatura fundamental de dichas
conclusiones. Otra obra que sería pionera en la historiografía americanista de
la historia del derecho sería el exhaustivo libro de Petit Muñoz sobre la
esclavitud en
Si estas obras eran en las que se referenciaba
Levaggi- y posteriormente Peña de Macarlupu- para proponer un enfoque pionero
para la época en pos de analizar la esclavitud en el Río de
La tesis central de Tannembaum era que en
¿Abonaba Tanembaum la idea de una esclavitud
benigna en los territorios dependientes de la corona española? Si bien en una
parte de la obra llegaba a decir que en esas colonias la esclavitud, tanto en
término legales como prácticos, se había convertido en un contrato entre amo y
esclavo regulado por la acción conjunta del estado y la iglesia, en otro pasaje
decía:
Nada de lo que se dijo antes ha de inducir al
lector a creer que la esclavitud no fuese cruel. A menudo era brutal. La
diferencia entre los sistemas radica en el hecho de que en las colonias
españolas y portuguesas las crueldades y brutalidades estaban penadas por la
ley[37].
Como vemos, Tannembaum caracterizaba en forma
conjunta y asimilaba la situación de los esclavos de las colonias españolas de
los que residían en dominios portugueses. Para enfatizar la integración del
negro y el mulato en la sociedad del Brasil, el autor acudía a los trabajos de
Gilberto Freyre, quien en un libro ya clásico sobre la esclavitud en esa región
había destacado el carácter paternal de la institución y el suave trato que los
amos tenían para con sus esclavos domésticos, lo que era singular en el
contexto americano de la época[38]. En
las décadas del “
No es objetivo de este trabajo realizar un
balance de la obra de Tannembaum ni una síntesis de las polémicas que suscitó
la obra[39]. Lo
que si nos interesa destacar es que los trabajos de Freyre o Tannembaum no
fueron recepcionados por la historiografía argentina- en especial la historia
del derecho- para la misma época, y en consecuencia tampoco lo fueron los
estudios que buscaban debatir con dichas obras. Ello es atribuible en nuestra
opinión en nuestro país el mayor acercamiento a la historiografía internacional
recién se ha impuesto como un requisito para el quehacer historiográfico desde
la restauración democrática de 1983. Antes de entrar en la renovación de
estudios afroamericanos que se daría en nuestro país desde finales de la década
del “
De leyes y viajeros.
Las colonias españolas en
América heredaron la tradición jurídica de la civilización romana en lo que se
refería a los esclavos, pero al mismo tiempo hubo cambios sustanciales con el
paso del tiempo. Tanto en
En las Siete partidas de Alfonso el Sabio, redactadas a mediados del siglo XIII, diversos aspectos de la vida de los “siervos” o esclavos que residían en la península eran regulados[42]. En comparación con el imperio romano, se reconocían mayores derechos a los esclavos, siendo el más importante el de poder presentarse a la justicia en defensa de los mismos[43]. La Recopilación de las leyes de Indias de 1680 no era tan exhaustiva en lo referente a los derechos y obligaciones de los esclavos como Las siete partidas ya que para la época la introducción de mano de obra forzada africana en América distaba de tener las proporciones que iba a alcanzar hacia fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX.
En 1789 con Carlos IV se llegaría a una amplia liberalización de la trata[44] y mismo año el rey dictaría una Cédula para regular la vida de los esclavos de sus dominios de Indias y las Islas Filipinas. En la misma se establecía que los amos debían instruir en la religión católica a sus esclavos, y alimentar y vestir a los esclavos y a los hijos de éstos- hasta los doce años las mujeres y catorce los hombres-. Los esclavos debían trabajar de sol a sol en tareas agrícolas, con excepción de los menores de diecisiete y los mayores de sesenta, pero tenían derecho a dos horas libres para trabajar en su propio beneficio. A los esclavos domésticos se les debían retribuir dos pesos anuales. Otro derecho de los esclavos era el ocio o diversión en los días de precepto luego de escuchar misa, aunque bajo la vigilancia del amo. Las habitaciones para los esclavos tenían que ser cómodas, y los enfermos debían ser asistidos por sus dueños. Se reconocía el derecho al matrimonio de los esclavos, incluso con los de otros dueños, caso en el cual el dueño del hombre debía comprar a la mujer esclava al otro dueño para que puedan convivir[45]. Los esclavos también tenían ciertas obligaciones como obedecer a sus dueños y “venerarlos como padres de familia”, ya que en caso contrario podían ser castigados con prisión, grillete, cadena, maza, cepo o azotes, pero éstos no debían pasar de veinticinco ni causar “contusión grave o efusión de sangre”. Los dueños o mayordomos, en caso de querer aplicar un castigo mayor, como la mutilación de miembro o la muerte, debían dar parte a la justicia, que de esta manera intervenía formando un proceso según las leyes en el que intervenía el Protector de esclavos. Los ayuntamientos y el Protector de esclavos debían visitar tres veces al año las haciendas para informarse del trato dado a los esclavos[46].
