ARQUEOLOGÍA
PÚBLICA EN ARGENTINA, HISTORIAS TENDENCIAS Y DESAFÍOS EN LA CONSTRUCCIÓN DE UN
CAMPO DISCIPLINAR
Mariana
Fabra, Mónica Montenegro y Mariela Eleonora Zabala (comps.)
Editorial
de la Universidad Nacional de Jujuy, 2015, 200 páginas
La palabra “extensionismo” y la profesión-vocación de “extensionista”
está casi en todas las ciencias como derivación profesional. Pero no estaba
instrumentada en las Ciencias Antropológicas, mucho menos en su rama histórica
que es la Arqueología.
Tímidamente avanzó este perfil profesional, sobre todo
con obras emanadas de universidades centrales del Primer Mundo, que les dieron
fuerza y seguridad a los arqueólogos/ arqueólogas argentinos recibidos en las
tantas carreras diseminadas por el país. No hablo de los profesionales
dedicados a lo social, que desde hace más tiempo se sentían avalados por campos
disciplinares denominados “antropología aplicada”, “antropología social” y otros
motes, dando cobertura al problema del contacto del pueblo con la ciencia pura.
El arqueólogo argentino, principalmente a partir del
nuevo constitucionalismo y legislaciones en pro del aborigen, se sentía
desposeído de un objeto claro y definido en su actuar. Distintos vientos
soplaban según las regiones en que le tocaba actuar, sean leves brisas
descalificadoras surgidas de reclamos débiles de los legítimos dueños del patrimonio,
sean ráfagas potentes que los descolocaban en esto de “hacer ciencia”.
Muchos se refugiaron en la catalogación museológica o
entraron en el asesoramiento a comunidades que tenían fines lindantes con el
turismo, las exhibiciones, los parques y reservas, etcétera. Pero no estaba
solucionada la cuestión de base: la legitimación total de su accionar, aun
cuando su presencia en los lugares patrimoniales estuviese avalada por
Universidades, Consejos de Investigación y/o Academias.
De los países vecinos llegaban ecos de las
dificultades a nivel de avales y permisos que debían cubrir los equipos
extranjeros que venían a explorar. Avales que por otro lado se solicitaban en
las capitales y/o centros de poder político, siendo muy distinta la realidad
para el investigador cuando tomaba contacto con la masa nativa en los trabajos
de campo: arribados a las comunidades se les pedía “una devolución”.
En Argentina este desfasaje se materializó finalizando
el siglo XX y se tornó irreversible la consulta popular al momento de “meter
mano” en el métier. Un factor determinante lo fue la
incongruencia de las leyes provinciales de patrimonio con las nacionales, la
baja instrumentación de todas las leyes, la falta de reglamentación de las mismas,
el vaivén político de los organismos de contralor y gestión. ¿Y porque no?: la
poca claridad en la definición de lo que se entendía por patrimonio.
La materia que existía en casi todas las Carreras de
Antropología, para formar al arqueólogo, que se llamaba (y llama) Técnicas de
Investigación en Arqueología, se tornó perfectible. Ahora, a partir de la incorporación
de bibliografía como la de Atalay (2008), Blakey (2008), Mac David (2002) por
solo nombrar pilares internacionales de la “arqueología pública”, la
capacitación para el tan central tema del “trabajo de campo” (o sea la práctica
profesional que existe en toda profesión liberal), toma otro rostro.
Y no está dicha la última palabra sobre qué sesgo debe
darse al tema. Según las regiones, según las problemáticas patrimoniales
particulares, según experiencias previas traumáticas o exitosas, según la
psicología de cada grupo, la arqueología para el
público (en realidad debería llamarse así en vez de “arqueología
pública”) podrá desplegarse y florecer. Y a futuro traer unos frutos
inesperados en cada uno de los actores: el investigador, el funcionario, el
ambientalista, el campesino atado a su terruño, la escuela local.
