Revista
Andes, Antropología e Historia
Vol. 34, Nº 2, Julio – Diciembre 2023
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obra está bajo licencia de Creative Commons Atribución - No Comercial CC
BY-NC
https://creativecommons.org/licenses/by-nc/4.0/ ISSN Nº 1668-8090
PRÁCTICAS INDUMENTARIAS FEMENINAS DE CÓRDOBA A
FINES DEL SIGLO XVI: “EL HÁBITO DE ESPAÑOL(A)”
FEMALE CLOTHING
PRACTICES IN CÓRDOBA AT THE END OF THE 16TH CENTURY: “EL HÁBITO DE ESPAÑOL(A)”
Constanza González Navarro
Instituto de Estudios Históricos
Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas
Centro de Estudios Históricos
Carlos S.A. Segreti
Universidad Nacional de Córdoba
Argentina
constanza.gonzalez.navarro@unc.edu.ar
Fecha de ingreso: 15/02/2023
/ Fecha de aceptación 01/08/2023
Resumen
Clothing constitutes one of the
elements of materiality that most strongly serve to configure social
boundaries, define identities and mark gender and quality differences. From a
varied set of sources, female clothing practices in Córdoba, Viceroyalty of Peru,
during the last quarter of the 16th century are approached with the aim of
showing the particular features of the "habito de española" as well
as the play of tensions perceived in the heart of a colonial society under
construction.
Palabras clave: indumentaria, historia de las
materialidades, sociedad colonial
Abstract
Clothing
constitutes one of the elements of materiality that most strongly serve to
configure social limits, define identities and mark gender and quality
differences. From a varied set of sources, the female clothing practices of
Córdoba, Viceroyalty of Peru, during the last quarter of the 16th century are
addressed with the aim of accounting for the particular features of the "hábito
de española" as well as the game of tensions that are perceived within a
colonial society under construction.
Key words: clothing, history of
materialities, colonial society
Introducción[1]
Abordar el universo femenino en la América del siglo XVI
constituye una tarea compleja en virtud de que su aproximación se efectúa,
generalmente, a partir de documentos producidos por hombres o por instituciones
dirigidas por ellos. Esta situación impone una actitud de cautela hacia el
tratamiento de los documentos de la época, pero no por ello obtura las
posibilidades de abordaje. En este sentido, la historiografía americanista, desde
la segunda mitad del siglo XX, ha procurado acercarse a la perspectiva y
subjetividad femenina apelando a vías alternativas como las fuentes judiciales[2]
y expedientes de disenso matrimonial[3],
documentos, registros y obras de arte conventuales[4]
o correspondencia personal[5], que han permitido
acercarse al problema.
En esta ocasión, sin embargo, no
pretendemos encarar las subjetividades sino en todo caso caracterizar el
entorno de lo femenino a partir de sus materialidades, aquello que hace al
universo de lo cotidiano, de lo íntimo, pero también de lo expuesto a la mirada,
se trata específicamente de la indumentaria personal de las mujeres del siglo
XVI en Córdoba del Tucumán. Este recorte implica referirnos a las mujeres que,
sin importar su origen, fueron educadas como españolas e integradas a las
“república de españoles”. Es decir, en esta selección incluimos tanto a las
mujeres nacidas en la península ibérica, como a las nacidas en tierra americana
de padres españoles o de uniones mixtas. Excluimos a aquéllas que adoptaron el
estado de religiosas, por tratarse de un grupo que requeriría el análisis especial
a partir de otro tipo de fuentes.
La indumentaria ha sido abordada desde
muy distintas perspectivas de análisis. Un amplio abanico de autores han
indagado en la filosofía de la moda, ya sea preocupados por el fenómeno de la imitación o emulación (Georges
Simmel[6]),
por el conjunto axiológico que constituye los sistemas vestimentarios (Roland Barthes[7]), por la relación entre las elecciones
vestimentarias y la división de clases objetiva (Pierre Bourdieu[8]),
o bien por la relación entre el poder y el control/disciplinamiento de los
cuerpos a lo largo de la historia (Georges Vigarello[9],
Michael Foucault[10],
Camilo Retana[11]).
Los aportes desde el campo específicamente historiográfico se han orientado a
identificar los rasgos característicos de la indumentaria a lo largo del tiempo
a través del arte o las fuentes escritas (Carmen Bernis[12]
para España medieval o Miguel Herrero García[13],
Francisco de Sousa Congosto[14],
José Luis Colomer y Amalia Descalzo[15]
para España de los Austrias, por ejemplo), a desentrañar el carácter modelador
y performativo de la ropa y otras materialidades (Daniel Roche[16]
, Raffaella Sarti[17],
Fanny Oudin[18]),
o bien, han atendido a analizar los procesos de cambio y tensiones culturales asociados
a las prácticas vestimentarias en el mundo moderno europeo (Norbert Elías[19],
Imízcos Beúnza[20],
Arianna Giorgi[21]),
e hispanoamericano (Ana María Martinez[22],
Ana M. Presta[23],
Pilar Gonzalbo Aizpuru[24],
Cecilia Moreyra[25],
Daniella Terreros Roldán[26]
etc.). Sin duda los aportes han sido profusos y variados y seguramente en este
breve recorrido no hemos hecho justicia con todos ellos.
La presente contribución propone abordar
la indumentaria femenina a partir de un conjunto de escrituras públicas seleccionadas
del Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba. Del total de 35 escrituras
identificadas se tomaron por su pertinencia e integridad documental 18 cartas
dote (promesas y recibos), y 2 inventarios de bienes ubicados cronológicamente
entre 1574 y 1600. El pequeño número de inventarios obedece, en parte, al
período temprano que abordamos con una menor presencia femenina en la ciudad y,
en parte, a cierta prevalencia de los varones en las cuestiones patrimoniales[27].
También hemos consultado algunos procesos judiciales que involucran a mujeres,
y fuentes éditas de la época. El límite temporal abarca la fundación y el
primer cuarto de siglo de vida de la ciudad, lo cual implica tomar en
consideración el período de génesis de la sociedad colonial cordobesa.
A fin de evaluar la representatividad
de los guardarropas analizados es importante señalar que los casos identificados
corresponden apenas al 20% de la cifra total de mujeres de ascendencia europea
que han sido registradas residiendo por lapsos breves o largos en Córdoba para
ese período. Este porcentaje estimativo -en un período pre-estadístico- ha sido
calculado a partir de un cruce de datos con escrituras públicas del registro de
protocolos de escribanos y estudios genealógicos para la región en los que fue
posible cuantificar un total de 93 mujeres casadas que en algún momento de sus
vidas estuvieron en Córdoba entre 1574 y 1600 y dejaron su huella en las
escrituras públicas. Algunas de ellas residieron en Córdoba durante la mayor
parte de su vida adulta y hasta su muerte, mientras otras lo hicieron de forma
parcial o por pequeños lapsos. Sólo una pequeña parte de ellas ha dejado
registro de sus guardarropas en algún momento de sus vidas.
El tratamiento del corpus, por lo
tanto, es preferentemente cualitativo, y el enfoque abreva en la historia de la
cultura material[28]
y en la historia social del consumo[29].
En el futuro se pretende ampliar esta primera aproximación a la indumentaria
femenina con la documentación del siglo XVII.
Coincidentes con la perspectiva de
Barthes, Roche, Sarti y Oudin, entendemos que el mundo material constituye no
sólo un reflejo de lo real sino un medio configuracional a partir del cual se
construyen ciertos arquetipos y lugares sociales, se asignan roles y
significados. El uso y consumo de la materialidad obedece a una elección, pero
principalmente a un contexto social, económico y político que facilita el
acceso a ciertos bienes y a un esquema normativo o “conjunto axiológico” que constriñe
y/o habilita ciertas prácticas vestimentarias[30].
Así mismo, adoptamos una concepción relacional de la categoría de género como
la que propone Margarita Ortega[31]
y que comparten Joan Kelly[32]
y Joan W. Scott[33],
entendiendo que es necesario estudiar a hombres y a
mujeres y la relación entre ambos pero sin asignarles a priori espacios,
valores, comportamientos y objetivos”[34],
el rol de la mujer es ante todo social lo cual obliga a trabajar las prácticas
vestimentarias femeninas en consonancia con el contexto en que se expresan y
despliegan.
Lo femenino en el contexto
cordobés
Indagar en las materialidades asociadas al universo de lo
femenino en la Córdoba del último cuarto del siglo XVI exige primero pensar en el
lugar geográfico que ocupaba esa ciudad en el conjunto del virreinato del Perú
y tener en cuenta, además, el proceso de transformación social operado por la
invasión española y el mestizaje que la acompañó. La ciudad mediterránea había
sido fundada en 1573 como avanzada meridional del virreinato peruano por un
centenar de pobladores de origen ibérico y por un número no determinado de
indígenas que acompañaban las huestes. La población era predominantemente
masculina, constituida por vecinos, vecinos feudatarios y residentes que en los
primeros diez años de vida de la ciudad no fueron muy estables. La población
indígena era la más numerosa y seguramente las mujeres nativas se relacionaron
con la población invasora en los primeros tiempos. De ellas existe muy poco
registro escrito de sus actividades, a no ser como testigos o intérpretes en
procesos judiciales y tomas de posesión de mercedes[35]
o bien en los padrones indígenas donde se referencian algunos datos personales
o servicios que prestaban. Investigar sobre las prácticas vestimentarias
femeninas a fines del siglo XVI implica abordar un conjunto de fuentes
considerablemente sesgado que favorece a las mujeres pertenecientes al grupo
colonizador.
