LAS NOCIONES DE CAUSALIDAD DE LA TEORÍA DE LA
COMPLEJIDAD: SU POSIBLE APLICACIÓN EN EL ESTUDIO
DE LA HISTORIA ARGENTINA DEL PERÍODO DE LA
ORGANIZACIÓN NACIONAL
(THE NOTIONS OF CAUSALITY OF THE COMPLEXITY THEORY: TS POSSIBLE
APPLICATION IN THE STUDY OF ARGENTINE HISTORY IN THE PERIOD OF NATIONAL ORGANIZATION)
Walter Eduardo Carrizo
Profesorado
en Historia del Instituto de Estudios Superiores “Prof. Juan Manuel Chavarría”,
Sede Sur: Av. Manuel Pedraza y Los Regionales, San Fernando del Valle de
Catamarca/Argentina. waltereduardo345@gmail.com
Resumen: En el presente
artículo se analizan las nociones de causalidad
propuestas por la Teoría de la Complejidad (TC) y se reflexiona sobre su
posible aplicación al estudio de la historia argentina del período de
la organización nacional. También se discuten los inconvenientes
de la causalidad estructuralista, así como los
de su consecuencia: la interpretación lineal. Además, se examinan algunas
propuestas para superar esto en el ámbito académico, donde se lleva a cabo la
transposición didáctica del conocimiento histórico. Se pretende recuperar la
propuesta de Anthony Giddens, con la esperanza de enriquecerla con las nociones de causalidad sugeridas
por Edgar Morin.
Abstract: The article analyzes the notions of causality
proposed by the Complexity Theory (TC) and reflects on its possible application
to the study of Argentine history during the period of
national organization. The drawbacks of structuralist causality are
also discussed, as well as those of its consequence: linear
interpretation. In addition, some proposals are examined to overcome
this in the academic field, where the didactic transposition of historical
knowledge is carried out. The intention is to recover Anthony Giddens´
proposal, hoping to enrich it with the notions of causality proposed
by Edgar Morin.
Palabras clave: Teoría de la Complejidad, Causalidad
estructuralista, Interpretación
lineal, Causalidad
retroactiva/recursiva, Transposición didáctica.
Key words: Complexity Theory, Structuralist causality, Linear interpretation, Retroactive/recursive causality, Didactic transposition.
RECIBIDO: abril de 2022
ACEPTADO: julio de 2022
Introducción
Como explica el
pensador David Benjamín Castillo Murillo, cuando se aborda el principio de causalidad tratando de determinar cuál ha sido
su función en la investigación histórica, emerge la dificultad lógica de
establecer sí son los sujetos que activa y libremente dejan sus huellas en la historia, o son
las estructuras las que se imponen. Y si
damos un vistazo a las historiografías dominantes durante el siglo XX, veremos
cómo; las distintas corrientes oscilaron pendularmente desde un polo al otro,
sin llegar a encontrar una solución a este dilema[1]. Incluso, en el interior de uno de los grandes paradigmas historiográficos del siglo XX -Escuela de los Annales-, Castillo Murillo encuentra esta
oscilación.
De hecho, al menos en sus dos primeras
generaciones, Annales se habría inclinado hacia
una causalidad estructural que la llevó a
imaginar a los sujetos históricos directamente
condicionados por las estructuras imperantes
y; luego, a partir de su tercera generación, Castillo Murillo percibe un
esfuerzo inusitado para revivir a los sujetos como participantes activos de
los procesos históricos. Si bien, desde las últimas décadas del siglo XX viene
consolidándose la tendencia que busca equilibrar el peso entre sujetos históricos activos y estructuras
imperantes. Creo que, más allá de sí, se resalta el papel del sujeto; o si se destaca el papel de la estructura.
Inevitablemente, se estará adoptando una interpretación lineal; que inexorablemente terminará por perturbar nuestra interpretación sobre el proceso histórico.
Reconociendo este desplazamiento pendular
de la causalidad en el mundo de la
historiografía, con el presente escrito pretendo colaborar con la propuesta de
síntesis y de aproximación de los extremos sujeto-estructura,
que planteó Anthony Giddens. Para lograr esto, introduciré una reflexión a
partir del principio de causalidad que plantea la
TC. Analizando su posible aplicación en el ámbito de las universidades e
instituciones. Hago esto porque, deseo abrirme al abordaje de una realidad
histórica que nos muestra la presencia de sujetos históricos
condicionados y condicionantes,
insertos en procesos históricos signados tanto por
lo predecible como por lo impredecible[2].
Si bien, no pretendo repasar de manera
exhaustiva la TC, me anima tomar de ella, algunas nociones cuya centralidad podrían
resultar provechosas a la hora de reflexionar sobre lo anteriormente expuesto[3]. Y para dar inicio a esta reflexión: I) Expondré la noción de causalidad promovida por los intelectuales que
desarrollaron la TC. II) Repasaré la causalidad estructural
y sus implicancias en el quehacer historiográfico argentino. III) Analizaré la causalidad retroactiva/recursiva y su eficacia al momento de
estudiar y reflexionar sobre fenómenos complejos, de la historia de nuestro
país. IV) Trasladaré los planteos de la TC a la esfera de la enseñanza de la
historia[4]; con la intención de repensar,
de manera crítica y reflexiva, el modo en el que se intentó y se intentan
explicar, algunos acontecimientos del período indicado; con especial referencia
a la historia de Catamarca y del NOA. Ámbito donde llevo a cabo mi práctica
docente, que dio origen a gran parte de los planteos e inquietudes que aquí
expongo.
Avatares de
la causalidad
En 1895 llegó a la Argentina Camilo Meyer,
un doctor en leyes y licenciado en matemáticas de origen francés. Este había
estudiado en el Liceo de Nancy, donde fue condiscípulo y amigo dilecto del
famoso matemático Henri Poincaré[5]; cuyas investigaciones ayudaron a emerger los conceptos
de caos y de contingencia
con los que, años después, se puso en jaque al sistema newtoniano. Poincaré realizó investigaciones pioneras sobre el conocido problemas de los tres cuerpos y sobre las ecuaciones con las
cuales representarlos, mostrando que en el marco de esos sistemas dinámicos no
existía una relación clara entre variables independientes
y dependientes; pues, todo depende
de todo.
Ocurrió que, a finales de 1800 y como
parte de las celebraciones por su sexagésimo cumpleaños, el rey de Suecia Óscar
II anunció una competición matemática con la intención de determinar la
estabilidad del sistema solar. Henri Poincaré participó de este concurso y ganó el premio, aunque no logró
resolver exitosamente el problema. Como explica Daniel García-Paso, el rey
había convocado al evento bajo un modelo que
postulaba la oposición entre dos cuerpos: uno que ejerce la fuerza y otro que
la recibe. Todo esto, ligado, obviamente, a la concepción mecánica de
los sistemas cerrados, que hasta ese momento nadie cuestionaba.
No obstante, con sus planteos, Poincaré
puso en duda la infalibilidad de este modelo, ligado a la figura de Sir Isaac
Newton. Poincaré sostuvo que, en un sistema que solo contenga dos cuerpos
-tales como el Sol y la Tierra o la Tierra y la Luna-, las ecuaciones
newtonianas podían resolver predicciones con exactitud. Sin embargo, cuando se
agrega un tercer elemento -por ejemplo, los efectos del Sol en el sistema
Tierra-Luna- las ecuaciones lineales se tornan
poco efectivas. Así, a partir de aquel concurso regio, quienes enfrentan este
desafío, saben que para poder comprender el problema de los tres
cuerpos, se hace necesario no solo una nueva geometría, sino también
un enfoque no lineal[6], inspirado en un principio de
causalidad alternativo.
Sin embargo, tuvieron que pasar varias décadas para que el asunto se aclarara. De hecho, durante mucho tiempo, la idea
de causa siguió asociada a la noción de lo mismo. Así, por ejemplo, se continuó pensando que “una
misma causa produce, en circunstancias idénticas, un mismo efecto” o que “si
preparamos dos sistemas idénticos de la misma manera, obtendremos el mismo
comportamiento”[7]; en otras palabras, se deducía que a iguales causas, idénticos efectos. Y esta interpretación
de matriz newtoniana,
sobre el comportamiento de los fenómenos, alcanzó preponderancia y
naturalización en vastos sectores del mundo académico.
