¡SE VIENEN LOS CHIRIGUANOS! LOS RUMORES SOBRE ATAQUES A
Paula C. Zagalsky[1] y Lía
Guillermina Oliveto[2]
Introducción: identidades
estereotipadas y rumores
Una serie de rumores sobre el ataque de poblaciones chiriguanas a instalaciones españolas circularon en
la región de Charcas del Virreinato del Perú entre los siglos XVI y XVII[3]. El
caso permite apreciar un fenómeno general del que el Virreinato del Perú, la
región de Charcas y
Proponemos centrarnos en un episodio de circulación de rumores en
Las imágenes que los documentos nos proporcionan son vívidas y
detalladas, y a partir de ellas recreamos una viñeta que ofrecemos en el
próximo epígrafe. Sin embargo, aunque aludiremos a ellos y su contenido, los
rumores en sí mismos no constituyen el centro de nuestro interés. En cambio,
focalizamos nuestra atención en su contextualización, con la finalidad de
comprender las motivaciones que llevaron a la construcción de estos rumores así
como su funcionalidad social y política. En ese sentido, observamos la
existencia de un temor a los chiriguanos
muy extendido y cristalizado para los años estudiados. Dentro del marco
potosino particular, se verifica la existencia de tensiones políticas
fuertemente conectadas con tensiones socioeconómicas, que decantaron en la
conformación y enfrentamiento de los denominados “vicuñas” y “vascongados”. La
conflictividad se ligaba al control casi monopólico de los resortes de poder
económico y político por parte del grupo de origen vasco, elite minera
potosina. A este tenso marco local, se sumó la presencia de un funcionario
virreinal que venía a imponer límites al poder vascongado. Se demostrará que la
circulación del rumor funcionó como válvula de escape que habría permitido
descomprimir coyunturalmente los conflictos que atravesaban a la vida potosina.
De esta manera, proponemos la capacidad performativa
del rumor en tanto constructor de efectos prácticos perdurables.
En consecuencia, a partir de un caso reconstruido sobre la base de
documentación de archivo, abordamos el régimen de producción bajo el cual se
construyeron esos rumores. Para ello indagaremos en la sociedad de la que
emergieron y a través de la cual circularon, refiriendo a ciertos aspectos
sociales, económicos, políticos y culturales que nos permiten comprender
aquello que fue posible pensar y formular en un contexto histórico determinado.
Por último, la deconstrucción de los rumores conectada al rol que jugaron
en el proceso de creación colonial de la idea de frontera[7]
y de los grupos que la habitaban resulta, además, un ejercicio metodológico necesario.
Más allá del contexto particular de nuestro análisis, cabe destacar que se
trata de una problemática que las fuentes registran a lo largo del arco
fronterizo oriental de la región de Charcas de forma sistemática durante los
siglos XVI y XVII.
Una
viñeta sobre los ataques chiriguanos y la
delimitación del espacio de análisis.
Recién
llegado y tomando refugio en el pueblo de Puna, escribo mis recuerdos de estos últimos
días cuando los indios chiriguanos tomaron la
hacienda de Trigopampa en la frontera de Pilaya y Paspaya. Pasarán largos
años antes de poder borrar aquellas imágenes. Irrumpieron por la noche, el
último miércoles. Despertamos con gritos de guerra. Nos cercaban más de cuatro
mil indios infieles de a pie. No teníamos armas suficientes ni hombres para
hacer frente a aquella chusma que avanzaba desde los bajos, allende el río de
Santa Elena. El padre Hernán y el hermano Cristóbal tomaron el camino hacia San
Lucas con la mayor parte de los indios, yanaconas y negros. Quedé en el fuerte junto
al mayordomo y algunos esclavos. Desde allí divisamos que ardían casas de
chacras comarcanas y escuchamos los gritos de los cautivos, hombres y mujeres,
españoles, indios, mulatos y negros. Arrasaban con todo. Nuestros arcabuces
eran cinco y la pólvora escaseaba. Junto a diez morenos tomé refugio, quedando
el mayordomo y dos negros en el fuerte. Esperamos la luz del día y vimos a los
salvajes saqueando las bodegas del vino que con tanto esmero los padres
procuramos estos años. Cosa triste de ver cómo aquellas botijas alimentaban sus
infernales borracheras. Se movían como demonios, con gritos y bailes, ritos
infieles y bestiales. Al ver tamaña desvergüenza, con los sucesos del Río del
Pescado en mi cabeza y el gran peligro que nos acechaba, tomamos camino para
San Lucas en busca de socorro. Pues si pronta orden hay para castigo de los
indios infieles, se podrá remediar el daño y así servir a Dios, nuestro señor, y su majestad. La respuesta deberá ser rápida
aprovechando las borracheras, pues pasada esta ocasión, el socorro será en vano y los enemigos de la fe quedarán muy ufanos, infectando las tierras y los
vasallos de su majestad.
Esta viñeta es la
recreación de las palabras que el padre Santander pudo haber escrito en la
carta que no ha llegado a nosotras. Las actas del Cabildo de Potosí indican que
una carta escrita por este religioso describía los sucesos que, aparentemente, habían
tenido lugar el 12 y 13 de noviembre de 1620 en la hacienda jesuítica de Jesús
de Trigopampa, ubicada en el curato
de Acchila del corregimiento colonial de Pilaya y Paspaya, al sudeste de la
Villa Imperial de Potosí (ver mapa)[8]. Así imaginamos que hubiera escrito este cura de frontera a sus colegas
asentados en Potosí. Se trataba de un momento en el que la circulación de
rumores sobre una posible invasión de los chiriguanos a Potosí no sólo acrecentaba el temor de
que llegaran y arrasaran
En un sentido amplio, los rumores que llegaron a Potosí aludían a la
realidad de la frontera oriental de los dominios españoles, y en particular, al
sector fronterizo comprendido en el corregimiento de Pilaya
y Paspaya. Del mismo modo que lo había sido en
tiempos prehispánicos, esa frontera constituyó un verdadero problema por la
dificultad de asentar un dominio efectivo en las tierras intermedias y bajas.
Los incas lograron colonizar los valles al oeste del río Pilcomayo (ver mapa)
que los separaban de los chiriguanos
-aunque nunca de forma estática ni permanente. Esa colonización fue superficial
y rápida y se desarrolló a través de la instalación de mitimaes
estatales y la construcción de fortalezas[9].
Si bien se desconoce quiénes fueron los pobladores anteriores de esos valles,
cuando finalizó el dominio incaico de la zona, se transformaron en una suerte
de “corredor migratorio” que conectaba los valles mesotérmicos
de Tarija, Chuquisaca, Tomina y Pomabamba.
Este carácter móvil y mutable se profundizó en tiempos coloniales.