Esta real cédula de 1789
referente al trato de los esclavos ha sido interpretado como producto del
movimiento filosófico humanitarista del siglo XVIII por algunos autores[47]. Otros
en cambio, sostienen la idea de que en realidad lo establecido en la cédula no
hacía más que reafirmar normas y costumbres que ya regían en las indias desde
antaño[48]. Pero
lo cierto es que algunos de los derechos de los esclavos enunciados en la
cédula de 1789 representaban una innovación con respecto a las Partidas y a
Cabe destacar, como han hecho varios
autores, algunas diferencias sustanciales con las leyes de las colonias americanas
de otros países en lo referente a los esclavos. La legislación portuguesa era
menos abundante y pese a precaver que los castigos a los esclavos debían ser
moderados, no contemplaba el derecho al peculio ni la posibilidad de hacerse
oír ante un juez para denunciar abusos. En el ordenamiento francés los esclavos
no se podían casar o tener peculio sin permiso del amo, ni presentar en forma
autónoma ante la justicia o ser parte de un juicio civil o criminal. Podían ser
castigados con látigo por sus dueños, y sólo ser amputados, marcados con hierro
candente o ejecutados en caso de ser reos criminales[50].
Sin lugar a dudas, la legislación más restrictiva con respecto a los
derechos de los esclavos la constituía el ordenamiento jurídico británico. La
limitación a la movilidad- social y espacial- de los esclavos era importante y
en general puede verse que las asambleas gubernativas limitaban los poderes de
los amos en lo referente a los beneficios que pudieran concederle a sus
esclavos y ampliaban estos poderes en materia represiva. Los esclavos no podían
comprar o vender, no podían heredar, ni elegir lugar donde residir, y sus
dueños tampoco podían decidir por ellos sin previa autorización de la autoridad
colonial. Los matrimonios entre esclavos no tenían entidad legal y por supuesto
los esclavos no podían acudir a la justicia ni tenían defensor[51]. En el
estado de Virginia en 1669 se aprobó una ley que establecía que si los amos
mataban a sus esclavos por el “carácter extremo de la corrección”, dicha muerte
no se consideraba delito por ser accidental. La autoridad colonial en este
estado también autorizaba en algunos casos el desmembramiento de esclavos
desobedientes por parte de sus dueños[52]. En
Carolina del Sur, Georgia y Mississipi todos los negros, indios mulatos y
mestizos- y su descendencia- eran esclavos de por vida. Los nacidos de madre
libre pero padre esclavo, eran esclavos.
En muchos estados la legislación ponía toda serie de trabas a la
liberación de esclavos. En Virginia un negro libre podía volver a ser esclavo
por contraer deudas y en Maryland si un negro o mulato libre se casaba con un
esclavo, pasaba a ser esclavo de por vida. En Maryland, Mississipi y Alabama
los esclavos no podían ser liberados por testamento y en Carolina del Sur,
Georgia, Alabama y Mississipi si un amo quería liberar a sus esclavos debía
tener permiso de la autoridad política. En fin, ¿Qué opinaban los contemporáneos
sobre estas diferencias?
Habíamos visto que los testimonios de viajeros
eran otra de las apoyaturas de la idea de una “esclavitud benigna”. Esto
sucedía porque estos relatos que datan de la primera mitad del siglo XIX
atestiguan que los esclavos en el Río de
Entre los más amables rasgos del carácter criollo
no hay ninguno más conspicuo, y ninguno que más altamente diga de su no fingida
benevolencia, que su conducta con los esclavos. Con frecuencia testigo del duro
tratamiento de aquellos prójimos en las Indias Occidentales… me sorprendió
instantáneamente el contraste entre nuestros plantadores y los de América del
Sur[54].
Emeric Essex Vidal, militar inglés que estuvo
en Buenos Aires entre 1816 y 1818, diría que:
La esclavitud en Buenos Aires es una perfecta
libertad comparada con la de otros países… Desde la declaración de
independencia de estos Estados, la condición de los esclavos ha mejorado
todavía más[55].
