Revista Andes,
Antropología e Historia
Vol. 33, Nº 1, Julio – Diciembre 2022
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obra está bajo licencia de Creative Commons Atribución - No Comercial CC
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https://creativecommons.org/licenses/by-nc/4.0/ ISSN Nº 1668-8090
INTRODUCCIÓN AL DOSSIER:
"HISTORIOGRAFÍA,
HÉROES PROVINCIALES
Y MEMORIA
COLECTIVA"
"HISTORIOGRAPHY,
PROVINCIAL HEROES AND
COLLECTIVE
MEMORY"
Pablo Buchbinder
INSTITUTO DE HISTORIA ARGENTINA
Y AMERICANA E. RAVIGNANI
Universidad de Buenos Aires
CONICET
pbuchbin@retina.ar
Fecha de ingreso: 25/06/2022
Fecha de aceptación: 22/08/2022
RESUMEN
Los textos incluidos en este Dossier afrontan el complejo
desafío de analizar los modos en los que, desde tradiciones historiográficas,
ensayísticas o desde los organismos comprometidos con la construcción de la
memoria de distintos espacios provinciales, se exploraron dimensiones
sustantivas de los pasados locales. Los artículos que lo integran tienen por
objetivo trazar los itinerarios en que fueron pensadas las trayectorias
provinciales, la de sus caudillos, indagando la manera en la que una parte de
sus élites se apropió de ese mismo pasado, tomando como referencia principal las
provincias del norte argentino. La
propuesta aquí presentada, reúne cuatro estudios de caso que presentan
evidencias nuevas acerca de la forma en la que se entrelazó la historia
nacional con las historias provinciales. Esta articulación constituyó de hecho
uno de los desafíos centrales de quienes construyeron las primeras lecturas del
pasado rioplatense a partir del mediados del siglo XIX, las cuales otorgaron un
lugar de privilegio a la acción desempeñada por las élites vinculadas al estado
central. Esas primeras interpretaciones fueron construidas por líderes
identificados con tradiciones liberales como Mitre quienes, en los primeros
tramos de su trayectoria, protagonizaron fuertes conflictos y disputas con
líderes provinciales.
Palabras clave: Historiografía; caudillos; historia provincial; historia
nacional.
ABSTRACT
The texts included in this Dossier
face the complex challenge of analyzing the way in which substanted dimensions
of local pasts were explored, from historiographic traditions, essays, or from
the memory of different provinces governments. The articles included, have the
objective of tracing the itineraries in which the provincial trajectories where
thought, their leaders and past, and the way in which part of their elites
appropriated that narratives, mainly taking as a reference in this case the
provinces of northern Argentina. The proposal presented here brings together
four case studies that present new evidence about the way in which national
history was intertwined with local histories. This articulation constituted in
fact one of the central challenges of those who constructed the first
interpretations of Argentinian past from the mid-nineteenth century, giving a
privileged place to the action carried out by the elites linked to the central
state. Those first narratives were constructed by leaders identified with
republican traditions, such as president and historian Bartolomé Mitre.
Key words: Historiography; caudillos; local history; national
history.
Los textos incluidos en este Dossier
afrontan el complejo y poco frecuente desafío de analizar los modos en los que,
desde tradiciones historiográficas, ensayísticas o desde los organismos
comprometidos con la construcción de la memoria de distintos espacios
provinciales se exploraron dimensiones sustantivas de los pasados locales. Debe
señalarse, por otra parte, que articular la historia nacional con las historias
provinciales constituyó uno de los desafíos centrales de quienes construyeron
las primeras lecturas del pasado rioplatense a partir del mediados del siglo
XIX. Estas lecturas otorgaron un lugar
de privilegio a la acción desempeñada por las élites vinculadas al estado
central. Esas primeras interpretaciones fueron construidas por líderes
identificados con tradiciones liberales como Mitre quienes, en los primeros
tramos de su trayectoria, protagonizaron fuertes conflictos y disputas con
líderes provinciales. En este contexto debe subrayarse también que estos
relatos construidos a partir de la década de 1850 mayoritariamente desde Buenos
Aires exaltaron el papel de un núcleo de figuras ligadas justamente a la
ciudad.