Por su temple, condición fronteriza y ausencia aparente
de “originarios”, durante el gobierno del virrey Toledo (1569-1581) se
determinó que la población indígena del corregimiento de Pilaya
y Paspaya estuviera exenta de la mita potosina. En el último cuarto del siglo XVI,
se elaboró un proyecto colonizador para el espacio fronterizo oriental, que
abarcaba desde Cochabamba hasta Tarija en el actual Estado Plurinacional de
Bolivia. Con el objetivo de asegurar el dominio español del sur andino se
planificó la fundación de una serie de ciudades, cual puntos trazados sobre la
curva fronteriza. Entre las que perduraron, se encuentran San Bernardo de
Dentro de ese marco espacial fronterizo, nuestras fuentes aluden a una
zona específica que contenía a
El corregimiento de Pilaya y Paspaya donde habrían ocurrido los ataques chiriguanos en 1620, tenía
sus bordes orientales y meridionales delineados por ríos: al este y sureste, el
río Pilcomayo demarcaba el límite con Tomina y las
tierras chiriguanas, mientras el Camblaya
y el Pilaya señalaban el comienzo de Tarija hacia el
sur. En su borde occidental limitaba, por el norte, con el corregimiento de Porco donde se localizaba la ciudad de Potosí y, hacia el
sur, con la provincia de los Chichas. El corregimiento de Pilaya
y Paspaya destaca por su variabilidad ecológica
interna. En su extremo noroeste (curato de San Lucas de Payacollo)
la puna se ofrece al cultivo de tubérculos, la cría de ganado y cereales en las
partes más bajas. Avanzando hacia el sur de este curato, la altura desciende y
el paisaje presenta una serie de valles escalonados (entre los 3600 y 2400
msnm) propicios para el cultivo de la vid y frutales[12].
En relación con la tenencia de la tierra y su explotación, hacia
mediados del siglo XVII el corregimiento de Pilaya y Paspaya ofrecía una marcada diferenciación regional[13].
La parte norte comprendía los curatos de San Lucas de Payacollo,
San Juan de Piruani y San Miguel de Acchila (o Supas) y en ella se
verificaba la posesión indígena de tierras (tanto de carácter individual como
colectivo), la propiedad de origen hispánico de
Además de sobresalir por la explotación de esos recursos productivos
regionales, el corregimiento tenía un rol estratégico al constituir una de las
puertas de entrada a Potosí desde las tierras orientales. Es evidente, que las
autoridades potosinas además de la defensa de los intereses particulares sobre
propiedades y recursos que algunos españoles y vecinos poseían en Pilaya y Paspaya, tenían como
principal preocupación el resguardo de la propia Villa Imperial, polo
estructurante de la economía colonial del Virreinato del Perú[15].
Mapa
De
cartas y rumores
El rumor del ataque de los chiriguanos
que circulaba a fines del año 1620 en Potosí se construyó sobre informaciones
obtenidas a partir de cartas que remitieron diferentes habitantes de la
frontera. Es decir, tenemos aquí un rumor que, circulando oralmente por la
ciudad, se asentaba sobre una base escrita, más precisamente, sobre siete
cartas que cimentaron una versión unívoca, en la que no encontramos variaciones
o transformaciones de fondo del contenido del rumor. Todo lo cual, indudablemente,
contribuyó a dar solidez y verosimilitud a la supuesta noticia.
Así, contamos con una epístola del Capitán don
Esteban de Alcivia, quien se encontraba en el pueblo de San Lucas
de Payacollo para defensa de la frontera, dos
del licenciado Lorenzo López Barriales, clérigo y
visitador del arzobispado de Charcas, quien escribía desde el pueblo de
reducción altiplánico de Talavera de Puna y otra del jesuita Francisco Moriano, quien también escribía desde el pueblo de Puna
donde había encontrado refugio después de huir de San Lucas. Estas cuatro
cartas están plagadas de detalles sobre los ataques chiriguanos y la huida de los jesuitas de la hacienda de Trigopampa
propiedad de
A través del seguimiento de las cartas podemos apreciar cómo el rumor tomó cuerpo rápidamente y la manera en que se hilvanaron unos relatos con otros hasta convertirse en un discurso prolífico en informaciones concisas y detalladas que contribuyeron a cimentar su verosimilitud. Entre estas referencias pormenorizadas encontramos, por ejemplo, la mención de lugares específicos, la cantidad de atacantes chiriguanos y el detalle sobre los pretendidos desmanes y las pérdidas que habrían provocado. Estos rumores circularon con una notable facilidad porque las novedades pasaban fluidamente del medio escrito al oral. También porque, como veremos más adelante, el contexto sociopolítico posibilitó que la reiteración de rumores construyera realidad y lograra movilizar a buena parte de los “soldados”[18] y españoles pobres, alejándolos de Potosí donde podían resultar un factor desestabilizador político para la elite. Teniendo en cuenta que estamos analizando sociedades con una sociabilidad centrada en la oralidad, es evidente que la transmisión de todo aquello que resultara digno de contarse era inmediata. Por otra parte, este rumor sin duda se enlazaba a las imágenes que desde mediados del siglo XVI circulaban sobre los chiriguanos, especialmente luego de la embestida fallida e inconclusa que el virrey Toledo emprendiera en la década de 1570. De la lectura de las misivas se desprende que quienes las escribieron se estaban haciendo eco de rumores previos que habían circulado oralmente. De esta manera, una cadena de rumores terminaba prefigurando una imagen original. De hecho, podemos corroborarlo a partir de la lectura de la epístola que le remite el clérigo Lorenzo López Barriales a Pedro Alonso Trujillo, padre rector jesuita. La referencia a una noticia oral, transmitida por uno de los curas que había huido de Trigopampa, reafirmaba la veracidad de lo que se relataba en la carta.
el padre Hernan Perez salio con grandes incomodidades [de Trigopampa], como se suele escapar de semejantes revatos. Causome gran compasion berle con las lagrimas en los ojos e sintiendo semejante trabajo sin aver podido tener noticia cierta del suçeso y de lo que se avia hecho de los hermanos, anoche llego el hermano Cristoval con algunos morenos y dio por nueva que el hermano Santander venia con la demas chusma ecepto dos morenos que quedaron en el fuerte con el mayordomo[19].
Las cartas ubican los ataques chiriguanos
en la frontera de Pilaya y Paspaya.
En términos más concretos, los chiriguanos
se habrían lanzado contra Trigopampa, Piripiri (o Piripire), Pototaca y Tirahoyo, lugares
localizados en los curatos de San Lucas de Payacollo
y Acchila. Además, se afirmaba que Cinti, el pueblo de San Lucas de Payacollo, Talavera de Puna, Porco y la propia Villa de
Potosí corrían riesgo seguro de ser atacados (ver mapa). Es decir que se
afirmaba que el “peligro” existía concretamente en todo el corregimiento de Pilaya y Paspaya y acechaba al de
Porco donde se emplazaba el Cerro Rico y sus
codiciados metales. De acuerdo a los diferentes informantes, el número de los chiriguanos que avanzaba
por las tierras de Pilaya y Paspaya
variaba considerablemente. Pese a que la cifra oscilaba entre los mil y los cinco
mil, sin dudas, se trataba de un conjunto lo suficientemente nutrido para
constituir una amenaza sustancial.
La correspondencia describía de forma bastante homogénea las acciones de
los chiriguanos
en las fronteras de Pilaya y Paspaya, incluyendo daños y estragos, destrucción y quema
de estancias y haciendas, captura de españoles, indios y negros, todos de ambos
sexos. En un apartado posterior analizamos la forma en que
esas prácticas e imágenes reiteradas delinearon históricamente el perfil de los chiriguanos en una
construcción estereotipada que comenzó en la segunda mitad del siglo XVI y
acaso en tiempos prehispánicos[20].