Similares impresiones nos han dejado otros
visitantes de la región, como un inglés anónimo[56], John
Miller[57], Lina
Beck Bernard[58],
o Felix de Azara[59].
La coincidencia en el diagnóstico por parte de viajeros procedentes de
distintos países y que visitaron esta región en distintas épocas no deja de
llamar al asombro. Así como también cuesta creer que nunca un esclavo haya
recibido un latigazo o que fueran todos felices y agradecidos por el trato que
recibían. La historiografía poco a poco fue analizando críticamente estos
testimonios, cruzándolos con otro tipo de fuentes para matizar en su real
dimensión muchas de las afirmaciones vertidas por estos viajeros[60].
La otra cara de la esclavitud, hacia una historia
social de la población afroamericana.
Curiosamente, los primeros indicios que permitieron problematizar la idea de la esclavitud benigna provendrían de aquellos estudios pioneros de la historia del Derecho que tenían como objetivo reafirmarla[61]. Los expedientes judiciales transcriptos por Abelardo Levaggi ilustraban casos de esclavos internados en el hospital producto de las heridas causados por el maltrato, o de esclavos asesinados por sus dueños. Los testimonios de los defensores testimoniaban azotes, encierro con grillos y falta de alimentación. Otro testimonio afirmaba que era costumbre del país amarrar a los esclavos a una escalera y azotarlos, o echarles una mezcla de sal y orina sobre las heridas. En algunos casos incluso, los esclavos maltratados debían volver a servir a sus dueños por orden de las autoridades[62]. Evidentemente la benevolencia y la suavidad sostenida por los viajeros y por muchos historiadores estaban ausentes en los conflictos entre amos y esclavos que muestran estos expedientes. Podría discutirse que representatividad tienen estos casos sobre el total de la población esclava, sin embargo la existencia de los mismos deberían ser elemento suficiente para no postular una concordia general entre amos y esclavos.
En los relatos sobre la esclavitud rioplatense
que reseñamos al inicio se diluye la explotación a la que era sometida la
población afroamericana. Los esclavos, que representaban el 77,4 % de la
población de color de Buenos Aires en 1810, eran explotados de diversas formas,
no solo proporcionando un ingreso a sus amos siendo vendedores ambulantes sino
que también trabajaban duramente en conventos, monasterios, panaderías y obras
públicas. Las solicitudes de esclavos
analizadas por Carmen Bernand dan cuenta de la explotación, los malos tratos,
la tortura y las violencias ejercidas por los amos contra sus esclavos. Los
amos muchas veces no respetaban los derechos de los esclavos, ya que no les
proveían de ropa, los abandonaban cuando estaban enfermos, o no les permitían
variar de dominio, lo que obligaba a los esclavos a recurrir a la justicia, con
un resultado dispar e incierto muchas veces[63]. Los
amos, a veces como castigo por “mal comportamiento” enviaban a sus esclavos a
la cárcel por tiempo indeterminado, se los hacía trabajar en obras públicas
para “corregirlos en su conducta”, o se los
mandaba a trabajar encadenados en las panaderías de la ciudad[64]. En el
año 1779 un grupo de esclavos de la ciudad elevó un petitorio al Virrey
denunciando que algunos amos, cuando los esclavos llegaban a una avanzada edad
o se enfermaban eran abandonados y no tenían más remedio que mendigar casa por
casa para poder subsistir[65].
También en 1811 los esclavos presos en un escrito dirigido al Cabildo
describían que los amos los tenían encarcelados por delitos leves y no se
encargaban de su manutención, siendo escasa la comida que les proporcionaban[66]. Lyman
Johnson también ha dado cuenta de la violencia y los abusos que sufrían los
esclavos. Las demandas iniciadas por esclavos muestran que los castigos
físicos, el encadenamiento y la crueldad de los amos eran una dura realidad. En
algunas ocasiones, individuos de la elite intentaban esclavizar a gente de
color cuyo status legal era ambiguo por alguna circunstancia particular[67].