Este fue un rasgo que informó a la
Galería de Celebridades Argentinas, publicada en Buenos Aires en 1857. La
introducción a este conjunto de biografías de figuras vinculadas con los
procesos revolucionarios fue escrita por Bartolomé Mitre quien incluyó allí a
un grupo de “hombres notables, guerreros, estadistas, poetas”, cuya gloria era
la “más rica herencia del pueblo argentino”. Este listado contemplaba en un
lugar preeminente, a los principales jefes de la revolución, tanto civiles como
militares. La Galería de Celebridades Argentinas era pensada, en este contexto,
no tanto como una serie de biografías, ni siquiera como una obra esencialmente
histórica sino como un “monumento erigido a nuestros antepasados que
consagraron su vida y sus afanes a la felicidad y la gloria de la patria”. Sólo
figuras de esta naturaleza, entre los que estaban incluidos además de Belgrano,
personalidades como Rivadavia, San Martín, Florencio Varela o el general
Lavalle, eran para Mitre acreedores a la gratitud de sus descendientes.
Pero estos personajes tenían también su
contrapartida. Se trataba de aquellos que, por su conducta y sus acciones no
merecían el reconocimiento de esos mismos descendientes. Encarnaban, además,
valores diametralmente opuestos a los de los principales exponentes de la
Galería. En el listado de los repróbos quedaron incluidos, prácticamente, todos
los principales caudillos regionales de la primera mitad del siglo XIX: Aráoz,
Ramírez, López, Aldao e Ibarra, entre otros. Artigas era calificado como el “Atila
del Caudillaje”, Quiroga había sido el “flagelo de Dios en las
provincias del interior”, Aldao era el “fraile apostata” e Ibarra, “el
cacique feroz, inmortal como Iván el terrible por sus crímenes y crueldades
inauditas”. Estos personajes inspiraban “horror”, pero servían para
“realzar hermosas figuras de los que se han hecho célebres por sus
servicios, sus virtudes, o trabajos intelectuales”[1].
En este contexto habría que introducir
también referencias al impacto que, en la perspectiva del caudillismo introdujo
la obra de D.F. Sarmiento. Unos años antes de la publicación de la Galería, en
la que intervino con una sucinta biografía de San Martín, Sarmiento había
publicado el “Facundo” que contaría
con varias ediciones posteriores. Sumaría más tarde a esta obra sus escritos
sobre Aldao y Peñaloza a la hora de analizar los liderazgos provinciales. Uno
de los aspectos singulares de su perspectiva era que, a diferencia de la visión
centrada fundamentalmente en las vicisitudes políticas y de los estados-como
sucedía sobre todo en los primeros escritos de Mitre-, construía una
explicación del poder del caudillo articulada con el análisis de las formas de
sociabilidad propias de las campañas sudamericanas. Como señala Hernán
Fernández, el surgimiento y accionar de los caudillos respondía, para
Sarmiento, a los modos de sociabilidad característicos de las regiones que
habían integrado el antiguo Virreinato del Río de la Plata. En los caudillos,
destaca Fernández, había condensado Sarmiento las trabas que era necesario
suprimir para fundar una República, “a la altura de los canónes de la
civilización”. Así, a partir de su concepto del caudillismo, procuraba
excluir a los sectores que no comulgaban con las prácticas políticas propias de
la República Liberal. Una tradición que pondría el centro de la interpretación
del caudillismo en el estudio de las formas de construcción de liderazgos
políticos sobre las masas rurales se expresaría contemporáneamente en las obras
de Lucas Ayarragaray y José M. Ramos Mejía[2].
