MUJERES, BENEFICENCIA Y RELIGIOSIDAD. UN
ESTUDIO DE CASO. SALTA, SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX. (1864-1895).
Victor Enrique Quinteros*
Introducción
Durante el transcurso de la segunda mitad del siglo
XIX, el proyecto de construcción de un Estado Nacional en clave republicana les
aguardó a las mujeres de elite un rol protagónico en el ejercicio de la
beneficencia pública y la educación de los futuros ciudadanos. La iglesia, por
su parte, inmersa también en un proceso de institucionalización, y en el marco
de un contexto que percibía adverso y secularizante, depositó en ellas las esperanzas de su empresa de
recristianización social orientada a defender las prerrogativas sociales del
catolicismo, reencauzar los pasos de aquellos extraviados por el
ir/racionalismo y la impiedad moderna, y consolidar el fundamento
religioso/trascendental de las nuevas políticas sociales. De esta manera, como
“madres republicanas”, “ángeles de la caridad” y miembros de nuevo laicado
decimonónico, estas mujeres asumieron nuevas funciones políticas integradas en
los programas de gobierno de los cuerpos y las almas, propiciatorias de
novedosos canales de irrupción en el espacio público, por medio de los cuales
trascendieron las fronteras del hogar para proyectarse en los templos,
hospitales, asilos y escuelas de primeras letras, donde debían poner en
práctica las virtudes morales y los sentimientos religiosos que a las de su
género y grupo se les confería. En la ciudad de Salta esta proyección femenina
se sustentó en un número creciente de asociaciones laicas con fines benéficos y
religiosos, a través de las cuales sus
miembros se configuraron como un colectivo cuyas facultades específicas se
fueron definiendo en correspondencia a una nueva articulación relacional
decimonónica entre autoridades políticas y eclesiásticas locales, y en el
proceso mismo de la paulatina conformación de la beneficencia como un campo de
poder.
Las nuevas atribuciones políticas, benéficas y religiosas
de las mujeres de la elite local se fundamentaron, en el siglo XIX, en una
imagen de mujer que se definió particularmente por la exacerbación pública de
sus funciones y virtudes maternales, vinculando intrínsecamente el cuidado de
“los suyos” con el de la humanidad doliente, y por la atribución de un marcado
sentimiento religioso que dotaba de sentido dicha labor. Abonando tales
representaciones, en el periodo comprendido entre 1864 y 1900, las matronas de
la ciudad fundaron numerosas asociaciones de carácter religioso a través de las
cuales combinaron su consagración cultual con la civilizatoria misión
encomendada al bello sexo de cuidar a los enfermos y desvalidos, regenerar
moralmente a vagos y malentretenidos, y educar
a los huérfanos.
El
objetivo del presente trabajo es reconstruir la experiencia asociativa de una
de estas mujeres de elite local, Rosa Barrenechea de Ojeda, durante la segunda
mitad del siglo XIX, a fin de; a) caracterizar las actividades sociales,
cultuales, y benéficas que ella, como
otras mujeres de su grupo, desarrollaron; b) desentrañar el entretejido institucional
en el que dichas labores se enmarcaron; c) y analizar el uso de sus capitales
relacionales en el cumplimiento de los
objetivos planteados grupalmente. Este
abordaje, desde una perspectiva de género y de clase, nos permitirá comprender la funcionalidad de
las prácticas benéficas de las mujeres decentes
respecto a los intereses sociales y
económicos de su grupo de pertenencia, su rol como intermediarias entre los
programas de gobierno elaborados por las autoridades civiles y eclesiásticas locales,
y la particularidad de su intervención en el espacio público al margen de las
instancias formales de delegación y representación.
Sobre las
prácticas asociativas femeninas decimonónicas, existe ya una amplia producción
académica de carácter nacional. En líneas generales, estas investigaciones,
particularmente prolíficas para el caso de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y
Tucumán, han subrayado; las diferentes formas de inserción pública de las
mujeres en espacios que, aun cuando vinculados al recinto domestico y/o a sus
roles tradicionales, auspiciaron nuevas instancias de participación ciudadana; la
naturaleza de los vínculos que desde allí fraguaron respecto a otros actores
sociales y agentes institucionales; el fundamento ético de su accionar; y la
compleja articulación que tales experiencias asociativas propiciaron entre la
esfera pública y la privada [1].
Estas problemáticas, sin embargo, no han sido abordadas de manera sistemática para
el espacio salteño. Solo algunos pocos trabajos las han contemplado, aunque,
generalmente, más preocupados por el análisis de los modernos dispositivos de
control y gobierno que por un específico interés por la sociabilidad femenina
moderna[2].
Estado e Iglesia. Salta, segunda mitad del siglo XIX
En el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX el
tratamiento de la pobreza, la mendicidad y la orfandad propició una nueva
instancia de articulación entre las autoridades civiles y eclesiásticas locales
en el marco de un moderno proceso de reconfiguración de sus relaciones
institucionales[3].
Amén de los conflictos que se suscitaron entre ambos poderes, entre otras
cuestiones por la definición de las prerrogativas que comportaba el derecho de
patronato y vicepatronato, la recurrente
negativa del clero a colaborar con las solicitudes de las nuevas reparticiones
públicas y la oleada de medidas laicas que se instrumentaron en la década de
1880, la elite dirigente no prescindió de los servicios de los padres de la
Iglesia; por el contrario, en reconocimiento de la ascendencia de su influjo
sobre las conciencias de la feligresía, les atribuyó nuevas obligaciones
políticas y civilizatorias orientadas a interiorizar y apuntalar, en los
ciudadanos de la naciente nación, el respeto por las modernas virtudes cívicas,
y garantizar, a través de la pedagogía disciplinatoria de los principios
religiosos, la producción y reproducción del orden social[4].
Para los agentes eclesiásticos, esta comprensión en el proyecto político
republicano les valió la oportunidad de
perpetuar su injerencia en la vida pública local, pues en cumplimiento de sus
nuevas atribuciones políticas, aprovecharon estratégicamente los márgenes de
acción conferidos para defender las prerrogativas de su dogma en los programas de gobierno, legitimar sus
competencias en la definición de la beneficencia moderna y, emprender, ya avanzado el siglo
XIX, y en correspondencia con los designios de la Santa Sede, su proyecto
de recristianización social.
Las asociaciones femeninas con fines benéficos/religiosos
que se constituyeron a partir de la década de 1860, y de forma más prolífica en
los lustros siguientes, tomaron parte activa en este entramado relacional,
vinculando las exigencias políticas de ambos poderes en proceso de
institucionalización. A través de ellas, las mujeres de elite se proyectaron en
el espacio público como madres de los desamparados, traspolando, en simultáneo,
los mecanismo de control que perpetuaban las relaciones serviles fraguadas en
el seno de sus hogares y unidades productivas a las más diversas instituciones
tutelares que se encargaron de dirigir y administrar en el periodo. Desde estos
establecimientos (hospitales, asilos, casas correccionales, escuelas de 1º
letras, etc.) se propusieron llevar adelante la empresa de moralización y
disciplinamiento de los sectores populares, por medio de un programa
fundamentado en la instrucción religiosa[5]
y en una estricta pedagogía laboral[6].
Fue también a partir de sus experiencias asociativas que las matronas locales
asumieron un renovado compromiso con el culto religioso y su expresión pública. Avanzado el siglo
XIX, apostolados y cofradías
experimentaron un revitalizado dinamismo auspiciado por una membrecía
principalmente femenina que, costeó con sus limosnas y contribuciones
extraordinarias los gastos de las jornadas festivas y, que convirtió las calles de la ciudad en el escenario sagrado y natural de sus procesiones y
comuniones. En un contexto que a los ojos de las autoridades eclesiásticas y
sus defensores se percibía adverso y amenazante, tales manifestaciones debieron
constituir el testimonio firme de una fe
vivida y sentida por un laicado militante[7].
La gestación de este moderno movimiento asociativo
religiosos/benéfico, signado por un relevante componente de género, cobró
impulso por la representación pública de una mujer definida por su religiosidad
y su natural inclinación al cuidado de los desvalidos. Tanto para los agentes
eclesiásticos como para los grupos dirigentes, fueron las mujeres de elite en
posesión de dichas virtudes, las principales responsables de ejecutar las
diversas labores sociales comprendidas en sus respectivos programas de gobierno
tendientes a educar/civilizar, moralizar/disciplinar, curar/salvar a aquella
porción de la sociedad más expuesta a los peligros de los enfermedades
corporales y espirituales. Religiosidad, caridad, obediencia, abnegación y
sensibilidad definieron entonces la moral decimonónica de una mujer que debía
contribuir tanto al progreso de la naciente Nación y como al de la Iglesia de
Dios[8].
Un estudio de caso, Rosa Barrenechea de Ojeda
El 21 de noviembre del año de 1864, un nutrido grupo
de mujeres restablecía, en la ciudad de Salta, la Sociedad de Beneficencia[9]
a los fines de cumplir con la misión encomendada al
sexo femenino de promover el alivio de
los desgraciados que sufren en el lecho del dolor y que necesitan el amparo de
la caridad y la benevolencia[10], y de educar moral y
religiosamente a las niñas huérfanas y desvalidas[11].
Algunas de estas mismas, por aquel entonces, conformaban también las cofradías
religiosas Esclavitud del Santísimo Sacramento y Nuestra Señora del Rosario con
asiento en la Iglesia catedral, que desde décadas anteriores experimentaban una
progresiva feminización de sus filas. Quienes promovieron estos espacios de
acción cultual y benéfica, y que años después dieron vida a nuevas experiencias
asociativas orientadas, en líneas generales, a los mismos fines, fueron
principalmente las madres, esposas e hijas de las más importantes figuras del
ámbito político y económico local, gobernadores, ministros, miembros de la Sala
de Representantes, y acaudalados comerciantes y propietarios de tierra. Rosa
Barrenechea de Ojeda fue una de estas mujeres, que por sus mandatos de clase y
género, y a través de las asociaciones que conformó, incursionó en el espacio
público con nuevas funciones políticas.
Hija de Diego Barrenechea (natural de Potosí, Teniente
Coronel de las milicias güemesianas y Gobernador de la Rioja entre 1817 y 1820)
y de Laurencia Brun, nació
en la ciudad de Salta el año de 1825. Fue su madrina Rudecinda Saravia Tineo de
Ormaechea, hija del hacendado y también militar Pedro José Saravia Arias
Velázquez, miembro de una de las principales familias beneméritas salteñas y gobernador
delegado de la provincia en el año de 1827. Los auspiciosos vínculos que se
formalizaron en su bautismo y el prestigio que le confirió los servicios que su
padre había prestado a la causa de la independencia[12]
se reforzaron, avanzado el tiempo, por su enlace matrimonial, en el año de
1844, con Atanasio Ojeda, quien a pesar de no pertenecer a una de las familias
más conspicuas, había logrado encumbrarse económicamente por el éxito de sus
operaciones comerciales integradas en la red mercantil desplegada por la casa
Comercial de los Tezanos Pinto que vinculaba Salta, Valparaíso, Sucre, La Paz y
Potosí[13].
Como otros miembros de la elite, el
matrimonio con sus hijos se instaló en una morada urbana situada en las
inmediaciones de la plaza principal, en la parte sur del edificio del viejo cabildo de la ciudad, en cuya
construcción se hallaban invertidos casi la totalidad de los $22.211 (moneda
boliviana) de capital líquido que ella había heredado de su padre[14].
Si bien Atanasio no tuvo una destacada participación política en el escenario
local[15],
su pertenencia al grupo de los notables,
amén de su prosperidad económica, se reforzó por los vínculos sociales que
formalizó a través de la elección de los padrinos de bautismo de sus hijos[16]
y por su participación en los espacios de sociabilidad de mayor prestigio, como
el Club 20 de Febrero del cual fue socio fundador[17].
Por la naturaleza de su oficio, Atanasio debió
ausentarse en reiteradas oportunidades de la ciudad, quedando su cónyuge al
frente de los negocios[18].