Las investigaciones mencionadas no autorizan a
reemplazar la idea de la esclavitud benigna por la creencia de que todos los
esclavos pasaban por una misma situación de opresión, maltrato y violencia, ya
que dentro de los que eran jurídicamente esclavos existía una heterogeneidad
notable. Pese a ello, la existencia de estos conflictos judiciales que dan
cuenta de las tensiones entre amos y esclavos nos hacen dudar de que existiera
un “orden moral de la sociedad” humanitario o un “espíritu de época” benigno
que era compartido por todos los actores y determinaba las costumbres. Y es
mucho más cuestionable la idea de que las leyes fueran la fiel expresión de
dicho orden moral. Solo hace falta recordar toda la legislación protectora de
los indígenas dictada por la corona desde le conquista, y la resistencia
efectiva de las elites americanas en ajustarse a dicha normativa, lo que generó
un brutal descenso demográfico de la poblaciones originarias. De hecho, el
código negro de 1789 dictado por la corona combinaba las intenciones de
prevenir rebeliones de esclavos, sacar el máximo provecho económico de los
mismos aumentando la prosperidad del reino, prevenir los abusos que pudieran
sufrir, y reafirmar el poder de los amos y mayordomos en las plantaciones. Aún
así, se topó con el repudio de las elites de varias ciudades americanas, que
por lo pronto lograron que dicha cédula no se difunda. Evidentemente una
multiplicidad de actores intervenían- con distintas cuotas de poder- en la
regulación de la vida de los esclavos en las colonias americanas: la corona,
los amos, la iglesia, los esclavos mismos, y sus intereses no eran siempre
coincidentes[68].
Los dueños de esclavos, según se desprende del análisis que ha hecho de
los expedientes judiciales provenientes de
Un punto de partida insoslayable en la renovación de los estudios sobre afroamericanos en las últimas décadas lo proporcionó el estudio de Georg Reid Andrews, destinado a ofrecer un panorama de conjunto sobre este segmento de la población[71]. Con posterioridad, muchos de los autores que señalamos se valieron de fuentes poco trabajadas hasta entonces- siendo las más destacadas los expedientes judiciales- para reconstruir la vida social de esclavos y afroamericanos libres. No obstante, dichas fuentes merecen precaución, dado que como bien advierten Mayo, Mallo y Barreneche, pueden dar una imagen demasiado conflictiva de la realidad social ya que a la justicia llegan solo aquellas situaciones de conflicto[72]. Efectivamente, los esclavos que acudían a la justicia en defensa de sus derechos eran una minoría. ¿Qué sucedía con los esclavos que no lo hacían y sobre los cuales casi no tenemos fuentes?[73] Una hipótesis esgrimida para llenar este vacío documental, ha sido la formulada según Josefina Plá, según la cual los esclavos que no acudían a la justicia, en realidad no tenían ningún motivo para hacerlo dado el buen trato y el respeto a sus derechos por parte de sus amos. La fórmula “los esclavos felices no tienen historia” fue retomada por Levaggi en un sentido similar. Pese a ser valedero que los esclavos que vieran respetados sus derechos no tenían por qué acudir a la justicia, no es menos cierto que aquellos que vivían en zonas rurales alejadas de las ciudades donde se administraba justicia tenían menos posibilidades de hacer oír sus reclamos[74]. Incluso, los esclavos que vivían en las ciudades, en algunos casos denunciaban a sus amos por malos tratos, pero éstos recibían apercibimientos leves y la justicia no ordenaba la venta a otro amo como habilitaba la ley. Con lo cual el dueño, viéndose reafirmado en su poder y dominio, castigaba severamente al esclavo por haberlo denunciado, ocasionándole incluso la muerte[75]. Esta situación debe haber disuadido a muchos esclavos de no presentarse a la justicia a no ser de tener seguridad de tener un resultado favorable.
Los amos homicidas no
recibían las penas prescriptas como si hubieran asesinado a un hombre libre tal
como disponían las leyes- la pena capital-, sino que se les aplicaban unos años
de cárcel y multas[76]. Esto
contrastaba con las penas aplicadas a los esclavos que herían o mataban a sus
amos. Por
ejemplo, en 1815 una orden dictada por el Director Supremo establecía que en la
plaza de Monserrat se fije la cabeza y una mano del negro Agustín- esclavo
ejecutado que había herido a su amo- y una plaqueta que indique el delito
cometido, para escarmiento de los demás esclavos de la ciudad[77]. En la
década de 1820 también se fusiló a una esclava por haber agredido a su ama[78].
