Reflexiones acerca del Pasado
Reciente: Democratización, testimonios y Ciencias Sociales
Paulo Margaria[1]
Introducción
El presente
trabajo tiene como objetivo plantear algunas reflexiones respecto a la relación
que, desde nuestro punto de vista, existe entre las características del proceso
de democratización que se llevó a cabo en nuestro país y el desarrollo del
campo de estudios en las ciencias sociales: el pasado reciente y las memorias
de la represión[2].
Particularmente nos interesa, la discusión acerca del uso de la memoria y los
testimonios de aquellos que fueron víctimas del terrorismo de estado implantado
en la Argentina en la década del setenta[3].
En otras
palabras, nos preguntamos por las condiciones políticas, sociales y culturales
que vuelven posible la legitimación del discurso de las víctimas de la
represión de la última dictadura militar que es utilizado como fuente; no única
aunque a veces resulta la primordial debido a que no existen otras, ya que los
militares hicieron desaparecer gran parte de los documentos que harían posible
una reconstrucción de qué es lo que había pasado en aquellos años, o
simplemente porque el investigador las considera mucho más confiables que otras
fuentes, para realizar estudios sobre el pasado reciente y los problemas que
este uso plantean.
Intentaremos
relacionar las condiciones de un proceso de democratización política con la
emergencia de un campo de estudios dentro de las ciencias sociales y algunos de
los problemas que se plantean en él[4],
con el fin de matizar y complejizar las visiones predominantes en los estudios
histórico-politológicos sobre la transición democrática, la historia reciente y
las memorias de la represión. Para poder avanzar hacia una comprensión, aún
parcial, este cometido requiere extender la mirada sobre las relaciones que se
establecieron entre diferentes dimensiones del proceso político y cultural,
entendiendo que tanto los discursos sobre la transición democrática como
aquellos relacionados a la problemática de las violaciones de los derechos
humanos llevadas a cabo por el estado, delimitaron las posibilidades de lo
decible[5].
Nos proponemos entonces, vincular dos dimensiones poco relacionadas, como son
la consolidación de la democracia política en la Argentina con los debates
sobre la emergencia del testimonio como instrumento jurídico y fuente
privilegiada para la reconstrucción del pasado.
El proceso de democratización en Argentina
En la década del setenta se implantó en la Argentina
una dictadura militar, que cobró una inusitada dimensión represivo-reactiva
contra ciertos sectores de la población, que duró desde los años 1976 a 1983.
Este golpe militar se diferenció de los anteriores en una cuestión primordial:
el rol asumido por las fuerzas armadas. Mientras que en las intervenciones
militares producidas en 1955 y 1962 el objetivo fundamental fue interrumpir el
funcionamiento de las instituciones democráticas debido a la férrea oposición a
los sectores políticos en el poder; y el golpe de 1966 se lo podría considerar
como la antesala de la irrupción democrática posterior en lo que respecta al
formato jurídico-institucional, lo que caracterizó al golpe de marzo de 1976
fue que la ideología del golpismo sostuvo y estableció de modo abierto un
gobierno de las fuerzas armadas con el propósito de producir un cambio profundo
que refundara por completo la sociedad argentina. Luego de poco más de siete
años en el gobierno, y en un contexto de crecientes protestas sociales, la
centralidad que comenzaba a tener el discurso respecto de las violaciones a los
derechos humanos, sumado a la presión internacional por estas mismas
violaciones, el deterioro del gobierno producto de la crisis económica y la
derrota en la guerra de las Malvinas[6],
las fuerzas armadas se vieron forzadas a pactar una salida institucional.
Nos abocaremos
en esta sección a exponer los modos en los que se plantean los procesos de
democratización. Para esto, tomaremos como referencia los
planteos de la sociología política con respecto a estos procesos en América
Latina, en especial las obras Transiciones desde un
gobierno autoritario[7]
compilada por Guillermo O’Donnell y otros; y por
otro lado, Hacia una nueva era de la política. Estudio sobre
las democratizaciones[8] y Política y sociedad entre dos
épocas[9] de
Manuel Garretón. El criterio corresponde a que estas
obras se convirtieron en referencias para los estudios sobre Transiciones, tanto para quiénes recurrían
a ellas como caja de herramientas conceptuales para analizar diversos casos, o
ya sea para criticar su enfoque por dejar de lado elementos imprescindibles
para pensar estos procesos.
La problemática
de las transiciones a la democracia en los países del Cono Sur, ocupó un lugar
central en los debates entre cientistas sociales y
políticos en el periodo comprendido entre fines de los años ‘70 y principio de
los ‘90. Esta línea de reflexión tuvo la particularidad de desarrollarse
contemporáneamente a los cambios políticos que se verificaron desde los años
‘80 en Sudamérica, a saber las etapas finales de las dictaduras[10].
En ese marco, el centro de interés había estado puesto en analizar la salida de
las dictaduras y las perspectivas de las nuevas democracias.
Ahora bien, en
1986 O’Donnell [y otros] publicaron una obra que se
convertiría en un clásico sobre los estudios de las transiciones, allí
proponían el concepto de transición para referirse al
intervalo que se extiende
entre un régimen político y otro [periodo que se
encuentra delimitado] de un lado, por el inicio
del proceso de disolución del régimen autoritario, y del otro, por el
establecimiento de alguna forma de democracia, el retorno a algún tipo de
régimen autoritario o el surgimiento de una alternativa revolucionaria.[11]
Esta propuesta
analítica y conceptual proviene del estudio de un conjunto de procesos de
transición hacia la democracia que se habían producido en Europa en los años 70
(principalmente España, Portugal y Grecia) y los que se estaban verificando en
varios países latinoamericanos y se asentaba en una perspectiva comparativa que
permitía trabajar los estudios de casos a partir de la confrontación de
fenómenos y experiencias políticas análogas[12].
Debemos
reconocer que el concepto de “procesos de democratización” hace referencia a
dos dimensiones interrelacionadas, a saber la política y la social. Mientras
que la primera supone la preponderancia de la esfera política-institucional y
su influencia sobre otros ámbitos (social, económico, cultural, jurídico); en
la segunda dimensión se ponen en juego los problemas de exclusión, cohesión social, el fenómeno
de la expansión de la ciudadanía y finalmente la participación social,
entendida en términos de acceso y calidad a los servicios de salud, educación,
información, trabajo, etc. Para nuestro planteo problematizaremos la
dimensión política de la democratización, puesto que ésta es la que
consideramos relevante para nuestros argumentos debido a una razón fundamental
que tiene que ver con que la democratización social es si se quiere una dimensión
en la que se intenta una profundización y ampliación de la democratización
política. Es decir, primero se plantea el problema de cómo salimos de la
dictadura y luego se plantea el tema de cómo profundizamos el proceso de
democratización, pero aquí entran a jugar otros factores que exceden la
intención de este trabajo[13].