Escritas en su mayor parte en noviembre de 1620, las esquelas exhortaban
a la organización de una “jornada” para contener el avance chiriguano y liberar a los indígenas y españoles
cautivos. A menor escala que la obsesión y el proyecto toledanos, la mentada
inseguridad fundada en la dispersión de los rumores reiteraba iguales
prácticas. Tan sólo dos días después de ser recibidas y leídas, y luego de una
discusión con los oficiales de
Pero el avance y amenaza evidente no fueron más que un rumor, y así lo explicitaba el propio virrey, Don Francisco de Borja, Príncipe de Esquilache, en su cédula del 27 de febrero de 1621:
que
aunque esto parecio despues
no aver sido verdad, vasto el rumor
para que se turbase y alborotase aquella tierra y las gentes de las dichas chacaras y pueblos çercanos
desamparasen sus casas y que el dicho corregidor se determinase a salir en
persona, con la gente y armas que en termino de un dia pudo recoger, a buscar reprimir y castigar los dichos yndios llegando con este animo hasta el pueblo de San Lucas
dos leguas de la dicha villa donde se certifico aver sido falsa esta nueva.[22]
¿Cómo explicar la existencia o resurgimiento de esos rumores y que
dieran lugar a una movilización nada desdeñable de hombres y recursos? Para
responder a tales preguntas, profundizaremos en el contexto sociopolítico
potosino que dio a los rumores un marco específico de plausibilidad. A
continuación examinaremos otro factor explicativo fundamental del carácter
verosímil del rumor: la construcción cultural e histórica del estereotipo chiriguano.
Rumores en contexto o los
efectos materiales del rumor
A pesar de que parte de la noticia del avance de los chiriguanos hacia el noroeste en 1620 resultó no ser
verdadera, sin dudas, el temor no era infundado.
Luis Miguel Glave, refiriendo a la región de
Nos interesa interrogarnos acerca de qué elementos contextuales de la
vida política, social y económica de Potosí, además del “terror chiriguano” -sobre el que nos explayaremos en el siguiente apartado-
pudieron haber impactado para desencadenar los efectos mencionados[24].
Adicionalmente, proponemos identificar diferentes actores afectados por los
supuestos ataques, para visualizar a los posibles perjudicados y beneficiarios
de la circulación del rumor y de sus efectos prácticos.
Las reformas toledanas de la década de 1570, especialmente la
reorganización del sistema de mita y la introducción de la amalgamación por
mercurio (azogue) en el procesamiento de la plata, habían renovado la
producción minera potosina. Pero ya en los años finales del siglo XVI se
perfilaba una lenta declinación, que hacia 1620 era evidente[25].
Pese a ello,
La tensión política alcanzó uno de sus picos máximos unos pocos años
después de la circulación del rumor que analizamos sobre los chiriguanos. Entre 1622 y
1625 se desataron enfrentamientos armados conocidos como “la guerra entre
vicuñas y vascongados”[27].
Estos conflictos decantaron de condiciones económicas y
políticas y de tensiones
generadas y acumuladas durante las dos primeras décadas del siglo XVII entre españoles de diferentes condiciones socioeconómicas y procedencias
regionales dentro de
Por otra parte, unos años antes, en 1618 había llegado a Potosí Alonso
Martínez Pastrana, contador y miembro más antiguo del Tribunal Mayor de Cuentas
de Lima. Su visita tenía el objetivo de controlar y poner en orden las cuentas
de las Cajas Reales de Potosí, ejercicio que no se desarrollaba desde 1574.
Pastrana verificó que las cantidades adeudadas a las Cajas Reales eran enormes
y de índole extremadamente diversa. Las deudas incluían diversos rubros, desde
el impuesto al monopolio de naipes, pasando por el arrendamiento de minas,
hasta tributos indígenas impagos (rezagos). En esta profusa tarea, Martínez
Pastrana eligió prestar especial atención a las deudas derivadas de la compra
de oficios públicos y de la venta de azogue[31].
Martínez Pastrana no sólo tomó nota de las deudas –cosa que venían haciendo los
oficiales reales- sino que intentó presionar a los deudores para concretar los
pagos. Así, desde su arribo en 1618 hasta su partida en 1623, dictó una serie
de autos estableciendo que quienes debieran dinero al fisco (fuera por la
compra de oficios o de mercurio), no podrían seguir ocupando cargos públicos ni
emitir su voto en el Cabildo. De esta manera, Pastrana presionaba a los
deudores de la elite vasca y, de alguna manera, los instaba a optar entre la
continuidad del goce de todos los beneficios económicos y el mantenimiento de
los privilegios e impunidad que otorgaba el control del poder político[32].
Al margen de la eficacia, esos golpes a la posición hegemónica vascongada le
hicieron ganar a Pastrana la enemistad virulenta de aquel bando y, sin dudas,
su accionar intensificó las tensiones ya existentes.
Si bien sucinta, esta panorámica deja en claro que para el año 1620
Potosí estaba plagada de tensiones políticas. La “jornada” organizada en
noviembre contra los chiriguanos
a partir de la recepción de las cartas, en cierto grado, ayudaba a descomprimir
la situación potosina. Al referirse a la “gente de guerra” que acompañaba al
corregidor Sarmiento de Sotomayor, el acta del Cabildo aludía a la “gente
suelta”, muchos de los cuales pocos años después integrarían el bando de los
“vicuñas”. Como toda entrada, ésta de 1620 sacaba de los confines de la villa a
muchos de los “sueltos” y descontentos, al menos por un tiempo.
Durante aquellos días de noviembre, el Cabildo solicitó a las Cajas
Reales la entrega inmediata de diez mil pesos corrientes para organizar la
“jornada”. Al no mediar la autorización del rey, el virrey o de la Audiencia de
Charcas que legalmente se requería, el contador mayor Martínez Pastrana y los
oficiales reales se opusieron:
Y
los dichos señores officiales reales dijeron que sin liçençia espresa de su magestad o del govierno o de la
Real Audiençia en su nombre no pueden dar de la Real
Caja de su cargo ninguna cosa por estarles asi prohivido y que mandandolo quien
tenga facultad para ello lo haran sin remision [33].
Pero finalmente se vieron obligados a desembolsar aquella cantidad nada
despreciable frente a la presión del Cabildo sustentada, justamente, en los
rumores. Así, la urgencia por frenar el mentado ataque chiriguano, evitar su ingreso a Potosí, liberar a los
presuntos cautivos y el contar con la garantía ofrecida por dos ricos vecinos
-el alcalde ordinario Juan Núñez de Anaya y Alonso de Santana- terminaron por
convencerlos de dar su anuencia para la operación.
Y
visto por el dicho señor contador mayor y señores juezes
oficiales reales los dichos requerimientos, dixeron que atento a que
este negocio es el mas graue
que por agora pudiera suçeder
en esta provinçia y que combiene
al serviçio de su magestad
la paz y quietud desta tierra, e luego sin dilaçion alguna se acuda al socorro y remedio que se
pretende y que este salga parte del oy en este dia en cuyo tiempo ni se puede
avisar a su Excelencia ni a la Real Audiencia con estar veinte leguas de esta
villa porque con semejante dilaçion se perderia la ocasion y resultarian daños yrreparables. Acordaron
de dar prestados de la dicha Real Caxa los dichos
diez mil pesos corrientes para los dichos efetos con
que los dichos Juan Nuñez de Anaya y Alonso de
Santana se obliguen de que su Excelencia
[o la] Real Audiençia de la Plata aprobaran y
ternan por bien el dicho prestamo y gasto[34].