La lectura de Sarmiento, pero sobre
todo las primeras interpretaciones de Mitre, tuvieron un impacto duradero en la
historiografía argentina posterior. Debe señalarse, de todas formas, que Mitre
relativizó algunos de estos juicios extremadamente peyorativos sobre varios de
los caudillos en las ediciones posteriores de su “Historia de Belgrano y la independencia argentina”. Pero la
perspectiva crítica, fundada entre otros aspectos, en la naturaleza
segregacionista de la acción de los caudillos en relación con el proyecto de
consolidación de una preexistente nación argentina, siguió vigente en las obras
de figuras influyentes en la vida cultural del país y de su historiografía como
Vicente Fidel López. También estas perspectivas negativas sobrevivieron en
diversas versiones de la manualística tanto escolar como la que utilizaban los
estudiantes de Historia o Derecho Constitucional, en las Facultades de Derecho,
muchos de los cuales formarían parte, más adelante, de las elites políticas de
fines del siglo XIX y principios del XX.
Las primeras crónicas que surgieron en
los espacios provinciales desde mediados del siglo XIX adoptaron perspectivas
en alguna medida similares a los que informaban al prólogo de la “Galería…” o
los escritos de Vicente Fidel López o a los juicios que podían desprenderse del
Facundo. En estos primeros escritos
la reflexión sobre el pasado se articulaba con dimensiones ensayísticas y
literarias, aunque estas interpretaciones
privilegiaron más bien vertientes políticas que sociales o culturales
como había hecho Sarmiento. El caso de Tucumán, analizado en el escrito de
Facundo Nanni constituye un caso paradigmático al respecto. En 1882 el francés
Paul Groussac publicó el Ensayo histórico
sobre el Tucumán. El texto se inscribía entre los primeros intentos de los
gobiernos locales por hacer conocer a la provincia dentro y fuera de los
límites nacionales. Allí se propuso una interpretación de la historia de
Tucumán que contenía una perspectiva particularmente crítica de la figura del
principal caudillo local Bernabé Aráoz. El cuestionamiento al caudillo que es
posible encontrar en la obra de Groussac era compartida por diversos cronistas
y obras surgidas en diferentes espacios locales durante esos años como lo
señala, por otra parte, Esteban Brizuela en sus análisis de los derroteros que
siguió en Santiago del Estero la consideración del principal exponente del
caudillismo local de la primera mitad del siglo XIX, Felipe Ibarra.
Así, las primeras lecturas del pasado
construidas desde los principales centros políticos del interior y el litoral
durante estos años coincidían, sobre todo, en relación con la valoración de la
figura y la acción de los caudillos con los juicios vertidos en las primeras
interpretaciones del pasado nacional construidas por Bartolomé Mitre y Vicente
Fidel López. De todas formas, debe señalarse que esta perspectiva comenzó a ser
cuestionada durante los primeros años del siglo. En 1903, el profesor de la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, David Peña,
pronunció una serie de conferencias en el marco de un curso dictado en la
institución, reivindicando la figura de Facundo. La crítica a los juicios que
animan la obra de D.F. Sarmiento en las conferencias de Peña era muy evidente.
Las conferencias y luego la publicación de éstas en 1906 en un volumen tuvieron
un notable impacto público[3].
La incorporación de Peña, poco después, a la Junta de Historia y Numismática
Americana, que se convertiría más tarde en la Academia Nacional de la Historia
generó una intensa discusión centrada, sobre todo, en su condición de autor de
esta reivindicación de la figura de Facundo. Pero por ese entonces las
perspectivas críticas sobre la acción de los caudillos comenzaban a modificarse
tanto en el ámbito nacional como en el provincial. Las iniciativas desplegadas
desde la Sección de Investigaciones Históricas, luego transformada en el
Instituto de Investigaciones Históricas, asentado en la misma Facultad en la
que David Peña dictó sus clases sobre Facundo y que se dirigían a la
reconstrucción de diversos aspectos de la historia provincial así lo muestran.
