LA FORMACIÓN DEL PARTIDO DEMOCRATA NACIONAL Y LA CAMPAÑA ELECTORAL DE 1931, TUCUMÁN*

 

María Graciana Parra

 

 

“Hemos encontrado la bolsa de la revolución y nos estamos asesinando los unos a los otros, para quedarnos con ella. Hay que levantar la mira y contemplar el panorama de conjunto para suprimir estos espectáculos y para vitalizar al partido”[1].

 

 

Con estas palabras un afiliado demócrata reflejaba la situación reinante al interior del Partido Demócrata Nacional de Tucumán (PDNT) en junio de 1931. El desconcierto y la desunión de las filas era una realidad palpable no sólo para este orador, sino también para los dirigentes políticos provinciales que se habían embarcado en la colosal tarea de conformar una nueva fuerza política que interpretara los ideales septembrinos. La Revolución de 1930 había modificado el panorama político nacional, no sólo al implicar el desplazamiento del radicalismo de las esferas de poder, sino también al poner en debate la legitimidad de la experiencia democrática. Frente a los abusos y el descreimiento del gobierno de Yrigoyen, el movimiento de septiembre se proponía un rotundo cambio en la vida política nacional y, en ese sentido, el conservadurismo se erigía en protagonista indiscutible de los nuevos tiempos. Sin lugar a dudas, fueron los conservadores los primeros en advertir los beneficios que la coyuntura revolucionaria presentaba al posibilitar la recuperación de los espacios perdidos frente a la “máquina” radical. En consecuencia, se aprestaron a la organización de un partido nacional que aglutinara a las fuerzas conservadoras provinciales, a fin de erigirse en los herederos civiles del golpe. La tarea no resultó sencilla, tanto a nivel nacional como provincial, se realizó de manera discontinua y desafiaron una serie de obstáculos. Debieron enfrentarse al tortuoso proceso político abierto tras la Revolución, que osciló entre la concreción de la reforma constitucional, anclada en el proyecto corporativo, y el retorno a la normalidad institucional a través de la vía partidaria bajo el imperio del sufragio universal. En el contexto de esta ambigüedad, en la etapa formativa del partido a nivel nacional, las riendas de la organización estuvieron centradas en los conservadores bonaerenses, quienes intentaron encolumnar tras de sí a las expresiones conservadoras del interior y debieron luchar contra las divisiones y fracturas del universo conservador, arribando a un resultado no del todo exitoso. La conformación del Partido Demócrata Nacional a mediados de 1931 no significó el nacimiento de una fuerza política cohesionada que actuara de acuerdo a las órdenes de la dirigencia partidaria. El PDN se constituyó más que como un partido nacional, como una alianza flexible entre las fuerzas conservadoras provinciales, cada una con cualidades intrínsecas a su espacio de acción.

 

En ese sentido, la débil organización institucional del PDN a nivel nacional favorece el estudio de las organizaciones provinciales que componían al partido y revela las dificultades que enfrentaron los conservadores a la hora de tomar decisiones que involucraran a la nación, en tanto los conflictos suscitados en la política local muchas veces incidieron en el ritmo del acontecer nacional. La articulación del proceso político provincial con el nacional adquiere relevancia en el abordaje de los años treinta, al reconocer que los Estados provinciales experimentaron transformaciones similares a las del orden nacional, cuya explicación no puede agotarse en la noción de “Restauración Conservadora” con la que se ha englobado insatisfactoriamente al período. Los profundos cambios de esos años trastocaron también a los Estados provinciales e incidieron en la evolución política que se dio en sus ámbitos[2]. La provincia de Tucumán, tras la Revolución, experimentó un proceso de reordenamiento de sus fuerzas políticas conservadoras que dio lugar al nacimiento del Partido Demócrata Nacional en esas tierras. La dimensión escogida en este análisis focaliza la atención en las alianzas y conflictos por el poder en el seno de la organización, por entender que son claves para comprender el proceso de formación del partido. Éste último estuvo caracterizado por la existencia de diversas oposiciones entre sus integrantes, manifestándose por un lado en el enfrentamiento entre “tradicionalistas” y “renovadores”, y por otro, en la puja entre las diversas fuerzas que dieron origen al partido. Como consecuencia el PDNT se constituyó como una fuerza carente de cohesión, desorganizada y fragmentada, conviviendo con la constante amenaza de disolución. El PDN tucumano tuvo serias dificultades para erigirse en una alternativa política viable, más aún cuando tuvo que enfrentarse con la competencia de una nueva fuerza política provincial de raigambre conservadora en las primeras elecciones nacionales de 1931.

 

 

El nacimiento de nuevas fuerzas políticas

 

Una vez producida la Revolución las fuerzas políticas provinciales iniciaron la lucha por los despojos del régimen caído. Las constantes victorias del radicalismo y las debacles partidarias de las agrupaciones locales habían enseñado a los políticos provinciales sobre las consecuencias de la desunión y disgregación, razón que obligaba a buscar la armonía entre las agrupaciones afines y a conformar una nueva fuerza que supiera beneficiarse con el derrumbe del yrigoyenismo. Uno de los primeros dirigentes en advertirlo fue el conservador José Ignacio Aráoz, quien a días de producido el golpe, en una misiva al flamante Ministro de Instrucción Pública de la Nación, Ernesto Padilla, le hacía saber que las fuerzas del Partido Agrario habían decidido en asamblea ponerse al habla con los afiliados de Defensa Provincial y el Partido Liberal a fin de “renunciar las banderías que nos dividen y formar un gran partido que sustente democráticamente, en el orden provincial y nacional, los anhelos institucionales y económicos de la revolución”[3]. El deseo de Aráoz pronto se enfrentaría con graves inconvenientes, ya que reinaría la desconfianza y el recelo entre quienes supieron ser en el pasado correligionarios en las luchas cívicas.

 

En lo que respecta al universo conservador, el mismo se encontraba completamente fragmentado desde hacía unos años a partir del surgimiento de dos fuerzas políticas que ingresaron a la competencia electoral disputando los principales espacios de poder con el otrora Partido Liberal[4]. En 1927 en las elecciones comunales de San Miguel de Tucumán los jóvenes conservadores, capitaneados por Juan Luis Nougués, supieron erigirse en una alternativa política en el espectro partidario de la provincia. Los jóvenes, quienes adoptaron la denominación de blancos, conformaron su identidad política a partir de las diferencias generacionales con la cúpula dirigente del Partido Liberal, a la cual criticaron por su inacción y falta de sensibilidad social hacia los sectores populares. Las desavenencias generacionales ocasionaron la fractura partidaria y la posterior conformación de una nueva agrupación política- Defensa Provincial Bandera Blanca- que se propuso, en el largo plazo, transformar la cultura política de la provincia.

 

El surgimiento de Defensa Provincial significó un duro revés para el Partido Liberal, que debió además enfrentar el alejamiento de un grupo de dirigentes vinculados al sector agrario quienes decidieron conformar su propia agrupación tras los agitados conflictos suscitados durante la huelga cañera de 1927. Liderada por José Ignacio Aráoz, la naciente agrupación denominada Partido Agrario, reivindicaba la democracia económica y social y el criterio distributivo en la industria azucarera, del cual dependían los intereses de los cañeros. Combatía la “tendencia burocrática” de la UCR que había impulsado el “parasitismo del empleo público a fuerza de impuestos, dietas, sueldos e influencias del Estado” y la visión estrecha y antisocial de los industriales azucareros que, en el plano político, se expresaba abiertamente a través del Partido Liberal[5]. Con una importante representación en los departamentos azucareros, en particular aquellos en los que prevalecía el sector de cañeros independientes, el Partido Agrario ingresó al escenario electoral con un significativo triunfo en las elecciones de 1928.

 

La fundación del Partido Agrario y Bandera Blanca significaron una pérdida importante para las huestes liberales, sumiendo al partido en una crisis que le imposibilitó recuperar la simpatía del electorado en los comicios de marzo de 1930. En ese sentido, las expectativas que se abrían con la Revolución eran excelentes, por lo cual debía aprovechar la coyuntura para rearmar sus filas en base a un accionar conjunto de defensa de los ideales del movimiento septembrino. La propuesta de Aráoz iba en ese sentido, pero también la de un grupo de antiguos dirigentes liberales, quienes decidieron ocupar la escena política al conformar una nueva agrupación. Liderados por Julio M. Terán, a mediados de octubre, decidieron dar nacimiento al Partido Nacional e ingresar en el sistema de partidos provincial. Tras una reunión con el Gral. Uriburu y el Ministro del Interior Sánchez Sorondo, Terán sostenía como primordial la conformación de una fuerza política local homogénea y disciplinada que colaborase con el gobierno nacional y se incorporase a la Federación Nacional Democrática[6]. Advertía que la falta de concordia entre las fuerzas afines en la provincia produciría resultados contraproducentes a la obra de depuración y reconstrucción que estaba llevando a cabo el gobierno, por lo que era necesaria la unión con las fuerzas liberales para obtener la victoria comicial y desterrar las malas prácticas y errores del gobierno depuesto[7]. Con la creación del Partido Nacional se manifestaba abiertamente la crisis en la que se había subsumido el liberalismo en los últimos años, y más aún cuando un grupo de afiliados decidía conformar una nueva fuerza política desconociendo a la existente. Ante esta situación las reacciones de los dirigentes liberales oscilaron entre aceptar la conformación de la misma, como el caso de Alfredo Guzmán, o bien buscar el resurgimiento del partido que encontró en la figura de Gaspar Taboada a su férreo defensor.

 

El discurso unionista esgrimido por el Partido Nacional no sólo estaba dirigido a las fuerzas liberales y agrarias, primordialmente buscaba la simpatía de Defensa Provincial. Nougués tendría la oportunidad de rechazar esta “invitación” en un acto tras su regreso a la provincia[8]. El líder blanco lejos estaba de querer disolver a una pujante fuerza política para fusionarse con sus antiguos adversarios en una nueva agrupación. Sabía de la fortaleza electoral de su partido y del importante caudal electoral con el que contaba su persona, acrecentado en las últimas elecciones legislativas y después de la intervención a la intendencia capitalina por él presidida meses antes de producirse el golpe. Asimismo, Bandera Blanca podía arrogarse el derecho de haber portado la bandera antiyrigoyenista días antes de la Revolución, oportunidad en la cual había realizado un mitin en contra de la política impositiva del gobernador radical Sortheix.