Asimismo, se designó como corregidor interino a Martínez Pastrana hasta
tanto regresara Sarmiento de Sotomayor. Si bien las funciones que se le
asignaron al corregidor provisorio -relativas a la administración de justicia,
la mita y los asuntos de la guerra- eran de notable importancia, cabe señalar
que esas tareas lo alejaban manifiestamente de su obra principal: el control
fiscal y el cobro del dinero adeudado a la hacienda real. Esta situación impulsó
la merma coyuntural de las presiones de Pastrana sobre algunos agentes bien
posicionados en las finanzas, el comercio y la explotación minera.
Así, el Cabildo delegó en el factor Astete de Ulloa la administración de los diez mil pesos corrientes para cubrir los gastos de la “jornada”. Parte de ese dinero se utilizó para comprar unos doscientos arcabuces que, en principio, se habían pedido al virrey pero que se terminaron comprando a los vecinos a un precio excesivo justificado por la “urgencia” de adquirirlos. Además, se estableció la realización de rondas nocturnas y el aumento de la vigilancia en Potosí, al tiempo que, de forma marcada y reiterada, se aludía a la falta de armas para la defensa de la ciudad.
Por una cédula del virrey de febrero de 1621 sabemos que sólo se
utilizaron cuatro mil pesos corrientes y que los restantes se devolvieron. En
la misma cédula, el virrey Príncipe de Esquilache
ordenaba al contador Pastrana que tomara "cuentas claras" de todos
los gastos (armas, vituallas, municiones y pagas de "soldados pobres")
y que se encargara de recuperar y poner a resguardo “en parte segura” las armas
compradas “por cuenta de su magestad”[35].
Otros actores implicados en la circulación escrita de los rumores fueron
los padres jesuitas residentes en el corregimiento de Pilaya
y Paspaya y el padre rector de
Por último, si hacemos un balance de los efectos materiales del rumor en
el contexto potosino, evitando recurrir a argumentos conspirativos, podemos
vislumbrar que el bando vascongado, al menos temporariamente, se habría
beneficiado por partida doble al sacar de la tarea de control fiscal al
contador Martínez Pastrana y al vehiculizar a la “gente de guerra”, pobres y
descontentos, desde una Potosí a punto de ebullición hacia el pueblo de San
Lucas de Payacollo.
El
rumor y el estereotipo: un diálogo permanente
La reacción inmediata que generó el rumor demuestra su verosimilitud.
Nos preguntamos, entonces, qué hacía que fuera tomado por verdadero. Para
responder esta inquietud debemos apartarnos de las descripciones de los
documentos. Se hace necesario repensar este rumor en el contexto de una
sociedad colonial en la cual los sectores dominantes construyeron imágenes
estereotipadas de los indígenas en general y de los de la frontera, en
particular. El estereotipo de los chiriguanos
era absolutamente funcional a la legitimación de la dominación colonial, al
viabilizar el incremento de sus patrimonios mediante la apropiación las tierras
y la esclavización de los “salvajes”.
La funcionalidad de la construcción estereotipada del modo de ser y de
vivir de los chiriguanos
se manifestó de varias maneras. Por ejemplo, cuando se convirtió en
justificación para la declaración de la “guerra a sangre y fuego” contra los
habitantes de la frontera oriental hacia finales del siglo XVI. En esa ocasión
fue, además, el fundamento esgrimido para autorizar la esclavización de los chiriguanos capturados en
las entradas conquistadoras. Catherine Julien
identificó directamente al virrey Toledo como el generador de la “demonización”
de los chiriguanos
con el objetivo de justificar la guerra en su contra[36].
Por otro lado, a fines del siglo XVI y principios del siglo XVII, la
escasez de mano de obra necesaria para tareas domésticas o y de pequeña escala
rural constituía un problema para los españoles, quienes no dudaron en
transgredir la prohibición del servicio personal abolida en 1551 por el virrey
Antonio de Mendoza. La posesión de sirvientes domésticos entre las familias de
Charcas fue una práctica común. Frente a lo oneroso que resultaba el tener
esclavos negros en esa época, se utilizaba a los cautivos chiriguanos “habidos en buena guerra” para resolver la cuestión de la
insuficiente provisión de energía humana[37].
Asimismo, el estereotipo legitimó la apropiación posterior de los recursos de
las tierras chiriguanas
que se consideraron arrebatadas al “salvajismo” y recuperadas para la
“civilidad”[38].
El estereotipo de los chiriguanos
como auténticos monstruos de la frontera, se exhibió frecuentemente en las
probanzas de méritos y servicios. Los españoles que vivieron en los poblados
fronterizos de Charcas, desde Santa Cruz de
Esos elementos contextuales constituyen, según Margarita Zires, la base social del rumor y eso es lo que debemos
examinar para responder a nuestras preguntas. Indagar en las bases sociales del
rumor implica analizar aquello que los sujetos sociales son capaces de pensar y
formular en un momento histórico determinado. Esto dirige la mirada del
investigador hacia la dimensión cultural del rumor, es decir, a los procesos
culturales en los que el rumor se inserta y lo constituyen en verosímil[40].
Al respecto, alejándose de los estudios pioneros sobre rumores que discutían y
se centraban en la cuestión de lo verdadero y lo falso del contenido de los
rumores, Zires propone desplazar el eje de atención
hacia el orden cultural, que interviene en la creación, transformación y
circulación de los rumores y sus diferentes versiones. Así, nos ofrece
abandonar la mirada bipolar que contraponía noticia y rumor, verdadero y falso.
Porque el rumor no es un invento sino una construcción verosímil sobre un “nudo
de realidad” en un contexto cultural que determina los “posibles reales”[41].
Tanto es así que en nuestra documentación corroboramos que el contenido
del rumor (el ataque de los chiriguanos a la frontera de Pilaya
y Paspaya en el año 1620) fue considerado totalmente
válido y generó la organización de una entrada de castigo como respuesta
inmediata. Una vez llegadas las noticias sobre el ataque chiriguano y el avance hacia tierras próximas a
Potosí, el Cabildo prontamente organizó una “jornada” contradiciendo las normas
administrativas y burocráticas fijadas al respecto[42],
hasta que el corregidor Sotomayor regresó de San Lucas de Payacollo
desdiciendo la existencia de la ofensiva chiriguana.
El hecho de que en esta ocasión concreta se corroborara que tal ataque no había
existido, no invalida el hecho de que los chiriguanos arremetieran contra los asentamientos
orientales con dispar virulencia y frecuencia desde hacía más de medio siglo.
He aquí una de las bases históricas que dan asidero y cimentan la verosimilitud
del rumor.
Resulta importante señalar que Zires define al
rumor como un tipo de relato en cuya producción
intervienen las convenciones sociales, los estereotipos, los clichés, las
múltiples normas culturales[43].
De esta manera, el rumor que finalmente se constituye es en parte nuevo y en
parte viejo. Porque en cada rumor que surge se describe un acontecimiento
único, pero esa descripción tiene una suerte de guión común a todos los rumores
previos[44].
En este caso, ese guión común está constituido principalmente por el
estereotipo que cargan los chiriguanos.
Esto nos lleva a
analizar cómo se consideraba a los chiriguanos
en el sur andino hacia 1620.
