LA DISCUSIÓN ESTRATÉGICA EN LA IZQUIERDA ARGENTINA EN LOS AÑOS ’70. APROXIMACIÓN AL DEBATE ENTRE GUERRILLERISMO E INSURRECCIONALISMO EN EL NACIMIENTO DEL PARTIDO COMUNISTA REVOLUCIONARIO (PCR), 1967-1972[1]
Guido Lissandrello[2]
Introducción
Durante fines de 1960 y principios de 1970 la Argentina experimentó un proceso de creciente conflictividad social. Las contradicciones económicas, políticas y sociales que se acumulaban desde 1955 se volvieron progresivamente más agudas y comenzó a manifestarse el descontento social en las calles. En ese contexto se desató una importante insurrección obrero-estudiantil en la ciudad de Córdoba, en mayo de 1969. El hecho pasó a la historia como “Cordobazo” e implicó la apertura de una nueva etapa política en el país. Se sucedieron sistemáticamente acontecimientos de masas similares, lo que evidenciaba el desarrollo de una tendencia a la acción insurreccional en las calles, que rebasaba los canales institucionales (partidos o sindicatos). Esta situación da cuenta de una crisis de hegemonía, un momento en que se rompe el lazo social que une a la clase dominante con la clase dominada[3]. Comienza a delinearse en ese contexto una fuerza social, una alianza entre fracciones de clases, que busca potencialmente la superación del orden existente[4]. De ese modo, se abrió en la Argentina un proceso de características revolucionarias, es decir, una etapa en la que se había quebrado la hegemonía de la clase dominante y se ponía sobre la mesa el problema del poder[5].
Este proceso estuvo marcado por el surgimiento y/o consolidación de organizaciones políticas de izquierda[6] que buscaban erigirse en dirección de las masas para orientarlas en un sentido revolucionario, imponiendo una unidad “moral e intelectual” a la fuerza social[7]. Muchas de ellas, influenciadas por el éxito de la Revolución Cubana en 1959, asumieron la lucha armada como una tarea central de su estrategia. A tal fin, emprendieron acciones armadas urbanas y/o rurales y desarrollaron organismos militares de diversa naturaleza. Las dos organizaciones de mayor envergadura fueron Montoneros, adscripta al llamado “peronismo de izquierda”, y el Partido Revolucionario de los Trabajadores - Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), representante de la izquierda marxista.
Sin embargo, más allá de estas organizaciones político-militares, surgieron otras que discutieron y rechazaron el desarrollo de una estrategia que contemplara la formación y puesta en acción de unidades armadas. Tal fue el caso del Partido Comunista Revolucionario (PCR), Política Obrera (PO), Partido Socialista de los Trabajadores (PST), por nombrar los ejemplos más destacados. En este trabajo, nos concentramos en el PCR, surgido a fines de los ’60 de una ruptura del Partido Comunista de la Argentina (PCA). El PCR discutió el “pacifismo” del PCA y defendió el “carácter violento” de toda revolución social. Sin embargo, ello no implicó que se dedicara a desarrollar y poner en marcha organismos militares. Como veremos en este artículo, hubo un importante debate en el interior de sus filas entre posiciones guerrilleristas e insurreccionalistas. El debate terminó saldándose a favor del insurreccionalismo, lo que llevó al PCR a desarrollar diversos frentes de masas. Así alcanzó una no despreciable inserción sindical, particularmente importante en la provincia de Córdoba donde recuperó la regional del Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor de la República Argentina (SMATA). Igualmente significativa fue su construcción partidaria en el ámbito universitario, alcanzando la dirección de la Federación Universitaria de la Argentina y diversos centros de estudiantes durante varios años, entre fines de los ’60 y comienzos de los ’70.
Nos proponemos, a partir del análisis de la revista teórica del PCR Teoría y Política, reconstruir las diversas posiciones del debate estratégico. Asimismo, recurrimos a entrevistas de miembros que fueron protagonistas de estas discusiones. Todas ellas han sido recogidas del Archivo Oral del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales (CEICS)[8], realizadas bajo la modalidad semi-estructurada de final abierto[9]. Estos testimonios resultan fundamentales para acceder a la información que no fue registrada en la época. En términos metodológicos, utilizamos esos testimonios a fin de obtener esos datos, que fueron analizados y contrastados con los documentos escritos y el material bibliográfico ya mencionado. Es decir, utilizamos la fuente oral como un recurso más en nuestra investigación, y su tratamiento y conceptualización será similar al utilizado en fuentes escritas[10]. Nuestra intención no es el análisis de la subjetividad del entrevistado, sino el estudio de las fuerzas sociales organizadas en partidos y su actuación en la etapa. El uso de ambos tipos de fuentes permite recoger el testimonio directo de quienes intervinieron en la discusión, teniendo de primera mano sus balances, argumentos y conclusiones, lo que posibilita reconstruir el conjunto de las posiciones enfrentadas. Asimismo, pondremos en relación el devenir de la discusión con los grandes acontecimientos de la etapa en que este debate se desarrollaba. De este modo, se podrá visualizar la relación entre la clarificación del debate y la agudización de los conflictos sociales.
De este modo, creemos contribuir al conocimiento de una estrategia, la insurreccionalista, que ha sido relegada por la historiografía, abocada mayoritariamente al estudio de los destacamentos político-militares[11].
Argentina hacia la década del ‘70
La situación económica y social de la Argentina durante la década del ’60
y ’70 era crítica. Ya hacia mediados de los ’50 se había hecho visible el
deterioro signado, fundamentalmente, por la contracción del valor de las exportaciones.
La estructura del país estaba fuertemente atada a la producción de mercancías
agrarias, las que, portadoras de renta agraria, permitían por distintas vías,
su transferencia a diversas industrias que, sin ella, no lograban ser
competitivas a nivel mundial[12].
Desde esa época comenzó a desarrollarse un proceso de concentración y
centralización de capital que tuvo su expresión en un incremento significativo
de las inversiones extranjeras[13].
Aunque con altibajos, este proceso redundó en el incremento del desempleo, en
particular por un crecimiento de los puestos de trabajo por debajo del
crecimiento poblacional y abruptas caídas del salario, seguidas de
recomposiciones[14].
El impacto sobre el conjunto de la sociedad se materializó también en una
fuerte contracción del gasto social en Educación y Salud[15].
Esta crisis económica estuvo acompañada de una crisis política cuyo
principal síntoma fue la alternancia de regímenes civiles y militares que no
lograban estabilizar la dominación, al punto que ninguno pudo finalizar su
mandato. El avance represivo, con la proscripción del Peronismo y del Partido
Comunista de la Argentina (PCA), la implementación del Plan Conintes
y los avances sobre la autonomía universitaria y su intento de despolitización[16],
son otros de los condimentos que terminaron por generar importantes
movilizaciones sociales y procesos de lucha. En suma, un terreno fecundo para
la articulación de sectores del movimiento obrero con fracciones de lo que
generalmente se conoce como “clase media”, que comenzaban a poner en pie y/o
consolidar organizaciones políticas de izquierda. Es este el telón de fondo
sobre el que se desarrollan las discusiones que analizaremos a continuación.
La ruptura del Partido Comunista y la
discusión contra el pacifismo
Hacia 1967 comenzaba a manifestarse una creciente disconformidad dentro de las filas del PCA, fundamentalmente en su Federación Juvenil (FJC). Se criticaba cada vez más abiertamente la línea estratégica oficial del Partido. La cuestión central que dividía las aguas era el carácter pacífico o violento de la revolución en la Argentina.
La discusión tenía sus antecedentes. Por un lado, la línea adoptada en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), celebrado entre el 14 y el 16 de febrero de 1956 bajo la dirección de Nikita Kruschev. Aquel Congreso planteó dos tesis: la “coexistencia pacífica” entre socialismo y capitalismo y la “vía pacífica” para la transición entre un sistema y otro. Ambas ideas apuntabas a sostener que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) no necesariamente debía exportar la revolución a otros países, sino que la propia competencia pacífica entre los “mundos” capitalista y socialista conduciría lenta y gradualmente hacia el triunfo del segundo. Ello implicaba que no debía adoptarse una estrategia que contemplara la violencia (no habría ni insurrección armada ni guerra civil), sino que debía confiarse en el parlamentarismo y las reformas graduales, para ir acumulando fuerzas y lograr revertir la correlación en contra del capitalismo. Sumado a esto el aplastamiento por parte de la URSS, junto a los países del pacto de Varsovia, de la llamada “Primavera de Praga” en Checoslovaquia en 1968 no haría sino confirmar las dudas de quienes comenzaban a visualizar en el bloque soviético una tendencia hacia el abandono de la revolución. En oposición a ello, para algunos sectores (como lo hará el propio PCR entrada la década del ’70), el proceso de Revolución Cultural China significó un renovado vigor a la causa revolucionaria mundial.