Siguiendo a Garretón, entenderemos que las
transiciones propiamente dichas están conformadas por el “paso de
regímenes autoritarios modernos, especialmente militares, a fórmulas democráticas
en las que están ausentes los modelos revolucionarios, pero donde hay algún
tipo de ruptura, no de corte insurreccional, entre ambos regímenes”[14].
En otros términos, hace referencia al proceso que implica la transición
político-institucional de un régimen a otro y la construcción de la democracia
política.
Teniendo en
cuenta lo dicho, las democratizaciones en América Latina fueron esencialmente
de tres tipos. Las primeras, se las conceptualiza como fundaciones
democráticas y “son las que se dan en aquellos
países que no habían tenido experiencia de regímenes democráticos, que instalan
por primera vez una democracia y que tienden a acercarse al modelo de cambio de
sociedad global”[15].
Este tipo de democratización política presenta tres características de
relevancia: por un lado, la conversión de actores que en la lógica anterior
buscaban eliminar a sus enemigos, en protagonistas que entren a negociar,
conflictuar y representar intereses de la sociedad en un marco institucional de
respeto a la democracia. Esto nos lleva a la segunda característica, es decir a
la construcción de instituciones democráticas bajo un proceso de negociación y
reconstrucción; y por último la tercera, que señala que el peso de los actores
externos es fundamental dependiendo de la intensidad de los conflictos
internos. Un ejemplo típico de fundación democrática son los países de la
región centroamericana.
El segundo
tipo, se refiere a las reformas democráticas,
que consisten
en un proceso
extremadamente complejo de instalación y creación progresivas, graduales, de
instituciones democráticas desde el régimen y, en general, desde los titulares
del poder anterior, sin que sea estrictamente necesaria su eliminación o
reemplazo, como en los dos otros tipos de democratización política[16].
Dicho de otra
manera, se trata de un proceso global e intencional de transformar las
instituciones políticas en democráticas. El caso paradigmático es el de México.
Por último,
encontramos el tercer tipo de democratización política, que es la que se
denomina como transición y se refiere
al paso de un régimen
autoritario o militar formal, a un régimen básicamente democrático, aunque este
sea incompleto o imperfecto. (…) las transiciones no son o no desencadenan cambios sociales globales y, en la medida que
el titular del poder son los militares, las transiciones no operan por
derrocamiento de estos sino por movilizaciones, negociaciones políticas y
mediaciones institucionales[17].
Es decir, se
trata de desplazar a los titulares del poder para así generar instituciones
democráticas. Los casos típicos son los de los países del cono sur y el caso
que a nosotros nos interesa, Argentina.
En el caso de
estas transiciones, y particularmente en el caso de nuestro país, hay disputas
que adquieren un sentido general en la lucha por la democracia acompañadas de
procesos de movilización y reconstitución de un actor social o actores
sociales, donde el elemento fundamental tiene que ver con la defensa de los
derechos humanos y por lo tanto el movimiento social emblemático es el
movimiento de derechos humanos[18],
aún cuando en el momento de la negociación o el paso propiamente al régimen
democrático sea llevado a cabo por sufragios nacionales en los que participan
los partidos políticos. En Argentina el desenlace de este proceso serán las
elecciones que llevarán a Raúl Alfonsín a la presidencia, pero no podemos negar
que antes hubo negociaciones con las instancias militares, en las que los
actores principales serían los partidos políticos en reconstrucción
-principalmente la Multipartidaria[19],
aunque no el único-, y por lo tanto existe aquí una tensión entre éstos y el
movimiento de derechos humanos. Debemos agregar además que en este contexto, el
debate intelectual y sobre todo político estuvo principalmente referido a cómo
se salía del régimen autoritario, así la democratización política estaba
directamente relacionada con este problema “de salida” de una dictadura por lo
cual, en principio, no hubo una discusión o debate sobre la teoría democrática
o en qué consistiría la democracia a la que se quería llegar, porque en este
sentido lo que importaba era el factor político: que el conjunto de actores
sociales y políticos significativos de la sociedad pretendían el retorno a la
democracia.
Nos referiremos
aquí a una problemática en los estudios sobre las transiciones: el de sus
límites temporales. Si como sostienen Guillermo O’Donnell
[y otros] el proceso de transición se inicia cuando los regímenes autoritarios
comienzan a modificar sus propias reglas de juego, generando una transformación
vinculada a la ampliación de los derechos, que si no hay retrocesos, conduciría
a una democratización creciente[20],
entonces esto conlleva a una postura en la que se torna sumamente difícil -si
no imposible- situar el fin de las transiciones. Es decir, estos procesos están
atravesados por vaivenes, conflictos y acuerdos provisorios que aún cuando
incluyera una reestructuración político-institucional (dimensión que estos
planteos priorizaban) se dejaba de lado los profundos y persistentes efectos
que las prácticas represivas de las dictaduras habían dejado como una pesada
herencia a las sociedades latinoamericanas y que configuraban al problema de
las violaciones de los derechos humanos como un punto central de las agendas
políticas de los gobiernos democráticos. Esta “precariedad” de los nuevos
regímenes democráticos impulsó a los analistas a buscar una solución
reconociendo dentro de los procesos de democratización la existencia de fases diferenciadas
y sucesivas, pero que sin embargo no terminaban de resolver esta crítica de la
temporalidad.
La “Reconciliación”: dimensiones y tensiones
Llegados a este
punto nos adentraremos en la dimensión ética de los procesos de democratización
o para decirlo en términos de Luis Roniger y Mario Sznajder “el legado de las
violaciones de los derechos humanos”[21],
para mostrar las tensiones y disputas simbólicas sobre los efectos perdurables
a los que aludimos arriba. Nos referiremos en particular a lo que algunos
autores designan como el problema ético de las transiciones y que Garretón denomina como “la reconciliación”[22]. Intentaremos mostrar la complejidad del mismo,
contrastando dos propuestas: la primera, desde la visión de la sociología
política, que formula un modelo normativo; y la segunda, desde el análisis
sociolingüístico, que nos permitirá mostrar la relación entre la estrategia
discursiva y las tácticas coyunturales sostenidas por la Iglesia Católica
analizando el dispositivo discursivo construido en torno a “la reconciliación”
y cómo éste concepto estuvo atravesado por una disputa de sentidos tanto desde
la enunciación del discurso como en la recepción de la sociedad política y
civil de la época.
¿En qué
consistiría la reconciliación según la visión del modelo normativo? Para este
enfoque, la misma consistiría en
reconocerse como parte de
un mismo espacio que el otro, aceptar la existencia y el desarrollo del otro,
es decir reconocer adversarios y no enemigos que hay que eliminar. La
reconciliación es, así, un proceso de reconocimiento del campo de co-existencia, entendimiento, conflicto y lucha permitidos
[para los cuales es necesario un marco institucional, en este caso el
democrático, y reglas de juego que sean reconocidos por los actores y permitan
una solución sin la eliminación del otro].[23]
En este
sentido, existirían cuatro modelos de reconciliación histórico-políticas en el
plano de la sociedad global.