Bajo el rótulo de chiriguanos los españoles incluyeron a un conjunto heterogéneo de grupos indígenas, fosilizando e invisibilizando un complejo y constante proceso de etnogénesis que tenía lugar en los contrafuertes orientales andinos desde fines del siglo XIV[45]. Provenientes del Paraguay y del litoral atlántico del Brasil, grupos guaraníes se fueron instalando paulatinamente en las estribaciones andinas sojuzgando a las poblaciones que habitaban esas tierras, fundamentalmente los chané. Desde allí, fueron avanzando por oleadas sobre los valles interandinos de Tarija, Pilaya y Paspaya, Tomina y, más al norte, hacia Cochabamba y Mizque, disputando su control a los incas primero y a los españoles después. Es decir que el estereotipo sobre los chiriguanos se gestó en un contexto de lucha por la imposición del poder español sobre los territorios orientales. Pero ese proceso, a su vez, fue tributario, en gran parte, de las construcciones ideológicas que los incas habían elaborado en un contexto, también, de disputa por la ocupación de esos espacios. Para los incas, los chiriguanos formaban parte, al igual que las demás poblaciones que habitaron las tierras al este de sus dominios, de un mundo bestial y, por qué no, temido, al que llamaron Antisuyu. La atribución de determinados elementos como la antropofagia, una organización sociopolítica lábil y una agricultura de recolección consideradas inferiores cimentaban ese parecer. Fueron enemigos a los que incorporaron dentro de su esquema de pensamiento dual, para negarlos y afianzar su propia identidad. Sin embargo, esa negación se acompañó de un reconocimiento de los saberes rituales y shamánicos que poseían los chiriguanos (por ejemplo, su capacidad para la comunicación con los ancestros). En resumen, los incas tenían repulsión y fascinación a la vez por las tierras orientales y su gente[46].
En ambos casos, los agentes del poder conquistador se arrogaron la capacidad de nombrar el mundo y de darle a cada quién su papel en él y, de este modo, contribuyeron también a crearlo[47]. Al respecto, Pierre Bourdieu demuestra la fuerza de las representaciones elaboradas por los sectores poderosos de la sociedad, justamente su capacidad para crear realidades[48]. Bourdieu observa cómo operan las representaciones en el caso del discurso sobre las fronteras territoriales. Considera a esos discursos como performativos. Esto quiere decir que las clasificaciones empleadas tienen efectos sociales concretos sobre los escenarios que, supuestamente, sólo se estarían describiendo de forma objetiva. En definitiva, en los espacios fronterizos no sólo se establece una disputa por la ocupación del territorio sino también por la definición de la realidad y por el sentido de las cosas y de los actores involucrados. El otro aspecto destacable del análisis que realiza Bourdieu está dado por la constatación de que cuando un sector dominante impone su lógica de representaciones, esa lógica es asumida por el resto de la sociedad. En nuestro caso de análisis, esto se visualiza en el hecho de que quienes reproducen el estereotipo negativo de los chiriguanos hayan sido tanto los sectores hispanos y privilegiados de la sociedad como los hombres del común (“gente suelta”, “soldados”, “chusma”) quienes también tomaron los rumores como noticias reales y los hicieron circular.
La mala reputación de los chiriguanos era un lugar común hacia 1620. Estos grupos, distribuidos a lo largo de la frontera oriental, desde Tarija a Cochabamba, condensaban la imagen del mal: mentirosos, violentos, idólatras, salvajes, ociosos, borrachos.
Las siete cartas
que se mencionan y/o copian en las actas del Cabildo de Potosí fueron
elaboradas, desde el punto de vista de los destinatarios, por más que
confiables informantes: recordemos que se trataba de un capitán, sacerdotes y
un corregidor. Ellas muestran en pleno funcionamiento al estereotipo que se
comporta como un molde en el que encajan ciertas informaciones, a saber: los
lugares donde ocurren los hechos, el carácter multitudinario del ataque (entre
mil y cinco mil chiriguanos)
y los “actos aberrantes” que cometen (toma de cautivos, vaciamiento de la
bodega de vino de una hacienda de
La temática alrededor de la cual se tejen los rumores es, en este caso, el accionar de los chiriguanos en las fronteras de las posesiones españolas. Todos los españoles presentes en Potosí en 1620 seguramente habían escuchado varias veces en su vida alguna noticia al respecto. Esas noticias previas constituyen parte de la base de sustentación del rumor de aquel año. Los elementos presentes en las informaciones recibidas en las cartas no planteaban ninguna duda sino, más bien, una caracterización de los chiriguanos que confirmaba el estereotipo, el cliché, que les proveía el orden cultural. Ese orden proporcionaba también la justificación ideológica de la guerra de conquista y evidenciaba, en definitiva, la filosofía de la dominación. Así, la solución al “problema de la inseguridad” en la frontera era eliminar a los chiriguanos, a los que se les debía hacer la guerra porque eran gente “sin policía”, cuya mano de obra, no obstante, se pretendía aprovechar.
Las cartas demuestran que el rumor surtió efecto no sólo en Potosí sino también en las poblaciones fronterizas. Precisamente se certifica que el rumor alborotó y turbó a los habitantes de las chacras y haciendas cercanas a Trigopampa, muchos de los cuales huyeron abandonando sus casas. Así, el capitán don Esteban de Alcivia relataba la llegada de la gente de Trigopampa al pueblo de San Lucas de Payacollo: “Cosa no pensada y lastimos [sic] y en espeçial ver venir los padres, hermanos, mugeres y niños a pie a guareserse a San Lucas donde ay menos defensa que alla”[50].
Las cartas destacan algunos de los rasgos centrales que nos permiten observar que la construcción del estereotipo se fue concretando en función de adjudicarle a los chiriguanos conductas que ofendían y escandalizaban la moral castellana. Se presentaba a los chiriguanos como “violentos” porque habrían irrumpido en las haciendas españolas arrasando todo a su paso; como “crueles” porque habrían matado y hecho cautivos a hombres y mujeres, sin distinción de estatus o edad; como “borrachos” porque habrían bebido el vino de las bodegas de los jesuitas; como “enemigos de la fe” porque no respetaron las propiedades de órdenes eclesiásticas y no aceptaban las misiones en sus tierras; como “desvergonzados” porque se atrevieron a cuestionar la dominación española.
De estos rasgos estereotipados, en los discursos españoles estampados en las actas del Cabildo sobresale el señalamiento generalizado de los chiriguanos como “belicosos” y “borrachos”; profundicemos en esos aspectos.
La caracterización como “belicosos” o “violentos” es el costado más funcional del estereotipo del que fueron objeto, en particular, para la justificación de su dominación pero, en general, fue utilizado para la de todos los indios que habitaron las fronteras y las tierras que quedaron fuera del dominio de los poderes establecidos (otro caso del mismo tratamiento es el de los chunchos, habitantes de la frontera oriental del Cusco). El planteo de una situación de inestabilidad en los límites territoriales provocada por el avance, supuestamente violento, de las poblaciones del otro lado fue, y salvando las distancias es, un argumento que políticamente se utiliza para reforzar los puestos de defensa y aumentar los niveles represivos en los poblados cercanos o vinculados de alguna manera a lo que se identifica con la fuente de la inseguridad.