De hecho, durante todo el
siglo XX, hasta “los científicos sociales adoptaron la visión newtoniana de
fenómenos lineales y, por tanto, predecibles, aun cuando la ciencia natural la
estaba abandonando”[8]. E incluso en el ámbito de la
historia, se asumió el riesgo de creer que si las circunstancias hubieran sido
ligeramente diferentes -por ejemplo, si la pólvora del cañón que impulsó el
proyectil hubiese estado más seca, si tal prócer hubiera decidido llevar una
vestimenta y no otra- la situación que se historiza no
habría sido modificada en lo esencial. Y así, se dejó de lado todo hecho
contingente, reduciendo la idea de causa a una
afirmación despojada de cualquier elemento fortuito; sucede o sucedió lo que debía suceder, punto[9].
Si bien, no pretendo desarrollar aquí,
minuciosamente, el modelo causal clásico. Vale
recordar que según este, cuando se pretende explicar que A es causa de B, no
solo se presupone que hay una teoría dentro de la cual se pueden formular las
dos situaciones -que pasarán a convertirse en A´ y B´- sino que, además, de
ambas representaciones, B´ es deducible de A´. Y esta relación, que se da en el
ámbito abstracto de la teoría, es atribuida a la relación que existe entre los
fenómenos en el mundo real. No obstante, es justamente este vínculo lineal entre causa y efecto, el que fue y es cuestionado. Primero, como
resultado de las reflexiones de Henri Poincaré. Luego, como consecuencia del formalismo de la mecánica cuántica[10], en la década de 1920; y finalmente, por los postulados
de la TC, en 1970.
En un principio, los
hallazgos de Poincaré atrajeron poca atención, “debido
a que se carecía de los medios para resolver muchas de las complejas ecuaciones
que estos problemas planteaban”[11]. Sin embargo, con el desarrollo de los ordenadores,
máquinas digitales que procesan datos, esta situación cambió. Y el resultado
fue el surgimiento de las nuevas ciencias del caos y la
complejidad. Que señalaron la urgente necesidad de contar con un nuevo principio de causalidad;
que, como ya se dijo, no fue fácil de conseguir.
En efecto, el propio Camilo Meyer, amigo
de Henri Poincaré que se radicó en Argentina a fines de 1800, que conocía y
dominaba las matemáticas y la física moderna; se mantuvo escéptico y no aceptó
los descubrimientos de la ciencia de fines del siglo XIX[12]. No obstante, tras su muerte, aquellas se apartaron cada vez más del
determinismo riguroso, para refugiarse bajo el amparo de la probabilidad y de un nuevo principio de
causalidad que ejerció y ejerce influencia, tanto en ciencias
naturales como en ciencias sociales. Y todo esto, de la mano de pensadores y
científicos adalides de la TC, entre los que se destacan el físico ruso Ilya
Prigogine, su colega, el argentino Rolando García y el historiador y
especialista en bioantropología, el francés Edgar Morin. Quien propone,
nada más y nada menos que, una renovación del principio de
causalidad, planteando una alternativa que, según mi parecer,
permite comprender fenómenos complejos de la historia argentina.
A la causalidad lineal
o causalidad clásica, de causa/efecto -que plantea que un proceso genera un resultado
que puede analizarse a través de lo que lo ha causado- a la que ya me referí;
Morin le añade un modelo de causalidad retroactivo/recursivo[13]; y de este modo, sugiere la
imagen de repetición donde efectos y
causas resultan necesarios para el
proceso que los genera.
Así, con esta noción de causalidad retroactiva/recursiva invita a tomar en cuenta
los resultados que forjan condiciones diferenciales para su
re-producción retro-alimentada. Señalando que existen procesos que
dependen de sus efectos. Y estas ideas, que forman parte del corpus teórico del paradigma de la complejidad, están siendo aplicadas a una diversidad de
proyectos de investigación sobre temas tan diversos como el territorio[14], la violencia[15], etc.
Sin embargo, antes de continuar, deseo
insistir en este punto: la causalidad
retroactiva/recursiva propone que, en algunas ocasiones, el producto
o fenómeno es estimulante y productor de aquello que lo produjo; y según Morin,
estas propiedades se encuentran presentes en toda organización compleja.
Ilustra este punto de vista afirmando que así como la sociedad resulta
producida por la interacción entre los individuos. Una vez generada, esta retroactúa para producirlos mediante la educación, el
lenguaje u otra institución semejante. Con esta idea aparentemente trivial
y sencilla, Morin da un golpe letal a la interpretación lineal;
pues ayuda a comprender que todo lo que es producido re-entra
sobre aquello que lo ha producido, en un bucle causal en
sí mismo auto-constitutivo[16]. Y esta concepción -según García Raso- está ayudando a disipar la relación causa/efecto, ya
vetusta.
Todo esto, podría, impactar sobre la interpretación lineal de los procesos históricos. En el
sentido de que, brinda aportes que favorecen la deconstrucción
de un tipo de interpretación que se estructuró bajo un modelo rígido y lineal,
comparable, quizás, con la concepción newtoniana que imperó durante todo el
siglo XIX. Si bien la TC plantea la existencia de un nuevo orden
-al que Edward Lorenz relacionó con la presencia de atractores
extraños-[17], este nuevo orden contempla la posibilidad de encontrar
hechos y fenómenos azarosos e impredecibles, anteriormente no tenidos en
cuenta. Ciertamente, estamos ante una nueva perspectiva, respaldada por la
TC[18], que facilita el abordaje de hechos del pasado,
reconociendo su complejidad constitutiva. Habilitando de esta manera, la
reflexión y el replanteo de nuestro modelo de causación
histórica.
La
causalidad estructural y sus implicancias
Les decía,
siguiendo a Castillo Murillo, que la implementación del principio de
causalidad en el ámbito de las distintas corrientes historiográficas
describe un vaivén que se desplaza de un sujeto que activa y libremente deja su huella en la historia, a una estructura que lo constriñe y condiciona todo. Y este
movimiento oscilante, también se dio en el interior de la Escuela de
los Annales, paradigma historiográfico que influyó en todo el globo,
particularmente, en algunos historiadores de nuestro país. Por lo que, en este apartado,
quisiera tratar concretamente, las consecuencias que resultan de la aplicación de la causalidad estructural braudeliana, en
el ámbito de la historia argentina.
Cuando
se analizan los reproches que Annales le
hiciera a la historiografía historicista resaltan, entre otros, aquellos que
apuntan a su falta de rigurosidad conceptual y a su creencia de que, el único
tipo de explicación al que puede aspirar la historia es la explicación
por narración[19]; como si se tratara de la única manera de dar sentido al pasado[20]. No obstante, la Escuela de los Annales, que construyó su edificio teórico,
cuestionando a la historiografía decimonónica, hoy, también es cuestionada.
En
efecto, el maestro Fenand Braudel,
autor de El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época
de Felipe II, comenzó su gran obra, con una amplia descripción de
las características físicas del mediterráneo, telón de fondo de las actividades
humanas. Y en este paisaje, los sujetos surgen como elementos secundarios del proceso
histórico. Condicionados en gran medida por factores climáticos y geográficos,
e incapaces de liberarse de lo que Braudel identificó como estructura
de larga duración[21]. En su relato, el individuo como sujeto histórico
fue presentado como una entidad pasiva.
Enlazado a una vida determinada por factores exógenos; parte de un colectivo,
condicionado y anónimo.
No obstante, a pesar de la hegemonía de
la historia estructural braudeliana, en el interior de la Escuela
Annales se desató una intensa reacción que llevó a proponer una
revisión crítica que reanimó la esperanza de alcanzar la meta de un sujeto histórico activo[22]. Y con la historia de las mentalidades
-movimiento encabezado por Jacques Le Goff y George Duby- se buscó lograr el
renacer de los sujetos históricos. En este
sentido, para el historiador argentino y representante de la tradición de Annales, Antonio Pérez Amuchástegui, la idea
de mentalidad abrió amplios y fructíferos
campos para el mejor discernimiento de nuestra realidad histórica[23].