La obra de Emilio Ravignani, director del Instituto, se orientó, entre otros
aspectos, a proponer una nueva lectura del pasado nacional que reconocía, en un
primer plano, los aportes institucionales de las provincias, de los caudillos
y, en alguna medida también, de Juan Manuel de Rosas a la construcción del
orden político que había cristalizado en la sanción de la Constitución de 1853.
En este marco, puede mencionarse también la aparición de la obra de Ricardo
Rojas, La Argentinidad, publicada en
1916, en la que, a diferencia de Mitre y López, proponía una lectura de los
orígenes de la Nación Argentina, no desde Buenos Aires, sino desde la llamada
“Intendencia del Norte”.[4]
Por otra parte, desde finales del siglo
XIX una nueva dinámica cultural e intelectual comenzaba a impregnar la vida de
diferentes provincias argentinas. En algunos casos, esta sería estimulada y
fortalecida por la creación de institutos universitarios como sucedería en
Santa Fe, desde 1890 y en Tucumán desde 1912. Estos se sumaban a los Colegios
Nacionales creados a partir de la década de 1860 que desde sus orígenes
conformaron también focos relevantes de desarrollo cultural. Ya por entonces es
posible encontrar ensayos de construcción de nuevas lecturas del pasado local
en los escenarios provinciales. Estas se construyeron, además, en una etapa
crítica del vínculo entre el estado nacional y las provincias. La crisis del
sistema federal, expresada entre otros factores a partir de las frecuentes
intervenciones ordenadas por el gobierno nacional, agudizadas desde fines de la
etapa conservadora y sobre todo durante el primer gobierno radical
constituyeron el telón de fondo de la aparición de una nueva literatura sobre
la realidad contemporánea e histórica de las provincias.
Los primeros años del siglo asistieron
a la formulación de nuevas interpretaciones e imágenes del pasado desde los
principales centros urbanos e intelectuales del interior y el litoral del país.
En algunas provincias, la trayectoria de varios de los principales caudillos
comenzó a ser explorada bajo diferentes perspectivas en el contexto, además, de
una fuerte reivindicación del papel jugado por los estados locales en la
construcción del estado argentino. Un caso particularmente significativo, en
este sentido, puede advertirse en la obra del historiador cordobés Julio
Rodríguez quien dedicó un espacio central al análisis de la figura de Juan
Bautista Bustos quien había sido caracterizado por sus adversarios como el jefe
de un gobierno despótico y arbitrario. Para Rodríguez, Bustos, el principal
caudillo cordobés, se había visto obligado a lidiar con las limitaciones
propias de su tiempo y, en ese marco de “desquicio general” se había esforzado
por crear instituciones modernas e instaurar un orden signado por el respeto a
las garantías cívicas. En este contexto, Rodríguez reservaba un pasaje especial
para el análisis del papel que Bustos había concedido a la educación popular.
En este marco resaltaba sobre todo el decreto por el cual había creado la Junta
Protectora de Escuelas[5].
En algunos casos también se ofrecía una
nueva lectura general del período en el que los caudillos habían desempeñado un
papel protagónico en la vida política. La interpretación del período abierto en
1820 a partir de la dicotomía sarmientina de civilización y barbarie fue
cuestionada por el historiador santafesino Manuel Cervera. La extrema violencia
que había caracterizado esta etapa encontraba su explicación, en principio, en
la conducta y política inspirada por los hombres de Buenos Aires. De ese modo
reforzaba su firme defensa de las tradiciones autonómicas locales. El terror
había constituido, desde la perspectiva de Cervera, un elemento central de la
dinámica política de las guerras civiles común por otra parte, a unitarios y
federales[6].
En alguna medida, la nueva perspectiva
que introdujo el historiador tucumano Juan B. Terán en el análisis de la figura
de Aráoz es también expresión de este nuevo clima. El caudillo había
desempeñado en este período un papel central en la conservación del tejido
social. El análisis de la figura de Aráoz era particularmente ilustrativa ya
que había declarado en 1820 la instauración de la denominada “República del
Tucumán”. Tal vez, desde esa perspectiva, podía ser considerado un ejemplo
clásico del caudillo segregacionista. Pero el razonamiento de Terán se
inclinaba hacia la negación de las aspiraciones independentistas de Aráoz cuya
acción, finalmente, no se había sostenido nunca en la idea de la ruptura de la
nacionalidad argentina[7].