En Potosí, aquel
noviembre de 1620, la aparente y temida inminencia de la llegada chiriguana
que habían instalado los rumores llevó a que el corregidor Francisco Sarmiento
de Sotomayor planteara la necesidad de ignorar las reglamentaciones reales
vigentes sobre la convocatoria a “entradas punitivas” y para la disposición de
fondos de
A continuación ahondaremos en el segundo rasgo subrayado en los discursos estereotipados sobre los chiriguanos: las borracheras y la ingesta de alcohol.
Con mucha frecuencia, los españoles señalan la condición de “borrachos”
de los chiriguanos. La encontramos en las cartas enviadas
por los sacerdotes y el capitán Alcivia, quien
escribía al corregidor de Potosí desde San Lucas de Payacollo.
En realidad, esta caracterización no era privativa de los chiriguanos sino que constituía un aspecto que se
adjudicaba a los indios en general y se consideró como signo evidente de
barbarie. En 1550, Cieza de León apuntó que la ebriedad era una costumbre que
tenían todos los pueblos descubiertos en las Indias[51].
Thierry Saignes resaltó
los aspectos sociales y religiosos de la ingesta de alcohol, su herencia
prehispánica y su percepción por parte de los cronistas españoles de los siglos
XVI y XVII[52].
Robert Randall, no sólo planteó la herencia prehispánica de la práctica de la
borrachera, sino que también enfatizó la transformación de esta práctica a
partir del siglo XVI[53].
Mientras bajo el dominio de los incas su carácter era público y festivo, y como
tal, sujeto a normas de consumo ritual, bajo la dominación española se extendió
y “democratizó” el acceso y uso de bienes suntuarios como la coca, el maíz y la
chicha. Además, los indígenas pronto adoptaron el consumo del vino. Todos estos
productos fueron accesibles en los circuitos comerciales de la puna, valles y
pie de monte, sobre todo los cercanos a las ciudades más importantes como Lima,
Cusco o Potosí.
Aunque algunos españoles reconocieron el origen prehispánico de la
embriaguez ritual, todos la percibieron en el nuevo contexto colonial en
términos negativos. Según da cuenta Saignes, el oidor
Santillán asoció en 1563 borrachera con ocio, en 1565 el gobernador Vaca de
Castro identificó la embriaguez con amancebamiento e idolatría, lo mismo que
los jesuitas Acosta en 1577 y Cobo a mediados del siglo XVII[54].
En definitiva, siempre se relacionó a las borracheras con malas costumbres de
los indígenas, pero, además, se juzgó como la causa de la elevada mortalidad de
los naturales. Así, en 1605 Lizárraga estimó que era un vicio al que había que
ponerle remedio tanto en la sierra como en los llanos por ser el origen de la
pérdida de muchos vasallos y tributos. Como ejemplo, daba la situación del
valle de Chincha (en las inmediaciones de Lima) donde, por esa razón, los
tributarios habrían mermado de
En cuatro de las
siete cartas con las que contaban en Potosí para informarse de lo ocurrido, se
escribe sobre las grandes borracheras que los chiriguanos estarían organizando gracias al saqueo
del vino de la bodega de
Los yndios an hallado mucho vino en las bodegas y por el camino le hallaran si pasaran adelante y demas de que su natural y la ocasion los a de ynçitar a vorracheras, ellos estan tan sin temor que gastaran algunos dias en sus borracheras y si en estos huviere orden de algun socorro se haria grande suerte[57].
En estas sugerencias de pronta acción de castigo, aprovechando las borracheras de los chiriguanos, se sigue afianzando el estereotipo porque la imagen que se transmite es la de extrema peligrosidad de los indígenas de la frontera (“estan tan sin temor”). En torno a la embriaguez no sólo se la caracterizaba como una práctica generalizada y corriente (“que es su natural”), sino también en particular asociada a las batallas y victorias guerreras (“y la ocasión los a de ynçitar”). Junto a esos planteos, se reforzaba la idea de que la única manera de repelerlos era realizar una campaña punitiva mientras estuvieran ebrios. Caso contrario, no habría nada para hacer más que aceptar la pérdida de los territorios “ocupados” a manos chiriguanas. Tanto es así que el capellán Lorenzo López Barriales comentaba en su carta:
con qualquiera socorro se hiçiera mucho y quedaren castigados para que no se atrevieran a semejantes desafueros. Y crea V.M. que si se tardan en socorrer en este mes a los de Paspaya y estas fronteras quedara todo tan destruydo y sin gente que se haran havitadores della[58].
Conclusiones
El sustento de
los rumores y de su circulación, aquello que los hizo verosímiles, estuvo determinado centralmente por el
estereotipo que pesó sobre los chiriguanos
como “terror” de la frontera. Este estereotipo tuvo su propia historia y sus
transformaciones, ya que los incas lo crearon y lo legaron a los españoles. En
la época colonial, sin embargo, la representación que se cernía sobre los chiriguanos
fue mutando. Así, fue perdiendo ciertos rasgos, como el de la antropofagia, y
reforzando otros, como el de la borrachera. El caso chiriguano ofrece la posibilidad de
observar el carácter histórico de la construcción de un estereotipo, que puede
ir cambiando, tomando ciertos elementos y perdiendo otros. En tiempos
coloniales, incluso, algunos de esos trazos pudieron rozar y ser coincidentes
con los rasgos endilgados a todos los indígenas conquistados, como el de ser
borrachos. La dimensión temporal y las modificaciones del estereotipo constituyen aspectos
fundamentales para analizar este fenómeno de larga duración[59].
Sin dudas,
existió una utilización política del rumor sobre los ataques de los chiriguanos
por parte de las autoridades locales de
En este marco, los
rumores analizados se convirtieron en la justificación para llevar adelante
acciones que, de no ser por la situación de urgencia, no hubieran ocurrido. En
nuestro caso de estudio esto se verifica en la realización de una “campaña
punitiva” sin contar con la debida aprobación, real virreinal ni de
De lo expuesto queda en claro que el rumor no describe hechos estrictamente “reales” sino que es un discurso que plantea situaciones imaginadas constituyendo un verosímil para un determinado contexto histórico y geográfico. Así, prepara el terreno para lo que viene después. Es el preludio para determinadas acciones políticas posteriores, socialmente vistas como necesarias. El rumor es, entonces, una poderosa fuente de legitimación. De ahí que sostengamos el carácter performativo del rumor en tanto construye la realidad al producir en ella efectos concretos.
En este artículo no pretendimos dilucidar si verdaderamente ocurrió la incursión chiriguana referida en el rumor de noviembre de 1620. Es factible que los chiriguanos llegaran a Trigopampa, aunque no a San Lucas de Payacollo y mucho menos a Potosí. En cambio, nos interesó interpretar los factores que coadyuvaron para dar verosimilitud al rumor y motorizar, en la práctica, la toma de medidas extraordinarias, como la disponibilidad de recursos reales y la aceptación por parte de un funcionario virreinal, como el contador Martínez Pastrana, de una medida por fuera de las normas establecidas.
Así, un episodio acotado abre una ventana para observar la producción y circulación de rumores y sus efectos prácticos, producto de la conjugación de un contexto de tensión política latente, la existencia de antecedentes de llegadas chiriguanas al altiplano y, particularmente, los efectos de un estereotipo que iba cambiando pero mantenía como rasgo incólume el “salvajismo” generador de un terror visceral.
Recibido: 22/05/13
Aceptado: 05/09/13
¡Se
vienen los chiriguanos!
Los
rumores sobre ataques a la villa imperial de Potosí
Resumen
Este artículo analiza los rumores que circularon en
Palabras clave: chiriguanos, rumores, estereotipo, Potosí, siglo XVII.