En el marco de estos replanteos. El filósofo
y antropólogo francés Paul Ricoeur, al intentar responder a la pregunta de si es la
voluntad del sujeto la que se impone; o sí, es
la estructura la que lo hace,
consideró que, “ambas perspectivas
se complementan y ofrecen una opción frente a las posturas que tienden a
reducir a su mínima expresión el papel del sujeto en la constitución de la
sociedad”[24]. Y en esta misma sintonía, el sociólogo inglés Anthony
Giddens, preocupado por la eliminación del sujeto,
planteó un enfoque intencionalista
centrado en el actor. Señalando que existen
muchas fuerzas sociales que pueden condicionar a los actores, pero, según su
opinión, eso no impide que estos a su vez puedan en algún momento transformar
el sistema que los oprime. De esta manera, Giddens cuestionó la tesis del descentramiento del sujeto y en su lugar planteó la idea de
un sujeto condicionado, pero al mismo tiempo
creador de las
estructuras sociales que lo rodean, contienen y
condicionan.
Así, colaboró y colabora para desarrollar
una síntesis que, a decir de Castillo Murillo, luce como la más equilibrada. Y
hoy, los historiadores recurren a este instrumental teórico que deambula -en palabras de Eduardo Míguez-, en el ámbito
académico argentino[25]. Colaborando a ampliar las diferencias teóricas entre,
los que se juegan por resaltar la preeminencia del sujeto histórico.
Los que destacan la preeminencia de las estructuras imperantes.
Y los que adoptan la teoría de la
estructuración de Anthony Giddens, proponiendo una síntesis entre estructura y acción; en un
intento por superar este dualismo[26].
Así, desde la década de 1960 la teoría y
la investigación histórica, por tantos años “disociadas”, ingresaron a un
periodo de “transparente” reconciliación. Dicho acercamiento se manifestó de la
mano de investigadores que dedicaron años de trabajo intelectual para dilucidar,
de manera clara, coherente y ajustada a teoría, la historia
social argentina.
Este cambio de enfoque, tendría en
nuestro país, dos canales difusores: la cátedra de
Introducción a la Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos Aires -dirigida por el ya nombrado Antonio Pérez
Amuchástegui- y el Centro de Estudio de
Historia Social organizado por José Luis Romero[27]. Desde allí, se insistió en la
necesidad de sustituir la narración por
el análisis de un problema. Proponiendo historizar todos los ámbitos de la actividad humana,
articulando abiertamente con otras disciplinas de las que se tomó prestado
distintos modelos teóricos. Y en un intento por emular a los fundadores de Annales, se rechazó los postulados de la Filosofía
Especulativa y, al hacerlo, se produjo una aproximaron, desde el punto de vista
teórico, a aquellos que han intentado desembarazarse del enfoque
teleológico[28], y de la concepción burguesa del progreso
constante; ambos, principios sustanciales de la Filosofía de la
Historia de Immanuel Kant y Federico Hegel.
Annales y sus principios, también ejercieron
influencia sobre otro historiador argentino: Tulio Halperín Donghi, quien no
solo coincidió con el espacio formativo coordinado por Romero, sino que además
asimiló directamente estas ideas de
Braudel, con quien compartió su trabajo intelectual. Y así, distanciándose de
las “perspectivas teleológicas de la revolución-mito”[29], celebrada tanto por la
historiografía nacionalista como por la revisionista; intentó dar sentido
a una historia argentina problema.
Sin embargo, a pesar del amplio y
profundo andamiaje teórico-conceptual del “principal exponente argentino de la
influencia de Braudel”[30] encontré, en algunos de sus trabajos, más paradigmáticos
evidencias de una interpretación lineal desinhibida, según la cual, la
participación activa de los sujetos claudica, ante el peso de una estructura -en
este caso, ilustrada, liberal y porteña-, que habría, supuestamente, encauzado
a todo el país.
Concretamente, en su Revolución y
guerra[31], obra
emblemática publicada en 1972, es factible advertir cómo este autor afirma que la élite urbana y criolla de Buenos Aires fue, prácticamente,
la única heredera del pensamiento ilustrado rioplatense. Y no limitándose a
estudiar y explicar las primeras décadas del siglo XIX, intentó dilucidar las
del siguiente. De este modo, para Donghi, la Revolución
de Mayo de 1810 “comienza como una aventura estrictamente personal
de algunos porteños”[32] y con esto, los hombres y mujeres del interior son
presentados como sujetos históricos pasivos.
De hecho, Donghi afirma que si bien no
faltan observadores pesimistas que deploran la calidad de muchos miembros del
grupo políticamente dirigente, cree que este es más nutrido en Buenos Aires, y
hace hincapié en la “escasez de hombres ilustrados que aqueja a La Rioja”;
y “la reducida clase ilustrada santiagueña”[33].
Desliza, así, la idea de que en las
ciudades del interior, la población ilustrada, era muy reducida y que en muy
pocas habría existido la cantidad suficiente de hombres preparados para
responder a las necesidades de gobierno. Al mismo tiempo, remarca la pobreza y
la escasez de población en la mayoría de ellas. Señalando una diferencia
radical entre los centros que contaban con una tradición administrativa y los
que carecían de ella.
Halperín analizó braudelianamente
el espacio geográfico, la economía, la sociedad y algunos aspectos
culturales[34]. Y esto lo llevó a esbozar conclusiones clausurantes, que en mi opinión “inhiben el conflicto por
los usos del pasado”[35] motor fundamental de la controversia y de la reescritura
historiográfica. Por lo que me veo obligado a enfrentar el desafío de encontrar
un modelo de interpretación alternativo.
La
causalidad retroactiva/recursiva
Creo que, en la
última década, en ciencias sociales, se dio un incremento de publicaciones
dirigidas a inspeccionar o examinar las interpretaciones lineales.
E intuyo que en el ámbito de la investigación sobre nuestro pasado, se está
afincando la idea sobre la no linealidad de los
procesos históricos. Si bien, no cuento ni con testimonios de
historiadores que se confiesan seguidores y adherentes directos de esto; aun
así, considero haber identificado indicios conceptuales[36] que señalan su presencia en el ámbito académico[37].
Detecto, una lógica analítica diferente
que si bien puede considerarse aporte ocasional, llama poderosamente mi
atención; y me invita a relacionar esto con la causalidad
promovida por la TC. En este sentido, pienso que, moderadamente, está
ingresando al universo de la investigación histórica, un modelo de interpretación no lineal, menos estructuralista; que se abre a la posibilidad de abordar fenómenos
complejos, en clave retroactiva/recursiva. Haciendo
posible estudiar acontecimientos donde, claramente, la causa
actúa sobre el efecto y el efecto sobre la causa[38].
Precisamente, pude encontrar
investigadores que sostienen que “en la práctica política rioplatense del siglo
XIX, no hubo un proceso lineal ni una imposición nítida de una tradición sobre
otra; sino la existencia heterogénea de un cúmulo de prácticas utilizadas por
los actores políticos”[39]. E incluso, se viene insistiendo en la necesidad de
abandonar la idea sobre la “construcción automática y unilineal de la
unificación nacional como producto de un poder central”; proponiendo “un
enfoque histórico basado en una matriz dinámica de procesos más largos de
negociación y de conflicto, entre los centros y las periferias”[40].
En este sentido, Roberto Schmit plantea
que, si tomamos en cuenta que después de Caseros, el general Justo José de
Urquiza proclamó el fin de la tiranía, la necesidad de la unidad nacional y el
inicio de la fusión de las fuerzas políticas;
podremos percibir a la Confederación Argentina, como un experimento
institucional y político; que inauguró la época de la centralización nacional.
Y al mismo tiempo, este planteo nos ayuda a suspender la clausura
halperiniana, apoyada en su interpretación lineal
que insinuó que la élite
rioplatense fue la única heredera del pensamiento ilustrado de aquella época.
