LA INTELECTUALIDAD ARGENTINA POST-DICTADURA. EL CASO DE LOS CUADERNOS DE LA COMUNA. 

Sofía Trombetta[1]

Introducción

Desde la apertura democrática de 1983 en Argentina, se inició la revisión del pasado dictatorial reciente (1976-1983), la proyección de la democracia a futuro y la redefinición de diferentes actores sociales, entre ellos, los intelectuales. La reconfiguración identitaria de los intelectuales argentinos estuvo atravesada por la reflexión en torno al lugar de ellos mismos dentro de la sociedad y de los espacios académicos y sus relaciones con la política, en consonancia con la revalorización del mencionado régimen político.  

En este artículo se indagará cómo se posicionaron parte de los intelectuales reunidos en la Revista Los Cuadernos de la Comuna. Esta publicación se editó entre 1987 y 1991 en una pequeña localidad santafesina, Puerto General San Martín. La Revista constó de 32 números, contuvo artículos, ponencias y avances de tesis y su tiraje comenzó con 1000 ejemplares hasta llegar a 3000. Se distribuyó de manera gratuita en librerías y centros de estudio de Rosario, Buenos Aires, Mendoza y Santiago del Estero. Los Cuadernos fueron dirigidos por Horacio González, integrante de la Revista Unidos y vinculado a la Renovación Peronista. La publicación no contó con un staff, ya que los autores cambiaron número a número. Los mismos eran profesores, alumnos o políticos que poseían una relación personal o laboral con el director. Sus filiaciones políticas y los temas que abordaron fueron muy diversos, por lo cual no es posible pensarlos como un grupo homogéneo. Sin embrago, se puede afirmar que la cuestión intelectual fue trabajada sólo por autores que compartían la pertenencia político-partidaria con González. Sobre estos artículos se basará este trabajo.

Cabe señalar que la municipalidad de Puerto General San Martín estuvo gobernada por Lorenzo Domínguez, quien pertenecía a la Renovación Peronista. El proyecto cultural surgió de un congreso realizado en esta ciudad que reunió a intelectuales de diversas procedencias. La intención de Domínguez era mostrar cómo se podía desarrollar una experiencia cultural innovadora desde un gobierno de signo nacional y popular. Por ello, la publicación no sólo presentaba artículos que revisitaban la tradición peronista, sino que también se abría y otorgaba espacio a otras ideologías políticas como la cultura liberal y la izquierda[2]. Así, Los Cuadernos pueden pensarse como un intento por legitimar un gobierno de la Renovación Peronista, en tanto capaz de crear sentido alternativo al del poder presidencial del radicalismo.

El presente artículo se inicia con una consideración general sobre parte del campo intelectual argentino desde la reapertura democrática. A continuación, se aborda la relación de los intelectuales con la política y el Estado según los artículos y autores que trabajaron esa temática en Los Cuadernos, donde se hará referencia a las posiciones y las resignificaciones de las configuraciones de sentido elaboradas por ellos y se recuperará el lugar que pretendieron ocupar y el que le adjudicaron a sus oponentes en el debate académico. De este análisis, se desprende la posición que establecieron en torno al tema de las ciencias sociales y la Universidad, y el vínculo de un sector de la intelectualidad con el gobierno de Alfonsín. Finalmente, a modo de conclusión, se realizará una revisión crítica sobre la identidad intelectual que construyeron de sí mismos los partícipes de la Revista.

Los intelectuales en la apertura democrática en Argentina.

En el inicio del proceso de transición democrática, el campo intelectual se unificó bajo la concepción de la democracia como un valor incuestionable; como sostiene Cecilia Lesgart: “la democracia fue el prismático a través del cual se calificó al pasado y con el que se diseñó el relato en torno a aquello que debería suceder”[3]. Sobre la base de este sustrato común -el acuerdo de legitimidad otorgado al régimen democrático-, se erigieron grupos de intelectuales que se diferenciaron entre sí por los matices que le imprimieron a la cuestión de la democracia y por la pertenencia político partidaria y académica de cada uno de ellos. Algunos de los problemas que plasmaron las diferencias fueron: ¿cuál sería el sustento ideológico de la democracia?, ¿qué factores permitirían su consolidación?, y ¿quiénes serían los protagonistas de los cambios? Interesan aquí los intelectuales cercanos al peronismo, para recuperar entre ellos a quienes produjeron Los Cuadernos, y los grupos asociados al alfonsinismo que se constituyeron en el “otro” con el cual debatieron los primeros.

Muchos de los intelectuales que se vincularon al alfonsinismo habían formado parte de corrientes de izquierda y habían atravesado por la experiencia del exilio; entre ellos se encontraban José Aricó, Juan Carlos Portantiero y Emilio De Ipola, que en los ´80 produjeron La Ciudad Futura.[4]Según José María Casco, sin desconocer el fuerte peso de las individualidades, las características comunes que permiten identificarlos como un grupo fueron, en primer lugar, el empleo de conceptos compartidos y la gestación de una nueva mirada sobre la política que incorporó las nociones de democracia y de transición a su lenguaje político. En segundo lugar, la producción de una relectura crítica en relación a las prácticas y a los discursos de los años ´70.   Y, por último, la utilización del ensayo como modo de intervenir en las polémicas. En suma, el eje aglutinador de estos intelectuales fue el reconocimiento del fracaso de los proyectos políticos en los que se habían enrolado, el cual habilitó la reflexión crítica y superadora sobre sus pasados[5].

Este grupo pasó de considerar al Estado de Derecho y a la democracia política una máscara de la dominación burguesa a valorarlos como mecanismos que restringían las posibilidades de regresión autoritaria. Este cambio fue el resultado de un profundo proceso de revisión de sus concepciones marxistas que les permitieron iniciar un camino no sólo hacia la recuperación de la noción de democracia representativa sino a su valoración como reforma moral e intelectual. Todo el vocabulario marxista fue sometido a crítica y resemantizado a la luz de la democracia como expectativa[6].

En cuanto a los intelectuales vinculados a la Renovación Peronista, hicieron de la publicación de la revista Unido su foro privilegiado y muchos de ellos –incluyendo a Horacio González- fueron los hacedores de Los Cuadernos de la Comuna. La visión compartida por la bibliografía[7]es que se trataba de intelectuales militantes que, en tanto vehiculizadores de las ideas de la Renovación, debían combatir en dos frentes: hacia adentro, con el peronismo tradicional u ortodoxo que se negaba a adaptarse al nuevo contexto de la transición y hacia afuera, con la política alfonsinista.  Los diferentes autores que trabajan este tema sostienen que Unidos intentó repensar el peronismo y su proyecto de nación y definió a la política desde el concepto de justicia social, es decir, como algo más que la administración eficiente, el saber técnico, la mera recolección de votos o las maniobras oportunistas. Según Martina Garategaray, la revista procuró recuperar como legado “la lucha por la idea” y separar al peronismo y a Perón de la violencia, acercándolos a la democracia[8].

Con el campo intelectual así constituido, sin embargo, en el periodo que comenzó la edición de Los Cuadernos de la Comuna (1987) la discusión dejó de ser la transición porque  la denominada “primavera alfonsinista”[9] -el periodo de encantamiento con el gobierno y las virtudes de la democracia en sí misma- había llegado a su fin. Los problemas económicos asociados a la inflación se hicieron cada vez más difíciles de sobrellevar. En el plano social, la cuestión de los derechos humanos se puso en jaque por el dictamen de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Desde el punto de vista político, por un lado, los levantamientos militares postulaban a las Fuerzas Armadas como un factor de poder con capacidad de presión vigente. Por el otro, la Renovación Peronista se consolidaba como fuerza política al ganar las elecciones legislativa de 1987.