En los primeros años de existencia de la ciudad de Córdoba, los
vínculos con Santiago del Estero fueron particularmente estrechos debido a que
constituía la capital de la gobernación y residencia de las máximas autoridades
civiles y eclesiásticas. Representaba la fundación mejor consolidada y más
cercana hasta ese momento y era el punto obligado donde las mujeres españolas
escalaban antes de arribar a Córdoba y asentarse. Para 1574 tenemos la
referencia precisa de algunas de ellas: Doña Juana de Abrego –nativa de Huelva-
y su hija Geronima, Ana de Rosales, hija natural de Blas de Rosales y doña
Luisa Martel de los Ríos, de origen andaluz y esposa del fundador don Jerónimo
Luis de Cabrera[36].
Con el tiempo fueron arribando otras mujeres –tanto españolas peninsulares y
americanas como mestizas- que antes de adoptar Córdoba como lugar de residencia
realizaron sucesivas escalas en otros centros urbanos más antiguos como
Charcas, Lima, Cuzco o Santiago del Estero.
Las prácticas vestimentarias de estas mujeres no fueron
simplemente trasplantadas del espacio europeo, sino que fueron tomando
decisiones conforme al contexto que fijaba límites y posibilidades. Este
trabajo pretende entonces partir del análisis de la materialidad de la
indumentaria femenina (definiendo prendas, materias primas, colores, estilos,
etc.) como primer paso para habilitar la discusión acerca del rol de esa
materialidad, sus significados y su poder modelador de la mujer así como
también de las diferencias sociales. Tal como indica Pilar Gonzalbo Aizpuru, el
prestigio de una mujer en la sociedad colonial resultaba de la combinación de
varios elementos: su situación en la familia, el reconocimiento social, la
riqueza de que disponían y el valor simbólico de su apellido. Si bien no había
un modelo único de mujer, sí había un conjunto de virtudes preciadas por la
sociedad como la honestidad, decoro, la laboriosidad y la piedad que la mujer
debía poseer para ser tenida en alta consideración, por oposición a la
liviandad, la vanidad y la holganza[37].
El caso de doña Juana de Abrego permite detenernos en
algunos de estos aspectos. Su llegada a Córdoba junto a su hija –nacida en
tierras americanas- se produjo siguiendo la ruta desde Charcas, escalando en
Nuestra Señora de Talavera y luego en Santiago del Estero, con el conjunto de
sus pertenencias.
Sus bienes, como ocurría con otras mujeres en su paso al
Nuevo Mundo, habían cruzado el Atlántico junto con ella con el objetivo de
conformar el nuevo hogar o bien acopiadas con posterioridad. Ana María Stuven y
Joaquín Fernandois señalan que “las mujeres cargaban con
sus ‘casas”, como dueñas de una domesticidad que se construía en la síntesis de
ellas y sus bienes”. La Corona eximía a las mujeres del pago del almojarifazgo,
hecho que permitió a algunas de ellas movilizar parte de su patrimonio
material: las casadas se trasladaban con sus pertenencias primordiales y las
doncellas con su ajuar[38].
Una vez en la recién fundada Córdoba de la Nueva Andalucía,
los valiosos bienes que poseían doña Juana y su hija habían quedado resguardados
en un cuarto del fuerte de la ciudad donde habitaban al amparo del conquistador
y poblador Blas de Rosales. La imprevista muerte de este último, a manos de los
indios en 1574, dejó a estas mujeres muy desvalidas. Al realizarse el
inventario post mortem de Rosales se generó cierta
confusión y doña Juana se halló en la obligación de tener que demostrar ante la
justicia que las pertenencias que se encontraban junto a los bienes del
fallecido eran propias. Este primer proceso judicial del Archivo Histórico de
la Provincia de Córdoba, a partir del cual doña Juana pide la restitución de
sus bienes, permite observar la precariedad con la que se vivía en los primeros
tiempos, así como reconocer el temple de estas primeras mujeres que habitaron
la región. Pedro Diez de Cortez que declaraba como testigo a favor de la
demandante, afirmaba “que estamos en un pueblo
nuevo donde no ai caxas ni se an traído sino mui pocas y ai en él munchos
chicotes que comen las ropas i que a esta causa tiene entendido este testigo
ser uerdad lo que la dicha doña Juana dice”[39]. Tal como sugiere la
cita, la ropa que con tanto trabajo había sido transportada desde sitios
lejanos se resguardaba en cajas o baúles para su cuidado.
La
importancia que este pleito reviste es que una parte de las prendas en disputa
habían sido pensadas y reunidas para conformar la dote de Geronima de Abrego y
Albornoz, hija de la denunciante. La dote era la forma de garantizar el futuro de
una doncella casadera y se desvanecía frente al hecho de su desaparición o
desapoderamiento. Esto permite explicar la necesidad y empeño de doña Juana por
acudir a la justicia para lograr la restitución de los bienes. Lo que estaba en
juego no eran sólo prendas sino un ajuar de novia y con él una nueva vida para
su hija. Esta situación quedaría al descubierto por el hecho de que, al poco
tiempo de alcanzar el fallo favorable de la justicia, parte importante de los
bienes reintegrados a doña Juana, pasaron a constituir la dote de su hija Geronima de
Abrego y Albornoz[40].
Un caso similar refiere María Elena Diez Jorge cuando analiza un expediente
iniciado por Brianda Abulacena, morisca, que en 1565 reclamaba ante la justicia
los bienes de su propiedad que le habían sido secuestrados equívocamente a su
tío, acusado por la Inquisición[41].
En esa ocasión la propia damnificada declaraba que su prometido se rehusaba a
casarse por la pérdida de su dote. En ambos casos –salvando las distancias
geográficas- llama la atención, tanto el rol protagónico de la madre en la
formación y defensa del ajuar, como la solidaridad de los testigos que formaban
parte de la misma comunidad y que contribuyeron con sus declaraciones a lograr
la restitución de los bienes y la concreción del esperado casamiento.
Como en el caso de doña Geronima, el conjunto de bienes
dotales que recibían las mujeres en América colonial generalmente estaba
constituido por bienes perdurables destinados a conformar el patrimonio
familiar: inmuebles, animales, plata labrada o amonedada, ropa de cama y de
vestir, etc. Las características de las prendas entregadas en dote y su
comparación con los inventarios post mortem[42]
estarían indicando que fueron pensadas para durar gran parte de la vida. Por
ello es que la indumentaria incluida en esos listados era habitualmente
elaborada de textiles de alta calidad, ya fuera de origen europeo o americano.
Sólo la ropa interior y el calzado tenían un recambio permanente en función del
desgaste que sufrían.
En el
siguiente apartado analizaremos los guardarropas femeninos de Córdoba en el
último cuarto del siglo XVI, principalmente a partir de recibos y promesas de
dote, a fin de poder reconocer los rasgos más característicos del hábito de
española.
Prendas interiores, semiinteriores y exteriores
del “hábito de español (a)”
Las prendas femeninas del hábito de española se caracterizaban
por estar constituidas por una serie de piezas que se iban adosando en capas
unas con otras hasta constituir el vestuario. Lo mismo ocurría con partes de la
indumentaria masculina[43].
Los tipos de prendas se clasifican en tres (Gráfico 1):
Prendas interiores: La prenda interior por excelencia era la camisa,
generalmente de ruan, algodón u holanda que iba en contacto directo con la piel
y llegaba hasta los tobillos sin asomar hacia afuera de la saya. No hemos
registrado el uso de otro tipo de prenda interior, si bien no se descarta que
el ajuar de las doncellas casaderas no las contuviera, pero luego se fabricaran
de forma doméstica (Figura 1). La camisa llevaba como complemento ineludible
los puños y el cuello o gorguera elaborados de holanda, mengala, balegate o
lienzo de algodón. La gorguera se distinguía por ser alechugada y contar con puntillas
y/o bordados (de argenteria u oro) que cubrían desde la base de la cabeza hasta
parte del escote. Así por ejemplo, las gorgueras de Juana de Deza estaban
labradas y guarnecidas de hilo de oro, mientras que las de Juana de Arroyo
estaban labradas de seda. Los inventarios de bienes y las dotes no registran medias
para el uso femenino, aunque otras fuentes dan cuenta de la gran producción de
calcetas de lana en los obrajes locales[44]
así como la adquisición de medias de lienzo de lino y seda a través del
comercio a larga distancia[45].