 

Frente a este panorama partidario conflictivo le cupo a las autoridades provinciales intentar acordar la unión de las fuerzas antirradicales. Una tarea que no le resultó fácil al interventor Ramón S. Castillo y al Ministro de Gobierno Enrique Loncan, quienes a pocos días de iniciada la gestión se abocaron a prohijar las tratativas unionistas. Un primer intento se suscitó hacia fines de noviembre cuando los dirigentes de las fuerzas políticas conservadoras afines concordaron en una reunión. El ambiente resultó propicio para que expresaran la necesidad de unión de las fuerzas, aunque las diferencias surgieron a raíz del procedimiento escogido para llevar adelante la fusión. De hecho, se barajaba la posibilidad de disolver a las agrupaciones para luego conformar una nueva. En particular, fueron los blancos los principales oponentes a la disolución del partido ya que temían perder posiciones en la futura junta de gobierno; sí en cambio aceptaban que las demás fuerzas integraran su partido y afirmaban tener abiertas sus puertas a todos los ciudadanos.

 

Sin lugar a dudas, lo que estaba en juego era el espacio político concedido a cada fuerza en la nueva agrupación, y los blancos no estaban dispuestos a ceder terreno en beneficio de sus antiguos adversarios; más aún cuando no les perdonaban el haber votado junto a radicales la intervención a la intendencia capitalina. Ante el abandono de las negociaciones por parte de los blancos, las tratativas entre las restantes fuerzas continuaron de la mano de Alfredo Guzmán. En su residencia nació el Partido Demócrata, cuya Junta Organizadora la integraron cinco representantes de cada una de las fuerzas[9] y acordaron consultar con sus afiliados acerca de la disolución de los partidos y la conformación del nuevo. En ese sentido, sólo agrarios y liberales convocaron a asambleas ya que se trataba de fuerzas con una estructura organizativa importante y con actuación en las luchas cívicas pasadas; diferente resultaba la situación del Partido Nacional, cuya organización no había ido más allá de la conformación de una Junta Ejecutiva. La primera convención la realizaron los agrarios, y bajo la voz cantante de su principal referente, José Ignacio Aráoz, aceptaron la conformación de una nueva agrupación política, aunque sostuvieron como condición que la misma se presentara como una fuerza democrática y renovadora de valores políticos completamente distintos de las viejas agrupaciones[10]. Asimismo, exigieron la inclusión de los principios agrarios en el Partido Demócrata[11] .Por su parte, los liberales también, a través de una asamblea, manifestaron su deseo de integrar al partido en formación, y plasmaron su pensamiento con respecto al lugar que ocuparían las fuerzas liberales en éste. Reconociendo la tradición del Partido Liberal y el volumen de sus huestes, José Lucas Penna afirmaba el “Partido Liberal no se disuelve sino que se transforma en una poderosa fuerza con los mismos afanes y anhelos del gran partido que hoy se entrega con la bandera en alto[12]. Estas ideas resonarían una y otra vez en el nuevo partido, y ocasionarían los problemas inherentes a la organización interna del mismo. Por su parte, los liberales se integraban en la nueva fuerza con la manifiesta convicción de aportar un caudal electoral importante que exigía la preponderancia en la estructura organizativa. Asimismo, los agrarios se incorporaban al Partido Demócrata con la intención de no abandonar sus principios partidarios vinculados a la defensa de los sectores cañeros. Unos y otros deseaban imprimir al partido su impronta y conducirlo, esta puja se resolvería, en un primer momento, a favor de los liberales quienes lograron una mayor preeminencia en la Junta Ejecutiva[13].

 

El nacimiento del Partido Demócrata contaba con los buenos augurios del gobierno provisional y compartiría con él los ideales revolucionarios[14]. Esta sintonía de pensamientos se reflejó en el manifiesto de mediados de diciembre, en el que afirmaban que había llegado el momento de la reconstrucción salvadora del país tras la debacle causada por el radicalismo y correspondía a las fuerzas antirradicales llevar adelante esta acción. Éstas debían realizar la depuración democrática de la acción política, el resurgimiento de la vida institucional y la renovación de los valores. Para ello era necesario aunar todos los esfuerzos bajo una sola fuerza política orgánica, argumento que había propiciado la constitución del Partido Demócrata, el cual abría sus puertas a todos los hombres sin distinción de banderías políticas antiguas. La identificación del partido con la revolución septembrina se lograba al sostener que la misma no constituía un motín cuartelero, ni una pueblada ocasional”, representaba “un movimiento de civismo forjado en los hogares argentinos[15]. Como afirma Tulio Halperin Donghi se trataba de un conservadurismo más dispuesto a invocar la herencia del régimen provisional que la de los fundadores de la Argentina moderna[16].

 

Bajo tales apreciaciones no resultó imposible que el partido manifestara su estrecha colaboración con la obra del Gobierno Provisional, y felicitara a Uriburu tras su famoso discurso en la Escuela Superior de Guerra[17]. Palabras que generarían diversas lecturas, para algunos significaban el impulso de la reforma constitucional y la opción corporativa, mientras para otros reflejaba el deseo del gobierno de concluir con la demagogia yrigoyenista, en un contexto en el cual los partidos se reservaban un protagonismo indiscutido. La manifiesta ambigüedad de Uriburu, que se debatía entre dos cursos de acción: uno de retorno partidocrático (pero tras una remodelación de los partidos) y el otro que en su diseño institucional podemos denominar de corporativismo moderado[18], absorbía también a los demócratas tucumanos. De hecho, un grupo felicitaba al presidente por su discurso concordando con su anhelo de “una patria grande y noble, libre de las acechanzas de la demagogia[19], en clara alusión al radicalismo, aunque no pronunciaba opinión alguna sobre la propuesta de Uriburu de realizar un cambio institucional. Este clima de indefinición propició la manifestación de la Junta de Propaganda del Partido en favor de la intangibilidad de la Constitución Nacional, en particular el artículo 37 que consagraba la forma de elección de la Cámara de Diputados, y la Ley Sáenz Peña. El documento demócrata, en abierta crítica con los firmantes del telegrama de felicitaciones, argumentaba falta de reflexión de parte de las autoridades partidarias acerca del pronunciamiento presidencial. La idea de “selección”, esbozada como un mecanismo para lograr una adecuada democracia en donde gobiernen los mejores y más capacitados, les parecía contraria a la existencia de los derechos del “pueblo”, el cual lograba su participación a través del sufragio universal, aunque reconocían que dichas palabras debían ser comprendidas en el contexto de angustia pública de la nación. La defensa de la ley iba más allá al sostener su importancia en la historia política del país y al afirmar que el “pueblo” había sido “arrancado de los garfios de gobernantes caciques sólo a través del voto secreto y obligatorio”[20].

 

Esta contundente manifestación en contra de las palabras de Uriburu y de los gobiernos anteriores a la Ley Sáenz Peña acarreaba una crítica a los sectores dirigentes del partido en formación, de hecho la mayoría de sus miembros habían formado parte de la elite dirigente que manejó los destinos de la provincia durante la “república conservadora”. Asimismo, el manifiesto buscaba evitar el rechazo del electorado ante los futuros comicios que se desarrollarían en la provincia según el calendario electoral en construcción en el Ministerio del Interior. En ese sentido, la apuesta política de Sánchez Sorondo consistió en el diseño de un cronograma eleccionario que incluía a aquellos distritos en los que era posible que triunfasen las fuerzas opositoras al radicalismo, empezando por la provincia de Buenos Aires. Su proyecto incluía la formación del Partido Conservador de Buenos Aires, fuerza política que lideraría la creación de un Partido Nacional que secundaría al Gobierno Provisional en su obra. Como sostiene María Dolores Béjar la mayoría de los partidos rechazó la propuesta y sólo los demócratas de Tucumán respondieron afirmativamente[21]. Aceptaron la invitación justificando su accionar en una de las bases de la constitución del partido en diciembre pasado, afirmando que su incorporación a la Federación Nacional Democrática se había resuelto con miras a la conformación de un partido nacional[22]. En consecuencia, el Partido Demócrata designó a sus delegados y se incorporó al naciente Partido Demócrata Nacional, que meses más tarde aglutinaría a las fuerzas conservadoras provinciales[23].

 

En ese sentido, los conservadores tucumanos manifestaron su clara ambición de abandonar la órbita provincial e ingresar a un espacio político de alcance nacional, que les permitiera una mayor proyección y relaciones más fluidas con las autoridades nacionales, tal como había sucedido durante el “orden conservador”. En el pasado los acuerdos y alianzas entabladas entre el gobierno central y las elites del interior les habían permitido a los conservadores articular las redes de influencia necesarias para lograr cierto peso en el parlamento nacional, ámbito a través del cual supieron negociar el apoyo político con las esferas nacionales.

 

Sin lugar a dudas, con la sanción de la ley Sáenz Peña el peso político de las elites del interior, en particular Tucumán, se desdibujó frente al ascendiente del litoral, y así también la dinámica política se encauzó por la vía de la democratización y el sufragio. En el naciente escenario de los treinta la futura construcción de una fuerza nacional significaba recuperar el poder desempeñado en el pasado e ingresar en el armado político nacional con un papel destacado, y por sobre todo morigerar las nefastas consecuencias de la “periferización” del norte como unidad histórica y como centro político de la nación.

 

Simultáneamente en la provincia se suscitarían cambios políticos importantes tras la renuncia del interventor Castillo y la llegada del comisionado Tito Livio Arata. En su discurso inaugural, Arata afirmaba que la situación de las agrupaciones políticas provinciales era crítica por lo que debían someterse a un proceso de reflexión. Y al presentar un panorama de las mismas deslizaba que el Partido Demócrata era la fuerza indicada para llevar adelante el retorno a la normalidad institucional, en tanto se refería a Defensa Provincial como una fuerza que por su anticipada efervescencia no había logrado madurez, y correspondía a los radicales realizar un examen de conciencia para lograr depurar sus vicios y errores[24].

 

 

Jóvenes vs. viejos: los inicios de una puja partidaria

 

A pesar de los buenos augurios que significó la llegada del nuevo comisionado federal, la situación reinante al interior del partido no resultaba armoniosa como consecuencia de la existencia de grupos antagónicos. Un problema intrínseco sería la puja entre los sectores más antiguos del Partido Liberal, denominados como la “Vieja Guardia Liberal” y, por otro lado, los sectores más jóvenes que pujaban por encontrar un lugar en los espacios de decisión. Éstos últimos afirmaban que era la juventud la indicada para llevar adelante a la agrupación, constituyendo la única forma de renovar los valores y crear responsabilidades partidarias en un medio que había sentido por mucho tiempo el tutelaje de hombres que ya no significaban una esperanza para el pueblo[25]. El joven demócrata Máximo Cossio Etchecopar generaría una polémica en la prensa local al sostener como innecesaria la vuelta de los políticos del pasado siendo necesario “salirse de la huella trillada, y librarse de los “picaneros” que hasta ahora no han logrado, pese a su prestigio “prestigiar” nuestra política”[26]. La respuesta le correspondió al antiguo líder liberal Melitón Camaño quien se refería

 

a esa juventud que como buitre se arroja sobre los despojos del vencido, para devorarlos, no es posible conceptuarla como capacitada para reemplazar a los “viejos”. Que se llame a la juventud con títulos, con honradez suficiente para actuar airosamente, y no a aquella juventud amiga de las pitanzas[27].

