PABLO AGÜERO, UN REY AFRICANO EN BUENOS AIRES. REDES DE SOLIDARIDAD, ESCLAVITUD Y PODER EN UNA SUPRAORGANIZACIÓN AFRO A FINES DEL SIGLO XVIII[1]

 

PABLO AGÜERO, AN AFRICAN KING IN BUENOS AIRES. SOLIDARITY NETWORKS, SLAVERY AND POWER IN AN AFRODESCENDANT OVERARCHING ORGANIZATION AT THE END OF THE 18TH CENTURY

 

Lea Geler

Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani

 Facultad de Filosofía y Letras

Universidad de Buenos Aires

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

 Buenos Aires, Argentina

leageler2@gmail.com

 

Fecha de ingreso: 18/10/2023.

Fecha de aceptación: 30/04/2024.

 

Resumen:

 

En este trabajo se abordará la controversial figura del africano Pablo Agüero en las últimas décadas del siglo XVIII en Buenos Aires, un empresario con contactos entre los sectores de la elite comercial urbana al tiempo que estaba comisionado por el Cabildo virreinal para capturar a esclavizados fugados y para controlar sus bailes o tambos. Aquí propongo revisar su accionar bajo la luz de los estudios sobre organizaciones africanas y afrodescendientes en otras partes de América y África. Haciendo uso de diversas fuentes del Archivo General de la Nación (Argentina), mostraré que seguir sus huellas puede iluminar la posible presencia de un Rey de Reyes o Rey de los Congo en la ciudad, así como la existencia de una supraorganización que nucleaba a africanos y afrodescendientes en redes de asistencia, solidaridad y control, que se habría extendido por lo menos hasta las primeras décadas del siglo XIX.

 

Palabras clave Esclavitud, Rey de los Congo, Organizaciones Afro, Buenos Aires, Siglos XVIII-XIX

 

Abstract

This paper addresses the controversial figure of the African-born Pablo Agüero in late-18th-century Buenos Aires. Agüero, a businessman with contacts among the urban commercial elite, was also commissioned by the colonial government to capture escaped slaves and to control the slaves’ gatherings or tambos. I reconstruct and reread his actions through the lens of scholarship on African and Afro-descendant organizations in other parts of Latin America and Africa. Making use of various sources from the Archivo General de la Nación (Argentina), I show that following his traces illuminates the possible presence of an African “King of Kings” or King of Congo in the city, as well as the existence of an overarching [or “umbrella”] organization that brought together Africans and Afro-descendants in networks of assistance, solidarity and control, which may have survived at least until the first decades of the nineteenth century.

 

Key Words Slavery, King of Congo, African Organizations, Buenos Aires, 18th - 19th Century

 

Introducción

 

            En las últimas décadas del siglo XVIII, Buenos Aires atravesaba una etapa de rápidos cambios económicos, espaciales y poblacionales.[2] La ciudad se había convertido en un puerto pujante, cabeza de virreinato desde 1776, foco de atracción que impulsaba el arribo constante de gente desde el resto del territorio americano y desde Europa. Ese desarrollo económico y demográfico se sostenía especialmente en el trabajo forzado de hombres, mujeres y niños indígenas y de aquellos secuestrados en África y traídos esclavizados a las Américas, cuya trata fue liberada por la corona en 1791.[3] Así, los últimos años del siglo se caracterizaron por el alza explosiva del comercio de seres humanos hacia el Río de la Plata, con el consecuente aumento de la población africana en la ciudad.

El tráfico de personas conectaba distintos y distantes territorios. El grueso de los cautivos que habitaban en Buenos Aires en esta época era oriundo de África Central,[4] fundamentalmente de las zonas de Congo y Angola. Según el estudio de Alex Borucki, la mayor parte de los barcos esclavistas partía de las costas angolanas y se dirigían a las áreas de Río de Janeiro y/o Bahía en Brasil, donde reembarcaban a quienes terminarían su viaje marítimo en el Río de la Plata.[5]

Este período también dejó ver el alcance del reformismo borbónico, que impuso cambios ideológicos, espaciales, institucionales[6] y un creciente control y disciplinamiento del Estado sobre la población, especialmente sobre los sectores plebeyos. Se multiplicaron los “agentes estatales destinados a vigilar, capturar, juzgar y encarcelar a un número cada vez mayor de sujetos provenientes de las clases populares”,[7] así como se buscó recuperar terreno en las parroquias, de gran importancia para los pueblos indígenas[8] y para los afrodescendientes y africanos de la ciudad.[9] Esos procesos se tradujeron en un aumento continuo de la vigilancia y en la limitación de las expresiones afrocatólicas en el espacio público porteño.[10] También, en la constante búsqueda de africanos y afrodescendientes por continuar sus prácticas rituales y reforzar sus lazos comunitarios, asegurar su libertad y las de sus familias, y lograr ascenso social.[11]  

En este contexto sobresale la figura de Pablo Agüero, un hombre africano que acopió un enorme poder, tanto social como económico y simbólico; un “individuo ingenioso y ambicioso”, según lo definió Borucki, que –incluso– intentó extender “su autoridad [al] otro lado del Río de la Plata”, a la ciudad de Montevideo.[12] Agüero era propietario, comprador y vendedor no sólo de bienes inmuebles sino también de personas esclavizadas. Miguel Ángel Rosal explica que entre 1786 y 1789 Agüero vende siete esclavos, compra tres, vende un sitio, hace un trueque de sitio y casa, y pide un permiso para edificar”.[13] Por su parte, Osvaldo Otero señala que “fue esclavo y luego liberto, transitó un período como ‘empresario’ y murió con fuertes deudas, dejando a su familia en la ruina económica, debiendo hacer el testamento por presión judicial”.[14] Esas son las razones por las que, hasta ahora, Agüero ha sido visto bajo la lupa del espíritu de la movilidad social y de la posibilidad para ciertos miembros de la plebe urbana de ganancia monetaria y mejoría económica, en una Buenos Aires comercial en pleno crecimiento. Aquí mostraré que era un personaje mucho más complejo.

A través del estudio de la figura de Agüero, en este trabajo abordaré un conjunto de cuestiones hasta ahora mayormente inexploradas para esta época en Buenos Aires. Esas problemáticas abarcan desde las relaciones esclavistas y las de solidaridad entre africanos y afrodescendientes, las de paternalismo y sociabilidad entre éstos y con las elites comerciales, la búsqueda de movilidad y mejora social y, especialmente, la existencia de una estructura organizativa que agrupaba a toda la población afro de la ciudad, bajo el mando de Agüero. Voy a proponer que éste, a más de controlar, capturar y esclavizar africanos y afrodescendientes, fungía por expandir los lazos solidarios y conservar y transmitir tradiciones afrocatólicas. De hecho, planteo que se puede vislumbrar bajo su figura la de un rey de reyes, paralelo a los existentes en distintas partes de América Latina conocidos como “Rey de los Congos”.[15]

A fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, la población africana y afrodescendiente –tanto esclavizada como libre– se congregaba en cofradías[16] y naciones.[17] Ambas organizaciones tenían similitudes y algunas diferencias importantes. Por ejemplo, siguiendo a Rosal, las dos tenían intenciones espirituales análogas.[18] Como noté en un trabajo anterior[19], en cofradías y naciones se llevaban a cabo performances rituales, que incluían, entre otras cosas, bailes, desfiles y ceremonial ligados con la liturgia católica europea y con las tradiciones afrocatólicas de África Central. Las dos organizaciones tenían como una de sus actividades principales acompañar el paso de la vida a la muerte de los miembros, así como el bienestar de las ánimas. Por ello, los velatorios y misas para los difuntos eran fundamentales. También tenían una estructura interna paralela, organizada bajo la dirección del Hermano/a Mayor o rey/reina. Pero existían diferencias. Las hermandades o cofradías –que denominaré “oficiales”– rendían culto a devociones católicas específicas de las que tomaban su nombre (San Baltasar, Santa Rosa, etc.). Tenían sede en las iglesias, conventos y parroquias de la ciudad y sus constituciones debían ser aprobadas por una autoridad religiosa y por el rey. El cura, además, supervisaba las cuentas y las elecciones de rangos. Por el contrario, las naciones estaban constituidas por personas que se agrupaban según distintos etnónimos/orígenes que les daban nombre, como congo, cambundá, mondongo, benguela, etc. Mientras las cofradías juntaban limosna para su funcionamiento interno, compra de velas, pago al cura, ayuda caritativa para miembros, etc.; las naciones juntaban limosna en los tambos destinada, también, a comprar la libertad de algunos de sus miembros o, como exploraremos aquí, a comprar terrenos y ayudar a otras cofradías y naciones. Frente a la rigurosidad y visibilidad de las cofradías, las naciones se muestran, en esta época, elusivas. Parte de esa inefabilidad se daba en el propio modo de nombrar a las naciones, ya que en las distintas fuentes se las puede encontrar mencionadas como bailes o juntas (“de negros”), congresos (“de negros” o de bailes), hermandades o cofradías, tambos o tangos y/o naciones (término que utilizo aquí). Que las naciones se denominaran también cofradías y a sus miembros se los llamara hermanos o cofrades no debe llevar a concluir que éstas aspiraban a estar bajo cobijo eclesiástico y oficializarse. Los miembros de las cofradías oficiales solían también pertenecer a alguna nación. Es decir, les hacía sentido tener doble pertenencia grupal, mostrando que ambas formas organizativas eran espacios de sociabilidad importantes pero que no cubrían exactamente las mismas necesidades. Además, esta doble pertenencia no era directa, es decir, no todos los miembros de una misma cofradía oficial pertenecían a una misma nación, y viceversa.[20] Las naciones constituían “espacios de negritud”[21] particulares, donde las tradiciones, la memoria y lo sagrado tenían un lugar. Por lo tanto, es lógico que sus miembros buscaran eludir la estrechez de movimientos que le permitía el ámbito eclesiástico. Sin embargo, por lo menos durante un período en concreto, sí estuvieron bajo otro tipo de control: el del Cabildo, por mediación de Pablo Agüero.[22]

En 1787, Agüero se encontraba “comisionado por el señor Gobernador Intendente para prender Negros y Negras fugitivos de sus amos y para tenerlos sosegados y quietos en sus diversiones y bailes”.[23] Es decir, ocupaba una posición estratégica. Por un lado, porque los bailes eran el momento en que las naciones se congregaban y realizaban performances rituales afrocatólicas, reencontrándose con lo sagrado, creando lazos y memoria comunitaria, transmitiendo saberes y prácticas.[24] Según la estimación del síndico del Cabildo Manuel Warnes, se reunían allí por lo menos “dos mil negros”.[25] Por el otro, porque desde esa posición, Agüero no sólo controlaba y habilitaba los bailes sino también a las naciones que participaban en ellos. Así quedó planteado en una denuncia realizada contra él en 1786 por la cofradía oficial de San Baltasar (conformada por africanos y afrodescendientes), en el marco de una larga pugna entre ambos. En ese documento, los cofrades aseguraban que el mayoral de [los] otros congresos de bailes, es el moreno nombrado Pablo Agüero, bajo de cuyo mando están sujetas otras naciones, por obtener el dicho permiso del gobierno de esta capital para dichas diversiones”.[26] Además, los hermanos de San Baltasar afirmaban en su denuncia que Pablo Agüero no sólo permitía, sino que posiblemente “ordena[ba]” la recolección de limosnas en esos bailes “sin más licencia que su antojo”, [27] y exigían “que no se pidan esas limosnas particulares pues se debe dudar la exacta distribución de ellas”.[28] La recolección de limosna –prohibida sin un permiso oficial– constituía el ingreso más importante para el sostén de las naciones y, como mencioné anteriormente, se las utilizaba para la compra de libertades y para acceder a propiedades. Gracias a su comisión, entonces, Agüero “sosegaba” a la vez que “permitía” los bailes y la recolección monetaria, que administraba y distribuía, construyendo un consenso que realzaba su poder, influencia y prestigio entre africanos y afrodescendientes porteños.

La comisión oficial de Agüero no involucraba sólo controlar los bailes, incluía también la captura de personas esclavizadas fugadas. No profundizaré aquí en las fugas, pero voy a proponer que había una conexión real y/o simbólica entre éstas y los bailes y naciones que él controlaba. En este sentido, pienso que es posible que, gracias a una tarea Agüero pudiera realizar la otra y que, a través de ambas, pudiera acrecentar su poder y construir, simultáneamente, márgenes de acción solidaria.

Además de su pelea con los cofrades de San Baltasar, Agüero mantuvo otras cruzadas a lo largo de su vida. Una de ellas se centró en su búsqueda del puesto militar de sargento mayor de las compañías de negros libres, que obtuvo una vez su antecesor y rival Manuel Farías murió en 1788.[29] En el marco de aquel enfrentamiento, Manuel Farías había acusado a Agüero en 1787 de insubordinación, dichos impropios y de impulsar y/o permitir las coronaciones de reyes en las naciones. Según expuse en un trabajo previo,[30] lo segundo parece haber sido bastante factible. Pero, si bien Agüero avalaba las coronaciones y a ciertos candidatos para ocupar los puestos de mayor o rey, simultáneamente ponía serias limitaciones al uso público de los que denominé como “elementos críticos” de los rituales afrocatólicos (plumas, quitasol, sables de madera, etc.). De hecho, aparece de forma repetida en las fuentes interviniendo y denunciando la presencia de esos elementos en procesiones y juntas.

Por último, como ha mostrado Borucki, liderar una cofradía oficial o la milicia de morenos de Buenos Aires a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX no eran situaciones desconectadas. Para el autor, estos liderazgos se superponían.[31] Aquí planteo, a través del estudio de la figura de Agüero, ampliar esa propuesta para incorporar, como mínimo, a las naciones africanas en ese entramado de poder.