La ausencia de medias en las cartas dote puede deberse a que eran prendas
destinadas a sufrir mayor desgaste y recambio con el uso y por lo tanto no
constituía un capital perdurable. Las medias de lino y seda eran
particularmente costosas frente a otros materiales (11 pesos el par de seda
hacia 1589[46]
contra medio peso de un par de calcetas de lana), y son mencionadas
generalmente en el contexto del traje masculino de Córdoba[47]
y también de las ciudades virreinales como Lima para dar cuenta de la elegancia
de quien las portaba:
Si bien las mujeres son hermosas y gallardas, los
hombres son galanes y bizarros. Todos generalmente traen buenos vestidos de
seda y finos paños de Segovia y cuellos ricos con puntas costosas de Flandes. Todos
calzan medias de seda, son discretos, afables y bien criados[48].
Prendas semiinteriores: La prenda semiinterior por excelencia
era el jubón, justillo o corpiño que cubría el busto por encima de la camisa. Los
faldellines se encuentran presentes en muy
escaso número y podían cumplir la función de abultar la falda de las mujeres, asomando
levemente en ciertas ocasiones. Tal como señala Miguel Herrero García para el
caso europeo, sólo en momentos de intimidad la mujer podía dejarse ver en
faldellín[49].
Podía estar confeccionado de telas de colores como los de Catalina de Bustos,
elaborados en amarillo y azul. Eventualmente el faldellín, fabricado de otros
textiles más bastos como cordellate y jergueta podía oficiar de prenda exterior
de trabajo para la gente de servicio de la casa como las indias según atestigua
la rendición de cuentas de gastos destinados a la manutención del menor Martin
de Salvatierra[50].
Figura nº 1: Ropa interior y semiinterior
Prendas exteriores: por encima de la camisa y jubón se disponía la saya[51]
o basquiña en la parte inferior del cuerpo, especie de falda elaborada de diferentes
géneros de tejidos de seda (terciopelo, tafetán, raso), lana (paño, grana, raja)
o lienzo (algodón) y de muy variados colores (negro, blanco, morado, verde,
carmesí, amarillo, etc.). Por su parte, el torso era cubierto con una prenda
que en el mundo ibérico se denominaba “cuerpo” y en Córdoba se llamaba “ropa” o
“ropilla”[52],
que consistía en una chaqueta con mangas pegadas o desmontables. Cuando saya y
ropa estaban elaboradas del mismo material el conjunto se solía denominar “saya
entera” que a la vista daba la impresión de ser una sola pieza. El conjunto de
prendas exteriores (saya y ropa) generalmente se denominaba “vestido”,
situación que podía implicar también cierta combinación similar de telas, arreglos
o detalles. Tal el caso del “vestido de terciopelo
morado guarnesido con sus franxas de oro anchas y la rropa con sus pasamanos de
oro” o el vestido compuesto por “rropa y saya de
terciopelo encarnado con sus franxas y franxones de oro” que poseía
Leonor de Tejeda[53].
En los recibos y promesas de dote analizadas hemos identificado un total de 41
vestidos diferentes.
Figura nº 2: Ropa exterior en capas
Cobertura de la cabeza: la toca o tocado eran las prendas más
frecuentemente mencionadas para la cobertura de la cabeza (aunque también se
mencionan escofiones y escofietas). Estaban constituidas generalmente por una
pieza rectangular de tela de seda o algodón de 1 o 2 varas de largo que se
envolvía de diferentes formas o podía llevarse como velo o reboso sobre la
cabeza. No hay registros visuales locales sobre la forma en que se disponían
estos tocados, aunque sí para otras regiones[54].
Figura nº 3: Ropa exterior completa
Prendas de
abrigo: El manto era la prenda que con más frecuencia se usaba sobre
la ropa y la saya; cubría el torso hasta la cintura o caderas y aunque podía
estar elaborado de telas livianas y vistosas (de seda, burato, anascote,
soplillo) también aparece confeccionado de lana. Las capas, capotes y
capillejos de paño de lana aparecen con menor frecuencia en el guardarropa de
las mujeres y más a menudo en el de los hombres. La poca variedad y cantidad de
prendas de abrigo femeninas podría indicar cierta tendencia de las mujeres a
permanecer en los espacios cerrados, íntimos y más resguardados de la intemperie.
Resulta acorde con la lectura que Mariló Vigil realiza de la literatura
española de la época, donde el ideal de los moralistas era la joven modosa,
retraída y encerrada. El recogimiento y el recato eran virtudes valoradas en
las doncellas, en especial las nobles[55].
Este ideal seguramente no fue trasladado de manera directa a América, pero sin
duda pudo tener cierta incidencia en la constitución de la imagen de mujer
hispanoamericana.
Figura 4: El manto y sus posibles usos
Calzado: el calzado que figura con más frecuencia en las cartas dote
son los chapines, característicos de las mujeres de ascendencia
hispanoportuguesa para denotar distinción social. La altura elevada, los
colores (verde, azul), las telas vistosas con que se forraban y la
imposibilidad de caminar con comodidad sólo podía habilitar su uso en ocasiones
y espacios muy acotados. Las cartas dote no mencionan otro tipo de calzados de
uso cotidiano que sí hallamos registrados en rendiciones de cuenta de gastos de
la casa[56].
También las actas de cabildo muestran una muy activa labor de los zapateros
locales en la confección de botas y zapatos tanto para hombres como para
mujeres y niños[57].
Esta ausencia de calzado en las cartas dote se relaciona con la elección de
bienes perdurables y no los de recambio, en virtud de que los bienes que conformaban
la dote debían volver a manos de la mujer una vez fallecido el marido.
Adornos y accesorios: entre ellos encontramos avanillos/abanicos, pañuelos,
guantes y guantes de olor. Estos últimos llaman particularmente la atención
porque se relacionan con el deseo de contrarrestar ciertos aromas producto de
la poca frecuencia del aseo del cuerpo y también responde a la decisión de
portar un objeto distinguido, propio de la nobleza española. A estos accesorios
se sumaba toda la gama de joyas que incluía desde anillos hasta collares,
sarcillos y rosarios de los más variados materiales: corales, piedras
preciosas, perlas, cuentas de vidrio o cristal, cadenas de plata y oro, y hasta
objetos de origen americano como los “tupus” de plata. Sobre este tema en
particular existe el estudio de Alejandra Bustos Posse que ofrece un análisis detallado
de las joyas y objetos devocionales de los siglos XVI y XVII registradas en
inventarios y dotes en Córdoba[58].
El uso y disposición de las prendas analizadas es más
difícil de establecer debido al tipo de fuentes con que contamos para la época,
y en particular por la ausencia de retratos femeninos profanos. Las obras
pictóricas cordobesas de los siglos XVI y XVII generalmente estaban destinadas
a difundir la fe o inspirar la vida de los creyentes (imágenes de apóstoles,
patriarcas, advocaciones de la Virgen, vidas de santos, obispos o fundadores de
monasterios), o bien, destacar a figuras de prestigio social (gobernadores,
virreyes, etc.) [59].
La predilección por los motivos religiosos, la escasez de artistas locales y
los problemas de conservación seguramente son algunos de los motivos que
explican esta ausencia[60].
De esto se deriva que hemos optado por ilustrar la presente investigación con
una serie de imágenes (Figuras 1, 2 3 y 4) que recrean la indumentaria femenina
según las descripciones que constan en las fuentes analizadas y el arte
pictórico hispánico de la época de los Austrias que ha permitido ofrecer una
aproximación[61].
Gráfico nº 1
Fuentes: 18 recibos y
promesas de dote del AHPC, Registro 1, Tomos 1-13.
En las puertas del mestizaje: un acso de cumbi para la novia
Si bien, como vimos antes, las prendas más frecuentes del
hábito de española eran la camisa, la saya, el jubón y la ropa, esto no
significa que existiera una homogeneidad de estilo entre las mujeres finiseculares.
En efecto, el proceso de mestizaje que atraviesa América en ese tiempo se
refleja en los hábitos indumentarios. Es así que los guardarropas de dos
mujeres mestizas (hijas naturales de conquistadores) como Ana de Moxica y
Francisca de Vega (1583) podían contar con un acso/axo
entre sus vestidos. Esta prenda estaba tejida de una sola pieza y se envolvía
en el cuerpo de la mujer para ser sujetado a la cintura con un apretador o
cinto anudado que generalmente contaba con vivos colores[62].
El acso de doña
Francisca estaba además elaborado en tejido de cumbi o
cumbe, lo cual era un dato significativo ya que este tipo de paño
había sido privativo de la nobleza inca y de los caciques con quienes ellos
pactaban en tiempos anteriores a la conquista[63].
Era de carácter suntuario y se vinculaba con ciertos rituales o momentos
especiales. Con la dominación colonial su circulación aumentó ya que algunos
pueblos indígenas tributaron en Perú con este bien y su uso se difundió. No
obstante ello, su valor no fue depreciado ni tampoco fue desvinculado de los
significados de que era portador. Al decir de Gabriela Ramos, el cumbi “no es una categoría de
tejido andino único e uniforme”[64]
sino que variaba según los grupos étnicos de procedencia y los diseños y
técnicas de los artesanos especializados ocupados en su elaboración. La
conquista no acabó con todo ello de una sola vez y hubo un intento por “perennizar las tradiciones y los distintivos étnicos legándolos a las
generaciones siguientes”[65].