 

Las palabras de Camaño reflejaban las pujas existentes entre los componentes del partido, diferencias que provocaban la inacción partidaria, generando críticas en la prensa y en los mismos afiliados. Así, el afiliado Fernando Rojas Rueda manifestaba que la crisis reinante obedecía a la falta de un “hombre bandera” que lograra aglutinar a las fuerzas dispersas bajo una única conducción. Según sus conclusiones, el partido no generaba tampoco adhesión en la ciudadanía, afirmando haber asistido a numerosos mitines caracterizados por la escasa concurrencia. En consecuencia, y en clara adhesión a la preeminencia de los hombres antiguos en el partido, sostenía la necesidad de erigir a Melitón Camaño como conductor de la agrupación.

 

Ante la posibilidad de futuros comicios, los preparativos electorales se aceleraron en toda la provincia a partir de la constitución de las juntas departamentales. La organización de la junta capitalina iba a constituirse en un nuevo espacio de confrontación entre los grupos de jóvenes y viejos. En la elección triunfó la lista encabezada por Melitón Camaño, aunque su permanencia en las esferas dirigenciales resultó efímera como consecuencia de los enfrentamientos con la juventud. Las disensiones con Camaño se exteriorizaron cuando éste fue expulsado por la Junta tras manifestar ciertas simpatías hacia Yrigoyen. Anticipando un accionar que sería recurrente a la largo de su existencia, los grupos en contra de la decisión dirigencial desconocieron la autoridad partidaria y constituyeron un Comité denominado Legión Liberal. A través de un mitin los legionarios manifestaban sus divergencias con la Junta Organizadora del Partido Demócrata, reconociéndose miembros del Partido Liberal. Desconocían el procedimiento seguido para dar nacimiento al Partido Demócrata y sostenían la nulidad de la Junta en cuanto a su composición al haber incorporado a miembros que no representaban partidos políticos, tratándose tanto de los hombres de Bandera Blanca como del Partido Nacional. Criticaban a la Junta por llevar adelante una política de círculos estrechos y disolventes ocasionando la expulsión de Camaño del partido. Asimismo, denunciaban que el organismo partidario propiciaba adhesiones a cambio de puestos públicos obteniendo con ello la confección de un registro falso de adherentes y fomentando así la traición al nuevo partido y corrompiendo la conciencia ciudadana. Por último, se manifestaban en contra del silenciamiento acerca de los proyectos para la futura convención, de las declaraciones políticas y sociales y de la plataforma electoral, evitando la discusión de los mismos por parte de los afiliados. En particular, hacían referencia a la no aprobación del documento de la Junta de Propaganda acerca de la intangibilidad de la Ley Sáenz Peña, proyecto que había suscitado mucho interés en su momento pero que a mediados de año parecía haber fenecido en el olvido, y del que no existían expresiones de los máximos dirigentes del partido, aún cuando todavía estaba latente el proyecto de reformulación política de Uriburu.

 

 

La llegada de los blancos y los nuevos enfrentamientos

 

Mientras la actividad partidaria en las filas demócratas entraba en un período de efervescencia, el interventor Arata intentaba acordar la fusión entre blancos y demócratas nuevamente. La estrategia consistió en lograr un acercamiento hacia las fuerzas blancas, por lo que el gobierno les brindó amplias garantías para el desarrollo de la campaña electoral y propició reuniones entre el comisionado federal y el líder blanco. Sin embargo, la táctica desplegada por Arata generaría desavenencias en las filas partidarias de Defensa Provincial. La actitud asumida por Nougués frente a los rumores de un posible acercamiento a los demócratas ocasionó conflictos al interior del partido. Al respecto, Nougués decidió hacer pública las tratativas entabladas con el comisionado federal y afirmó que el gobierno había solicitado la colaboración del partido. A la desmentida de esta situación por parte del Dr. Arata, debió sumarse el rumor acerca del ofrecimiento brindado al gobierno sobre su posible renuncia como candidato a gobernador. De este modo, Nougués violó un acuerdo del Consejo Ejecutivo de Defensa Provincial sobre la no emisión de opiniones al respecto, generando en el seno del partido una fuerte oposición entre los grupos que no lograban acordar acerca de la fusión con las fuerzas demócratas. En consecuencia, y ante una serie de enfrentamientos violentos, se produjo el cisma partidario entre los fusionistas y los antifusionistas. Cada grupo se arrogó la denominación de Partido Defensa Provincial, eligió las autoridades directivas y convocó a convenciones partidarias. En la asamblea de la tendencia unionista se aprobó una resolución, que entre sus principales argumentos reafirmaba los propósitos democráticos que guiaban al partido en contra del personalismo de Nougués, repudiaba cualquier acercamiento al radicalismo y se declaraba solidario con la obra del Gobierno Provisional[28]. La resolución más importante resultó la autorización a la Junta Ejecutiva para conversar con el Partido Demócrata acerca de la conformación de un nuevo partido que interpretara los objetivos de la Revolución aglutinando a las fuerzas antirradicales. En consecuencia, los demócratas reconocieron a la fracción blanca como partido y aceptaron su integración a la Junta con cinco representantes al igual que las fuerzas coaligadas en diciembre pasado[29].

 

Con la incorporación de los blancos a fines de marzo, se amplió la Junta del PDNT, trastocando la composición de la misma y generando nuevos conflictos en torno a los espacios de poder obtenidos por cada una de las fuerzas, más aún cuando el Partido Liberal continuaba teniendo preeminencia. Esta conflictividad no surgiría a raíz del ingreso de los blancos, por el contrario se ahondaría ya que durante los meses previos había tenido como protagonistas a las otras agrupaciones coaligadas en el Partido Demócrata. Ex liberales, agrarios y nacionales se disputaban los espacios de poder dentro de la Junta, demostrando las dificultades que encontraba el partido para articularse como una fuerza política local importante que pudiera participar activamente en los próximos comicios. Esta situación que generó la atención del interventor Arata, también implicó la actuación de Uriburu en su paso por la provincia en febrero de 1931. En dicha oportunidad el jefe de Estado le manifestó a los dirigentes liberales Miguel P. Díaz y Alfredo Guzmán sus deseos de que en la provincia se proceda a la reorganización política, con prescindencia de discordias o agravios pasados para cimentar una fuerza homogénea de amplitud de miras y sinceridad de propósitos capaz de continuar la obra del gobierno y de interpretar la ideología revolucionaria[30]. Si bien en el calendario electoral próximo la provincia de Tucumán no estaba incluida, en la estrategia política de Uriburu y Sánchez Sorondo resultaba imprescindible la fortaleza de los partidos políticos conservadores que, tras su triunfo electoral, aportarían los representantes legislativos necesarios para propiciar la reforma de la Constitución en el Congreso.

 

El caso de Tucumán resultaba aún más significativo, ya que se presentaba como uno de los principales aliados del conservadurismo bonaerense en su proyecto de construcción del Partido Demócrata Nacional. Asimismo, el peso del radicalismo en la provincia era contundente, de hecho había mantenido relegado en el espacio opositor al conservadurismo provincial durante trece años, y se aprestaba a reorganizarse rápidamente. Por tales razones resultaba imperiosa la organización de las fuerzas conservadoras locales, tarea que había fracasado de la mano de Castillo, pero que ahora cobraba un nuevo impulso luego de la visita del presidente. Tras una reunión de ex dirigentes liberales y miembros del Partido Demócrata se acordó acelerar los trabajos de constitución de las juntas departamentales, aunque el encuentro reflejó los disensos al interior del partido. La prensa sostenía

 

la reunión fue una exteriorización de puro corte yrigoyenista. Hubo quien pidió expulsiones y hubo también quien no pudo ocultar su deseo de atacar y de producir agravios, (…), conservando cada uno de estos tres ex partidos su fisonomía, su individualización y su grupo, no se puede formar un Partido consistente, el Demócrata es un conglomerado y no un partido[31].

 

Una vez incorporados los blancos los conflictos entre las fuerzas se acrecentaron y las pugnas por los espacios de poder estuvieron a la orden del día. Por un lado, entre los sectores jóvenes comenzaron a distinguirse diversas facciones que luchaban por imponer su primacía en la estructura organizativa. Entre ellos se destacaron los “jóvenes turcos”, quienes deseaban una renovación de las tradiciones y un cambio de ideales y hombres. Este grupo, conformado por ex liberales[32], consideraba que su antiguo partido al aliarse a blancos, agrarios y nacionales sólo había conseguido aumentar el número de caudillos y de candidatos a puestos públicos en desmedro de la pérdida de terreno electoral. Si bien presentaban similitudes con los ex agrarios y blancos disidentes no actuaban en conjunto, aunque compartían ciertos principios y comenzaron a ser identificados por la prensa como pertenecientes a una tendencia izquierdista o renovadora. Por supuesto que estos hombres se oponían a la preeminencia de los de la “Vieja Guardia”, y una muestra de su impronta la habían dado ante la expulsión de Camaño. Estos sectores jóvenes deseaban conformar una nueva estructura partidaria, con reglas y principios claros en los cuales debían primar las estrategias democráticas para dirimir las luchas al interior de la fuerza.

 

A esta conflictividad interna se sumó la situación de desconcierto como consecuencia del fracaso electoral de los conservadores bonaerenses en manos de los radicales. En efecto, en abril de 1931 las elecciones en Buenos Aires reflejaron el triunfo de la UCR y echaron por la borda los proyectos políticos de Uriburu y Sánchez Sorondo. Tal fue la situación y su impacto en la dirigencia política provincial, que el ministro Ernesto Padilla decidió abandonar las esferas gubernamentales nacionales. Ello afectó de manera significativa al universo político tucumano y, en particular, a las fuerzas demócratas, las cuales todavía no lograban acordar las pautas de comportamiento. Bajo estas circunstancias se impuso como necesaria y urgente una reorganización de las mismas. Como primera medida, y bajo el auspicio de Alfredo Guzmán, se resolvió cambiar la composición del organismo dirigencial, conformando una Junta Ejecutiva integrada por los principales referentes de las fuerzas políticas coaligadas. Sin lugar a dudas, esta reorganización de las estructuras organizativas del PDNT respondió también a la presión que ejercieron Adolfo Piossek y José I. Aráoz para obtener posiciones en la trama partidaria, razón por la cual recurrieron a la movilización de las bases como vía para lograr el reconocimiento de sus aspiraciones.