Sin embargo, fue
uno de los antecedentes más significativo de la discusión, el triunfo de la
Revolución Cubana en 1959. Este hecho parecía discutir las concepciones del XX
Congreso del PCUS, demostrando no sólo la posibilidad de la vía violenta, sino
su eficacia como estrategia para el triunfo de la revolución. En igual sentido
se ubicaba el triunfo en Vietnam sobre Francia y Japón y la liberación nacional
de Argelia, entre otras experiencias que parecían confirmar la necesidad de
constituir guerrillas, ya sea de modalidad urbana o rural. Más la Revolución
Cubana tenía la virtud de plantear esta posibilidad en Latinoamérica y a poca
distancia de la principal potencia capitalista, Estados Unidos. En efecto, al
calor del ejemplo cubano comenzaron a proliferar en toda América Latina las
formaciones guerrilleras irregulares. No debe perderse de vista tampoco, la
efervescencia estudiantil que se expresó
en el Mayo Francés de 1968, que fue reprimida en México en la conocida Masacre de
Tlatelolco de ese mismo año y que tuvo su correlato también en la Argentina con
el Cordobazo. Una activación estudiantil de las que los jóvenes militantes del
futuro PCR son un emergente.
En este marco
general, una fracción de militantes FJC del PCA hizo cada vez más explícita su
disconformidad con la línea estratégica oficial. La naturaleza del problema se
encontraría en el creciente revisionismo del PCUS que habría exigido un “replanteo” o
“adecuación” de la táctica de la revolución proletaria mundial. En un artículo
de la revista Teoría y Política, escrito a
posteriori de la ruptura, se indica que el principal eje de la discusión era la
llamada vía pacífica:
Es cierto que el marxismo no niega la posibilidad excepcional del acceso pacífico al poder, pero lo hace desde la definición de la regla: para acceder al poder, hay que destruir por la violencia al Estado de las clases dominantes. Cabría pues una sola excepción: que la clase dominante decida suicidarse como clase, autodestruyendo su medio de dominio: el Estado. ¿Qué podría inducirla a ese suicidio? El convencimiento de la inutilidad de la resistencia al embate de las fuerzas revolucionarias. Pero, si el capitalismo domina actualmente dos tercios de la humanidad, ¿de dónde surgiría tal convencimiento? […] ¿O es que por la vía del idealismo subjetivo se aspiraba, y se aspira, a que esta posibilidad excepcional del futuro se transformara en regla del presente para evitar por ese camino que peligre el status quo?[17]
Quien fuera el referente principal de la corriente disidente, Otto Vargas, sintetizaba de este modo las críticas:
El rechazo a los métodos centralistas burocráticos, antileninistas de la dirección del PC; el rechazo a la línea seguidista de la burguesía de esta dirección; por la vía armada como única vía para el triunfo de la revolución; y en repudio a la línea internacional del PC, especialmente por su posición frente a la OLAS (Organización Latinoamericana de Solidaridad) a la que esa dirección había repudiado[18].
Del mismo modo, el testimonio de un militante de la FJC seccional Córdoba enfatiza el carácter estratégico de la discusión:
a partir del año ’67 se da toda una discusión interna en el PC. […] algunos compañeros de Buenos Aires o Rosario cuando venían por Córdoba venían planteando una serie de cuestiones criticas […] que había que poner el acento en el movimiento obrero, que la vía de la toma del poder debería ser armada, que el eje era la Revolución Cubana, críticas a Victorio Codovilla, a la colaboración del PC boliviano y la traición de Monje con lo del Che […] además se los notaba [a los dirigentes del PCA] como satisfechos ante la muerte del Che. Decían “esto demuestra que nosotros tenemos razón, la línea del partido es justa, la lucha armada, es una aventura pequeño burguesa”[19].
En suma, la corriente interna del PCA caracterizaba que el partido había adoptado crecientemente una postura reformista que se expresaría con claridad en la defensa del pacifismo. Sin embargo, la voluntad de esta corriente no era generar una ruptura sino intentar una modificación en la línea estratégica. El partido no fue receptivo a la crítica y terminó expulsando en 1967-68 a cerca de 4.000 militantes, el grueso proveniente de las filas de la juventud, que terminaron por fundar el Comité Nacional de Recuperación Revolucionaria (CNRR) en febrero de 1968. Como se puede apreciar, el nombre elegido evidencia que la voluntad no era constituir un nuevo partido, sino operar sobre el ya existente. La realidad finalmente terminaría por disuadirlos de esa idea, y ya para diciembre de 1969 se celebraría el Primer Congreso del flamante Partido Comunista Revolucionario. La ruptura era entonces total y debía comenzar a delinearse una estrategia para el naciente partido.
La
construcción del Partido Comunista Revolucionario y la discusión sobre la vía
armada
La oposición a la vía pacífica al socialismo había logrado aglutinar a un número importante de militantes del PCA, que se sumaron a la CNRR. Sin embargo, esa unidad por oposición generó un debate importante al momento de elaborar una estrategia por la positiva. Detrás de la generalidad que significaba la defensa del carácter violento de la revolución, se escondían una multiplicidad de formas de lucha. De este modo, procesada la discusión con el PCA comenzó una nueva tendiente a avanzar en definiciones estratégicas.
Hemos detectado tres tendencias dentro de la discusión por el esclarecimiento de la estrategia. Por un lado, una tendencia insurreccionalista que se definió por la necesidad de la construcción del partido, el desarrollo de frentes de masas, la realización de propaganda no armada y el relegamiento de la cuestión militar al momento en que se desplegara la insurrección y, posteriormente, la guerra civil. Esta tendencia planteaba que la revolución sería el producto de una insurrección encabezada por la clase obrera, que debía ser dirigida por los cuadros revolucionarios. De allí que las tareas del partido debían estar orientadas a obtener una inserción popular y el despliegue de la propaganda revolucionaria en las masas para preparar la insurrección, a fin de poder dirigir el estallido hacia la toma del poder. En este esquema, el problema militar no aparecía hasta el momento de la insurrección, con lo cual no sería necesario construir destacamentos armados ni realizar operaciones “guerrilleras”. Esfuerzos de este tipo desviaban al partido de la tarea central de inserción popular y disputa por la conciencia de las masas. No por ello la tendencia puede ser considera pacifista, en la medida que la lucha de clases implica naturalmente el uso de la violencia, que aparece desarrollada por la clase obrera desde el mismo momento en que decide llevar adelante una huelga violentando el proceso productivo. Lo que sí la distingue es la defensa del momento estrictamente militar de la lucha de clases a posteriori de la toma del poder.
Una segunda tendencia se definía como insurreccionalista, pero contempla como táctica subordinada el desarrollo de acciones armadas de propaganda y abastecimiento, a fin de desarrollar la conciencia de la necesidad de la violencia revolucionaria e ir adquiriendo pericia y conocimiento técnico-militar. Por último, encontramos una tercera tendencia que, más fielmente vinculada a la estrategia cubana, defenderá la necesidad de desarrollar acciones armadas previas a la insurrección y terminará formando grupos armados clandestinos urbanos. En esta propuesta el problema militar de la lucha de clases aparece antes de la toma del poder, siendo necesaria la construcción de un brazo armado. Es la tendencia que podemos denominar guerrillerista, que romperá con el PCR para formar las FAL[20].
Los testimonios que hemos recolectado de miembros destacados del proceso de ruptura y formación del PCR parecen confirmar nuestra hipótesis sobre la configuración de estas tres tendencias. El siguiente fragmento de entrevista denota la existencia de las dos tendencias que defienden, con los ya mencionados matices, la estrategia insurreccionalista:
Había una discusión adentro del partido. En el
partido, Saiegh propugnaba la propaganda armada[21]. Nosotros teníamos una división interna,
porque algunos estaban de acuerdo con la propaganda armada y otros no. En el
camino a la insurrección planteaban la propaganda armada. Nosotros teníamos esa
discusión. En contra de Saiegh estaba Otto [Vargas].
Porque Otto planteaba que la propaganda no era armada, la propaganda era
propaganda y que el partido comunista bolchevique se había dividido por el
responsable de propaganda, lo cual es exacto históricamente. Porque habían
puesto un responsable de propaganda y Lenin quería poner otro responsable.
Porque la propaganda era esencial pero no era armada, en ningún partido del
mundo había sido armada. Eso de la propaganda armada era un invento, decía
Otto, para llevarnos a la guerrilla y él estaba en contra de la guerrilla.
Nosotros no éramos guerrilleristas. Estábamos en
contra, no de la guerrilla, sino de la lucha armada sin las masas. Estábamos en
contra de la lucha armada de elite[22].
Un segundo testimonio clarifica la existencia de la corriente “guerrillerista”:
Lucho lo que planteaba era que teníamos que funcionar
más como habían funcionado los argelinos. Que es lo que él hace después con las
FAL, como un movimiento de superficie político, que armara sus socios políticos
etc., etc. y un movimiento estrictamente armado y claramente tabicado con el
movimiento de superficie, por cuestiones de la clandestinidad, y que empezara
con operaciones de guerrilla urbana. Nosotros planteábamos, él planteaba… ahí
aparece el debate, lo que se llamaban las operaciones de propaganda armada[23].