Estos márgenes de gestión patrimonial de
los que Rosa gozaba entonces, se ampliaron de forma considerable tras la muerte
de aquel en el año de 1865. A partir de este momento será la principal
responsable de la reproducción de sus bienes materiales y simbólicos, y de la de sus hijos menores. En esta labor, y al igual que algunas otras
mujeres de la elite local, invirtió parte de sus recursos en operaciones
crediticias, alcanzando su capital circulante un importe superior a los $15.000
(moneda boliviana) en el año de 1877[19]. Si bien dicha cifra no representó una
prolífica actividad financiera, ni la especialización de Rosa como acreedora,
estas transacciones le permitieron reforzar los lazos que la ligaban a otros
miembros de su grupo social[20].
Fue también su estado de viudez, en parte, lo que le permitió durante el
periodo comprendido entre 1865 y 1886, asumir, en cada una de las asociaciones
que conformó, diversos oficios directivos y administrativos con independencia
de la tutela masculina[21].
Prácticas caritativas/benéficas
El restablecimiento de la Sociedad de Beneficencia en
el año de 1864 fue uno de los hitos centrales del nuevo contrato social
republicano propuesto por las elites dirigentes a fin de dar respuesta a las
enfermedades físicas y espirituales de los sectores populares que amenazaban
sus intereses políticos y económicos, identificados con el progreso general de
la naciente nación. Como entidad tutelar
que durante la segunda mitad del siglo XIX asumió la dirección y administración
de los establecimientos sociales promovidos por el gobierno provincial
(Hospital del Señor del Milagro, Asilo de Mendigos y Casa de Corrección, Casa
del Buen Pastor, y las Escuela de 1º letras de La Merced y San Francisco), su
labor benéfica se desplegó bajo la constante supervisión del Consejo Central
Municipal, y en estrecha vinculación al Consejo de Higiene y al Departamento de
Policía de la ciudad. Fue por ello que la elección de la presidenta de la
asociación no fue una cuestión menor durante el periodo. Elegida de entre las
socias por mayoría de votos, el cargo fue desempeñado generalmente por las
mujeres de mayor capital social[22],
quienes debían representar a la entidad ante las autoridades civiles y
eclesiásticas locales, arreglar con la Municipalidad sus formas de intervención
en las instituciones tutelares, promocionar y dirigir nuevos proyectos benéficos,
y velar por el progreso general de la asociación. El cúmulo de estas
responsabilidades representó una carga demasiado agobiante para algunas de las
damas benefactoras que rechazaron, en reiteradas oportunidades, su nombramiento
aduciendo incapacidad, carencias de vinculaciones ventajosas, falta de
autorización conyugal, y malas relaciones con el gobierno y la policía[23].
Como presidenta de la Sociedad de Beneficencia y en
correspondencia con sus objetivos fundacionales, una de las principales preocupaciones
de Rosa Barrenechea fue la educación de las niñas huérfanas y pobres. Secundada
por Benigna Saravia (su secretaria y además sobrina de su madrina de bautismo,
Rudecinda Saravia de Ormaechea) en la sesión de la asociación celebrada del 18
de agosto de 1867, definió el programa de enseñanza de un nuevo establecimiento
industrial donde la niñez desamparada pudiera formarse en los “trabajos domésticos con preferencia a la educación literaria”[24];
Las ramas de la enseñanza serán.
1º Lectura y escritura, doctrina cristiana y religión. 2º Los de enseñanza
industrial costuras de todas las clases, deshilados, bordado blanco en canavá
de mareas y de relieve, en raso, terciopelo, con merino y seda; tejidos de
malla, croché, hacer medias, gorros, bufandas, alfombras, frazadas, cigarros de
papel y de hoja, planchar, amasar, cocinar, hacer velas de papel y de jabón[25]
Para Rosa, la fundación de este establecimiento como
una obra de beneficencia resultaba incluso de mayor utilidad pública que el
mismo Hospital de la ciudad al que la asociación había dedicado la mayor parte
de sus esfuerzos apenas restablecida en el año de 1864, pues si éste tenía por
objeto curar los males del cuerpo y aun los del espíritu
de la humanidad desvalida, aquel ofrecía un antídoto a las dolencias, evitándolas, por
medio de la instrucción laboral de las niñas huérfanas, que
sucumbían ante las enfermedades morales
más por necesidad que por corrupción de corazón[26]. Se apuntalaba de esta manera uno de los
principales objetivos de la asociación; la prevención.
Al tiempo que llevaba adelante este proyecto se
proponía formalizar las atribuciones correspondientes a la Sociedad de
Beneficencia en la administración de dos escuelas públicas de niñas de la
ciudad, la Merced y San Francisco. Las mismas, confiadas a la inspección de
la entidad benefactora en el año de 1865
por el gobierno provincial, y sujeto su mantenimiento a los aportes de la
caridad pública, se habían cerrado en octubre de 1866 por la falta de recursos
indispensables para su adelanto. Restituidas en 1867 y puestas bajo
jurisdicción municipal, le correspondió a Rosa, como presidenta de la
asociación, emprender las gestiones tendientes a fijar con el presidente se
dicho órgano, Benedicto Fresco (primo de su difunto esposo, Atanasio Ojeda), la
distribución de prerrogativas sobre las mismas[27].
En estas escuelas de primeras letras, la instrucción
religiosa constituyó el principal dispositivo de moralización y
disciplinamiento de los pupilos. A través de la enseñanza del catecismo
impartido por un cura párroco y de la estricta disciplina ética que, de modo
ejemplar, debía observar el personal del establecimiento (preceptoras, celadoras
y maestras) se procuraba formar el carácter de las niñas de acuerdo a las
máximas evangélicas[28].
Esta empresa moralizante se valió también de un particular sistema de recompensas
simbólicas por el cual se condecoraba públicamente el ejercicio de determinadas
virtudes. En el templo de la iglesia de San Francisco, anualmente, ante la
presencia de las autoridades civiles y eclesiásticas locales, y de los vecinos
de la ciudad, las damas benefactoras distinguían a los alumnos más
sobresalientes con premios de diversa índole (a la aplicación, a la industria,
a la moral y a la piedad filial y respeto a los padres[29])
a manera de incentivo para que continúen y
mejoren su conducta[30].
En su misión de instruir moral y laboralmente a las
desvalidas del bello sexo, la Sociedad de
Beneficencia se vinculó también con el Departamento de Policía. En la sesión de 27 de junio del año de 1873,
las damas benefactoras, presididas por Rosa Barrenechea, escucharon y aceptaron
unánimemente la propuesta que José Manuel Fernández, Intendente de dicha
repartición, les hizo de “recoger a todas las muchachas pequeñas a quienes las madres lejos de
dar una educación moral y religiosa, las tiene desde muy temprano destinadas a
perder la pureza y candor de la infancia con sus malas doctrinas”,
para ponerlas a disposición de la
entidad y distribuirlas
así en las casas donde quieran tomarlas a su servicio con la condición de
darles aquella educación y enseñanza adecuada a su clase[31].
Por medio de este acuerdo se institucionalizaba el hogar de las elites como
unidad tutelar y se legitimaban, por el ejercicio de la beneficencia y su
fundamento ético, las relaciones sociales de servidumbre y sujeción que en ella
tenían lugar[32].
Por otra parte, cabe destacar que esta no era la primera vez que el mencionado
Fernández asistía a una reunión de socias y ofrecía su apoyo institucional.
Apenas algunos días atrás, en ocasión de la sesión celebrada con el fin de
discutir el establecimiento de un Asilo de Mendigos y Casa de Corrección de
Mujeres que el gobierno provincial encomendaba a la asociación, instaba a las
damas benefactoras a aceptar las nuevas responsabilidades conferidas,
comprometiendo la colaboración de sus empleados y su mediación ante las
autoridades municipales para llevar adelante el proyecto[33].
Los vínculos entre Rosa Barrenechea y el mencionado Intendente de Policía
trascendían además el ámbito de la
cooperación institucional, pues éste desde 1870, y hasta principios de 1880, se
había constituido en deudor de aquella por un capital de $3.000 (moneda boliviana)[34].
Tales prestaciones pueden comprenderse entonces, por un lado, inscriptas en una
trama interinstitucional de poder articulada por las elites dirigentes para el
gobierno y control de los otros; por
otro, en un plano interpersonal, como parte de un sistema de reciprocidades complementario
de aquella, inaugurado y formalizado en la esfera financiera.
Otro espacio de tutela destinado al control de los cuerpos y espíritus
enfermos, fue el Hospital del Señor del Milagro. Fundado en el año
de 1848 como institución de caridad, fue administrado por la Sociedad de
Beneficencia desde 1864 hasta la primera mitad del siglo XX. Para su gobierno, la entidad debía nombrar
mensualmente una comisión compuesta por seis socias encargadas de atender,
junto al personal de servicio, a los enfermos, y elaborar informes sobre el
número de internos (curados y fallecidos), necesidades más urgentes, recursos
disponibles, etc.[35].
Para algunas damas benefactoras, estas obligaciones se revelaron excesivas, por
lo que bien pronto, ya en el año de 1866, resolvieron delegarlas en una empleada
que en representación suya atendiese la moral, arreglo y economía interna del
establecimiento, reservándose para sí tan solo las tareas de inspección[36].
El sostenimiento del nosocomio dependió, durante el
transcurso de la segunda mitad del siglo XIX, de las siempre insuficientes
subvenciones del erario público, donaciones particulares, limosnas públicas y
los recursos que la Sociedad gestionaba por medio de diversas actividades
caritativas. Durante la década de 1870, Rosa Barrenechea, no sólo como
autoridad de la Sociedad de Beneficencia, sino también como promotora de la
Conferencia de San Vicente de Paul[37],
auspició, muchas veces en su propia casa, bailes, tertulias, rifas y
suscripciones de caridad a fin de recolectar fondos para la atención de los
enfermos. Estos eventos se publicaban en los periódicos locales para que la gente decente del vecindario contribuyera con las obras
benéficas que las damas llevaban adelante;
El viernes 25 de mayo tendrá
lugar en la casa de la señora Rosa B. de Ojeda la segunda tertulia a beneficio
del hospital. Estas tertulias tan baratas para los suscriptores tienen un doble
motivo de importancia. La sociedad se reúne para pasar unos momentos agradables
y del contento de esta porción feliz de la humanidad, el pobre y el desvalido
enfermo obtiene el descanso y los consuelos que le prodigan en el hospital[38]
Mediante
esta modalidad de recolección de recursos, las matronas vincularon su labor
caritativa con los placeres mundanos de
la elite a la que pertenecían. Los bailes y tertulias a beneficio del hospital,
constituyeron espacios de encuentros y sociabilidad donde los notables locales
estrechaban sus vínculos, y ponía en
juego la reproducción de su estatus y los intereses de su política matrimonial[39];
momentos rituales en los que sacralizaban el orden social, legitimaban su lugar
en el mismo y le imprimían al producto de sus momentos de ocio y divertimento
un sentido benéfico. En ellos, la mujer desempeñaba un papel crucial, pues en
un escenario distinto al que asistía como ángel de caridad, aunque sin dejar de
cumplir con su rol humanitario, debía satisfacer, con su
vestido, el timbre de su voz, su andar,
su sonrisa y el ritmo de su persona[40],
las exigencias del público masculino presente y las expectativas de los
cronistas que más tarde describirían con detalle su gracia y estética[41].
Asimismo estos espacios instituyeron umbrales que auspiciaron el ingreso de los
recursos monetarios de la elite en la esfera de la beneficencia (signada aun
por la lógica de una economía de salvación) transmutando su carácter financiero
y/o mercantil por uno benéfico cuya inversión debía garantizarles,
verticalmente, la reciprocidad de su virtud
y, trascendentalmente, la bendición de nuevas gracias e indulgencias.