 

Así, ambos dirigentes propiciaron a principios de junio una asamblea a fin de discutir sobre el rumbo del partido. Si bien la asamblea sirvió para ratificar las decisiones que se habían tomado en las altas esferas, no impidió que se erigiera en el espacio de resonancia de las críticas y disensiones entre los grupos políticos. Los primeros en levantar su voz opositora fueron los agrarios al criticar la preponderancia que tenían los liberales en el partido, y en particular los hombres vinculados a las esferas industriales, razón que conspiraba contra la popularidad del PDNT y la adhesión en la campaña, en particular en aquellos distritos en los cuales prevalecían los cañeros independientes. Quien mejor expresaría la situación del Partido sería Aráoz al afirmar que el PDNT estaba como en los tiempos de la Revolución, es decir, persistían los grupos políticos primigenios con sus identidades firmes[33]. Peor aún resultaba la idea extendida entre los hombres del interior de que el Partido Liberal no había declinado, por el contrario estaba vigorizado y dirigiendo la nueva agrupación, en la cual no tenían cabida las otras fuerzas fusionadas, las cuales se habían sumado pero sin ventajas ideológicas y de ninguna clase. Por su parte, Piossek aclaraba la importancia de la reunión al sostener “No es posible batir al radicalismo, que con todos sus vicios, es una fuerza poderosa, acostumbrada a luchar y a triunfar, sin una organización adecuada y sin una acción franca, decisiva, terminante. Si no hay acción, todo será inútil[34].

 

La exteriorización del malestar en las filas del PDNT llevó a la asamblea a ratificar lo resuelto ya en las esferas de decisión. Se decidió centralizar la organización partidaria en la conformación de una Junta Ejecutiva y convocar a la convención a la brevedad. La junta Ejecutiva tomaría las principales decisiones, mientras la Junta Organizadora era confinada al ámbito deliberativo. A la naciente junta se incorporarían hombres jóvenes como delegados[35]. Tras la asamblea se lograba el triunfo de las fuerzas renovadoras en la organización partidaria. El camino hacia la construcción de una fuerza política orgánica con reglas y principios adecuados a la reforma saenzpeñista estaba en marcha. Las decisiones partidarias devendrían no ya de un círculo dirigente estrecho, sino también de la interacción con la masa partidaria, y ello se vislumbraría durante los preparativos electorales para la convención. En ese sentido, y como primer paso para dar curso a la elección de autoridades del nuevo partido, la Junta Ejecutiva decidió intensificar las giras departamentales de los principales dirigentes. Asimismo, en un intento de establecer las reglas de juego político intrapartidario, redactó el reglamento para la convención[36].

 

 

El camino hacia la convención

 

Una vez encaminadas las acciones demócratas, el interventor Arata presentó su renuncia. La decisión de Arata había logrado demorarse un tiempo, aunque su alejamiento respondía a la crisis política abierta por los comicios de abril. La derrota electoral del conservadurismo bonaerense implicó un viraje en el gobierno, el cual tuvo que abandonar momentáneamente sus planes de reforma de la Constitución y diseñar una salida a la Revolución mediante un nuevo calendario electoral que incluía a todas las provincias, y que más adelante debió ampliarse a la convocatoria de autoridades nacionales. Y si alguien habría de beneficiarse con esta nueva coyuntura sería el Gral. Agustín P. Justo, cuya candidatura presidencial tenía certeras posibilidades de concretarse, razón que lo llevó a ubicar a Octavio Pico en el Ministerio del Interior para servicio de sus ambiciones políticas. La estrategia de Justo incluyó además la ubicación de militares y hombres de su confianza que integraban los elencos de las intervenciones provinciales, quienes no sólo se ocupaban de mantenerlo ampliamente informado de la acción de las distintas fuerzas políticas provinciales sino que actuaban también como operadores políticos entablando negociaciones con interventores y dirigentes partidarios y desarrollando propaganda a favor de su candidatura[37]. En el marco de esta estrategia política se insertó la elección de Horacio Calderón como interventor de la provincia de Tucumán. Esta designación generó diversas reacciones en el escenario político provincial. Mientras que para los demócratas Calderón era una incógnita[38], los blancos veían a este hombre justista como una garantía de poder llevar adelante su campaña proselitista sin obstáculos[39], y mejor aún les resultaba su desvinculación de los círculos políticos provinciales. Estas expectativas fueron en parte confirmadas con la llegada de Calderón a la provincia, al afirmar su deseo de

 

que la fuerza política que triunfe sea la expresión genuina de la voluntad popular. No traigo compromiso con hombres ni partido. He desarrollar mi acción en el marco de la neutralidad. La acción de los partidos debe desarrollarse en el marco de las normas políticas[40].

 

Ante esta actitud de prescindencia política las esperanzas de una posible fusión entre demócratas y blancos se acrecentaron. En un contexto nacional marcado por la inminente convocatoria a elecciones presidenciales, la realidad política de la provincia necesitaba adecuarse a los nuevos tiempos y conformar un bloque conservador homogéneo que aportara caudal electoral a la candidatura de Justo, la cual estaba prácticamente consolidada en el ambiente. Al respecto, a mediados del mes de julio, Nicolás Matienzo, luego de su visita a la provincia, le informaba a Justo acerca de la aceptación de su candidatura en este espacio por todos los partidos políticos, aunque remarcaba que había tenido que disipar dudas afirmando que el candidato no representaba a la tendencia uriburista. El alejamiento de Sánchez Sorondo del gabinete no había evaporado todos los temores de la clase política, que todavía veían cierta firmeza al deseo de Uriburu de reformar la Constitución. Frente a la postura del Presidente Provisional se alzaba la de Justo, sostenedor de la tradición institucional liberal, cuya candidatura albergaba la simpatía no sólo de radicales antipersonalistas. En ese sentido se expresaba el antipersonalista Miguel López Domínguez al Gral. Justo al afirmar “por su nombre hay gran ambiente en esta (ciudad). La Bandera Blanca del señor Nougués, se ha pronunciado, también lo han hecho, aunque no oficialmente todavía, los demócratas[41]. Si en lo referente al candidato presidencial existía un acuerdo entre blancos y demócratas, la posibilidad de una fusión partidaria era factible, aunque las tratativas fracasaron nuevamente a pesar del empeño del interventor en las negociaciones realizadas en Buenos Aires.

 

Desterrada la posibilidad de un acuerdo, los demócratas se abocaron definitivamente a los preparativos previos a la convención. La necesidad de conformar el partido y evitar nuevas disensiones a su interior resultaba imperante, más aún cuando un grupo de ex liberales, capitaneados por Gaspar Taboada, decidieron conformar un comité político. Bajo la denominación de Club Lavalle, este grupo nacía para recodarle a la Junta lo que había determinado la asamblea del Partido Liberal acerca de su disolución, razón por la cual si no se conformaba el nuevo partido de acuerdo a lo establecido en dicha oportunidad, los antiguos liberales estaban en su derecho de constituir nuevamente su partido de antaño. Asimismo, estos hombres se reconocían sostenedores de los principios de la Revolución y defensores de la política de Uriburu, lo cual los llevaba a afirmar que cooperarían en la organización de la Legión Cívica Argentina, y proclamaban la candidatura de Justo para presidente. En ese sentido, este grupo manifestaba la ambigüedad de un sector del conservadurismo provincial, que al igual que sus pares nacionales, aceptaba la existencia de una fuerza paramilitar como la legión disponible para maniobras futuras de rediseño político e institucional, pero al mismo tiempo adhería a la candidatura de Justo y al proyecto político de éste[42].

 

Bajo la presión de los grupos lavallistas y la consecuente amenaza de un renacimiento del Partido Liberal, la convención constituyente del PDNT se llevó a cabo a fines de agosto. En dicha oportunidad los dirigentes expusieron el conflictivo proceso organizativo que había experimentado el partido a lo largo de los meses, destacando que una primera etapa había concluido con la incorporación de Guzmán en la Junta Ejecutiva, momento a partir del cual se habían acelerado los trabajos partidarios. Manifestando la razón de ser del partido, Julio M. Terán sostenía que el mismo “tiene un solo miraje, el bien de la provincia y del país y el alejamiento definitivo y total de los vicios y corruptelas que dieron origen a los excesos que la revolución ahuyentó y que la democracia aventará para siempre de los anales de la vida cívica nacional[43]. Con respecto a la Carta Orgánica, Piossek informaba que se habían tenido en cuenta los propósitos de la convención del PDN en la Capital, del espíritu que primaba entre los dirigentes de la política del país y las bases fundamentales del Partido Demócrata de Córdoba. La organización contemplaba un Comité Central con treinta miembros que ejercería el gobierno supremo, que a su vez debía elegir entre sus integrantes a quince miembros que formaban la Junta Ejecutiva, la cual tendría a su cargo la dirección de la actividad partidaria. Por encima de ambos órganos colegiados estaba la figura del presidente, el cual actuaría en calidad de árbitro para zanjar las diferencias. Se adoptaba el voto directo y secreto para todas las instancias electorales.

 

No obstante estas disposiciones, resultó significativo el planteo del convencional J. B. González acerca del procedimiento a seguir para la elección de autoridades, sugiriendo la posibilidad de designar una comisión que confeccionara la lista de candidatos para someterla a la convención. El planteo de González manifestaba las dificultades que enfrentarían los demócratas para adaptar sus prácticas políticas antiguas a las nuevas reglas de juego. Una violación tan descarada del reglamento no era posible en estas instancias, por lo que la convención resolvió rechazar la propuesta y realizar las elecciones de autoridades por medio del voto secreto. El resultado consagró ganadora la lista de Alfredo Guzmán con 202 votos frente a los 144 que obtuvo José Ignacio Aráoz. Para el flamante presidente la convención era una muestra del exponente de capacidad cívica del partido, lo cual le otorgaba el derecho para asumir el gobierno de la provincia[44]. Sin embargo, esta elección acarrearía serias dificultades al presidente, su triunfo significaba la imposición de una “lista cerrada” en la cual predominaban los antiguos dirigentes liberales, dejando afuera de los espacios dirigenciales a figuras como Piossek u otros jóvenes que representaban a las tendencias ex agrarias y blancos disidentes. El problema de la representación de las fuerzas políticas fusionadas en el PDNT en los espacios de poder generó la crítica de la prensa, El Orden manifestaba “no es el Partido Demócrata una simple reorganización del liberalismo y es fuerza entonces, para que la unión sea verdadera, que el nuevo organismo político sea dirigido por los mejores hombres de los partidos coalicionados en el demócrata[45]. Un antiguo agrario reconocía que con esta conformación del Comité se abandonaba la promesa de formar un partido con valores nuevos y renovados, distinto a las viejas agrupaciones. La elección de las autoridades manifestó la puja interna por la hegemonía en el aparato partidario: entre tradicionalistas y renovadores o “izquierdistas”, entre los que pretendían mantener la continuidad de los cuadros del antiguo Partido Liberal y los que intentaban dar cabida a “hombres nuevos” con nuevos valores e ideas democráticas.