Para la autora, el tejido de cumbi no se
transformó sin más en una mercancía anónima desprovista de sus contenidos y
tradiciones originales. El hecho de haber encontrado registro de esta
materialidad en una dote, revela la importancia que en su momento tuvo para la
doncella contrayente, depositaria de una memoria y también su transmisora. Como
afirma María Elena Diaz Jorge,
los objetos no
son solo meros instrumentos sobre los que los individuos aplicamos una
funcionalidad definida. Hay reciprocidad entre objeto e individuo, pues en
ocasiones el artefacto se convierte en agente al acumular emociones y
significados que evocan[66].
Claramente el acso
de cumbi era una pequeña muestra
de ello. La función de abrigo podía ser sustituida por cualquier otra prenda,
sin embargo, estas dos mujeres mostraron interés por adquirir o conservar ésta
en particular. El acso de Francisca Vega había sido
tasado en 20 pesos de plata mientras una camisa de algodón podía valer 18 pesos
en la misma valuación y un vestido de 3 piezas (jubón, ropa y saya) podía
oscilar entre los 80 y 500 pesos.
No podemos afirmar que el acso
fuera una prenda extendida en Córdoba sino más bien excepcional y reservada a dos
hijas del mestizaje colonial. Desconocemos si su uso estuvo restringido al
ámbito de lo doméstico o también lo fue para su exhibición pública. Claro es
que no representaba en lo más mínimo una prenda acorde con el hábito de
española, pero por su carácter suntuario fue considerada valiosa en el conjunto
de bienes dotales. Doña Francisca recibió su acso
junto a otras prendas y joyas muy vistosas y valiosas (sarcillos de cristal,
collares de corales, perlas y azabaches, crucifijo e imagen de Nuestra Señora,
anillos de oro, etc.) entre las cuales se destaca la presencia de 12 tupus de plata[67],
alfiler de origen andino, utilizado desde la época prehispánica para sujetar la
mantilla, manto o lliclla[68].
Por su parte doña Ana adquirió su acso
negro y listado en algún momento de su vida siendo inventariado entre el
conjunto de sus bienes luego de su muerte[69].
La presencia de estos objetos no europeos en el guardarropa
femenino no solo da cuenta de la enorme movilidad espacial que sufrían éstos a
lo ancho y largo de América colonial, sino que denota un esfuerzo por mantener
y evocar los significados que encierran esos objetos transportados, conservados
y también lucidos. En el paradigma de la apariencia “vestir a la
antigua significa pensar a la antigua”[70]
y estas mestizas muestran una convivencia de prendas españolas e indígenas (con
predominio de las primeras), revelando un deseo por identificarse socialmente
con el universo hispánico, pero al mismo tiempo denotando un apego por ciertas
costumbres ancestrales de origen materno y una resistencia a abandonar esas
raíces definitivamente. En efecto, Máximo García Fernández llama la atención
sobre el proceso de civilización –leído en clave eliasiana- que trasunta los
objetos cotidianos y donde el vestido constituiría un capital visible y
demostrativo de la construcción de la cultura europea. Este proceso no estuvo
desprovisto de tensiones y reveses ya que particularmente el universo que rodeaba
a la mujer mestiza en el espacio americano exigió de ciertas elecciones
conforme a las disposiciones que cada una traía de antemano y a los esquemas
normativos vigentes.
En el universo masculino también se advierte este juego de
tensiones y solapamientos entre lo viejo y lo nuevo. En efecto Sebastián
Casero, mestizo, hijo natural de Pedro Casero vecino de Córdoba y de una nativa,
no formaba parte de la élite cordobesa, pero administraba una de las
encomiendas más ricas, la de la familia Tejeda y contaba con un guardarropa muy
nutrido, digno de cualquier español de buena posición. Casado con una india del
pueblo de Soto, vestía camisas de ruan y lino (según declaraba en su testamento
habían sido elaboradas por su madre india), calzón y capa de paño de Quito,
medias de seda, tahalí con hebillas de plata, espada y daga, zapatos y
borceguíes cuero, entre otras prendas[71].
Si bien Sebastián Casero estaba rodeado por el mundo indígena –en tanto vivía
en el pueblo de Soto y su familia era indígena- su exterior estaba configurado
principalmente por objetos de origen hispánico. El universo mestizo nuevamente
muestra la convivencia entre dos mundos.
Textiles y colores
A partir del
criterio que aporta Lidia Torra Fernández para el trabajo con inventarios de
Cataluña[72],
se ha clasificado y cuantificado cada pieza de ropa de las dotes por su materia
prima (teniendo en cuenta el género y tipo) a fin de tener un panorama general
del consumo en este rubro de la vida material. Lógicamente la muestra que hemos
utilizado ofrece algunas limitaciones por cuanto no fueron muchas las mujeres
dotadas entre 1574 y 1600.
Los textiles utilizados en el guardarropa femenino iberoamericano
corresponden a 3 géneros (lana, lienzo y seda) y otros tres tipos de material
(cuero, hilos de oro y argenteria). Dentro de ellos se subsumen un total de 53
tipos diferentes de telas y materiales (Cuadro1). Esta cifra contrasta con las
variedades más acotadas de los guardarropas masculinos donde se identificaron
42 tipos de textiles[73].
Entre los materiales predomina la seda y sus diferentes
tipos de variedades (burato, damasco, gorgorán, raso, tafetán, terciopelo,
tiritaña, etc.). El 36,44% de las prendas están confeccionadas con seda,
seguidas por la lencería (de hilos de algodón o lino) en un 15,45%, la lana en
un 11,95% (paño, raja, grana, anascote, bayeta, etc.) y el cuero en un 0,58%. Las
llamadas telas de oro o telas de oro verde podían corresponder a telas que
combinan seda con hilos de oro de baja ley; en el mismo sentido la argenteria
corresponde a bordados brillantes que asemejan los hilos de plata, pero no lo
son necesariamente. Hay un 32% de las prendas cuyas materias primas no fueron
registradas o bien cuyas nomenclaturas no han podido ser clasificados según su
género (V.gr. mengala, tela rica, tela, canizu, lustre), cuestión que esperamos
poder reconocer en el futuro (Cuadro 2).
Cuadro
1: Géneros y tipos de materiales para indumentaria femenina |
|
GÉNERO |
TIPOS |
CUERO |
2 |
LANA |
15 |
LENCERÍA |
13 |
SEDA |
17 |
ORO |
1 |
ARGENTERIA |
1 |
S/D |
4 |
Total general |
53 |
Fuentes:
recibos y promesas de dote, inventario
del AHPC, Registro 1,
Tomos 1-13.
Cuadro
2: REPRESENTACIÓN DE MATERIALES POR
PRENDA |
||
GÉNERO/MATERIAL |
N° PRENDAS |
PORCENTAJE |
SEDA |
125 |
36,44% |
LENCERÍA |
53 |
15,45% |
LANA |
41 |
11,95% |
ORO |
9 |
2,62% |
ARGENTERIA |
3 |
0,87 |
CUERO |
2 |
0,58% |
Sin especificar |
110 |
32% |
Total general |
343 |
100% |
Fuentes: recibos y promesas de dote, inventario
del AHPC, Registro 1,
Tomos 1-13.
Respecto a los colores que pueden identificarse
(sólo el 41% registra este dato) sobresale el negro y el blanco, pero también
los diversos tonos de rojo, verde y morado y, en menor medida el azul,
amarillo, pardo y rosado. Claramente, aunque el negro es el color más
representado en los documentos y en las pinturas de la época a imitación del
traje cortesano propio de la nobleza española[74],
no excluía los demás colores. La policromía contrasta con la mayor seriedad del
traje masculino donde predominan los colores oscuros[75].
Los textiles generalmente contaban con colores sólidos, pero existen
referencias bordados que contrastan sobre el fondo. Los tonos tierra se
encuentran ausentes del registro explícito de prendas de las mujeres
hispanoamericanas.
En el caso de los tejidos locales los libros de cuentas de
los obrajes indígenas revelan la existencia de tintes en base a la cochinilla
también denominada grana[76],
el albayalde, el cardenillo[77]
y el añil (que proporcionan el rojo carmesí, el blanco, el verde y el azul
oscuro respectivamente). La presencia de este tipo de tintes da cuenta de la
amplia posibilidad que existía de jugar con la policromía en los textiles de la
tierra también. Si bien los productos de los obrajes estaban mayormente
destinados a vestir a los sectores subalternos (preferentemente africanos
esclavizados e indios), también eran utilizados por los sectores medios y altos
para otros fines que no han sido analizados en esta ocasión (ropa de cama,
mantelería y arreglos de mesa, por ejemplo).
Fuentes: recibos y promesas de dote,
inventario
del AHPC, Registro 1,
Tomos 1-13.