A fin de poder recomponer un panorama general de cada una de las
tendencias, hemos realizado un relevamiento de los artículos publicados en la
revista Teoría y Política que
editaba el CNRR/PCR. Sin agotar el problema, que debe aún enriquecerse con
nuevas entrevistas, el estudio de otras publicaciones y las discusiones que
otros partidos actuantes en la etapa, creemos que el siguiente análisis
exploratorio permite reconstruir los trazos gruesos de la discusión en el
interior del partido.
a. La corriente insurreccionalista
En enero de 1969 salió a la luz el primer número de Teoría y Política, donde se incluyó un artículo titulado “Espontaneidad y conciencia de clase”, escrito por Andrés Marín. El texto intenta explicar cómo se produce el desarrollo de la conciencia de la clase obrera. En forma sintética señala que el interés de clase no está determinado por el nivel de la conciencia, sino que responde objetivamente a la posición en la estructura económica. Sin embargo, ello no significa que lineal y directamente la clase obrera se posicione como clase revolucionaria por el hecho de estar divorciada de los medios de producción. Es decir, sería necesaria una mediación para que el interés de clase se torne consiente. La clase obrera por sí sola no podría superar la “conciencia tradeunionista”[24], es decir económico-sindical: aquella cuyo límite es la lucha por mejorar las condiciones de venta de su fuerza de trabajo, sin poner en cuestión la explotación ni la división de la sociedad en clases. Por si sola no podría develar la ideología burguesa (que oculta las desigualdades derivadas de la existencia de clases con intereses antagónicos) ni conocer la realidad (la explotación). Para ello se requeriría, en primera instancia, de la existencia de una teoría capaz de producir el develamiento que supere la mera experiencia. Dentro del proceso de “desocultamiento”[25], el elemento esencial, según el autor, es la comprensión de la naturaleza burguesa del Estado como instrumento de dirección política y construcción de hegemonía: “La comprensión de la clase obrera de la función del estado burgués se convierte así en la determinación principal de la conciencia de clase”[26].
Ahora bien, ¿Cuál es la instancia que asegura la conexión entre la clase obrera y la teoría revolucionaria? El partido, responde el autor. Tomando como punto de partida las luchas reivindicativas de los obreros, que “constituyen la base indispensable” y expresan la conciencia espontánea, el partido debería involucrarse y vincularse a ellas para avanzar en el esclarecimiento de la conciencia. Y allí es cuando entra a jugar otra instancia de nucleamiento, el sindicato, que permitiría “establecer la unidad dialéctica entre las reivindicaciones inmediatas y el socialismo”.
De este modo los sindicatos, como instancia organizadora y de agrupamiento de la fuerza obrera, aparecerían como un terreno fértil para articular al partido con la clase, impulsando la disputa económica de defensa de los intereses inmediatos, pero posibilitando también la “educación de clase”[27]. Particularmente, el artículo en cuestión hace un llamado al partido a militar con más fuerza en las organizaciones sindicales directamente ligadas a las masas (cuerpo de delegados, comisiones internas, etc.) pues
la práctica revolucionaria de clase no penetra de
‘golpe’ en el movimiento obrero sino que debe ser introducida en cada huelga,
en cada manifestación, es decir, es necesario introducir en cada lucha el
principio de irreconciabilidad de intereses entre la
burguesía y el proletariado en las luchas sindicales[28].
Siguiendo esta línea, el partido en tanto vanguardia, debería articularse con los sindicatos para desarrollar una tarea de esclarecimiento de la conciencia, apoyándose en los múltiples espacios de conflicto para constituirse en dirección. El texto finaliza trazando una relación entre esta necesidad de la tarea propagandística en el interior de la clase obrera con la estrategia insurreccional. Se señala que si bien la lucha económica sindical no conduce necesariamente a la insurrección, puede darse
en determinada situación, una huelga general que
apunte a voltear un gobierno burgués, puede constituirse, si está dirigida por
una línea de clase, en un eslabón decisivo para el acceso al poder de la clase
obrera como clase dirigente en un sistema de alianzas[29].
Deteniéndose en el análisis de los hechos acontecidos en 1968, el autor señala que parecería estar abriéndose una coyuntura favorable al crecimiento de los destacamentos políticos, dado que la clase obrera se encontraría en una situación de penuria que estimula la actividad reivindicativa. Esto tendría lugar en un momento en que la economía capitalista se encontraría en un atolladero, con lo cual la disputa económica podría trocar en política. Así, se estaría insinuando una fractura entre las bases obreras y las direcciones sindicales tradicionales, dado que estas últimas no podrían lograr mejoras en las condiciones de explotación. Comenzaría a vislumbrarse la apertura de una coyuntura fértil para el despliegue de la tarea de esclarecimiento político de la clase obrera, a partir del engarzamiento entre la lucha sindical, de un lado, y la acción del Partido y la teoría revolucionaria, del otro. En suma, se genera un contexto favorable para el despliegue de una estrategia de construcción sindical orientada hacia preparación de la insurrección.
En conclusión, el artículo evidencia la adscripción a una estrategia insurreccionalista que tiene como principal eje la construcción del partido revolucionario. Esto implica una tarea de articulación política entre la vanguardia y la clase obrera, lo que conlleva un arduo trabajo de inserción sindical y desarrollo de tendencias clasistas que permitan dar el salto cualitativo de la huelga económica a la huelga política de masas. En el impulso a las luchas obreras, el partido comenzaría a erigirse en dirección de las masas y a propagandizar la teoría revolucionaria para producir un avance en la conciencia que fluye de lo económico a lo político. Así se comprende la relación entre la construcción del partido, la propaganda y la insurrección. Cuando el partido logra desnudar a los ojos del proletariado la naturaleza de las relaciones sociales en las que está inmerso, la huelga económica puede devenir en política y tender de ese modo hacia la insurrección.
b. La propaganda armada como táctica preparatoria
de la insurrección
El número 2 de Teoría y Política,
del bimestre marzo-abril de 1969, contiene una suerte de dossier de debate
estratégico. Allí encontramos artículos que defienden la postura guerrillerista (que será objeto de análisis del próximo
acápite) y una posición intermedia que, pese a plantear una estrategia
insurreccional, defendía la necesidad de construir destacamentos militares y
realizar acciones de propaganda armada. Nos detendremos en los artículos que
refieren a esta segunda.
El primero de los artículos se titula “Problemática insurreccional” y
fue escrito por Juan Petri. El texto parte de afirmar la posibilidad de la
revolución en la Argentina y reconoce que la vía para su concreción es
insurreccional[30]. Se indica allí la dinámica de toda
revolución:
creemos
posible distinguir en todas las revoluciones dos grandes momentos que eslabonan
dialécticamente un momento pre-insurreccional y un momento insurreccional,
entendiendo por momento insurreccional, la guerra insurreccional con todas las
implicancias militares y políticas que la categoría guerra tiene en su acepción
clásica, diferenciándola de la categoría violencia política en general[31].
El desarrollo y la articulación histórica de ambos momentos
requerirían de la existencia de un “partido insurreccional” que aglutine a las
masas y las prepare para el estallido revolucionario. En ese camino, se debería
ir preparando también para la tarea militar:
[El]
partido insurreccional en el período pre-insurreccional [debe ganar] a una
parte de la masa para el objetivo de la insurrección armada y el socialismo,
con el objeto de incidir en el momento de agudización máxima de las
contradicciones económicas, sociales y políticas y de ascenso revolucionario de
las masas; desatando entonces un proceso revolucionario que transforme al
partido insurreccional en ejército insurreccional capaz de desatar la guerra
insurreccional; acrecentando aún más el ascenso de la conciencia, la
organización, la combatividad, el entrenamiento y el armamento de una parte de
la masa revolucionaria; ahondando las contradicciones económicas, políticas y
sociales que repercuten e involucran a las clases dominantes determinando
síntomas de descomposición en las mismas y en su aparato burocrático-represivo
y en sus mecanismos de consenso, y, eventualmente, el pasaje de una parte de
las fuerzas armadas a las filas de la revolución y/o neutralización de otro
sector de las mismas. Este proceso conducirá a la iniciación de la guerra
insurreccional[32].
El eslabonamiento de estos dos momentos “de la conquista del poder
político”, es ubicado cronológicamente en los casos de Rusia (febrero-octubre
de 1917), China (1936- 1946), Vietnam (1940-1946) y Cuba (diciembre
1956-mediados de 1958). Pese a las diferencias entre estas cuatro experiencias
revolucionarias, para el autor existiría un “hilo conductor” que subrayaría la
generalidad. Más allá de que en Rusia se haya construido un gran partido
comunista y que en China la forma haya sido la de un gran ejército guerrillero
campesino, ambas experiencias habrían apuntado a desatar una insurrección armada
y, por ende, construyeron sendos “partidos insurreccionales”.
Por otra parte, se critica al “voluntarismo” y “subjetivismo”, es
decir, a aquellas desviaciones guerrilleristas que
suponen que la constitución de un foco guerrilleros puede llevar adelante la
revolución incluso allí donde no estén dadas las condiciones subjetivas:
En el
último decenio latinoamericano, luego de la revolución cubana, los intentos
fundamentales de iniciar un camino insurreccional han sido los focos
guerrilleros. […] Sin embargo, en lo fundamental, han fracasado. Creemos que
este fracaso se ha debido esencialmente a una incorrecta valoración de las
leyes de construcción de un partido insurreccional en general, y en la época
actual latinoamericana y mundial en particular; incorrecta articulación de la
lucha de clases y la lucha armada; de lo objetivo y lo subjetivo; de los
momentos preinsurreccional e insurreccional[33].