Las reflexiones de Facundo Nanni sobre la obra de Terán y sus juicios sobre Aráoz
muestran con claridad su alejamiento de las perspectivas más radicalmente
críticas del caudillismo en el contexto de una obra signada, entre otros
aspectos, por una defensa de los valores hispano-católicos.
Sin embargo, habría que relativizar
también la idea de un cambio sustantivo en la evaluación del caudillismo desde
las provincias. El historiador sanjuanino Nicanor Larrain consideraba al año
1820 como el inicio de una etapa signada por la anarquía y el desorden en su
obra El País de Cuyo, publicado en el
año 1906. La diferenciación entre los héroes de la independencia y los
caudillos constituyó uno de los ejes de su interpretación de la historia
cuyana. La escuela de los caudillos conformaba, desde su perspectiva, un
sistema de gobierno antagónico por esencia a los derechos y libertades del
ciudadano. Así, para Larrain, esta época se asociaba al predominio del
fanatismo religioso heredado de la etapa colonial y que había contribuido de
manera decisiva al atraso y decadencia de la provincia.[8]
El análisis de la obra del historiador
santiagueño Andrés Figueroa es también particularmente significativo en este
contexto. En 1920 publicó una obra consagrada al análisis del surgimiento de la
autonomía de la provincia. Insistió en subrayar allí el carácter nacional,
antisegregacionista y patriótico de dicha declaración. Sin embargo, aunque
defendía desde esta perspectiva a su provincia, no hacía lo mismo con la figura
de su principal líder. El gobierno provincial había caído por entonces en manos
de un caudillo “déspota y cruel” como Felipe Ibarra[9].
De este modo, negaba Figueroa, en su obra de claro tono anticaudillístico, toda
posibilidad de rehabilitación de la figura del líder provincial. Una
perspectiva similar informaría las obras de Baltasar Olachea y Alcorta y
Alfredo Gargaro como lo señala aquí Esteban Brizuela.
En los años treinta un nuevo capítulo
de la historia de la historiografía se abriría con la aparición de las primeras
expresiones del movimiento que se conocería luego con el nombre de revisionismo
histórico. Así se fue esbozando una lectura que contradecía los postulados de
una supuesta historia oficial a la que se consideraba como falsificada como ha
señalado Julio Stortini[10].
Como destacaría Tulio Halperín, la idea era también ofrecer el aval de la historia
para el cuestionamiento de la Argentina del presente[11]. A la vez esta
crítica del presente se estructuraba a través de dos motivos centrales. Por un
lado, el rechazo a la democratización política y por otro, la denuncia del modo
de inserción de la Argentina en el mundo a través de la relación establecida
con Gran Bretaña. El revisionismo abarcó a un conjunto de figuras que, en la
construcción de sus relatos sobre la historia argentina, diseñaron a menudo
lecturas con notables diferencias entre sí. Pero, sin duda, la reivindicación
de varios de los principales caudillos provinciales y sobre todo de la figura
de Juan Manuel de Rosas constituyeron motivos comunes a muchas de las obras que
se inscribieron en esta tradición. De todos modos, como ya señalamos,
postulados de este tipo habían sido ya sostenidos, tanto en el ámbito porteño
como en el de distintas provincias por historiadores y cronistas que, a
diferencia de gran parte de los revisionistas, seguían identificándose con los
idearios liberales y democráticos más tradicionales.