Ciertamente, frente al Congreso Nacional
de 1853, esta interpretación queda al
descubierto. Pues hombres otrora enemigos se sentaron a trabajar y negociar, aceitando una red de relaciones que permitió
unificar un personal diverso; que ya había tenido una experiencia previa en los
Estados provinciales. De allí que, algunos historiadores, hablen de “un nuevo
consenso liberal” entre los grupos dirigentes de Buenos Aires y del interior.
Por lo que deduzco que, no solo los porteños tenían experiencia en la
administración pública; también los “provincianos” contaban con la suya.
Para seguir considerando la necesidad de
contar con un nuevo modelo de interpretación, quisiera traer a colación, un acontecimiento
particular de la historia argentina: la Batalla de Pavón. Pues, según Beatriz
Bragoni, es un acontecimiento que suele presentarse como clave para aquellas
historiografías confeccionadas desde el interior; que insisten en considerar a
este enfrentamiento como un hecho que terminó por malograr la unidad nacional[41]. Pavón habría,
supuestamente, permitido imponer, en clave liberal y porteña, un modelo de país
y un modelo de nación que fue a contrapelo de las tradiciones vigentes, sobre
todo, en el interior de la Confederación.
Un claro ejemplo de esta visión, la
encontramos en el historiador Norberto Galasso, quien afirma que Pavón es la
gran derrota nacional y no Caseros. Según su opinión, “allí se cierra la
posibilidad de la organización en un sentido nacional y se abre el camino
al proyecto oligárquico probritánico”[42]. Esta perspectiva respecto a la postergación de la “unidad nacional”,
afirma Bragoni, suele ir acompañada de otra convención no menos importante que
oculta el fenómeno de la centralización del poder a nivel local, y que consiste
en atribuirle mayor responsabilidad a la élite porteña. Y con este planteo,
Bragoni, consciente o inconscientemente[43], está señalando
la necesidad acuciosa de contar con un nuevo modelo de interpretación
-no lineal- que permita abordar y explicar fenómenos históricos
complejos.
Ahora bien, si nos trasladamos a la
Catamarca de aquella época, nos vemos obligados a recordar que, en los años
posteriores al “triunfo” de Bartolomé Mitre en la Batalla Pavón; hasta que
asume la presidencia, Domingo F. Sarmiento; a nivel local, sobreviene un
período complejo, en el que, casi sin interrupción, se suceden asonadas,
destituciones, reposiciones de gobernadores, intervenciones y luchas armadas.
Se trata de un periodo tan complejo, que el historiador Ramón R. Olmos lo
llamó: La noche de los siete años[44]. No obstante, detrás de esta elegante y poética
nominación, es posible ver el
desconcierto de un historiador que se topó con un acontecimiento que lo
perturbó; y ante la imposibilidad de amoldarlo al corsé de su interpretación lineal, terminó por decorarlo poéticamente.
Digo esto porque, se trata de un
acontecimiento histórico menos lineal de lo
que ha pretendido instalar el modelo historiográfico decimonónico. Pues, La noche de los siete años, podría adjudicarse a la tensión y choques de voluntades de poder
-para decirlo en palabras de Friedrich Nietzsche-, de la élite
porteña -más sus aliados del clan Taboada- y las del caudillo riojano Chacho Peñaloza -más su lugarteniente Felipe Varela-.
Quienes, disputándose la hegemonía regional, dirimieron sus diferencias en
territorio catamarqueño. Y a todo esto se sumó, obviamente, los intereses de los
hombres y mujeres de la élite local que
tuvieron, en todo este proceso, una participación activa. Todos ellos fueron, sin lugar a dudas, condicionados por Mitre, pero, al mismo tiempo, condicionaron de alguna manera, los designios del gobierno
nacional.
Se puede percibir una relación retroactiva/recursiva, donde la realidad política que fue
producida por la interacción de individuos con deseos de
poder, una vez producida; retroactuó
sobre estos y los produjo como nuevos sujetos políticos. Estaríamos ante un
proceso extremadamente complejo que no se explica, si no se descarta
previamente, toda interpretación lineal. Pues,
evidentemente, el Estado Nacional no fue producto de las progresivas
“penetraciones en las provincias, sino que el proceso de centralización del
poder, resultó tributario de dos dinámicas convergentes: la provincial y la
nacional”[45]. Por lo que invito a que se les reconozca a estos sujetos históricos locales,
una participación activa en todo este
proceso histórico.
Aceptando esta idea, se puede entender que
los catamarqueños de aquel entonces, formaron parte de lo que el epistemólogo
argentino Rolando García definió como un sistema complejo.
Es decir, un sistema o fragmento de la realidad, no
descomponible. Un sistema dinámico que no puede ser estudiado y explicado por
separado, pues sus partes están totalmente relacionadas. Como expreso Henri
Poincaré a fines de 1800, no se puede estudiar y explicar el funcionamiento de
un sistema, sin tomar en cuenta todas sus partes, pues todo depende de todo.
En este sentido, no podremos esclarecer
fenómenos históricos complejos, apelando a la simple interpretación
lineal de causa y efecto; menos aún, recurriendo a simples y elegantes
alegorías. Ciertamente, estos acontecimientos demandan para su elucidación un principio de causalidad distinto. Que nos lleve a esbozar
una interpretación no lineal, inspirada en
la concepción causal retroactiva/recursiva
que propone Morin. Pues, a decir de este pensador, una visión simplificada
y lineal resulta fácilmente mutilante. En efecto, una personalidad tan sorprendente como
la de Eulalia Ares que en 1862 comandó la revolución de las mujeres de
Catamarca, hecho que dio
inicio a La noche de los siete años. No puede
explicarse, si apelamos, a una interpretación lineal de
los procesos históricos.
Ciertamente, desde Ramón R. Olmos, hasta
nuestros días, diferentes historiadores han intentado abordar y explicar el
accionar político de Eulalia, sin llegar a una explicación convincente. Por lo
que a continuación presento, en formato de cuadro, las explicaciones que dieran
diferentes autores.
Los
autores consultados
Autor |
Explicación |
En 1992, se
reeditó el libro Historia de Catamarca
de Ramón R. Olmos. En esta obra, dice lo siguiente: “A los siete días de
haber sido nombrado gobernador titular D. Moisés Omil, se produjo un hecho
curioso y único en los anales de la historia catamarqueña. El caso es
que, ante la inercia de los partidarios de Correa, doña Eulalia Ares […],
conjuntamente con otras damas, secundadas por D. Daniel Palacios, y con la
cooperación de un grupo de 23 hombres del pueblo, hicieron una revolución en
la noche del 17 al 18 de agosto. Obteniendo pleno éxito, la valerosa dama
organizó la defensa de la casa de Gobierno y dispuso la captura de Omil”. |
Así, Olmos
expresa que “ante la inercia de los partidarios de Correa”, Eulalia actuó.