 Así, el proceso de consolidación encontró a la Argentina en una situación de catástrofe económica, de presión militar y con un Estado desnaturalizado pero con amplia legitimidad y popularidad[10]. Esta coyuntura impulsó la reflexión en torno a los factores influyentes en la construcción de un régimen democrático maduro. La certeza de que la democracia era el régimen deseado se sostuvo pero su establecimiento no podía ser el resultado de un cambio de gobierno sino de una construcción. La necesidad de profundizar la democracia se orientó hacia la discusión sobre los ejes estructurales de los problemas argentinos que la limitaban.

Los Cuadernos de la Comuna se inscribieron en estas problemáticas y debates producidos en década de los ’80 y ’90 en la Argentina, y delimitaron adscripciones y oposiciones que configuraron su perfil particular.

La actividad intelectual, la política y el Estado según Los Cuadernos de la Comuna.

Los artículos de Los Cuadernos que se referían específicamente a la actividad intelectual estuvieron a cargo de Horacio González y de Ernesto Villanueva[11]. Para ambos, el lenguaje “academicista” del debate intelectual, contemporáneo a la Revista, distanciaba a los intelectuales de la sociedad.  Mientras el director de Los Cuadernos planteó el problema desde los lugares de construcción de los relatos y de la política, Villanueva lo circunscribió a la antinomia modernidad/post-modernidad.

Las críticas de González a la intelectualidad argentina referían a las prácticas sectarias que, a su entender, dominaban el ámbito académico: la formación de capillas con ideas compartidas que fomentaban

Series premoldeadas de pensamiento, que acaban formando cofradías previsibles, con beneficios mayores para las molduras y escaso o ningún beneficio para el pensamiento. (En las publicaciones académicas predominan) hábitos clientelistas y trueque de favores escalafonarios[12]

Por ende, pertenecer a o ascender en el mundo académico, según González, implicaba la negación del pluralismo y el ocultamiento de la diversidad. El autor sostenía que el lenguaje aceptado –o permitido- poseía una especificidad que implicaba una división entre quienes estaban preparados para el rigor argumental y entre aquellos sólo capacitados para recibir e incorporar lenguajes que partían de creencias previamente existentes. Por otra parte, la crítica apuntaba a la relación entre los intelectuales y los sectores populares a los que el lenguaje académico apartaba en la medida en que establecía “límites auto-protectores” forjados por “cierta feudalidad prejuiciosa” por parte de los mismos, quienes desprestigiaban los lenguajes populares. Lo anterior se debía al irrelevante lugar que, en la sociedad y en la política argentina, tenía el compromiso intelectual. La elección de un espacio local para publicar Los Cuadernos, la inclusión de artículos de estudiantes y la incorporación del lenguaje popular tenían, para su director, dos virtudes: por un lado, que se esfumasen las jerarquías académicas, las cuales determinaban que algunos eran aptos para escribir y otros para leer y, por otro, que se suturase la brecha entre los intelectuales y la sociedad. Aunque paradójicamente no se abandonaban las temáticas que estructuraban el debate universitario o académico.[13]

El olvido, el distanciamiento y hasta el rechazo de los saberes populares en el marco de una concepción elitista de la cultura también formaban parte de la reflexión de Villanueva, quien los atribuía a las transformaciones que provocó el retorno de la democracia en el campo intelectual. Dicha condicionado por dos factores: el primero, la relación de extrañamiento respecto de los sectores populares, ya que “la calificación de irracionales o bárbaros ha sido moneda común en el trasfondo de numerosos análisis político-ideológicos sobre la conciencia de sectores populares”[14]; y el segundo, la derrota del proyecto revolucionario de los setenta que vendría a probar “ya no errores tácticos o estratégicos sino la locura (irracionalidad) implícita en toda utopía”[15].

Dicha derrota lleva al tema de la autocrítica de intelectuales colocados en el campo de la izquierda. En el congreso donde surgió la publicación de la revista[16],   González sostuvo un fuerte descargo contra Oscar Terán. Este último presentó avances de la investigación que a posteriori será parte de su libro Nuestros Años 60. Allí ensayó una revisión de las ideas de la década del ‘60 en tono autocritico. Sostuvo que la modernización emprendida estuvo asociada a la revolución y chocó con las fuerzas tradicionales que no estaban dispuestas a abrirse a las novedades. Estas ideas revolucionarias se materializaron en prácticas políticas por las cuales muchas personas mataron y murieron. En el mencionado congreso González argumentó:

no me gustan las autocríticas porque la autocrítica supone un mal uso del pretexto, de esa lógica del pretexto. El autocritico piensa así: “soy yo mismo que fácilmente digo y hago esto, y después, porque han variado los torbellinos de la historia o por lo que sea, me retracto. (…) Terán quiere actuar en la línea de un Esquilo, de un Sófocles, quiere interpretar los años ’60 como un poema trágico.(…) Qué maestría la de Oscar para no decir lo que es, abolir lo que es con el sólo recurso de mencionarlo como era[17].

Al referirse a “nuestros” años ’60, González sostenía que Terán hablaba de “su” experiencia postulándola como la única, eludiendo otras historias que sucedieron en ese momento, con lo cual quienes no estaban presentes en el texto –el propio González y su grupo de referencia- quedaban excluidos de la intelectualidad argentina. La  crítica de González se extendía  al Club de Cultura Socialista y su revista La Ciudad Futura, de la cual Terán era parte junto a Beatriz Sarlo, Juan Carlos Portantiero, Emilio De Ipola, José Aricó, Carlos Altamirano y María Teresa Gramuglio, entre otros, quienes se proponían reflexionar sobre “la crisis del marxismo, la revisión autocrítica de la cultura facciosa de la izquierda revolucionaria, la constitución de una nueva identidad y función de los intelectuales”[18].Para González, la reconstrucción de la franja intelectual crítica que Terán ensayaba en el Congreso representaba el alejamiento de la revolución por parte de los pensadores y la pérdida del espíritu de los ´60, ante el desconocimiento del propio pasado. En este debate se establecieron claramente dos posiciones que permearon al campo de la intelectualidad. Terán se reconocía parte de un amplio sector que revisaba su pasado, y frente al cambio del contexto, a partir del paso de la última dictadura militar y las experiencias personales del exilio, éste sostenía que era imposible seguir pensando y sustentando posturas revolucionarias. Por su parte, González se posicionaba como un intelectual que “se hacía cargo” de su propia biografía y mantenía sus elecciones políticas; esto quedará claro en Los Cuadernos donde continuó reivindicando al peronismo como la fuerza para el cambio.

Villanueva consideraba que esta encarnizada autocrítica tuvo como resultado un pensamiento que, si bien rechazó el autoritarismo, se orientó a la eficiencia. Según el autor, en dicha reflexión se producía

la creación de sujetos democráticos, entes con conciencia de su parcialidad, y la denuncia de la revolución como concepto totalizador y, por ende, totalitarios en perspectiva, constituyen razonamientos complementarios. Si en Europa esta corriente sirve para cuestionar a cristianos, marxistas y liberales, en la Argentina su utilización no se reduce al plano ideológico, sino que trasciende a la esfera directamente política descalificando cualquier propuesta de modificación cualitativa de nuestra inserción internacional, de nuestra estructura económica o de nuestro sistema de clases.[19]

La consecuencia en el plano cultural, según el autor, fue -de manera implícita- la legitimación del lugar marginal que ocupaban los sectores populares y con ello, sus construcciones de sentido.

Un perfil de intelectual, erigido sobre el enclaustramiento en la universidad y alejado de la sociedad y su cultura, establecía una particular relación con la política. En la Revista, el eje articulador para argumentar dicha relación se organizó en torno a la hipótesis -ya planteada- de que la especificidad del vínculo política-intelectual se encontraba en la exclusión de los sectores populares de la cultura.