Para acercarme a estas temáticas recurriré a las fuentes del Archivo General de la Nación (Argentina), pero las analizaré teniendo en la mira lo que ocurría en otras partes de América y también en África Central. Esta ampliación de la mirada que conlleva releer documentos bajo la luz de lo que ocurría en lugares distantes, pero profundamente conectados con Buenos Aires, ofrece la posibilidad de interpretaciones alternativas y novedosas, además de reconectar a la ciudad con zonas hasta ahora no usualmente tenidas en cuenta. Siguiendo la estela de otros investigadores,[32] haré con estas informaciones conjeturas –marcadas por el uso del potencial y de los “tal vez/quizás”– y usaré la imaginación histórica para organizar un relato plausible y teóricamente informado en antropología e historia, uno que hable sobre el lugar de Agüero y las naciones en el puerto de Buenos Aires. La idea final no es dar respuestas sino abrir interrogantes y ofrecer nuevas posibilidades para pensar las formas de organización comunitaria afro, aquellas que sirvieron de soporte para que hombres, mujeres y niños cautivos lograran, con sumo esfuerzo, rehacer sus vidas en la ciudad de la mejor manera posible.

 

Pablo Agüero, empresario

Si bien no se sabe cuándo nació Agüero, sí que falleció en 1794 por una enfermedad inesperada que lo llevó a redactar un testamento.[33] Éste daba cuenta de que Agüero pertenecía a la cofradía del Rosario (una de las cofradías oficiales compuesta por africanos y afrodescendientes). Por ello, pedía ser enterrado en el convento de Santo Domingo, donde ésta poseía su sede. Además, legaba sus bienes a su familia y nombraba como su primer albacea a Francisco Belgrano Pérez, su socio, y como segunda albacea a su esposa, Cecilia Masera.[34]

El testamento abría con la siguiente frase: “Yo, Pablo Agüero negro libre vecino de esta ciudad, natural de la tierra de Mondongo…”.[35] Asimismo, uno de los papeles de su sucesión lo mencionaba como “Pablo Agüero (alias Mondongo)”.[36] Es decir, la etnicidad autorreconocida de Agüero como un mondongo era tan importante que llegó a reemplazar a su nombre en el habla de la ciudad, ya fuera de manera despectiva o no. ¿Quiénes eran los mondongos? Poco se sabe de ellos, pero sí que estaban estrechamente relacionados con los congos. Según Néstor Ortíz Oderigo, “mondongo” refería a un pueblo del África Central ligado a los congos y a los benguelas, que formó naciones o cabildos tanto en Buenos Aires como en Cuba.[37] También hubo mondongos en Montevideo[38] y en Lima, donde se conoce la existencia de una nación “congo mondongo”.[39] En la actualidad existe una localidad llamada Mondongo en la República Democrática del Congo.[40]

Luego de su muerte, se abrió un largo expediente sucesorio en el que intervinieron activamente los acreedores, el primer albacea y el defensor de menores. Los documentos muestran la vinculación por préstamos y deudas de Agüero con miembros de la plebe y sobre todo con gran cantidad de personas de la elite social y comercial de Buenos Aires. Por ejemplo, el mencionado socio Belgrano Pérez y el escribano Juan de Rosas, su acreedor más aguerrido. Justamente, Osvaldo Otero realizó un estudio de redes sociales con este caso (y otros), y concluyó que ese tipo de relacionamiento era lógico en una ciudad puerto donde dominaba el “ethos económico” por sobre el “ethos estamental”,[41] en la que se admitía saltarse las jerarquías sociales establecidas en pos de la obtención de ganancias.

            Como expuso Otero, se puede corroborar que las actividades empresariales de Agüero eran muy diversas.[42] Según los papeles sucesorios, además de efectuar préstamos de dinero, Agüero era “maestro curtidor”.[43] Y como tal se había asociado con Belgrano y había contraído innumerables deudas para desarrollar su empresa de curtiembre. A eso se suma la información del expediente redactado debido a la denuncia de Manuel Farías, donde el “negro libre Manuel de Jesús” testificó estar “comisionado de ordenanza del negro Pablo Agüero, y que vive en casa del mismo”, que “tiene de sueldo seis pesos mensuales, los mismos que le satisface Agüero” y que éste se los paga de su bolsillo, gracias a “naranjales que hace trabajar con peones y de eso y de lo que le dan los dueños de los negros esclavos fugitivos conceptúa le pagará los seis pesos”.[44] En definitiva, las actividades de Agüero incluían la curtiembre, apresar fugados, la venta de frutas, préstamos de dinero, etc. Las grandes deudas con las que murió revelan a alguien que buscaba continuamente expandir sus negocios. La evidencia apunta, entonces, a que Agüero era una persona que aspiraba a mejorar su condición económica y social, algo que buscaba por varios medios a la vez. Al parecer lo logró.

En 1787 pidió permiso para levantar su morada en un sitio en Monserrat, de 17 ½ varas de frente por 60 de fondo. La casa ciertamente era más grande que lo habitual para el sector plebeyo de la ciudad, ya que constaba de cuatro habitaciones, tres patios, tres salas y una esquina para comercio.[45] Y, a pesar de que ese legajo estaba caratulado bajo el nombre de Pablo Agüero, “negro libre”,[46] en el plano su nombre figuraba antecedido por el “Don”, algo que no le correspondía si nos atenemos a los cánones del período.[47] Se puede comparar su proyecto de vivienda, por ejemplo, con el que presentó en el mismo año Antonio Romero, “pardo libre”, quien en ningún momento figura con el “Don” y que incluía solamente una habitación y una sala.[48]

Este sentido de prosperar queda patente también en el hecho de que en varios documentos Agüero no firmaba “por no saber”,[49] mientras que a partir de 1791[50] sí lo hacía. En aquella época en que la mayor parte de la población era analfabeta, los africanos y afrodescendientes letrados eran no sólo extraordinariamente escasos sino también considerados peligrosos, disruptores del ordenamiento “natural” de las jerarquías sociales.[51] En este caso, Agüero comenzó a firmar después de su nombramiento como Sargento Mayor de los Morenos,[52] cargo que le requería firmar órdenes, despachos, listas, etc. Para aprender a hacerlo debe haber necesitado un maestro, dinero (para tinta, papel, plumas) y práctica, conjuntamente de una firme decisión, compromiso y tiempo.

 

 

Imagen 1: Firma Pablo Agüero 1791

 

Fuente: AGN Sala 9 1022, Solicitudes de Presos, P, Z, Libro III

 

Además de muy útil, saber firmar probablemente le permitía presentarse de una manera un poco menos desigual ante sus relaciones comerciales, con quienes producía grandes cantidades de documentos de trabajo.

En el expediente sucesorio de Agüero se incluye una relación de sus papeles de negocios.[53] El inventario devela a una persona metódica y estricta, que archivaba sus escritos de manera tal que permitió realizar un relevamiento preciso y que debía de tener contratado a algún escriba para que le llevara las cuentas. En las fuentes que encontré donde él expresaba no saber firmar, siempre lo hicieron a su ruego Don Antonio Ibarra o Don Juan “Juanito” Agustín Ibarra (asumo que era hijo del primero), lo que muestra la estrecha colaboración entre estas figuras letradas y “merecedoras” del Don, y Agüero. Si bien no hallé menciones a ellos en la sucesión, tal vez Agüero los había contratado para que llevaran sus pliegos comerciales. O tal vez fueran vecinos o amigos, algo interesante de pensar en esa sociedad donde las jerarquías eran lábiles, por lo menos mientras permanecieran ajenas a la mirada oficial.

En el proceso de recopilación de información para sus acreedores, la sucesión de Agüero incluyó también una serie de inventarios y tasaciones de sus bienes. Se destacan varios terrenos, ranchos, ropa, accesorios, muebles, elementos de trabajo y materia prima, como vellones y cueros. Entre los muebles inventariados se contaban:

 

Trece sillas grandes de paja pintadas de azul, cinco sillas chicas de paja sin pintar, un escritorio chico de sobremesa, una mesa de cedro con su cajón como de vara de largo y tres cuartas de ancho, otra sin cajón […], una caja de vara y media de largo y tres de ancho de cedro, otra de vara y cuarta de largo y media de ancho nueva de cedro, una cuna grande de cedro, un biombo de brin pintado oscuro de tres bandas grandes de buen uso, una rinconera y una alacena de madera de cedro pintadas de azul, una cuja vieja de cedro, dos ollas de fierro una grande y la otra chica, una parrilla, dos fuentes de peltre y dos calderas, tres cuadros grandes, el uno de Jesucristo y dos vocaciones de Loreto […] ordinarios como de media vara de largo y poco más de cuarta de ancho, marco de palo pintado de negro, otro de San José, la virgen y el niño marco chico de palo sin pintar, un crucifijo chico de estaño sobre dorado, tres esteras chicas ordinarias […], dos morteros, el uno de buen ver y el otro quebrado […], dos hachas viejas, dos tinajas de barro, la una quebrada la otra buena.[54]

 

Sin profundizar demasiado ni en los bienes ni en el valor en que se tasaron, la morada de Agüero parecía estar muy bien equipada. Aunque su familia era numerosa (al morir vivía con su esposa Cecilia Masera y cuatro hijos, además de dos “criados” sobre los que hablaré enseguida), la cantidad de sillas registradas llama la atención (volveré sobre este punto particular). Igualmente, contaba con algunos muebles de calidad, algunos pintados de azul. Su casa estaba decorada con motivos religiosos católicos como era habitual en la época, pero tanto la profusa decoración como los muebles nos permiten reconocer el esmero puesto en ese hogar y generar una imagen mental de confort. De hecho, según Otero sus bienes evidenciaban “la ostentación de poder y jerarquía social, plasmando […] ‘su’ diferencia y ‘su’ ascenso en la escala social”.[55] ¿Quiénes iban a su morada –un espacio privado– para sentir esa ostentación de jerarquía, religiosidad y poder?

Dado el alto nivel de intercambio que tenía Agüero con otros comerciantes de la ciudad, la ropa y los accesorios también deben haber sido una inversión importante con miras a erosionar la distancia social que su origen africano le imponía. Entre los accesorios de Agüero, se inventariaron un puño de espadín, un par de hebillas de plata vieja, un sable puño amarillo de metal, un espadón con su puño de plata, una bacía de estaño y un bastón de caña con casquillo de plata.[56] Aquí llaman la atención, además del bastón con casquillo (del que hablaré más adelante) y de los elementos de plata, el sable y el espadón. El marco legal general sobre la portación de armas en la América hispana la prohibía a “negros o mulatos”.[57] Existía asimismo una reglamentación específica en la ciudad de Buenos Aires que se iba reiterando en sucesivos bandos. Pero al detentar el cargo de Sargento Mayor de Morenos, Agüero debe de haber tenido asegurado el permiso de portación de armas. Y es probable que poseyera ese permiso con anterioridad a la obtención del grado militar, gracias a su comisión de capturar fugados y supervisar los bailes.

Entre la ropa que Agüero poseía según los inventarios se enumeran una casaca chupín y calzón de terciopelo negro viejo, una casaca sola de paño de primera de color negro, una casaca chamelote morado usada, un sortú [sobretodo] de bayetón flor de romero viejo, una capa de bayetón color aceituna y una “capa de paño azul vueltas de terciopelo carmesí muy vieja”. Igualmente, un sombrero negro viejo y otro forrado en hule viejo.[58]

En relación con la vestimenta, en líneas generales a fines del siglo XVIII “la ropa era muy cara y eso la convertía en un símbolo de prestigio. Por eso, era una marca muy clara de diferencia social: sólo la elite porteña usaba levitas, casacas y trajes. Los sectores medios y la plebe se vestían con chaquetas o ponchos”.[59] En concordancia con esto, la historiografía clásica del Río de la Plata, que retoma a pintores, cronistas y viajeros de los siglos XVIII y XIX, así como a los memorialistas posteriores, suele subrayar la pobreza y sencillez de los ropajes utilizados por las personas esclavizadas.[60] Sin embargo, las investigaciones que centran su mirada en la población africana y afrodescendiente invitan a matizar esa idea. Gracias al análisis exhaustivo de los anuncios de fugas de personas esclavizadas publicados en el periódico La Gaceta Mercantil de Buenos Aires en las décadas de 1820 y 1830, Andrés Yáñez ha señalado no sólo la abundancia y diversidad de ropajes que esclavizados y esclavizadas llevaban consigo sino también la cantidad y variedad de colores entre los mismos, lo que lo llevó a concluir que “el mundo afroporteño […] era un mundo regido por el color”.[61] El autor argumenta que la percepción cromática es un rasgo cultural e histórico que influye en la identidad y diferenciación de un otros-nosotros social, por lo que concluye que habría existido una relación entre color e identificación social activa entre los afroporteños en aquel momento. De manera paralela a Buenos Aires, en la Lima colonial los esclavizados incorporaban su creatividad y sensibilidades sociales en su forma de vestir, así como expresaban su identidad individual. La elegancia se constituyó, de este modo, en una herramienta utilizada por hombres y mujeres esclavizados para negociar su estatus, en general aceptando, pero muchas veces desafiando, las normas establecidas.[62]

En el caso de Agüero, sus ropajes fueron mayormente inventariados como “viejos”, aunque entre ellos hay variedad y cantidad, incluida una casaca de paño de primera. Interesantemente, en el estudio de Yáñez[63] sobresale la presencia mayoritaria del azul entre los ropajes de los varones, un color presente en el caso de Agüero, en su capa azul con vueltas carmesí y, especialmente, en los muebles de su casa. Allí tenía trece sillas grandes, una rinconera y una alacena de madera de cedro, todas pintadas de ese color. El azul no parece un color convencional para los muebles. Una explicación posible es que los pigmentos necesarios para lograr ese color estaban disponibles y a buen precio.[64] Quizás los muebles de Agüero estaban en mal estado y optó por cubrirlos con un color relativamente accesible. Pero la elección de pintarlos de color azul puede haber tenido otra explicación.