Según su opinión, Eulalia no actuó por decisión propia, ni por iniciativa
personal. Eulalia, sencillamente, cuál si fuese un objeto inanimado, actuó
llevada por la “inercia” de los acontecimientos. Y de esta manera Olmos,
sepultó la participación activa y consciente de Eulalia, en aquel proceso. |
En ese mismo
año, el historiador Armando R. Bazán publicó El
noroeste y la argentina contemporánea, obra en la que expresó:
“Omil creyó tener motivos para quedarse tranquilo en el sillón. El nuevo
hombre fuerte nunca imaginó que el sexo débil lo voltearía. Eulalia Ares […],
mujer de notable carácter, logró la complicidad de un grupo de hombres del
pueblo dirigidos por Daniel Palacios. Tenía agravios que vengar: su esposo,
el comandante de Ancasti, había sido derrotado y tomado prisionero por el
gobernador”. |
De esta
manera, Bazán intentó explicar el accionar de Eulalia, ligándolo a un deseo
de venganza. En efecto, expresa que Eulalia actuó porque “tenía agravios que
vengar”; y con esto nos ofrece la imagen de una Eulalia, dominada por las
pasiones, y poco consciente de sus actos. |
En 1999,
Félix Luna publicó Soy Roca,
donde refiriéndose a Eulalia, consideró lo siguiente: “algunas matronas eran
los encubiertos puntos de confluencia de intrincados hilos políticos. Sucedía
que el oficio de la vida mujeril les permitía disponer de más información que
la de muchos dirigentes y por lo tanto sus opiniones eran más fundamentales y
se las escuchaba con respeto”. “Pertenecía a
esta especie de mujeres poderosas y politiqueras doña Eulalia Ares […], de
Catamarca: tanto ella como sus varias hermanas eran famosas por su belleza,
su temible carácter y su capacidad política”. “Sin llegar a
casos tan extremos, insisto que algunas integrantes del sexo débil eran en el
interior las claves de la política local”. |
Félix Luna sostuvo
que mujeres como Eulalia “eran en el interior la clave de la política local”;
y con esto les reconoce alguna participación, algo que no muchos
historiadores se atreven a reconocer. |
El
historiador argentino, Felipe Pigna publicó en el 2011 un libro titulado Mujeres tenían que ser, en el que sostiene que “en
aquellos años convulsionados hubo una catamarqueña que al frente de un grupo
de mujeres armadas tomó un cuartel y la casa de gobierno, organizó un
plebiscito para elegir un nuevo gobernador y una vez electo éste, le entregó
las armas. Se llamaba Eulalia Ares y había nacido en Ancasti en 1809 un
poquito antes que la patria. Cuando se casó con Domingo Vildoza supo que su
vida no sería tranquila y que su rol no se reduciría a criar a sus siete
hijos y mantener el fuego del hogar”. |
Cuando
expresa que Eulalia desde el momento que se casó con Vildoza supo que su vida
“no se reduciría a criar a sus siete hijos y mantener el fuego del hogar”. Da
a entender que el personaje histórico Eulalia, nace como consecuencia de su
matrimonio con Vildoza. Con lo que desdibuja la participación activa de
Eulalia antes de su matrimonio, e incluso, en su más temprana juventud. |
En el año
2019, una editorial catamarqueña, publicó una novela histórica escrita por
Celia Sarquís, basada en la figura de Eulalia. Este libro, titulado “Eulalia
Ares y la rebelión de las polleras, posee todos los ingredientes del relato
histórico e incorpora una metafórica y lúcida perspectiva de género. […]
recupera la gesta de las mujeres catamarqueñas que, enarbolando su palabra y
empoderando sus polleras, hicieron una revolución”. Así versa, un fragmento
del prólogo, firmado por la doctora Ivana Alochis; experta en
representaciones sobre la violencia sexual presente en las noticias
publicadas entre 1983 y 2013, en la prensa gráfica de Córdoba. |
Una vez más,
el vaivén que detectó Castillo Murillo, se manifestó. En este caso, esbozando
el perfil de una Eulalia "empoderada".
Sin embargo, más allá de si se
resalta el papel de Eulalia como sujeto
“empoderado”; o si, por el contrario, se destaca el papel de la estructura que la oprimía. Inexorablemente, estamos ante
una interpretación lineal; que perturbar nuestra percepción sobre este fenómeno
histórico. |
Fuentes: (Ramón Rosa,
Olmos, 1992, p. 200), (Armando Raúl, Bazán,
1992, p. 101), (Félix, Luna, 1999, p. 48), (Felipe, Pigna, 2011, p. 343).
De la información que brinda este cuadro,
podemos colegir, entre otras cosas, lo siguiente: no se puede comprender a Eulalia, ni a cualquier otro sujeto histórico, si creemos que actuó, simplemente, por la
“inercia” de los acontecimientos. Tampoco podremos comprender a Eulalia, si la
imaginamos como una mujer dominada por deseos de venganza. Y si por el contrario, reconocemos su participación activa; no podemos ensuciar su accionar con la idea de “complicidad”. Tampoco podremos
entender a Eulalia circunscribiendo su participación activa,
a partir de su matrimonio con Vildoza, pues estaríamos obviando su accionar
consciente, durante todo este proceso, e incluso antes.
Para comprender a Eulalia, debemos
recurrir a un enfoque intencionalista,
centrado en el actor. Esta idea, que tomo de
Anthony Giddens, permite ver a Eulalia
como una mujer condicionada, pero al mismo
tiempo, co-creadora de las estructuras sociales que
la rodearon. Y a esto, deseo enriquecerlo con la noción de causalidad
retroactiva/recursiva que plantea Edgar Morin. Pues, permite estudiar
fenómenos como este, donde la causa actúa
sobre el efecto y el efecto sobre la causa.
Estoy convencido de que, para elucidar
acontecimientos, tan complejos; debemos reorientar nuestra interpretación
hasta considerar a los distintos sujetos históricos,
como productos y productores
del momento histórico que les tocó vivir. Parte activa
de un bucle causal[46] que los liberó de la condena de revivir, eternamente, los hechos ya
acaecidos. Un bucle causal que mirado de frente, y a simple vista, parece
cíclico; pero, si lo miramos de costado muestra la posibilidad de un avance en el tiempo.
Bucle
causal
Por todo esto, afirmo que, de seguirse aplicando el
modelo de interpretación lineal, para explicar
acontecimientos tan complejos, se continuará deformando la participación
activa de hombres y mujeres; que terminaran siendo desdibujados,
ante el peso de una estructura que
supuestamente los dominan y asfixia
completamente. Y con esta idea, no se hace más que entorpecer la elucidación de
fenómenos complejos, que urge explicar correctamente.
La enseñanza
de la historia y una causalidad alternativa
Después de la
renovación teórica y conceptual, generada por Annales.
La tarea de enseñar historia se ha encaminado, entre otras cosas, a lograr un
tipo de transposición didáctica, desembarazada de la visión
teleológica del proceso histórico y de la noción burguesa del progreso constante. Sin embargo, a este cambio de dial que
vino a favorecer el diálogo interdisciplinario y el préstamo teórico
conceptual; debo darle un giro más. Para
ponerlo en sintonía con los postulados propuestos por la TC, que promueve una
renovación total del principio de causalidad. Brindando “un nuevo tipo de
alfabetización y, en consecuencia, un nuevo conjunto de términos para
representar los procesos históricos”[47].
Así, sugiero que la enseñanza de la
historia se oriente a facilitar la comprensión de procesos históricos no lineales. Dando cuenta del enorme abanico de
posibilidades que existen. Pues, si la esencia de la historia es
la contingencia, deberíamos enseñar, como propone John Gaddis, que hubo vías
que se siguieron y otras que no se siguieron.
Se trata de alcanzar, una transposición
didáctica desembarazada de los discursos clausurantes y
flexible ante lo incierto e impredecible. ¿Cuáles son, entonces,
las consecuencias para la enseñanza de la historia? Esto ayudará a abandonar la pretensión de encontrar un telos o meta en la historia. Permitiéndonos comprender que,
el proceso histórico “vincula, tanto factores intencionales como no
intencionales”[48]. Y esta idea es clave para mediar entre “la ya eclipsada
moda estructuralista”[49] y la novedad intencionalista.
Con este pensamiento, intento salvar la argumentación causal que fue postergada en favor del simple
y poco reflexivo modelo narrativo decimonónico. ¿Qué
quiero decir con esto? Coincido con quienes creen que se debería reevaluar la narración como instrumento de investigación más sofisticado
que los que hasta ahora han elaborado los científicos sociales y, en verdad, la
mayoría de los historiadores.
Mi objetivo es, alcanzar una enseñanza de
la historia, inspirada en un giro conceptual que
ayude a comprender que los problemas de la transposición didáctica del
conocimiento histórico, pueden ser resueltos (o disueltos) reformando el
lenguaje; o, comprendiendo mejor el que usamos diariamente. Concretamente, se
trata de des-sedimentar nuestro abanico
teórico-conceptual. Que en palabras del psicólogo constructivista y
especialista en transposición didáctica del conocimiento histórico, Mario
Carretero; permitirá a los educandos, en un proceso dialéctico de asimilación y
acomodación, reestructurar sus
conocimientos. Condición sine qua non,
para alcanzar un proceso de enseñanza/aprendizaje con sentido crítico.