El primero es el olvido y
el simple paso del tiempo, sin gestos explícitos respecto del pasado, como fue
el caso español del franquismo. El segundo es el ‘borrón y cuenta nueva’ o
‘punto final’, en el que se hace un acto explícito de olvido intencional […].
El tercero es el de los acuerdos y acomodaciones con verdades, justicia y
reparación puntuales, dependiendo de las correlaciones de fuerzas. El último es
el modelo moral, que consiste en reconocimiento, justicia y reparación, lo que
a su vez es un proceso en el tiempo pero que exige actos o gestos concretos que
desencadenan dicho proceso (por ejemplo el papel que juegan las Comisiones de
Verdad, en el caso argentino, chileno)[24].
En los casos
latinoamericanos, deberíamos agregar que también depende de la correlación de
fuerzas existente en determinados momentos, puesto que las leyes de “Punto
Final” y “Obediencia Debida”[25]
demuestran que este proceso se constituye de avances y retrocesos y de la
decisión política de los gobernantes como así también de la perseverancia en el
tiempo y en la lucha de las organizaciones de derechos humanos, madres y
abuelas de plaza de mayo, etc., y no menos importante para el caso de nuestro
país la posición de la Iglesia Católica respecto de esta problemática[26].
Veamos el caso
de la estrategia sostenida por la Iglesia Católica Argentina –principalmente
desde la Conferencia Episcopal Argentina (CEA)[27]
en el proceso de democratización- en torno a la represión ilegal protagonizada
por la dictadura. Juan Eduardo Bonin en su trabajo “Iglesia y Comunidad Nacional: estrategias institucionales entre la
dictadura y la democracia”[28]
propone el estudio del documento Iglesia y comunidad
nacional como forma de examinar la construcción de las
representaciones respecto de la represión ilegal y la función que estas
representaciones tuvieron para el diseño de una estrategia institucional
durante la década de 1980[29].
El trabajo está basado en el análisis sociolingüístico de un corpus que incluye
la totalidad de lo que el autor reconoce como producción
discursiva de la CEA entre los años 1981 y 1990. La relevancia del
documento “Iglesia y Comunidad Nacional” (1981), está dada por dos razones: por
una parte, por ser el primer texto en el cual, explícitamente, el episcopado
sostiene la legitimidad del sistema de gobierno democrático y la necesidad de
su implementación en la Argentina como única alternativa posible a los
gobiernos militares de facto. Por otro lado, en éste documento están contenidos
los ejes, a saber: los derechos humanos y la justicia –en el sentido jurídico
del término-, la educación formal, la libertad de expresión, la legislación
familiar y la organización política; desde de los cuales la CEA desarrollara
sus tácticas de presión sobre el Estado a partir de su intervención en
la opinión pública; esto es, el intento de disputar en el terreno civil la
capacidad política del Estado.
Según el autor
se ponen en juego tres mecanismos que serán explotados por el episcopado en la
década del ´80: en primer lugar, la construcción de una memoria histórica de la
Iglesia en la que su posición autónoma -y, por momentos, neutral- es garantía de nacionalidad -y no así los
partidos políticos, los movimientos armados ni, en última instancia, las
fuerzas armadas; en segundo lugar, como correlato de lo anterior, la política
se vincularía con la religión según motivos
históricos y no (solamente) teológicos; y por último, se pone en
juego una serie de representaciones y conceptos que serán retomados una y otra
vez por el discurso católico a lo largo del periodo; siendo el más
significativo, el de la palabra reconciliación[30]. Teniendo en cuenta esto, la
hipótesis central del trabajo argumenta que:
el documento Iglesia y comunidad nacional permite reconstruir,
fundamentalmente a partir de la caracterización de la represión ilegal
protagonizada por el gobierno argentino de la década de 1970, algunos de los
fundamentos discursivos de la política que llevara a cabo la Iglesia respecto
al Estado durante la década de 1980. La reconstrucción del pasado estará
entonces estrechamente ligada a la justificación y la explicación (legitimación
en sentido estricto) de la acción a futuro.[31]
Ahora bien, dentro del desarrollo del artículo
nos interesa específicamente lo que el autor denomina como “despliegue del
campo semántico de la palabra reconciliación”. Es decir, ¿qué sentido de
reconciliación construye la Iglesia en este documento?
Por un lado, se
insiste en la necesidad de que haya justicia para la reconciliación y la
superación de la violencia, pero en este caso la palabra justicia está definida
negativamente -se limitan a decir qué cosa no es justicia- y atravesada por una
ambigüedad que en todo caso muestra que “las posibilidades
discursivas y políticas de los obispos, aun de tendencias contrapuestas,
estaban señaladas por las ambigüedades y contradicciones de su propio discurso
como cuerpo”[32].
Mientras que por otro, al construir una memoria histórica sobre la base de su
supuesta autonomía respecto de los partidos políticos, los movimientos armados
y las fuerzas armadas, le permite presentarse como garantía de la construcción
democrática y de la argentinidad en la medida en que
el llamado a la
reconciliación se presenta como la única posibilidad de sostener el lazo social
que evita la disolución nacional [y por lo tanto
el sentido último de la reconciliación sería] reclutar a
civiles y militares que, como el hijo prodigo, reconocen sus pecados políticos
y vuelven al seno de la Iglesia, de quien nunca se tendrían que haber alejado.[33]
Ver el contexto
y mostrar algunos de los usos que hace la jerarquía de la Iglesia Católica en
esa coyuntura nos permite poner en foco que este problema ético de la
reconciliación está atravesado -entre otras cosas- por la lucha simbólica por
determinar el sentido de la misma y con esto los reposicionamientos de los
actores en el periodo posdictatorial y la
construcción de estrategias institucionales por parte de la Iglesia.
Presentado
el contexto político del proceso de democratización y los sentidos planteados
para la “reconciliación”, resta ahora adentrarnos en la discusión que plantea
para las ciencias sociales, y en particular a los cientistas
sociales que nos interesamos en los acontecimientos de historia reciente, el
uso de los testimonios y la memoria en la reconstrucción del pasado reciente en
la Argentina. Debemos reconocer que la producción del testimonio se legitimó y
fue legitimado en un contexto político específico: el del proceso de transición
a la democracia, en función de las necesidades de reconstrucción de ese pasado
para poder llevar a cabo los juicios a la cúpula militar primeramente y luego
hacerlo extensivo, con el paso del tiempo sin eliminar las tensiones y
conflictos que produce este pasado, a aquellos que formaron parte del aparato represivo
estatal. Por lo tanto, retomaremos nuestro planteo inicial sobre la
vinculación, ni lineal ni directa ni única, entre las condiciones de producción
de un discurso (el testimonio en primera persona de aquellos actores que
formaron o sufrieron las consecuencias del régimen militar de 1976 en nuestro
país) y los desafíos que plantea a las ciencias sociales.