Horacio González trabajó específicamente la relación entre política e intelectuales en sus prólogos a los números 4 y 10. En los mismos, planteó que el intelectual debía sostener una relación de reciprocidad con la política y evitar tanto la escisión como la sumisión. La escisión, sostenía, se basaba en un doble prejuicio. El primero de ellos era el anti-intelectualismo, el cual se fundaba en el ejercicio de la política sin reflexión crítica sobre sus propios fundamentos, aunque los políticos se contradecían cuando hacían uso de un lenguaje sofisticado construido por los intelectuales.  El segundo comprendía el culturalismo, la idea de que no era posible el ejercicio de la política si no se apelaba a saberes competentes. En este punto, según el autor, se confundía la cultura con un producto elaborado en los sectores sociales privilegiados con tradición universitaria. La cultura “legítima”, entonces, era la que producían los sectores dominantes de la sociedad. ¿Qué hacer con estos dos prejuicios? González argüía que no era posible combatir el prejuicio culturalista con el anti-intelectualista ni viceversa. Ambos errores perduraban en Argentina como un hiato entre política y reflexión política.  Las consecuencias de tal escisión eran el empobrecimiento del pueblo ya que

con el pretexto de «defenderlo» del debate de ideas, pero sólo con el propósito de que ciertos dirigentes, que precisamente encarnan una perspectiva conservadora, persistan en usufructuar privilegios. Pero además, acarrea un empobrecimiento de los sectores que toman conciencia de la crisis social en Argentina, a partir de la vida estudiantil o del debate cultural contemporáneo. Y esto último, basándose en el absurdo deseo de evitar que los sectores populares generen sus propios dirigentes, con el argumento de la «deficiencia cultural» de éstos[20]. 

Según esta reflexión, la escisión entre una cultura sin expresiones genuinamente populares y la vida popular despojada de estímulos culturales era un grave problema de la política argentina. Parte de esta escisión la constituía el alejamiento de los organismos políticos e institucionales de base respecto de los centros por donde transitaba la polémica intelectual. Para impedirla, González proponía la multiplicación de experiencias críticas en las que los políticos, forjadores de consenso en la base de la sociedad, y los intelectuales, vinculados a las formas habituales en que se expresaba el saber universitario, aceptaran un espacio no convencional para el diálogo.  Ambas partes debían acreditar sus saberes, sin convertirse una en confiscadora de la experiencia de la otra ni establecerse entre ellas puentes utilitarios tales como la captación de técnicos por parte de la política “práctica”.

Para González, Los Cuadernos eran una contribución para resolver el dilema mencionado. Él sostenía que el modo en que estos se elaboraban-manifestado en el tono, las temáticas y el lenguaje utilizados- y la libertad para la expresión de los autores constituían una experiencia novedosa que apuntaba a establecer una relación entre personas de diversos ámbitos de la actividad política e intelectual. Los integrantes de la Revista eran tanto escritores de la política que luchaban por mantener su destreza reflexiva como políticos que batallaban por mantener su lucidez. Asimismo, González reivindicaba el espacio local donde la Revista se producía, en sus palabras:

las autoridades electas democráticamente que dirigen la Comuna de Puerto, y que provienen de las filas del peronismo, hace tiempo que han lanzado esta inusual búsqueda de motivos para elevar cualitativamente el nivel de la política argentina”. [Los dirigentes comunales son] “un ejemplo de alto ejercicio de la política, que hunde sus raíces simultáneamente en las fuentes populares y en las fuentes del saber critico contemporáneo[21].

La otra de las formas que, según González, caracterizaba a la relación entre intelectuales y políticos era la sumisión. Los primeros se subordinaban a los políticos porque el acercamiento entre ambos se producía cuando los intelectuales adaptaban su lenguaje al de los segundos. Al suceder esto, se desdibujaba el paradigma anti-intelectualista –hacer política sin reflexionar sobre esa práctica -debido a que la vida intelectual se politizaba en el sentido en que los políticos deseaban[22]. Ahora bien, para eludir tanto la escisión como la sumisión, la relación entre políticos e intelectuales debía ser de reciprocidad, de mutua colaboración, y asentarse sobre el fundamento de mantener la autonomía de los saberes de cada uno, sin arrebatar o limitar las características propias.

La crítica que González ejercía hacia la sumisión de los intelectuales respecto de la política se plasmaba en Los Cuadernos, tanto en la oposición a la discursividad alfonsinista como a la función intelectual que establecían los “compañeros de ruta” del primer gobierno de la transición, nucleados en el Club de Cultura Socialista.

En un artículo publicado en la revista Punto de Vista -foros de debate del Club de Cultura Socialista-, Beatriz Sarlo[23] sostenía que el discurso intelectual no debía estar subordinado al discurso político, en coincidencia con lo expresado en Los Cuadernos. En este sentido, la autora postulaba que la relación debía ser regida por “una tensión ineliminable que es la clave de la dinámica cultural, en la medida en que cultura y política son instancias disimétricas y, por regla general, no homológicas”[24].En otras palabras, el intelectual estaba atravesado por esta tensión y no subordinado a ella. Por tanto, para Sarlo, no había mimesis entre dos elementos heterogéneos como la cultura y la política sino diferentes maneras de relacionarse entre sí.

Pese a la coincidencia entre Sarlo y González, la oposición entre ambas posturas puede observarse en los mecanismos que provocaban la sumisión de los intelectuales a la política.  Para ella, la subordinación era fruto de las “visiones totalizantes” de la actividad erudita que promulgaban una ciencia para los sectores populares mediante un discurso significativo para la sociedad. Según estas “visiones totalizantes”, el medio para lograr un acercamiento a los sectores populares consistía en    que el intelectual se constituyera como sujeto en el espacio público. De este modo, la producción de ellos evitaba el enclaustramiento de la academia y se relacionaba con la política. Así, los pensadores, al politizar sus discursos, abordaban objetos más accesibles para un público no especializado. Sarlo sostenía que, en las décadas precedentes, dicha politización favoreció dos procesos: por un lado, el enlace de la lógica de la política con la del intelectual y la sumisión de esta última, poniendo fin a la multiplicidad de lógicas y, por otro, la circulación unilateral de los discursos intelectuales. Sin embargo, la escisión de ambas lógicas también era rechazada por Sarlo, porque dotaba de sentidos a la violencia revolucionaria. Al mismo tiempo, la mímesis, fruto del apoyo a la gramática alfonsinista, conduciría a la fusión de la voz crítica del intelectual con la del funcionario o burócrata de Estado.

La razón de la sumisión de un lenguaje a otro que postula Sarlo era la clave que, al mismo tiempo, proponía González para evitarla. Para él -como se dijo-, el distanciamiento de los sectores populares convertía a los intelectuales en meros técnicos al servicio de lo que la política necesitaba de ellos. Por tanto, la diferenciación entre ambos definía un claro posicionamiento de los autores de Los Cuadernos en el debate intelectual, estos últimos se postulaban como intelectuales que otorgaban relevancia al lenguaje popular y no “hablaban” en nombre del poder.