La indumentaria como modelador: recato y
distinción
Hasta aquí hemos
analizado las características de la indumentaria femenina del último cuarto del
siglo XVI, atendiendo específicamente a aquel segmento de mujeres que se circunscribe
a la población iberoamericana. El origen no alcanza para definir la adscripción
a un determinado segmento social. La indumentaria ha sido un medio, una
tecnología, una forma a través de la cual se expresaron y configuraron las
diferencias de género y también las diferentes calidades sociales. No alcanzaba
con ser española, sino que había que
parecerlo.
La apariencia
estaba de consuno unida al “honor de los orígenes”[78].
Tal como expresa Undurraga, la sociedad colonial fundaba ese honor primeramente
en la legitimidad de nacimiento y en la consecuente limpieza de sangre, ya que
la mayoría de los hijos ilegítimos provenían de uniones mixtas –en gran parte
porque había muy pocas mujeres peninsulares en este período. El honor se
asentaba, además, sobre una reputación y fama cuyo carácter era claramente social.
Esto es, se apoyaba en la consideración y juicio que los demás construían acerca
del honor que cada actor pretendía exhibir[79].
En una sociedad como la cordobesa donde las hijas naturales de los españoles
durante la primera generación fueron reconocidas como legítimas y pasaron a
integrar la elite local, la limpieza de sangre fue relativa y en todo caso la
elite sostuvo su lugar de preeminencia en base a otros valores como la
participación en la conquista del territorio, la posesión de encomiendas y la
fidelidad al rey. Fue necesario afianzar las diferencias de calidad a partir de
atributos exteriores que dieran cuenta del lugar social que a sus miembros les
correspondía.
Si entendemos,
como sostiene Undurraga, que el honor femenino era la puerta de entrada del
honor familiar, la apariencia también era fundamental en la configuración de la
reputación del linaje. Es decir, si la virtud de la mujer era resguardada o
bien mancillada de alguna forma, también lo era la reputación de su linaje; de
esto se colige la relevancia que pudo tener en la Córdoba temprana y
seguramente en otras ciudades americanas, el comportamiento, la apariencia y
los hábitos indumentarios femeninos.
Vestir a la
española o en “hábito de español(a)” implicaba un conjunto de prácticas
socialmente construidas y reproducidas. La elección de ciertas prendas, colores
y materiales textiles se vinculaba a la posibilidad de contar con una dote al
momento de contraer matrimonio o gozar de ciertos recursos económicos para
acceder a ellos, pero también comprendía cierto margen de elección que se
sustentaba en los gustos, en los habitus de
origen y en el sistema de valores de la época. Según estos valores, la
indumentaria femenina debía estar desprovista de insinuaciones y debía apuntar
a la “contención de la sexualidad femenina” [80]
para preservar su virtud, y con ella la reputación del linaje.
La indumentaria de
las mujeres iberoamericanas residentes en Córdoba se asemejaba en mucho a la
indumentaria española peninsular, en principio porque la mayoría de los
textiles tenían una procedencia similar y porque las mujeres que contrajeron
nupcias con los primeros vecinos de Córdoba eran de origen ibérico
(generalmente castellanas, andaluzas o portuguesas) o bien de padre o padres de
origen ibérico (como en el caso de mestizas y americanas) que las habían criado
a la usanza española, con algunos matices[81].
Existía, además,
un ideal a alcanzar que se vislumbraba en el horizonte de expectativas. Siguiendo
a Simmel, la “imitación” se entiende como la tendencia propia de nuestro ser
que se satisface en la fusión de lo individual con lo general. “La moda es la imitación de un modelo dado y satisface
así la necesidad de apoyarse en la sociedad”[82].
En efecto, si bien
puede decirse que los hábitos indumentarios americanos no eran una versión
calcada de los ibéricos, existían muchos elementos comunes y también un deseo
de emular los usos europeos para diferenciarse de los colonizados. La moda
ejercía así un influjo especialmente en los sectores medios y altos, como un
instrumento de diferenciación social y un medio para mantener la cohesión. Las
decisiones estaban apoyadas además en las posibilidades del medio de acceder a
ciertas materias primas (telas, arreglos, botones, etc.), en las elecciones
particulares, así como también en el deseo de adquirir algo novedoso (como las
sedas de Oriente) o aferrarse a ciertos objetos tradicionales de prestigio (acso y los tupus). La
circulación de prendas no necesariamente se produjo en sentido vertical de
arriba hacia abajo sino, que los materiales y objetos de valor del mundo
colonizado también dejaron su huella en el universo de los conquistadores.
La indumentaria
femenina adhería, en general a cierta tendencia general o moda que implicaba el
uso de ciertas prendas específicas. El vestido (combinación de saya y ropa) era,
en este sentido, la indumentaria más característica del traje español, tanto si
hablamos del mundo ibérico como en diversas regiones americanas ya estudiadas (Charcas[83]
y en México[84])
y la de Córdoba. El número de vestidos por mujer en los casos estudiados podía
variar, pero cada una contaba al menos con 2 al momento de casarse. Muy
excepcional era el caso de los guardarropas profusos como el de Leonor de
Tejeda que en su dote tenía 13 vestidos. Estos datos permiten dar cuenta de la
falta de opulencia de esta pequeña elite local de Córdoba a fines del siglo XVI.
Finalmente, un
aspecto que vincula los hábitos indumentarios con los valores de la época, es
el aspecto modelador de la ropa. Para el mundo europeo, tanto Foucault,
Vigarello como Retana observaron, con matices, que la indumentaria, lejos de representar
las diferencias sexuales, constituía un dispositivo de la moda (compuesto
además por prácticas y discursos) dirigidos todos a instaurar y reproducir las
diferencias de género y a controlar/disciplinar el cuerpo según los esquemas
normativos de cada época. El corset y el guardainfante han sido estudiados como
dispositivos ejemplificadores del fenómeno observado, destinados a moldear el
cuerpo femenino en Europa desde el siglo XVII[85].
En Córdoba, sin embargo, el ideal femenino que
observamos a fines del siglo XVI parece haber estado aún un poco alejado de
esas formas tan rígidas de control del cuerpo. El jubón o justillo es una
prenda que podría considerarse antecedente del corset pero que permitía mayor
libertad de movimiento, y los faldellines cuya función era abultar la saya y
esconder las formas, no alcanzaban a imponer un completo distanciamiento entre
los cuerpos. Una prenda como el verdugado, especie de saya interior que
ocultaba las formas y ahuecaba la parte inferior del vestido, muy utilizado en
la nobleza española, recién empieza a asomar en los documentos cordobeses del
siglo XVII[86].
Es decir que, en principio, hacia fines del siglo XVI todavía no podemos afirmar,
como sostiene Vigarello[87]
para el mundo moderno europeo, que el talle se había alejado completamente de
las líneas anatómicas o la forma natural del cuerpo (como ocurrirá tras el uso
del guardainfante o el miriñaque). Para universo cordobés analizado esa
tendencia aún estaba en proceso a fines del siglo XVI. La indumentaria era, en
todo caso, un dispositivo cultural que atendía principalmente a establecer las
fronteras de lo social entre las repúblicas, delimitar identidades y contribuía
a construir una imagen femenina acorde con la moral cristiana.
En este sentido, dos
prendas femeninas del siglo XVI llaman nuestra atención y refuerzan el ideal de
mujer cristiana y española: los chapines y la gorguera
o cuello. Ambas subordinan el carácter utilitario de las prendas de vestir por
otros significados que parecen ser más importantes: la distinción y el recato. La
función principal de los chapines pareciera ser la de servir de calzado y
permitir el desplazamiento de quien los usa; sin embargo, constituían objetos tan
incómodos que había que tener gran destreza para mantener el equilibrio. Elevaban
a la mujer por encima de su altura normal, dándole mayor preeminencia frente a
otras personas, pero al mismo tiempo la limitaban en sus movimientos ya que con
ellos podía ser dificultoso caminar largos trechos. Si bien los registros
también mencionan otro tipo de calzados como botas o zapatos, es llamativa la
presencia de los chapines importados (especialmente valencianos) y engalanados
en varias cartas dote de las analizadas. Sin duda constituían claros objetos de
distinción social de género y de calidad.
La gorguera, por su parte, era una prenda que con su tela
alechugada ocultaba el cuello completamente. Si bien, no todos los cuellos
tenían las mismas características, es una prenda que se repite en los diferentes
guardarropas. Junto al uso de la toca, dejaba casi únicamente libre el rostro
femenino que adquiría un claro protagonismo. El rostro era la parte del cuerpo
más individualizada, más singular[88].
En la mitad superior del cuerpo se lucían las joyas y adornos, mientras en la
mitad inferior había menos lucimiento y más ocultamiento. Desde el cuello hacia
abajo el cuerpo femenino estaba cubierto. No había escotes ni insinuaciones ni
tampoco la opulencia de las pelucas y polvos de la moda francesa del siglo
XVIII. La gorguera era una prenda que contribuía a conformar un aspecto sobrio,
moderado y casto, como decía Fray Luis de Granada en sus textos:
Y no sólo ha de
ser el cuerpo y el corazón casto, mas también ha de procurar que los ojos sean
castos, y las palabras castas, y la compañía casta, y la vestidura casta, y la mesa
y la comida, como luego diremos; porque la verdadera y perfecta castidad todas
las cosas quiere que sean castas, y una sola que falte, a las veces lo
destruye todo[89].