La historia reciente: un debate sobre el uso de
testimonios orales
Como planteamos
más arriba, las experiencias de las dictaduras en el Cono Sur, y más
específicamente en la Argentina y su proceso de democratización política: la
transición con una reconciliación que asume aspectos de las cuatro tipos pero
que principalmente podríamos decir que fue del tipo moral, produjeron el
momento de ruptura que promovió los estudios sobre el pasado reciente. Si bien,
debemos tener en cuenta la aclaración que formulan Franco y Levín
sobre que la novedad en el caso de los estudios del pasado reciente radica en
que es sólo en los últimos años que este ejercicio se constituyó en un campo de
estudios con problemáticas específicas y propias[34].
Entonces debido a su particularidad podríamos decir que se trata de un espacio
disciplinario indisolublemente ligado a una dimensión moral y ética y a una
pregunta que retorna con insistencia: ¿cómo es que fue posible lo que pasó en
nuestro país?
La memoria se
planteaba como un deber ineludible en el contexto posterior a la dictadura en
nuestro país, puesto que el testimonio como instrumento jurídico y como modo de
reconstrucción del pasado hacía posible la condena del terrorismo de estado que
era una dimensión indispensable y un principio de legitimidad elemental para el
ejercicio del poder y la construcción de la democracia y sin los cuales ninguna
condena hubiera sido posible[35].
Según Pittaluga, estas formas de testimonialidad,
se ensamblaron como
continuidad de la importante labor de denuncia y de reclamo por las victimas
que familiares y militantes iniciaron dentro y fuera del país durante los años
de la dictadura militar. De tal manera, las primeras intervenciones
testimoniales en tiempos democráticos, desde aquellas que reuniera la Comisión
Nacional sobre la desaparición de las Personas (CoNaDeP)
hasta las expuestas en el Juicio a las Juntas Militares, estuvieron centradas
principalmente en ‘registrar’ las dimensiones de la represión y el terror
estatal… El ‘Nunca más’ y las demandas de ‘castigo a los culpables’ y ‘justicia
y verdad’ orientaron los testimonios para que sirvieran de soporte al
procesamiento judicial de los responsables de miles de muertes, desapariciones,
torturas, prisiones y exilios… El proceso judicial, que implicaba por un lado
una dimensión reparadora, exigió, por otro lado, un tipo de testimonio en el
que prevalecía el carácter de victimas de los testigos, colocando su pasada
militancia política y social en una zona de invisibilidad[36].
No pretendemos
hacer aquí un análisis exhaustivo de los problemas metodológicos y
epistemológicos que plantea el uso de este tipo de fuentes para las ciencias
sociales, sino más bien aproximarnos a algunos tópicos que nos parecen los más
transcendentales y que creemos tienen vigencia en los debates académicos.
Entonces, una vez asumida la importancia jurídica de los testimonios como base
probatoria en los juicios a las juntas, también es menester plantear el impacto
de éstos más allá de la esfera propiamente judicial. Es decir, en la medida en
que estos testimonios provienen de un ejercicio de memoria hecho en la
actualidad, y como tales el entrevistado se encuentra atravesado en el presente
por un contexto socio-político y cultural que no podemos dejar de lado, el
problema que surge es el de la credibilidad o veracidad de ese testimonio.
Podríamos decir, siguiendo a Carnovale, que
si bien es cierto que el
paso del tiempo y la experiencia social del entrevistado han intervenido en la
construcción de su recuerdo –y es en este sentido que no podemos hablar de un
‘recuerdo puro’-, no es menos cierto que muchos entrevistados son capaces de
distinguir su pensamiento pasado de su pensamiento presente, objetivando aquel
como diferente del actual”.[37]
Por lo tanto la
forma de abordar estos tipos de problemas dependerá, en cada caso del tipo de
información que se esté buscando en el testimonio o que este ofrezca y de la
intervención del entrevistador, pero esto no nos debe hacer pasar por alto que
entre la experiencia vivida y la posibilidad de narrar los acontecimientos
existe una separación siempre difusa.
Debemos
reconocer que las fuentes orales son fuentes artificiales,
es decir se trata de un proceso que es construido y en el que participan tanto
entrevistador como entrevistado. Aquí debemos llamar la atención sobre
la participación del
historiador [y de cualquier cientista
social interesado en la reconstrucción del pasado reciente] en esa construcción. Y esto porque, muchas veces, la extensión de esta
práctica disciplinar ha implicado un acercamiento ingenuo al testimonio y
cierta ‘sacralización’ del mismo que encuentra su origen en la vieja ilusión
explícita o implícita de ‘darles voz a los que no la tienen’. [Por
lo tanto] a la hora de repensar los recaudos metodológicos
que el uso de fuentes orales amerita, la intervención de la propia subjetividad
del investigador es un aspecto fundamental a considerar[38].
En este
sentido, la dimensión subjetiva del investigador puesta en juego en el
acercamiento al testimonio debería estar acompañada de un ejercicio reflexivo y
crítico de nuestra propia subjetividad interviniente en la construcción de los
testimonios, de sus implicancias éticas y políticas.
Llegados a este
punto resta adentrarse en otra dimensión de este debate. Como venimos
sosteniendo hasta ahora, la democratización política (la transición de un
régimen militar a un régimen democrático) y la reconstrucción de la democracia
y de sus actores significativos fue sostenida por una recuperación discursiva
que Sarlo denominó como giro
subjetivo, lo que significa una revalorización de los testimonios en
primera persona, de los relatos de las víctimas de la dictadura quienes por
primera vez tenían la palabra para dar testimonio del sufrimiento infligido por
un estado terrorista[39].
Ahora bien, los problemas metodológicos que enunciamos arriba, se encuentran
atravesados con otros de orden político y ético. Nos referimos al impacto de
los testimonios fuera de la escena judicial y la consagración de la legitimidad
de la palabra de las víctimas. En la medida en que se trata de la etapa más
trágica de la historia argentina, en estos relatos que la evocan se juegan y se
conflictúan (en la misma medida en que la memoria es un campo de conflictos[40])
el sentido de la dignidad, de la vida y de la muerte de miles de personas. En
esta dirección, resultan sugerentes las reflexiones de Carnovale,
respecto de las condiciones de posibilidad de lo decible:
Se erigen, entonces, los dilemas éticos y políticos más
descarnados. ¿Qué lugar le daremos en nuestra escritura a ‘lo indecible’? Y no
ya a aquello impronunciable por la imposibilidad simbólica del horror, sino
particularmente a aquello que no se puede ni se quiere nombrar por las
implicancias ético-políticas que conlleva; a aquello que no se puede ni se
quiere escuchar; a aquello sobre lo que de hecho no se indaga[41].