 

Tal fue el malestar entre las filas demócratas y la amenaza de un cisma que los elegidos buscaron allanar las diferencias, y a través de arduas negociaciones con los desplazados optaron por desconocer los resultados del escrutinio para modificar la composición del Comité Central. Las tratativas implicaron además la presentación de las candidaturas de Adolfo Piossek y de Abraham de la Vega para gobernador en la próxima convención. En dicha oportunidad, el presidente Guzmán rechazó las críticas que sostenían que en el organismo dirigencial primaban sus amigos políticos y aseguraba como necesario desterrar todo personalismo o tendencia que lo propicie al conspirar contra la unidad del Partido. En ese sentido, el Partido Demócrata concebía la organización estatutaria e impersonal como su bandera, aunque en la práctica la adhesión a las autoridades manifestaba la persistencia de fuertes personalismos. La solución llegaría de la mano del candidato ungido, ya que se reconocía en él la facultad de ampliar en forma equitativa la lista del Comité Directivo a fin de lograr la representación de todas las fuerzas. En esta oportunidad el triunfo correspondió a las fuerzas agrarias y blancas, logrando imponer la candidatura de Piossek sobre la del liberal Abraham de la Vega. El candidato electo sostenía “Vosotros habeis votado mi nombre libremente, por espontánea voluntad y concordancia de ideas, y quiero que de ello quede expresa constancia puesto que no tuve amigos ni parientes poderosos que impusieran mi candidatura[46]. La prensa concordaba con el análisis de Piossek al afirmar que el triunfo correspondía a las fuerzas renovadoras que comenzaban a tallar en el partido, para La Gaceta representaba la modificación del proceso de elaboración de candidaturas, las cuales ahora se realizaban de “abajo hacia arriba” y no como antes de las “alturas al llano”.

 

Con la victoria de Piossek concluía el proceso de reorganización de las fuerzas demócratas arribando a un cierto equilibrio en las esferas dirigenciales entre los grupos tradicionalistas y los renovadores. El PDNT estaba en condiciones de ingresar en la competencia electoral, aunque ambos grupos continuarían la lucha silenciosa por lograr un absoluto dominio. La elección de las candidaturas legislativas se presentó como una nueva instancia de confrontación. El problema residía en la composición de las juntas departamentales y la cuota de autonomía de las mismas en la designación de candidatos, lo cual implicaba una puja entre los principales dirigentes y aquellos políticos con influencia en sus distritos de origen. Un sector proponía como electores autorizados a los convencionales de los respectivos departamentos, integrados en un 30% por delegados designados por la convención, afirmando que el Partido debía gravitar de manera decisiva en los departamentos para evitar la primacía de los intereses sectoriales. En oposición, otro proyecto proponía la autonomía de las juntas dejando en libertad de acción al electorado de la campaña y permitiendo a los afiliados departamentales elegir sus representantes a las bancas provinciales. En la asamblea partidaria, este último proyecto fue aprobado y se decidió que el Comité Central, a través de un delegado, ejerciera el rol de supervisor del proceso eleccionario.

 

Las elecciones en los departamentos estuvieron caracterizadas por el enfrentamiento entre los dirigentes que pujaban por lograr preeminencia en las estructuras organizativas, y el momento de elección de las candidaturas resultó propicio para plantear las desavenencias. Un caso significativo lo constituyó el departamento de Famaillá, distrito en el cual compitieron el ex liberal Rodolfo Moisá y el ex agrario Carlos Santamarina. Ambos candidatos no dudaron en movilizar a las bases para lograr triunfar sobre el adversario, lo cual desembocó en acontecimientos violentos entre las facciones en reiteradas oportunidades. La competencia entre Rodolfo Moisá y Carlos Santamarina reflejaba también el conflicto existente en el seno de la dirigencia sobre los espacios de poder en la trama organizativa de las antiguas fuerzas fusionadas en el PDNT. Como afirma Béjar en la pugna entre dirigentes departamentales se puede observar las estrechas conexiones entre los conflictos locales y las tensiones entre los miembros de la conducción[47]. La multiplicación de las divisiones en las localidades mantuvo una importante vinculación con las divisiones en la cúpula, y en particular el caso de Famaillá ejemplifica esta situación. Sólo se logró un acuerdo gracias a la intervención del Comité Central y, una vez más, para evitar conflictos el Comité desconocía los resultados electorales de las asambleas que habían proclamado candidatos a senadores a ambos dirigentes y resolvía el problema por medio de la imposición de una lista conciliatoria. No era necesario ajustarse a la normativa ya que la misma podía ser vulnerada en bien de la unidad del partido.

 

Mientras las elecciones para legisladores provinciales generaron enfrentamientos en los departamentos, las candidaturas nacionales resultaron menos conflictivas. Mediante una asamblea partidaria se eligió a Alfredo Guzmán y Julio M. Terán como candidatos a senadores, plasmando en la realidad el discurso de Terán sobre la necesidad de elegir hombres probos y capaces, en particular aquellos hombres del ex liberalismo que habían luchado contra el personalismo yrigoyenista en los años anteriores. Los antiguos liberales defendían sus pretensiones respecto de las candidaturas sobre la base de una mayor experiencia política de sus cuadros. Pero ese profesionalismo en el que cifraban sus virtudes era el que despertaba la desconfianza de los dirigentes jóvenes quienes temían el resurgimiento de ese pasado excluyente y viciado.

 

 

La campaña electoral

 

Una vez resueltas las candidaturas principales, los demócratas se lanzaron a la conquista del electorado, disputando principalmente los espacios vinculados a la Capital. Entre los actos más resonantes se destacó la inauguración del Comité Central Norte, al congregar alrededor de 1.500 personas dispuestas a escuchar las críticas demócratas sobre el mal desempeño de los radicales en el gobierno. La lucha contra la demagogia radical y el apoyo a la Revolución y la obra del Gobierno Provisional se presentaban como argumentos constructivos de la identidad partidaria. Por su parte, Piossek apelaba a otros elementos del pasado, resaltaba su participación en los comicios comunales capitalinos de los últimos años de la década del veinte, y sostenía que el espacio escogido y los hombres reunidos en la asamblea de inauguración eran los mismos que años atrás habían colaborado en el rotundo triunfo de la fuerza política que- bajo el nombre de Defensa Comunal- infligió al ex oficialismo una derrota aplastante.

 

Resultaba significativo que Piossek recordara en su alocución a Defensa Comunal, la cual devendría en Defensa Provincial, y no al Partido Liberal, agrupación política en la cual había dado sus primeros pasos políticos y que conformaba el tronco primigenio del PDNT. Los contundentes fracasos del Partido Liberal en las últimas contiendas y su disolución como fuerza política opositora frente a la vigorosa pujanza de los blancos explicaría esta apelación a un pasado vinculado a una fuerza política a la cual el candidato ya no pertenecía, pero con la que lo unían lazos muy importantes al haber sido uno de sus principales fundadores y haber militado en sus filas durante años. Frente a otros dirigentes demócratas, como Gaspar Taboada, que denostaban el accionar de Nougués durante la intendencia capitalina, Piossek rescataba la jornada electoral que lo había consagrado para un nuevo mandato en la comuna. En clara consonancia con los ideales democráticos que sostenía el PDNT, el candidato demócrata deseaba identificarse más con un pasado ligado a una fuerza reformista que con un retrógrado partido político como el Liberal, ligado a los vicios de la politiquería y a la inacción frente a las demandas sociales de los sectores más desprotegidos. Apelando al capital político de los blancos en la ciudad, Piossek afirmaba que en los comicios de noviembre se repetiría el triunfo de años atrás.

 

Sin lugar a dudas, el distrito de la Capital resultaba imprescindible para los demócratas y en particular para su candidato a gobernador en la construcción de su capital político. En consecuencia, el PDNT desplegó una serie de estrategias destinadas a captar al electorado, entre las que se incluían la realización de caravanas de autos y camiones por los suburbios, conferencias públicas callejeras, mitines y asambleas en diversos puntos de la ciudad como plazas y paseos. El discurso político se centraba en las explicaciones acerca de la Revolución, la cual se había realizado en contra de la demagogia radical y para concluir con años de mal gobierno, causantes de la crisis financiera provincial y municipal. El principal adversario lo constituía el radicalismo, situación que se modificó una vez que las autoridades del Comité Nacional resolvieron la abstención. A partir de ese momento, los demócratas redefinieron a sus enemigos políticos y centraron sus críticas en los blancos, oportunidad que les permitió continuar con la construcción de su identidad partidaria. Así, sostenían que los procedimientos democráticos utilizados en las instancias electorales intrapartidarias diferían de los utilizados por los blancos, en un partido “donde todo se hace de acuerdo con la voluntad omnímoda y dictatorial de su candidato[48]. En ese sentido, Piossek resaltaba como bandera partidaria la adecuación de las prácticas políticas del partido- voto secreto y directo de los afiliados- a las establecidas tras la Ley Sáenz Peña, señalando que el proceso de democratización de la sociedad había ingresado en la vida interna de la agrupación. En efecto, afirmaba que su apego por los procedimientos democráticos presentaba un historial, en tanto, nuevamente, se identificaba como parte de aquella generación de hombres que habían decidido romper con las viejas estructuras del otrora Partido Liberal en las postrimerías de la década del veinte. Este grupo, que había abogado por la renovación del partido, dando lugar al surgimiento de Defensa Provincial, una vez incorporado al PDNT continuó su lucha, siendo Piossek uno de los máximos referentes. El candidato asentía ello al sostener,

 

Durante toda mi actuación pública, he representado una tendencia francamente liberal y democrática. En el extinguido Partido Liberal donde también militó el otro candidato, encabecé, como todos recordarán, esa tendencia que era tenazmente combatida[49].

 

En lo que respecta al mapa electoral, el interior provincial también era un espacio de disputa entre ambas fuerzas políticas, aunque el Partido Demócrata contaba con ciertas ventajas sobre Defensa Provincial. Mientras los blancos se conformaron como una fuerza de alcance provincial reciente, los demócratas contaban entre sus principales dirigentes a jefes políticos del interior que habían militado en el Partido Liberal o el Partido Agrario, y que tenían una fuerte influencia en los departamentos. La estrecha vinculación entre los distritos azucareros y los miembros del PDNT resultaba significativa, y se expresaba de manera contundente a través de la figura del presidente del partido Alfredo Guzmán. Éste importante industrial de la provincia era propietario del ingenio Concepción en Cruz Alta, espacio a partir del cual ejercía una importante influencia en la zona[50]. Si bien el candidato a gobernador no presentaba vínculos con la industria azucarera, su antiguo accionar en defensa de los intereses de los cañeros independientes lo convertían en un candidato con significativa simpatía al ser señalado como el hombre que representaba el triunfo de la clase agraria[51].