Estas prácticas nos invitan a profundizar la reflexión
sobre de la naturaleza de la participación de las mujeres de elite en la
gestión y producción de bienes benéficos. Retomaremos para ello un episodio
propiciado por Rosa Barrenechea en calidad presidenta de la asociación que; por
un lado, lejos de expresar la regularidad de una norma, comprende una
particularidad significativa en el ejercicio de la beneficencia; y por otro, da
cuenta de las características generales que adquirieron los mecanismos de ayuda
benéfica en el periodo de la segunda mitad del siglo XIX. En la sesión del 25
de junio de 1867 Rosa sometió a discusión su decisión de ceder dos habitaciones
del hospital para el albergue de una viuda indigente, agregando que si las
socias no la aprobaban estaba ella en el ánimo de
pagar el alquiler de los mismos. La medida despertó el temor de algunas presentes que se opusieron
manifestando que tal acción impulsaría “a infinitas personas
necesitadas a solicitar lo mismo”. Otras, en apoyo, sostuvieron que
la “imposibilidad de ayudar a todas éstas no era razón
suficiente para dejar de hacerlo con las que se pudiese”. Luego de
un breve intercambio de argumentos, se resolvió aprobar la cesión de los
cuartos tras la comprobación de que la mencionada viuda “era una de
las más indigentes y dignas de conmiseración”[42].
Primeramente nos detendremos en el análisis de la alternativa planteada por la
presidenta de la asociación ante la posible negativa de sus pares. La propuesta
realizada por Rosa de asumir los gastos de los alquileres de los cuartos del
hospital transgredía ciertos límites de la beneficencia tal y como la concebían
las matronas durante este periodo; pues por un lado, ni antes ni después de
este suceso fue costumbre la inversión directa de sus propios recursos
pecuniarios en el sostenimiento de los establecimientos de beneficencia, ni en
el servicio de los enfermos y desvalidos; y por otro, porque no comprendía el
umbral ritual que describimos anteriormente que mediaba entre las partes
involucradas en el pacto benéfico y sacralizaban futuras contraprestaciones. Aunque
se trataba, en muchos casos, de mujeres propietarias de un importante capital
económico, sus recursos tenían generalmente otro destino. La beneficencia, por
el contrario, para las socias de la entidad, se trató, al menos en un plano
simbólico, principalmente de la inversión de bienes intangibles revestidos por
un cariz espiritual; tiempo, caridad, voluntad, abnegación, compasión,
etc. Por ello, la retribución a su labor
tampoco se expresó monetariamente. La compensación del don trasmitido, como
expresamos en líneas anteriores, debía verificarse, terrenalmente, en la
obediencia y docilidad de sus agraciados
al servicio de una convivencia armónica en el hogar, las unidades
productivas y las instituciones tutelares, y extraterrenalmente, en el más allá,
donde las buenas obras se traducían en un alivio para el alma[43].
En segundo lugar, cabe destacar la configuración de las sesiones periódicas de
la entidad como instancias de discusión en las que se definieron los usos y
destinos de los recursos disponibles, y en las que la distinción entre la
verdadera pobreza y la pobreza ficticia ocupó un lugar central. La ayuda
benéfica que las damas benefactoras
brindaron en calidad de limosna o de pensiones particulares implicó la
activación de ciertos mecanismos de control sobre sus potenciales beneficiarios
a los fines de garantizar que no fueran estos vagos y malentretenidos, sino
genuinos pobres imposibilitados, por vejez o incapacidad física, para el
trabajo.
Durante el periodo comprendido entre 1864 y 1895, la
limosna pública fue una de las
principales fuentes de sostén del hospital
como así también de los demás establecimientos tutelares que la
asociación administró. El fundamento de
ésta se correspondía, de forma particular, con el carácter caritativo de dichas
instituciones y, de forma global, con la
concepción religiosa de una sociedad ideal
que hacía del amor al prójimo su vínculo más sagrado con la divinidad. No
obstante, la institucionalización de la beneficencia como mecanismo de gobierno
y control propició la reconfiguración de esta práctica. A partir de entonces, y
en relación con las medidas adoptadas a fin de garantizar el conchabo de “vagos
y malentretenidos”, las autoridades civiles pretendieron restringir el
beneficio de la limosna a aquellos que, previo examen del Departamento de
Policía, pudieran certificar su verdadera pobreza e incapacidad para el trabajo[44].
Tal restricción se complementó con el encierro de los mendigos, pobres y
desvalidos, y la delegación en manos de la Sociedad de Beneficencia de la
mediación entre sus “genuinas” necesidades y el óbolo de la caridad cristiana. En
esta posición intermedia, las damas benefactoras practicaron dos modalidades de
solicitud de limosnas; una dirigida a la población en general a cargo de comisiones
especiales, y otra emprendida por la
presidenta en representación de la entidad y destinada a diversas
personalidades de relevancia política y económica del ámbito local, regional y
nacional. La primera, debía realizarse periódicamente y exigía de las socias
ciertos sacrificios que éstas no siempre
estuvieron dispuestas a afrontar. La negativa de algunas de ellas se había pronunciado
hasta tal punto que, en el año de 1887, la Comisión Directiva de la entidad
resolvió multar a aquellas que desistieran de solicitarla sin previo y legitimo
justificativo[45].
La segunda, de carácter más extraordinario y en correspondencia con las
condiciones que debía satisfacer quien desempeñaba el cargo, exigía la
inversión de específicas y ventajosas vinculaciones sociales a la espera de un
donativo personal y/o institucional[46].
Rosa Barrenechea cumplió con ambos tipos de responsabilidades. En calidad de socia integró, en diversas
oportunidades, las comisiones encargadas de recorrer la ciudad en busca de donativos,
y como presidenta, entre otras iniciativas emprendidas a fin de dotar al
hospital de mayores recursos, recurrió a la red de relaciones que su esposo, Atanasio
Ojeda, había forjado a lo largo de su trayectoria comercial con la elite de la
vecina provincia de Jujuy, para solicitar a uno de sus miembros, Pedro José
Portal[47]
(vinculado, como aquel, a las operaciones mercantiles de la casa comercial de
los Tezano Pintos) una ayuda económica[48].
Su gestión se extendió incluso más allá del espacio regional; apelando a la
caridad de las autoridades nacionales, en el año de 1873, le dirigió una nota
al entonces presidente de la Nación,
Domingo Faustino Sarmiento, solicitándole una subvención para los enfermos[49].
La atención médica en el hospital fue provista por un
Medico Titular, generalmente presidente del Consejo de Higiene Pública[50],
y por un grupo de jóvenes practicantes a su cargo. Los vínculos entre éstos y
las damas benefactoras trascendían, también
en este caso, las relaciones interinstitucionales, pues algunos de ellos
eran sus padres, cónyuges, y/o hijos además de socios honorarios de la entidad[51].
Como representantes de un saber que, conforme avanzó la segunda mitad del siglo
XIX, fue adquiriendo mayor especificidad, estos agentes, responsables de la
salud corporal de los enfermos, propiciaron una progresiva profesionalización
de la asistencia médica suministrada en el hospital de la ciudad, que se
complementó con los auxilios
espirituales que allí también se proporcionaban. Durante el periodo analizado, esta
complementariedad se expresó sin mayores tensiones y constituyó el fundamento de
un programa de regeneración que buscaba hacer del desvalido un sujeto útil a
Dios y a la sociedad[52].
Como hombres de ciencia y defensores militantes de la Iglesia católica, algunos
de ellos fueron también promotores de diversas asociaciones religiosas que
hacia finales del siglo XIX se conformaron con el fin de defender la enseñanza del
catecismo en las escuelas públicas, asistir a los pobres, y formar moral y
laboralmente a los obreros[53].
La misión emprendida por las damas benefactoras de
brindar a los enfermos del hospital los medios para
reconciliarse con el Cielo y enseñarles a sus almas
dolientes las puertas del Paraíso eterno[54]
revistió su labor de un cariz angelical y las situó bajo la jurisdicción
espiritual de los agentes eclesiásticos encargados de legitimar dicha empresa. Ya desde sus
primeros pasos, la Sociedad de Beneficencia se encomendó a la protección y
amparo del Obispo de la Diócesis inaugurando así un vínculo perenne que se
estrechó conforme transcurrió la segunda mitad del siglo XIX, y que comprendió un
conjunto de deberes y obligaciones que las matronas asumieron para con la
religión y las almas de sus tutelados;
Hoy tratamos de hacer cumplir con
la iglesia a todos los enfermos y con este motivo la comisión que presido ha
acordado que se exponga a Vuestra Señoría la necesidad que hay de habilitar el altar erigido en la
enfermería para que los enfermos puedan tener misa todos los días festivos y de
precepto, como también la capilla que hay preparada para que en ella se
celebren todos los días y se conserve allí el santísimo sacramento, y puedan
todos las personas que viven en la casa cumplir con los deberes que le son tan
necesarios[55].
Con estas consideraciones se dirigía Rosa Barrenechea,
en el año de 1867, al Obispo de la
Diócesis, Buenaventura Rizo Patrón, solicitándole las licencias necesarias para habilitar la capilla del
hospital. Tiempo después, en 1870, en el
periodo de su segundo mandato como presidenta de la entidad, promovía la
conformación de la Asociación Jubileo Pio IX al objeto de conseguir, a
favor del mencionado oratorio, gracias e
indulgencias para el auxilio de las almas de los enfermos[56].
La provisión de sacramentos estuvo a cargo de un capellán
a sueldo designado por las damas benefactoras a instancias de las autoridades
eclesiásticas locales, al que se le concedió, a partir de la década de 1870, al
igual que al Médico Titular, una
habitación en el hospital para que ofreceriera, a los desvalidos, sus servicios
de manera permanente[57].
Algunos de ellos, como los presbíteros Luis Alfaro y Federico Toledo, se habían
desempeñado también como capellanes y directores de la cofradía Esclavitud del
Santísimo Sacramento y de la de Nuestra Señora del Rosario, de la que tanto
Rosa Barrenechea como otras matronas, formaron parte[58].
La presencia de los agentes religiosos en las
instituciones tutelares administradas por la Sociedad de Beneficencia se
incrementó conforme avanzó la segunda mitad del siglo XIX. A principios de la
década de 1870, Rosa había emprendió la misión de traer a la ciudad a las
Hermanas de la Caridad Hijas de María del Huerto para el servicio del hospital.
Para ello, y por intermedio del ejecutivo provincial, comisionó a José Evaristo
Uriburu, Procurador del Tesoro de la Nación y por aquel entonces residente en
Buenos Aires, para que iniciara, con la Madre Superiora de la congregación, los
trámites necesarios a tal fin[59].
Otro de sus corresponsales en este proyecto fue su cuñado, Olegario Ojeda[60],
quien en el primer lustro de la década de 1870 participaba activamente en los
círculos intelectuales de aquella ciudad portuaria como redactor de La Revista Argentina dirigida por José Manuel Estrada[61]. Estos iniciales esfuerzos lograron su
cometido algunos años después, en 1876, cuando, como delegada de la asociación,
Rosa acordó personalmente con la superiora de la congregación, María Luisa
Solari, en Montevideo, el envío de cinco
Hermanas de la Caridad a la ciudad de Salta, con pasajes costeados por el
Gobierno Nacional[62].
Una vez establecidas, las hermanas religiosas se convirtieron en las
principales colaboradoras de las damas
benefactoras, interviniendo en cada una
de las instituciones
de regeneración moral que estas administraron. A sus primeras
atribuciones en el hospital bien pronto se le sumaron otras en el Asilo de
Mendigos y Casa de Corrección[63], en el colegio de mujeres “Hijas de María del
Huerto”[64]
y en nueva institución de huérfanas[65].