Sin lugar a dudas, esta comprensión
requiere un cambio muy profundo de nuestra práctica docente; y hacia allí deseo
orientar mi reflexión. Ya que a partir de mi experiencia -como estudiante y
docente-, observo un fuerte condicionante, al momento de llevar a cabo la
transposición del conocimiento histórico. Vinculado, tal vez, a la presencia de
la antigua causalidad newtoniana; y a la no menos anacrónica concepción
estructural braudeliana, que
inevitablemente lleva a adoptar una interpretación lineal;
donde la libertad de acción de los sujetos históricos se
desvanece, frente al peso de las estructuras
imperantes.
Dicha
percepción lineal, rígida, objetiva y monolítica de la historia, como explica
Pedro Pérez Herrero, a menudo, se confunde con el pasado. Y por esta razón, la pregunta que me hago es
¿qué principio de causalidad está guiando la enseñanza de la historia
argentina? Pensadores, como el ya mencionado Mario Carretero, promueven una
transposición didáctica de la historia, menos memorística y más reflexiva. Sin
embargo, no dice nada sobre los inconvenientes que se desprenden de seguir
aplicando un modelo de causalidad ya vetusto.
Afortunadamente, los planteos teóricos de
Edgar Morin, son una luz en el camino. Y van a contrapelo de este pensamiento
simplificador, lineal y estructural. De hecho, desde la década del 1970; viene
proporcionando las teorías necesarias como para dar origen a una transformación
holística del conocimiento histórico.
Pues la noción de causalidad de la TC, nace
intentando romper con la hegemonía de la causalidad lineal,
afirmando que la causa actúa sobre el efecto y el efecto sobre la causa, siguiendo
un razonamiento que permite relacionar un proceso, cuyos elementos se explican
recíprocamente.
Haciendo hincapié en que los personajes
históricos fueron, al mismo tiempo, condicionados y condicionantes; deseo invitar a repensar las complicaciones surgidas al
momento de interpretar fenómenos complejos, en el contexto áulico. Para iniciar
a los alumnos en la reflexión sobre la interpretación
unidireccional, aún dominante; que promueve un único modelo explicativo, que termina por malograr la elucidación
de ciertas etapas de la historia argentina.
En consecuencia, sugiero educar mediante
un esquema dúctil que habilite el diálogo entre las distintas concepciones de causalidad (clásica/lineal,
estructuralista, intencionalista
y retroactiva/recursiva) que les permita a
los estudiantes llegar a esbozar diferentes tipos de interpretaciones. Ayudando
al docente a
reconvertirse en un verdadero guía del
proceso de enseñanza/aprendizaje.
Al señalar esto, deseo resaltar el hecho
de que “puede haber más de una explicación causal aceptable de determinado
suceso”[50]. Pues, los fenómenos a nivel micro son, “en su mayor parte, de carácter lineal, en el
sentido de que hay una relación predecible entre entrada y salida entre
estímulo y respuesta”[51]. Sin embargo, todo esto cambia a nivel macro; donde
los fenómenos históricos son no-lineales; lo
que nos lleva a advertir que un mismo sistema puede ser simple y complejo a la
vez.
Para lograr esta meta, recurro a los
fundamentos de la interpretación no lineal que
propone la TC, que invita a reflexionar sobre la realidad de nuestro entorno y
la complejidad de nuestro pasado. Soy de aquellos que piensan que, “las
explicaciones causales del pasado están abiertas a reinterpretaciones
permanentes, producto de nuestra relación cambiante con él y de los intereses
diversos que estructuran nuestras preguntas históricas”[52].
A modo de
cierre
Existen
investigadores que creen que la complejidad en tanto conjunto de teorías y
métodos y, en un sentido más general, como campo de estudios de la ciencia
contemporánea; o, como un paradigma científico
emergente; es marginal en las ciencias sociales. Como si, la
epistemología y metodología de estas y las teorías contemporáneas de la
complejidad, fueran dos mundos con escasos puntos de conexión[53]. Sin embargo, con el presente trabajo de reflexión,
pienso haber demostrado lo equivocados que están aquellos que pretenden emitir juicios clausurantes sobre este tema.
De hecho, de la mano de la TC, no solo es
posible refutar esta idea, sino que, además, es probable elucidar un punto de
unión entre ella y las disciplinas humanísticas. Un punto de contacto basado en
una nueva concepción causal. Pues, está
ingresando al universo de la investigación histórica, un tipo de interpretación no lineal; menos newtoniana, menos
estructuralista. Que brinda la posibilidad de abordar y explicar fenómenos
históricos en clave retroactiva/recursiva,
donde la causa actúa sobre el efecto y el efecto sobre la causa.
Al cierre de este artículo, deseo volver
a mencionar a Camilo Meyer, personaje histórico, con el que realice la apertura
de mi reflexión. Deseo volver a él, por el simple hecho de que sus dudas sobre
las innovaciones de la ciencia de su época, son una muestra clara de las
dificultades que enfrenta un nuevo paradigma a la
hora de imponerse y ganar un lugar en el ámbito académico. De hecho, como
explicó el epistemólogo norteamericano Thomas S. Kuhn, para que un nuevo paradigma sea tomado en cuenta, es necesario, previamente,
que aquellos que se oponen a lo emergente, ya no estén; dando lugar a los más jóvenes que
tomaran como propio lo nuevo. De hecho, si
analizamos la Teoría de la Evolución y su lenta, pero firme adopción por parte
de los académicos argentinos, a fines del siglo XIX. Comprobamos que,
efectivamente, ésta
encontró cabida, después de la muerte de Carlos Germán Burmeister, acérrimo
defensor del fijismo.
Evidentemente, cuando me propuse realizar este trabajo,
no fui lo suficientemente consciente de lo difícil que sería hacer coincidir
estos postulados, que nacen de la especulación filosófica posmoderna; con los
principios de las corrientes historiográficas tradicionales
(la llamada Historia Oficial, inaugurada por Bartolomé Mitre; la Nueva Escuela
Histórica, de la que formó parte Ricardo Levene; el Revisionismo Histórico del
que formó parte Carlos Ibarguren, la Historia Social, de la que formó parte
Tulio Halperín Donghi y la historiografía regional de la que formó parte
Armando R. Bazán), sin producir en el interior de estas, un giro conceptual, que termine por reformular el corpus teórico que las sedimenta.
Ciertamente, es improbable llevar a cabo
este giro, sin subvertir todos sus a prioris. Más aún, si tomamos en cuenta a Morin, cuando
dice: “la Biología, la Sociología, la Antropología son ramas particulares de la
Física; asimismo, si el concepto de Biología se agranda, se complejiza,
todo aquello que es sociológico y antropológico es, entonces, biológico”[54].
Sin lugar a dudas, el pensamiento de
Morin está ligado al clima intelectual que surge en la década de 1970. Frente
al cual, la división tajante de las disciplinas, propiciada por los teóricos de
fines del siglo XIX, se desdibuja; ante una nueva cosmovisión, basada en una
concepción específica de la naturaleza y también de los usos de la historia[55].
Si bien, la TC coincide en algunos
aspectos con la propuesta teórica de la Nueva Filosofía
de la Historia, al nacer al fragor de la condición posmoderna,
cuestionando la Filosofía Especulativa, exponiendo la falibilidad del
conocimiento científico y la necesidad de llevar a cabo un giro
conceptual, a contrapelo de la supuesta objetividad del
conocimiento. Aun así, el principio de causalidad propuesto
por los teóricos de la TC, no es fácilmente ajustable a lo que postula la Nueva
Filosofía de la Historia; que subraya primordialmente la naturaleza
constructiva y textual de la explicación histórica[56]. Ciertamente, este es un tema muy interesante, pero que
excede los límites y objetivos de este sucinto artículo, por lo que postergaré
su tratamiento para otra ocasión.
[1] David Castillo Murillo, “La causalidad histórica: la aporía entre el
agente y la estructura en algunas corrientes historiográficas del siglo XX.
Elementos para su discusión actual”, en Letras históricas, n.21,
(2019), p. 218, http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2448-83722019000200215
[2] Lo impredecible en un proceso histórico es,
la conducta acumulada, de todos esos sujetos históricos,
muchas veces olvidados, y el “macroefecto que resulta de sus microrrespuestas”.