En su investigación sobre el uso de telas y colores en África Central durante los siglos XVI al XIX, Cécile Fromont relevó cómo las distintas tramas y tonalidades de la ropa, así como los accesorios utilizados, eran signo y resultado de diálogos cambiantes entre elementos religiosos, políticos, cosmológicos, etc.[65] Para la zona de Angola, la autora retoma, entre otras imágenes, una acuarela de 1680 (c.), que incluye a una mujer designada como la “reina de Matamba”, posiblemente la famosa reina guerrera Njinga o alguna de sus sucesoras. Njinga fue una reina legendaria incluso en su propia época, una figura política y comercial clave en el siglo XVII, que se convirtió al cristianismo antes de morir. En la acuarela, la poderosa mujer aparece con accesorios y armas locales y viste una tela azul con un lazo rojo, que Fromont identifica como un bien importado de Europa. En el mismo sentido, el monje capuchino Cavazzi la retrató en distintos momentos envuelta en textiles que incluyen en la mayoría de los casos una tela azul brillante. Antes que Njinga, el rey de Ndongo  también había sido descripto utilizando alrededor de su cintura una tela azul enviada desde Portugal, como un “privilegio particular” y exclusivo, “porque él era un rey y ningún otro señor podía usarla”.[66] Para fines del siglo XVIII, la lengua kikongo incluía una palabra especial para denominar a las telas de color azul oscuro. Tan importante era que “la tela azul era la importación más popular hacia África Central” y podía provenir de India, Benín o Santo Tomé.[67]

            Por lo tanto, cabe preguntarse si la capa azul con vueltas carmesí que había sido hallada e inventariada en la casa de Pablo Agüero estaba retomando sentidos traídos desde África Central, que referían a la nobleza y privilegio de algunas personas allí y que los ponían en la senda genealógica (real o simbólica) de reyes y reinas como Njinga y el rey de Ndongo (no puedo dejar de notar que “mondongo” comporta una fuerte afinidad con este último nombre). Los muebles azules y la capa azul con vueltas carmesí “muy vieja” –heredada tal vez de algún antecesor– entrelazan a Agüero con antiguas tradiciones en las que los colores codificaban sentidos de autoridad, respeto y posibilidad de negociación entre mundos, como el africano y el europeo. 

Por último, y no menos importante, entre los “bienes” de Agüero también estaban inventariados “un criado nombrado Manuel como de 26 o 28 años bozal [y] otro esclavo nombrado Domingo de cincuenta años”.[68] A estos dos “criados”, como al resto de los “ítems”, se les adjudicó un precio. A Manuel, un hombre joven disponible para el trabajo, 230 pesos (una tasación que coincidía con el valor promedio en aquel momento). [69] En cambio, a Domingo, un hombre ya mayor para tareas pesadas, el tasador le otorgó un valor de “20 pesos (por haber sido comprado en lo mismo)”.[70] En el testamento no hay indicación alguna sobre si debían ser dejados en libertad una vez producida su muerte. Pero eso no puede sorprender ya que Agüero estaba testando por intimación de sus acreedores, razón suficiente para no otorgar ninguna “gracia” y disminuir su capital.

 

Pablo Agüero, esclavista y prestamista

Un recorrido muy rápido por la historia esclavista de la región del reino del Kongo[71] y los pueblos Mbundu (Angola), origen de las personas capturadas y traídas al Río de la Plata y Brasil hasta inicios del siglo XIX, nos muestra que la trata atlántica de esclavizados se asentó en distintos sistemas esclavistas previos, que además fueron mutando por su propia dinámica histórica, por el arribo de los europeos y por el auge del mercado de personas.

En el reino del Kongo, a partir del siglo XVIII, el poder de los reyes se fue erosionando y comenzó un largo período de inestabilidad y de guerras de facciones en pugna por el trono, donde se tomaban como esclavizados a los seguidores de los oponentes, incluyendo a los propios kongos. Los capturados fungían de ejércitos para las distintas facciones, y su cantidad acrecentaba el poder de cada uno de los nobles en pugna.[72] El monje Raimondo da Dicomano notaba “que los reyes eran poderosos solo cuando ‘vienen de una familia que tiene muchos seguidores esclavos’”.[73] De forma directamente relacionada con los sucesos del reino del Kongo, la zona de los pueblos Mbundu (Angola) cursaba una suerte similar. Allí, las guerras de bandas llevadas adelante por jefes Imbangala que atacaban a los distintos linajes Mbundu estuvieron acompañadas de la esclavización masiva de población. Con el correr de las décadas, los linajes Mbundu aceptaron tributar a los Imbagala enviándoles personas esclavizadas y mujeres hacia los kilombos,[74] a cambio de protección y de la posibilidad de intercambiar otros bienes, como sal. Según el africanista Paul Lovejoy, los esclavizados “[t]rabajaban para el bien del linaje y podían entregarse a los jefes de guerra Imbangala si era necesario. La esclavitud, entonces, era más de naturaleza política que económica”.[75]

            De este modo, miles de africanos secuestrados en África Central que arribaban al puerto de Buenos Aires entre mediados del siglo XVIII e inicios del siglo XIX lo hacían con una memoria (propia o adquirida en relaciones comunitarias) que tenía incorporada ciertas relaciones de esclavitud, aunque muy diferentes a como serían esclavizados ellos mismos en el Río de la Plata.

Por su lado, en todas las Américas se verifican casos (y no escasos) de africanos y afrodescendientes que compraron, vendieron y mantuvieron a personas esclavizadas, obteniendo ganancias de su trabajo forzado y acopiando peculio a su costa.[76] Para Buenos Aires, Miguel Ángel Rosal es quien más ha avanzado en el estudio de este tema.[77] Rosal recopiló gran cantidad de documentos de compra-venta, notando que había entre éstos algunos casos de compradores-vendedores que eran ellos mismos esclavizados. Más allá de sus investigaciones, para la ciudad la temática se encuentra mayormente vacante.

En línea con la idea de Sidney Chalhoub[78] de que el grueso de los esclavizados en América buscó y sostuvo márgenes de mejora y libertad, pero dentro del marco de posibilidades existentes, “con notable esfuerzo, silencioso pero subversivo”,[79] algunos estudios señalan que la esclavitud entre africanos y afrodescendientes en América permitió tejer redes que habilitaban el acceso a la libertad para quienes entraban en ellas y que, en última instancia, beneficiaban a gran cantidad de gente. Por ejemplo, haciendo foco en las mujeres en las últimas décadas del siglo XIX en Brasil, en Bahía y en Minas Gerais, algunas historiadoras sugieren que las mujeres manumitidas invirtieron sistemáticamente en “propiedad esclava”, utilizada en general para la venta callejera y/o en mercados. Y es probable que “favorec[iera]n a las mujeres esclavizadas, a quienes ponían a trabajar en sus emprendimientos y eventualmente solían premiarlas con la libertad y con la herencia de bienes”.[80] De este modo, “algunas mujeres afrodescendientes [utilizaron] las prácticas de la herencia para ofrecer a una segunda generación la oportunidad de mejorar y de gozar de un nivel social mejor”.[81]

            Similarmente, a mediados del siglo XIX en la zona de Santiago de Cuba, la historiadora Adriana Chira ha puesto al descubierto la existencia de una suerte de sistema piramidal en el que personas africanas y/o afrodescendientes libres establecían relaciones de madrinazgo y/o padrinazgo con gran cantidad de esclavizados (por diferentes esclavistas) y destinaban sus recursos para proteger a sus ahijados e incluso ayudarlos a comprar sus libertades. Una vez estos ahijados eran libres, debían devolverles a su madrina o padrino la ayuda prestada en trabajo o dinero, durante un período limitado de tiempo. Este sistema terminaba beneficiando a ambas partes, ya que aceleraba o permitía el acceso a la libertad a muchos afrocubanos que hubieran tardado más o no hubieran llegado a alcanzarla, y ayudó a amasar cierto caudal de dinero entre algunos de ellos.[82]

Asimismo, Chira muestra que los esclavistas nacidos en África manumitían tres veces más personas que los esclavistas afrocubanos criollos, y cerca de diez veces más que los esclavistas blancos. Por ello, sugiere repensar un concepto desarrollado en los estudios del África occidental precolonial, el de “riqueza en las personas” (“wealth in people”) que se relaciona también con la esclavitud según se entendía en el África Central. Según esta noción, los líderes políticos buscaban controlar a una gran variedad de dependientes –esposas, niños, clientes y personas esclavizadas– usando y expandiendo redes clientelares.[83] Estas redes se estructuraban en sistemas jerárquicos dentro de los linajes, en los que el poder surgía del control de las personas y donde los dependientes ocupaban posiciones complejas y contextualmente definidas en un rango que iba desde la subordinación absoluta hasta la autonomía. En todo caso, continua Chira, en Santiago de Cuba ese sistema clientelar constituía un andamiaje para acceder a la manumisión y podría haber operado de manera similar, o incluso inspirada en, las hermandades católicas y las sociedades de ayuda mutua de africanos y afrodescendientes.[84] Estas ideas sirven para revisar la situación de Pablo Agüero, “bajo de cuyo mando est[aban] sujetas otras naciones”,[85] y abrir interrogantes sobre su accionar como esclavista.

            El historial de Agüero en relación con la compra-venta de personas es abultado y sin dudas se puede entender como parte de una búsqueda de ganancia monetaria a través de la apropiación de trabajo ajeno, es decir, acciones coherentes con el contexto de una Buenos Aires comercial. Vender y comprar personas asiduamente también ubicaría a Agüero en la mira de los comerciantes poderosos de la ciudad, le permitiría entrar en contacto directo con ellos, por lo que posiblemente le servía como una plataforma para tejer redes sociales con las altas esferas de Buenos Aires.

En los registros notariales, Rosal[86] ubicó 11 operaciones de compra o de venta de personas en las que Agüero estuvo involucrado a las que aquí agrego una más, sumando 12 en total. Conocer el número real es imposible ya que Agüero realizó de forma repetida compras y ventas de personas de manera extrajudicial, algo usual en la época.

 

Cuadro 1. Compra-ventas de personas por Pablo Agüero ubicadas en registros notariales entre 1786 y 1789

Año

Compra

Venta

1786

María Gracia (40 años, 250 pesos)

María (20 años, 250 pesos)

1787

 

Úrsula (40 años, 260 pesos)

1787

 

Diego Viejo (s/e, 60 pesos)

1788

Victorino (26 años, 314 pesos)

Agustín Borja (60 años, 80 pesos)

1788

 

María Gracia (50 años, 156 pesos)

1788

 

Lorenzo (s/e, 260 pesos)

1789

Antonio (40 años, 220 pesos)

Antonio (24 años, 300 pesos)

1789

Juan de la Rosa (24 años, 250 pesos) Fecha: 27 de marzo

Juan de la Rosa (24 años, 250 pesos) Fecha: 20 de abril

Fuente: Elaboración propia a partir del Archivo General de la Nación. Registros notariales

 

Pero veamos con detenimiento algunas de ellas. Por ejemplo, Pablo Agüero compró al “negro Juan de la Rosa”, de “alrededor de 24 años” el 27 de marzo de 1789, por 250 pesos. Tan sólo un mes más tarde, evidentemente sin haber tenido el tiempo suficiente como para obtener ganancias por apropiación de su trabajo, lo vendió a otro comprador por el mismo valor. Juan de la Rosa había nacido en Corrientes y desde allí había fugado y “causado varias diligencias”, hasta ser apresado en Montevideo a fines de 1788. Su esclavista, Don Bernardo Báez, había otorgado un poder para venderlo al precio que se pudiera conseguir, “no sea que cause otros mayores costos”.[87] Montevideo no era ajena a Pablo Agüero. En octubre de 1788, había pedido la comisión de apresar fugados y casados huidos en esa ciudad por haber cesado temporariamente en su comisión de controlar los bailes y buscar esclavizados huidos en Buenos Aires.[88] ¿Habría sido Agüero quien atrapara a Juan de la Rosa? ¿Habría recibido dinero de su esclavista cuando lo devolvió, tal como había declarado que sucedía en aquellas circunstancias uno de sus empleados, el “negro libre Manuel de Jesús?[89] ¿Por qué lo compró Agüero para venderlo tan rápidamente después? Una posible respuesta es que quizás estaba evitándole un castigo ejemplar debido a “las diligencias” que había causado. O, tal vez, que buscaba consolidar lazos de deuda con Juan de la Rosa otorgándole algún favor, como habilitarle un cambio de esclavista para mejorar sus condiciones de vida. Agüero vendió a Juan de la Rosa a Don Agustín González. Y en 1830, el “pardo libre Juan de la Rosa González” aparece en un documento notarial cediendo unos derechos otorgados en un poder previo (no se especifica por quién) a Don Manuel Silva.[90] Es decir, si se trataba de la misma persona, un Juan de la Rosa ya adulto (debía tener unos 65 años) había conseguido su libertad y también un cambio categorial: de ser nominado “negro” pasó a ser llamado “pardo”. Asistir en un cambio de esclavista puede haber constituido una razón en común con otras compra-ventas de esclavizados que realizó Agüero a lo largo de su vida, como, por ejemplo, en la compra que hizo de Victorino en 1788.

Victorino, de “26 a 28 años” quedó descripto en el documento de venta como “huidor, ebrio y ladrón”.[91] Y, si bien es cierto que un hombre joven esclavizado sin impedimentos para el trabajo era más “caro”, Agüero pagó 314 pesos por tenerlo, un precio muy alto. Demasiado alto para su economía. En el acta de compra-venta hay una adenda al margen que señala que Agüero no logró completar el pago a tiempo y recién en 1789 entregó la totalidad del dinero, a los que sumó cuatro pesos de intereses por el atraso. ¿Por qué Agüero habría cerrado esta operación a pesar de no contar con el dinero suficiente? Si bien no era inusual la compra de personas esclavizadas con “tachas” y/o “vicios”,[92] ¿tendría algún interés particular por tener bajo su mando a un joven descripto tan poco halagüeñamente según la mirada de los esclavistas? Es posible que Agüero buscara evitarle castigos, de manera homóloga a lo que posiblemente sucedió con Juan de la Rosa. Este tipo de operación le permitiría acopiar lealtades y deudas de favores. Es interesante que Agüero pagó más por Victorino que lo que consiguió por vender a otro joven esclavizado, Antonio, de una edad similar: 24 años.

En marzo de 1789, Agüero vendió a Antonio “de nación Angola y oficial barbero” por 300 pesos.[93] Lo había “adquirido” en enero de ese año por compra extrajudicial. Nuevamente, una transacción muy rápida, de sólo tres meses. Ser barbero era un oficio que africanos y afrodescendientes solían ejercer, y que requería destreza en el manejo de las navajas y cuchillas, lo que los tornaba también muy peligrosos a los ojos de sus esclavizadores. Los barberos, además, estaban involucrados en la curación de africanos y afrodescendientes enfermos o accidentados. Junto con los sangradores, intervenían en casos de urgencia “según su propio criterio. Entre las prácticas que realizaban […] se encontraban: extraer piezas dentales, colocar ventosas, realizar sangrías, reducir fracturas, abrir abscesos”.[94] Otra vez, cabe especular por el trasfondo de esta operación. ¿Sería Antonio, “de nación angola”, un curador de acuerdo a las tradiciones africanas? Con su compra y venta, ¿lo estaba “ayudando” o tal vez “castigando”? Entre los bienes de Agüero se contaba una bacía, utilizada por los barberos para afeitar y también por los curadores para hacer sangrías.