El énfasis puesto por Tannembaum- y por otros
historiadores- en la integración de la población afroamericana libre en la
sociedad hispanoamericana colonial omitía mencionar todas las disposiciones
incluidas en las Siete Partidas que marginaban a este segmento de la población
distinguiéndolos de los blancos[79]. La
población de color en el Virreinato del
Río de
En síntesis, las leyes hispanas referentes a los esclavos no expresaban
el “espíritu general” de la sociedad de la época, ni se aplicaban estrictamente
en todos los casos. Pero uno de los derechos de los cuales los esclavos hacían
uso con cierta frecuencia era el de presentarse a la justicia en pos de lograr
ciertas reivindicaciones. Cuando esto ocurría, los ayuntamientos proveían a los
esclavos un Defensor de pobres que en forma gratuita los representaba[84]. De
esta forma, la ley y la administración de justicia en esta época eran un campo
en disputa, donde distintos actores sociales intervenían con estrategias y
fines disímiles, tal como lo ha remarcado en los últimos años toda una
historiografía dedicada a desentrañar las estrategias de resistencia,
adaptación y confrontación de los esclavos con los sucesivos entramados
estatales en la época colonial[85]. Si la
idea de una esclavitud benigna no es adecuada para caracterizar a la esclavitud
rioplatense, ¿Ello significa que revestía las mismas características que en
economías de plantación tropicales bajo dominación española o colonias
americanas pertenecientes a otras potencias? De ninguna manera. La esclavitud
en el Río de
En la ciudad de Buenos Aires, que era donde se concentraba la mayor cantidad de esclavos del actual territorio argentino, era muy común la esclavitud a jornal, lo que implicaba que el esclavo debía salir a trabajar- generalmente en la calle, en plazas y mercados- y pagarle un dinero a su amo al final del día. Empleados en su mayoría en tareas domésticas y artesanales, este tipo particular de esclavitud, que algunos autores han denominado “estipendiaria”[87] y que era característica de todas las grandes ciudades de Hispanoamérica, le proporcionaba al esclavo una libertad de movimientos y ciertas condiciones que favorecían la integración y la movilidad social en mayor proporción que en las economías de plantación. Estas “vías de escape”, posibilitaban en algunos casos a los esclavos ganar dinero por encima del jornal que debían pagar a sus amos, lo que permitía la acumulación de un peculio propio que podía culminar con la consecución de la libertad mediante la compra de la misma[88]. A su vez, la vida cotidiana al margen de la vigilancia del amo también generaba cierto deterioro de la condición servil que asombraba a los viajeros.
Según Carmen Bernand, la esclavitud urbana en
las colonias hispanoamericanas difería considerablemente de la de otras
sociedades y de ningún modo puede decirse que los esclavos sufrían una “muerte
social”. El hecho de desempeñar numerosas actividades mercantiles en la calle
les proporcionaba un espacio de libertad y anonimato[89]. Hemos
señalado que los esclavos de áreas rurales de otras partes de América tenían
menos espacios de autonomía que los de las ciudades. Sin embargo, esta
afirmación no es aplicable el Río de
Según la historiografía reciente, el Río de la plata podría caracterizarse como una “economía con esclavos”, en las cual estos no ocupan un rol central en la economía sino que desempeñan toda una serie de ocupaciones características de las zonas urbanas y en las áreas rurales conviviendo con indígenas, mestizos y blancos. En cambio las islas del Caribe, Brasil y las colonias inglesas de América del norte serían “sociedades esclavistas”, caracterizadas por emplear esclavos a gran escala en plantaciones cuya producción tenía como destino el mercado mundial[92].
Consideraciones finales.
¿Es posible definir la naturaleza de la esclavitud en una sociedad histórica dada? ¿Puede la historia comparada proporcionar alguna clave al respecto sin caer en generalizaciones que oscurezcan la riqueza y complejidad de la vida social de miles de individuos?[93] ¿Qué definición podría abarcar la multiplicidad de casos particulares de los que nos hablan las fuentes? ¿Qué tienen en común el esclavo torturado y explotado por su dueño- en algunos casos hasta la muerte-, el esclavo que rechaza su libertad producto de un vínculo afectivo con su amo, y el esclavo que es propietario de otros esclavos?[94] A lo largo de este trabajo hemos intentado analizar las respuestas que dieron a estos interrogantes diferentes autores, y sus fundamentos. No vamos a pretender aportar respuestas definitivas en estas pocas líneas finales, pero si apuntar algunas cuestiones sobre qué factores pudieron influir en las distintas relaciones entabladas entre amos y esclavos en distintas zonas de la América colonial.