Paula C. Zagalsky
Lía Guillermina Oliveto
The Chiriguanos are Coming!
Rumors
about Chiriguanos´s
Attacks in the Imperial Villa of Potosi
Abstract
This
article examines the rumors spread in the Villa Imperial de Potosí
about the Chiriguanos´s
attacks against the nearby villages. Such rumors were permanent in Potosi. From
a specific event (the rumors caused by onslaughts of the chiriguanos on the southest
borders of Pilaya and Paspaya
in 1620) we propose to think over the prevailing cultural order that made it
possible the existence and spreading of these rumors as well as the widespred fear that the Chiriguanos attacked Potosí. These rumors emerged in
specific social, economic and political contexts analyzed by this article.
Besides, these rumors were produced within a colonial society whose dominant
sectors held stereotypical images of the Indians, in general, and those from
the border, in particular. Indeed, the stereotype of the chiriguanos was historically produced and turned out
to be absolutely functional to political logics of the colonial rule. During
the event studied, two features of that stereotyped image were exacerbated: the
warfare and drunkenness of the chiriguanos.
Regardless of truthfulness of the facts, the rumors were plausible because they
reflected the stereotype of the chiriguanos.
Moreover, besides showing those aspects, we argue that the rumors played an
active role producing practical historical effects: they not only reinforced
social stereotypes but also were useful in order to ease social and political
tensions in Potosí.
Key
Words: Chiriguanos, Rumors, Stereotype, Potosí, Seventeenth Century.
Paula C. Zagalsky
Lía Guillermina Oliveto
[1] Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Correo electrónico: pzagalsky@gmail.com
[2] CONICET/UBA, Programa de Historia de América Latina del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” - Facultad de Filosofía y Letras. Correo electrónico: guilleoliveto@yahoo.com
[3] Con el vocablo “chiriguanae” y su variante
posterior “chiriguano”
se designó a un conjunto de poblaciones indígenas que ocuparon las
serranías orientales de los Andes donde grupos guaraníes
migrantes sometieron a las poblaciones locales, en particular a los chané, proceso
del que deriva la matriz mestiza del grupo chiriguano. Se trataba de múltiples grupos indígenas que no configuraron una estructura política,
social o étnica homogénea. Pero
el nombre “chiriguano”
utilizado por los agentes coloniales desde el siglo XVI más que aludir a esa
complejidad social resultó una categoría genérica, que hacia 1568 se tornó
abiertamente peyorativa, después de la declaración de guerra del rey Felipe II
contra los chiriguanos. En páginas posteriores profundizaremos
sobre los chiriguanos
y los cambios históricos que experimentó su estereotipo colonial. Cabe aquí
mencionar algunas de las investigaciones fundamentales en torno a los chiriguanos, dentro de un amplio corpus historiográfico y
antropológico: Renard-Casevitz, France-Marie y Saignes, Thierry, Al
este de los Andes. Relaciones entre las sociedades amazónicas y andinas entre
los siglos XV y XVII, IFEA y Abya-Yala,
Lima y Ecuador, 1988, tomo I; Pifarré, Francisco, Los Guaraní-Chiriguanos 2.
Historia de un pueblo, CIPCA,
[4] Los trabajos de Lefebvre, Farge y Revel y Kaplan son
referencias obligadas para el análisis de casos de rumores en sociedades
europeas de antiguo régimen. Lefebvre, Georges, El gran pánico de 1789:
[5] Para el caso de la sociedad colonial andina, Ana María Presta señaló los efectos de los rumores en el temprano contexto regional de Charcas, cuando en 1553, circularon rumores sobre una supuesta relación de adulterio que vinculaba a doña Juana de los Ríos, mujer del capitán Martín de Robles, encomendero de Chayanta, con Pablo de Meneses, quien era encomendero y corregidor de Charcas. Presta, Ana María, "Detrás de la mejor dote, una encomienda. Hijas y viudas de la primera generación de encomenderos en el mercado matrimonial de Charcas, 1534-1548", en Andes, n° 8, CEPIHA, Universidad Nacional de Salta, Salta, 1997, pp. 33-35. La puesta en circulación de tales versiones en Charcas tenía por objetivo quebrar el precario equilibrio político que existía en la jurisdicción y reconfigurar las lealtades al interior del grupo encomendero. Recordemos que esos rumores se daban en el marco de un nuevo levantamiento encomendero liderado por don Sebastián de Castilla, que tomó fuerza en Lima y Cusco, y que se originó en la decisión del virrey don Antonio de Mendoza en 1552 de aplicar las postergadas cláusulas de las Leyes Nuevas (1542) referidas a la abolición del servicio personal de los indios. Este caso ejemplifica que, desde las primeras décadas coloniales, la región de Charcas fue terreno fértil para la creación y circulación de rumores escritos y orales que adquirieron carácter de verdad y tuvieron efectos prácticos en la vida social y política.
[6] Zulawski, Ann, They
Eat from Their Labor: Work and Social Change in Colonial Bolivia, University of Pittsburgh Press,
Pittsburgh, Penn, 1995.
[7] Entendemos a la frontera como un espacio físico y social, que debe situarse en un contexto temporal, social, económico y político dado, en el que interactúan agentes sociales diversos (individuales y colectivos), que se modifican mutuamente y se construyen como diferentes a través de sus acciones y, también, de sus discursos y representaciones. De esta manera, los actores configuran una realidad histórica concreta que no puede ser analizada a priori, como si se tratara de un mero espacio físico en el que se “encuentran” culturas o sociedades diferentes. Boccara, Guillaume, “Antropología política en los márgenes del nuevo mundo. Categorías coloniales, tipologías antropológicas y producción de la diferencia”, en Giudicelli, Christophe (ed.), Fronteras movedizas. Clasificaciones coloniales y dinámicas socioculturales en las fronteras americanas, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, El Colegio de Michoacán, México, 2010, pp. 103-135.
[8] La hacienda se encontraba en la
actual provincia de Nor Cinti
del departamento boliviano de Chuquisaca. Desde el último cuarto del siglo XVI,
la hacienda de Jesús de Trigopampa constituyó la más
valiosa y extensa propiedad del Colegio y Compañía de Jesús de Potosí. Presta, Ana María, "Ingresos y gastos de una
hacienda jesuítica altoperuana: Jesús de Trigo Pampa (Pilaya
y Paspaya) 1734-
[9] Saignes, Thierry, Los Andes
orientales: historia de un olvido, CERES-IFEA,
[10] Las llamadas “campañas punitivas” encubrían una ofensiva directa y abierta sobre poblaciones indígenas aún no sometidas.
[11] Oliveto, Lía Guillermina, “Chiriguanos: la
construcción de un estereotipo en la política colonizadora del sur andino”, en Memoria Americana. Cuadernos de Etnohistoria, nº18/ 1, Instituto de Ciencias Antropológicas, FFyL, UBA, 2010, pp. 43-69.
[12] Presta, Ana María, 1989, ob.cit.
[13] Zulawski, Ann, 1995,
ob. cit., pp. 168-198.
[14] Espinoza Soriano, Waldemar, “El reino aymara de quillaca asanaque, siglos
XV-XVI”, en Revista del
Museo Nacional,
nº 45, Lima, 1981, pp. 175-274;
Platt, Tristan, “Entre Ch’awxa y Muxsa. Para
una historia del pensamiento político aymara”, en Bouysse Cassagne, Thérése y otros, (eds.).