Por último, hay dos operaciones más que vale la pena reseñar. En primer lugar, la compra y posterior venta de María Gracia. En junio de 1786, Pablo Agüero compró a Don Antonio Matte a María Gracia, “como de 40 años de edad[95] por 250 pesos. Pero un año y medio más tarde, en febrero de 1788, Agüero la volvió a vender a la misma persona que se la había vendido a él, Don Antonio Matte. La operación se cerró por 156 pesos, casi cien pesos menos de lo que había pagado por ella. En aquella ocasión la describía como de 50 años.[96]

María Gracia tenía un largo historial de ventas de su persona.[97] En éste, su “valor” se había mantenido relativamente estable (entre 280 y 250 pesos), descendiendo a medida que pasaban los años. Por ello, el precio pactado entre Agüero y Matte para revertir una transacción ocurrida tan sólo 18 meses antes es difícil de entender, y representa una significativa pérdida económica para Agüero. Tal vez el maestro curtidor necesitaba urgentemente una entrada de dinero, una cuestión que seguramente debió de haber motivado buena parte de sus transacciones de compra y venta de personas a lo largo de su vida. Pero en la misma operación de venta de María Gracia, Agüero también le vendió otra persona esclavizada a Matte: Agustín Borja. ¿Por qué una compra y venta de la misma persona al mismo esclavista? ¿Por qué la segunda vez junto a otro esclavizado? La idea de que Agustín y María Gracia fueran pareja resuena inmediatamente. Tal vez Agüero estaba intentando mantenerlos juntos y al rebajarle el precio a María Gracia les estaba haciendo el favor de que Matte aceptara la operación. Incluso, quizás la había “comprado” inicialmente para acercarla a Agustín, a quien Agüero había “adquirido” el mismo año de 1786 de manera extrajudicial (el valor de dicha transacción no figura en el documento). Es posible también que Agüero quisiera prescindir de Agustín debido a su edad, o porque podía estar disputándole poder.

Agüero vendió a Agustín Borja en 1788 por el valor de 80 pesos, cuando tenía 60 años.[98] El precio es mayor que el que le pagaron por Diego Viejo, 60 pesos, cuya edad no queda consignada pero la cuantía de la operación sumada a su nombre hace suponer que estaba avanzado en años.[99] Al momento de morir, Agüero tenía esclavizado a Domingo, un hombre de 50 años a quien había comprado por 20 pesos. En el inventario no se consignan elementos que permitan suponer el porqué de este precio tan bajo. Tal vez reflejaba una venta apurada u obligada por circunstancias como “tachas” o “vicios”, como la fuga o el alcoholismo. Domingo también era un hombre grande. Visto en conjunto, Agüero parecía focalizarse particularmente en los hombres de cierta edad. Por un lado, su precio más asequible. Por otro, habría tareas que podrían realizar en la curtiembre. Pero también, es plausible pensar que Agüero estuviera interesado en las personas que eran más respetadas en las comunidades afro: los mayores. ¿Con qué finalidad? Podría ser para protegerlos de los esclavistas. El respeto y veneración hacia los mayores por parte de africanos esclavizados o libres se registran a lo largo y ancho de las Américas.[100] Tal vez aspiraba a conformar o a consolidar una suerte de séquito de sabios, o red de prestigio. Quizás Agüero “comprara” y “vendiera” personas mayores como paso previo a una liberación preacordada. Pero es posible también que apuntara a restarle poder a quienes podrían habérselo disputado a él.

Agustín Borja aparece haciendo un pedimento al virrey en 1789 (un año después de que Agüero lo vendiera a Matte) junto a Sebastián Pellizar. El pedido fue hecho

 

a nombre de naturales de la nación cambundá. [Ambos…] solicitan que no se les prohíba sus bailes públicos que las tardes de los días de fiesta tienen en un Sitio despoblado junto a la Iglesia de Nuestra Señora de Monserrat, y que al mismo tiempo se les mande a los Negros Domingo Carmona y Agustín Fernández rindan cuenta de la limosna que han percibido de los referidos Negros de la Nación con motivo de los dichos bailes, y objeto de hacer bien por las almas de sus finados paisanos.[101]

 

Hay dos cuestiones para mencionar aquí. La primera, que ese mismo año en que Agüero compró a Borja y María Gracia (1786), había sido acusado por los hermanos de San Baltasar de permitir y ordenar que las naciones recolectaran limosna sin permiso oficial.[102] La segunda, que con anterioridad al pedido de Borja y Pellizar, Agüero había hecho una captura de “negros […] vistiendo de cambundá[103] en una festividad de reyes.[104] Siendo que Agustín Borja era cambundá y viejo, es posible que fuera un rey o alguien de prestigio dentro de aquella nación, y que Agüero lo hubiera comprado por esa misma razón. Pero, ¿con qué objetivo? ¿Tenía un enfrentamiento con los cambundás, tanto como lo tenía con la cofradía de San Baltasar, por lo que pretendía minar el poder de Borja y les prohibía realizar sus bailes; o deseaba ayudar a un mayor de nación y protegerlo? En ambas posibilidades, Agüero se aseguraba acrecentar su poder y las redes de favores y deudas, sólo que en una a través de lazos solidarios y en otra a través de la sujeción y la violencia. A esto se suma el tema de las limosnas. Porque Borja y Pellizar pedían específicamente que se apartara de esa labor a dos personas. ¿Las habría introducido o responderían éstos a Agüero, quién ya había sido acusado por el tema de las limosnas por los hermanos de San Baltasar? ¿Habría un enfrentamiento entre Borja y Agüero, tal vez acrecentado por el antecedente de que éste lo había tenido esclavizado, y que lo había vendido luego a Matte? Vale también aquí traer a colación que Agüero fue acusado por Manuel Farías de apuntalar a Pedro Duarte como rey de la nación congo,[105] es decir, había intervenido directamente en lo que sucedía en esa organización.[106]

Agüero tenía estrecha relación con Duarte. Lo podemos inferir porque Duarte había sido padrino de uno de sus hijos[107] y también porque lo llamaba “compadre” al nombrarlo en su testamento como deudor: “mi compadre Pedro Duarte negro libre me debe 40 pesos. Duarte no era el único deudor. También le debían: “Francisco Mondongo, negro esclavo de Don Domingo Pérez 53 pesos de obligación; Eugenio Basabilbaso 42 pesos; Don Matías Malaver maestro zapatero 9 pesos [y] Antonio Bellisco negro libre 45 pesos”.[108] Por lo dicho, Agüero prestaba a personas más pobres que no podían usar el “Don” pero que probablemente fueran españoles, como Eugenio Basabilbaso; a africanos y afrodescendientes que podían ser llamados con el Don, como Matías Malaver [Malaber], un maestro zapatero que había detentado el puesto de teniente en las milicias negras[109] y a otros africanos y afrodescendientes, algunos esclavizados como Francisco Mondongo, algunos libres como Antonio Bellisco y Pedro Duarte. Estos préstamos podrían haber facilitado la libertad de Duarte y Bellisco, por ejemplo, o haber ayudado a Mondongo en ese sentido. Quizás, hacía estas operaciones simplemente para ganar dinero con los intereses de los impagos.

En definitiva, las transacciones de Agüero como comprador y vendedor de personas y como prestamista nos llevan a situarnos en un contrapunto entre dos imágenes: la de un maestro ajedrecista que movía sus fichas humanas para acopiar dinero y construir una red de lealtades en pos de acumular poder y prestigio, y la de una figura paternal que ocupaba buena parte de su tiempo y dinero en proteger a los suyos. Tal vez, Agüero tenía algo de ambos.

 

Pablo Agüero, Mayor mondongo

Debido a una investigación que me encuentro realizando sobre la nación cambundá en Buenos Aires, llegué al expediente sucesorio de Miguel Viera de 1822. Al revisar el documento, descubrí no sólo que en la casa de Viera funcionaba la nación mondongo, sino que, entremezclado entre los cientos de escritos, se encontraba un legajo que había sido guardado celosamente desde la década de 1790 en casa del abogado Don Mariano Gache por pedido de los miembros de la nación. Ese legajo contenía las cuentas y algunas notas de los mondongos entre 1791 y 1813, un tramo temporal del que no se conocían hasta ahora fuentes directas de naciones africanas, más allá de las denuncias y pedidos al gobierno. Al revisarlos, me topé con los listados de gastos realizados por esta nación que estaba absolutamente organizada y llevaba con cuidado los números de cada uno de los desembolsos efectuados, así como de los ingresos recibidos. Esos escritos mostraban el esfuerzo invertido en tiempo y dinero por personas que vivían en la mayor desigualdad jurídica posible, con la finalidad de llevar adelante su organización.

La nación mondongo había adquirido en 1797 una de las dos propiedades que estarían en litigio en 1822, razón por la que se abre el expediente sucesorio de Viera.[110] Para 1798, los mondongos además arrendaban a Doña María Villoldo un terreno adyacente al de su propiedad, por 10 pesos al año.[111] A inicios del siglo XIX, en 1810, en una de las parcelas habían construido un rancho con patio y algunas habitaciones, que tenían alquiladas. Justamente, el dinero para solventar la sociedad procedía de dos fuentes principales: las limosnas y los alquileres de cuartos y patios. Los gastos se repartían mayormente en velas para rezar a las ánimas y en arreglos de la casa, donde se despedía a los difuntos y se organizaban bailes.[112] Pero los documentos demuestran que la nación existía con anterioridad a 1797.

En el expediente se incluye una relación sin fecha de “los gastos que tenemos hechos con la plata de las ánimas, la cual se halla en poder de Don Pablo Agüero de donde se saca para costos de un rancho que estamos haciendo para la limosna y beneficio de ánimas”. Sabiendo que Agüero falleció en 1794, este documento es evidentemente anterior. Entre los ítems del gasto figuran horcones, sacos, palmas, cañas, cajas, ventanas, palos, leñas, puerta, etc. Al final de la lista, en una hoja aparte figura la frase: “deben a Don Pablo Agüero a cuentas del rancho de las [¿ánimas?], 17 pesos con 2 reales”.[113] De este modo, se comprueba que Agüero no sólo tenía el control de las cuentas de la nación, sino que aportaba a préstamo dinero de su propio bolsillo para la construcción del rancho.

Algunas páginas más adelante se encuentra un documento clave que devela el lugar que ocupaba Agüero entre los mondongos:

 

Digo yo, Pablo Agüero, cabeza mayor de la nación de los mondongos y Primer Mayordomo de la Cofradía y Bienes de las Ánimas, que dejo a cargo del 2º Mayordomo Miguel Viera, para que haga mis veces, con el sigilo posible y buena conducta, según hasta ahora se ha portado, haciendo sus correcciones sin que sea reprendido, castigando al que yerra y premiando a aquel que merezca galardón, siendo pues este mi segundo el de más antigüedad en esta nuestra cofradía y el de más confianza en nuestro asunto, desde hoy, 6 de enero de 1791, dejo hecho cargo de todas las existencias y bienes que se hallaren en mi poder, […] y hago saber a todos nuestros hermanos y hermanas que lo reconozcan en mi lugar, y lo mismo que se han portado conmigo, con la paz y unión que sea posible, no dando qué decir de ninguno, y lo hicieron serán también premiados y aliviados en sus necesidades y trabajos.[114]

 

Pablo Agüero era el Mayor de la nación mondongo y, muy probablemente, su rey, ya que estas denominaciones cimentaban distintas tradiciones que se aunaban en una misma figura, y se enmascaraban mutuamente.[115] Como mencioné antes, en la época los términos cofradía y nación se utilizaban indistintamente para referirse a las que hoy denominamos naciones, cuya diferenciación más importante estribaba en que unas necesitaban permiso eclesiástico y real y funcionaban bajo control del cura, y las otras lo hacían bajo control del Cabildo a través de Agüero, por lo menos mientras éste estuvo vivo. Los mondongos sostenían una nación y no una cofradía “oficial” (aunque realizaran exactamente las mismas labores para el bien de las ánimas), algo que también quedó enfatizado a lo largo del litigio por el terreno.[116]

Hay en esa nota varias cuestiones realmente interesantes. En primer lugar, las palabras de Agüero sobre premios y castigos según merecimientos personales resuenan a la doble función rey/padre en tanto la educación/control de sus súbditos/hijos que vengo señalando en su accionar. Esto era también un espejo de la figura del rey de España en el mundo colonial. Para la sociedad colonial, el rey –y por extensión el estado colonial–, ocupaba justamente el lugar de padre.[117] Si revisamos sus compras y ventas de personas esclavizadas en esta clave, así como sus intervenciones en la cotidianidad afro de la ciudad (capturando fugados, encarcelando, denunciando, permitiendo coronaciones de reyes, celando los bailes lo que, en última instancia, habilitaba a que se realizaran), se reacomodan posibles sentidos de sus acciones: premios y castigos, educar y gobernar. En este caso, el sucesor de Agüero fue nombrado por él mismo y no por elección de los miembros. Según expresaba, pesó la confianza depositada en Viera así como su antigüedad en el cargo, lo que apunta al paso del tiempo/vejez como impronta de sabiduría, y vuelve a resignificar el accionar de Agüero en sus “compra-venta” de personas mayores.