Es una
interpelación que nos lleva a asumir una autocrítica como sociedad en dos
sentidos. En principio, a las responsabilidades colectivas en la instalación y
funcionamiento de un aparato estatal terrorista y como tal al lugar que la
violencia y la intolerancia ocupan en la cultura política de nuestra sociedad.
Y aquí, ya no sólo hablamos de los militares sino también de que es necesario e
indispensable reflexionar sobre los valores éticos-políticos a los que
suscribieron la militancia setentista[42].
Es indispensable también en esta empresa comprensiva, evitar lo que Pittaluga llama “efectos de clausura”[43]
que ciertas figuraciones de la memoria y la historia -como la desviación
militarista, la heroicidad, el martirio y el compromiso, la ingenuidad o la
victimización- no hacen más que transformarlas en imágenes mitificantes
que clausuran cualquier revisión crítica sobre el pasado reciente.
Un punto al que
nos interesa volver en relación a estos planteos es sobre la construcción de
las figuras de la violencia política en la década del setenta. Particularmente
sobre la construcción política del “martirio”. Resulta de un interés específico
para este punto la problematización que plantea Catoggio
respecto de la ambivalencia de la idea-fuerza del mártir como lugar de disputa
de sentido para definir tanto la “inocencia” como la “culpabilidad” de las
víctimas de la represión estatal y/o compañeros de militancia[44].
¿Qué significa que la idea-fuerza del mártir sea un lugar de disputa? Resulta
necesario aclarar que la autora parte de la crítica en relación al uso
extendido del concepto de “ética sacrificial” en los estudios sobre el pasado
reciente en Argentina, puesto que si bien permitió comprender las
representaciones surgidas en torno a la lucha armada y la militancia política y
el sentido que los propios actores construyen de sus opciones políticas,
presenta ciertos límites a la hora de comprender otras formas de militancias
políticas (y concretamente política-religiosa), particularmente el caso de
sacerdotes, religiosos/as y seminaristas del catolicismo víctimas de la
represión estatal[45].
A partir de esta crítica Catoggio sostiene que
la dependencia
-epistemológicamente necesaria- entre el concepto teórico (ética sacrificial) y
el contexto empírico que le dio origen (la lucha armada), hace que no sea
pertinente transferirlo sin más a nuestro campo de estudios. Por una parte,
porque ni todos ni la mayoría de los actores estudiados se encontraban
vinculados con tanta cercanía con las organizaciones armadas. Por otro lado,
porque el modo de conceptualizar su propia acción social y/o política a partir
de la figura del “mártir” tiene otro significado.[46]
Ahora bien,
teniendo en cuenta esto la figura de mártir se encuentra en el centro de dos
procesos simultáneos y complementarios puesto que, “por una
parte, permite ‘secularizar’ figuras ejemplares de origen religioso a partir
del énfasis puesto en la dimensión política de su acción. Por otra parte,
integra en un imaginario religioso (católico) a individuos que provienen de
otros campos de actividad”[47].
De esta manera, y en el contexto represivo de los años setenta, la categoría
religiosa de “mártir” adquiere sentido en el mundo político en la medida en que
torna posible la reelaboración de la condición de víctima como una forma de
heroísmo basada en la edificación de un horizonte utópico que deviene en una
dimensión central de la construcción identitaria que hace propia la exaltación
“ascético altruista”, situando de esta manera la disputa por el sentido de la
idea-fuerza del mártir en las fronteras entre lo religioso y lo político. Este
planteo nos permite ver además, que en el centro de esos procesos simultáneos y
complementarios, la construcción de estos modelos políticos-religiosos de
martirio adquiere visos de religión civil “en torno a la cual se
profesionaliza toda una generación moral, que asume el mandato de memoria”[48].
A modo de
palabras finales, las respuestas y las preguntas que vuelven a surgir después
de esta exposición exceden las posibilidades de este trabajo. Sin embargo, nos
permitió abrir un espacio de discusión que se encuentra y se nos presenta como
necesario para poder seguir pensando sobre los límites y alcances,
posibilidades y obstáculos, que presenta a las ciencias sociales el pasado
reciente y la memoria sobre la represión en Argentina. La propuesta está basada
en la intención de realizar un aporte a los efectos de matizar y complejizar
las visiones predominantes en los estudios histórico-politológicos sobre la
transición democrática, la historia reciente y las memorias de la represión,
como también una convocatoria a
repensar el problema en clave ético-simbólica. En este
sentido, el recorrido sobre las relaciones que se establecieron entre
diferentes dimensiones del proceso político y cultural, nos muestra que tanto
los discursos sobre la transición democrática como aquellos relacionados a la
problemática de las violaciones de los derechos humanos por el terror estatal,
delimitaron las posibilidades de lo decible.
En este punto,
el valor ético-simbólico que cobraron los testimonios durante el período de la
transición a la democracia, condensado si se quiere en el acontecimiento
emblemático que fue el Informe Nunca Más, fue central para generar un consenso
incuestionado en torno a la democracia (política) como régimen deseable,
construida sobre el nuevo paradigma humanitario. En este contexto es que adquiere
relevancia la dimensión ética de la democratización, siendo -como intentamos
poner de manifiesto en el trabajo- el problema ético de la reconciliación un
espacio en el que se despliega la lucha simbólica por determinar el sentido de
la misma y con esto los reposicionamientos de los actores en el periodo posdictatorial y la construcción de estrategias
institucionales por parte de la Iglesia Católica. La contracara de este proceso
fue el desprestigio de la corporación militar y la construcción de la antinomia
autoritarismo/democracia.
Ahora bien, en
un segundo momento, cuando se incorporaron a la agenda política las promesas
incumplidas de la democracia, es decir, cuando se comienza a problematizar
socialmente cuestiones atinentes a lo que Garretón
denomina la "democracia social", esto también tiene efectos en la
reformulación de los testimonios y memorias del pasado. Encontramos a víctimas
y sobrevivientes, emprendedores de derechos humanos, revisando el concepto de
derechos humanos en búsqueda de una definición "integral" que
incorpore otras demandas sociales: víctimas del neoliberalismo, derechos de
pueblos originarios, defensa del planeta, etc., suscitando de este modo nuevos
movimientos sociales que representaban formas de solidaridad que trasvasaban las
fronteras político-ideológicas de los actores políticos tradicionales y que por
esta misma característica generaban una tensión con estos mismos actores.