 

La campaña electoral no sólo se circunscribió a actos vinculados a la política local, sino también involucró la presencia del candidato presidencial Justo. A comienzos de octubre, Justo visitó la provincia otorgando a los demócratas la oportunidad de establecer una relación más cercana con el candidato. Durante el acto, los oradores del PDNT elogiaron la figura de Justo en cuanto a sus cualidades de militar y estadista, y manifestaron su confianza en el aprendizaje del electorado acerca de los gobernantes que debían elegir. Esta simpatía hacia el candidato presidencial no implicó que los demócratas olvidaran su estrecha vinculación con Uriburu al recordar con agradecimiento su política de protección a la industria azucarera[52], y sugerirle al futuro presidente que prosiguiera en esa línea de acción en su gobierno. La preponderancia de los dirigentes demócratas en el acto, no opacó la presencia de las otras fuerzas políticas que apoyaban a Justo, como radicales antipersonalistas y blancos, ya que como afirma Halperin Donghi el candidato presidencial reconocía como posible “una victoria que sólo podía alcanzar con el apoyo de todas las corrientes políticas[53]. La importancia de la campaña electoral también sería resaltada por Miguel Ángel Cárcano, quien le comentaba a Justo acerca de la relevancia de su actuación en el interior del país y su vinculación con las fuerzas políticas provinciales, y sostenía que “Sin un partido orgánico y nacional que sugiera su nombre, ante la opinión desconcertada, contradictoria, golpeada cada día por hechos inesperados, Ud. se impone a la simpatía y confianza públicas, por su propia acción y antecedentes personales[54].

 

A medida que se aproximaban las elecciones y tras la abstención del radicalismo, las posibilidades de triunfo de los demócratas ingresaban en un cono de sombra ante los rumores sobre un posible acuerdo entre radicales y blancos. Estos últimos afirmaban “el electorado radical votará por cualquier partido de oposición y no por el que “está considerado como situacionista” ya que atribuye a éste en gran medida la responsabilidad directa o indirecta del veto[55]. A esta posibilidad se sumaban las deserciones de ciertos dirigentes demócratas que ingresaban en las filas blancas, como Bernabé Terán Mariño en el departamento de Burruyacú[56]. Asimismo, la campaña estuvo plagada de denuncias y enfrentamientos violentos entre los simpatizantes de cada fuerza. Por su parte, los blancos denunciaron la protección policial que gozaban los demócratas al realizar sus reuniones en el interior, el secuestro de libretas cívicas en algunos distritos azucareros y afirmaron que la ley de juego era violada instalándose canchas de taba en todos los comités demócratas. Los sucesos de Famaillá y el comité de la Ciudadela[57] indujeron a los blancos a presentar una denuncia formal al Ministro del Interior, en la cual sostenían carecer “en absoluto de garantías para el día del comicio, anunciándose desde ya decisión maquinaciones de fraude electoral por comisarios y caudillos demócratas en los suburbios de la capital y en los departamentos de la campaña[58].

 

A pesar de las ventajas con las que contaban los demócratas, los resultados electorales no resultaron del todo favorables para las fuerzas “oficialistas”. En la Capital, con la participación del 74% del electorado, el triunfo para Defensa Provincial resultó significativo en lo que respecta a diputados nacionales, electores de gobernador y legisladores provinciales. Este distrito, junto a tres departamentos aledaños a la Capital, le permitieron obtener 29.789 votos, cifra significativa y escasamente superior a la obtenida por los demócratas. Éstos últimos, triunfaron en los principales distritos azucareros del interior, alcanzado 25.530 votos, y consagraron a sus principales candidatos como diputados nacionales. Aunque sin lugar a dudas, la expresión más significativa del “empate” entre ambas fuerzas resultó la futura composición del Colegio Electoral y la legislatura provincial, al obtener blancos y demócratas prácticamente la misma cantidad de representantes, y otorgándoles a los socialistas el importante papel de árbitro en las futuras disputas[59].

 

La lectura de los resultados comiciales involucró el enigma de los votos radicales, y en ese sentido tanto la prensa como los demócratas coincidieron en atribuir la victoria de Defensa Provincial a la “colaboración” radical. De ese modo, Piossek sostenía “he podido comprobar que el radicalismo está muy fuerte en esta ciudad. Tiene hoy sus ocho a nueve mil votos de las buenas épocas[60]. La Junta del PDNT también interpretaría el triunfo blanco gracias a “la abstención forzada del radicalismo, volcando sus votos a su favor para obtener posiciones que de otro modo no hubieran alcanzado[61]. Sin lugar a dudas, la abstención del radicalismo y la importancia de la gestión municipal de Nougués explicaban el triunfo de Defensa Provincial en la Capital y departamentos aledaños, en tanto la zona más vinculada a los ingenios continuó bajo la influencia de los conservadores. En ese sentido, la prensa señalaba

 

En casi toda la zona de los cañaverales, el electorado demostró mayores preferencias por el candidato que se distinguió especialmente debido a su dedicación a los problemas agrarios, mientras la ciudad se había inclinado por el candidato que ostentaba las obras edilicias como su mejor título[62].

 

Frente a la situación de empate, ambas fuerzas desplegaron diversas estrategias para triunfar en el recinto legislativo, destacándose las maniobras demócratas que involucraron la compra de voluntades a fin de consagrar a sus candidatos a senadores nacionales. Sin embargo, el fracaso de la elección de Alfredo Guzmán constituyó una prueba fehaciente de la debilidad de las fuerzas demócratas para imponer su voluntad en un espacio en el que no contaban con mayoría, y que se erigiría como el escenario propicio para dirimir los viejos rencores entre las fuerzas. Así El Orden señalaba que la riqueza de este dirigente no había alcanzado para triunfar en la elección, accionar que concluía con su carrera política. Esto significaba una fatalidad para el Partido Demócrata, que reconocía a Guzmán como el gran artífice del partido, y al hombre capaz de aunar las diferencias entre los grupos en disputa. La derrota de Guzmán anticipaba la situación al interior del Colegio Electoral, oportunidad en la cual las fuerzas blancas, gracias al concurso de los electores socialistas, triunfaron sobre los demócratas e impusieron a Nougués como gobernador. La conflictividad entre ambas fuerzas conservadoras no sería resuelta en esta ocasión, sino que se erigiría en germen de futuras disputas que amenazarían la estabilidad institucional de la provincia.

 

 

A modo de conclusión

 

La Revolución de 1930 encontró al conservadurismo tucumano debilitado por las divisiones sufridas en los últimos años de la década del veinte como consecuencia del surgimiento de agrupaciones políticas del seno del Partido Liberal. A esta fragmentación de sus fuerzas debió sumarse la imposibilidad de recuperar la simpatía del electorado frente al arrastre del radicalismo, el cual manejaba los principales resortes del poder provincial desde hacía más de una década. Bajo estas circunstancias adversas, el movimiento septembrino generó una excelente coyuntura para las fuerzas conservadoras, manifiesta entre otros hechos por las estrechas relaciones entre las mismas y el Gobierno Provisional, y alentó la unión de las fuerzas afines superando las desavenencias de los últimos tiempos. Al respecto, hacia fines del año 1930 lograron conformar una nueva estructura partidaria denominada Partido Demócrata, la cual se constituyó en clara consonancia con el proyecto político nacional de Uriburu y Sánchez Sorondo de instituir un gran partido conservador, aunque ello no impidió que al interior de las fuerzas demócratas las ambigüedades de los dirigentes nacionales se reprodujeran a escala local. Los miembros del emergente partido si bien coincidieron con Uriburu en la caída del yrigoyenismo y la ruptura del orden institucional, no adhirieron al proyecto corporativo de éste, optando por la vía partidocrática para retornar al poder, y en consecuencia aceptaron la candidatura de Justo para la presidencia. Sin embargo, el proceso formativo del partido no logró la incorporación de todos los sectores conservadores provinciales, de hecho, un sector reformista se mantuvo al margen conformando su propia estructura partidaria- Defensa Provincial Bandera Blanca- y erigiéndose en un importante competidor del Partido Demócrata.

 

El Partido Demócrata, luego de entablar excelentes relaciones con sus pares nacionales, se incorporó a la estructura conservadora nacional, a saber el Partido Demócrata Nacional, aunque ello no impidió que su conformación se caracterizara por el disenso y la desunión, manifestándose en diversas oposiciones entre sus integrantes. Desde su nacimiento, el PDNT debió soportar el enfrentamiento entre las fuerzas que confluyeron en su formación- liberal, agraria, nacional y blanca-, las cuales lidiaron por lograr la preeminencia en la estructura partidaria bajo la idea de que tal lugar les correspondía por tradición, caudal electoral o por la necesidad de renovación de valores y hombres. La amenaza de disolución del partido aún antes de su definitiva organización fue una constante, exacerbándose en aquellos momentos en los que una fuerza lograba la victoria por sobre las otras. La confrontación entre los antiguos grupos políticos estuvo además atravesada por la oposición entre dos tendencias que manifestaron concepciones antagónicas de pensar el partido político. Por un lado, los sectores más jóvenes o “renovadores” que integraban las diferentes vertientes partidarias, abogaron por la conformación de un partido orgánico, con reglas y principios programáticos cuya soberanía interna descansara en la masa de los afiliados, y con una clara identificación con los problemas políticos, económicos y sociales de la provincia. Este grupo fue quien mejor comprendió la necesidad de adecuar al partido a los propósitos de la reforma política para lograr una mejor adaptación al proceso de ampliación de la ciudadanía. Esta tendencia renovadora, que en los años veinte había ocasionado la fractura del conservadurismo y originado nuevas fuerzas políticas, una vez incorporada al PDNT emprendió la lucha por la hegemonía partidaria frente al sector más tradicional del conservadurismo. Éste sector, identificado con los antiguos conservadores de la provincia y vinculado a las esferas nacionales, no pudo procesar el ideario reformista e internalizar las nuevas prácticas políticas del juego democrático. Por el contrario, los conservadores más tradicionales continuaron apegados a su concepción política centrada en las alianzas con las elites del interior, donde cada distrito mantenía su identidad partidaria, y con un patrón de comportamiento basado en lealtades personales más que en normativas internas.

 

En definitiva, el PDNT sufrió un proceso de organización partidaria atravesado por la conflictividad y el disenso, que se manifestó en dos tipos de oposiciones, por un lado el enfrentamiento entre “tradicionalistas” y “renovadores”, y por otra parte la puja entre las diversas fuerzas que dieron origen al partido. Como consecuencia se constituyó como una fuerza carente de cohesión, desorganizada y fragmentada que convivía con la constante amenaza de disolución. La conflictividad tuvo como principales escenarios a los procesos constitutivos de la Junta Ejecutiva y las juntas departamentales y la selección de autoridades y candidaturas legislativas y gubernamentales.