En efecto, un solo detalle podía ser clave en la
construcción del ideal femenino y las mujeres iberoamericanas lo sabían.
Consideraciones
finales
Hasta aquí hemos querido caracterizar los rasgos del “hábito”
de española en Córdoba del Tucumán en el último cuarto del siglo XVI. Como se
ha puesto en evidencia, existían ciertos elementos comunes que permiten
delinear una tendencia de época asociada a la opción preferencial por ciertas
prendas, colores y textiles. Ello no excluye el hecho de que existía una gran
variabilidad de prendas y detalles (arreglos, adornos y joyas) que podían
permitir personalizar la apariencia.
La elección indumentaria contribuía a configurar un ideal
femenino que obedecía a ciertos códigos en el vestir, pero también a un deseo
por mostrar la pertenencia social y exhibir ciertas virtudes consideradas
valiosas como el recato y la piedad cristiana. Los solapamientos y tensiones
entre los usos europeos y las tradiciones americanas, así como el deseo de
adquirir elementos novedosos estaban siempre presentes.
Cada guardarropas era un reflejo del lugar que ocupaba la
mujer en la sociedad colonial, de los diferentes roles que podía asumir, así
como también de los diferentes momentos de su vida (doncella, casada, viuda).
El sistema de valores imperante incidía en la decisión de exhibir aquellas
prendas que eran tomadas en buena consideración por la comunidad. Hasta ahora,
sin embargo, es muy difícil determinar a partir del conjunto de fuentes disponibles,
si había algún conjunto de prendas reservado para el espacio doméstico y otro
conjunto para la calle, ya que sólo podemos distinguir entre prendas de mejor o
peor calidad según los tipos textiles, adornos y colores, sin que el hábito de
española observe otros grandes contrastes.
Sin duda este análisis requiere abordar el contexto de
posibilidades con que contaban las mujeres, acorde con cada sector social, a la
hora de adquirir sus nuevas prendas o textiles, así como también ampliar el
corpus documental posterior a 1600 que nos permita ahondar en la dinámica del
espacio doméstico y profundizar en los atuendos diferenciados según la edad y
las etapas de la vida (bautismo, casamiento, fiestas, muerte, etc.), la producción
y circulación de indumentaria y los hábitos vestimentarios de otras mujeres de
la sociedad colonial (indias y africanas esclavizadas) para dar cuenta de la fuerza
e incidencia que tuvo esta materialidad en la construcción de las diferentes
calidades sociales.
Tal como han señalado Stuven y Fermandois el vestuario
femenino de las mujeres iberoamericanas se proyectó en alguna medida en los
usos de las criadas[90]
indias o esclavas a partir de ciertas prácticas como la donación u obsequio de
prendas o bien como forma de pago a sus servicios. Este
fenómeno, no fue, sin embargo, automático ni lineal y requerirá un análisis
específico que esperamos poder abordar en el futuro para dar cuenta de los
diversos matices que presenta.
Fuentes
consultadas: Archivo
Histórico de la Provincia de Córdoba
|
Año |
Documento |
Beneficiaria[91] |
Fondo |
Tomo |
Folio inicial |
Observaciones |
1 |
1574-07-15 |
Promesa de
Dote |
Geronima
de Albornoz/Abrego |
Judicial |
5 |
7 |
|
2 |
1575-07-01 |
Recibo de Dote |
Ana de
Mojica |
Notarial |
1 |
8 |
|
3 |
1578-04-30 |
Recibo de
Dote |
Isabel de
Rosales |
Notarial |
1 |
74 |
Sin ropa |
4 |
1578-12-09 |
Recibo de
Dote |
Catalina
de Villegas |
Notarial |
1 |
90 |
Sin ropa |
5 |
1583-05-27 |
Recibo de Dote |
Francisca
de Vega |
Judicial |
58 |
120r |
|
6 |
1584-01-22 |
Recibo de Dote |
Maria de
Acosta |
Notarial |
3 |
13 |
|
7 |
1587-04-12 |
Promesa de
Dote |
Estefania
de Castañeda |
Notarial |
3 |
208 |
Sin ropa |
8 |
1587-05-27 |
Obligación
de Dote |
Magdalena
Pereyra |
Notarial |
3 |
220 |
Sin ropa |
9 |
1587-07-06 |
Promesa de
Dote |
Lucia
Gonzales |
Notarial |
3 |
182 |
Sin ropa |
10 |
1588-04-20 |
Recibo de
Dote |
Maria
Rodriguez |
Notarial |
4 |
8 |
|
11 |
1588-09-10 |
Recibo de
Dote |
Maria de
Carrion |
Notarial |
4 |
63 |
Sin ropa |
12 |
1589-09-13 |
Recibo de
Dote |
Juana de
Deza |
Notarial |
4 |
138 |
|
13 |
1590-02-05 |
Promesa de
Dote |
Isabel de
Deza |
Notarial |
5 |
128 |
|
14 |
1590-10-21 |
Promesa de
Dote |
Juana de
Arroyo |
Notarial |
5 |
168 |
|
15 |
1590-11-21 |
Promesa de
Dote |
Juana
Sanchez |
Notarial |
5 |
181 |
|
16 |
1590-12-11 |
Recibo de
Dote |
Ana Maria
de Loria / Soria |
Notarial |
5 |
193 |
|
17 |
1592-4-11 |
Promesa de
dote |
Lucrecia
de Villalba |
Notarial |
6 |
145-146 |
|
18 |
1593-06-19 |
Recibo de
Dote |
Lucrecia
de Villalba |
Notarial |
7 |
51 |
|
19 |
1594-09-20 |
Memoria de
dote |
Catalina
de Bustos |
Judicial |
4 |
300 |
|
20 |
1595-06-14 |
Promesa de
Dote |
Maria
Mejia |
Notarial |
8 |
93 |
Sin ropa |
21 |
1595-06-30 |
Promesa de
Dote |
Juana de
Bustamante |
Notarial |
8 |
177 |
|
22 |
1596-06-22 |
Recibo de
Dote |
Juana de
Aguirre |
Notarial |
8 |
274 |
Sin ropa |
23 |
1596-11-07 |
Recibo de
Dote |
Lucia
Gonzalez |
Notarial |
8 |
339 |
Sin ropa |
24 |
1597-9-4 |
Recibo de
Dote |
Juana de
Bustamante |
Judicial |
9 |
108r |
|
25 |
1598-03-26 |
Promesa de
Dote |
Isabel de
Contreras |
Notarial |
10 |
156 |
|
26 |
1598-04-18 |
Promesa de
Dote |
Isidora de
Gallegos |
Notarial |
10 |
185 |
|
27 |
1598-06-23 |
Dote |
Micaela de
la Camara |
Notarial |
10 |
236 |
|
28 |
1598-12-08 |
Recibo de
Dote |
Isabel de
Funes |
Notarial |
10 |
358 |
|
29 |
1598-12-31 |
Recibo de
Dote |
Leonor de
Tejeda |
Notarial |
11 |
128 |
|
31 |
1599-11-17 |
Obligación
de Dote |
Maria
Martinez |
Notarial |
12 |
125 |
Fuera de
consulta |
32 |
1599-12-07 |
Dote |
Maria
Negrete |
Notarial |
12 |
160 |
Fuera de
consulta |
33 |
1600-6-10 |
Promesa de
Dote |
Leonor
Mejia |
Notarial |
13 |
141r |
Sin ropa |
|
Año |
Documento |
Beneficiaria |
Fondo |
Tomo |
Expediente/folio |
Observac. |
1 |
1589-6-10 |
Inventario |
Ana de
Moxica |
Judicial |
5 |
14 |
|
2 |
1590-11-23 |
Inventario |
Catalina Perez |
Judicial |
3 |
7 |
|
[1] Este artículo se enmarca dentro de dos proyectos colectivos:
Producción y reproducción de la desigualdad social
en clave diacrónica. Pasado, presente y futuro de un fenómeno persistente.
(PUE CONICET) Director académico Dr. Fernando Remedi, y “Circulación
de personas y objetos en el extremo sur de la Monarquía hispánica, Córdoba
1573-1620”. Resol. Secyt. 233-20. UNC. Años 2020-2022. Directoras
Constanza González Navarro y María Marschoff.
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(1996), ¿Qué mandas hacer de mí? Mujeres del
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“Hacia una historia socio-cultural de las emociones en tiempos de
reconfiguración de la organización familiar a fines del siglo XIX en
Argentina”, HiSTOReLo. Revista de Historia
Regional y Local, vol. 13, nº28, pp. 205-241.
https://doi.org/10.15446/historelo.v13n28.89310. Gonzalbo Aizpuru, Pilar
(2016), Los muros invisibles. Las mujeres novohispanas y la
imposible igualdad, Ciudad de México, El Colegio de México. González
Navarro, Constanza y Grana, Romina (2017), “Palabra y poder: una mirada
histórico-discursiva sobre las mujeres indígenas en Córdoba a principios del
siglo XVII”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos. Paris.