Además, en el
caso Argentino el “modelo moral” de “reconciliación” sufrió los avatares de las
leyes de Obediencia Debida, Punto Final, los indultos, el cierre de los canales
de judicialización. Estos avances y retrocesos que, en definitiva, lo que hacen
es poner en evidencia las fisuras en este mismo modelo moral. En términos
históricos, reconocimiento, reparación y justicia no han sido procesos
simultáneos. Por mucho tiempo, la clausura de la justicia impuso el "deber
de memoria" y el reconocimiento social y simbólico de las víctimas.
Cuando, en cambio, la política de derechos humanos llega al Estado y se reabren
las causas penales, hay al mismo tiempo fuertes impugnaciones y fisuras en el
reconocimiento (antes incuestionado) desde distintos sectores de la sociedad
civil.
Por último,
debemos reconocer que la actualidad y la persistencia de la problemática
muestran la complejidad de una profundización democrática como así también un
aspecto inconcluso de estas. En esta dirección, entendemos que los procesos de
democratización se encuentran atravesados por vaivenes, conflictos y acuerdos
provisorios que aun cuando incluyeran una reestructuración
político-institucional se dejaba de lado los profundos y persistentes efectos
que las prácticas represivas de las dictaduras habían legado
a las sociedades latinoamericanas y que configuraban al problema de las
violaciones de los derechos humanos como un punto central de las agendas
políticas de los gobiernos democráticos.
Recibido: 04/03/13
Aceptado: 22/03/14
Reflexiones
acerca del Pasado Reciente: Democratización, Testimonios y Ciencias Sociales
Resumen
Los procesos de
democratización llevados a cabo en Latinoamérica, y particularmente en
Argentina, se encontraron atravesados por conflictos y acuerdos provisorios que
priorizaron la dimensión político-institucional. Sin embargo, y como
contraparte del mismo proceso, tanto los discursos sobre la transición
democrática como aquellos relacionados a la problemática de las violaciones de
los derechos humanos por el terror estatal, delimitaron las posibilidades de lo
decible. El presente trabajo reflexiona y analiza las relaciones que se
establecieron entre la consolidación de la democracia política en la Argentina
con los debates sobre la emergencia del testimonio como instrumento jurídico y
fuente privilegiada para la reconstrucción del pasado reciente.
Palabras Claves: Democratización,
Testimonio, Derechos Humanos, Argentina
Paulo Margaria
Reflections about the Recent
Past: Democratization, Testimonials and Social Sciences
Abstract
Democratization processes carried out in
Latin America, particularly in Argentina, were crossed by conflicts and
provisional arrangements that prioritized the political-institutional
dimension. However, as a counterpart of this process, both discourses, those
related to democratic transition and those related to the issue of human rights
violations by state terror, delimited the possibilities of what can be put into
words. This paper reflects on and analyzes the relations established between
the consolidation of political democracy in Argentina with discussions about
the emergency of the testimony as a legal and insider source for the
reconstruction of recent past.
Key Words: Democratization,
Testimony, Human Rights, Argentina.
Paulo Margaria
[1] Investigador Asociado del Instituto de Estudios para el Desarrollo Social/Universidad Nacional de Santiago del Estero (INDES/UNSE). Correo electrónico: oluapmarg@gmail.com Agradezco a Soledad Catoggio (CONICET/UBA) y a Ana Teresa Martínez (CONICET/UNSE) por las lecturas y sugerencias al texto.
[2] En el trabajo presentamos algunas reflexiones conceptuales devenidas de nuestro problema de investigación, que es parte de nuestra tesis doctoral (llevada a cabo gracias a una beca de posgrado del CONICET 2009-2014) en la que trabajamos las vinculaciones entre Política y Violencia en Santiago del Estero, con un recorte temporal que comprende los años 1973 al 1976 en base al marco interpretativo de los debates en torno al contexto de efervescencia colectiva y de profundos procesos de transformaciones sociales y políticas que se vivieron en las décadas de los 60 y 70 en nuestro país en consonancia con los sucesos mundiales, que posibilitó, entre otras cosas, la mutación de las formas de politización y organización de sectores de la sociedad y una creciente lógica de violencia que desplazó a la lógica política para resolver dichos conflictos.
[3] Es necesario aclarar que existe un desarrollo considerable en torno a los estudios del pasado reciente en los últimos 15 años. Sin embargo consideramos que los tópicos que tratamos en este trabajo siguen teniendo vigencia en las discusiones académicas sobre los estudios del pasado reciente. Ver: Boholasky, Ernesto y otros, Problemas de historia reciente del Cono Sur. Vol. I y II, Prometeo Libros, Buenos Aires, 2010; Franco, Marina y Florencia Levín (comps.), Historia reciente: perspectivas y desafíos para un campo en construcción, Paidós, Buenos Aires, 2007; Lvovich, Daniel y Jorgelina Bisquert, La cambiante memoria de la dictadura: discursos públicos, movimientos sociales y legitimidad democrática, Biblioteca Nacional, Los Polvorines: Univ. Nacional de General Sarmiento, Buenos Aires, 2008; y Aguila, Gabriela y Laura Luciani, “Transición, sociedad y memoria en la Argentina: elementos para el análisis y perspectivas comparadas”, en IXº Congreso de Historia Contemporánea, Murcia, 2008; entre otros. El planteo de estas últimas, se vincula en gran medida con la perspectiva aquí desarrollada, sin embargo en nuestro caso la propuesta de vincular los procesos mencionados arriba aborda otras dimensiones del problema.
[4] Debemos puntualizar que si bien tomamos en cuenta determinados aspectos de esta vinculación, sería un error creer que entre estos dos procesos mantienen una relación directa y unilineal, reconocemos que cada uno tiene su propia autonomía y por lo tanto se trata más bien de entrecruzamientos entre dos instancias que no son las únicas en este proceso.
[5] Pittaluga, Roberto, “Miradas sobre el pasado reciente argentino. Las escrituras en torno a la militancia setentista (1983-2005)”, en Franco, Marina y Florencia Levín (comps.), 2007, ob. cit., p. 127.
[6] La guerra contra Gran Bretaña (Abril-Junio de 1982) representó un precario intento de legitimación del régimen militar a través de la apelación al imaginario nacionalista. La fractura abierta en la institución militar tras la derrota de Malvinas y la abrumadora deslegitimación del gobierno condujeron a la etapa final de la dictadura y la negociación para el proceso de apertura democrática mediante las elecciones que se concretaron en octubre de 1983. Éstos hechos (junto a otros factores que veremos en el desarrollo del trabajo) sentaron las condiciones de posibilidad para llevar adelante el proceso de judicialización a los responsables de los delitos de lesa humanidad, un hecho inédito si comparamos con otros países de la región.
[7] O’Donnell, Guillermo y otros, Transiciones desde un gobierno autoritario, vol. 4, Paidos, Buenos Aires, 1988, vol. 4
[8] Garretón, Manuel A., Hacia una nueva era política. Estudio sobre las democratizaciones, Fondo de Cultura Económica, México DF-Santiago, 1995.