 

En este contexto de enfrentamientos y desacuerdos, le resultó muy complicado a los máximos dirigentes lograr el consenso, más aún cuando tuvieron que afrontar no sólo la organización de las fuerzas, sino también la construcción identitaria del partido. La identidad logró articularse, en primer lugar, a partir de su manifiesta identificación con los ideales de la Revolución, los líderes partidarios reconocieron la sintonía del partido con la obra del gobierno y como tal se presentaron al electorado en calidad de oficialistas, aunque ello no impidió las disensiones en cuanto a los proyectos políticos en danza. La ambigüedad de Uriburu, oscilando entre el proyecto corporativo y la normalidad institucional, también se manifestó en los conservadores tucumanos, quienes reconocieron en el partido la vía para el retorno al poder, pero no desestimaron ciertas expresiones del presidente y acciones que simpatizaban con la reforma institucional. Otro componente constructivo de la identidad lo constituyó la manifiesta experiencia de sus cuadros dirigenciales en las funciones de gobierno en los tiempos de la “república conservadora”, lo cual justificó la presencia significativa de los sectores más antiguos en los principales espacios de la trama partidaria. Junto a la experiencia adquirida en el pasado, el importante desempeño en la lucha contra el yrigoyenismo se erigió en otro fundamento imprescindible al momento de justificar la preponderancia de este sector. Pero, sin lugar a dudas, la construcción de una identidad partidaria se presentó como una tarea colosal imposible de resolver en unos pocos meses, más aún cuando fue persistente la apelación a la unidad por parte de los líderes.

 

En este contexto, las palabras del afiliado demócrata mencionadas al comienzo de este trabajo reflejan la situación al interior del partido y las pujas existentes entre los grupos, las cuales atentaron contra la unidad de la agrupación y su construcción como alternativa política. La dificultad para arribar a una solución y establecer un partido homogéneo se presentó como uno de los principales obstáculos que debieron vencer los líderes conservadores en la provincia, reconociendo que sólo a través de una fuerza unificada lograrían acabar con trece largos años de ostracismo político. Presos del acontecer nacional, que eliminó de la competencia electoral al radicalismo, el Partido Demócrata sucumbió ante una fuerza política conservadora local que supo en el pasado pertenecer a las mismas filas. De hecho, la Revolución permitió “el asesinato de unos y otros”, dentro del universo conservador, impidiendo la conformación de una fuerza política que aglutinara a todas las expresiones conservadoras provinciales y pudiera erigirse en rectora de los destinos de Tucumán. Así, si todos coincidieron en acabar con el radicalismo en septiembre de 1930, no lograron acordar quien resultaría beneficiado con su alejamiento de la competencia electoral. Durante los años venideros, los demócratas tucumanos estarían embarcados en la incesante búsqueda de una salida del destierro político, sin comprender que Tucumán no sería el escenario propicio para una “Restauración Conservadora” en los años treinta.

 

 

Ingresó: 21 de noviembre de 2011

Aceptado: 10 de julio de 2013

 

 

 

 

 

 

 

La formación del Partido Demócrata Nacional y la campaña electoral de 1931, Tucumán

 

 

Resumen

 

El presente trabajo tiene por objeto indagar acerca del proceso de reorganización de las fuerzas conservadoras provinciales que dieron lugar al nacimiento del Partido Demócrata una vez producida la Revolución de 1930. Esta agrupación política provincial se incorporó, luego de entablar excelentes relaciones con sus pares nacionales, al Partido Demócrata Nacional (PDN) el cual aglutinaba a las fuerzas conservadoras provinciales. A nivel nacional, el PDN se erigió cuantitativamente en la fuerza partidaria más importante del bloque oficialista, recuperó el control de la mayoría de las situaciones políticas provinciales y logró una importante representación parlamentaria nacional. Este proceso de revitalización del conservadurismo no se evidenció en Tucumán; de hecho los demócratas atravesaron una serie de problemas al interior de sus filas lo cual les imposibilitó alcanzar la victoria electoral en las elecciones de 1931. La dimensión escogida en este análisis focaliza la atención en las alianzas y conflictos por el poder en el seno de la organización, siendo claves principales para comprender el proceso de formación del partido y su participación en la campaña electoral mencionada. Este proceso estuvo caracterizado por la existencia de diversas oposiciones entre sus integrantes, manifestándose por un lado en el enfrentamiento entre “tradicionalistas” y “renovadores”, y por otro en la puja entre las diversas fuerzas que dieron origen al partido. Como consecuencia, el PDN de Tucumán se constituyó como una fuerza carente de cohesión, desorganizada y fragmentada, conviviendo con la constante amenaza de disolución e imposibilitado de alcanzar la victoria comicial.

 

Palabras claves: Partido Demócrata Nacional- conservadores- tradicionalistas- renovadores.

 

María Graciana Parra

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Formation of National Democratic Party and the campaign of 1931 in Tucumán

 

 

Abstract

 

This paper aims to inquire about the process of reorganization of provincial conservative forces that gave birth to the Democratic Party, once produced the Revolution of 1930. This provincial political group joined after entering excellent relationships with its  national counterparts, the National Democratic Party (PDN) which brought together the provincial conservative forces. At the national level, the PDN was established quantitatively as the most important party in favor of the official force, regained the control of most of the provincial political contexts and obtained a major national parliamentary representation. This process of revival of conservatism did not happen  in Tucuman; in fact, the democrats went through a series of problems within its ranks which made ​​it impossible for them to achieve the electoral victory in the 1931 elections. The issue chosen for this analysis focuses on the alliances and conflicts for power within the organization, an important subject to understand the party formation process and its participation in the election campaign mentioned. This process was characterized by the existence of various oppositions among its members, as manifested ,on the one hand, in  the confrontation between "traditionalists" and "reformers", and on the other,  in the struggle among the various forces that gave rise to the party. As a result, the PDN of Tucuman was founded as a force without cohesion, disorganized and fragmented, with the constant threat of dissolution and unable to achieve an electoral victory.

Keywords: National Democratic Party - Conservaties- Tradicionalists- Reformers

 

 

María Graciana Parra

 



* Instituto Superior de Estudios Sociales (ISES/CONICET).

[1] Palabras del afiliado demócrata González Calderón durante la asamblea partidaria en junio de 1931. Citado en La Gaceta, Tucumán, 5/06/1931.

[2] Macor, Darío, “¿Una experiencia liberal en los años 30? La experiencia demoprogresista en el Estado Provincial santafesino”, en Ansaldi, Waldo, Alfredo Pucciarelli y José Villarruel (eds.), Representaciones inconclusas. Las clases y los discursos de la memoria, 1912-1946, Ed. Biblos, Buenos Aires, 1995, p. 168.

[3] Archivo Histórico de Tucumán (AHT), Archivo Doctor Ernesto Padilla (AEP), Telegrama de José Ignacio Aráoz a Ernesto Padilla, 12/09/1930.

[4] El Partido Liberal aglutinaba a los conservadores tucumanos, estrechamente vinculados a los industriales azucareros. El partido había adoptado esta denominación durante las elecciones de 1917, oportunidad en la cual el candidato conservador Alfredo Guzmán fue abatido por el representante del radicalismo. A partir de ese momento, el conservadurismo debió desempeñarse como oposición frente a los contundentes triunfos de la UCR en los años posteriores.

[5] Bravo, María Celia, Campesinos, azúcar y política: cañeros, acción corporativa y vida política en Tucumán (1895-1930), Ed. Prohistoria, Rosario, 2008.

[6] Constituida a días del golpe y bajo el auspicio del Partido Socialista Independiente, esta coalición de partidos estaba integrada además por el antipersonalismo y las agrupaciones provinciales conservadoras. Exigían un pronto retorno a la normalidad institucional al mismo tiempo que le ponían un límite al proyecto de reforma constitucional de Uriburu.

[7] El Orden, Tucumán, 16/11/1930.

[8] A principios de diciembre de 1930, frente a las escalinatas de la Casa de Gobierno, espacio escogido para los mitines, el líder inquiriría a los aproximadamente 6.000 manifestantes acerca de la posibilidad de unión con las fuerzas liberales, y ante la respuesta negativa de éstos, convertiría a este acto plebiscitario en basamento de la identidad partidaria. En una entrevista posterior Nougués resaltaría la imposibilidad de unión con los hombres del pasado que, según sus palabras, habían cerrado su ciclo político, representando Bandera Blanca el partido del presente y de hombres jóvenes.

[9] Por el Partido Agrario: José Ignacio Aráoz, Agustín Alcaide, Salustiano J. Coitiño, Leovino Benavidez, Carlos Santamarina. Por el Partido Liberal: Máximo Cossio Etchecopar, Gaspar Taboada, Carlos Stark, Bernabé Terán Mariño, Luis N. Bossi. Por el Partido Nacional: Julio M. Terán, José C. Posse, Ernesto Paz, Julio Herrero y Aparicio Pereyra.

[10] El Orden, Tucumán, 4/12/1930.

[11] Los principios del agrarismo se resumían en tres aspiraciones: revisión del laudo arbitral, independencia y perfeccionamiento de la Cámara Gremial de productores del azúcar y formación de una gran asociación gremial, con gobierno propio y local y con facultades de fiscalización directa de las operaciones industriales.

[12] El Orden, Tucumán, 8/12/1930.

[13] Se observa una importante presencia de los ex liberales Máximo Cossio Etchecopar, Alfredo Guzmán, Luis N. Bossi, Bernabé Terán Mariño y Tomás Craviotto. La lista se completaba con José Ignacio Aráoz, ex líder agrario, y Leovino Benavídez de igual filiación. Entre los miembros del Partido Nacional se encontraban Julio M. Terán, Ricardo M. Frías y José C. Posse.

[14] El ministro Loncan advertía acerca de la significación política de la nueva fuerza al concurrir a la asunción del interventor interino del Departamento de Chicligasta. El nombramiento del dirigente liberal Carlos I. Miranda debía interpretarse según las palabras de Loncan como una definición política que concretaba el plan de acción de la intervención. El Ministro de Gobierno se complacía con la reciente fusión de las fuerzas antirradicales y el nacimiento del Partido Demócrata reconociendo que éste alumbramiento concordaba con los objetivos que se había trazado la intervención, concretamente reflejado en el accionar para lograr el acuerdo de los partidos.

[15] El Orden, Tucumán, 12/12/1930.

[16] Halperin Donghi, Tulio, La República imposible (1930/1945), Ed. Ariel, Buenos Aires, 2004.

[17] Los firmantes eran: Gaspar Taboada, Pedro N. Padilla, Eudoro Avellaneda, Ricardo M. Frías, Máximo Cossio Etchecopar y José Ignacio Aráoz entre otros.

[18] Devoto, Fernando, Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna, Ed. Siglo XXI, Buenos Aires, 2006, p. 284.

[19] El Orden, Tucumán, 11/01/1931.

[20] El Orden, Tucumán, 11/01/1931.

[21] Béjar, María Dolores, El régimen fraudulento. La política en la provincia de Buenos Aires, 1930-1943, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2005.

[22] Acta de fundación del Partido Demócrata, 12/01/1931. Archivo de la Justicia Electoral de la Provincia de Tucumán, Junta de Escrutinio Provincial, Actuaciones electorales y designación de Secretario de la Junta, Folio 38.