Principalmente el debate sobre el trato dado a los esclavos en distintas partes de América muchas veces consideró a los mismos como individuos pasivos y objeto de la crueldad o benignidad de las elites o el estado, las cuales unilateralmente determinaban las condiciones de vida de estos individuos. En las últimas décadas, la historiografía americanista ha revelado el rol activo que los esclavos jugaron a la hora de moldear su vida cotidiana e incluso generar y/o acelerar el proceso de abolición de la esclavitud mediante distintas formas de resistencia/adaptación a su condición[95]. La aseveración antecedente no implica negar el papel preponderante que detentaron los amos, el estado o la iglesia, en imponer determinados patrones de conducta a los esclavos, sino solo argumentar que este poder no era absoluto ni ilimitado ya que estaba condicionado por distintas circunstancias. De lo que se trata es de ver como los esclavos respondieron en inferioridad de condiciones, a los intentos de sus dominadores por reducirlos a meras cosas, ya que, según el decir de Edmund Morgan, “la esclavitud es siempre una relación negociada”[96], y las actitudes de los esclavos podían ir desde la abierta rebelión hasta la adaptación a la sociedad imperante. Entonces, conviene analizar qué factores condicionaban- aunque no determinaban- las posibilidades que tenían los esclavos para aligerar la explotación, fijar límites temporarios a los maltratos, adquirir su libertad o integrarse de diversas formas a la sociedad que los rodeaba.
Si había algo que
inevitablemente compartían todos los individuos africanos esclavizados, era el
proceso de captura en su comunidad originaria, su traslado forzoso a las costas
del continente africano, la travesía marítima hacia América, y la llegada a
otro nuevo continente donde eran marcados a fuego[97].
Innumerables páginas han sido dedicadas a describir los padecimientos, la
mortandad y las condiciones infrahumanas de este periplo para los esclavos, los
cuales si tenían la suerte de sobrevivir se encontraban de pronto en un
territorio extraño, con otro clima e idioma y siendo vendidos separados de sus
familiares en muchas ocasiones. Esta “violencia física institucional”- como la
llama José Andrés Gallego- era propia de la condición de esclavo y no la sufría
ninguna persona libre. Sin embargo, había esclavos que no pasaban por este
proceso, y eran aquellos nacidos de madre esclava en tierras americanas. Si
además de ser criollos, eran producto del mestizaje, esto parecería ampliar las
posibilidades para mejorar su condición. Por ejemplo, los mulatos de Buenos Aires, pese
a ser en muchos casos más despreciados
que los negros[98], eran
más afortunados en su camino hacia la libertad. Los mulatos componían sólo el
18,5% de los esclavos, pero representaban el 48,7% de los esclavos liberados
entre 1776 y 1810. Este hecho se debía a que al haber nacido en tierras
americanas conocían mejor las costumbres y las prácticas que les permitían
aprovechar diversas oportunidades económicas y legales para conseguir la
libertad[99].
En toda América, el crecimiento de la población esclava no se debió exclusivamente al crecimiento vegetativo de la misma sino a la importación de nuevos esclavos, con la excepción del sur de los Estados Unidos y ciertos enclaves religiosos, como las propiedades de los jesuitas. En general, las duras condiciones de trabajo y los obstáculos desalentaban la formación de familias esclavas, lo que se sumaba a la elevada mortalidad infantil de este segmento social. En general es aceptado por casi todos los autores el trato brutal dado a los esclavos de plantaciones, haciendas, ingenios y minas -con independencia del sistema jurídico imperante-, en comparación con los esclavos que residían en las zonas urbanas, dado su mayor dificultad en acceder a la justicia entre otras cosas[100]. La esclavitud a jornal o estipendiaria propia de las ciudades, proporcionaba una libertad de movimientos considerable, unida a la posibilidad de formar vínculos con otras personas y familiarizarse con las oportunidades económicas y legales que permitían cierto ascenso social. Esto podía desembocar en la compra de la libertad- que como vimos estaba al alcance solo de una minoría en Buenos Aires- o simplemente a hacer más llevadera la vida cotidiana. Estas “vías de escape” o “ámbitos de libertad” según el decir de varios autores seguramente influyeron para que algunos esclavos de Buenos Aires prefirieran comprar inmuebles antes que su libertad[101].
Si el lugar de
nacimiento, la categorización racial, y la estructura económica predominante
condicionaban el trato que podían llegar a recibir los esclavos y las
posibilidades que tenían para mejorar su condición, no eran los únicos factores
a tener en cuenta[102]. A
pesar de las críticas que recibieran los planteos de Tannembaum, el sistema
jurídico imperante en cada lugar, dependiendo de las tradiciones propias de
cada potencia colonizadora, incidía en la vida de los esclavos. No porque
existiera una aplicación total de la normativa- algo de por sí bastante difícil
en una sociedad de antiguo régimen donde la ley era solo una de las fuentes del
derecho, y no siempre la más importante-, ni porque ésta fuera la expresión
genuina de un orden moral compartido por todos los actores. Sino porque en las
colonias españolas- y en menor medida en las portuguesas-, el reconocimiento de
ciertos derechos a los esclavos les proporcionaba a los mismos la posibilidad
de presentarse a la justicia en resguardo de ciertas prerrogativas[103].