[9] Garretón, Manuel A., Política y sociedad entre dos épocas, Homo Sapiens, Rosario, 2000.
[10] Promediando la década de los ‘90 estos debates serán reactualizados y reformulados incluyendo ítems que estaban referidos a reconocer la gradualidad o etapas de las transiciones como así también el proceso de consolidación democrática.
[11] O’Donnell Guillermo y otros (comps.), ob. cit., p. 19.
[12] Cfr. Barba Carlos y otros, Transiciones a la democracia en Europa y América, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO)/Universidad de Guadalajara, México, 1991.
[13] Para un estudio detallado ver los trabajos de Garretón Manuel, Política y sociedad entre dos épocas, Homo Sapiens, Rosario, 2000; “Repensando las transiciones democráticas en América Latina”, en Revista Nueva Sociedad, Nº 148, Caracas, marzo-abril, 1997; Hacia una nueva era de la política. Estudio sobre las democratizaciones, F.C.E., Santiago de Chile, 1995. Ver también Barba, Carlos y otros, 1991, ob. cit.
[14] Garretón, Manuel, 1997, ob. cit., p. 21.
[15] Garretón, Manuel, 2000, ob. cit., p. 78.
[16] Garretón, Manuel, 2000, ob. cit., p. 80.
[17] Garretón, Manuel, 2000, ob. cit., p. 79.
[18] Según Daniel Lvovich, “Tras el golpe militar nacieron agrupaciones formadas por aquellos directamente afectados por la represión estatal, que agruparon a familiares de detenidos-desaparecidos y desarrollaron estrategias tendientes a averiguar qué había pasado con ellos y a denunciar las prácticas de la represión clandestina: Madres de Plaza de Mayo, Abuelas de Plaza de Mayo, Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. Por supuesto que este discurso alternativo se fue constituyendo en el transcurso del tiempo y, sobre todo, a medida que el accionar del movimiento fue encontrando eco en el exterior: la prensa de diversos países, la acción de otros organismos de derechos humanos y la acción de organizaciones de exiliados contribuyeron enormemente a otorgarle veracidad y sustento a la situación denunciada en el interior del país”. Lvovich Daniel y Bisquert Jorgelina, 2008, ob. cit., p. 19.
[19] Incluso se podría sostener que la Multipartidaria, organización que englobaba a los principales partidos políticos, fue pensada como una herramienta de negociación, que reclamaba el retorno a la democracia mediante un proceso de transición negociado en un momento de flexibilización política. Ver Lvovich, Daniel y Jorgelina Bisquert, 2008, ob. cit., p. 24. Prueba de ello fue el documento que la Multipartidaria publicó titulado “Programa para la Reconstrucción Nacional”, en el que se reclamaba el establecimiento de un cronograma político, se señalaba el agotamiento del Proceso de Reorganización Nacional y se rechazaba la política económica neoliberal. El tema que permaneció silenciado fue el de los derechos humanos, contrastando con una movilización social al respecto que se incrementaba notablemente.
[20] O’Donnell, Guillermo y otros, 1988, ob. cit., p. 20.
[21] Roniger Luis y Mario Sznajder, “El legado de las violaciones de los derechos humanos”, en Clara Lida y otros (comps.), Argentina 1976: estudios en torno al golpe de Estado, Fondo de Cultura Económica: El Colegio de México, Buenos Aires, 2008: pp. 233-258.
[22] Para Garretón, es indispensable que existan la superación de tres grandes divisiones que desgarraron la unidad básica y mínima de la sociedad. La primera tiene que ver con la unidad y continuidad histórica, que implica la reconciliación con el pasado, la historia y los modos de vida, que supone reconocer los momentos negativos de la historia y exorcizarlos mediante la verdad y la justicia de modo que no se generen condiciones para su repetición. La segunda es la superación social de la existencia de “varios países en uno”: el problema de la extrema desigualdad socio-económica y cultural, que implica un proceso a largo plazo. Y la tercera, es la división política que está relacionado con un fraccionamiento mucho más profundo de la sociedad que los anteriores en la medida que tiende a ser total: se eliminó al otro (desapariciones, exilio, tortura, etc.) o se lo negó. La superación de estas tres grandes divisiones se planteaba como un problema inmediato. En esta sección seguimos las dimensiones históricas y políticas. Garretón, Manuel, 2000, ob. cit., p. 83 y ss.
[23] Garretón, Manuel, 2000, ob. cit., p. 83.
[24] Garretón, Manuel, 2000, ob. cit., p. 84.
[25] Las leyes de Punto Final N° 23492 (sancionada y promulgada en diciembre de 1986) y de Obediencia Debida N° 23521 (sancionada y promulgada en junio de 1987), sumado a los indultos realizados por Carlos Menem (entre 1989-1990), fueron un intento de cerrar las demandas de justicia lo cual posibilito que los responsables de crímenes de Lesa Humanidad quedaran impunes. La ley 25.779, sancionada en 2003, finalmente declaró la nulidad de las mismas y posibilito la realización de los Juicios por Delitos de Lesa Humanidad ocurridos en nuestro país en la década del setenta.
[26] Si bien en este apartado nos enfocamos en la estrategia discursiva-institucional posdictadura de la Iglesia Católica argentina, no se debe perder de vista el vínculo histórico que forjo la Iglesia y el Estado en nuestro país a lo largo del siglo XX lo que le confirió un peso estructural y estratégico en el poder, y que a la larga la convirtió en un actor legitimado y legitimante de la vida social, cultural, militar y política del país. Desde esta perspectiva trabajamos en nuestra tesis de grado titulada “Las relaciones entre la Iglesia Católica Argentina y las Fuerzas Armadas. Aspectos ideológicos y políticos en el umbral del golpe de Estado de 1976” (Lic. en Ciencias Políticas. Inédita. 2009. Dir. Dra. Ana Teresa Martínez) intentando evitar las simplificaciones y clasificaciones binarias con respecto a las relaciones entre política, violencia y catolicismo a lo largo del siglo XX, puesto que este planteo contradice la densidad de los hechos. Ver también, Margaria, Paulo “El concilio Vaticano II y su impacto en el campo episcopal argentino”, en Trabajo y sociedad, Núm.18, Universidad Nacional de Santiago del Estero, 2012, pp. 331-344, [en línea] www.unse.edu.ar/trabajoysociedad [consultado: 12/08/2012]
[27] La Conferencia Episcopal Argentina es la institución que nuclea a todos los obispos católicos de nuestro país, siendo los documentos doctrinales publicados por ella de una importancia, en el nivel de las estrategias institucionales de los obispos argentinos, reconocida por diversos especialistas y por los mismos actores católicos. De esta manera, en su composición, la CEA se encuentra tensionada entre un núcleo compartido de creencias y representaciones y diversas opciones político-religiosas que introducen la heterogeneidad en el funcionamiento institucional.