Reforzando la complementariedad del vínculo que las
mujeres de elite mantenían con los
agentes religiosos en su empresa moralizante y disciplinatoria sobre las almas
y los cuerpos de los sectores
subalternos, la asociación fue adquiriendo paulatinamente un perfil
institucional cada vez más religioso. La
participación activa de algunos clérigos en las sesiones celebradas por la
Sociedad de Beneficencia constituye una de las primeras manifestaciones de este
progresivo viraje. Tal fue el caso del
presbítero Juan Francisco Castro. Designado socio honorario en el año de 1868,
se encargó, durante algún tiempo, de celebrar, en la capilla del Hospital del
Milagro, las misas que debían solemnizar la elección de las autoridades de la
asociación, actuando además como un
consejero espiritual de sus socias. Con algunas de ellas incluso, sus vínculos
se extendían hacia otros espacios asociativos. Así por ejemplo, en el año de
1870 auspiciaba la instalación de la asociación Jubileo Pio IX, presidida por
Rosa Barrenechea, consagrada a la consecución de gracias e indulgencias para la
salvación de las almas de la feligresía devota[66].
Su actuación constituyó un antecedente de la ulterior institucionalización de
la intervención clerical resuelta en el año de 1894, mediante de la designación
de Bernabé Piedrabuena como capellán de
la entidad[67], y que alcanzó su máxima expresión apenas unos
años más tarde, en 1900, con el nombramiento del provisor y vicario general de
la diócesis, Julián Toscano, como director de la misma[68].
En el orden corporativo, a fin de fortalecer su
espíritu grupal, las damas benefactoras se valieron de ciertas prácticas
religiosas ejercitadas en el seno de
otras experiencias asociativas cultuales que en calidad de devotas conformaron.
Por ello, instituyeron la celebración de las misas por las almas de las socias
difuntas[69] y se consagraron al culto de la Virgen María
en el misterio de la Inmaculada Concepción, obligándose todas a reunirse cuando
su celebración lo demandase[70].
Por último, en este proceso de reconfiguración institucional en clave religiosa
que experimentó la Sociedad de Beneficencia, cabe destacar el apoyo brindado al
sostenimiento de los periódicos católicos que circulaban en el espacio local,
entre ellos el titulado “La esperanza”, fundado por el presidente de la
Asociación Católica de Salta, Arturo Dávalos, en el año de 1884. La subvención
acordada a este matutino fundado al
objeto de defender las prerrogativas de la Iglesia y su credo ante la instrumentación
de la Ley 1.420 que en la ciudad había provocado el público enfrentamiento
entre el gobernador de la provincia, Juan Solá, y el Obispo de la diócesis,
Rizo Patrón, daba cuenta del posicionamiento adoptado por las damas
benefactoras en tal coyuntura conflictiva[71].
Agentes benéficos. Facultades, intervenciones y definiciones.
Lejos de dar cuenta de una regularidad, la experiencia
asociativa de Rosa Barrenechea como dama benefactora comprende algunas
particularidades por diversos motivos. En primer lugar porque fue, durante el
periodo de organización e institucionalización de la Sociedad de Beneficencia
(1864-1895), una de las mujeres con mayor participación en sus cuadros
directivos desempeñando el cargo de presidenta en siete oportunidades,
vicepresidenta en tres, tesorera en seis y secretaria en una, además de
integrar de manera permanente su comisión Directiva (Ver Anexo; Cuadro 1 y 2). Su
designación en estos oficios implicó, de sus pares, el reconocimiento de su
capital cultural y social, habilitantes e indispensables para el desempeño de
las tareas administrativas de una asociación en progresivo crecimiento durante
el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX, y que requería de la
constitución de un universo relacional que a nivel local, regional y nacional la
vinculara con las elites e instituciones de gobierno capaces de gestionar y
brindar ayuda benéfica. En segundo lugar, porque su permanencia en los cuadros
directivos, amén de lo expuesto, respondió también, en parte, a la negativa de
otras socias de asumir ciertas funciones de mando. La supuesta incapacidad que
adujeron en diversas oportunidades quienes rechazaron sus nombramientos o se
negaron a recoger limosnas por las calles de la ciudad ocultaba, según
Rosa, una impropia falta de voluntad que
las apartaba de sus superiores mandatos sociales y que propiciaba la
concentración de responsabilidades en pocas manos[72].
Y es que el cúmulo de obligaciones que como autoridades debían afrontar resultaba
excesivo para algunas de estas mujeres decentes
que invertían buena parte de su tiempo en largos paseos y estadías campestres,
y jornadas festivas que se extendían por
razón de varios días[73].
En tercer lugar, porque su estado de
viudez le permitió gozar, desprovista de la tutela conyugal, de ciertos
márgenes de autonomía. Para otras, en cambio, la autorización de sus
respectivos esposos fue un requisito indispensable para la asunción de cargos
en el seno de la asociación, no obteniendo siempre, de estos, un veredicto
favorable[74],
pues su misión benéfica no debía hacerles perder de vista su primordial
compromiso con el hogar y el cuidado de sus hijos; “casa sin
mujer es cuerpo sin alma, flor sin aroma, día sin luz, cielo sin Dios”[75].
No obstante, lejos de satisfacer todas
las exigencias del ideal que las presentaban con un adorno domestico, no fueron
pocas las que, como Rosa (además de sus obligaciones asociativas) ante la eventualidad de un viaje de negocios o
la muerte de sus cónyuges, se encargaron de atender los negocios familiares,
incursionando no solo en el ámbito comercial, sino también en el financiero[76].
Las discusiones que las mujeres mantuvieron en sus
sesiones periódicas nos permiten apreciar, no solo la dinámica de un reducido y
nuevo espacio democrático del cual fueron artífices, sino también la lógica de
un nuevo campo de poder. Fue justamente en dicha instancia deliberativa en las
que se fueron delineando paulatinamente las reglas de la beneficencia moderna y
se fraguaron algunos de sus elementos centrales: la construcción de una otredad
inmoral y corrupta justificativa de la intervención benéfica; la delimitación
de los destinatarios de su ayuda y la constitución de diversos mecanismos de
control orientados a la distinción entre falsos y verdaderos pobres; la
institución de establecimientos tutelares y de amplios programas de
regeneración espiritual y laboral fundamentados en un conjunto de principios
éticos/religiosos; la celebración de rituales propiciatorios de la reconversión
de los bienes materiales en bienes de salvación; y, en parte y junto a las
autoridades eclesiásticas locales, la definición de los agentes legítimamente
autorizados para llevar a cabo dicha empresa.
En el marco de un proceso de institucionalización del
Estado y la Iglesia nacional, y de la reconfiguración de sus relaciones
institucionales, el principio de la caridad cristiana constituyó el fundamento
ético de una moderna beneficencia pública que reservaba su ejecución,
principalmente, a las damas benefactoras
de elite. Tuteladas por el Consejo Central Municipal y guiadas espiritualmente por
las autoridades eclesiásticas de la diócesis, ocuparon un lugar central en el
concierto de los agentes también
facultados para ello, coordinando la intervención del personal del Departamento
de Policía, los Médicos Titulares, los capellanes y la congregación religiosa
de las Hermanas de la Caridad en los
establecimientos que se hallaban bajo su inmediata inspección. No obstante, amén
de la compartida tradición religiosa y los acuerdos por el fin último de la
labor emprendida, la relación entre las partes involucradas en el ejercicio de
la beneficencia no estuvo exenta de tensiones.
La distinción que realizara, en 1894, el Reverendo Padre Camilo Jordán,
Director General de las Conferencias Vicentinas de la República, en ocasión de
la creación del Consejo Particular de las Conferencias Vicentinas de Señoras de
la ciudad de Salta, entre la caridad y la filantropía da cuenta de una de
ellas;
Aquella (la caridad) viene de
Dios, va a Dios y trabaja para Dios; esta (la filantropía) viene del hombre,
trabaja por el hombre y termina en el hombre; la caridad rechaza todos aquellos
medios que son un incentivo a la concupiscencia o un peligro para las almas;
para la filantropía todo es bueno; bailes, teatros, etc. La sociedad vicentina
permite aquellas fiestas que no extrañen
peligros como ser conciertos, bazares con las debidas precauciones[77]
Tales consideraciones se inscriben en el esfuerzo de
las autoridades eclesiásticas de definir las prácticas legítimas de
intervención social, y en consecuencia, de asegurar la legitimidad de su poder
en la definición de las mismas, ante la emergencia de nuevas técnicas y modalidades
de ayuda benéfica que escapaban a su jurisdicción. La filantropía, entendida de esta manera,
comprendía entonces parte de los eventos (bailes y tertulias) que Rosa
Barrenechea como otras damas benefactoras
auspiciaron y organizaron al objeto de recolectar fondos para los enfermos del
hospital, y que, de acuerdo a la percepción de los pastores de la iglesia, se
situaban mas allá de los límites de la caridad, prescindiendo de sus servicios
de mediación. La exhortación del Padre
Jordán da cuenta también de los márgenes de autonomía de un laicado femenino
que, aun inspirado en la defensa de los principios cristianos, halló en
prácticas no ortodoxas los medios para lograr su evangélica misión benéfica.
Durante el periodo analizado, las relaciones entre la Sociedad de
Beneficencia y los profesionales de la medicina se desenvolvieron casi sin
conflictos. Estos últimos, representados en la esfera de la beneficencia por
los Médicos Titulares designados por el Consejo de Higiene en calidad de socios honorarios y además
vinculados, en algunos casos, a las damas benefactoras por lazos familiares, actuaron como sus colaboradores, comisionados
especialmente para guiar los proyectos de
reforma edilicia que se proyectaron sobre el edificio del hospital de la ciudad
y para gestionar, ante las autoridades públicas, los recursos necesarios para
la mejor atención de los enfermos. Algunos
de ellos, además, como miembros de la elite local y defensores de las prerrogativas del catolicismo en la
regeneración de los desvalidos, fueron los promotores de diversas asociaciones
religiosas orientadas a la instrucción moral y laboral de los sectores
populares, y los representantes, ya hacia finales del siglo XIX, de un higienismo/ benéfico que propugnaba el principio de la
caridad cristiana en los lineamientos de la nueva economía política. Será
recién en las primeras décadas del siglo siguiente cuando el discurso
higienista basado en una moral positiva y propuesto por grupos masones y
anticlericales desafíe la labor benéfica de las mujeres en el campo asistencial y su fundamento
religioso, abogando por una mayor profesionalización, masculinización y
cientificidad de la intervención social[78].
La Policía fue otra de las instituciones civiles
involucradas en el campo de la beneficencia. En representación del poder
coercitivo de las elites dirigentes debía remitir al hospital de la ciudad a
los enfermos vagabundos (para que recibieran allí los beneficios de la caridad
pública) y restringir la práctica de la limosna a los impedidos físicamente para
el trabajo, aprehendiendo a los que sin este requisito la solicitasen[79].
Asimismo se encargó de colocar a las hijas menores de las madres desviadas
en las casas de las familias de elite para su regeneración moral y
laboral, asegurándoles a quienes las tomaran a su cargo la garantía
de la autoridad con todas las formalidades necesarias en caso de que
los progenitores de las mismas provocaran algunos inconvenientes[80].
La particularidad de esta intervención y sus diferencias con la de las damas
benefactoras fue motivo de algunos pasajes conflictivos en la relación entre
ambas partes, que se expresaron principalmente por las desavenencias respecto a
la jurisdicción sobre las detenidas en el Asilo de Mendigos y Casa de
Corrección de Mujeres durante la década de 1870. La misión de dirigir dicho
establecimiento, encomendado por el gobierno provincial a la Sociedad de
Beneficencia en el año de 1873, fue motivo de discusión entre la socias quienes
dudaron de aceptar el encargo aduciendo su temor a la posible condición
criminal de algunas de estas mujeres y
la incompatibilidad de reunir, bajo un mismo techo, a dos clases
de personas distintas (mendigos y criminales). Persuadidas por el Intendente del Departamento de Policía,
José Manuel Fernández, de que no se
trataba de criminales, para los que existía las cárceles,
sino de gente mal entretenida a quienes era preciso encaminar bien, mas por
la benéfica influencia de las señoras
que por la fuerza de la autoridad,
y habiéndoles garantizado éste el apoyo de su personal, finalmente resolvieron
acceder a la solicitud del ejecutivo provincial en la sesión del 18 de junio de
1873[81].