Algunos derechos eran más respetados que otros, y los esclavos se presentaban a
los tribunales reclamando justicia en lugares tan disímiles como Puerto Rico,
Ecuador, Cuba, Lima, Guatemala, Perú,
Los aspectos culturales
y/o religiosos, junto con el peso de ciertas tradiciones y costumbres- que se
veían reflejadas parcialmente en las leyes- también fueron sin duda un elemento
que moldeó las relaciones que los esclavos entablaban con otros grupos de la
sociedad. La tradición hispana se caracterizaba por reconocer a los esclavos
como personas, además de cómo cosas, ya que desde las Siete
Partidas se admitía que todos los hombres eran naturalmente libres y
que por lo tanto la esclavitud había sido establecida por “las gentes”[106]. La
tradición del imperio romano y el debate que se dio entre los religiosos sobre
la licitud de la esclavitud de los africanos no se dio en otros países. Esto
contrasta con las colonias inglesas, donde la esclavitud africana era
justificada en base a argumentos bíblicos y abiertamente racistas. En las
colonias hispanas muchos esclavos eran liberados por testamento, como una obra
piadosa. Por
ejemplo, Don Antonio García López, destacado comerciante porteño que fue
Defensor de pobres en 1782, llegó a tener 10 esclavos y en su testamento los
liberó y les dejó sumas de dinero que iban desde 50 hasta 500 pesos a cada uno[107].
El peso institucional de
la iglesia y el estado metropolitano parece haber sido importante en las
colonias hispanas, y los esclavos supieron a veces aprovechar las pujas que
existían entre las elites locales y las autoridades coloniales o el clero. El
énfasis puesto por la iglesia en el bautismo, evangelización y casamiento de la
población esclava, proporcionó a los esclavos espacios donde escapaban a la
mirada del amo, incluso organizándose en cofradías donde tejían vínculos con
individuos de su misma condición. Sobre todo ciertas órdenes religiosas como
los jesuitas, poseyeron miles de esclavos, y se caracterizaron por favorecer
los matrimonios en pos de asegurar la reproducción sin necesidad de recurrir al
mercado, caracterizándose por dar un trato menos brutal hacia los esclavos en comparación
con muchos amos -a semejanza de lo realizado con los indígenas en las
misiones-. Por eso cuando se ordenó la expulsión de
Si a fines de los años “
Ciertamente,
como lo ha apuntado Andrés Gallego, otra variable a la hora de analizar las
relaciones entre amos y esclavos era el temperamento y las personalidades de
ambos individuos en concreto. Si ya hemos visto ejemplos de amos extremadamente
crueles, no siempre era así. En Buenos Aires por ejemplo, en 1807, el esclavo Manuel Antonio
Picabea, renunció a su derecho a entrar en el sorteo de los esclavos que iban a
ser liberados por su destacada actuación durante las Invasiones Inglesas. La
causa de tal decisión era que el involucrado no quería “incurrir en
ingratitud para con su Señora, que por septuagenaria, pobre y achacosa no tiene
otros auxilios que los suios”[111].