De este modo, quienes producían Los Cuadernos realizaron una doble estrategia para definirse como intelectuales y establecer los lindes de la actividad.  La primera fue la construcción de la noción de intelectual desde la negación. El deber ser –en Los Cuadernos- anclaba en la crítica a la actividad de los “otros”, de la cual se desprendía la concepción del intelectual como militante, es decir, como un actor activo e influyente en la sociedad, capaz de involucrarse en su transformación. Así, al igual que Unidos, la idea regente en estos escritores era la figura del político- intelectual, entendida como el sector que tenía por objeto el conocimiento del mundo social y que trabajaba, junto con otros agentes sociales, para hacer trascender su visión del mismo[25].   Esta construcción que respondía a la pregunta sartreana “¿para quién escribimos?”  los acercaba a las visiones totalizantes de la actividad en férrea oposición a la especificidad de la profesión con su división en aéreas, lo cual contrastaba con los enfoques de algunos intelectuales vinculados a la revista Punto de Vista, como Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano[26]. Estos autores planteaban que dicha perspectiva totalizante postulaba al pensador como capaz de contener grandes teorías y visiones globales sobre la sociedad y, por otra parte, la cercanía del mismo con los sectores populares le impedía escribir para sus pares, por la alta especialización que requería ese lenguaje. El resultado de esta visión global, según Sarlo, era la aniquilación de la diversidad y la complejidad de las relaciones humanas. El modelo que Altamirano oponía al anterior era el especializado en determinados saberes sociales y políticos. De este modo, el intelectual se convertía en un experto que captaba más precisamente la complejidad de los problemas nacionales.

La segunda estrategia fue que en esa definición del “otro”, Los Cuadernos ocultaban –no inocentemente- procesos que también eran inherentes a ellos mismos. Nos referimos a que, si bien crearon un espacio alternativo a la universidad como lugar privilegiado para la producción de los intelectuales a través de la Revista, también ellos circulaban por ese ámbito –eran docentes o estudiantes de la universidad nacional-. En este sentido, más que el encapsulamiento del intelectual en los espacios académicos, lo que estaba en disputa era el lugar que cada sector ocupaba en ellos. Ese lugar que ocupaban Los Cuadernos era marginal respecto de las posturas de los intelectuales alfonsinistas. Es decir, las elaboraciones conceptuales de estos últimos centralizaban las construcciones de sentido en torno a la cuestión intelectual en el ámbito académico.

Las ciencias sociales

Para los autores de Los Cuadernos, la relación entre la política y los intelectuales condicionaba a las ciencias sociales. Según Sergio Emiliozzi, una de las características de estas ciencias en la década del ’80 residía en la capacidad de los sociólogos de adaptarse al poder estatal, cualquiera sea su orientación social o política, lo cual se manifestaba en la ausencia de controversias[27]. En palabras de Cristian Ferrer Toro, la crítica era concebida como:

una actitud que no hace bien a la democracia arrojando al disidente a un lugar marginal (…) La disputa intelectual aguda parece un acontecimiento imposible y los argumentos provocativos que invitan a una respuesta imaginativa no son contestados[28].

La afirmación de que la dependencia del Estado establecía un condicionamiento en el desarrollo de las ciencias sociales implicaba-para quienes escribían en la Revista- una reflexión en torno a la propia profesión, la disciplina y los ámbitos de circulación que puede ser rastreada a lo largo de la publicación y a la que también se le dedicó el número 15 de Los Cuadernos. Los trabajos publicados allí fueron elaborados para las “Jornadas de Discusión sobre las Ciencias Sociales en la Argentina”, realizadas en la Facultad de Ciencias Políticas de Rosario y organizadas por el grupo editor de la revista Grafitti. Este número constó de un prólogo de Horacio González y artículos de estudiantes avanzados o recién graduados en ciencias sociales de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires y la Facultad de Ciencias Políticas de Rosario. El diagnóstico de estos artículos consistía en que la producción académica era el reflejo de una profesión carente de imaginación y de resultados, lo cual impedía el libre pensamiento.

Entonces, según Cristian Ferrer, las ciencias sociales marchaban hacia la momificación, y las totalizaciones sistemáticas, estructurales o clasistas se habían impuesto sobre las actividades de las personas, aplastando “la emergencia de fenómenos regionales, de innovaciones comunitarias y de ardores intersubjetivos”[29]. En palabras de Helena Torres, Ariel Godoy, Darío Fernández y Claudia Decándido:

Desde los espacios académicos se nos empuja a abroquelarnos detrás de prejuicios bajo la sospechosa forma de categorías analíticas, se nos convence de la imprevisibilidad de un “marco teórico”, de la selección de herramientas y técnicas de investigación suficientemente probadas, se nos engaña sobre la posibilidad de corroboración en la práctica de hipótesis previamente establecidas[30]. 

La “estrechez” de la producción se asociaba a las características de los espacios para los cuales se elaboraban y circulaban los textos. Los pilares que estructuraban la relación profesional-Estado permitieron reflexionar -a los autores de Los Cuadernos-  respecto de las condiciones de existencia de las instituciones académicas. Emiliozzi afirmaba que era posible analizar dichas instituciones a través de tres funciones interrelacionadas:

1) como ámbitos o lugares donde las producciones son traducidas a los lenguajes o códigos de esas instituciones y así mismo se determinan «hegemonías temáticas», distorsionándose las criticas entendidas como demandas de cambio o transformación para salvar o resguardar un sistema poco permeable o tolerable a este tipo de prácticas. 2) son por cierto rigurosos mecanismos de mentalidades e inteligencias posibilitando un efectivo ejercicio del control que inducen en los sujetos «un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder, volviendo permanentemente una vigilancia que aunque discontinua quizás en su acción sea continua en los efectos»; se cuenta también para esto con la elección de paradigmas a los que también podemos asociar la idea de «dispositivos disciplinarios»; 3) siendo los espacios donde el poder se expresa más claramente en el orden del saber, del discurso, de la verdad, los pensamientos y las producciones intelectuales devienen institucionales, porque son objeto e instrumentos de poder[31].

Según Eduardo Rinesi, la universidad argentina de la década del ‘80 perdió el modelo gestado después de la caída del peronismo, donde el cientista social debía estar preparado para ocupar ámbitos específicos del Estado y orientarse a las demandas del mercado. Dicho modelo, pese a ser contrario a sus ideas, al menos tenía una cierta organización.  Después del ’55, la universidad era el escenario de una “revolución modernizante”, en la cual su función residía en el pasaje de una sociedad tradicional a una de masas, mediante la formación de profesionales neutrales y científicamente especializados. Para el autor, en los ’80, dicha premisa pareció obvia y permitió la impostura de este “modelo desarrollista” para pensar la relación de la universidad con la sociedad[32]. El argumento de Rinesi residía en que esta relación se tornaba más distante debido a la ampliación de la brecha entre la vida universitaria y las necesidades sociales, culturales y políticas.

Para González, esta distancia  entre universidad y sociedad se debió a dos factores: por un lado, el Estado,  los sectores de poder y los grupos económicos que intentaron mantener a la universidad como un recinto olvidado y a los jóvenes por fuera del mercado de trabajo; y, por otro,  las universidades que ajustaron sus organismos a la planificación y privilegiaron el tiempo económico del mercado en detrimento del tiempo crítico: “han aceptado que sus debates estén gobernados por las opiniones que asumieron los hábitos dominantes con que se realiza la política en general apartándose de la crítica”[33]. La universidad era un ámbito acrítico al igual que los campos profesionales y la vida político-institucional. Entonces, la institución adolecía de la misma chatura y aplacamiento que la vida cultural del país en su conjunto. Para este pensamiento, la carencia de un análisis sobre la relación entre universidad y sociedad mostraba que la primera no poseía presupuesto económico, pero tampoco tenía presupuestos teóricos, pedagógicos ni intelectuales. En síntesis, para el autor la academia había abandonado la vida intelectual. En suma, esta universidad preparaba a los graduados para un mundo laboral que respondía a las demandas del Estado debido al abandono de la formación crítica de los jóvenes.  En palabras del autor,

en un país precisado de una reformulación general de sus expresiones políticas y del estilo con que ella se realiza, la universidad puede cumplir el rol de interferir con la reproducción simple de estos hábitos políticos basados en categorías de prestigios, antes que en la crítica y el autorreflexión[34].