John Gaddis, El paisaje de la historia. Como los
historiadores representan el pasado (Barcelona: Ed. Anagrama
Colección Argumentos, 2002), p. 108.
[3] Según Edgar Morin: “ningún sistema puede aislarse de manera absoluta y
radical del sujeto que lo concibe ni, consiguientemente, de su entendimiento,
lógica, cultura y sociedad”. Esteban Ballesteros y José Solana Ruiz, Editores, Complejidad y ciencias sociales, Univ. Internacional de
Andalucía, (2013), p. 5, https://dspace.unia.es/bitstream/handle/10334/3620/2013_complejidad_978-84-7993-231-2.pdf. (Consultado en junio del 2021).
[4] Iván Valenzuela Espinoza expresa que: “Recientes
innovaciones en la teoría social están abocadas a desarrollar puntos de
encuentro y colaboración con la teoría de la complejidad. Por supuesto, tal
aproximación conlleva una reconceptualización profunda de la noción de sistema
y de diversas dinámicas y procesos asociados”. Iván Valenzuela Espinoza,
“Complejidad, globalización y teoría social”, en Polis.
Revista latinoamericana, Centro de Investigación, Sociedad y
Políticas Públicas, (2012), p. 1, http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-65682012000100026. (Consultado en junio del 2021).
[5] Alberto Palcos, “Historia de las instituciones y la cultura”, en Ricardo
Levene (Edit.), Historia argentina contemporánea,
Vol. II, Segunda Sección, Historia de las
instituciones y la cultura (1862-1930). (Buenos Aires: Editorial El
Ateneo, 1964).
[6] Según García-Raso, una ecuación lineal puede
ser, por ejemplo, la clásica V = E / T donde hallando una o dos soluciones se
obtienen muchas más, sin costo extra. Las ecuaciones no lineales,
por el contrario, abren diferentes soluciones continuamente saltando de un
sitio a otro, requiriendo formas de mayor complejidad para su resolución.
Daniel García-Raso, “La incertidumbre de pensar (en el pasado). La historia de
la Teoría del Caos y su aplicación en arqueología”, en Arqueoweb
Revista sobre Arqueología en Internet, 10, (2008), pp. 1-124, https://webs.ucm.es/info/arqueoweb/pdf/10/garciaraso.pdf. (Consultado en junio del 2021).
[7] Ilya Prigogine y Stengers Isabelle, Entre el tiempo y la
eternidad. (Buenos Aires: Editorial Alianza
Universidad, 1991), p. 84.
[8] John Gaddis, El paisaje de la historia. Como los
historiadores representan el pasado (Barcelona: Ed. Anagrama,
Colección Argumentos, 2002), p. 125.
[9] Ilya Prigogine y Stengers Isabelle, Entre el tiempo y la
eternidad. (Buenos Aires: Editorial Alianza
Universidad, 1991), p. 84.
[10] García explica que: “cuando como consecuencia del formalismo cuántico,
aparecen la no localidad y la no separabilidad de los eventos, entonces sí
parece derrumbase la causalidad”. Rolando García, La
epistemología genética y la ciencia contemporánea (Barcelona: Ed.
Gedisa, 1997), p. 128. Estas críticas, en contra de la causalidad
clásica, son, en esencia, distintas a las emitidas por David Hume
(1711-1776), en el siglo XVIII. Pues, en aquella época, Hume cuestionó el hecho
de que la relación causal se haya concebido
tradicionalmente como una conexión necesaria
entre causa y efecto,
de tal modo que, conocida la causa, la razón puede deducir el efecto que
seguirá, y viceversa. Pero hoy, en virtud de las críticas emitidas por la TC,
se está hablando de otra cosa.
[11] John Gaddis, El paisaje de la historia. Como los
historiadores representan el pasado (Barcelona: Ed. Anagrama
Colección Argumentos, 2002), p. 106.
[12] Alberto Palcos, “Historia de las instituciones y la cultura”, en Ricardo,
Levene (Edit.), Historia argentina contemporánea,
Vol. II, Segunda Sección, Historia de las instituciones
y la cultura (1862-1930) (Buenos Aires: Editorial El Ateneo, 1964),
p. 8.
[13] Edgar Morin, Introducción al pensamiento complejo (Barcelona:
Ed. Gedisa, 1990), p. 123.
[14] R. Castro-Díaz, “Epistemología y pragmatismo en el análisis de los
sistemas complejos”, en Revista latinoamericana de
metodología de las ciencias sociales, vol. 7, no. 2, e026, (2017),
pp. 1-15,https://www.relmecs.fahce.unlp.edu.ar/article/download/RELMECSe026/8917/19193. (Consultado en junio del 2021).
[15] Véase, Tesis de Maestría de José Alonso Andrade de Salazar, dada a conocer
en Colombia, en el año 2018, bajo el título: ¿Es la
violencia lineal? Linealidad y no-linealidad de la violencia, http://biblioteca.clacso.edu.ar/Colombia/kavilando/20180716043402/0.pdf . (Consultado en junio del 2021).
[16] Edgar Morin, Introducción al pensamiento complejo (Barcelona:
Ed. Gedisa, 1990), p. 107.
[17] Gaddis explica que, en el seno de sistemas aparentemente caóticos, pueden
coexistir, sorprendentemente, modelos de regularidad. Y de hecho, algunas
“ecuaciones no lineales, cuando se las presenta en la pantalla de un ordenador,
producen ‘atractores extraños’, que limitan procesos impredecibles en el seno
de estructuras predecibles”. John Gaddis, El paisaje de la historia.
Como los historiadores representan el pasado (Barcelona: Ed.
Anagrama Colección Argumentos, 2002), p. 119.
[18] “De tres maneras extendió la teoría del caos y la complejidad estos
hallazgos: esclareciendo las circunstancias en que lo predecible se hace
impredecible, mostrando que los modelos pueden existir aun cuando no parezca
haber ninguno y demostrando que esos modelos pueden surgir espontáneamente, sin
que nadie los haya puesto. En conjunto, estos descubrimientos realzan nuestra
comprensión de la diferencia entre las relaciones lineales y las no lineales,
esto es, cómo los sistemas ordenados pueden convertirse en desordenados o a la
inversa, se trata de cosas cuyo conocimiento es útil a los historiadores, dado
que permanentemente tienen que vérselas con este tipo de circunstancias”. Ídem,
p. 111.
[19] Verónica Tozzi, La historia según la nueva
filosofía de la historia (Buenos Aires: Editorial Prometeo, 2009),
p. 24.
[20] Hayden White, Metahistoria. La
imaginación histórica en la Europa del siglo XIX (Ciudad de México:
Fondo de Cultura Económica, 1992), p. 142.
[21] Braudel definió estructura, de la siguiente manera: “Para nosotros, los
historiadores, una estructura es indudablemente un ensamblaje, una
arquitectura; pero, más aún, una realidad que el tiempo tarda enormemente en
desgastar y en transportar. Ciertas estructuras están dotadas de tan larga vida
que se convierten en elementos estables de una infinidad de generaciones:
obstruyen la historia, la entorpecen y, por tanto, determinan su transcurrir.
Otras, por el contrario, se desintegran más rápidamente. Pero todas ellas,
constituyen, al mismo tiempo, sostenes y obstáculos”. Fernad Braudel, La historia y las ciencias sociales (Madrid: Ed. Alianza,
1970), p. 70.
[22] David Castillo Murillo, “La causalidad histórica: la aporía entre el
agente y la estructura en algunas corrientes historiográficas del siglo XX.
Elementos para su discusión actual”, en Letras históricas, n.21,
(2019), p. 219, http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2448-83722019000200215
[23] Antonio J. Pérez Amuchástegui, Algo más sobre la historia. Teoría y metodología de la investigación
histórica (Buenos Aires: Editorial Ábaco, 1979), p. 173.
[24] David Castillo Murillo, “La causalidad histórica: la aporía entre el
agente y la estructura en algunas corrientes historiográficas del siglo XX.