En segundo lugar, la nota de Agüero contemplaba específicamente a las hermanas, dándoles visibilidad e importancia particular en el marco de las naciones, contrariamente a lo que sucedía en el caso de la cofradía de San Baltasar que no contaba con mujeres en sus procesiones y bailes públicos.[118] De hecho, quien compró la propiedad en 1797 a nombre de la hermandad fue una mujer, “María Dominga Cantaro, morena libre”.[119] Cantaro era la Hermana Mayor (es decir, la reina) y se había decidido en conjunto que la escritura figurara a su nombre. La compra, además, se había realizado de manera comunitaria con el dinero recolectado por las limosnas.[120]

En tercer lugar, al no tener una sede con anterioridad a 1797, considero probable que la nación mondongo se reuniera en la casa de Agüero. Al morir, éste poseía más propiedades que fueron inventariadas en su sucesión, entre ellas un sitio con construcción en el barrio del Alto (hoy San Telmo). En ninguna figuran muebles sino que se trata más bien galpones y obrajes, por lo que es muy posible que las utilizara para su curtiembre.[121] Pero en su morada es notable no sólo la profusa decoración religiosa sino especialmente la cantidad de sillas inventariadas (13 grandes pintadas de azul y cinco chicas), además de cajas que podrían haberse utilizado a esos fines (también podrían haberse utilizado como tambores). En este mismo sentido la historiadora Paulina Alberto entendió la presencia de 12 sillas en la casa del barrio de la Concepción del afroporteño Domingo Grigera en 1878.[122] En su investigación, la autora expuso la posibilidad de que Grigera fuera el anfitrión de diversos bailes y reuniones de afroporteños (“candombes”), e incluso que su hogar fuera la sede de una nación. Me parece muy probable que en la residencia de Agüero sucediera lo mismo que en el “candombe de Grigera” ochenta años más tarde.

En cuarto lugar, el documento se firmó un 6 de enero, día de Reyes, cuando se producía el festejo más importante entre los africanos y afrodescendientes en Buenos Aires, el día de San Baltasar y fecha señalada para las coronaciones de reyes en el sur de Brasil y en Montevideo, por la estrecha asociación entre Baltasar y el Rey de los Congos.[123] Que la cesión se haya realizado en ese momento particular permite vislumbrar la alta carga ceremonial y emotiva que estaba en juego y vuelve a focalizar en la figura del mayor como rey. Podemos imaginar que los mondongos se reunieron en la casa de Agüero para realizar esa cesión de mando. Como rey, es probable que, a pesar del calor estival, Agüero utilizara la capa azul/carmesí “muy vieja” inventariada en su casa, así como el “bastón de caña con casquillo de plata” como su cetro.[124] Pero antes o después de asistir a la reunión de coronación/cambio de mando de su nación (y del tambo posterior que reunía a todas las naciones), seguramente muchos de los mondongos habrían salido a desfilar en procesión pública, cada cual acompañando a sus cofradías oficiales en el habitual desfile afrocatólico que pasaba por todas las parroquias que cobijaban hermandades de africanos y afrodescendientes en la ciudad.[125] Tal vez Agüero participaba del cortejo de la cofradía del Rosario, a la que pertenecía. En ese desfile oficial, los mondongos distribuidos según sus pertenencias cofradiales no podrían haber llevado vestimentas con plumajes, sables de palo y otros elementos característicos a los que su Mayor se oponía.[126] Tampoco los miembros de otras naciones, ya que Agüero tenía la comisión oficial de “tener sosegados y quietos en sus diversiones y bailes[127] a todos los africanos y afrodescendientes de la ciudad.

Esta comisión había sido aprobada por el gobernador de Buenos Aires, Francisco de Paula Sanz. Para ello, a Agüero se le había hecho hacer juramento para Dios nuestro señor y una señal de cruz, ante el escribano”.[128] Es decir, se realizó un acto performático de relevancia en el medio católico colonial que validaba su accionar de manera pública y, seguramente, era vinculante para él, un hombre muy religioso. Así lo atestiguan sus escritos y también los ornamentos inventariados en su hogar. Para realizar ese trabajo, Agüero había pedido le “diesen seis morenos libres y de buena conducta, de auxilio […y] estos se le concedieron”. Al momento de solicitar que le extendieran la comisión, en 1788, Agüero expresó:

 

y yo excelentísimo señor de mi peculio he dado y doy mensualmente cuatro pesos y la manutención [de los seis morenos] como asimismo tres caballos […]; y como no pudiese costear tan crecidos gastos, solicité nuevamente se me diesen caballos, y se mandó se me diesen cuatro dichos caballos.[129]

 

¿Por qué Agüero, el Mayor de los mondongos, el maestro curtidor, el comerciante, esclavista y prestamista insistía en llevar adelante este trabajo, incluso hasta costear de su propio bolsillo las tareas de vigilancia y control? En la solicitud, Agüero lo explicaba así:

 

como a todos consta y es notorio [tengo] grande conocimiento en todos cuantos morenos y pardos como también de los mulatos, que hay en esta supradicha ciudad y ser también con idoneidad para verificar cuantas prisiones se cometan a su cargo, siendo igualmente un hombre desinteresado, como todos saben, pues para mantenerse con alguna decencia y honradez para el efecto tiene su finca y oficio que le da para ello y para pagar a los de su color que le auxilian.[130]

 

En las propias palabras de Agüero resaltaba el conocimiento general y profundo de toda la población de africanos y afrodescendientes de la ciudad y su disposición a utilizar su propio patrimonio para llevarlo a cabo.[131] Para tener ese conocimiento, que debía incluir enterarse de quién había fugado y de dónde se hallaba escondido, posiblemente se apoyaba en una red social basada en favores y deudas, seguramente también en respeto y veneración. Conservar ese cargo le permitiría, además, habilitar prácticas, ayudar, ocultar y/o proteger a los suyos.

Como líder de su nación y como parte de las relaciones de solidaridad que se establecían en ella, Agüero otorgaría préstamos a los miembros para ayudarlos a liberarse de la esclavitud y administraría las limosnas recogidas por los mondongos. Pero, según habían denunciado los cofrades de San Baltasar, Agüero ordenaba pedir limosna a todas las naciones que estaban bajo su mando. En su testamento aparece como deudor Pedro Duarte, quien pertenecía a la cofradía de San Baltasar y a la nación congo. Tal vez aquella se trataba de una deuda personal. Pero hay más datos que señalan la posibilidad de algo diferente: una supraorganización solidaria entre cofradías y naciones, de la que Agüero parecía estar a la cabeza.

 

Pablo Agüero, Rey de Reyes en una supraorganización afro

Los avatares de la nación mondongo en los primeros años del siglo XIX se pueden seguir por la sucesión de Viera. Allí se constata que ese orden establecido por Agüero continuó, con algunos sobresaltos, a lo largo de las décadas siguientes.[132] En los documentos se destacan varias rendiciones de cuentas en las que se observan cantidades de dinero entregadas a otras cofradías y naciones. Por ejemplo, en un documento sin fecha hay una erogación en concepto de limosna a la cofradía de San Baltasar y a su Hermano Mayor, un peso a cada uno, y otra a la cofradía del Rosario también un peso, sumando 3 pesos.[133] En otra rendición sin fechar, el mayor mondongo Domingo Cabrera entregaba al mayor Pedro de la cofradía del convento de La Merced (Santa María del Socorro), varias limosnas recolectadas para las ánimas.[134] En abril de 1813, tan sólo unos meses más tarde de que entrara en vigor la Ley de Libertad de Vientres que cambiaría el destino de los bebés afrodescendientes recién nacidos y por nacer, la nación mondongo daba una limosna “por el difunto Manuel López de la nación cambundá, a su mayor”.[135] En septiembre de ese mismo año, Cabrera rendía las cuentas de las limosnas que se habían dado “a la cofradía de Nuestra Señora del Rosario en Santo Domingo a 1 peso fuerte de limosna por año por seis años”, lo que sumaba 6 pesos, y a la “cofradía de San Baltasar, dos años a peso por cada año”, sumando 2 pesos. A continuación, Cabrera detallaba una cuantiosa ayuda a la nación congo. Esa asistencia ascendía a 236 pesos y 3 reales para la construcción de la “casa o rancho de la hermandad de congo”.[136] El detalle del gasto deja entrever que los mondongos fueron los que financiaron la construcción de la sede de los congos y, aunque no figuran los gastos de compra del terreno, también habían cubierto los costos de la escrituración del mismo.

Con la información volcada hasta aquí, me permito sugerir que a fines del siglo XVIII, Pablo Agüero no era sólo el “comisionado por el señor Gobernador Intendente para prender Negros y Negras fugitivos de sus amos y para tenerlos sosegados y quietos en sus diversiones y bailes”,[137] el Sargento Mayor de los Morenos y el mayor/rey de la nación mondongo, sino que ocupaba exactamente el lugar por el que había sido denunciado por los hermanos de San Baltasar: era la persona bajo de cuyo mando está[ba]n sujetas otras naciones”.[138] Visto bajo esta luz, la figura de Agüero puede entenderse como la de un rey de reyes, mayor de mayores o “Rey de los Congo” según se denominaba a este tipo de institución en otros países americanos.

En la zona de Minas Gerais, las coronaciones de los diversos reyes de nación fueron derivando, en las últimas décadas del siglo XVIII y primeras del siglo XIX, en la creación de la figura única del Rey del Congo, antecedente directo de las fiestas de congados, maracatús o quilombos (entre otros nombres) que existen al día de hoy.[139] En la zona de Río de Janeiro, una fiesta de Día de Reyes de mediados de siglo XVIII con la presencia de distintas naciones y reyes, finalizaba con la entrada triunfal de los Congos.[140] De forma paralela, en la zona pernambucana (que recibía en esta época personas esclavizadas de África Central) el rey de Angola (como se lo conocía en el siglo XVII) pasó en el siglo XVIII a ser conocido como rey del Congo. A inicios del siglo XIX, una fuente señalaba al rey de los congos como “rey de todas las naciones de Guinea”, “sugiriendo su supremacía sobre los negros de todos los puntos del tráfico”.[141] Estos reyes tenían amplias prerrogativas. Según el reglamento de la Hermandad del Rosario de Recife (sin fecha), el rey del Congo “se verá obligado a hacer Gobernadores [reyes] en cada Nación, que vendrán a tomar posesión en la iglesia [...y e]l dicho Rey se verá obligado a ordenar la toma de limosnas para sus Naciones”.[142] Asimismo, existía una estrecha vinculación entre los gremios profesionales, las naciones, las cofradías y la institución del Rey del Congo. A este último le correspondía “respetar, reconocer, honrar, estimar y conferir ‘posesión y juramento del cargo’ a cada gobernador [rey] de una corporación gremial o de una nación”.[143] No sólo esto. Hasta principios del siglo XIX, “estos cuerpos jerárquicos dominados por ‘bantúes’ fueron ampliamente estimulados por las autoridades coloniales en Pernambuco, especialmente por sus Capitanes Generales”, lo que habría dado sustento a la “pax pernambucana”.[144]

            Al otro lado del Río de la Plata, en Montevideo, Borucki constató la existencia de una “confederación congo” en las décadas de 1820 y 1830, que congregaba a diversos grupos y que estaban liderados por un rey/presidente asistido por un consejo.[145] Estas supraorganizaciones también existieron en Cuba, donde las naciones se denominaban “cabildos”. En Santiago de Cuba, por ejemplo, había “un macrocabildo que aglutinaba a todas las sociedades de los congos[146] y en La Habana, los “macrocabildos podían agrupar etnias similares o diferentes, pertenecientes a una ‘nación’ o varias”, denominado Cabildo de las Cinco Naciones. A él “acudían los cabildos de los negros para consultar sus problemas y buscar sanciones supremas”.[147]

Este tipo de supraorganización afro se puede constatar en Buenos Aires en los primeros años del siglo XIX. Era una red que involucraba a naciones y cofradías (y probablemente a las milicias de morenos), de la que los mondongos participaban activamente. En los años que siguieron a la muerte de Agüero, esta nación entregó a las hermandades oficiales y a otras naciones, tanto a las instituciones como a sus mayores, limosnas y ayudas diversas. Gracias al apoyo de una estructura más amplia de lealtad, veneración, respeto y deudas, se deben de haber posibilitado el acceso a la libertad de los miembros esclavizados de las naciones, la adquisición de propiedades, la construcción de casas y ranchos, la ayuda a las familias necesitadas, entre otras cosas.

Y si bien en Buenos Aires no existen hasta ahora evidencias explícitas de que hubiera un rey de los Congo/Angola como rey de reyes, la figura de Pablo Agüero se acerca bastante. De hecho, su lugar difiere del que representaba Pedro Duarte como rey de la nación Congo, que había sido instituido por el propio Agüero.[148] La erección de reyes era, justamente, una de las funciones de estos reyes de reyes en Brasil. Otra era la de ordenar levantar limosna. Sabemos por la denuncia de los hermanos de San Baltasar que Agüero habilitaba los bailes de las naciones, los supervisaba y, en ellos, ordenaba pedir limosna. Además, era el propio Agüero quien administraba esa limosna recogida. Los cofrades de San Baltasar habían remarcado en su denuncia que “se deb[ía] dudar la exacta distribución de ellas [las limosnas]”.[149] Es decir, sugerían que Agüero acopiaba el dinero y luego lo distribuía de acuerdo a sus propios intereses.

Al igual que para el caso de la zona de Pernambuco en Brasil y el interés de la corona portuguesa en promover semejantes figuras de poder, Pablo Agüero buscó y consiguió respaldo oficial para su accionar policial y de control. Al estado virreinal le era útil sostener una figura como la que representaba Agüero. El síndico del Cabildo, Manuel Warnes (la persona ante quien respondía Agüero), expresaba en 1788 el miedo de las elites urbanas a que “siendo crecido el número de los negros que hay en esta ciudad, se necesita una grande atención y cuidado con ellos, celando su conducta, no perderlos jamás de vista […] se debe vivir con ellos en la mayor desconfianza”.[150] Agüero utilizó ese temor y lo agenció para ganar poder, lo que seguramente redundó en la apertura de espacios de libertad. Los bailes del tambo, según Warnes, juntaban “dos mil negros, que estos unidos allí por cualquiera inquietud, quién será capaz de contenerlos”. [151] Agüero sí era capaz, y por eso el Cabildo lo comisionó. Tenía un capital simbólico excepcional y una red de respaldo entre los suyos. A él recurrían inmediatamente los damnificados por robos y otros tipos de problemas, identificándolo como la persona que podría resolver la situación.[152] Para llevar adelante su comisión oficial, Agüero puso en juego y utilizó su propio peculio, así como, seguramente, buscó tener ganancias y un mejor pasar socioeconómico para él y su familia. En esa búsqueda de mejora se entrelazan sus operaciones de compra y venta de personas con las de protección y/o castigo de sus súbditos, y también con posibles movimientos para “desactivar” o “activar” alianzas o conatos de rebeldía. Agüero parece encarnar en ese sentido ya mencionado del “wealth in people” que caracterizaba algunas relaciones de poder en la Cuba esclavista.[153]  Como rey de reyes conocería a fondo lo que sucedía en su comunidad, como él mismo dejó asentado, y recibiría información privilegiada sobre los fugados. Tenía control sobre un “territorio negro[154] sin límites precisos pero muy concreto, concentrado especialmente en las parroquias de Concepción y Monserrat, más tarde conocidas como “El barrio del Tambor” pero también como “El barrio del Mondongo”. Este último nombre queda así resignificado por la impronta de la figura de Agüero y de su nación, y agrega la posibilidad de que el origen del nombre provenga justamente, de éstos.[155] El Tambor era “su” territorio.