Poco tiempo después, Rosa Barrenechea comunicaba al resto de las socias que
se había manifestado ya el primer inconveniente de los que ella, como otras, habían temido desde un
principio por la aceptación de la Casa de Corrección, a cuya asistencia fue obligada la por la necesidad
de estar en común con el asilo de mendigos, y que a pesar de conocer lo
incompatible de esta comunidad, tuvo que ceder porque de otro modo debía negar
también su protección a las desvalidas. El incidente al que Rosa se
refería fue registrado en el libro de actas de la siguiente manera;
Existía en la casa de corrección
una mujer de tantas, mandada por la policía, fue un comisario y la sacó sin
orden alguna. La mujer al pasar por la casa de la señora presidenta, entró y le
hizo presente lo que sucedía, agregando que ella quería confesarse antes de que
la llevasen a ninguna parte. La señora presidenta tuvo la condescendencia de ir
personalmente con la mujer a la policía, y que aun el señor intendente impuesto
de lo ocurrido mandó volver a la mujer a la casa de corrección, no por eso
reprimió al comisario que se permitió en su presencia expresar en tono bien
destemplado que la sociedad de beneficencia era un estorbo para la marcha de la
policía. Que entonces la señora presidenta le dijo al intendente que
inmediatamente reuniría la sociedad para poner esto en su conocimiento y que no
dudaba que la sociedad renunciaría a un cargo que en verdad le era sumamente
oneroso y pesado[82].
Las consideraciones contenidas en la cita nos permiten
desentrañar algunas nociones vinculadas al ejercicio de la beneficencia, las
competencias de los agentes benéficos y los conflictos propios de una esfera en
proceso de conformación. Nos detendremos entonces en el análisis de la relación
dicotómica entre pares opuestos en ella esbozados;
Benéfica influencia de las señoras/fuerza de la autoridad: La intervención de la Policía en el campo de la
beneficencia, a diferencia de la de las damas benefactoras revestida por un
carácter espiritual y sentimental, suponía el uso de la fuerza en el
cumplimiento de la ley y en la vigilancia de las buenas costumbres y el orden
público. Esta distinción daba cuenta, por un lado, de la división social del
trabajo benéfico entre quienes propiciaban el disciplinamiento moralizante y
quienes debían garantizaban las condiciones para que dicha labor se llevase a
cabo. Por otro, de la configuración de diversos mecanismos de gobierno, de los
que la beneficencia formaba parte orientándose a la producción de sujetos dóciles,
y diferenciándose de los procedimientos coactivos propios de la fuerza de la
autoridad.
Vagas y malentretenidas/criminales:
como mecanismo de gobierno, la beneficencia implicó la construcción/definición
de sujetos que fueron objeto de su labor, entre ellos los desvalidos/as, mendigos/as,
enfermos/as, huérfanos/huérfanas y vagas y malentretenidas[83].
La distinción/clasificación esbozada por el Intendente del Departamento de
Policía y la preocupación de las damas benefactoras por la posible condición
criminal de las detenidas en el Asilo de Mendigos daba cuenta entonces de
ciertos límites de la acción benéfica, tan sólo efectiva para determinados
tipos de sujetos. Los/as criminales, ladrones, salteadores y los vagos y mal
entretenidos, se situaban, por lo tanto, más allá de su égida, donde la fuerza
de la autoridad policial ejercía jurisdicción[84].
El incidente propiciado por el comisario
del Departamento de Policía y su destemplada expresión ante la presencia de Rosa Barrenechea puede
comprenderse también como la manifestación de un conflicto de jurisdicciones sobre
un complejo universo de actores situados al margen de la ley y la moral pública
cuyas tipificaciones, en algunos casos, aun presentaban ciertos problemas de indefinición
y de definición de sus respectivas formas de control.
Asilo de Mendigos y Casa de Corrección/Cárceles: las tipologías clasificatorias de los
sujetos/objetos de intervención social y sus respectivas técnicas de gobierno, coactivas
o disciplinantes[85],
se materializaron en los diversos y diferentes establecimientos tutelares que
se instituyeron en el periodo. Creado por el Gobierno provincial en junio de
1873, y puesto inmediatamente bajo jurisdicción del Consejo Central Municipal,
y dirección e inspección de la Sociedad de Beneficencia, el Asilo fue concebido
mas como un alberge para personas indigentes de ambos sexos imposibilitados,
por su avanzada edad o incapacidad física, de proporcionarse los medios
necesarios de su subsistencia, que como una Casa de Corrección. Solo la escases del erario público
fundamentaba, para el Gobernador de la Provincia, Juan Pablo Saravia, una
comunidad de estas características en la podían ser admitidos, por un lado, previa
solicitud al Presidente de la Municipalidad, los pobres vergonzantes y de
solemnidad, y los inválidos de guerras nacionales y civiles[86];
y por otro las vagas y malentretenidas, conducidas allí por el personal de la
Policía encargado de recogerlas de la calle y de los
burdeles privados que no faltaban en la
ciudad[87].
Ambos tipos de internos debían sujetarse a una estricta disciplina moral y
laboral que combinaba diversas faenas y tareas diarias (en relación a sus
capacidades físicas) con el cumplimiento de los preceptos religiosos de asistir
a misa y dedicar tiempo a la oración, procurando vivir en paz y
armonía como hermanos a los que la desgracia ha reunido bajo un mismo techo.
El reglamento del establecimiento, elaborado por el clérigo Alejo Marquiegui,
comportaba además regímenes de salidas libres que, periódicamente, se extendían
desde las diez de la mañana hasta las cinco de la tarde y la posibilidad de que
los asilados abandonaran la institución en caso de no convenir con su orden,
bajo la condición de no volver a mendigar públicamente[88].
Disposiciones como éstas últimas volvían
al Asilo disfuncional para la regeneración de las vagas y malentretenidas, que
a diferencia de los mendigos/as, eran colocadas allí contra su voluntad. La
incompatibilidad de la comunidad de gente de clase distinta
aludida por las damas benefactoras antes de aceptar la dirección del establecimiento, fue
por lo tanto expresión de los principios de distinción que guiaron su labor
benéfica y de los diferenciales programas de regeneración e instituciones de
control que, a partir de ellos, se fueron definiendo. A diferencia del Asilo, por
aquel entonces, la cárcel de la ciudad, ajena a la jurisdicción de la
beneficencia y sujeta a la competencia de determinadas autoridades civiles,
distaba mucho de ser un espacio de regeneración moral, limitando sus funciones
a la reclusión y apartamiento del cuerpo social de los transgresores
(criminales y delincuentes) de la ley y
el orden jurídico impuesto. No fue sino
hasta el primer lustro de la década de 1890, cuando las damas benefactoras, a
través de la Sociedad de Beneficencia y de las Conferencias Vicentinas,
asumieron la misión de dirigir e inspeccionar la primera cárcel de mujeres de
la ciudad, la casa del Buen Pastor.
Para finalizar, nos queda aún por realizar algunas
consideraciones generales acerca de la naturaleza de las relaciones que la
Sociedad de Beneficencia mantuvo con las autoridades civiles y eclesiásticas
locales. Durante el periodo analizado, su labor como regente de instituciones
tutelares la situó en la órbita jurisdiccional del Consejo Central Municipal al
que debió rendirle cuenta detallada de los ingresos y egresos de las mismas, de
los proyectos de reforma edilicia que sobre ellas proyectaba y de la
contratación de su personal de servicio. Fue el presidente de este órgano,
además, el encargado de administrar las donaciones particulares más cuantiosas realizadas
a favor de la entidad benefactora y, de los enfermos y desvalidos del Hospital
y del Asilo[89].
Para las damas benefactoras, esta estrecha dependencia institucional, percibida
en términos de pupilaje, constituyó el mayor obstáculo para extender su acción
benéfica[90],
por lo que ya a partir de 1887 iniciaron las gestiones tendientes a obtener,
del gobierno provincial, el reconocimiento de su personería jurídica. Habiéndola obtenido en el año de 1891, principiaron
una nueva etapa durante la cual gozarán
de mayor libertad y autonomía en el manejo y administración de sus bienes y
recursos[91]. Al tiempo que obtenían ciertos márgenes de
autonomía respecto a la Municipalidad, emprendían un mayor acercamiento
respecto a las autoridades eclesiásticas de la diócesis, incorporándolas orgánicamente
en su interna estructura jerárquica. Reemplazaban, así también, un férreo patronato
civil-institucional por una tutela espiritual de carácter más flexible, o mejor
dicho, más acorde con los principios que guiaban su accionar[92].
Consideraciones finales
Restablecida en el año de 1864, la Sociedad de
Beneficencia constituyó, para las
mujeres de la elite local, un espacio deliberativo, de negociación, de
identidad y de acción política[93].
Inmersa, por el carácter de su labor, en los programas modernos de
gobernabilidad brindó a sus miembros la posibilidad de proyectarse en el
espacio público que ellas mismas también estaban construyendo. Desde una
perspectiva de clase, las matronas respondieron a los intereses de su grupo
traspolando las relaciones de sujeción y dependencia fraguadas en el seno de
sus hogares a los más diversos establecimientos sociales que administraron,
confiriéndoles allí un sentido ético legitimante que, fundamentado en el
primigenio principio de caridad
cristiana, las transfiguraba en un preciso programa de control y
disciplinamiento social. Desde una
perspectiva de género,” las madres repúblicas” y “ángeles de la caridad”
incorporaron a su identidad femenina nuevos elementos definitorios, que si bien
no modificaron de forma sustancial su lugar en el espacio social, ni
trastocaron los fundamentos de la estructura jerárquica en la que se hallaba
inmersa su feminidad, dotaron de un nuevo sentido político a sus prácticas
benéficas y religiosas en el ejercicio de una ciudadanía moderna que aun
desprovista de derechos políticos, les auspició una particular representación
política[94]
en el marco del proceso de reconfiguración de las relaciones entre las
autoridades civiles y eclesiásticas locales. Desde un plano relacional, la
inversión estratégica de su capital social
a los fines propuestos por la entidad, les valió la institucionalización
de sus redes de relaciones y de las reciprocidades que ellas comprendían.
La labor de Rosa Barrenechea de Ojeda al frente de la
Sociedad de Beneficencia nos ha permitido; desentrañar uno de los puntos de concordancia
entre los proyectos de gobierno impulsados por el poder político y el religioso
durante la segunda mitad del siglo XIX que, aun a pesar de sus efectivas
tensiones, fueron considerablemente funcionales en lo que respecta al tratamiento
de la incipiente cuestión social en el espacio local, y a los intereses de la
elite encargada de ejecutarlos; analizar el proceso de conformación del campo de la beneficencia, sus reglas,
fundamentos y agentes, como así también los conflictos inherentes a esta
primera etapa de definición; y finalmente, observar las convergencias y las divergencias del accionar del grupo de
mujeres que representó en calidad de presidenta de la asociación, en relación al cúmulo de representaciones que
definieron el perfil de la mujer decimonónica.
Cuadro
Nº 1.
Cargos
desempeñados por Rosa Barrenechea de Ojeda
en la Sociedad de Beneficencia
Periodo |
Cargo |
10-07-65 / 31-01-66 |
Tesorera |
31-01-66 /renuncia |
Tesorera |
12-04-67 / 27-10-67 |
Presidenta |
27-10-67 / 11-05-68 |
Vicepresidenta |
06-07-68 / 08-11-68 |
Secretaria |
05-05-69 / 15-11-69 |
Tesorera |
15-11-69 / 19-05-70 |
Vicepresidenta |
19-05-70 / 10-01-71 |
Presidenta |
13-08-71 / 11-03-72 |
Tesorera |
01-10-72 / 01-05-73 |
Tesorera |
01-05-73 / 02-11-73 |
Presidenta |
03-02-77 / 26-07-77 |
Presidenta |
26-07-77 / 29-10-77 |
Presidenta |
06-05-78 / 06-11-78 |
Tesorera |
23-10-82 / 17-02-83 |
Presidenta |
26-09-85 / 17-09-86 |
Presidenta |
17-09-86/renuncia |
Vicepresidenta |
Cuadro Nº 2.