En la Revista, este diagnóstico sobre la universidad se completaba con el abordaje de dos problemáticas: el perfil de profesional que surgía del ámbito universitario y sus efectos en los recién egresados.

En cuanto a la primera problemática, González sostenía que el cientista social se había encapsulado en un profesionalismo excesivo, subordinado a las instituciones estatales[35]. De este modo, según Daniel Scarfó, surgieron dos perfiles de profesional: uno era el técnico, requerido para trabajar en consultorías y en planificación y previsión del comportamiento en los grupos sociales por parte del gobierno. En resumen, se potenciaba “la veta técnico-eficientista-funcional, ligada a la investigación social de mercado, a la elaboración de estadísticas”[36]. El otro perfil era el ensayista, metafísico que tenía como función el entrecruzamiento del arte y la filosofía. Para el autor, esto era un síntoma del agotamiento del modelo explicativo/perspectivo universal y atemporal[37]. Frente a estos problemas que atravesaban las disciplinas sociales y la universidad, la revista proponía alternativas para solucionarlos, construyendo su propio ideal. En términos generales, apuntaban a devolverle a la disciplina su capacidad crítica y la autonomía de la universidad hacia el Estado[38].

Respecto de la segunda problemática -la salida laboral de los egresados- la crítica de los artículos analizados apuntaba a la fuerte jerarquización de los cargos universitarios y a la subordinación de las facultades a los designios estatales en cuanto a la “utilidad” de los profesionales que allí se formaban.  Daniel Scarfó sostenía que las posibilidades de los egresados eran cinco: migrar para especializarse, obtener una beca de algún organismo privado o estatal para investigar, ocupar cargos docentes rentados en la universidad, realizar trabajos autogestionados o militar políticamente para conseguir un cargo en una gobernación o ministerio[39]. González argüía que, en el marco de la reducción de las oportunidades laborales, la universidad se había transformado en un espacio clientelista de los organismos públicos o privados que controlaban el mercado profesional.

Sin embargo, la Revista indagaba –nuevamente- posibles soluciones para el problema de la inserción laboral de los jóvenes. Las propuestas de los autores iban desde la realización de seminarios por fuera de la institución hasta la publicación en alguna revista para tener voz, en razón de que la universidad no garantizaba ningún status ante la comunidad académica. González, por su parte, proponía que los estudiantes establecieran un diálogo con los sectores populares y aprendieran a trabajar en equipo. Por ello, el autor publicó un trabajo –en Los Cuadernos- dedicado al amor en los sectores populares realizado por estudiantes universitarios. Se trataba de entrevistas a personas de diferentes estratos sociales referidas a sus experiencias personales en torno al tema[40]. De este modo, se evitaba la exigencia por parte de la universidad hacia los alumnos de “mantenerse dentro de las jaulas que ya han sido abiertas en los mismos centros irradiadores de cultura ante los cuales los profesionales argentinos ceden”[41].

Los argumentos expuestos hasta aquí por los autores de la Revista apuntaban directamente a un sector de los intelectuales. Los intelectuales alfonsinistas -desde esta perspectiva-  partían de una concepción de Estado basada en el fortalecimiento de las instituciones para hacer contrapeso a las corporaciones y a la presencia de organizaciones de masas. Por esta razón, no resultaba llamativo que ellos ocuparan las instituciones que dependían del Estado y que aquellos que quedaban afuera encontraran en su crítica una manera de legitimar sus espacios de circulación. Este era el caso tanto de la revista Unidos como dela revista Los Cuadernos. Allí, se nucleaban intelectuales que, en sus intentos por refundar el proyecto ideológico e identitario del peronismo, pujaban por generar una alternativa a las visiones “hegemónicas” de los alfonsinistas.  

 

El discurso de Alfonsín, los intelectuales y la historia

La crítica hacia el vínculo gestado entre los intelectuales y el gobierno alfonsinista puede ser nuevamente rastreada en los análisis que en la Revista se realizaron sobre algunos discursos del presidente Alfonsín pronunciados en 1987.

Desde esta perspectiva, los autores emprendieron la indagación de los enunciados de Alfonsín, y las críticas se orientaron en dos sentidos: hacia su dimensión a-histórica y hacia su fuerte tinte academicista. Según ellos, ambas cuestiones ponían de manifiesto el tipo de relación que vinculaba a los intelectuales con las construcciones discursivas del Presidente.

En este sentido, González sostuvo que el discurso del Presidente era ahistórico, debido tanto a la simplificación de las teorías que enunciaba como al alejamiento que ese lenguaje político tenía con respecto al pueblo. En los artículos de Los Cuadernos, el ahistoricismo también era utilizado para referirse  a los intelectuales y a su vínculo con el primer mandatario. Según los autores de la Revista, los intelectuales alfonsinistas adhirieron a la “frontera larga”[42] que Alfonsín estableció con el pasado, refiriéndose al intento de este último de señalar el inicio de la inestabilidad política argentina en el golpe de Estado de 1930[43].

Según González, la falta de historicidad de los enunciados del Presidente se manifestaba en su referencia a los golpes de Estado. Para explicitar este punto, el autor utilizó la caracterización que Alfonsín hizo de los hechos de Semana Santa (1987). El primer mandatario sostenía que el levantamiento carapintada era un intento de golpe: “contracara del proyecto colectivo en marcha” porque “la sociedad toda ha visto a donde conducen los atajos, las desviaciones institucionales”[44].Para González, Alfonsín pecaba de reduccionista, ya que el golpismo era más que un camino breve y oportuno para llegar al mismo lugar al que se arribaría lentamente mediante el respeto de las reglas del juego. El golpismo era más que un atajo; obraba como una propuesta ideológica, en la cual se despreciaban las formas de disputas político-institucionales y se promovían consignas integralmente contrapuestas a ellas[45]. Cuando Alfonsín sostuvo: “estar en transición a la democracia significa que tenemos que superar hábitos de más de 50 años, quitarnos la costumbre de tomar atajos, de no respetar las reglas”[46],González argüía que colocaba a medio siglo de política argentina bajo el signo de la anti-institucionalidad. En la lógica del mandatario, el intento golpista del mes de abril se trataba de un “atajo”, lo cual implicaba el riesgo de quitarle potencial gravedad y peligrosidad específica respecto del hecho, asociándolo a los golpes anteriores. Finalmente, el autor concluía que resultaba impropio sostener que el ciclo político de atajos se inició con el golpe de  1930,  pues allí estaba incluido el gobierno peronista de cuño nacional- popular. Dicho gobierno merecía un juzgamiento más preciso, por tratarse de una experiencia original que combinó una legitimidad proveniente de la movilización obrera con un quiebre revolucionario en cuanto a tolerancia; entonces, de ningún modo el gobierno podía considerarlo un “atajo”[47]

De esta manera, el peronismo apareció -en el discurso de Alfonsín- asociado a la violencia crónica del sistema político, sin embargo, fue vinculado, además, al desierto de comportamientos pluralistas de los sujetos, manifiesto en la organización del movimiento que se asentó en el culto al líder y en su relación asimétrica con las masas. Según los autores de la Revista, la lógica discursiva de Alfonsín y los intelectuales del alfonsinismo llevó a concluir que la violencia no había podido revertirse porque el país había carecido de experiencias democráticas. Según Zarate, el grupo de intelectuales que negaban que el peronismo sea una experiencia democrática –se refería puntualmente a los que producían la revista Ciudad Futura- era el mismo que hablaba de la renovación peronista en tanto empresa épica: la democratización de un discurso que tenía raíces en una ideología autoritaria. [48]

De esta perspectiva alfonsinista surgió la idea de que para fundar el futuro, la democracia política debía ajustar cuentas con el pasado[49]. Según González, esto se hizo evidente en el discurso pronunciado por Alfonsín el 13 de mayo de 1987 cuando se discutía parlamentariamente el proyecto de ley de Obediencia Debida. El autor sostuvo que allí el Presidente volvió a hacer hincapié en que el pasado “quiere alcanzarnos” y en la necesidad de superar el “mesianismo pretoriano”[50]que ponía a las Fuerzas Armadas más allá de la República. González insistía en que el pasado no los “alcanzaba” si era correctamente valorado[51].