[En línea]. Debates, Puesto en línea el 13 de febrero 2017, consultado el 17
febrero 2017. URL:http://nuevomundo.revues.org/70419. Vassallo, Jaqueline
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Giorgi, Arianna (2012), “Vestir a
la española y vestir a la francesa: apariencia y consumo en el Madrid del siglo
XVIII”. En Juan Manuel Bartolomé Bartolomé y Máximo García Fernandez (Dir) Apariencias contrastadas: contraste de apariencias. Cultura material y
consumos de Antiguo Régimen, Universidad de León. p. 157-176.
[23] Presta, Ana María (2010),
“Undressing the Coya and Dressing the Indian
Woman: Market Economy, Clothing, and Identities in the Colonial Andes, La Plata
(Charcas), Late Sixteenth and Early Seventeenth Centuries”, Hispanic American Historical Review, vol. 90, n° 1, pp. 41-74. (2012) “Espacios, gentes y
cosas que importan. La producción histórica del colonialismo tras los
consumidores indios y españoles. Charcas, siglo XVI”. En: Juan Manuel Bartolomé Bartolomé y Máximo García
Fernandez (Dir) Apariencias contrastadas: contraste de apariencias.
Cultura material y consumos de Antiguo Régimen, León, Universidad de León. p.121-138.
[24] Gonzalbo Aizpuru,
Pilar (1996), “De la penuria y el lujo en la nueva España: siglos
XVI-XVIII”, Revista de Indias, vol. 56, nº
206, pp. 49-77; (2007). “Del
decoro a la ostentación. Los límites del lujo en la ciudad de México en el
siglo XVIII”, Colonial Latinoamerican Review,
Vol. 16, n°1, pp. 3-22; (2016) Los muros invisibles. Las mujeres novohispanas y la imposible igualdad,
Ciudad de México, El Colegio de México.
[25]
Moreyra, Cecilia (2010), “Entre lo íntimo y lo público. La vestimenta en la
ciudad de Córdoba, Argentina a fines del siglo XVIII”, Fronteras de
la historia, vol. 15, n°2, pp. 388-413; (2014) “La ropa, lo
masculino y lo civilizado. La vestimenta de los hombres en Córdoba (Argentina),
siglo XIX”, Temas Americanistas, n° 33, pp. 84-108 y
otros trabajos.
[26]
Terreros Roldán, Daniella (2021), Historia de la indumentaria virreinal
limeña: en búsqueda del origen de un traje tradicional para Lima, Lima, PROLIMA-Municipalidad Metropolitana de Lima.
[27]
Este fenómeno tiene una
continuidad temporal y es destacado por Cecilia Moreyra para la Córdoba del
siglo XIX. Moreyra, Cecilia (2023), Historia de lo cotidiano.
Cuerpos, espacios y objetos en Córdoba del siglo XIX, Córdoba, Universidad
Nacional de Córdoba, p. 32.
[28] Ingold, Tim
(2007), “Materials against Materiality”, Archaeological Dialogues,
14 (1), pp. 1–16. doi:10.1017/S1380203807002127; Miller, Daniel (2005), “Materiality,
‘An Introduction’”. En Miller, Daniel (Ed.) Materiality,
Durham, Reino Unido, Duke University
Press, pp. 1-50; Roche, Daniel
(1989), La culture des apparences. Une histoire du vêtement
XVe-XVIIIe siècle, Paris, Fayard. Sarti, R. (2003), Vida en
familia. Casa, comida y vestido en Europa moderna, Barcelona,
Crítica.
[29] Ramos Palencia, Fernando Carlos (1999), “Una
primera aproximación al consumo en el mundo rural castellano a través de los
inventarios post-mortem:
Palencia, 1750-1840”. En Torras Elías, Jaume y Yun Casalilla, Bartolomé (eds.), Consumo, condiciones de vida y comercialización.
Cataluña y Castilla, siglos XVII-XIX, Valladolid, España, Estudios de Historia, pp. 107-131;
de Vries, Jean (2008), The Industrious
Revolution. Consumer Behavior and Household Economy, 1650 to the Present,
New York, Cambridge University Press; Muñoz Navarro,
Daniel (2011), Comprar, vender y consumir. Nuevas
aportaciones a la historia del consumo en la España moderna, Paris,
Universitat de Valéncia, PUV; Aram,
Bethany y Yun-Casalilla, Bartolomé (2014), Global goods and the
sopanish empire, 1492-1824.Circulation, resistance and diversity, UK,
Pelgrave Macmillan.
[30] Barthes, Roland, 1957, Ob. Cit.,
pp. 430-441.
[31]
Ortega, Margarita. “Historia y Género”. pp. 819.
Consulta en línea el 7/12/2022: http://www.uca.edu.sv/revistarealidad/archivo/4e04acf654977historiaygenero.pdf
[32] Kelly, Joan (1976), “Did woman have a renassaince?. In: Bridenthal R. and C. Koonz. Becoming visible. Houghton Mifflin Co. Boston. Versión en español:
Kelly, Joan. “¿Tuvieron las mujeres Renacimiento?”. En: Amelang, James y Nash,
Mary (eds.) (1990), Historia y género: Las
mujeres en la Europa moderna y contemporánea, Valencia, Alfons el
Maganànim, pp. 93-126.
[33] Scott, Joan W. (1996), “El género: Una categoría útil para
el análisis histórico”. En Lamas, Marta (comp.), El género:
la construcción cultural de la diferencia sexual, México, PUEG, pp.
265-302. Originalmente, este artículo fue publicado en Inglés en 1986 como
“Gender: A Useful Category of Historical Analysis”, American Historical Review, nº 91, pp. 1053-1075.
[34] Scott, Joan W., 1996, Ob. Cit.
[35] González Navarro, Constanza y Grana, Romina, (2017),
“Palabra y poder: una mirada histórico-discursiva sobre las mujeres indígenas
en Córdoba a principios del siglo XVII”, Nuevo
Mundo Mundos Nuevos [En línea], Debates, Puesto en línea el 13
febrero 2017, consultado el 17 febrero 2017. URL:
http://nuevomundo.revues.org/70419
[36] Lobos, Ramón
Héctor (2009), Historia de Córdoba. Raíces y fundamentos. Tomo
1, Córdoba, Ediciones del Copista, p. 243.
[37]
Gonzalbo Aizpuru, Pilar, 2016, Ob. Cit., pp. 285-294
[38]
Stuven, Ana María y Fermandois, Joaquín (2010),
Historia de las mujeres en Chile, Taurus, Tomo 1, pp. 77-78.
[39]
AR. Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba/Tribunales de Justicia//ESC
1-1574-1576-1-1-17v.
[40]
AR.AHPC/Tribunales de
Justicia/ESC-1595-1597-1-5-7-131r. Dote fechada el
1-1-1574.
[41]
Diez Jorge, María Elena (2022),
“La casa y sus ajuares. Emociones y cultura material en el siglo XVI”. En Diez
Jorge, María Elena (ed.) Sentir la casa. Emociones
y cultura material en los siglos XV y XVI, España, Ediciones TREA,
pp. 57-65.
[42]
González Navarro, Constanza (2022), “Uso de textiles en la indumentaria de
Córdoba, Gobernación del Tucumán (1574-1640)”. En Ester Prieto Ustio (comp.), Historia y cultura visual, Chile, Editorial Ariadna.
[43] González Navarro,
Constanza (2021a), “La indumentaria masculina en clave social. Córdoba,
Gobernación del Tucumán (1574-1620)”, Revista Trashumante,
n° 17. [Consulta en línea el 7/12/2022]
https://revistas.udea.edu.co/index.php/trashumante/issue/view/3822
[44]
Piana, Josefina (1992), Los indígenas de Córdoba
bajo el régimen colonial, 1570-1620, Córdoba, Universidad Nacional
de Córdoba, p. 189
[45]
AR.AHPC/Protocolos//REG
1-T4-1589-30-8- 120r-123r; AR.AHPC/Protocolos/REG 1-T8, 1595-14-6- 186r; AR.
AHPC/Protocolos/REG 1-T11- 1598-20-11-
27r-28r; AR. AHPC/Protocolos/REG 1-T13, 1600-10-4-1600-56r-57v.
[46]
AR. AHPC/Protocolos//REG
1-T4-1589-30-8-120r-123r. Carta de obligación
[47]
González Navarro, Constanza,
2021a, Ob. Cit.
[48]
Lewin, Boleslao (ed.) (1958) Descripción de Virreinato
del Perú. Crónica inédita de
comienzos del siglo XVII, Universidad Nacional del Litoral. Rosario,
p. 39.
[49] Herrero García,
Miguel, 2014a, Ob. Cit., p. 223.