Quizás Agüero decidía qué fugado “encontrar” y/o cuál “comprar” una vez entregado a su esclavista, y como rey tenía personas esclavizadas él mismo, retomando tradiciones del África Central de donde provenía. Del mismo modo que cuidaba con celo las cuentas de sus empresas, también llevaba el detalle de los gastos e ingresos de su nación, cuyas reuniones es posible acogiera en su propia casa, tal vez los cargos más importantes sentados en las sillas azules, un color que puede haber codificado algún sentido particular ligado al África Central. Para sostener a su nación recurría no sólo a su propio peculio sino también a la limosna que daban sus súbditos. Y cuando él murió, sus sucesores continuaron llevando las cuentas de los ingresos y egresos de dinero. En esas largas hojas de debe y haber incluidas en la sucesión de Miguel Viera, se detallan las entregas de limosnas a cofradías oficiales, como la del Rosario, la del Socorro y la de San Baltasar, y la ayuda destinada a otras naciones, como la cambundá y, especialmente, la congo, a quienes le dieron dinero suficiente para levantar un rancho. Tal vez, tras la muerte de Agüero, el cargo de rey de reyes lo ocupara alguien de aquella nación.

Agüero puede haberse erigido legítimamente como de rey de los congos hasta su pronta muerte. La nación mondongo pertenecía a los pueblos susceptibles de conformar esa alianza congo/angola. También es posible que se hubiera arrogado ese papel a fuerza de ingenio, dinero, coerción y relaciones sociales, tejiendo su autoridad mediante un entramando que unía al estado colonial, a los comerciantes y artesanos más destacados de la ciudad, a otros africanos de poder (maestros artesanos y/o miembros de las milicias de morenos), a mayores de otras naciones, al resto de los africanos y afrodescendientes de la ciudad. Pero creo probable que haya utilizado las dos vías de manera simultánea.

Parte de ese poder se asentaba en que Pablo Agüero había logrado extender su red hacia las altas esferas de poder económico y también prestigio social. Que Francisco Belgrano Pérez fuera su socio comercial y primer albacea así lo demuestra. Francisco era hijo de Domingo Belgrano Pérez y hermano de quien sería uno de los próceres de la futura Argentina, Manuel Belgrano. Domingo Belgrano Pérez se había constituido en uno de los comerciantes más destacados de la ciudad y había amasado una enorme fortuna, en buena medida gracias al comercio de esclavizados africanos y a la exportación de cueros, entre otros bienes.[156] ¿Habría continuado Francisco el comercio de su padre, “importando” personas esclavizadas y exportando cueros? Justamente, Agüero poseía una curtiembre. Durante los primeros años del litigio sucesorio por los bienes de Agüero, Francisco Belgrano Pérez defendió a la familia que dejaba el fallecido, no sin reclamar el pago de sus propias deudas. En ese tiempo expresaba que no se debía abandonar en la indigencia a la esposa de Agüero, Cecilia Masera y a sus hijos, “infelices dignos por su estado de conmiseración y piedad”.[157] Pero creo que esta relación se extendió más que eso.

En uno de los documentos de cuentas llevados por Agüero como mayor de los mondongos, figura un último ítem al final de una hoja dejada en blanco: 1 peso y medio lleva Francisco Pérez”.[158] Que estuviera al final de la página en blanco parece indicar que ésta fue dejada vacante para permitir ser llenada con posterioridad, y que quien escribía puso allí lo que se le debía, tal vez en concepto, justamente, de escribir (o de la hoja, la tinta, la pluma). Si bien esa referencia podría ser de cualquier Francisco Pérez, un nombre y un apellido comunes, pienso que señalaba a Francisco Belgrano Pérez. En la partida de defunción de Agüero aparece como albacea “Francisco Pérez”, es decir, de la misma forma que en la hoja de cuentas de los mondongos.[159] Y aunque no estaba antecedido por el “Don” que le hubiera correspondido, si la hoja hubiese sido escrita por Francisco Belgrano es muy probable que él no lo utilizara consigo mismo.[160] La relación entre ambos durante y después de la muerte de Agüero apuntala entonces la idea de que Francisco Belgrano Pérez fue quien llevó las cuentas de la nación mondongo, por lo menos mientras Agüero estuvo vivo, extendiendo los lazos que unían a los dos hombres más allá de lo estrictamente comercial. De hecho, en esa relación de cuentas el nombre de Agüero sí está antecedido por el “Don”. El gesto del escriba (¿Belgrano?) para con Agüero frente a los suyos no debe haber sido menor en esa sociedad en la que la desigualdad jurídica era la norma, realzando su lugar de poder, mientras hacía más pequeña la distancia entre ambos hombres. Belgrano respaldaba el lugar de poder de Agüero, lo reconocía frente a su comunidad, acrecentaba sus posibilidades de negocio, y cobraba por ello.

La relación entre Belgrano y Agüero resuena en varios puntos a la que describió la historiadora Florencia Guzmán entre Juan Barbarín, un comerciante francés/español, y el africano Manuel Macedonio Barbarín, esclavizado por el primero, ambos investigados en 1795 como posibles participantes en una supuesta “insurrección de extranjeros que buscaban incitar una rebelión de esclavos”.[161] En aquel caso, en las distintas declaraciones quedaron destacados el visible cariño y la confianza que Juan Barbarín profesaba por Manuel. De hecho, el esclavista había contratado a un maestro para que le enseñara a Manuel a leer y escribir. Según Guzmán, esta cercana relación entre ambos parece haber cobrado relevancia pública recién después de ser acusados, y se la terminó considerando como inapropiada y peligrosa, en la medida en que podía ser imitada (especialmente peligroso parecía ser que Manuel fuera letrado).[162] Pero aquí hay otro dato que es muy relevante. Juan Barbarín tenía el cargo de Síndico de la Hermandad de San Benito (oficialmente reconocida y con sede en el convento de San Francisco), por lo que debía “administrar la recaudación de limosnas que le traían los hermanos ‘negros’ empleados en las calles con ese objeto”.[163] Bajo la luz de estos aspectos de la relación entre Juan y Manuel Barbarín, creo factible imaginar que Francisco Belgrano Pérez ejercía el cargo “no oficial” (porque la nación no estaba reconocida legalmente) de Síndico de los Mondongos. Belgrano Pérez, entonces, podría haber dejado sentadas por escrito las cuentas de la sociedad y, tal vez, fuera quien le enseñó a Pablo Agüero, si no a escribir, por lo menos a firmar. Pero, así como Juan Barbarín sujetaba a Manuel bajo una contradictoria relación forzada pero cariñosa, la relación de Belgrano y Agüero mostraba contradicciones en otros sentidos. Ellos eran socios comerciales. A pesar de ostentar desigual jerarquía social, uno tenía sangre pura y el otro tenía “tachas”, ambos eran libres. Entre ellos mediaban deudas y favores, así como ciertamente la aspiración de ganancia económica, igualándolos en ciertos sentidos. Está por estudiarse si este tipo de relación entre comercio, alfabetismo y “patronato” de miembros de la elite comercial porteña blanca con africanos y afrodescendientes, los “benefactores blancos”,[164] estaba más extendida en la ciudad en un momento de álgidos cambios económicos, poblacionales e ideológicos, y cómo esto impactaba en la vida cotidiana y en las posibles trayectorias de africanos y afrodescendientes en la ciudad.

En resumen. Apoyada en los datos expuestos y ampliando la mirada hacia lo que sucedía contemporáneamente en otras zonas de América y África, propongo que en los últimos años del siglo XVIII se vislumbra en Buenos Aires una organización social compleja hasta ahora insospechada que nucleaba a africanos y afrodescendientes, y a una persona clave en ella: Pablo Agüero. Un rey de reyes “bajo de cuyo mando están sujetas otras naciones”,[165] que elegía y/o mandaba a coronar reyes/mayores en las distintas naciones que estaban bajo su cargo, que celaba las reuniones rituales mientras habilitaba su realización, que acaparaba y distribuía la limosna que mandaba recoger, que prohibía el uso de ciertos elementos críticos (como plumas y espadas) y consentía otros, que buscó y logró ser nombrado Sargento Mayor de los Morenos, que tenía algún tipo de preferencia por el color azul, posiblemente codificando sentidos que provenían del África Central. Un hombre que llegó capturado de África, consiguió su libertad, formó una familia, fundó una empresa, aprendió a firmar, compró y vendió terrenos y casas, hizo tratos con la alta burguesía local a quien hizo y de quien recibió préstamos y favores, y también, como empresario y como rey, compró y vendió personas, tal vez para protegerlas, tal vez para disciplinarlas, tal vez para ambas cosas, transacciones a las que se sumaba su propia ganancia económica y de prestigio. Sus acciones parecen haber dejado una huella en las siguientes décadas después de su muerte, según se intuye por las cuentas conservadas de la nación mondongo.

Los papeles de los mondongos nos permiten saber que éstos entregaban a otras naciones y también cofradías oficiales limosnas para las ánimas de sus difuntos o para construir/arreglar sus ranchos, por lo menos en los primeros años del siglo XIX. Es decir, formaban parte de una supraorganización en la que colaboraban de manera sobresaliente, que ponía en relación a los congos, a los mondongos, a los cambundás y a las cofradías oficiales de San Baltasar, del Rosario y del Socorro, como mínimo. De este modo, los africanos y afroporteños reforzaban sus propias organizaciones, que los entretejían en relaciones de jerarquía y clientelismo entre sí y con las elites locales pero que les aseguraban continuidad, contención y márgenes de libertad y alivio, en una época que transitaba cambios irremediables de valores y de lealtades. Sus organizaciones les permitirían sobrevivir en nuevos contextos, así como luchar por la igualdad y la libertad, tan esquivas para los africanos y afrodescendientes de la ciudad en las décadas por venir.[166]

 

Epílogo         

Queda un vacío importante en esta historia. Cecilia Masera, esposa de Agüero y compañera durante sus años de “reinado”. Aunque Agüero la nombró su segunda albacea testamentaria, su voz fue opacada en el expediente de sucesión por la de Belgrano Pérez, quien pidió en forma repetida que ella y sus hijos no quedaran en la indigencia. Probablemente eso es exactamente lo que les sucedió. La ayuda y amistad de Belgrano Pérez no parecía extenderse tanto como para asegurarse que la familia de Agüero sobreviviera en buenas condiciones, según sus reclamos judiciales. Pero es muy posible también que los mondongos y la red organizativa afro de la ciudad extendieran sus brazos solidarios para darles cobijo y alimentos en la medida de sus posibilidades, sustentando, como venían haciendo y harían en las décadas siguientes, a los hermanos y hermanas que lo necesitaran.

Al morir Agüero, se realizó un entierro con cruz baja en el Convento de Santo Domingo[167]. Allí, los mondongos, bajo el reinado de Miguel Viera, le dedicaron una misa cantada[168]. El velorio, que sin lugar a dudas organizó esa nación en su sede de la calle Chile, tiene que haber sido impresionante. Embajadas de las demás naciones africanas de Buenos Aires deben de haber concurrido allí, entregando limosnas y velas, y compartiendo refrigerios. Más allá de los amores u odios que su accionar pudo haber despertado, en los días y noches que siguieron al deceso de Agüero, los tambores y los pasos de bailes seguramente se escucharon de manera ininterrumpida, reverberando por las calles y casas del barrio que guarda su nombre grabado en la memoria, el Barrio del Mondongo. 

 



[1] Este trabajo se realiza con el apoyo de los proyectos PICT 2019-04174, PUE 22920170100057CO y FiloCyT FC22-003. También con la inspiración, ayuda y diálogo de mis colegas y amigos Jesse Hoffnung-Garskof, Miguel Valerio, María Elena Barral, Keila Grinberg, Agnes Lugo-Ortiz y, muy especialmente, Paulina Alberto y Alex Borucki, a quienes agradezco por su generosidad. Asimismo, mis agradecimientos a los evaluadores anónimos de la revista por sus comentarios.

[2] Johnson, Lyman (2013), Los talleres de la revolución. La Buenos Aires plebeya y el mundo del Atlántico, 1776-1810, Buenos Aires, Prometeo.

[3] En 1791 se incluyó al Virreinato de Buenos Aires en la Real Cédula de Libre Comercio, que permitía a los vasallos del rey en Indias y en España comprar y vender esclavizados africanos de manera libre.

[4] Por África Central se entiende a una región del África subsahariana que comprende a los países de Angola, Camerún, Chad, Congo, Gabón, Guinea Ecuatorial, República Centroafricana, República Democrática del Congo y Santo Tomé y Príncipe. Fuente: https://www.fao.org/3/cc0639es/online/sofi-2022/notes-on-geographic-regions.html (julio 2023).

[5] Muchas de las personas que llegaban a Buenos Aires en barcos provenientes de Brasil, habían estado una temporada allí o incluso habían nacido en tierras portuguesas. El autor estimó que ingresaron al área del Río de la Plata, entre 1777 y 1812, alrededor de 72.082 personas esclavizadas. Borucki, Alex (2021), “250 años de tráfico de esclavos hacia el Río de la Plata. De la fundación de Buenos Aires a los “colonos” africanos de Montevideo, 1585-1835”, Claves. Revista de Historia, 7, 12, p. 258. En ese período, la población africana y afrodescendiente en la ciudad rondaba el 30%. Andrews, George Reid (1989), Los afroargentinos de Buenos Aires, Buenos Aires, De la Flor.

[6] Goldman, Noemí (2012), “La ciudad letrada”. En Fradkin, Raúl, director, Historia de la provincia de Buenos Aires. T. 2: De la Conquista a la crisis de 1820, Buenos Aires, Edhasa, pp. 301-323.