En suma, los intelectuales peronistas caracterizaron a la visión alfonsinista como ahistórica y reduccionista, ya que ubicaba al peronismo en el mismo nivel que la última dictadura militar. Los autores de Los Cuadernos no negaban que la democracia implicara aceptar una serie de procedimientos, sino que se oponían a reducirla a ellos, tal como –sostenían los integrantes de la Revistas- hacía el alfonsinismo. Según Zarate, la visión ahistórica del peronismo que ensayaba Alfonsín se frustró el 6 de septiembre de 1987 cuando dicha fuerza política triunfó en las elecciones legislativas, demostrando que no estaba por fuera de los límites de la democracia[52].

Además de la ahistoricidad del discurso presidencial, en Los Cuadernos se cuestionaba su academicismo. Según González, esta última característica se hizo evidente cuando el presidente planteó que, durante los sucesivos golpes de Estado en Argentina, “las corrientes de pensamiento” que dominaron la escena fueron “el positivismo clásico, el llamado socialismo cientificista, el idealismo historicista y el liberalismo manchesteriano” de “carácter reduccionista y determinista”[53], corrientes que, según Alfonsín, había que dejarlas de lado. Para el autor, resultaba inusual que un discurso presidencial incorpore piezas del debate sobre la historia de las ideas, propias de los ámbitos académicos. El primer problema -según González-  residía en que se establecía un nuevo hecho en la relación entre los políticos y la reflexión conceptual, en la cual se permitían deformaciones tanto por parte delos profesionales de las ciencias sociales como por parte de los políticos. En otras palabras:

En el primer caso, porque en nombre de la «decadencia de las viejas ideologías» muchas veces solo se ofrece a cambio el pobre lenguaje de las burocracias del pensamiento politológico. En el segundo caso, porque muchas veces se reemplaza la lengua viva de la política por modismos expositivos y discursivos que opacan el análisis imaginativo y franco de los problemas en nombre del prestigio grisáceo de las bibliografías de los académicos desencantados[54].

Si bien el autor valoraba positivamente la incorporación del debate ideológico en el discurso presidencial, el problema lo encontraba en los excesos, porque no consideraba correcto identificar a las teorías del pasado como inmutables.[55]

El segundo problema del academicismo -en la perspectiva de Zarate- residía en que el presidente se alejaba del pueblo. Cuando Alfonsín se refería a la oposición democracia/autoritarismo y sostenía que no se podía hablar de voto inmaduro o equivocado, esto era fácil de explicárselo a Portantiero o Cavarozzi–según Zarate- pero no al pueblo que lo votó en las anteriores elecciones. En suma, para este autor, el alfonsinismo pretendió adquirir estatus teórico vinculándose con los medios académicos y  fijó los límites a la reflexión sobre la sociedad en las producciones sobre la transición a la democracia, elaboradas por los intelectuales cercanos al gobierno.[56]

El tercer problema-según González- se encontraba en la coincidencia entre el giro más reciente de las teorías académicas sobre la relación entre democracia y teoría del conocimiento y el siguiente enunciado de Alfonsín: “la democracia debe asumir que hay certidumbres sobre las reglas de resolución de conflictos pero no sobre los resultados de los mismos”[57].González, por su parte, manifestaba que  “la incertidumbre de los resultados”[58]no era la premisa correcta para juzgar a la nómina de ideologías que el presidente quería superar, porque dicha nómina adolecía de la misma incertidumbre que Alfonsín atribuía a esas teorías. González encontraba un ejemplo de ello en el hecho de que Alfonsín se refiriera a “el llamado socialismo cientificista”, evitando llamar  la teoría por el nombre con el cual se la conocía. De este modo –según el autor-, el presidente inducía a pensar el socialismo cientificista como una doctrina con tradiciones contradictorias en su seno; de hecho el presidente –para González- recomendaba una de ellas para el presente argentino: la incertidumbre en los resultados y la afirmación de las reglas para la resolución de conflictos[59].

A manera de conclusión, en la Revista se señalaban dos cuestiones. La primera comprendía que la reflexión política presidencial quedaba en deuda con nuestro pasado, el cual merecía ser estudiado. El riesgo de no hacerlo implicaba confundir un rico período histórico con manifestaciones unívocas muy parciales identificadas con el nombre de “atajos”. La segunda residía en que su discurso resultaba insuficiente, ya que, frente a los acontecimientos de Semana Santa, no se podía eliminar las “otredades” con evitar solamente nombrarlas. En este sentido, los autores de la Revista sostenían el agotamiento del sentido de los discursos –agotamiento en tanto efecto de la crisis que ponía en aprietos a la estrategia alfonsinista- en los que se pedía a los actores responsabilidad y respeto por las reglas de juego y se anunciaba el acceso a una nueva Argentina, mediante la mera exclusión de los irracionales.

A modo de conclusión

Finalmente, parece pertinente revisar la relación entre la configuración del perfil y el rol del intelectual  formulados en Los Cuadernos y las intervenciones específicas de quienes concibieron y produjeron dicha Revista. Entonces, se señalaran cuatro cuestiones que muestran tensiones entre los objetivos de la publicación y lo logrado: el anti-institucionalismo, el antiacademicismo, la procedencia de los autores que trabajaban ciertos temas y la relación con la  política. 

En cuanto a la primera cuestión -el anti-institucionalismo-, nos referimos al postulado de la Revista en el cual se sostenía la necesidad de generar espacios de producción intelectual alternativos a la academia para sortear el enclaustramiento que suponía  seguir sus normas. Si Los Cuadernos eran ese espacio que brindaba libertades de producción a sus escritores y lectores, resulta contradictorio que el amplio espectro de artículos publicados no hayan sido escritos para ese fin, y que el destino primero fuese su aparición en un ámbito con las características que critican -una jornada o congreso o la aprobación de una materia dictada en la universidad-. Además, todos los que escribían en la Revista provenían del ámbito académico formal, ya que eran docentes o estudiantes de las altas casas de estudios.

Respecto a la segunda cuestión –el antiacademicismo-, pese a que el espacio de producción de la Revista era alternativo, en ella los discursos respondían a los ámbitos académicos por tres razones:

1)-dichos discursos apelaban al debate que se planteaba en la universidad. Si bien proponían una visión diferente a la que ellos evaluaban como dominante en los ámbitos académicos, seguían la agenda temática que ella proponía: la democracia y su consolidación, los mecanismos de participación, el Estado, los políticos, la sociedad, los intelectuales, sus múltiples relaciones con la universidad, su producción y los espacios de circulación. De este modo,  Los Cuadernos de la Comuna quedaban sujetos a la agenda temática impuesta por el círculo facultativo para el debate intelectual, ya que -como sostiene Casco[60]- sería un error analizar este período subestimando la referencia a los temas que imponen los centros de poder cultural.

2)- los escritores de la Revista invocaban a los mismos referentes teóricos que los intelectuales alfonsinistas utilizaban para reafirmar o enmarcar sus reflexiones. Nos referimos a autores como Foucault, Weber y Gramsci. Ahora bien, cuando los intelectuales de Los Cuadernos hacían uso de los conceptos elaborados por dichos autores, el anti-academicismo que pretendían se diluía. Pese a la publicación en la Revista de transcripciones literales de entrevistas realizadas a diferentes personas de Puerto Gral. San Martín, las citas que oficiaban de pretexto para esas prácticas no los acercaban a los sectores populares.