[50]
AR. AHPC/Tribunales de Justicia//ESC 1-1605-17-12-280r.
[51]
Según el diccionario de autoridades
“Ropa exterior con pliegues por la parte de arriba, que
visten las mugeres, y baxa desde la cintúra à los pies”. Tomo VI, 1739.
[Consulta en línea el 7/12/2022] https://apps2.rae.es/DA.html
[52]
En el vocabulario que analiza
María Cristina Egido Fernandez se advierte este uso frecuente en otros sitios
de américa. [Consulta en línea el 7/12/2022]
https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/37/61/58egido.pdf
[53]
AR.AHPC/Protocolos/REG
1-T11-1598-31-12-128v.
[54]
Alquicira Escartin, Irais (2017), Redes de abasto y sociedad
en el reino de Guatemala en el siglo XVII. Tesis doctoral. Mérida,
Yucatán. En este trabajo la autora presenta una pintura del siglo XVII de
Antonio Ramírez Montúfar donde se observa en el marco de la plaza mayor la
disposición del tocado en las mujeres en muchos y diferentes estilos.
[55]
Vigil, Mariló (1994), La vida de las mujeres en los siglos XVI y XVII, Madrid, Siglo XXI Editores, pp.22-23
[56]
González Navarro, Constanza, 2021b, Ob. Cit.
[57]
González Navarro, Constanza, 2021b, Ob. Cit.
[58]
Bustos Posse, Alejandra (2005), Piedad y muerte en
Córdoba, siglos XVI y XVII, Editorial Universidad Católica,
Colección Thesys, p. 270 y ss.
[59]
Altamira, Luis Roberto (1954), Córdoba, sus pintores y sus pinturas, (siglos XVII y XVIII), Tomo
II, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, Instituto de Estudios
Americanistas; Tamagnini, María Lucía (2016), “La producción pictórica colonial
en Córdoba-Argentina. Siglos XVI y XVII, Apuntes para su estudio”, El genio Maligno, Revista de Humanidades y Ciencias Sociales, n°
18, pp. 66-77.
[60] Tamagnini, María
Lucía, 2016, Ob. Cit.,
pp. 70-71. Cabe señalar, sin embargo, que existe un retrato en el Museo Juan de
Tejeda –no mencionado por la citada autora-, que incluye a Doña Leonor de
Tejeda y su hermano Juan de Tejeda (fundadores de monasterios locales a
principios del siglo XVII) que acompañan una imagen de San José. Dicha pintura,
de claro contenido religioso que implica un homenaje a los fundadores, incluye
en el retrato femenino la indumentaria o traje profano. Hemos omitido su
inclusión en el presente trabajo debido a que requeriría un estudio específico
sobre sus condiciones de producción. Su análisis fue realizado por Vanina
Scocchera historiadora del arte. Scocchera, Vanina (2019), Objetos de
devoción y culto: prácticas piadosas, intercambios y distinción entre agentes
laicos y religiosos en las diócesis de Buenos Aires y Córdoba (mediados siglo
XVIII- primer cuarto siglo XIX), Tesis doctoral. UBA.
[61]
La elaboración de las imágenes fue realizada, bajo las directrices de Constanza
González Navarro, por la artista e ilustradora Agustina Salfiti. Córdoba. 2022.
[62]
Algunos ejemplos gráficos de esta
prenda pueden encontrarse en los dibujos realizados en el siglo XVI por Felipe
Guamán Poma de Ayala. Felipe Guamán Poma de Ayala, (1980), Nueva
Crónica y Buen Gobierno, transcripción y prólogo de Franklin Pease,
Venezuela, Biblioteca Ayacucho, tomo 2, p. 169,
tomo 1, pp. 94-101, 326.
[63] Ramos, Gabriela
(2010), “Los tejidos y las sociedad colonial andina”, Colonial
Latin American Review, Vol. 19, n°1, p. 116. [Consulta en línea 7/12/2022]
http://dx.doi.org/10.1080/10609161003643719
[64]
Ramos, Gabriela, 2010, Ob. Cit.,
p. 137.
[65]
Ramos, Gabriela, 2010, Ob. Cit.,
p. 133.
[66]
Diez Jorge, María Elena, 2022, Ob. Cit.,
p. 27.
[67]
AR.AHPC/Tribunales de Justicia//ESC 1-1627-59-7
[69]AR.AHPC/Tribunales
de Justicia//ESC 1-1595-1597-5-14-327r.
[70]
García Fernández, Máximo (2019),
“Contrastes sociales y apariencia personal: el ajuar civilizador”. En Imízcoz
Beúnza, José María; García Fernández, Máximo; y Ochoa de Eribe, Javier Esteban
(coords.), Procesos de civilización: culturas de élites,
culturas populares. Una historia de contrastes y tensiones (siglos XVI-XIX), Bilbao, Universidad del País Vasco, p. 26
[71]
AR.AHPC/Tribunales de Justicia//ESC 1-1643-80-2-48r. y ss.
[72] Torra Fernández,
Lidia, (1999) “Pautas del consumo textil en la Cataluña del siglo XVIII. Una
visión a partir de los inventarios post mortem”. En Yun Casalilla, Bartolomé y
Torras, Jaime (eds.), Consumo, condiciones
de vida y comercialización: Cataluña, Castilla, siglos XVII-XIX,
España, Junta de Castilla y León, pp. 89-106.
[73] González Navarro,
Constanza, 2021a, Ob. Cit.
[74]
Colomer, José Luis (2014),
“El negro y la imagen real”. En Colomer, José Luis y Descalzo, Amalia
(Directores), Ob. Cit. Descalzo Lorenzo, Amalia. “Vestirse a la moda en la España moderna”, Vínculos de Historia. Dossier monográfico: Moda, símbolo y adorno
personal en la historia. De los neandertales a los hípsters, n° 6,
p. 115.
[75]
González Navarro, Constanza,
2021a, Ob. Cit.
[76]
Los indios del obraje de Guamacha
entregaban el producto de la recolección de la “grana” como parte de sus
obligaciones laborales entre 1599 y 1602. AR.AHPC/Tribunales
de Justicia//ESC 1-1605-18-1. González Navarro, Constanza (2005) Construcción social del espacio en las sierras y planicies cordobesas,
1573-1673, Tesis doctoral. Universidad Nacional de Córdoba.
[77]
Gastón Doucet menciona el
uso del albayalde y el cardenillo en el pueblo de Quilpo para la cura del
sarampión de los indios, pero los mismos minerales podían utilizarse con fines
tintóreos. Doucet, Gastón. (1986), “Los réditos
de Quilpo. Funcionamiento de una encomienda cordobesa a fines del siglo XVI
(1595-1598)”, Jahrbuch für Geschichte von Srta.,
Wirtschaft und Gesselleschaft. Lateinamerikas (Jbla), Vol. 23, pp. 106.
[78]
Undurraga Schüler, Verónica
(2012), Los rostros del honor. Normas culturales y
estrategias de promoción social en Chile colonial del siglo XVIII. Editorial
Universitaria, DIBAM, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Chile, pp.
115 y ss.
[79]
Undurraga Schüler, Verónica, 2012, Ob. Cit.
pp. 199-200.
[80]
Undurraga Schüler, Verónica 2012, Ob. Cit. p. 201.
[81]
Sobre el origen y composición de la población puede consultarse la voluminosa
obra de Héctor Lobos y Eduardo Gould (1998), El trasiego
humano del Viejo al Nuevo Mundo. Córdoba siglos XVI y XVII, Buenos
Aires, Academia Nacional de la Historia, pp.136-142, p. 248.
[82] Simmel, George, 1923, Ob. Cit. p. 144.
[83]
Presta, Ana María, 2010,
Ob. Cit.
[84]
Gonzalbo Aizpuru, Pilar, 2016, Ob. Cit.
[85]
Retana, Camilo, 2014,
Ob. Cit.
[86] V.gr. Inventario de bienes de Manual de Fonseca, 22-12-1612.
AR.AHPC/Tribunales de Justicia//ESC 1-1613-31-7. Recibo de dote de Isabel de Ludueña.
AR.AHPC/Protocolos/REG 1-T.22-1611-2-26-57v.
[87]
Vigarello, Georges, 2009, Ob. Cit., p.
63.
[88]
Le Bretón, David (2021), Antropología del cuerpo y
modernidad, Buenos Aires, Prometeo Libros, p. 50.
[89] Granada, Luis Fr.
Memorial de la vida cristiana, [1565] [Consulta
en línea 7/12/2022: http://www.traditioop.org/biblioteca/Luis_de_Granada/Memorial%20de%20la%20vida%20cristiana,%20Fray%20Luis%20de%20Granada%20OP.pdf]
p. 132. Ejemplares de este libro, así como otros textos de Fray Luis de Granada
se han inventariado en las bibliotecas de vecinos de Córdoba a fines del siglo
XVI. El subrayado es propio.
[90]
Stuven y Fermandois. 2010, Ob. Cit., p. 79.
[91]
Se conservan las grafías
originales sin tilde.