El error de lo que se califica como “organizaciones foquistas” (Marighella en Brasil,
y Tupamaros en Uruguay)[34]
estaría dado por la carencia de una línea de masas. Es decir, no se descarta de
plano el accionar armado guerrilleros, sino que se critica que dicha propuesta
no esté acompañada por la construcción del partido:
[Marighella y Tupamaros] orientan su accionar hacia la
generación de conciencia y organización revolucionaria a través del accionar
político armado, constituyéndose por ese camino en un embrión de ejército
revolucionario. Sin embargo, al no accionar en la política de masas (sindical,
estudiantil, campesina, etc.), persisten en uno de los errores que originaron
el fracaso del intento foquista del último decenio
latinoamericano[35].
En suma, lo que vemos es una apuesta insurreccional que contempla como
táctica el despliegue de formaciones armadas previas a la insurrección. De allí
que se critique la constitución de organismos armados ajenos a las masas.
El último apartado del artículo condensa las conclusiones
fundamentales de este planteo. Por un lado, el autor entiende al PCR como el
“destacamento de vanguardia” del proletariado argentino y, como tal, debería
llevar adelante la tarea de descubrir “las
leyes de la guerra revolucionaria en la Argentina”[36].
Ahora bien, la complejidad de dicha tarea estaría dada por las características
del país:
A nuestro
entender, el Partido accionará políticamente bajo dos formas principales: la de
masas y la armada. Ambas buscarán -de distinto modo- generar conciencia y
organización, elevando al plano político la lucha económica espontánea de las
masas. Este accionar, con el mismo contenido esencialmente político, tendrá
como escenario principal las grandes ciudades, y como escenario secundario -no
prescindible- al campo. A través del accionar político de masas y del accionar
político armado, se propagandizará la violencia
revolucionaria, la insurrección armada, el socialismo y el comunismo.
Combinando ambas formas de accionar, el Partido hegemonizará la resistencia a
la represión de las luchas obreras y populares por parte de la dictadura.
Creemos que ambas formas no son contradictorias, sino complementarias; en ese
sentido, consideramos al Partido en su conjunto, y particularmente a sus
direcciones, no una suma mecánica de formas de accionar, sino una síntesis
estratégica, teórica, política y militar[37].
Al combinarse tanto las actividades de masas como las armadas, el
partido debería dotarse tanto de “agrupaciones,
tendencias sindicales, sindicatos, centros y federaciones estudiantiles”
como de una “subestructura en cuadros de
oficiales, logística, instrucción, entrenamiento, información, planificación
militar estratégica y táctica, trabajo con las fuerzas armadas”[38].
En esta concepción, aparece la apelación a la propaganda armada como elemento
para el desarrollo de la conciencia. Este elemento estaba ausente en el artículo
de Andrés Marín, un artículo que justamente abordaba la cuestión de la
formación de conciencia. Por tal motivo, la ausencia de menciones a la
propaganda armada no parecería fruto de un descuido u olvido, sino una decisión
deliberada de descartar esa vía como elemento para la construcción del partido.
En ese plano aparece la diferencia sustantiva entre las dos corrientes.
Mientras que la primera apeló a la construcción de un gran partido con
inserción sindical, la segunda señaló la necesidad de complementar dicho
desarrollo con la construcción de un brazo armado que lleve adelante tareas
militares.
El segundo artículo del dossier, “Observaciones para el debates sobre
la vía armada en la argentina”, fue escrito por Mariano Martín. Este texto se
inicia afirmado que la vía armada es la única posibilidad para el éxito de la
Revolución en la Argentina. Remitiéndose a Lenin se indica que, dada la
preponderancia del proletariado en el país, la forma que tendrá que adquirir el
proceso revolucionario es el de insurrección. Esto contrasta con el llamado
modelo cubano, en el cual el predominio del campesinado determinó la estrategia
de foco guerrillero. En la Argentina existirían sectores campesinos numerosos,
aunque no determinantes en la estructura económica, lo que implicaría que
eventualmente el partido debería apelar a la creación de focos guerrilleros:
La ayuda
del campesinado será táctica y estratégicamente importante para el alzamiento
del proletariado y sólo la conjunción de estas dos fuerzas con los sectores
revolucionarios de las capas medias, logrará neutralizar a sectores
reaccionarios vacilantes tales como el de los campesinos ricos, y conformar la
fuerza que decida el triunfo final. Esto exige elevar desde ahora políticamente
al campesino y crear condiciones, apoyándose en su situación objetiva, para
desarrollar en esos sectores la lucha guerrillera que sirva de apoyo en el
campo y particularmente en zonas montañosas y selváticas, a la futura
insurrección y resistencia[39].
El despliegue de la lucha guerrillera también sería de gran
contribución al desgaste del aparato represivo y dispersión de las fuerzas del
Estado, así como para propiciar un vínculo de “solidaridad
internacional con nuestra revolución” en los países fronterizos, “sentando bases para la coordinación y la acción común”.
Pero, más importante aún, con ello se facilitarían varias cuestiones en torno a
la preparación de la insurrección urbana, siempre y cuando el partido
revolucionario se aboque a un estudio profundo de las condiciones concretas:
El partido
tiene que prestar especial atención a estas zonas para que puedan ser puestas
en acción en el momento oportuno (en lo posible antes de la insurrección). […]
Por ejemplo, regiones como Tucumán, a las que tradicionalmente se ha considerado
como indicadas para la instalación de guerrillas móviles que liberen zonas,
parecerían ser más aptas –por lo menos en una larga primera etapa- para la
instalación de “guerrilleros de la noche”, sobre todo teniendo en cuenta la
distribución del campesinado pobre y del proletariado rural en vinculación al
tipo de producción y a la topografía de la zona[40].
Por todo lo expuesto y analizado, el autor concluye que “el partido debe centrar el eje de su actividad en la
preparación de la insurrección armada en las grandes ciudades y debe concebir
la preparación de guerrillas como parte concurrente a esta tarea central”.
De este modo, la preparación insurreccional debería ir acompañada de
la
Acción
organizada de una fuerza estrictamente clandestina, que vaya señalando y
preparando más específicamente, el camino de la insurrección. Esa fuerza debe
actuar en tres sentidos: 1) Propaganda armada, para desarrollar hacia el ángulo
insurreccional la conciencia de las masas, mostrándoles que el aparato estatal
no es invencible. Propaganda que, aunque desde un paso más adelante, no debe
desligarse sin embargo del grado de conciencia de las masas, particularmente en
un país como la Argentina, donde no hay tradición reciente de lucha armada. En
este sentido, es necesario aprender de la habilidad táctica de los Tupamaros,
particularmente en algunas de sus operaciones, como el secuestro de Pereyra Reverbel, o de los libros contables de una empresa
uruguaya. 2) Desarrollar y construir con mucha antelación la infraestructura de
la futura insurrección. 3) Desarrollar una sistemática y amplia labor de
inteligencia, que es una de las principales armas populares, frente al
desarrollo de la moderna técnica militar y a la necesidad de desgastar el
aparato enemigo[41].
Si bien vemos que se defiende la necesidad de propaganda armada y de
construcción de una infraestructura militar para el partido, no se cae en el “guerrillerismo puro”, sino que esta estructura se
complementa con la construcción del partido insurreccional. Al igual que en el
artículo de Petri, vuelve a manifestarse la crítica al “voluntarismo”
(adjudicado nuevamente a Tupamaros) y a enfatizarse la necesidad de un trabajo
en la conciencia, para lo cual cobra sentido la construcción del partido. Dicha
estructura debería emprender un arduo trabajo de “orientación”, golpeando sobre
el movimiento de masas con denuncias políticas amplias y con acciones de clase
y “populares” de mayores dimensiones. Bajo esta influencia las masas entrarían
en un proceso de “diferenciación y radicalización”. Esto implicaría, entonces,
no centrarse sólo en el sector industrial, sino también orientar la actividad
del partido hacia los sectores no proletarios como los estudiantes.
Como se desprende de todo lo dicho, las tareas políticas y las militares
se funden entre sí y requieren, nuevamente, de la construcción de dos frentes
en el mismo partido. El partido revolucionario debe desenvolverse en todos los
terrenos (teórico, político, económico, organizativo y militar), pero con eje
central en el político:
El
desarrollo de la crisis objetiva y la acción del partido de vanguardia conducen
a la situación revolucionaria directa. Esta acción persigue el objetivo de
acumular fuerzas políticas y militares necesarias para que, en el momento de la
crisis revolucionaria, exista una organización capaz de llevar a la clase
obrera y a las masas populares a la lucha armada y al poder. Este objetivo se
relaciona dialécticamente con el de insertarse en el de la clase y de los otros
sectores socialmente revolucionarios, para elevar su nivel político y
conducirlo a desgastar el aparato de dominación de las clases opresoras.
Finalmente, estos condicionan, a su vez, al objetivo de preparar las
condiciones políticas y militares para desatar la insurrección[42].