[7] Rebagliati, Lucas (2022), “Los miserables del Nuevo Mundo. Pobreza, desigualdad y justicia en Buenos Aires a fines de la época colonial”, Cuadernos del Ravignani, 4, p. 131.

[8] Barral, María Elena (2013), “La Iglesia católica en Iberoamérica: las instituciones locales en una época de cambios (siglo XVIII)”, Revista de História, 169, pp. 145-180.

[9] Geler, Lea (2023), “Performances rituales afrocatólicas. Hermandades y naciones africanas en Buenos Aires a fines del siglo XVIII”, Boletín Americanista, LXXIII, 86, pp. 151-175.

[10] Una de las consecuencias de las Reformas Borbónicas fue la sucesión en Buenos Aires de bandos que prohibían o limitaban las “juntas” o bailes de “negros” y “mulatos”. Ver los bandos de 1766, 1770 y 1790.

[11] Edwards, Erika (2023), Escondidas a plena vista Las mujeres negras, la ley y la construcción de una República Argentina blanca, Buenos Aires, Prometeo.

[12] Borucki, Alex (2017). De compañeros de barco a camaradas de armas. Identidades negras en el Río de la Plata, 1760-1860, Buenos Aires, Prometeo, p. 145.

[13] Rosal, Miguel Ángel (2001), “Negros y pardos propietarios de bienes raíces y de esclavos en el Buenos Aires del período hispánico”, Anuario de Estudios Americanos, LVIII, 2, p. 510.

[14] Otero, Osvaldo (2006), “De esclavos a mercaderes, amos y otros. Contribución al estudio de las redes sociales de la plebe, en el Buenos Aires tardocolonial”, en Zapico, Hilda, coordinadora, De prácticas, comportamientos y formas de representación social en Buenos Aires (s. XVII-XIX), Bahía Blanca, Universidad Nacional del Sur, p. 335.

[15] Kiddy, Elizabeth (2002), “Who is the King of Congo? A New Look at African and Afro-Brazilian Kings in Brazil”.  En Heywood, Linda, editora, Central Africans and cultural transformations in the American diaspora, Cambridge, Cambridge University Press, pp. 153-182; Silva, Luiz Geraldo (2001), “`Sementes da sedição´: Etnia, revolta escrava e controle social na América Portuguesa (1808-1817)”, Afro-Ásia, 25-26, pp. 9-60; Barcia Zequeira, María, Rodríguez Reyes, Andrés y Niebla Delgado, Milagros (2012), Del cabildo de “nación” a la casa de santo, La Habana, Fundación Fernando Ortiz; Borucki, Alex, 2017, Ob. Cit.

[16] En Buenos Aires, está documentada la existencia de cinco cofradías en las que podían participar, exclusivamente o junto con otros grupos sociales, africanos y afrodescendientes, esclavizados o libres: la Cofradía del Rosario de Menores (convento de Santo Domingo, fundada ca. 1730); la de San Benito de Palermo, de 1769, y la de Santa Rosa Viterbo (convento de San Francisco, siglo XVIII); la de San Baltasar (parroquia de La Piedad, 1771), y la de Santa María del Socorro (convento de La Merced, 1743) (González, Ricardo (2005), Arte y cofradías. Los signos de la unión. Tesis de doctorado, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires).

[17] La mayor parte de los estudios sobre naciones africanas en Buenos Aires se centran en las décadas republicanas y rosistas, entre 1820 y 1860. Para época colonial ver Geler, Lea, 2023, Ob. Cit.; Borucki, Alex, 2017, Ob. Cit.; Rosal, Miguel Ángel (2009), Africanos y afrodescendientes en el Río de la Plata. Siglos XVIII-XIX, Buenos Aires, Andrews, George Reid, 1989, Ob. Cit.

[18] Rosal, Miguel Ángel (2010), “Las Asociaciones Africanas porteñas y las formas de la religiosidad durante el siglo XIX”, en Mallo, Silvia y Telesca, Ignacio, editores, Negros de la patria. Los afrodescendientes en las luchas por la independencia en el antiguo Virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires, SB (e-book sin paginar).

[19] Geler, Lea, 2023, Ob. Cit.

[20] Se suele indicar que la cofradía de San Baltasar correspondía a la nación congo. Si bien la cantidad de miembros de la cofradía que pertenecían a esa nación era importante, había algunos cofrades de San Baltasar que se identificaban con otros etnónimos. Uno de ellos era Ventura Patrón, miembro de la nación mondongo. Archivo General de la Nación (en adelante AGN) Sucesiones 8606 (Viera Miguel).

[21] King-Hammond, Leslie (2008), “Identifying spaces of blackness: The aesthetics of resistance and identity in American plantation art”, en Mack, Angela D.; Hoffius, Stephen G., editores, Landscape of slavery: The plantation in American art, Columbia: University of South Carolina Press, p.58.

[22] Todo este párrafo sigue lo expuesto en Geler, Lea, 2023, Ob. Cit.

[23] AGN Sala 9 3067, Tribunales, leg. 74, expte. 10.

[24] Geler, Lea, 2023, Ob. Cit. Sobre las performances afrocatólicas en América, ver Valerio, Miguel (2022), Sovereign joy. Afro-Mexican kings and queens, 1539-1640, Cambridge, Cambridge University Press y Fromont, Cécile (ed.) (2019), Afro-catholic festivals in the Americas. performance, representations, and the making of black Atlantic tradition, Pennsylvania, The Pennsylvania State University Press.

[25] Acuerdos del extinguido Cabildo de Buenos Aires (1930), Serie 3, Tomo 8, Editorial Ramón Sopena, pp. 627-630.

[26] AGN Sala 9 3485, Sección gobierno, doc. 6.

[27]que parece verosímil éste [Agüero] haya ordenado que pidan dicha limosna” AGN Sala 9 3485, Sección gobierno, doc. 6. 

[28] AGN Sala 9 3485, Sección gobierno, doc. 6.

[29] AGN Sala 9 3067, Tribunales, leg. 74, expte. 10. Explica Borucki que los “negros libres formaron milicias en Buenos Aires tras la Guerra de los siete Años (1756-1763) y durante la conquista de Colonia (1777)”. A pesar del reclutamiento en masa que sufrieron a partir de entonces, en la práctica no recibieron ni exención de impuestos, salarios fijos, honores, fueros militares ni justicia militar, por lo menos en el caso de los milicianos que sirvieron en Montevideo (Borucki, Alex, 2017, Ob. Cit., pp. 28-29). Sobre la rivalidad de Manuel Farías con Pablo Agüero, Matías Malaver y Manuel Valladares, ver Borucki, Alex, 2017, Ob. Cit., pp. 135-146.

[30] Geler, Lea, 2023, Ob. Cit.

[31] Borucki, Alex, 2017, Ob. Cit., p. 141.

[32] Alberto, Paulina (2021), Black legend: The Many Lives of Raúl Grigera and the Power of Racial Storytelling in Argentina, Cambridge, Cambridge University Press; Hoffnung-Garskof, Jesse (2020), Migraciones raciales. La ciudad de Nueva York y la política revolucionaria en el Caribe español, 1850-1902, Michigan, Maize Books; Borucki, Alex, 2017, Ob. Cit., entre otros.

[33] Otero, Osvaldo, 2006, Ob. Cit.

[34] AGN Sucesiones 3867 (Agüero Pablo).

[35] AGN Sucesiones 3867 (Agüero Pablo), p.32. La numeración de las páginas de este expediente sucesorio y de los otros citados en el texto corresponde al archivo PDF digitalizado y enviado por el Archivo General de la Nación. Utilizo esta numeración debido a la inclusión de fojas sin numerar.

[36] AGN Sucesiones 3867 (Agüero Pablo), p. 404.

[37] Ortíz Oderigo, Néstor (2013), Diccionario de africanismos en el castellano del Río de la Plata, Tres de Febrero: Eduntref.

[38] Borucki, Alex, 2017, Ob. Cit.

[39] Walker, Tamara (2015), “The Queen of los Congos: Slavery, Gender, and Confraternity Life in Late-colonial Lima, Peru”, Journal of Family History, 40, 3, pp. 305-322.

[40] Mondongo es una localidad en Businga, Provincia de Ubangi del Norte, República Democrática del Congo (fuente: https://mapcarta.com/es/12763192 noviembre 2023).

[41] Otero, Osvaldo, 2006, Ob. Cit., p. 341.

[42] Otero, Osvaldo, 2006, Ob. Cit.

[43] AGN Sucesiones 3867 (Agüero Pablo), p. 55.

[44] AGN Sala 9 3067, Tribunales, leg. 74, expte. 10.

[45] Un análisis detallado de esta casa se encuentra en Otero, Osvaldo (2005), La vivienda porteña en el período virreinal: Materiales, uso, función, valor simbólico. Tesis de posgrado. Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, p. 206. En relación con el comercio en esquina, Alex Borucki me sugirió que podría tratarse de una “pulpería de negros”. Para esta época, existían “pulperías de negros” en Buenos Aires y en Montevideo. Borucki, Alex, 2017, Ob. Cit., p. 133.

[46] AGN Sala 9 11-1-1, Permisos para edificar 1786 y Enero a Junio de 1787, Pablo Agüero

[47] Si bien Agüero no siempre figura con el “Don” en los documentos que revisé, en Buenos Aires ser un comerciante próspero y propietario, como era Agüero, acreditaba su uso en algunas circunstancias (agradezco a Alex Borucki este comentario).

[48] AGN Sala 9 11-1-1, Permisos para edificar 1786 y Enero a Junio de 1787, Antonio Romero

[49] Por ejemplo, AGN Poder Notarial, Registro 6 1789, f262. La nota inserta en el pedido de 1787 para levantar su casa aparece firmada por Agüero, pero también aparece firmada la nota de Antonio Romero, quien tampoco sabía firmar (no lo hace ni en su testamento ni en otros documentos posteriores). Por eso pienso que esas dos firmas correspondían al escriba de aquella oficina particular. La que aparece en la nota como firma de Agüero, además, difiere mucho de la que hará en los documentos finales de su vida, que sí son similares, especialmente porque utilizaba una “w” en vez de “ü”.

[50] AGN Sala 9 1022, Solicitudes de Presos, P, Z, Libro III.

[51] Así lo entiende Florencia Guzmán a partir de su estudio sobre la investigación realizada en 1795 de una posible revuelta de esclavizados en Buenos Aires en la que el letrado africano y esclavizado Manuel Macedonio Barbarín fue uno de los acusados. Guzmán, Florencia (2020), “Identidades sociales y categorías raciales en la era de la esclavitud y la emancipación. El caso de Manuel Macedonio Barbarín (Buenos Aires, 1792-1836)”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, 57, pp. 190-225. Además de Barbarín (ca.1781-1836) se conocen otros casos de afrodescendientes letrados de fines del siglo XVIII y principios del XIX. Sobre este tema ver Borucki, Alex, 2017, Ob. Cit., p. 243-245. Un caso paralelo al de Agüero es Antonio Porobio, un soldado africano que en las primeras décadas del siglo XIX aprendió a escribir y firmar, llegó a ser propietario y denominado con el “Don”. Sobre Porobio ver la microbiografía realizada por Magadelana Candioti. Candioti, Magdalena (2021), Una historia de la emancipación negra. Esclavitud y abolición en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI.

[52] AGN Sala 9 1702, Cabildo de Buenos Aires, Archivo 1774-1809.

[53] AGN Sucesiones 3867 (Agüero Pablo), p.18.

[54] AGN Sucesiones 3867 (Agüero Pablo), reconstruido de p. 13, 14 y 49.

[55] Otero, Osvaldo, 2006, Ob. Cit., p. 339.

[56] AGN Sucesiones 3867 (Agüero Pablo), reconstruido de dos inventarios diferentes porque la letra es ilegible, p. 14 y p. 50.

[57] Lucena Salmoral, Manuel (2000), Leyes para esclavos. El ordenamiento jurídico sobre la condición, tratamiento, defensa y represión de los esclavos en las colonias de la América española. Repositorio: https://www.larramendi.es/es/consulta/registro.do?id=1151.

[58] AGN Sucesiones 3867 (Agüero Pablo), reconstruido de dos inventarios diferentes porque la letra es ilegible, p. 14 y p. 50.

[59] Di Meglio, Grabiel (2008), “Las palabras de Manul. La plebe porteña y la política en los años revolucionarios”, en Fradkin, Raúl, editor, ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para una historia popular de la Revolución de Independencia en el Río de la Plata, Buenos Aires, Prometeo, p. 77.

[60] Yáñez, Andrés (2013), “La vestimenta de los esclavos en el Buenos Aires posrevolucionario: un análisis a través de los avisos de fugas y extravíos publicados en La Gaceta Mercantil de Buenos Aires (1823-1831)”, Anuario Del Instituto De Historia Argentina, 13. En línea: http://www.anuarioiha.fahce.unlp.edu.ar/article/view/IHAn13a03

[61] Yáñez, Andrés, 2013, Ob. Cit.

[62] Walker, Tamara (2017), Exquisite Slaves. Race, Clothing, and Status in Colonial Lima, Cambridge, Cambridge University Press; Edwards, Erika, 2023, Ob. Cit.

[63] Yáñez, Andrés, 2013, Ob. Cit.

[64] En su estudio sobre elementos constructivos en la Buenos Aires virreinal, Otero muestra que existían decomisos de contrabando de pigmentos, incluido el azul de Prusia, así como se utilizaba un vegetal local, el añil, para lograr esa coloración. Otero, Osvaldo, 2005, Ob. Cit., p. 270 y 461.

[65] Fromont, Cécile (2018), “Common Threads: Cloth, Colour, and the Slave Trade in Early Modern Kongo and Angola”, Art History, 41, 5, pp. 838-867.

[66] En Fromont, Cécile, 2018, Ob. Cit., p. 846. 

[67] Fromont, Cécile, 2018, Ob. Cit., p. 853.

[68] AGN Sucesiones 3867 (Agüero Pablo), p.14.

[69] Según Rosal, el promedio para el período 1750-1810 era de 220 pesos para una persona adulta. Rosal, Miguel Ángel (2021), “Afro-porteños propietarios de esclavos a fines de la época colonial”, Estudios históricos, 25. En línea: https://estudioshistoricos.org/otros/n25.html

[70] AGN Sucesiones 3867 (Agüero Pablo), p.50.