Respecto al libro que se comenta, se percibe un fuerte
impulso emanado de la Universidad Nacional de Córdoba, del momento que quien
prologa la obra es la colega Mirta Bonnin, a cargo del Museo de Antropología de
la Facultad de Humanidades de dicha Universidad. La Universidad de Córdoba, a la
vez es pionera en esto de sustentar un Programa de Arqueología Pública que por
detentar un propósito extensionista precisamente depende tanto del museo citado
como de la Secretaría de Extensión Universitaria de la Facultad de Filosofía y
Humanidades.
Con lo antedicho queda claro que el grupo de Córdoba
dio un importante paso en esto de “sincerar” la necesidad de hacer devoluciones
a la comunidad en la práctica profesional. Si se recorre el libro en sus
distintos artículos se percibe que tampoco son exclusivamente arqueólogos-
antropólogos quienes asumieron el reto. Hay Comunicadores Sociales (M. E
Conforti), Abogados (M.L. Endere), Líderes comunitarios (F. Huilinao),
sobrevolando en todos ellos y en los restantes (M.Fabra, M. Zabala, C. Mariano,
V. Pedrotta, M.G. Chaparro, M. Mariano, M.J. Laurenz, S. Cornero, P. del Río,
S. Nauelquir, C. Huilinao, R. Guichón, M.S. Caracotche, P. García Laborde, B.
Manasse, P.S. Ramundo, M. Montenegro, M.E. Aparicio, C. Otero, M.C. Rivolta)
una profunda y desembozada voluntad educadora.
Por razones de compaginación y lógica geográfica los
aportes que hacen a Jujuy, se agrupan en los tres artículos finales, en los que
hacen sus aportes las cinco últimas profesionales nombradas, algunas con
profunda experiencia dirigencial como la Dra. María Clara Rivolta. En su trabajo
con Clarisa Otero toma el tema de un lugar que fue usado patrimonialmente desde
buen tiempo atrás, al punto que otras ruinas emblemáticas de la región
desearían alcanzar ese status de punto de visita obligada. Me refiero al Pucara
de Tilcara y su complejo Universitario. Las autoras realizan una buena revisión
histórica que sobrevuela todo el siglo XX, utilizando materiales de archivo.
Paola Ramundo vuelve sobre la Quebrada de Humahuaca,
más precisamente a la zona de sus nacientes caracterizada como La Cueva. En su
aporte se percata que un buen trabajo de equipo la respalda, existiendo canales
interdisciplinares que enriquecen su accionar de “devolver” a la comunidad de
La Cueva, los saberes sobre su pasado, a la vez que restañar el salvaje huaqueo
a que por muchos años se sometió a es te vallecito.
Mónica Montenegro y M.E. Aparicio son voluntaristas en
esto de instalar la “arqueología pública” en la Provincia de Jujuy y saldar la
deuda que desde la Universidad local existe: no se forma a los nuevos
profesionales en ningún tipo de extensionismo. Tampoco se los capacita para un
mínimo buen desempeño en museología y/o interacción con el operar turística en el territorio.
Educadoras de alma, las citadas colegas tienen mucho por dar en relación la
deuda mencionada.
Montenegro, Aparicio y Fabra (es decir Universidad Nacional
de Jujuy por un lado y Universidad Nacional de Córdoba por otro) son las que
encaran el segundo prólogo que lleva este libro. Allí se explica su génesis,
quedando claro que entrando a la Editorial de la primera Universidad citada, la
fuerza puesta por las dos primeras fue muy grande. Tal vez, hoy, la Editorial
de la Universidad Nacional de Jujuy, con este libro, pueda vanagloriarse de
haber producido el primer manual de síntesis, y/o libro de cabecera y de
lectura obligada, en relación al nuevo campo disciplinar: la arqueología
pública.
Campo que por estar tironeado entre las políticas
nacionales de estado y las realidades provinciales, ello al menos en Argentina,
queda relegado o es visto con desconfianza.
Fernández
Distel, Alicia Ana
Espacio
de Arte Nicasio Fernández Mar, Alberro 223
Tilcara,
Jujuy, Argentina (4624)