Sintetizando, el planteo propio de esta corriente estuvo determinado
por la forma insurreccional de la revolución que implica la necesidad de
construcción de un partido que asuma la tarea política de articulación con las
masas, pero que no descuide el desarrollo del frente militar (ya sea guerrilla
o células urbanas clandestinas) a fin de llevar acciones de acumulación y pertrechamiento, y desarrollar conciencia por medio de la
propaganda armada. En suma, un partido con un brazo armado. Se trata, entonces,
del intento de conciliar dos estrategias diferentes, convirtiendo a una de
ellas en táctica subordinada. Esto implica el desarrollo de dos frentes de
naturaleza diferente, de masas y
militar. De modo que, aún defendiendo la construcción del partido como tarea
fundamental, esta posición no hacía sino claudicar ante la propuesta de
construcción de un brazo armado que consumiría buena parte de los esfuerzos
militantes de la organización y la obligaría a tomar medidas de clandestinidad,
obstaculizando en ese sentido el desarrollo de los frentes de masas.
c. La corriente guerrillerista[43]
En el dossier antes mencionado de la revista Teoría y Política número 2, encontramos una nota escrita por Mauricio Malamud y Luis María Aguirre, quienes firman bajo los seudónimos “Camilo” y “Gervasio Zárate”. El texto está escrito a partir de la recuperación de los conceptos teóricos de Louis Althusser para defender la lucha armada y especificar “la táctica para el logro de un objetivo estratégico compartido: conquistar Latinoamérica para el socialismo en un proceso de lucha armada inaugurado continentalmente por la Revolución Cubana”[44]. Se trata de un esfuerzo teórico desde el marxismo althusseriano, al que se le incorpora el pensamiento de Lenin y Clausewitz, para darle justificación a la lucha armada.
En este planteo,
la acción revolucionaria se combinaría en dos planos íntimamente relacionados:
el teórico y el militar. La lucha armada tendría un objetivo político: “[la] liquidación del enemigo, toma del poder,
destrucción del estado burgués, instauración del modo de producción socialista”[45].
Por otro lado, se desarrolla el frente de lucha ideológica, estrechamente
vinculado a la guerra:
Esta lucha
[que] tiene por objeto transformar la conciencia espontánea [se desarrollaría]
en una doble vertiente articulada: 1) es lucha por el debilitamiento interno
del enemigo, procurando la neutralización y conquista de su retaguardia, como
condición para poder pasar al ataque directo para la toma del poder; 2) es
lucha por transformar en conciencia revolucionaria la conciencia de la clase
con la que se operará en la lucha y de la masa en que se apoyará logísticamente
el combate[46].
Ambos formas confluirían en el desarme del enemigo, dado que
el desarme
del enemigo se juega así a un doble nivel: desarme a nivel material para
arrebatarle armas, en cuanto instrumentos técnicos de la guerra, y desarme a
nivel ideológico, neutralizando a unos sectores y ganando como combatientes a
los componentes de la clase que hará la revolución según cada país[47].
Esto se traduciría en la creación de una organización de lucha que funcione como un “estado mayor político/militar de la clase obrera” y reclute militantes asegurando “una conciencia revolucionaria en el hombre que empuñe el arma”.
Cerrando el artículo, se reivindican las experiencias de Vietnam, Corea y Cuba. Por tal motivo adhieren a la consigna de “crear dos, tres, muchos Vietnam”, lanzada por Ernesto Guevara a la Tricontinental, en abril de 1967. El acierto de Guevara radicaría en dos elementos. Primero, en su llamado a construir múltiples centros de lucha que obliguen al imperialismo a dispersas sus propias fuerzas. Segundo, impulsaría a los países socialistas a abandonar la dicotomía paz/guerra y definir una estrategia de lucha armada.
Intentado realizar una formulación estratégica positiva, se señala que:
La lucha de clases como lucha política se expresará
estratégicamente […] como lucha armada con hegemonía de la clase obrera
[además] deberá tener en cuenta y adaptarse a dos características
demográfico-sociales que presenta a grandes rasgos nuestro país: 1) zonas
urbanas de gran concentración obrera; 2) zonas de campesinado pobre y obreros
rurales numerosos […] cada uno de estos escenarios engendrará formas de luchas
distintas […] que las formas urbanas decidirán en última instancia[48].
La Argentina poseería características similares a la experiencia rusa insurreccional de 1917. Pero se diferencia porque el capitalismo no está atravesando una fase de agotamiento como en la Primera Guerra Mundial. El enemigo aprendió de esa experiencia y se han dado avances notorios en materia armamentística. Teniendo en cuenta estos condicionantes, las tareas revolucionarias serían necesariamente tareas militares:
la formación técnica para la lucha armada:
conocimiento del desarrollo alcanzado por los medios bélicos […] dominio de sus
características y manejo, y réplicas posibles antes y después de su posesión;
[…] operar militarmente con anterioridad al momento de la insurrección: a) como
paso previo obligado para la capacitación de la fuerza inicial de choque
destinada a enfrentar y romper el aparato represivo estatal; b) por ser
necesario debilitar en forma directa al enemigo en el periodo pre-insurreccional
inmediato al momento mismo de nuestra ofensiva general; […] la creación previa
de tal ejército popular [con la fuerza suficiente] para que, al mismo tiempo
que asuma la realización del ataque decisivo, sea el basamento […] que absorba
y estructure […] al Ejército Popular en máxima extensión y masividad para el
enfrentamiento de la contra revolución […] el dominio de las leyes de la guerra
de movimiento y guerra de guerrillas [y] arbitrar […] una extensa base
operacional favorable [tomando] la clandestinidad como norma[49].
Partiendo de estas definiciones, los autores sostienen que la lucha comprende una fase preparatoria donde la lucha legal no es descartada pero sí supeditada a las acciones militares. Estas acciones buscan “[la] capacitación para la lucha armada, [la] capacitación ideológica de las masas para ganar su conciencia para la acción revolucionaria, [y el] debilitamiento indirecto del enemigo”[50].
Vemos aquí como esta corriente se distancia plenamente del insurreccionalismo y desconoce la importancia de la construcción del partido y su articulación con las masas por medio del desarrollo de frentes de superficie como el sindical. La vía para la revolución, para el desarrollo de la conciencia política de la clase obrera, sería la acción armada de propaganda. De este modo, la tarea de los destacamentos políticos que operen en la Argentina pasaría por el inicio inmediato de la lucha armada para la preparación técnica, el desarrollo de la conciencia y el enfrentamiento con el enemigo. En conclusión, Malamud y Aguirre defienden una línea que apunta a la formación de grupos armados clandestinos como elemento articulador de la estrategia.
La
definición estratégica del PCR
Como hemos visto en el primer acápite, a la ruptura con el PCA le siguió una etapa de profundo debate estratégico en el interior del CNRR-PCR. Sin embargo, al poco tiempo esa discusión comenzó a saldarse. La agudización de las contradicciones sociales y el ascenso de masas iniciado a partir del Cordobazo de mayo de 1969 significaron la apertura de una nueva etapa en la Argentina. Las masas comenzaban a mostrar que se habían agotado los caminos institucionales y protagonizaban acciones insurreccionales. Al calor de esos hechos, el CNRR-PCR comenzó a cristalizar una estrategia definida.
Del 11 al 14 de diciembre de 1969 se celebró en la ciudad de Córdoba, el Primer Congreso del PCR. Allí se delinearon las definiciones programáticas de la organización y comenzó a clarificarse la cuestión estratégica. Lo primero que se definió fue la opción por la insurrección y la condena de la estrategia foquista o guerrillerista:
Nosotros trabajamos por la construcción de ese Frente de Liberación Social y Nacional. Su programa es el programa que propone el proletariado para su fase agraria, popular, antiimperialista y antimonopolista de la revolución. El programa del frente incluye la forma revolucionaria de acceso al poder: la insurrección. Así como la propuesta burguesa de frente incluye su vía de acceso al poder: la pacífica o el golpe de Estado, y la propuesta pequeñoburguesa incluye la suya: la guerrilla urbana y rural[51].
En efecto, esta definición estratégica significó la expulsión del grupo que defendía el camino de la guerrilla, nucleado alrededor de la figura de Luis María Aguirre (“Lucho” o “Zárate”). Fiel a aquello que habían definido como vía a la revolución, el grupo de Zárate terminó confluyendo en las FAL, una organización que durante buena parte de su trayectoria se caracterizó por la realización de acciones armadas urbanas como mecanismo de propaganda.
Sin embargo, aún no terminaba de clarificarse por completo la posición respecto de la dinámica de la insurrección. En este sentido, aún convivían las dos corrientes que defendían la construcción del partido revolucionario:
todo eso se define en el primer Congreso con la oposición del ‘Lucho’ Aguirre, ése es el grupo que se opone ahí, no Saiegh. Saiegh plantea acordar con lo de la insurrección pero hacer la propaganda armada […] porque venía un tipo y te decía: “bueno, esta bien la insurrección, pero podemos hacer propaganda armada para llegar, creamos conciencia armada. ¿Cómo se crea conciencia? Esa era la discusión”[52].
En Teoría y Política número 3 se publica un balance del Cordobazo que reafirma la línea insurreccionalista. Allí se señala la importancia de dar la disputa ideológica en el seno de la clase obrera para lograr que ésta rompa con el reformismo. El Cordobazo dejó como lección la necesidad de lograr una dirección consciente del proletariado por medio de la construcción del partido. Pero la cuestión militar siguió estando presente con cierta indefinición: “la principal debilidad no reside entonces en que estas masas no tengan armas sino en que carezcan de una organización política reconocida como dirigente, capaz de conducirlas hasta las armas”[53]. La frase es ambigua y el escrito en cuestión no termina de definir si se requieren acciones armadas en el momento previo a la insurrección.