Originado entonces entre fines de la
década de 1920 y principios de los 30, en torno al nacionalismo conservador,
desde los años 60, el revisionismo amplió su base, como señalara Tulio
Halperín, al influjo de los procesos de radicalización política y peronización
de los años sesenta y de influencias como las derivadas del impacto local de la
revolución cubana. Durante esos años, la recuperación y reivindicación de las
luchas asumidas por los caudillos provinciales-Varela, Peñaloza, López Jordán-
se convirtieron en núcleos temáticos con los que se identificó una parte
significativa del movimiento. El clima de los años sesenta se tradujo en la
aparición de nuevas perspectivas. En este contexto, llegaría la reivindicación
de la figura de Felipe Ibarra en el ámbito santiagueño a través de la obra de
Luis Alen Lascano como lo señala Esteban Brizuela.
Las nuevas lecturas de los años sesenta
estuvieron fuertemente articuladas con las transformaciones políticas que la
Argentina experimentó ya desde principios de la década anterior. Como muchas de
las principales figuras de la historiografía local, Alen Lascano era también un
actor relevante de la vida política de su provincia. En los últimos años del
siglo XX y principios del XXI, la figura de Ibarra fue recuperada en un
contexto de cambios políticos significativos y como parte de un intento de
construir una nueva memoria y una nueva lectura de la historia provincial. Los
usos políticos del pasado constituyeron, obviamente también, una dimensión
relevante de la vida pública local. El
texto de Luciana S. Di Marco muestra la forma en que los modos de celebración
de la batalla de Salta se modificaron a lo largo de la primera mitad del siglo
XX y, en particular, a partir del ascenso del peronismo. Un tiempo antes estas
conmemoraciones fueron tensionadas por la aparición de nuevos actores tanto
sociales como políticos que pasaron a ejercer un protagonismo central en la
vida de la provincia y que llevaron a modificar de modo sustantivo esas mismas
formas.
En definitiva, los textos aquí
incluidos dan cuenta, de un modo diverso y fragmentado, pero preciso y profundo
de los itinerarios en que fueron pensadas las trayectorias provinciales, la de
sus líderes y los modos en que una parte de sus élites se apropiaron de ese
mismo pasado.
[1] Mitre,
Bartolomé (1942) [1857),
“Introducción a la Galería de Celebridades Argentinas”, en Obras Completas de Bartolomé Mitre, Edición ordenada por el H.
Congreso de la Nación Argentina, Buenos Aires, Vol. XI, pp. 19.23.
[2] Ramos Mejía, José María (1899), Las multitudes argentinas, Buenos Aires,
Félix Lajouane y Cia editores; Ayarragaray, Lucas (1904), La anarquía argentina y el caudillismo, Buenos Aires, Félix
Lajouane y Cia editores.
[3] Peña,
David (1906), Facundo, Buenos Aires, Imprenta
y casa editora de Coni Hermanos.
[4] Rojas,
Ricardo (1916), La Argentinidad, Buenos
Aires, Imprenta López.
[5]
Rodríguez, Julio (1907), Sinopsis
histórica de la Provincia de Córdoba, Buenos Aires, Imprenta y casa editora
de Adolfo Grau.
[6] Cervera,
Manuel (1907), Historia de la ciudad y
Provincia de Santa Fe, Buenos Aires, La Unión de Ramón Ibáñez.
[7] Terán,
Juan (1910), Tucumán y el norte argentino,
Buenos Aires, Coni Hermanos.
[8] Larrain,
Nicanor (1906), El País de Cuyo, Buenos
Aires, Juan Alsina.
[9]
Figueroa, Andrés (1924), La autonomía de
Santiago del Estero, Santiago del Estero, Fortunato Molinari.
[10]
Stortini, Julio (2015), “Fervores patrióticos: monumentos y conmemoraciones
revisionistas en la historia reciente”, en Eujanian, Alejandro, Pasolini,
Ricardo y Spinelli, M. Estela, Episodios
de la cultura histórica argenitna. Celebraciones, imágenes y representaciones
del pasado. Siglos XIX y XX, Buenos Aires, Editorial Biblos, pp. 85-103.
[11]
Halperín, Tulio (1970), El revisionismo
histórico argentino, Buenos Aires, Siglo
XXI.