[71] Utilizo Kongo para referirme al reino de África y Congo para la nación africana en América.

[72] Heywood, Linda (2009), “Slavery and its Transformation in The Kingdom of Kongo: 1491–1800”, Journal of African History, 50, pp. 1–22.

[73] En Heywood, Linda, 2009, Ob. Cit., p. 19.

[74] Pueblos amurallados desde los cuales se organizaban los ejércitos de ataque. Inicialmente, estos lugares cobijaban a una población enteramente masculina sin restricciones de origen y recibían los “tributos” humanos de los Mbundu, que eran luego incorporados al kilombo. Miller, Joseph C. (1976). Kings and Kinsmen. Early Mbundy States in Angola. Oxford, Clarendon Press, p. 162).

[75] Lovejoy, Paul (2000), Transformations in Slavery. A History of Slavery in Africa. Cambridge, Cambridge University Press, p. 130.

[76] Reis, João José; Gomes, Flávio dos Santos y Carvalho, Marcus J. M. de (2012), El alufá Rufino: tráfico, esclavitud y libertad en el Atlántico negro (c. 1822-1853), La Habana, Fondo Editorial Casa de las Américas; Aguirre, Carlos (1993), Agentes de su propia libertad. Los esclavos de Lima y la desintegración de la esclavitud. 1821-1854, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú; Chira, Adriana (2022), Patchwork Freedoms. Law, Slavery, and Race Beyond Cuba’s Plantations, Cambridge, Cambridge University Press.

[77] Rosal, Miguel Ángel, 2009, Ob. Cit. y 2021, Ob. Cit.

[78] (chalhoub 2011)

[79] Arrelucea Barrantes, Maribel y Cosamalón Aguilar, Jesús (2015), La presencia afrodescendiente en el Perú. Siglos XVI-XX, Lima: Ministerio de Cultura, p. 79.

[80] Caulfield, Susan (2019), “Jesus versus Jesus: Inheritance Disputes, Patronage Networks, and a Nineteenth-Century African Bahian Family”, Hispanic American Historical Review, 99, 2, p. 221.

[81] Dantas, Mariana (2016), “Black Women and Mothers: social mobility and inheritance strategies in Minas Gerais during the second half of the eighteenth century”, Almanack, 12, pp. 94-95.

[82] Chira, Adriana, 2022, Ob. Cit.

[83] Chira, Adriana, 2022, Ob. Cit., pp. 208-209.

[84] Los trabajos sobre manumisión en Buenos Aires que incluyan las dimensiones mencionadas son escasos. Además del estudio fundacional de Lyman Johnson, Candioti ha avanzado de manera reciente en algunas de estrategias de manumisión. Sin embargo, un trabajo sistemático que releve y revele las estrategias utilizadas por africanos y afrodescendientes en el acceso a la libertad está aún pendiente. Johnson, Lyman. (1976), “La manumisión de esclavos en Buenos Aires durante el Virreinato”, Desarrollo Económico, 16, 63, pp. 333-348. Candioti, Magdalena, 2021, Ob. Cit.

[85] AGN Sala 9 3485, Sección gobierno, doc. 6. 

[86] Rosal, Miguel Ángel, 2021, Ob. Cit.

[87] AGN Poder Notarial, Registro 3 1789, f242.

[88] AGN Sala 9 1013, Sección Gobierno, Solicitudes Civiles. Sobre su paso a Montevideo, ver también Borucki, Alex, 2017, Ob. Cit.

[89] AGN Sala 9 3067, Tribunales, leg. 74, exp. 10.

[90] AGN Poder Notarial, Registro 3 1830.

[91] AGN Poder Notarial, Registro 2 1788, f72.

[92] Por ejemplo, Pedro, esclavizado por Luis Dumonte, que “había pasado por varias prisiones por diferentes acciones de violencia contra sus propietarios: a uno lo quiso matar y a otro envenenar”. Guzmán, Florencia, 2020, Ob. Cit., p. 202.

[93] AGN Poder Notarial, Registro 2 1789, f228.

[94] García, Claudia (2022), “Esclavizados y afrodescendientes libres y su participación como agentes en las prácticas formales e informales de atención de la salud de los esclavizados, en la Córdoba tardo colonial”. Ponencia. XVIII Jornadas Interescuelas/ Departamentos de Historia, Universidad Nacional de Santiago del Estero (manuscrito). Agradezco a Claudia García por proporcionarme la copia de su ponencia.

[95] AGN Poder Notarial, Registro 6 1786, f263.

[96] AGN Poder Notarial, Registro 6 1788, f61.

[97] Matte la había comprado a Francisco Martínez en 1781 (AGN Poder Notarial, Registro 6 1781, f375) por 280 pesos, especificando que era “como de 40 años” y Martínez la había comprado en 1780 a Juan de Bargas (AGN Poder Notarial, Registro 1 1780, f98) por el mismo precio especificando que era “como de treinta años”. Lamentablemente, esa escritura no indica cómo había obtenido la “propiedad” de esta mujer ni cuánto había pagado por ella.

[98] AGN Poder Notarial, Registro 6 1788, f61.

[99] AGN Poder Notarial, Registro 2 1787, f304.

[100] Kiddy, Elizabeth (1999), “Ethnic and Racial Identity in the Brotherhoods of the Rosary of Minas Gerais, 1700-1830”, The Americas, 56, 2, p. 240.

[101] Acuerdos del extinguido Cabildo de Buenos Aires, Serie 3, Tomo 9 (1931). Kraft, p. 221.

[102] AGN Sala 9 3485, Sección gobierno, doc. 6.

[103] AGN Sala 9 3067, Tribunales, leg. 74, exp. 10.

[104] Geler, Lea, 2023, Ob. Cit.

[105] AGN Sala 9 3067, Tribunales, leg. 74, exp. 10.

[106] Geler, Lea, 2023, Ob. Cit.

[107] FamilySearch: https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:939D-RD9S-K2?cc=1974184&wc=MDBJ-5TP%3A311514201%2C311514202%2C311572701 (consulta: 20/07/2021).

[108] AGN Sucesiones 3867 (Agüero Pablo), p. 37

[109] Malaver estaba enfrentado desde hacía años con Manuel Farías, el sargento mayor de las compañías de negros libres” que había denunciado a Agüero en 1787. Además, Agüero y Malaver tenían relaciones comerciales. Agüero era maestro curtidor y le proveía cueros a Malaver, maestro zapatero. Sobre la trayectoria de Malaver, ver Borucki, Alex, 2017, Ob. Cit., pp. 138-141.

[110] AGN Sucesiones 8606 (Viera Miguel), p. 11.

[111] Esta será una segunda propiedad que luego adquirirá Viera en 1803. AGN Sucesiones 8606 (Viera Miguel), p. 115.

[112] AGN Sucesiones 8606 (Viera Miguel), p. 75.

[113] AGN Sucesiones 8606 (Viera Miguel), p. 81.

[114] AGN Sucesiones 8606 (Viera Miguel), p. 84.

[115] Geler, Lea, 2023, Ob. Cit.

[116] En 1822, Nicolás Viera (el hijo de Miguel Viera), intentando quedarse con la propiedad de la nación, establecía en una nota al juez que: “se necesita de la autoridad suprema [para] la creación de una cofradía, y en dicha casa no ha habido ni permiso de las autoridades inferiores. En aquel [¿] sólo el Rey pudo concederlo…” AGN Sucesiones 8606 (Viera Miguel), p.135.

[117] Di Meglio, Gabriel (2006), ¡Viva el bajo pueblo! La plebe urbana en Buenos Aires y la política entre la Revolución de Mayo y el Rosismo (1810-1829), Buenos Aires, Prometeo, p. 245.

[118] Geler, Lea, 2023, Ob. Cit.

[119] AGN Sucesiones 8606 (Viera Miguel), p. 11.

[120] AGN Sucesiones 8606 (Viera Miguel), p. 117.

[121] AGN Sucesiones 3867 (Agüero Pablo), p. 45-46.

[122] Alberto, Paulina, 2021, Ob. Cit., p. 58.

[123] Kiddy, Elizabeth, 2002, Ob. Cit.; Borucki, Alex, 2017, Ob. Cit.

[124] Los cetros eran elementos importantes en las naciones africanas en Buenos Aires. Geler, Lea, 2023, Ob. Cit.

[125] Geler, Lea, 2023, Ob. Cit., p. 162.

[126] Geler, Lea, 2023, Ob. Cit.

[127] AGN Sala 9 3067, Tribunales, leg. 74, exp. 10.

[128] AGN Sala 9 1013, Sección Gobierno, Solicitudes Civiles.

[129] AGN Sala 9 1013, Sección Gobierno, Solicitudes Civiles.

[130] AGN Sala 9 1013, Sección Gobierno, Solicitudes Civiles.

[131] De acuerdo con Borucki, los capitanes de milicias de morenos solían contribuir con el funcionamiento de la milicia, por ejemplo, dando vestimenta o comida, lo que los hacía elegibles para el cargo. Borucki, Alex, 2017, Ob. Cit.

[132] A Viera lo sucedió Domingo Cabrera como Mayor, también por decisión del mayor anterior y no por votación, superando un enfrentamiento con Ventura Patrón, miembro de la cofradía de San Baltasar que se autoproclamó mayor de la hermandad en 1808 y fue denunciado por ambos (Viera y Cabrera). El pleito tiene que haberse solucionado rápido porque entre 1810 y 1811, Cabrera firmaba los listados de ingresos y egresos monetarios entre los que se contaban las limosnas entregadas por Ventura Patrón. AGN Sucesiones 8606 (Viera Miguel), p. 83.

[133] AGN Sucesiones 8606 (Viera Miguel), p. 66.

[134] AGN Sucesiones 8606 (Viera Miguel), p. 93.

[135] AGN Sucesiones 8606 (Viera Miguel), p. 104.

[136] AGN Sucesiones 8606 (Viera Miguel), p. 109.

[137] AGN Sala 9 3067, Tribunales, leg. 74, exp. 10.

[138] AGN Sala 9 3485, Sección gobierno, doc. 6. 

[139] Kiddy, Elizabeth, 2002, Ob. Cit.

[140] Melo Morais Filho, Alexandre (2002 [1888]). Festas e tradições populares do Brasil. Brasilia, Senado Federal.

[141] Silva, Luiz Geraldo, 2001, Ob. Cit., p. 26.

[142] Silva, Luiz Geraldo, 2001, Ob. Cit., p. 23.

[143] Silva, Luiz Geraldo, 2001, Ob. Cit., p. 26.

[144] Silva, Luiz Geraldo, 2001, Ob. Cit., p. 24.

[145] Borucki, Alex, 2017, Ob. Cit., pp. 204-207.

[146] Barcia Zequeira, María, Rodríguez Reyes, Andrés y Niebla Delgado, Milagros, 2012, Ob. Cit., p.18.

[147] Barcia Zequeira, María, Rodríguez Reyes, Andrés y Niebla Delgado, Milagros, 2012, Ob. Cit., p.28. Los miembros del Cabildo de La Habana eran de origen yoruba y no bantú.

[148] Geler, Lea, 2023, Ob. Cit.

[149] AGN Sala 9 3485, Sección gobierno, doc. 6.

[150] Acuerdos del extinguido Cabildo de Buenos Aires, 1930, Ob. Cit.

[151] De hecho, explica que con lo que se junta buscan no sólo hacer más bailes sino también “proporcionar la libertad de algunos”. Así, “la invierten en dicha libertad [… que] obsequian a sus compañeras”. Acuerdos del extinguido Cabildo de Buenos Aires, 1930, Ob. Cit.

[152] Por ejemplo, el robo a un anciano Benguela. AGN Sala 9 3294, Tribunales, exp. 12. Ver Geler, Lea, 2023, Ob. Cit.

[153] Chira, Adriana, 2022, Ob. Cit.

[154] Frigerio, Alejandro (2000), Cultura Negra en el Cono Sur: Representaciones en Conflicto, Buenos Aires, Ediciones de la Universidad Católica Argentina; Alberto, Paulina, 2021, Ob. Cit., p. 22.

[155] Se suele atribuir la nominación de Barrio del Mondongo a que los africanos y afrodescendientes comían con frecuencia guiso de “mondongo” (la parte interna del estómago de la vaca, desechada por la gente pudiente). La palabra (de origen africano) fue utilizada de manera altamente despectiva y racista e identificada con la población africana y afrodescendiente de Buenos Aires. Por ejemplo, Esteban Echeverría en su libro El Matadero (1837).

[156] Gelman, Jorge (1996), De mercachifle a gran comerciante: los caminos del ascenso en el Río de la Plata Colonial. Huelva, Universidad Internacional de Andalucía. Sede La Rábida, Universidad de Buenos Aires.

[157] AGN Sucesiones 3867 (Agüero Pablo), p. 102. Después de algunos años, Belgrano deja nombrado un representante legal y se aparta del conflicto.

[158] AGN Sucesiones 8606 (Viera Miguel), p. 81.

[159] FamilySearch https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:939D-V384-8?cc=1974184&wc=MDBV-468%3A311514201%2C311514202%2C313092801.

[160] En la mayor parte de los registros de escribanos los firmantes prescindían del Don/Doña.

[161] Guzmán, Florencia, 2020, Ob. Cit. p. 197.

[162] El caso del letrado Jacinto Molina es similar, en tanto José Molina (exesclavista del padre de Jacinto) fue quien se esmeró en su educación desde la niñez. Borucki, Alex, 2017, Ob. Cit.

[163] Guzmán, Florencia, 2020, Ob. Cit., p. 199.

[164] Borucki, Alex, 2017, Ob. Cit., p. 234.

[165] AGN Sala 9 3485, Sección gobierno, doc. 6. 

[166] Sobre la abolición y la posabolición de la esclavitud, ver Guzmán, Florencia y Ghidoli, María de Lourdes (eds.) (2020), El asedio a la libertad. Abolición y posabolición de la esclavitud en el Cono Sur, Buenos Aires, Biblos y Candioti, Magdalena, 2021, Ob. Cit.

[167] FamilySearch https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:939D-V384-8?cc=1974184&wc=MDBV-468%3A311514201%2C311514202%2C313092801.

[168] AGN Sucesiones 8606 (Viera Miguel), p. 85.