En el mismo sentido se ubica el artículo “Preparar la insurrección”, de Mariano Martín (quien posteriormente sería expulsado del PCR). Ante el Cordobazo y el Rosariazo, se afirma la necesidad de redoblar la acumulación de fuerzas para la insurrección mediante la inserción del partido en las luchas cotidianas de las masas. Paralelamente, discute con el guerrillerismo señalando que la insurrección no se logra con “audaces acciones armadas” y que
las masas no serán dirigidas por quien esté mejor
preparado desde el punto de vista militar sino por quien haya demostrado en la
práctica que su línea política es la mejor, lo que solo puede ocurrir si a la
vez se es capaz en el terreno concreto de la lucha armada[54].
En ese sentido, defiende la idea de trazar alianzas con organizaciones guerrilleras para que sirvan de apoyatura a la insurrección y la necesidad de emprender acciones de propaganda armada y abastecimiento. Del mismo modo, se indica la necesidad de militar las Fuerzas Armadas para producir un quiebre en ellas y ganarlas para la insurrección. Este artículo entonces remite a la tendencia insurreccionalista que reconoce la necesidad de llevar a cabo cierta práctica militar previa a la insurrección. La publicación de estos dos artículos parecería avalar la hipótesis de que la discusión aún no estaba saldada.
A pesar de la indefinición en materia insurreccional, la acción concreta del PCR durante estos años parece orientarse hacia la tendencia insurreccionalista sin acciones de propaganda. En efecto, no se producen acciones de este tipo con firma y, en oposición, comienza a desarrollarse, cada vez con mayor intensidad, una importante inserción sindical. El epicentro de este trabajo sindical es Córdoba y las Agrupaciones Primero de Mayo, adscriptas al partido. Serán los militantes sindicales del PCR los que dirijan la toma de la fábrica Perdriel en mayo de 1970. Frente la reticencia de la patronal para reconocer a los delegados electos, los trabajadores decidieron tomar la planta manteniendo como rehenes a los directivos y defendiéndose con bombas molotov. El resultado fue un triunfo, que posibilitó la reincorporación y el reconocimiento de los delegados.
El rol dirigente del partido en este conflicto resultó fundamental para definir el debate estratégico en favor de la posición insurreccional. Ya para agosto de ese año, se realiza un balance sobre el hecho que atestigua un creciente distanciamiento de la cuestión armada y una adhesión más marcada al insurreccionalismo. Allí se celebra “el surgimiento, incipiente pero tangible, de agrupaciones sindicales clasistas que en algunas empresas, y en algunas de las luchas reseñadas, lograron transformarse en alternativa política, revolucionaria, frente a los jerarcas sindicales y al reformismo”[55]. Paralelamente se critica a las FAL, achacándoles realizar acciones militares sin tener inserción en las masas, lo que expresaría nuevamente una tendencia al voluntarismo. Esa discusión se sintetiza en una clara consigna “Más vale un Perdriel que cien secuestros”, lo que está dando cuenta de la imposición de la estrategia insurreccional en el debate interno.
Los números 6 y 7 de Teoría y Política, publicados en 1971, atestiguarían este movimiento del PCR. En el número 6 aparece el artículo “Notas sobre el militarismo peronista”, firmado por Rodolfo Sáenz. Allí se despliega una crítica al programa y la estrategia de las organizaciones armadas vinculadas al Peronismo, como fueron Montoneros, las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Nos detendremos exclusivamente en la cuestión estratégica. En ese punto, se les critica el desarrollo de un aparato militar al margen de las masas. Eso las llevaría a sostener que
La construcción de agrupaciones clasistas carece de importancia, igual que el combate por barrer de las direcciones sindicales a los agentes de la burguesía, entregadores y reformistas. Las ocupaciones de empresa y el combate contra la represión, la planificación consiente y creciente de la política insurreccional para que desarrolle el camino de los Cordobazos y la formación al calor de ellos, de las milicias obreras, base real y efectiva de la fuerza armada que destruirá al estado opresor: todo ello se descarta despectivamente[56].
Como saldo, en el artículo se caracteriza a estas organizaciones como “foquistas”, incapaces de erigirse en la práctica como una alternativa de poder por su excesivo militarismo. Más allá de esta crítica al guerrillerismo, que ya se ha visto en artículos anteriores, se realiza una formulación explicita de insurreccionalismo que desestima todo uso táctico de acciones armadas. Se define la insurrección como una estrategia de acumulación de fuerzas que evita la separación entre lo militar y lo político, pues implica la utilización de “los métodos de la violencia revolucionaria en las luchas obreras, estudiantiles y populares”[57]. El impulso a los levantamientos populares como el Cordobazo, dotándolos de carácter ofensivo al fijarles objetivos políticos y militares (centros de gobierno, órganos represivos, etc.) iría desgastando al Estado pero también generando en la clase experiencia política y militar. Esa práctica permitiría gradualmente el surgiendo de milicias obreras o populares, ya no como construcción deliberada del partido sino como emergente del proceso de lucha de clases. El partido no sería quien dispone la creación de organismos de lucha urbana, sino que acompaña y dirige a la clase que empieza a realizar su experiencia militar. De igual modo, acompaña esta lucha y experiencia de otras fracciones de clase, como el campesinado y su desarrollo de guerrillas rurales. Paralelamente se buscará el trabajo ideológico en las Fuerzas Armadas para quebrar a la base con la oficialidad y nutrir el “ejército revolucionario insurreccional”.
En este sentido,
no hay
declaración de guerra voluntarista, basada en el nivel operativo alcanzado por
el grupo, que pueda contraponérsele seriamente. Sólo este proceso permite
llegar a la creación de organismos de unidad revolucionaria del pueblo en
armas, verdadero doble poder en condiciones de disputar el suyo a los
explotadores.
De este modo, parece estar saldándose la discusión en el interior de
la estrategia insurreccionalista: ya no encontramos
la propuesta de conformar un brazo armado del partido como soporte de la
insurrección, sino el impulso de la insurrección que culminará en un
levantamiento del “pueblo en armas” dirigido por el partido para la toma del
poder.
El artículo “Algunas conclusiones sobre el segundo Cordobazo”, firmado
por Emilio Gardela y publicado en Teoría y Política número 7, se orienta en el mismo sentido.
Allí se esboza una crítica a las organizaciones político-militares de la etapa,
y parece avalar la cristalización de la estrategia insurreccionalista.
El llamado Viborazo de marzo de 1971, un nuevo hecho
insurreccional en Córdoba, parece darle mayor solidez a la estrategia del PCR.
Lo novedoso del artículo es el señalamiento que se hace respecto del Partido
Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo
(PRT-ERP). Allí se manifiesta con claridad la adopción de una estrategia insurreccionalista que prescinde de la producción de hechos
armados. En primer término, se le critica al PRT-ERP que su inserción sindical
no persigue el objetivo de erigirse en dirección de la clase, sino desarrollar
su estructura militar:
cuando el ERP se expresa en política sindical, sus
propuestas están siempre muy atrasadas con respecto al estado de radicalización
alcanzado por los obreros cordobeses. Mientras los militantes del PCR y de las
Agrupaciones 1º de Mayo tratan de profundizar y desarrollar toda nueva
experiencia de lucha, los militantes del ERP sólo se preocupan por lograr una
nueva cobertura logística para sus acciones armadas[58].
En segundo término, y más importante aún, el artículo elimina de plano
la posibilidad que el PCR desarrolle alguna formación armada:
En Córdoba [las acciones del PRT] suscitaron la
simpatía de la clase obrera y de algunas direcciones clasistas. Esta actitud
posibilitó el surgimiento de la “teoría del empate”: afirmando que el PCR posee
una línea correcta y eficaz en la lucha sindical y el ERP una organización
eficaz en el aspecto militar, se trataría -para quienes, entre el activo obrero
cordobés, formulan esta ‘teoría’- de promover una complementación entre ambas
organizaciones. Es imprescindible combatir esta concepción porque no comprende
que se trata de dos estrategias radicalmente distintas. Y estas diferencias se
verifican prácticamente. Para el PRT la cuestión es “mostrar” (esta palabra
aparece reiteradamente en sus documentos) a las masas, por medio de acciones
espectaculares, las posibilidades de la acción armada. Por eso asignan a estas
masas la función de “formación de grupos de apoyo al ERP”, encargados de
cumplir tareas tales como recibir los camiones de alimentos, distribuirlos, ayudar
a los comandos a salir del barrio u ocultarlos, no suministrar datos o dar
información falsa a la policía. Concretamente, no sería necesario que la masa
ejerza la violencia: basta con que ayude a los grupos especialmente adiestrados
para que ejercerla en su nombre[59].
La cita parece, nuevamente, avalar la hipótesis de la adopción de una
estrategia insurreccionalista “pura”. Explícitamente
se descarta, a través del rechazo de la complementación entre PCR y ERP, la
construcción de un brazo armado del partido. De este modo, a partir del
seguimiento de la revista Teoría y Política,
se observa la clarificación de la estrategia del PCR. A partir del desarrollo
de hechos insurreccionales de masas como fueron el Cordobazo y el llamado Viborazo o Segundo Cordobazo, y de la profundización de la
inserción sindical del PCR (manifestada en la toma de Perdriel),
parece comenzar a ganar primacía la corriente insurreccionalista
que descarta la realización de acciones armadas previas a la toma del poder.