Tres reflexiones sobre el pensamiento andino, Hisbol,
[15] Assadourian, Carlos S., El sistema de la economía colonial. El mercado interior, regiones y espacio económico, Editorial Nueva Imagen, México, 1983.
[16] Pototaca era una estancia ubicada en el curato colonial de San Lucas, en el extremo noroeste del corregimiento de Pilaya y Paspaya, “bien de comunidad” compartido entre los indios de los repartimientos de Visisa, Chaqui y Tacobamba. Presta, Ana María, 1990, ob.cit.
[17] Los padres del Colegio y
Compañía de Jesús se establecieron en
[18] Con el término “soldados” se hacía referencia a aquellos hombres que se encontraban sin una posición económica establecida y que presionaban a las autoridades locales en su búsqueda por “ganarse la vida”.
[19] Archivo y Biblioteca Nacional de
Bolivia (en adelante ABNB), Cabildo de Potosí (CP), vol. 16, año
[20] Saignes, Thierry, 1985, ob.cit.; Renard Casevitz, Anne-Marie y Saignes, Thierry, ob.cit., 1988;
Julien, Catherine, ob. cit., 1997. Oliveto, Lía
Guillermina y Paula C. Zagalsky, “De nominaciones y estereotipos:
los chiriguanos y los moyos moyos, dos casos de la frontera oriental de Charcas en el
siglo XVI”, en Bibliographica
Americana - Revista Interdisciplinaria de Estudios Coloniales, 6,
Biblioteca Nacional de Argentina, Buenos Aires, 2010, [en
línea] http://www.bn.gov.ar/revistabibliographicaamericana/documentos/2010/De-nominaciones-estereotipos-Oliveto-Zagalsky.pdf
[Consulta: 10 de mayo de 2013].
[21] Este acceso expeditivo a fondos contradecía las regulaciones existentes para disponer de financiamiento destinado a campañas militares. Como señalaremos constituyó un triunfo del sector que dominaba el Cabildo potosino (los vascos azogueros) frente a la autoridad virreinal representada por los oficiales de las Cajas Reales y el contador Alonso Martínez Pastrana.
[22] ABNB, CP, vol. 16, año
[23] Glave, Luis María, “Fray
Alonso Granero de Ávalos y los naturales andinos: debates sobre el destino de
la sociedad colonial a inicios del siglo XVII”, en Cuadernos
Interculturales, vol. 5, nº 8, Universidad de Valparaíso, Viña del Mar,
Chile, 2007, pp. 15-50.
[24] Por exceder el tema central de nuestro trabajo, no hemos desarrollado otra “amenaza” que sobrevolaba la vida social del Virreinato del Perú en aquel momento: el peligro de las incursiones holandesas sobre la costa.
[25] Assadourian, Carlos, 1983, ob.cit; Backewell, Peter, Mineros de la montaña roja, Alianza
Editorial, Madrid, 1989; Cole, Jeffrey, The Potosí Mita, 1573-1700: Compulsory Indian Labor in the Andes, Stanford
Univ. Press, Stanford,
1985.
[26] Assadourian, Carlos, 1983, ob.cit.
[27] Crespo, Alberto, La guerra entre vicuñas y vascongados, Potosí, 1622-1625, Universidad Andina Simón Bolívar, Sucre, Bolivia, 1997; Dressing, David, Social Tensions in Early Seventeenth-Century Potosi. PhD Dissertation. Tulane University, USA. Ms, 2007.
[29] Esta preeminencia se habría consolidado durante la gestión del corregidor Ortiz de Sotomayor (1609-1617). Dressing, David, 2007, ob. cit., p. 20.
[30] Dressing, David, 2007, ob. cit.
[31] Las deudas por el azogue refieren al dinero que los empresarios mineros debían a las Cajas Reales por la compra de mercurio. La provisión de mercurio era monopolio real y su venta se efectuaba “al fiado” (a crédito).
[32] Cabe señalar que en función de los peligros que implicaba para el
mantenimiento de niveles aceptables de productividad minera, Pastrana
progresivamente viró hacia una posición más moderada que permitía la
continuidad en los oficios, ante el pago parcial de las deudas. Crespo, Alberto, 1997, ob. cit.; Dressing,
David, 2007, ob. cit.
[33] ABNB, CP, vol. 16, año
[34] ABNB, CP, vol. 16, año
[35] ABNB, CP, vol. 16, año
[36] Julien, Catherine, 1997, ob. cit.
[37] Oliveto, Lía Guillermina, Ocupación territorial y relaciones interétnicas en los Andes Meridionales. Los valles de Tarija entre los desafíos prehispánicos y temprano coloniales, Tesis doctoral inédita, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 2011, p. 298.
[38] Para análisis en torno a las modificaciones históricas del estereotipo chiriguano y las imágenes y representaciones a él asociadas, cfr.: Julien, Catherine, 1997, ob. cit.; Oliveto, Lía Guillermina y Paula C. Zagalsky, 2010, ob. cit.
[39] Oliveto, Lía Guillermina, 2010, ob. cit.
[40] Zires, Margarita, “La dimensión cultural del rumor. De lo verdadero a los diferentes regímenes de verosimilitud”, en Comunicación y Sociedad 24, Guadalajara, 1995, p. 164.
[41] Zires, Margarita, 1995, ob. cit., 162.
[42] Las entradas sólo podían realizarse autorizadas por una orden expresa del rey, o en su defecto por el virrey o la Audiencia.
[43] Zires, Margarita, 1995, ob. cit., p. 162.
[44] La idea de la existencia de un guión común en los rumores está tomada
del estudio de caso sobre los rumores de secuestro de jóvenes y niños por parte
de la policía de París en 1750. Farge, Arlette y Jacques Revel, 1998, ob.cit.
[45]
Renard-Casevitz, Anne-Marie y Saignes, Thierry, 1988, ob. cit.; Saignes,
Thierry, 1990,
ob. cit.,; Combès, Isabelle,
Etno-historias del Isoso: chané y chiriguanos
en el Chaco boliviano. Siglos XVI al XX, Fundación PIEB/IFEA,
[46] Renard-Casevitz, Anne-Marie y Saignes,
Thierry, 1988, ob. cit., p. 51.
[47] Oliveto, Lía Guillermina, 2010, ob. cit.
[48] Bourdieu, Pierre, ¿Qué significa hablar? Akal, Madrid,
1985.
[49] Zires, Margarita, 1995, ob. cit.
[50] ABNB, CP, vol. 16, año
[51] Saignes, Thierry, Borrachera y Memoria. La
experiencia de lo sagrado en los Andes, Hisbol/IFEA,
[52] Saignes, Thierry, 1993, ob. cit.
[53] Citado en Saignes, Thierry, 1993, ob. cit.
[54] Saignes, Thierry, 1993, ob. cit.
[55] Lizárraga, Reginaldo, Descripción (breve) del
Perú, Tucumán, Río de
[56] Saignes, Thierry, 1993,
ob. cit., p. 48.
[57] ABNB, CP, vol 16, año
[58] ABNB, CP, vol 16, año
[59] Oliveto, Lía G. y Paula C. Zagalsky, 2010, ob.cit.
[60] Saignes, Thierry,
1993, ob. cit., p. 74.