3)- la crítica a la formación de castas universitarias en Los Cuadernos se contradecía con parte del grupo de escritores que la integraban, los cuales  compartían características comunes: la pertenencia  al mundo académico o intelectual y la relevancia de sus producciones y su trayectoria dentro de él. Además, no existía un contraste pronunciado o radical entre las posturas de diferentes autores. Por tanto, ellos también constituían una “casta”, tal como le endilgaban a los intelectuales alfonsinistas. 

Lo anterior se enlaza con la tercera cuestión: la distribución de los temas. Si bien la Revista no poseía un staff y contó con el aporte de diferentes autores, la cuestión intelectual –tema central del debate de los ’80- fue trabajada mayoritariamente por su director. Es decir, había una definida intencionalidad por marcar el rumbo de “cómo debían ser los intelectuales” por parte de González.

En la cuarta cuestión se quiere destacar la relación de los integrantes de Los Cuadernos con la política. La Revista era una publicación que criticaba ampliamente a los intelectuales por la sumisión hacia los designios de los políticos, sobre todo por la defensa que hacían del gobierno de Alfonsín. De esta manera,  el intelectual no podía analizar críticamente la realidad. Sin embargo, el director de Los Cuadernos también respondía a un gobierno, el de Puerto Gral. San Martín. Este gobierno era el que financiaba el emprendimiento y contrataba a González. De hecho, el director de la publicación -en varias oportunidades- mostraba a esta comuna y a su presidente como el modelo a seguir para lograr una democracia consolidada.  Asimismo, se dedicó el número 20 de la Revista a una entrevista con Lorenzo Domínguez –intendente de Puerto Gral. San Martín-, en la cual se proponía el gobierno peronista como una opción a nivel nacional

¿Cómo explicar estas tensiones? La respuesta puede conducir hacia el lugar que pretendieron ocupar los escritores de Los Cuadernos de la Comuna en el debate intelectual. Se considera que la consigna central de los mismos consistía en no quedar por fuera de él. La circulaban por el ámbito universitario hacia que no desapareciera ese otro que constituía el sujeto de la interpelación; no había con quien discutir, ya que esa otredad se producía en ese espacio académico. Ese otro monopolizaba la construcción del sentido que se otorgaba a las concepciones fundamentales del debate político y social.  Si ellos querían posicionar al peronismo como fuerza política en la escena pública, el medio para lograrlo era mediante la utilización del mismo lenguaje y los mismos temas del alfonsinismo donde podían  proponer y legitimar una visión alternativa que no los dejara por fuera de la revalorización de la democracia y del debate intelectual. Así, al  igual que la revista Unidos, Los Cuadernos fue un proyecto destinado a obtener  la posición dominante de las ideas del peronismo en los ámbitos de discusión política y académica.

 

 

Ingresó: 09/02/14

Aceptado: 21/07/15

 

 

 

 

 

 

 

LA INTELECTUALIDAD ARGENTINA POST-DICTADURA.

EL CASO DE LOS CUADERNOS DE LA COMUNA.

 

Resumen

 

Este artículo se propone un análisis de la intelectualidad argentina después de la apertura democrática de 1983, a partir del estudio de una revista: Los Cuadernos de la Comuna. El objetivo es examinar cómo perciben su rol  intelectual y su relación con la política. Si bien se trata de una publicación  editada en un pequeño pueblo de la provincia de Santa fe, el trabajo no se centra en un estudio local. Las perspectivas de la revista son contextualizadas en el debate intelectual de la época. Con esto se hace referencia a que tanto su director, Horacio González, como parte de los autores de la Revista adhieren  al peronismo renovador y pertenecen a  la Revista Unidos que se enfrentan a las posturas de los intelectuales  alfonsinistas.

 

Palabras claves

Transición democrática – Intelectuales – política - ciencias sociales-  alfonsinismo

 

THE POST-DICTATORSHIP ARGENTINE INTELLECTUALITY.

THE CASE OF LOS CUADERNOS DE LA COMMUNA.

 

Abstract

 

This article proposes an analysis of the Argentine intellectuality after the beginning of democracy in 1983, from the research made by the magazine: Los Cuadernos de la Comuna.  Its aim is to examine how the intellectual role is seen and how it is related to politics. Although it is about a work published in a small town in the Province of Santa Fe, the analysis is not focused on a local research. The magazine perspectives are contextualized in the intellectual debate of the period. It refers that not only its editor, Horacio González, but also some of the magazine authors agree with the restorer Peronism and belong to the magazine Unidos that confront the Alfonsinist intellectuals’ points of view.

Key words

Democratic transition – intellectuals – politics – social sciences - Alfonsinism

 



[1]Profesora y Licenciada en Historia, Universidad Nacional de Rosario (UNR). Adscripta a la cátedra Historia de Argentina III, UNR. sofiatrombetta@hotmail.com

[2]Referencias extraídas de una entrevista realizada por Horacio González a Lorenzo Domínguez disponible en el Archivo Privado de Juan Manuel Núñez (En adelante APN), Los Cuadernos de la Comuna (En adelante C.C.), Nº 20, Ed. Fondo Editorial Comunal, Puerto General San Martín, s/d, p. 5-25.

[3]Lesgart, Cecilia, “El tránsito teórico de la izquierda intelectual” en Usos de la transición a la democracia. Ensayo, ciencia y política en la década del ’80, Ed. Homo Sapiens, Rosario, 2003, p. 181.

[4]Estos intelectuales se agrupaban en el Club de Cultura Socialista (1984) y, en su revista, La Ciudad Futura (1986). Ambas empresas culturales tuvieron un fuerte vínculo con el gobierno alfonsinista y se transformaron en los lugares privilegiados del debate de la cuestión democrática. Además, pertenecían al denominado Grupo Esmeralda, espacio de intercambio entre el Raúl Alfonsín y los intelectuales, quienes elaboraban parte de sus discursos.

[5] Casco, José María, “Política y cultura en la transición democrática. Un análisis del mundo cultural argentino a través de la revista Controversia”, ponencia presentada en las III Jornadas de Jóvenes Investigadores, Instituto de Investigaciones “Gino Germani”, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 2005, p. 2

[6]Lesgart, Cecilia, 2003, Ob. Cit.

[7]Véase: Brachetta, M. Teresa, “Refundar el peronismo. La revista Unidos y el debate político ideológico en la transición democrática” Tesis FLACSO, Mendoza, 2005. Garategaray, Martina, “UNIDOS en la identidad peronista. La revista Unidos entre el legado nacional popular y la democracia liberal (1983-1991)”, tesis de Maestría, Universidad Torcuato Di Tella, Buenos Aires, 2009. Escher, Federico, “La imposibilidad hegemónica: la revista Unidos frente a la interna peronista durante la transición democrática en la Argentina (1983-1985)” ponencia presentada en las III Jornadas de Jóvenes Investigadores, Instituto de Investigaciones “Gino Germani”, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, 2005.

[8]Garategaray, Martina, 2009,Ob. Cit. p. 9

[9] De Diego, “La pos-dictadura: el campo intelectual” en ¿Quién de nosotros escribirá el Facundo? Intelectuales y escritores en la Argentina (1970-1986), Ed. Al margen, La Plata, 2007, p. 202.

[10]Rouquie, Alain, Autoritarismos y democracia. Estudios de política argentina, Ed. Edical, Buenos Aires, 1994, p. 388-405.