Participación
de Rosa Barrenechea en las comisiones de la Sociedad de Beneficencia
|
Comisión directiva |
Comisión de Hacienda |
Comisión de Instrucción Pública |
Comisión del Hospital |
Periodos |
12-12-64 / 23-02-65 |
|
|
|
|
|
07-01-65 / (-) |
|
|
|
23-02-65 / (-) |
03-02-65 / (-) |
|
|
|
|
|
24-04-65/ 28-06-65 |
|
11-05-68 / 08-11-68 |
|
|
|
|
08-11-68 / 05-05-69 |
|
|
|
|
|
11-03-72/ 01-10-72 |
|
|
|
24-11-73 / 26-06-74 |
|
|
|
|
26-06-74 / 09-01-75 |
|
|
|
|
09-01-75 / 22-07-75 |
|
|
|
|
29-10-77 / 06-05-78 |
|
|
|
|
20-03-80 / 28-09-80 |
|
|
|
|
02-04-82 / 20-10-82 |
|
|
|
|
20-10-82 / 17-02-83 |
|
|
|
|
23-09-84 / 26-09-85 |
|
|
|
Recibido:
21/07/2016
Aceptado: 28/02/2017
MUJERES, BENEFICENCIA Y RELIGIOSIDAD. UN
ESTUDIO DE CASO. SALTA, SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX. (1864-1895).
Resumen
En el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX, las
asociaciones religiosas/benéficas femeninas cobraron un renovado impulso en el marco del proceso de reconfiguración de
las relaciones institucionales entre Estado e Iglesia. El objetivo del presente
artículo es reconstruir la experiencia asociativa de una de las mujeres de elite local, Rosa Barrenechea de Ojeda,
durante este periodo, a fin de; a) caracterizar las labores sociales,
cultuales, y benéficas que ella, como
otras mujeres de su grupo, asumieron; b) desentrañar el entretejido
institucional en el que dichas labores se enmarcaron; c) y analizar el uso de
sus capitales relacionales en el
cumplimiento de los objetivos planteados grupalmente. Este abordaje, desde una perspectiva de
género y de clase, nos permitirá
comprender la funcionalidad de las prácticas benéficas de las mujeres decentes
respecto a los intereses sociales y económicos de su grupo de
pertenencia, su rol como intermediarias entre los programas de gobierno
elaborados por las autoridades civiles y eclesiásticas locales, y la
particularidad de su intervención en el espacio público al margen de las
instancias formales de delegación y representación.
Palabras claves: Mujeres –
beneficencia – religiosidad – asociacionismo – Iglesia/ Estado
Enrique
Quinteros
WOMEN, CHARITY AND RELIGIOSITY. A CASE STUDY .
SALTA, SECOND HALF OF NINETEENTH CENTURY. ( 1864-1895 ) .
In the second half of nineteenth century, the religious/charities female associations charged a renewed impetus in the context of the reconfiguration process of institutional relations between Church and State. We propose to reconstruct the associative experience of one woman of local elite, Rosa Barrenechea de Ojeda, during this time to; a) characterize the social, religious and charitable activities that had been assumed by her and their group; b) unravel the institutional interweaving in which these activities were framed; c) and, analyze the use of their social relationships in the fulfillment of group objectives. This approach, from a perspective of gender and class, will allow us to understand the functionality of decent women’s charitable practice regarding social and economic interests of their social group, their role as intermediaries between both, state and ecclesiastic government programs, and the particularity of their intervention in the public space beyond the formal instances of delegation and representation.
Key words: Women – charity – religiosity – associations – Church/State
Enrique Quinteros
*
Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales e Historia (ICSOH), CONICET,
Universidad Nacional de Salta. Correo electrónico: enriquequinteros84@gmail.com
[1]
Ver; Ciafardo, Eduardo,
“Las damas de beneficencia y la participación social de las mujeres en la
ciudad de Buenos Aires” en Anuario IHES Nº V,
Tandil, 1990, pp. 161-170; Moreno,
José Luis “Modernidad y tradición en la refundación de la sociedad de
beneficencia por las damas de élite, en el Estado de Buenos Aires, 1852 – 1862”
en Anuario IHES Nº 18, Tandil, 2003, pp. 431-447; Di Liscia, María Silvia “Las mujeres argentinas en el
siglo XIX” en Las mujeres y sus luchas
en la historia argentina, Ministerio de Defensa, Buenos Aires, 2006, pp. 53-62;
Paz Trueba,
Yolanda “Las no ciudadanas en la plaza pública. Educación y beneficencia como
garantía del orden social en Argentina a fines del siglo XIX y principios del
XX” en Cuadernos Interculturales, Vol.
8, Nº. 14, Universidad de Valparaíso, 2010, pp. 35-53; Paz Trueba, Yolanda “La participación de las mujeres en la construcción del Estado social en la
Argentina. El centro y sur
bonaerenses a fines del
siglo XIX y principios del XX” en Anuario del Centro de Estudios
Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti” Córdoba, Año 9, Nº 9, 2009, pp.
117-134; Sábato, Hilda, “La mujer y la política en el siglo XIX” en Las mujeres
y sus luchas en la Historia Argentina, Ministerio de
Defensa, Buenos Aires, 2006, pp. 73-79; Vidal,
Gardenia “Asociacionismo, catolicismo y género. Córdoba, finales siglo XIX,
primeras décadas del siglo XX”, en Prohistoria,
Año XVI, Nº 20, 2013, pp. 45-66; Dalla Corte Caballero Gabriela, Ulloque Marcelo, Vaca Rosana, “La mano que da” Prohistoria
Ediciones, Rosario, 2014; Dalla Corte Caballero Gabriela, Ulloque
Marcelo, Vaca Rosana, “En defensa del Hospital de Madre” Prohistoria Ediciones,
Rosario, 2015; Bonaudo, Marta “Cuando las tuteladas
tutelan y participan. La Sociedad Damas de Caridad (1869-1894)” en Signos
Históricos, Nº 15, Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa
Distrito Federal, México, 2006, pp. 70-97; Hernández, Pablo y Brizuela Sofía, “La niñez desamparada en Tucumán a fines del
siglo XIX. Política social y opinión Pública” en Historia y Espacio,
Cali, Colombia, 21, 2003, pp. 5-30; Folquer,
Cynthia “Política y religiosidad en las mujeres de Tucumán (Argentina) a fines
de siglo XIX” en Boletín Americanista, Año LXI.1, nº 62, Barcelona,
2011, pp. 73-96; Vignoli, Marcela “Lola Mora no
pintaba mariposas. Una estrategia femenina para la conquista del espacio
público” en Páginas, Revista digital de la Escuela de Historia, Año 3, Nº 5,
Rosario, 2011, pp. 35-53; Vaca, Rosana, “Las reglas de la caridad. Las damas de
caridad de San Vicente de Paul. Buenos Aires (1866-1910)”, Prohistoria
Ediciones, Rosario, 2013; Pita, Valeria, “La casa de las locas. Historia social
del Hospital de Mujeres Dementes, 1852-1890”, Prohistoria Ediciones, Rosario,
2013.
[2]
Álvarez de Leguizamón, Sonia, “La pobreza: configuraciones sociales, relaciones
de tutela y dispositivos de intervención (Salta, primera mitad del siglo XX)” en Susana
Alicia C. Rodríguez y Sonia Álvarez, Abordajes
y Perspectivas, Secretaría de Cultura, Ministerio de Educación de la
Provincia de Salta, 2004, pp. 87-213.
[3] Di Stefano Roberto, Zanata
Loris, “Historia de la Iglesia Argentina. Desde la conquista hasta fines del
siglo XX”, Sudamericana, Buenos Aires, 2009.
[4]El
20 de abril de 1855, el gobernador de la provincia, Rudecindo Alvarado, en una
nota remitida al Provisor y Vicario Capitular de la Diócesis, Manuel Antonio
Castellanos, definía las atribuciones
del clero en la nueva etapa política que se inauguraba; “Los
párrocos por la naturaleza de las funciones que le son propias, por la mayor
ilustración de la que están dotados, por la respetabilidad que su carácter que
les da, y hasta por la necesidad de asegurar el buen éxito de sus trabajos
religiosos, son y han sido en toda sociedad bien arreglada, los mejores conductores
y maestros del pueblo. A ello les incumbe en sus predicaciones
descender de las explicaciones del evangelio a la explicación de la ley, de la
de la moral religiosa a la de la moral social, de los deberes del cristiano a
la de los ciudadanos”. Tales
consideraciones son representativas de los lineamientos
institucionales que, durante la segunda
mitad del siglo XIX, los sucesivos gobiernos locales esbozaron a fin de acordar una alianza con los agentes
eclesiásticos que les garantizara el servicio de sus atributos en la
consolidación del orden social. Archivo y Biblioteca Históricos de Salta (ABHS).
Copiadores de Gobierno. Correspondencia general. 1852-1855.
[5] Ver Ciafardo, Eduardo, 1900, ob. cit., pp. 161-170; Moreno, José Luis, 2003, ob. cit., pp. 431-447.
[6]
La legitimidad de los dispositivos de ortopedia social que se instrumentaron en el periodo descansó
sobre el cúmulo de representaciones que
la denominada gente decente,
como elite dirigente, instituyó e institucionalizó sobre los otros sociales en su empresa de gobierno. Los principios clasificatorios empleados en los censos provinciales realizados en el
transcurso de la segunda mitad del siglo XIX nos permiten aproximarnos a
algunas de las representaciones a partir de las cuales este grupo construyó su imagen sobre la
sociedad local. Así por ejemplo, según se desprendía del informe censal del año
de 1865, el habitante de la provincia era robusto, poco laborioso,
de clase mestiza y bastante fea, caracteres expuestos en franca
oposición a los atributos (blancura, decencia y belleza) que definían a quienes
se arrogaban el derecho de nominar y gobernar. ABHS.
Registro Estadístico de la provincia de Salta. Con resumen del censo de la
población. 1865. Tales valoraciones
negativas y estigmatizantes que recorrieron todo el periodo aquí
analizado, adquirieron pública dimensión a través las páginas de los periódicos
locales, en las que la desventura del bajo pueblo se
expresó, progresivamente, como una amenaza cada vez más seria al cuerpo social
en su conjunto. En su edición del 14 de febrero de 1895, el diario El Bien
Público daba cuenta de una problemática urbana que involucraba a algunos de
aquellos “indecentes” y que requería, según
también manifestaba, de la intervención de los agentes del orden; “Las Chinitas. Con este nombre se distinguen a las muchachas pobres y
muy a menudo desamparadas (…) que en estos últimos tiempos, lejos de buscar una
ocupación honrada rehúyen en demasía al trabajo y se abandonan al vicio
(…). Sería deseable que la policía vigile de cerca a las
chinitas, y cuando no puedan dar razón de ejercer un oficio honrado,
entregarlas a las familias a su vigilancia. Así como por la higiene, hay que
velar también por la moral pública”.
ABHS.
[7]
Blasco Herranz, Inmaculada, “Si los hombres se van: Discurso de género y
construcción de identidades políticas en el movimiento católico” en María Encarna, Nicolás Marin y Carmen
González Martín (Coords.) Ayeres en discusión: temas claves de la historia
contemporánea, pp. 2, [en línea] https://www.academia.edu/3860049/_S%C3%AD_los_hombres_se_van_discursos_de_g%C3%A9nero_y_construcci%C3%B3n_de_identidades_pol%C3%ADticas_en_el_movimiento_cat%C3%B3lico?auto=download; [Consultado en 03-04-2016].