[28] Bonnin, Juan, “Iglesia y Comunidad Nacional: estrategias institucionales entre la dictadura y la democracia”, en Sociedad y Religión, N° 24/25, Buenos Aires, 2002.
[29] Se torna necesario aclarar, como bien lo hace Bonnin, dos puntos o problemas metodológicos que ayudan a la comprensión del funcionamiento del discurso católico. Primero, que este documento no puede ser comprendido si no realizamos una mirada a largo plazo que tenga en cuenta que durante gran parte de la historia política argentina del siglo XX importantes sectores de la Iglesia Católica tuvieron un papel significativo en la organización y legitimación de los golpes de Estado militares y también en el doble proceso de catolización de las fuerzas armadas y militarización de la sociedad civil. Y por otra parte, que no es posible considerar a la Iglesia católica como una unidad homogénea, sino como una institución multiclasista y heterogénea social, política e ideológicamente. Y la CEA, como sector de dicha institución, está atravesado por esas mismas tensiones y contradicciones. Bonnin Juan, “Iglesia y democracia. Táctica y estrategia en el discurso de la Conferencia Episcopal Argentina (1981 – 1990)”, en Informe de Investigación, N.º 24, CEIL- PIETTE-CONICET, Buenos Aires, julio 2010. Ver también, “Iglesia y democracia. El discurso de la jerarquía eclesiástica argentina durante la década de 1980”. Informe final de adscripción a la materia Lingüística Interdisciplinaria. Departamento de Letras, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Mayo 2006. Disponible en http://www.filo.uba.ar/contenidos/carreras/letras/catedras/linguistica_interdisciplinaria/sitio/linguistica/biblio/bonnin.pdf. [consultado: 12/08/2012].
[30] Bonnin, Juan, 2002, ob. cit., p. 106.
[31] Bonnin, Juan, 2002, ob. cit., p. 106.
[32] Bonnin, Juan, 2002, ob. cit., p. 117.
[33] Bonnin, Juan, 2002, ob. cit., p. 115.
[34] Franco Marina y Florencia Levín (comps.), 2007, ob. cit.
[35] En este contexto surgirán las Comisiones de Verdad que tenían como objetivo principal la investigación, relevamiento, registro y publicidad de las más graves violaciones de los Derechos Humanos dando lugar a informes que resultan el registro más organizado y sistemático respecto de estos hechos. Para un análisis fecundo y pormenorizado en perspectiva regional ver Funes P., “Nunca Más. Memorias de las dictaduras en América Latina. Acerca de las Comisiones de Verdad en el Cono Sur”, en Groppo Bruno y Patricia Flier, La imposibilidad del olvido. Recorridos de la memoria en Argentina, Chile y Uruguay, Ediciones al Margen, La Plata, 2001. Ver también, Crenzel, Emilio, La historia política del Nunca Más: la memoria de las desapariciones en la Argentina, Siglo XXI, Buenos Aires, 2008.
[36] Pittaluga, Roberto, 2007, ob. cit., p. 129.
[37] Carnovale, Vera, “Aportes y problemas de los testimonios en la reconstrucción del pasado reciente en la Argentina”, en Franco Marina y Florencia Levín (comps.), 2007, ob. cit., p. 163.
[38] Carnovale Vera, 2007, ob. cit., p. 171.
[39] Es necesario aclarar que Sarlo hace un estudio histórico minucioso de lo que para ella implicó este giro subjetivo y la devolución de la confianza a esa primera persona que narra su vida, pero en este trabajo no podemos exponerlo por razones de extensión.
[40] Seguimos aquí la idea de Sarlo quien sostiene que la memoria es un campo de conflictos que tienen lugar entre quienes mantienen el recuerdo de los crímenes de estado y quienes proponen pasar a otra etapa, cerrando el caso más monstruoso de nuestra historia. Pero también es un campo de conflictos entre los que sostenemos que el terrorismo de estado es un capitulo que debe quedar jurídicamente abierto, y que lo sucedido durante la última dictadura militar debe ser enseñado, difundido, discutido, comenzando por la escuela, para que resulte claro que el “nunca más” no es un cierre sino una afirmación y una decisión de no volver a repetir los mismos errores de esta etapa. Sarlo, Beatriz, Tiempo pasado: cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión, Siglo XXI Editores Argentina, Buenos Aires, 2005, p. 24.
[41] Carnovale, Vera, 2007, ob. cit., p. 177.
[42] Aquí podríamos citar como ejemplos de autocrítica de esta militancia y del lugar que ocupan dichos valores en nuestra cultura política, dos libros que nos parecen sumamente importantes puesto que avanzaron en esta dirección. El primero, el de Calveiro, Pilar, Política y/o violencia. Una aproximación a la guerrilla de los años ’70, Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2005. Y el otro, el de Vezzeti, Hugo, Pasado y Presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002.
[43] Pittaluga Roberto, 2007, ob. cit.
[44] Catoggio, Soledad, "Mártires y sobrevivientes: figuras de la violencia política en los años sesenta y setenta", en Lucha Armada en la Argentina, Anuario 2011, Buenos Aires, pp. 100-110. Para consultar otros trabajos que reflexionan sobre las figuras de la violencia política en Argentina, ver Carnovale, V. “Jugarse al Cristo; mandatos y construcción identitaria en el Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP)”, en Entrepasados, XIV, Buenos Aires, 2005. Disponible en http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/Carnovale1.pdf, 20/04/2010. [consultado: 12/07/2012] ; Longoni, Ana, Traiciones. La figura del traidor en los relatos acerca de los sobrevivientes de la represión, Norma, Buenos Aires, 2007; y Ollier, Matilde, La creencia y la pasión. Privado, público y político en la izquierda revolucionaria, 1966-1976, Ariel, Buenos Aires, 1998.
[45] En los últimos 10 años se viene registrando un notable incremento en las investigaciones sobre el catolicismo en la Argentina, en los cuales varían temas y periodos abarcados. En este contexto los estudios que tienen en cuenta la variable religiosa han demostrado su potencialidad y validez para analizar y dar cuenta de los procesos políticos que vivió nuestra sociedad en las décadas del sesenta y setenta a partir del análisis de las sociabilidades, representaciones y discursos construidos desde el espacio católico.
[46] Catoggio, Soledad, 2011, ob. cit., pp. 100-110.
[47] Catoggio, Soledad, 2011, ob. cit., pp. 100-110.
[48] Mallimaci, Fortunato y Soledad Catoggio, “La construcción política del martirio y la construcción religiosa del desaparecido”, en Revista Puentes, Nº 27, La Plata, enero 2009, p. 96.