[11] APN, C.C. Nº 4, González, Horacio, “A modo de prologo”, Ed. Fondo Editorial Comunal, Puerto General San Martín, s/d, pp. 5-6. APN, C.C. Nº 10 González, Horacio, “A modo de prologo”, Ed. Fondo Editorial Comunal, Puerto General San Martín, mayo de 1988, pp. 3-5. APN, C.C. Nº 26 González, Horacio, “A modo de prologo. Para una sociología de la voz”, Ed. Fondo Editorial Comunal, Puerto General San Martín, julio de 1990, p. 3-8. APN, C.C. Nº 10 Villanueva, Ernesto, “Post-modernismo, intelectualidad y autocensura”, Ed. Fondo Editorial Comunal, Puerto General San Martín, mayo de 1988, pp. 6-7. Del autor: Profesor de la Universidad de Buenos Aires y director del DONAC.

[12] González, Horacio,1988,Ob. Cit., p. 3.

[13]González, Horacio, 1988, Ob. Cit., p. 3-5

[14] Villanueva, Ernesto, mayo de 1988,Ob. Cit., p. 7.

[15]Villanueva, Ernesto, 1988, Ob. Cit., p. 7

[16] Nos referimos al Congreso Nacional de Filosofía y Ciencias Sociales realizado en Puerto General San Martín en 1986, “Los días de la Comuna. Filosofando a orillas del río”.  Sobre el Congreso perduran las actas compiladas por Horacio González y editadas en 1987.

[17] González, Horacio, Los días de la Comuna. Filosofando a orillas del rio, Actas del Congreso nacional de Filosofía y Ciencias sociales, Ed. Puntosur, Puerto General San Martin, 1986, p. 174.

[18]Nuñez, Juan Manuel, “La Ciudad Futura: en búsqueda de un socialismo democrático”, ponencia presentada en Jornadas Internacionales José Aricó, Córdoba, 2011, p. 10.

[19]Villanueva, Ernesto,1988, Ob. Cit., p. 7.

[20]González, Horacio, s/d, Ob. Cit.,p. 5.

[21]González, Horacio, s/d, Ob. Cit., p. 5

[22] González, Horacio, 1990, Ob. Cit., p. 3-8

[23]Sarlo, Beatriz, “Intelectuales ¿escisión o mimesis?”, en Punto de Vista, Nº 25, Buenos Aires, 1985, p. 1-6

[24]Sarlo, Beatriz, 1985, Ob. Cit.,p. 6.

[25]Brachetta, M. Teresa, 2005, Ob. Cit., p. 12-13

[26]Sarlo, Beatriz, 1985, Ob. Cit., pp. 1-6. Altamirano, Carlos, “Régimen autoritario y disidencia intelectual: la experiencia Argentina” en Quiroga, Hugo y Tcach, César (Comp), A veinte años del golpe: con memoria democrática, Ed. Homo Sapiens, Rosario, 1996, pp. 63Punto de vista, Nº 28, Buenos Aires, 1986, p. 59-66.

[27]APN, C.C. Nº 15, Emiliozzi, Sergio, “Un perfil profesional de las ciencias sociales, Ed. Fondo Editorial Comunal, Puerto General San Martín, s/d, p. 33-34. Del autor: Estudiante avanzado de la carrera de Ciencias Políticas.

[28] APN, C.C. Nº 15, Ferrer Toro, Cristian,El enemigo del Rey. Breve apología de la transgresión intelectual”, Ed. Fondo Editorial Comunal, Puerto General San Martín, s/d, p. 17. Del autor: Estudiante avanzado de la carrera de Ciencias Políticas.

[29] APN, C.C. Nº 24, Ferrer, Cristian, “Parcas. Sociología de la muerte o muerte de la sociología”, Ed. Fondo Editorial Comunal, Puerto General San Martín, marzo de 1990, p. 9.

[30] APN, C.C. Nº 26, Torres, Helena, Godoy, Ariel, Fernández,  Darío y Decándido, Claudia, “En busca del Puerto perdido”,  Ed. Fondo Editorial Comunal, Puerto General San Martín, julio 1990, p. 10.

[31]Emiliozzi, Sergio, S/D,Ob. Cit.,p. 34.

[32]APN, C.C. Nº 15, Rinesi, Eduardo, Ciencias Sociales: apuntes para una discusión”, Ed. Fondo Editorial Comunal, Puerto General San Martín, s/d, 9-16.

[33] APN, C.C. Nº 11, González, Horacio, “A modo de prologo. Fragmentos del discurso universitario”, Ed. Fondo Editorial Comunal, Puerto General San Martín, s/d, p. 3.

[34] González, Horacio, julio de 1990,Ob. Cit., p. 5.

[35]González, Horacio, julio de 1990. Ob. Cit., p. 3-8

[36]APN, C.C. Nº 15, Scarfó, Daniel, “No me caguen, muchachos”, Ed. Fondo Editorial Comunal, Puerto General San Martín, S/D, p. 20. Del autor: Estudiante avanzado de la carrera de Ciencias Políticas

[37]Scarfó, Daniel, S/D, Ob.Cit., p. 20-21

[38] Torres, Helena, Godoy, Ariel,Fernández,  Darío y Decándido, julio 1990, Ob. Cit., 9-26

[39]Scarfó, Daniel, S/D,Ob. Cit., p. 21.

[40] APN, C.C. Nº 5, González, Horacio, “Lenguajes amoroso y vida popular (a manera de prologo)” Ed. Fondo Editorial Comunal, Puerto General San Martín, s/d, p. 4-8. 

[41]Rinesi, Eduardo, S/D, Ob. Cit., p. 11. 

[42]Aboy Carles, Gerardo, “Parque Norte o la doble ruptura alfonsinista” en La historia reciente. Argentina en democracia, Novaro, Marcos y Palermo, Vicente (Comps.), Ed. Edhasa, Buenos Aires, 2004, p. 35-50

[43]APN, C.C. Nº1, González, Horacio, “El discurso presidencial y la crisis argentina”, Ed. Fondo Editorial Comunal, Puerto General San Martín, junio de 1987, p. 5-15.

[44]Discurso pronunciado por Alfonsín el 1° de mayo de 1987 citado en González, Horacio, junio de 1987, Ob. Cit.,p. 7.

[45] González, Horacio, 1987, Ob. Cit., p. 5-15

[46]Discurso pronunciado por Alfonsín el 1° de mayo de 1987 citado en González, Horacio, junio de 1987, Ob. Cit.,p. 7.

[47]González, Horacio, 1987, Ob. Cit., p. 5-15

[48]APN, C.C. Nº 6, Zarate, Rubén, “Las tensiones del discurso”, Ed. Fondo Editorial Comunal, Puerto General San Martín, s/d, p. 4-14.

[49]Lesgart, Cecilia, 2003, Ob. Cit. p. 80-84

[50]Discurso pronunciado por Alfonsín el 1° de mayo de 1987 citado en González, Horacio, 1987, Ob. Cit.,p. 7.

[51] González, Horacio, 1987, Ob.Cit., p. 5-15

[52]Zarate, Rubén, S/D, Ob. Cit. p. 4-14

[53]Discurso pronunciado por Alfonsín el 1°de mayo de 1987 citado en González, Horacio, 1987, Ob. Cit.,p. 9.

[54] González, Horacio, 1987,Ob. Cit. p. 9.

[55]González, Horacio, 1987, Ob. Cit., p. 5-15

[56]Zarate, Rubén, S/D, Ob. Cit., p. 4-14

[57]Discurso pronunciado por Alfonsín el 1°de mayo  de 1987 citado en González, Horacio, 1987, Ob. Cit., p. 9.

[58]González, Horacio, 1987, Ob. Cit. p. 9.

[59]González, Horacio, 1987, Ob. Cit., p. 5-15

[60] Casco, José María, 2005, Ob. Cit. p. 8-9.