“EL SEÑOR
DE LA SERPIENTE”, SIMBOLOGÍA DE LOS PETROGLIFOS DEL CERRO DE LA ESCUELITA VIEJA
DE POTRERO DE PAYOGASTA
Mariano Cornejo,
Fundación
Grupo El Abra, Mundo Gráfico,
Salta, 170
páginas.
En
general pasan varios años entre una y otra producción semejante a ésta. Es que
los autores eluden comprometerse en interpretaciones globales, en monografías
exhaustivas, o directamente en libros dedicados a un sitio de arte rupestre en
especial. Máxime cuando el exponente se halla dentro de un área muy estudiada, ya
interpretada por autoridades de la arqueología nacional e internacional. En
este caso los argentinos A.R. González, R. Raffino, J.A. Pérez Gollán, J. Schobinger, M.C. Ceruti, L. Navamuel de Figueroa, C. Vitry y muchos otros.
Siempre en referencia al valle Calchaquí y a la Cultura homónima en su
prolongación hasta el Incanato.
El
arte rupestre o parietal goza, además, de mala estrella, sobre todo cuando se pretende
ir más allá del dibujo en sí y penetrar en campos de la fe o del inconsciente.
Mucho más riesgoso para el tratadista, es todavía intentar de enfrentar un
lugar con muchas representaciones, grabadas en una roca dura que no dio
posibilidad al hombre antiguo de retocar, mejorar, completar. El Cerro de la Escuelita
Vieja de Potrero de Payogasta, es lo mismo que decir “colina
kawsany”.
Si bien está en un ramal secundario, relacionado con la Ruta Nacional 40, por
allí se circula mucho; ello, sin poner atención a los innumerables dibujitos (en
general son pequeños) repartidos por la ladera y en la cumbre de un cerrito. En
rocas fijas y sueltas, algunas removidas de su posición original y con severos
agrietamientos.
Como
reseñador, lo primero que se tiende a hacer al enfocar un libro así, es buscar
las tablas, con sus respectivos casilleros aclarando: roca, faz, orientación,
relaciones próximas, medidas, observaciones de superposición, etc… Tal no es el
proceder de Mariano Cornejo. Doctor en Arte, con muchos otros títulos
relacionados, de Argentina y España, su preocupación es documentar lo sobresaliente
que hay en la colina, con fotos y dibujos propios (“reconstrucciones”). Luego
establecer correlaciones entre los paneles. Estos responden al Periodo de Desarrollo
Regional o Calchaquí, y su temática gira en torno a la preocupación por obtener
agua y lograr una óptima reproducción del ganado de llamas. Eso al menos es “lo
que dice” (“asépticamente”) la contemplación de esos dibujos. El autor pretende
superar esa “actitud tecnicista”, con una llegada más
profunda, intentando alcanzar “lo que me dicen”, es decir la emoción, el
sentimiento, quizás hasta lograr la visión totalizadora del artista del pasado.
En
esa captación totalizadora, figura la naturaleza como pivote de todo y dos
animales tienen preponderancia: la serpiente y el ñandú o suri
como los seres que hay que propiciar. De allí el título del libro, ilustrado el
personaje en la tapa de la obra: un hombrecillo con sus brazos prolongados en
serpiente que sería nada menos que la llamada Amaru.
Luego están los camélidos incorporados a unidades temáticas, relatos, microescenas, composiciones. Estos cuatro sinónimos se
despliegan a lo largo de la obra, mostrando que en Potrero de Payogasta una figura aislada, es cosa rara.
Innumerables
camélidos aparecen paciendo, pariendo, copulando, en caravana. La figura humana
es escasa y de factura aniñada. Lo relativo al puma y al jaguar, también está
presente, pero más bien como la deidad temible, que pone en riesgo la
multiplicación del ganado.
Tesmóforos los hay, según Cornejo. Los clasifica también de
Chamanes o Brujos, justamente con sus atuendos felínicos
y tal vez con estados alterados de conciencia. El tema del agua conduce a la
necesidad de representar cascadas, lagunas, caminos, en suma, diseñar pequeñas
maquetas. Lo anterior son sólo “posibles lecturas”, son “miradas”, riesgos que
él asume.
El
aislamiento formal con el mundo presente o el heredado de Europa, hace que mucho
continúe en el misterio interpretativo. Como artista, él entiende que sólo puede
llegar a describir en parte la organización de ideas del hombre antiguo, captar
levemente la gramática de los petroglifos. Esa gramática, aparentemente cubrió
un lapso largo de tiempo, pues al haber superposiciones, éstas siguen el mismo “relato”.
Siempre realizada con la técnica del picado en línea (las víboras, los suris,
los hombres) y/ o con palotes (los camélidos). Respecto a la figura humana
encuentra una de perfil (abigarrada en sus detalles) y una de frente, muy
simplificada.
Cuando
llega la época del contacto con el español se introduce el picado lleno:
algunos camélidos logrados con palotes son reciclados para oficiar como
caballos. También hay caballos claramente representados. Nada en el sitio alude
al cristianismo.
Ello
porque el Cerro o colina Kawsany fue
por largo tiempo una HUACA. La
relación con lo Inca entiende Cornejo que debe haberse dado como en el Cerro
Chuscha el Llulllaillaco y tantas otras montañas. El
entiende que la bajada del camino Inca desde las alturas del Acay y la Puna salto-jujeña, al Valle se verificó por allí.
Muy
buena fotografía B/N, puesta mayormente en positivo, pero a veces también
cotejada con su negativo y las mencionadas “reconstrucciones “, en las que
vuelca sus dotes de artista plástico, dan resalte al libro. La zona, en un
perímetro amplio, es mostrada también satelitalmente.
Una
bibliografía amplia muestra un contrapeso entre las fuentes con información
arqueológica y las relacionadas con la estética, la filosofía, la historia del
arte universal.
Fernández Distel, Alicia Ana
Espacio de
Arte Nicasio Fernández Mar, Alberro 223
Tilcara,
Jujuy, Argentina (4624)