[8] A través de los periódicos locales, las pastorales
religiosas, los comunicados del gobierno civil y hasta en la propia literatura
femenina se consagraban dichos atributos, al tiempo que se sancionaban sus
opuestos expresados circunstancialmente en la exacerbación o desvirtuación de los mismos, o en su desposesión. Para
algunos miembros de la elite intelectual, la religiosidad femenina, sujeta al
principio moderno de utilidad pública, debía traducirse en el “mejoramiento de
las clases sociales, la protección del desvalido, la salubridad y el ornato” en
oposición a una religiosidad ilegitima personificada en la beata o solterona
cuyo credo se caracterizaba por el fanatismo, la intolerancia, la superstición,
y la ignorancia, sin ningún tipo de trascendencia sobre el bien público. ABHS. Periódico La Reforma. 12-09-1877. “La mujer
salteña y su influencia en el progreso social de la provincia”. Discurso pronunciado por Pablo Zubieta en la sesión inaugural del
Ateneo Salteño; ABHS. La Revista Salteña Nº15. “La Solterona” por Pablo Zubieta. Esta
pretensión por determinar los componentes del modelo femenino fue propia
también del clero que, a través de sus voces autorizadas, reescribió la
historia de la mujer, distinguiendo un antes y un después en Cristo y su
mensaje evangélico que la liberó del despotismo tiránico que el hombre ejercía
sobre ella desde los tiempos más remotos. Liberada ya, y resarcida de la
degradación que Eva le propició a su género, la mujer debía, previa
instrucción, seguir los pasos de la virtud de María, madre de Dios, consolando
al esposo y cuidando a sus hijos, cumpliendo de esta manera con la alta misión
que la religión le había encomendado. Biblioteca J. Armando Caro
(BJAC). Reflexiones religiosas y sociales que en obsequio de la religión y la
república Argentina hace Escolástico Zegada como ministro de aquella y
ciudadano de esta. 1856.
[9]
La primera fundación de la Sociedad de Beneficencia en la ciudad de Salta se
produjo en el año de 1837, impulsada por el gobierno provincial con el objeto
de atender la educación del bello sexo. No
obstante esta primera experiencia no perdurará en el tiempo, extinguiéndose ya
en la década siguiente.
[10]Archivo
Arzobispal de Salta (AAS) Carpeta Asociaciones. Reglamento de la Sociedad de
Beneficencia. 1864
[11]
AAS. Carpeta Asociaciones. Comunicación remitida por la presidenta de la
asociación, Azucena Alemán de Ortiz, al obispo de la Diócesis, Buenaventura
Rizo Patrón. 1864.
[12] ABHS. Fondo Protocolos Notariales. 1880. Escribano
Pelayo Villalba. Fs. 63. Concesión de poder al Dr. Eugenio Caballero. Solicitud
de pago al Gobierno Nacional de los sueldos adeudados a su padre por sus
servicios militares prestados en la guerra de la independencia.
[13] Ver Conti, Viviana CONTI,
“Estrategias mercantiles, redes y migraciones de comerciantes durante el
período rosista” en Cuadernos FHyCS-UNJu,
Nro. 21, Jujuy, 2003, pp. 59-73. De acuerdo a la regulación de patentes
realizada en la ciudad de Salta en año de 1864, Anastasio Ojeda era además
propietario de una de las 22 tiendas comerciales más importantes de la ciudad.
ABHS. Fondo de Gobierno, Caja 273. Carpeta 1, Mayo de 1864. Regulación del ramo de patentes correspondientes al
trimestre que principia el 1º de Mayo de 1864, fs. 9. Propietarios
de Tiendas de Primera Clase en el curato Rectoral.
[14]
ABHS. Fondo Protocolos Notariales. 1856. Escribano Manuel Quijano. Fs. 108-109.
[15]
Su desempeño público solo contempló una incursión en la Legislatura provincial
en el año de 1864 en representación del departamento de Orán y la conformación,
en ese mismo año, de la comisión
designada, por el Gobernador Cleto Aguirre, para reparar el Departamento de
Hacienda de la Provincia.
[16]
Mariano Cornejo, uno de las más importantes propietarios de tierras de la
provincia, y su esposa Presentación Latorre, hija Pablo Latorre, gobernador de
Salta en el primer lustro del decenio de 1830, fueron los padrinos de bautismo
de Rosa del Pilar Ojeda, una de las hijas del matrimonio Ojeda-Barrenechea.
[17]
Corbacho, Myriam, “El Club 20 de Febrero, una leyenda salteña” en Todo es
Historia, Nº 10, Buenos Aires. 1976, pp. 24.
[18]
ABHS. Fondo Protocolos Notariales. 1861. Escribano Mariano Zorreguieta. Fs.
344.
[19]
ABHS. Fondo de Protocolos Notariales.
[20]
En la lista de los deudores de Rosa Barrenechea se destacan los nombres de
algunas mujeres que también conformaron la Sociedad de Beneficencia a partir
del año de 1864. Entre ellas; Pastora Wilde, esposa del diputado federal
Isidoro López y Lea Plaza, representante del departamento de la Viña en la
Legislatura de 1864 y ministro de gobierno de Sixto Ovejero en el año de 1866;
y Antonina Alvarado de Moyano, propietaria e hija del General Rudecindo
Alvarado, héroe de la independencia, Ministro de Guerra de la Confederación
(1854) y gobernador de la provincia de
Salta entre 1855 y 1856.
[21]
Además de formar parte de la Sociedad de Beneficencia, Rosa Barrenechea integró
las filas de diversas asociaciones religiosas durante el periodo de la segunda
mitad del siglo XIX, asumiendo en cada una de ellas diversas responsabilidades;
directora de la Asociación Jubileo Pio IX, alumbrante de la cofradía Esclavitud
del Santísimo Sacramento y promotora de las primeras conferencias vicentinas de
la ciudad en el segundo lustro del decenio de 1870.
[22]
Junto a Rosa Barrenechea, Azucena Alemán y Francisca Uriburu fueron las mujeres
que mayor número de veces desempeñaron el cargo de presidenta de la asociación
en el periodo comprendido entre 1864 y 1900. Azucena Alemán, fue de las más
grandes propietarias de la ciudad, esposa de Francisco de Paula Ortiz,
acaudalado empresario minero, y madre de Francisco Ortiz, ministro de gobierno
en dos oportunidades (1864-1866; 1866-1867); y Francisca Uriburu, hija de Juan
Nepomuceno Uriburu Hoyos, gobernador de la provincia entre 1862 y 1864, y prima
de Evaristo Uriburu, presidente de la Nación Argentina entre 1895 y 1898.
[23]
Las renuncias a los cargos directivos de la asociación fue una constante en el
periodo comprendido entre 1864 y 1895. En ocasiones, incluso, la elección de
presidenta debió repetirse varias oportunidades por la dimisión de las
candidatas elegidas. Así sucedió, por ejemplo, el 8 de noviembre de 1867 cuando
Azucena Alemán de Ortiz, Jacoba Beeche, Dolores Ceballos y Rudecinda Saravia se
negaron, de forma sucesiva, a aceptar el cargo. BJAC. Libro de actas de la
Sociedad de Beneficencia. 1864-1882.
[24] BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia.
1864-1882. Sesión, 09-04-1867.
[25]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882.
[26] BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia.
1864-1882. Sesión 18-08- 1867.
[27] BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia.
1864-1882. Sesión, 09-07-1867.
[28]
AAS. Carpeta Asociaciones. Sociedad de Beneficencia. Reglamento para el régimen
de las escuelas de la ciudad
[29]
ABHS. Fondo Biblioteca Rafael Zambrano. Registro Oficial de Salta. 1838.
[30]
AAS. Carpeta Asociaciones. Sociedad de Beneficencia. Reglamento para el régimen
de las escuelas de la ciudad.
[31] BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia.
1864-1882. Sesión, 27-06-1873.
[33]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
18-06-73.
[34]
ABHS. Fondo Protocolos Notariales. 1870. Escribano José Carlos Córdoba. Fs.
85-86.
[35]
AAS. Carpeta Asociaciones. Reglamento de la Sociedad de Beneficencia. 1864.
[36]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
11-03-1866.
[37]
Las conferencias vicentinas de San Vicente de Paul se establecieron en la
ciudad de Salta ya desde la década de 1870 promovidas por las mujeres de la
elite local que para aquel entonces conformaban la Sociedad de Beneficencia.
[38]
ABHS. Periódico La Reforma. 07-11-1877. Pág. 3
[39]
Corbacho, Myriam, 1976, ob. cit, pp. 56.
[40]
ABHS. Periódico La Reforma. 07-02-1877. Sección “Hojas al viento”. Pág. 3.
[41]
Las crónicas de los bailes ocuparon un lugar destacado en las páginas de
algunos periódicos locales. En ellas, las mujeres, protagonistas del relato, y
definidas por sus virtudes estéticas y capacidad de seducción, se presentaban
ante sus pares masculinos como atractivos bienes de un restringido y selecto
mercado matrimonial; “Es versión general que las hermanas “O” cautivan a cuantos las miran.
Estoy muy lejos de negarlo. “A” se impone de un modo irresistible, “R” puede
jugar a la lotería con nuestros corazones y echarlos al fuego principiando con
el de Lisandro. “M” con su mirar oblicuo
incendia el corazón del que baila con ella, “B” lo arrebata a uno de la
indiferencia y los hace correr tras un ideal como loco (…)”. ABHS. Periódico La Reforma.
“Crónica de Baile”. 25-07-1877. Pág. 3.
[42]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882.
[43] En el año de
1889 las damas de la Sociedad de Beneficencia rechazaron la propuesta realizada
por el gobernador de la provincia, Gabriel Güemes, de pagar sus labores
benéficas, aduciendo “que nunca habían aspirado
a recibir una remuneración por el bien que hacían en la tierra” y
que solo aceptarían tal oferta “si andando el tiempo se encontrare la caridad tan extinguida que fuese
necesario pagarla”. BJAC. Libro de actas de la Sociedad de
Beneficencia. 1864-1882. Sesión, 01-06-1889/ 08-06-1889. El argumento esbozado
para justificar la referida negativa, además de remitirnos a la lógica de una
economía de salvación, da cuenta de los intereses estrictamente materiales
vinculados a ella. En este sentido, la mercantilización del ejercicio de la
caridad atentaría, no sólo contra sus principios cristianos, sino también
contra la virtuosidad de las damas benefactoras sobre
la cual reposaba, en parte, el fundamento ético de un sistema social de
reciprocidades verticales.
[44]
ABHS. Ojeda, Gavino Recopilación
General de las Leyes de la provincia de Salta y sus decretos complementarios. Salta, Talleres Gráficos Velarde,
1929, Tomo I. Reglamento del
Departamento de Policía. Cap. III. Art. 127.
[45] BJAC. Libro de actas de la Sociedad de
Beneficencia. 1864-1882. Sesión, 10-10-1887.
[46] Tal exigencia, incluso, fue esgrimida, en ocasiones,
como parte de los motivos aducidos por algunas autoridades de la asociación
para excusarse de continuar en sus respectivos cargos. Así por ejemplo, en la
sesión del 21 de mayo de 1888, Perpetua Benguria, presidenta de la entidad,
comunicaba a las socias reunidas la necesidad de nombrar a su sucesora pues,
además de haberse cumplido el periodo de su mandato, se veía
llena de inconvenientes para continuar por la falta de recursos y mejores
relaciones a favor del hospital. BJAC. Libro de actas de la Sociedad de
Beneficencia. 1864-1882.
[47]
Gobernador de Jujuy en dos oportunidades (1861-1863/1865-1867) y emparentado a
un reducido grupo de familias (Sánchez Bustamante, Alvarado, Tezanos Pinto,
Araoz, Belaunde y Quintana) que monopolizaron el poder político en aquella
provincia en el periodo comprendido
entre 1853 y 1875 (Paz; 2003).
[48]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
25-06-1867.
[49]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
18-09-1873.