Conclusión
Como hemos visto, la constitución del PCR estuvo signada por profundos
debates en materia de estrategia política. La ruptura con el PCA fue
determinada por el rechazo a la línea pacifista y reformista del partido que,
siguiendo los lineamientos del PCUS y su XX Congreso, apostaba al
parlamentarismo y el gradualismo. El impacto de la
Revolución Cubana mostró a los jóvenes militantes de la rama juvenil del
partido que la transición al socialismo por la vía armada era una posibilidad
exitosa. Progresivamente el debate fue haciéndose cada vez más explícito y
derivó, finalmente, en la expulsión de unos 4.000 militantes.
La formación del CNRR no significó el fin del debate estratégico, sino
lo contrario. Saldada la discusión a favor de la violencia del proceso revolución,
emergieron importantes diferencias a la hora de especificar una estrategia por
la positiva que contemplara ese carácter de “violencia” o, más específicamente,
el problema del momento militar de la revolución. Estudiando la revista Teoría y Política hemos encontrado que en sus páginas se
filtran al menos tres corrientes en oposición. Por un lado, la tendencia insurreccionalista “pura” que defiende la construcción del
partido como herramienta para el desarrollo de la conciencia de la clase
obrera, a partir de la adopción de la teoría revolucionaria del materialismo
dialéctico e histórico. Ello implicaba la necesidad de estrechar las relaciones
entre la vanguardia y la clase por medio de la construcción de verdaderas
corrientes clasistas. La inserción sindical fue la piedra angular de esta
posición, pues el sindicato era la instancia fundamental de articulación con la
clase. Por otro lado, encontramos en el otro extremo una tendencia guerrillerista que culminaría en una nueva ruptura, esta
vez en el seno del PCR, y cristalizaría con la expulsión de Zárate y sus
seguidores que se incorporarían a las FAL. Esta propuesta tenía como eje
central la constitución de células urbanas clandestinas que, mediante una
compleja justificación teórica, llevarían al mismo tiempo una lucha
teórica-política y una lucha militar. El uso de conceptos althusserianos
sirvió para justificar una propuesta que ponía el acento en la propaganda
armada como mecanismo para el despertar de la conciencia. Por último, en el
medio de ambas tendencias se gestó una tercera. Tomando como estrategia
fundamental el camino de la insurrección, y por ende la necesidad de la
construcción de un partido vinculado a las masas, defendió también la formación
de organismos armados como mecanismo de desarrollo de la conciencia y para el pertrechamiento de armamento y conocimiento
técnico-militar.
Entre 1969 y 1972 esta discusión pereció comenzar a resolverse al
calor de la evolución general de los conflictos sociales. El impulso
insurreccional de las propias masas en la Argentina, con el Cordobazo y el Viborazo, manifestaron en el interior del PCR la justeza de
una estrategia que buscara acompañar e insertar al partido en ese camino. En la
práctica comenzó a desplegarse una creciente inserción sindical que no fue
acompañada por la realización de acciones armadas firmadas por el partido. La
toma de la fábrica Perdriel evidencia este hecho y
termina de corroborar el movimiento en la estrategia que parece volcarse de
lleno a la primera tendencia mencionada. Este cambio se manifiesta con
contundencia en la consigna “Más vale un Perdriel que
cien secuestros”.
Sin embargo, la cuestión militar no desaparece puesto que no hay un
retorno al “pacifismo” del PCA. En efecto, la estrategia insurreccionalista
“pura” no desconoció la existencia de un momento militar en la revolución. Lo
que rechazó fue la construcción de un brazo militar del partido, dado que el
enfrentamiento militar sería un momento posterior a la insurrección. Defendió
la idea de “pueblo en armas”, es decir de la práctica que militar que nace de
la propia clase como resultado de su experiencia política práctica y que no es
impuesta desde fuera, aunque sí dirigida por el partido al momento de la
insurrección. De este modo se descartaron también las variantes intermedias que
suponían una conciliación entre las dos estrategias enfrentadas. El desarrollo
de un frente militar, aunque subordinado al desarrollo de frentes de masas, no
dejaba por ello de entorpecer la construcción partidaria, dispersando las fuerzas
militantes.
Si bien este trabajo es un primer acercamiento al problema, y como tal
amerita un estudio de fuentes complementarias para terminar de ajustar la
caracterización de las tendencias, lo que queda palmariamente de manifiesto es
la existencia de un profundo debate estratégico en la década del ’70. A
diferencia de lo que suele mostrar la historiografía dedicada al estudio de la
etapa, la construcción de organismos político-militares no fue la única opción
que llevaron adelante los distintos destacamentos políticos. Existieron,
rivalizando con las estrategias guerrilleristas,
organizaciones como el PCR que apostaron a estrategias de tipo insurreccionalistas, cuyo desarrollo no fue menor.
Recibido: 19/06/13
Aceptado: 08/06/14
La
discusión estratégica en la izquierda argentina en los años ’70. Aproximación
al debate entre guerrillerismo e insurreccionalismo
en el Partido Comunista Revolucionario (PCR), 1967-1972
Resumen
Los estudios sobre las organizaciones políticas de izquierda en la década de 1970 en América Latina han tendido a posar su mirada sobre aquellas que adoptaron la lucha armada como táctica. De este modo, han quedado relegados los destacamentos que, sin rechazar el carácter violento de la revolución, desplegaron estrategias que no se proponían la construcción de aparatos militares. A fin de contribuir al esclarecimiento de la intervención de la izquierda en la etapa, hemos tomado como observable al Partido Comunista Revolucionario (PCR) de la Argentina, que desplegó una estrategia de tipo insurreccionalista. En el momento de su conformación, a partir de su revista teórica (Teoría y Política), reconstruimos el profundo debate estratégico que atravesó la organización para definir dicha estrategia, donde se manifestaron desde tendencias guerrilleristas hasta insurreccionalistas. Observamos también cómo esta última estrategia es la que tiende a imponerse en el debate que acontece desde 1967 a 1972.
Palabras claves: Estrategia, Izquierda, Insurreccionalismo, Guerrillerismo, Lucha armada
Guido Lissandrello
The
Strategic Discussion on the Argentinian Leftist Factions in the '70s. Approach
to the debate between insurrectionalism and guerrillerism in the
Revolucionary Comunist Party (PCR), 1967-1972
Summary
Studies
of leftist political organizations in the 1970s in Latin America tended to consider those who adopted the
armed struggle as a tactic. Thus, the political groups that did not reject the
violent nature of the revolution, were left aside. They deployed strategies not
intended to build military apparatus. To make clear the involvement of the
leftist factions in the period, we study the Revolucionary
Comunist Party (PCR) of Argentina, which deployed a
strategy of insurrectionist type. At the time of its creation, from its
theoretical journal (Teoría y Política), we rebuild the deep
strategic debate that went through the organization to define such strategy,
manifested from “guerrillerist” to insurrectionary
tendencies. We also note how this last strategy is the one that tended to
prevail in the debate that took place from 1967 to 1972.
Keywords: Strategy, Leftist Factions, Insurrectionalism, Guerrillas, Armed Struggle.
Guido Lissandrello
[1] Agradecemos a Ana Costilla por su colaboración en la recolección y relevamiento de fuentes.
[2] Investigador del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales (CEICS), becario doctoral CONICET y docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (FFyL-UBA). Mail de contacto: g.lissandrello@hotmail.com
[3] Gramsci, Antonio, Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 2001.
[4] Balvé, Beba y Beatriz Balvé, El 69, Ediciones Ryr, Buenos Aires, 2005, pp. 100-104.
[5] Sartelli, Eduardo, La Plaza es nuestra, Ediciones Ryr, Buenos Aires, 2007, p. 84. Siguiendo a este autor, debe distinguirse “proceso revolucionario” de “situación revolucionaria”, siendo esta última un momento muy acotado en el tiempo en el que las clases se disputan directamente el poder.
[6] Adscribimos a la siguiente definición: “La izquierda es, entonces, la expresión de una identidad política: la que encarnan quienes sostienen la necesidad de enfrentar al capital en nombre de los intereses del proletariado y del resto de la población explotada y oprimida. El grado de su enfrentamiento depende de la profundidad con la que se ligue a las contradicciones más profundas de la sociedad, es decir, de las relaciones sociales básicas. Hay una izquierda ‘en el sistema’ (la que no cree necesaria su eliminación) y una ‘del sistema’ (la que se dirige contra el sistema social como tal)”. Sartelli, Eduardo y otros, “Izquierda. Apuntes para una definición de las identidades políticas”, en Razón y Revolución, n° 5, Buenos Aires, Primavera de 1999, p. 107.
[7] Gramsci, Antonio, Escritos políticos (1917-1933), Siglo XXI, México, 1990, pp. 108-109.
[8] El Archivo Digital y Oral del CEICS puede consultarse en: http://www.ceics.org.ar/. [Consulta: 10/05/13].
[9] Hammer, Dean y Aaron Wildavsky, “La entrevista semi-estructurada de final abierto”, en Historia y Fuente Oral, Nº 4, Barcelona, 1990.
[10] Aron-Schnapper, Dominique y Daniele Hanet, “De Herodoto a la grabadora: fuentes y archivos orales”, en: Lozano, Jorge (comp.), Historia Oral, México, 1993.