[23] Años más tarde, el diputado Abraham de la Vega afirmaría “El procedimiento de este partido, que es nuevo y viejo a la vez, ha sido el mismo de formación de la Nación. Se ha realizado por medio de una concentración de partidos provinciales de vieja raigambre y de acrisolada honradez cívica, que han constituido un vasto organismo nacional”. Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación, 20/02/1932.

[24] La Gaceta, Tucumán, 19/01/1931.

[25] El Orden, Tucumán, 23/01/1931.

[26] El Orden, Tucumán, 05/02/1931.

[27] La Gaceta, Tucumán, 28/01/1931.

[28] En febrero de 1931 circulaban rumores acera de un posible triunfo de Nougués con los votos radicales, el diario La Gaceta afirmaba en sus editoriales “Los radicales muy orondos dicen que, efectivamente, votarán por el señor Nougués nada más que para evitar el triunfo de los demócratas”. La Gaceta, Tucumán, 21/02/1931.

[29] La Junta Ejecutiva quedaba conformada de la siguiente manera: Presidente: Julio M. Terán, protesorero: José C. Posse, secretarios generales: Máximo Cossio Etchecopar, Leovino Benavidez, vocales: Amancio Álvarez, Carlos Santamarina, Luis M. Poviña, Carlos Stark, Miguel P. Díaz, Aparicio Pereyra, Ernesto Paz, César A. Fioretti, Salustiano J. Coitiño, Adolfo Piossek, Pedro F. Prebe, Napoleón Novillo, Agustín Alcalde, Javier Ávila.

[30] El Orden, Tucumán, 25/02/1931.

[31] La Gaceta, Tucumán, 28/02/1931.

[32] Entre sus jefes más visibles podemos incluir a Amancio J. Álvarez, Carlos Stark y Bernabé Terán Mariño. La denominación de jóvenes turcos- en referencia a los actores políticos determinantes en la República Otomana en la renovación de sus retrógradas tradiciones- respondía al interés por concluir con la dirigencia de los antiguos conservadores para llevar adelante un proceso de renovación de ideales y hombres al interior del PDNT.

[33] En ese sentido, Aráoz le comentaba a Ernesto Padilla las dificultades para lograr la armonía partidaria al sostener como necesario “suprimir las deliberaciones de liberalismo y agrarismo, que aún resisten por natural imperio de las tradiciones y recuerdos de ayer nomás”. AHT, AEP, Carta de José I. Aráoz a Ernesto Padilla, 25/06/1931.

[34] La Gaceta, Tucumán, 05/06/1931.

[35] Máximo Cossio Etchecopar, José T. Saleme, Ernesto Paz y Leovino Benavidez.

[36] En él establecía la elección de delegados por voto secreto y directo de los afiliados. La representación de cada departamento, que constituía un solo distrito, se haría en base al padrón nacional último y se adoptaba el sistema proporcional aplicado a la elección de concejales de la Capital Federal. La votación incluía mesas receptoras de votos, la presencia de fiscales, realización del escrutinio en la mencionada mesa y resolución de cualquier conflicto mediante la intervención de la Junta Ejecutiva.

[37] Piñeiro, Elena T., “Los entretelones de una candidatura: Agustín P. Justo y las elecciones de noviembre de 1931”, en Temas de Historia Argentina y Americana, Nº 5, Facultad de Filosofía y Letras, UCA, 2004, p. 106. Sobre la candidatura de Justo en otros espacios nacionales véase De Privitellio, Luciano, “Sociedad urbana y actores políticos en Buenos Aires. El “Partido” Independiente en 1931”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, N° 9, 1er semestre de 1994.

[38] Aráoz afirmaba su decepción ante la renuncia de Arata, político muy bien conceptuado por los demócratas ante su manifiesta colaboración a favor de la unión de las fuerzas antirradicales locales. Afirmaba que éste, a diferencia de su sucesor, estaba involucrado en los asuntos de la política local y había demostrado su compromiso no sólo de palabra sino también con hechos. AHT, AEP, Carta de Aráoz a Padilla, 25/06/1931. En este punto cabe mencionarse la actitud del interventor al propiciar la unión de los demócratas con un sector de los blancos a principios de marzo de 1931, oportunidad en la cual hizo uso de la fuerza pública para permitir a los blancos disidentes apropiarse del mobiliario del partido e instalar una nueva sede, que luego sería oficializada por las autoridades gubernamentales. En consecuencia, los partidarios de Bandera Blanca denunciarían la manifiesta participación de Arata en las maniobras que precipitaron la crisis partidaria, el alejamiento del sector fusionista y su posterior incorporación a las huestes del Partido Demócrata.

[39] Nougués en carta al Gral. Justo confirmaría el acuerdo entablado entre el candidato presidencial, el interventor y él a fin de lograr la imparcialidad de la Intervención frente a los dos partidos anti-yrigoyenistas. Los blancos también se comprometían a sacrificar toda diferencia y votar una lista conjunta de electores de presidente. Meses más tarde, y ante la ruptura de este pacto, Nougués reclamaría a Justo la situación de desventaja que afrontaba Bandera Blanca frente a los beneficios que continuaban usufructuando los demócratas. Archivo General de la Nación (AGN), Archivo Justo (AJ), Caja 32, Documento Nº 432, Carta de Nougués a Justo, 04/09/1931, Fs. 562-563-564.

[40] La Gaceta, Tucumán, 07/07/1931.

[41] AGN, AJ, Caja 32, Documento Nº 48, Carta de Miguel López Domínguez a Justo, 17/07/1931, Fs. 54-55-56.

[42] Si bien entre sus autoridades el Club contó con miembros de la Junta Ejecutiva y la Junta Organizadora del PDNT, la existencia del mismo por fuera del reglamento y su amenazante presencia, llevó a varios miembros que compartían esta doble “afiliación” a renunciar al Club. En consecuencia, la Junta también resolvió desconocerlo hasta tanto no se adaptara a las exigencias establecidas para la apertura de comités.

[43] La Gaceta, Tucumán, 23/08/1931.

[44] La Gaceta, Tucumán, 24/08/1931.

[45] El Orden, Tucumán, 26/08/1931.

[46] La Gaceta, Tucumán, 31/08/1931.

[47] Béjar, María Dolores, 2005, ob.cit., p. 221.

[48] La Gaceta, Tucumán, 16/10/1931.

[49] La Gaceta, Tucumán, 20/11/1931.

[50] Entre los candidatos que tenían una importante influencia en sus respectivos departamentos cabe mencionarse a: Rodolfo Moisá, hombre vinculado al ingenio Mercedes en Famaillá; León Rougés, propietario del ingenio Santa Rosa en Monteros; José C. Posse con extensiones de tierra en Cruz Alta; Juan Sánchez Toranzo y Carlos Santamarina importantes dirigentes agrarios.

[51] Durante la década del veinte Piossek llevó adelante una importante política a favor del agrario, y como legislador provincial presentó un proyecto de ley sobre protección al cañero. En 1925 siendo presidente del Centro Cañero contribuyó a que industriales y plantadores firmaran un acuerdo que solucionó favorablemente un grave conflicto creado por el impuesto de $ 2 a la tonelada de azúcar creado por Octaviano Vera. Ver: Bravo, María Celia, “Conflictos azucareros y crisis política en Tucumán en la década de 1920. El gobierno de Octaviano Vera”, en Revista Travesía, N° 7/8, 2004, pp. 53-71.

[52] En 1931, el Gral. Uriburu decretó la protección a la industria azucarera. Para ello se incrementaban los derechos adicionales a los azúcares importados que fueran objeto de primas, y se estipulaba que el precio del producto elaborado no podía exceder los 4,10 pesos, los 10 kg de azúcar pilé, en la plaza de Buenos Aires. Para los demócratas la protección a la industria azucarera implicaba la protección a la provincia y su principal industria. Esta defensa de la industria regional significaba que el poder central atendía las necesidades del interior y protegía a la región del noroeste, tal como había sucedido en el pasado. Si el gobierno nacional protegía al azúcar y los demócratas a su vez lograban una mayor relación con las esferas nacionales del partido y el gobierno, Tucumán comenzaba a recobrar su importancia de antaño y podía incorporarse nuevamente en el sistema de relaciones entre las provincias y el poder central de una manera más ventajosa.

[53] Halperin Donghi, Tulio, 2004, ob.cit., p. 69.

[54] AGN, AJ, Caja 32, Documento Nº 304, Carta de Miguel Ángel Cárcano a Justo, 05/11/1931, Fs. 386-387.

[55] La Gaceta, Tucumán, 27/10/1931. Sobre el desempeño de los radicales tucumanos en los primeros años de la década del treinta ver: Vignoli, Marcela y María Celia Bravo, “La formación de la UCR concurrencista de Tucumán durante la primera mitad de la década de 1930”, en La fundación Cultural, N° 35, Santiago del Estero, 2008, pp. 66-74.

[56] Cabe señalarse que esta deserción respondía a las disputas entre los dirigentes demócratas por sus espacios de influencia durante los procesos de selección de candidaturas. Al igual que en Famaillá, en este departamento se suscitaron enfrentamientos entre los candidatos, resultando derrotado el dirigente Bernabé Terán Mariño frente al fallo de la Junta Central del PDNT. Esta decisión posibilitó el traspaso de Terán Mariño a las filas blancas, en la cual encontró una importante cabida y la posibilidad de integrar el círculo íntimo de Nougués.

[57] En Famaillá una reunión de Defensa Provincial fue interrumpida por un grupo de trabajadores de los ingenios azucareros, imposibilitando el acto partidario. Estos fueron apoyados por la policía. El Comité de La Ciudadela fue apedreado por un grupo de simpatizantes del PDNT con la complicidad de la policía.

[58] La Gaceta, Tucumán, 04/11/1931. El despacho solicitaba la suspensión de comisarios en determinados departamentos y la designación de comisionados militares durante el día del comicio con el fin de velar por el orden y la libertad de sufragio. Luego de un breve altercado entre el Interventor Nacional y el Partido Defensa Provincial, aquél resolvió disponer, por intermedio de la Jefatura de Policía, el envío de comisionados a los departamentos, con superintendencia sobre los comisarios. Estos comisionados eran los encargados de comunicar al Intendente General de Policía y al Presidente de la Junta Electoral, los comicios que no se realizaren, el número total de sufragantes, impedir la portación de armas y las reuniones de juego. En suma, debían velar por la seguridad para garantizar la absoluta libertad de sufragio.

[59] Sobre el rol desempeñado por los socialistas tucumanos en la década de 1930 ver: Ullivarri, María, “El partido en su laberinto. La Federación Socialista Tucumana. 1931-1937”, en Historia Regional Año XXI, Nº 26, Sección Historia del Instituto Superior del Profesorado Nº 3 “Eduardo Lafferriere”, Villa Constitución, Setiembre 2008.

[60] La Gaceta, Tucumán, 20/11/1931.

[61] La Gaceta, Tucumán, 28/12/1931.

[62] La Gaceta, Tucumán, 20/11/1931.