[50]
AAS. Carpeta Asociaciones. Decreto provincial. Ley de Higiene Pública. 1855.
[51]
Tal fue el caso de Moisés Oliva, designado por el gobierno provincial como
Médico Titular del Hospital de la ciudad en el año de 1869 y distinguido por la
Sociedad de Beneficia como socio honorario. Éste era además hijo de Paulina
Matorras de Oliva, una de las socias fundadoras de la entidad benefactora en el
año de 1864, y su presidenta en el año de 1866.
[52]
ABHS. Diario La Reforma. 16-06-1877. “Rifa de Caridad”.
[53]
Un caso paradigmático fue el del Dr. Carlos Costas quien no solo brindó sus
servicios médicos en el nosocomio administrado por la Sociedad de Beneficencia,
sino que además, en calidad de socio honorario de ésta, colaboró con las damas
benefactoras en la formulación de los proyectos
de reforma edilicia proyectados sobre dicho establecimiento, y gestionó,
ante el Gobierno Nacional, diversos recursos para la atención de los enfermos. BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Fue
también, junto a otros miembros de la elite local, uno de los promotores de la
Asociación Católica de Salta y de la rama masculina de las Conferencias de San
Vicente de Paul en el último cuarto del siglo XIX.
[54]
BJAC. Memoria presentada por la presidenta de la Sociedad de Beneficencia,
Serafina Uriburu de Uriburu. 1871.
[55]
AAS. Carpeta Asociaciones. Sociedad de Beneficencia. 1864.
[56]
AAS. Carpeta Asociaciones. Sociedad de Beneficencia. 1870.
[57]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
12-05-75.
[58] A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el clero
local monopolizó las funciones directivas correspondientes al cargo de
mayordomo de cofradías, otrora desempeñado por laicos miembros de la feligresía.
Uno de los casos más ilustrativos de este proceso de clericalización fue el de
la Cofradía Esclavitud del Santísimo Sacramento, cuya mayordomía (ejercida
entre 1773 y 1856 por prósperos comerciantes), será asumida por los capellanes
de la iglesia matriz desde el segundo lustro de la década de 1850 y hasta los
primeros decenios del siglo XX. AAS. Libro de la Cofradía Esclavitud del
Santísimo Sacramento. 1865-1930.
A diferencia de la Sociedad de Beneficencia, entonces, el ejercicio de
los cargos directivos de las hermandades fue prerrogativa exclusiva de los
agentes religiosos. Fueron ellos los responsables de la administración de los
recursos cofraderiles y de coordinar las
actividades cultuales de los cofrades congregados en torno a una determinada advocación.
Por su parte, las mujeres, desde estas experiencias asociativas, se
convirtieron en las principales garantes de la solemnidad del culto que debía
expresarse públicamente por las calles de la ciudad como una manifestación
política y exterior de un primigenio sentimiento interno. A menudo los
periódicos locales destacaban la dedicación de las matronas de elite en las
composturas de los templos, los altares, las andas y las imágenes sagradas,
presentando tales ocupaciones como propias a las de su género.
[59]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
03-03-71. Esta no era la primera vez que el futuro presidente de la república
(1895-1898) colaboraba con la Sociedad de Beneficencia. Ya en el año de 1868
había donado a favor de la misma la suma de $1.835 correspondiente a su sueldo
como secretario de la delegación argentina en Bolivia. BJAC. Libro de actas de la
Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión, 06-07-1868. Conviene
señalar que, posiblemente, el encargo realizado por Rosa Barrenechea a José
Evaristo Uriburu, además de responder a las garantías o ventajas que podía reportar la mediación de
un ministro de Estado en la concreción del mencionado proyecto, se fundamentara
también en las previas vinculaciones forjadas entre ambos y sus familiares. Fue
precisamente Rosa quien en el año de
1869, organizando una comisión encargada de incorporar nuevas socias, propició
el ingreso de dos miembros de la familia Uriburu, Francisca y Serafina, a las
filas de la Sociedad de Beneficencia, por aquel entonces integrada en su
mayoría por las mujeres (esposas, madres e hijas) de los lideres bando federal
constitucionalista que durante del decenio de 1850 y principios de 1860 se
había enfrentado a la coalición liderada por aquella familia en la lucha por el
poder político local.
[60]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
18-09-1873.
[61] Bruno, Paula
“La vida letrada porteña entre 1860 y el fin de siglo. Coordenadas para un mapa
de la elite intelectual” en Anuario IEHS Nº 24, 2009, pp. 355, [en
línea] www.academia.edu/7057321/_La
vida_letrada_porteña_entre_1860_y_el_fin-de-siglo._Coordenadas_para_un_mapa_dela_elite_
intelectual, [Consultado en 06-05-2016].
[62]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
05-12-1876.
[63]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
05-11-1877.
[64]
AAS. Carpeta Asociaciones. Sociedad de Beneficencia.
[65]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
02-10-1877.
[66]
AAS. Carpeta Asociaciones. Comunicación de la presidenta de la Asociación
Jubileo Pío IX, Rosa Barrenechea de Ojeda, al provisor y vicario general de la
diócesis, Genaro Feijoo. 1870.
[67]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
13-11-1894.
[68]
AAS. Carpeta Asociaciones. Sociedad de Beneficencia. Comunicación de la
presidenta de la Sociedad de Beneficencia, Francisca Uriburu de Castro, al
provisor y vicario general de la diócesis, Julián Toscano. 1900.
[69]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
17-08-1871.
[70]
AAS. Carpeta Asociaciones. Sociedad de Beneficencia. Reglamento. 1891.
[71]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
07-10-1884.
[72]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
08-11-1867.
[73]
Ojeda Uriburu, Gabino, De Salta a
Cobija. Cartas de Gregoria Beeche de García a sus hijos (1848-1867).
Fundación Nicolás García Uriburu, Buenos Aires, 2008.
[74]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882.
[75]
ABHS. Periódico La Reforma. 12-09-1877. “La mujer salteña y su influencia en el
progreso social de la provincia”. Discurso pronunciado por Pablo Zubieta en la
sesión inaugural del Ateneo Salteño.
[76]
Un caso paradigmático fue del Dolores Ceballos de Cornejo, una de las damas
fundadoras de la Sociedad de Beneficencia en el año de 1864. Ya viuda en el
decenio de 1870, y dedicada a la actividad comercial y financiera, el importe de su capital
líquido invertido en préstamos hipotecarios superaba los $35.000b. en el
periodo comprendido entre principios de 1878 y finales de 1879, incluyendo en
estas operaciones a comerciantes locales
y procedentes de las provincias de Jujuy y Catamarca, y de la vecina República
de Bolivia. ABHS. Fondo Protocolos Notariales. A diferencia de Rosa
Barrenechea, su participación en los cuadros directivos de la entidad fue
secundaria, renunciando además en dos oportunidades al cargo de presidenta para
el cual había sido elegida. BJAC. Libro
de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882.
[77]
ABHS. Memoria del Consejo particular de las
Conferencias de señoras de San Vicente de Paul en su Bodas de Oro
Vicentina. 1945. Pág. 7.
[78]
Álvarez de Leguizamón, Sonia, 2004, ob. Cit.
[79]
ABHS. Ojeda, Gavino Recopilación
General de las Leyes de la provincia de Salta y sus decretos complementarios. Salta, Talleres Gráficos Velarde,
1929, Tomo I. Reglamento del
Departamento de Policía. 1856.
[80]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
27-06-1873.
[81]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión, 18-06-1873
[82]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
23-08-1873.
[83]
De acuerdo al Reglamento de Policía de 1856, la
categoría “vagos/as” comprendía a aquellos individuos que sin tener
profesión, arte u oficio de que vivir honradamente, tampoco se hallaban
conchabados; a los que sin tener impedimento físico o mental que los
imposibilitase para todo trabajo, pedían limosnas por las calles; y a los que
no poseían domicilio determinado ni manifestaban un modo licito de vivir y honesto
de subsistir. Por su parte, la categoría de mal entretenidos/as les cabía a
quienes sin poseer bienes, ni ejercer arte, oficio o industria, no manifestaban
otra ocupación que la de frecuentar los cafés, las tabernas y los lugares
sospechosos contrayéndose al juego, a la bebida y a los actos de disipación y
mala vida; y a los que teniendo algún arte, oficio o industria abandonaban sus
ocupaciones los días de trabajo para frecuentar los cafés, las tabernas y los
lugares sospechosos de disipación y de vicios. ABHS. Ojeda, Gavino Recopilación General de las Leyes de la
provincia de Salta y sus decretos complementarios. Salta, Talleres Gráficos Velarde, 1929, Tomo I.
[84]
ABHS. Ojeda, Gavino Recopilación
General de las Leyes de la provincia de Salta y sus decretos complementarios. Salta, Talleres Gráficos Velarde,
1929, Tomo I. Reglamento del
Departamento de Policía. 1856.
[85]
Larker, José, Criminalidad y control social en una
provincia en construcción: Santa Fe, 1856-1895. Prohistoria, Rosario, 2011.
[86]
ABHS. Ojeda, Gavino Recopilación General de las Leyes de la
provincia de Salta y sus decretos complementarios. Salta, Talleres Gráficos Velarde, 1929, Tomo
II. Reglamento para el Asilo de
Mendigos. 1874.
[87]
AAS. Nota remitida por el Intendente del Departamento de Policía, José Manuel
Fernández, al Vicario Capitular de la Diócesis de Salta. 1 de marzo de
1865.
[88]
ABHS. Ojeda, Gavino Recopilación General de las Leyes de la
provincia de Salta y sus decretos complementarios. Salta, Talleres Gráficos Velarde, 1929, Tomo
II. Reglamento para el Asilo de
Mendigos. 1874.
[89]
Así sucedió, por ejemplo, con la donación de $15.000b. que en el año de 1874
realizara Dionisio Puch a favor de la Sociedad de Beneficencia y para el
auxilio de los enfermos del hospital, los que por decisión del Presidente y
Síndico de la Municipalidad, fueron invertidos en créditos, debiendo la entidad
benefactora percibir los intereses de los mismos. ABHS. Copiadores de Gobierno.
Comunicaciones internas. 1874-1875.Fs. 335.
[90]
BJAC. Libro de actas de la Sociedad de Beneficencia. 1864-1882. Sesión,
13-04-1887.
[91]
ABHS. Estatuto de la Sociedad de Beneficencia. 1891.
[92]
Tal desplazamiento jurisdiccional (que resulta necesario profundizar en futuras
investigaciones a fin de sopesar, de forma más precisas, sus alcances) puede comprenderse como parte de un conjunto
de estrategias desplegadas por las damas benefactoras a fin resguardar su campo
de acción (y la legitimidad de sus formas de intervención en él) del avance de
una lógica administrativa y burocrática propia de las instituciones modernas
que podía desafiar el fundamento moral del ejercicio de la beneficencia. En
este mismo sentido, creemos, se orientó también su negativa de aceptar una remuneración
económica por su labor caritativa, oferta realizada en el año de 1889 por el
gobernador de la provincia a la que aludimos en líneas anteriores. Ver González
Bernaldo Pilar “Beneficencia y gobierno en la ciudad de Buenos Aires
(1821-1861)” en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana, Emilio
Ravignani, Nº 24, 2001, [en línea]
http://ravignanidigital.com.ar/_bol_ravig/n24/n24a02.pdf, [Consultado en
02-04-2016].
[93] Ver Di Liscia, María Silvia “Las mujeres argentinas
en el siglo XIX” en Las mujeres y sus luchas en la historia argentina,
Ministerio de Defensa, Buenos Aires, 2006; y Paz Trueba, Yolanda “Las mujeres en el espacio público a fines del
siglo XIX y principios del XX: Un camino alternativo para garantizar el orden”
en historiapolitica.com., 2008, [en línea]
http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/paztrueba.pdf [Consultado en
03-03-20016].
[94] Bonaudo, Marta, 2006, ob.
cit., pp. 70-97