[11] En los últimos años han proliferado los estudios sobre la intervención de las organizaciones de izquierda en la Argentina de la década del ’70. Los estudios se han concentrado en las organizaciones que asumieron la lucha armada, siendo los trabajos más representativos: Carnovale, Vera, Los combatientes. Historia del PRT-ERP, Siglo XXI, Buenos Aires, 2011; Caviasca, Guillermo, Dos caminos. ERP-Montoneros en los setenta, Ediciones del CCC, Buenos Aires, 2006; Mattini, Luis, Hombres y mujeres del PRT-ERP de Tucumán a la Tablada, De la campana, La Plata, 2003; Pozzi, Pablo, Por las sendas argentinas... El PRT-ERP. La guerrilla Marxista, Eudeba, Buenos Aires, 2001; Lanusse, Lucas, Montoneros, el mito de los 12 fundadores, Vergara, Buenos Aires, 2005; Gillespie, Richard, Soldados de Perón. Los Montoneros, Grijalbo, Buenos Aires, 1998; Salcedo, Javier, Los montoneros del barrio, Eduntref, Buenos Aires, 2011. Sin embargo, han sido relegados por la historiografía los partidos insurreccionales, que alcanzaron cierta inserción en las masas.
[12] Sobre la dinámica de acumulación de capital en la Argentina nos basamos en Sartelli, Eduardo, “Génesis y descomposición de un sistema social”, en La plaza es nuestra, Ediciones Ryr, Buenos Aires, 2006; e Iñigo Carrera, Juan, La formación económica de la sociedad argentina, Imago Mundi, Buenos Aires, 2007.
[13] Véase el incremento del porcentaje de las ventas de empresas extranjeras entre las cien empresas industriales de mayor facturación en el país entre 1958 y 1976, en: Basualdo, Eduardo, Estudios de Historia Económica Argentina, Siglo XXI, Buenos Aires, 2006, p. 74.
[14] Iñigo Carrera, 2007, ob. cit., p. 52.
[15] Torrado, Susana, Estructura social de la Argentina, 1945-1983, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1992, pp. 265-266.
[16] El 28 de julio de 1966, bajo el gobierno del general Onganía, se sancionó el decreto ley 16.912 que suprimía el gobierno tripartito, disolvía los consejos superiores y obligaba a los rectores y decanos a acatar las órdenes del Ministerio de Educación. Para un análisis minucioso de la conflictividad estudiantil, sugerimos: Pacheco, Julieta, Nacional y popular, Ediciones Ryr, Buenos Aires, 2012.
[17] Petri, Juan, “Problemática insurreccional”,
en Teoría y Política, nº 2, PCR, Buenos
Aires, 1969, p. 57.
[18] Brega, Jorge, ¿Ha muerto el comunismo? El maoísmo en la Argentina. Conversaciones con Otto Vargas, Ágora, Buenos Aires, 1997, p. 31. Este libro recoge el testimonio oral de Otto Vargas, quien fuera secretario general del PCR desde sus inicios hasta la actualidad.
[19] Entrevista al “Rubio”, Archivo oral del Centro de Estudios e Investigaciones en Ciencias Sociales (En adelante CEICS), realizada en Rosario, mayo de 2006. “Rubio” fue militante de la FJC en la Facultad de Medicina de la provincia de Córdoba en la segunda mitad de los años ’60. Desde su formación militó en el CNRR y en el PCR, para luego incorporarse a las FAL en el comando Polti-Lezcano-Taborda y, finalmente, militar en el PRT-ERP.
[20] La sigla FAL refiere a tres denominaciones diferentes Frente Argentino de Liberación, Fuerzas Argentinas de Liberación y Fuerzas Armadas de Liberación. Para un análisis minucioso sobre esta organización político militar véase: Grenat, Stella, Una espada sin cabeza. Las FAL y la construcción del partido revolucionario en los ’70, Ediciones Ryr, Buenos Aires, 2010.
[21] La táctica de propaganda armada consiste en la producción de hechos armados que contribuirían al desarrollo de la conciencia de la clase obrera. Generalmente toman como blanco algún personaje, empresa o institución que encarna intereses contrarios a los de los trabajadores.
[22] Entrevista a José, Archivo oral del CEICS, realizada el 6 de diciembre de 2006. Militante estudiantil de la FJC, formó parte del proceso de ruptura y se incorporó al PCR, manteniéndose en ese partido durante toda la década del ’70.
[23] Entrevista a Sergio Rodríguez, Archivo oral del CEICS, realizada en enero de 2010.
[24] Marín, Andrés, “Espontaneidad y conciencia de clase”, en Teoría y Política, nº 1, PCR, Buenos Aires, 1969, p 4.
[25] Marín, Andrés, 1969, ob. cit., p. 4.
[26] Marín, Andrés, 1969, ob. cit., p. 5.
[27] Marín, Andrés, 1969, ob. cit., p. 7.
[28] Marín, Andrés, 1969, ob. cit., p. 10.
[29] Marín, Andrés, 1969, ob. cit., p. 11.
[30] Petri, Juan, 1969, ob. cit., p. 60.
[31] Petri, Juan, 1969, ob. cit., p. 60.
[32] Petri, Juan, 1969, ob. cit., p. 60.
[33] Petri, Juan, 1969, ob. cit., p. 63.
[34] Carlos Marighella fue un reconocido militante político brasileño que fundó en su país la guerrilla Acción Libertadora Nacional a comienzos de 1969. El Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) fue un movimiento político uruguayo que entre los ’60 y ’70 desarrollo una guerrilla urbana.
[35] Petri, Juan, 1969, ob. cit., p. 63.
[36] Petri, Juan, 1969, ob. cit., p. 64.
[37] Petri, Juan, 1969, ob. cit., p. 64.
[38] Petri, Juan, 1969, ob. cit., p. 64.
[39] Martín, Mariano, “Observaciones para el
debate sobre la vía armada en la Argentina”, Teoría y
Política, nº 2, PCR, Buenos
Aires, 1969, p. 122.
[40] Martín, Mariano, 1969, ob. cit., p. 122.
[41] Martín, Mariano, 1969, ob. cit., p. 127.
[42] Martín, Mariano, 1969, ob. cit., p. 124.
[43] En este acápite seguimos los planteos de Grenat,
Stella, 2011, ob. cit. Un análisis similar puede verse en Starcenbaum,
Marcelo, “Althusserianismo y lucha armada: Luis María
Aguirre, Mauricio Malamud y la recepción de Althusser en los orígenes de las FAL”, en XII Jornadas Interescuelas/Departamentos de
Historia, Universidad Nacional de Catamarca, 2011. Existen otros
trabajos sobre las FAL, que no abordan esta problemática, son: Hendler, Ariel, La guerrilla invisible.
Historia de las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL), Vergara, Buenos
Aires, 2011; y Rot, Gabriel, “Notas
para una historia de la lucha armada en la Argentina. Las Fuerzas Argentina de
Liberación”, en Políticas de la Memoria, Buenos Aires, verano 2003/2004.
[44] Zárate, Camilo y Gervasio Zarate: “Ciencia y violencia”, Teoría y Política, n° 2, PCR, Buenos Aires, 1969, p. 33.
[45] Zarate, Camilo y Gervasio Zarate, 1969, ob. cit., p. 41.
[46] Zarate, Camilo y Gervasio Zarate, 1969, ob. cit., p. 41.
[47] Zarate, Camilo y Gervasio Zarate, 1969, ob. cit., p. 41.
[48] Zarate, Camilo y Gervasio Zarate, 1969, ob. cit., p. 41
[49] Zarate, Camilo y Gervasio Zarate, 1969, ob. cit., p. 41
[50] Zarate, Camilo y Gervasio Zarate, 1969, ob. cit., p. 41
[51] Partido Comunista Revolucionario, “Documentos aprobados por el Primer Congreso del Partido Comunista Revolucionario, Córdoba, 11, 12, 13 y 14 de diciembre de 1969”, en Documentos aprobados desde la ruptura con el PC revisionista hasta el 1ª Congreso del PCR 1967/1969, PCR, Buenos Aires, 2003, p. 355.
[52] Entrevista a José, archivo oral del CEICS, realizada el 6 de diciembre de 2006.
[53] Marín, Andrés, “Informe sobre Córdoba”, en Teoría y Política, nº 3, PCR, Buenos Aires, 1970, p. 16.
[54] Martín, Mariano, “Preparar la insurección”, Teoría y Política, nº 3, PCR, Buenos Aires, 1970, pp. 25-26.
[55] PCR “Conferencia Permanente del PCR”, en Documentos aprobados desde la ruptura con el PC revisionista hasta el 1ª Congreso del PCR 1967/1969, PCR, Buenos Aires, 2003.
[56]
Sáenz, Rodolfo, “Notas sobre el militarismo peronista”, en Teoría y
Política, nº 6, PCR, Buenos Aires, 1971, pp. 39-40.
[57] Sáenz, Rodolfo, 1971, ob. cit., p. 43.
[58] Gardella, Emilio, “Algunas conclusiones
sobre el segundo Cordobazo”, Teoría y Política, nº
7, PCRm, Buenos Aires, 1971, p. 18.
[59] Gardella, Emilio, 1971, ob. cit., p. 17.