Hay que tener en cuenta que todos los factores que venimos analizando no determinaban automáticamente la situación de los esclavos y el trato que recibían, sino que lo condicionaban, y aquí solo hemos intentamos señalar grandes tendencias. Pero toda regla tiene excepciones, y así como había esclavos que residían en lejanas plantaciones que lograban recorrer grandes distancias y acudir a los tribunales para denunciar a sus amos, también había esclavos urbanos a jornal que eran brutalmente maltratados cuando no lograban recaudar lo que tenían que entregar a sus dueños. A su vez así como los esclavos rioplatenses que trabajaban en las estancias tenían mayor autonomía y eran menos explotados que sus colegas de las plantaciones, lo cierto es que no pudieron disfrutar de una vida familiar, como si lo hicieron los esclavos rurales del sur de los Estados Unidos empleados en la producción de algodón. ¿Quién estaba en mejor situación? Es una pregunta difícil de responder, sobre todo teniendo en cuenta que ambos estaban a merced de la arbitrariedad y el maltrato de sus dueños. Por ello hoy en día la idea de la benignidad de la esclavitud rioplatense o hispana no es sostenida por los principales estudiosos del tema, ya que el hecho de que el trato fuera comparativamente mejor en algunas regiones que otras no significa que por ello no fuera inhumano. Los testimonios de los viajeros al respecto revelan el impacto que en éstos causaban las diferencias que existían entre las distintas colonias con respecto a las posibilidades de las que gozaban los esclavos para mejorar su posición. Las características de la vida de los esclavos en las ciudades de las colonias hispanoamericanas tales como la libertad de movimientos, ausencia de vigilancia de los amos, esclavitud a jornal, manumisiones, posibilidad de poseer un peculio, comprar la libertad o acudir a los tribunales, unida a una mayor integración del negro en la vida social[112], marcaban un contraste muy nítido con las colonias tropicales inglesas, francesas u holandesas. Afortunadamente, los expedientes judiciales y otras fuentes permiten matizar y corregir aquella imagen impresionista ya que dan cuenta de los maltratos y torturas a los esclavos que ocurrían a puertas cerradas- en el ámbito doméstico- y que escapaban a la mirada de los transeúntes. Los amos se cuidaban de quedar muy bien de no quedar expuestos públicamente para impedir que los esclavos pudieran encontrar testigos y aliados poderosos a la hora de acudir a la justicia.
Finalmente, la esclavitud durante el siglo XIX fue aboliéndose en toda América. La mayoria de los países adhirieron a un proceso gradual de abolición que contempló también los intereses de los amos, como el Río de la plata, donde desde 1810 se tomaron progresivamente medidas como la libertad de vientres, el rescate de esclavos o la prohibición de la trata, hasta llegar a la abolición definitiva en 1860 para el conjunto del territorio[113]. Pero en las colonias del caribe la abolición se hizo esperar más aún. En Puerto Rico el fin de la esclavitud se produjo en 1873 y en Cuba en 1880. Quizás las peripecias del esclavo cubano Esteban Montejo ilustren la violencia de la institución de la esclavitud, las ansias de libertad y el posterior desencanto que sufrieron estos individuos a lo largo y ancho de América durante este proceso. Habiendo nacido en tierras americanas, fue vendido desde muy chico y puesto a trabajar a los diez años. Su vida en el ingenio transcurrió en el medio de barracones y conucos[114], experimentando los grillos, el cepo y los azotes. Cansado de esta vida, un buen día agredió al mayoral del ingenio y se dio a la fuga, viviendo durante un tiempo en una cueva en el monte. La vida de cimarrón de este individuo llegó a su fin cuando se enteró de que la esclavitud había sido abolida, y retornó al pueblo. Una vez allí, ya como libre, volvió a trabajar en un ingenio y se percató que el agotador trabajo, la existencia de barracones y la crueldad de los dueños de ingenio y capataces, guardaban un parecido bastante significativo con las amarguras que había vivido desde pequeño[115].
Aceptado: 5 de abril de 2013
¿Una
esclavitud benigna? La historiografía sobre la naturaleza de la esclavitud
rioplatense
Resumen
El presente trabajo
analiza cómo se forjó en la historiografía la idea de que en el Río de
Palabras claves: Esclavitud benigna; explotación; afrodescendientes; Río de la Plata.
Lucas
Rebagliati
¿A
benign slavery? Historiography on the nature of Rio de la Plata slavery
Abstract
This paper discusses how historiography was shaped by the idea that in the Rio de
Key words: Historiography;
Benign Slavery; Exploitation; African-descendants; Río de
Lucas
Rebagliati
*
El presente trabajo forma parte de una investigación más amplia sobre el
accionar de los Defensores de pobres del ayuntamiento de Buenos Aires durante
el período 1776-1821, enmarcada en el Proyecto de investigación UBACyT “Crecimiento económico, orden político y conflicto social en el Río de
** Profesor y Licenciado en Historia (Universidad de Buenos Aires), doctorando en la misma Universidad, Docente de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Becario doctoral del CONICET con sede en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”. Correo electrónico: lucasrebagliati@hotmail.com.
[1] Mitre, Bartolomé, Historia de Belgrano y la independencia argentina, Ediciones Anaconda, Buenos Aires, 1950, p. 31.
[2]
Sobre las sucesivos deslizamientos y transformaciones que experimenta el relato
fundacional mitrista ver Palti, Elías José, “
[3]
López, Vicente Fidel, Historia de