Elementos para su discusión actual”, en Letras históricas, n.21,
(2019), p. 217, http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2448-83722019000200215
[25] Míguez sostiene lo siguiente: “El
historiador debe recurrir a todo el instrumental que dispone la teoría social.
La teoría económica, la teoría sociológica, la teoría política, la demografía,
y desde luego, la antropología. Incluyendo espacios de la teoría social que
deambulan en las intersecciones de estas tradiciones disciplinarias, como la
producción de Anthony Giddens”. Eduardo Míguez, “Antropología e Historia”, en Memoria americana, 20 (1), (2012), p. 132, https://xdoc.mx/documents/untitled-instituto-de-ciencias-antropologicas-5e5d6a5edf6c2. (Consultado en junio del 2021).
[26] Mariela Cambiasso, “La teoría de la estructuración de Anthony Giddens: un
ensayo crítico”, VI Jornadas de Jóvenes Investigadores, Instituto de
Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de
Buenos Aires, (2011), p. 1, https://es.passeidireto.com/f/108888695/m-21-contenido-u-1/17. (Consultado en junio del 2021).
[27] Raúl Bazán, El Noroeste y la Argentina Contemporánea
(1853-1992) (Buenos Aires: Editorial Plus Ultra, 1992), p. 14.
[28] Pérez Amuchástegui comentó que: “la causación
propia del comportamiento de lo histórico es teleológica, apunta a finalidades,
responde a intencionalidades”. A. J. Pérez Amuchástegui, Algo más
sobre la historia. Teoría y metodología de la investigación histórica (Buenos
Aires: Editorial Ábaco), 1979, p. 61. O sea que, si bien, la mayoría de los
herederos argentinos de Annales, intentaron
desembarazarse de la concepción teleológica
del proceso histórico; algunos de ellos, como Pérez Amuchástegui, continuaron
sosteniéndola.
[29] Gabriel Entin, “Tulio Halperín Donghi y la revolución como exploración”,
en Prisma, Revista de Historia Intelectual,
15 (15), (2011), p. 185, http://www.cedinpe.unsam.edu.ar/sites/default/files/pdfs/revista_prismas_ndeg_15.pdf. (Consultado en junio del 2021).
[30] José, Chiaramonte. “Reflexiones sobre la obra de Tulio Halperín”, en Prisma. Revista de historia intelectual, N° 23, (2019), p.
119, http://www.scielo.org.ar/pdf/prismas/v23n1/1852-0499-prismas-23-01-116.pdf. (Consultado en junio del 2021).
[31] “Revolución y Guerra es un producto de la “historia estructural”. Gabriel
Di Meglio, “Algunos rasgos de la herencia halperiniana”, en Boletin del
Instituto de historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera
serie, Número especial, Año (2018), p.
15, https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/91379. (Consultado en junio del 2021).
[32] Gabriel Entin, “Tulio Halperín Donghi y la revolución como exploración”,
en Prisma, Revista de Historia Intelectual,
15 (15), (2011), p. 186, http://www.cedinpe.unsam.edu.ar/sites/default/files/pdfs/revista_prismas_ndeg_15.pdf. (Consultado en junio del 2021).
[33] Tulio Halperín Donghi, Revolución y
guerra: formación de una élite dirigente en la Argentina criolla
(Buenos Aires: Editorial Siglo Veintiuno, 1994), p. 382.
[34] Gabriel Di Meglio, “Algunos rasgos de
la herencia halperiniana”, en Boletin del Instituto de historia Argentina y
Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Tercera serie, Numero especial, Año (2018),
p. 15, https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/91379. (Consultado en junio del 2021).
[35]María Arabarco,“Reseñas Bibliográficas. Tozzi,
Verónica, La historia según la nueva filosofía de la historia”, en Páginas de Filosofía, Año XI, N° 13, (2010), p. 193, https://ridaa.unq.edu.ar/handle/20.500.11807/1771. (Consultado en junio del 2021).
[36]Hempel explicó que, en ciencias, existen términos
no-observacionales; que no podemos observar a simple vista, como por
ejemplo: átomo, electrón, núcleo, disociación, valencia y
otros; ninguno de los cuales figura en la descripción de los datos
observacionales. Sin embargo, reconocemos su presencia, gracias a segundos y
terceros experimentos. Carl Hempel, La explicación científica.
Estudios sobre la filosofía de la ciencia
(Buenos Aires: Ed. Paidos Surcos, 2005), p. 19. Y en este caso, nos encontramos
ante no-observables, cuya presencia deducimos
a partir de indicios, que encontramos en los
trabajos de ciertos intelectuales, expertos en historia argentina. ¿Cuáles son
esos indicios? Son términos como complejidad, sistema
dinámico, matriz dinámica, no linealidad y simultaneidad.
[37] Míguez manifestó lo siguiente: “Los
‘distintos tiempos’ de Braudel, las ‘estructuras sincrónicas’ del estructuralismo,
los ‘desfasajes del tiempo’ de Althusser, etc., se han encargado de echar por
tierra cualquier concepción simple y lineal”. Eduardo
Míguez, “La investigación histórica hoy: recuperando lo pequeño”, en Revista de Historia, Universidad Nacional del Comahue,
(1990), p. 8, http://revele.uncoma.edu.ar/index.php/historia/article/view/833. (Consultado en junio del 2021).
[38] ¿Podríamos relacionar, entonces, la irrupción de la idea sobre la no linealidad de los procesos históricos, con la
diseminación -e, incluso, asimilación casi inconsciente- del abanico
teórico-conceptual de la TC? Y si es así, ¿estaríamos ante el fenómeno que
anticipó el epistemólogo argentino César Julio Lorenzano en 1982, cuando afirmó
que los campos culturales, tienden al isomorfismo? En
aquella oportunidad, Lorenzano planteó que los campos culturales tienden al isomorfismo, y propuso hacer -tendencialmente- de esta teoría unificada, una teoría aplicable a todo el campo
cultural. César Lorenzano, El enigma del arte (Buenos
Aires: Ed. Prometeo, 2008), p. 47.
[39] Roberto Schmit, “El poder político
entrerriano en la encrucijada del cambio”, en Beatriz Bragoni y
Eduardo Míguez, Un Nuevo Orden Político (Buenos
Aires: Editorial Biblos, 2010), p. 122.
[40] Roberto Schmit (Compilador), Caudillos, política e
instituciones en los orígenes de la nación argentina (Buenos Aires:
Editorial de la Universidad Nacional General Sarmiento, 2015), p.162.
[41] Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez (coordinadores), Un nuevo
orden político. Provincias y Estado Nacional, 1852-1880 (Buenos
Aires: Editorial Biblos, 2010), p. 30.
[42] Norberto Galasso, Felipe Varela y la lucha
por la unión Latinoamérica (Buenos Aires: Ediciones Colihue, 2010),
p. 32.
[43] Según Míguez “la historia nunca ha sido solo relato, y aún en las más
tradicionales de las historias nacionales -Mitre, sin ir más lejos- la
explicación del relato entrelaza percepciones de contextos que buscan
desentrañar su lógica. Si Mitre hoy lee rancio, es, entre otras cosas, porque
su sociología y su antropología -o los rudimentos conceptuales que fungían por
tales- nos lo parecen, no porque estén ausentes”. Eduardo Míguez, “Antropología
e Historia”, en Memoria americana 20 (1), (2012),
p. 131, https://xdoc.mx/documents/untitled-instituto-de-ciencias-antropologicas-5e5d6a5edf6c2 . (Consultado en junio del 2021).
[44] Ramón Rosa Olmos, Historia de Catamarca
(San Fernando del Valle de Catamarca: Editorial Sarquís, 1992), p. 197.
[45] Beatriz Bragoni y Eduardo Míguez (coordinadores), Un nuevo
orden político. Provincias y Estado Nacional 1852-1880 (Buenos
Aires: Editorial Biblos, 2010), p. 19.
[46] Esteban Ballesteros y José Luis Solana Ruiz comentan que: “El bucle recursivo ‘es un proceso en el que los efectos o
productos al mismo tiempo son causantes y productores del proceso mismo, y en
el que los estados finales son necesarios para la generación de los estados
iniciales. De este modo, el proceso recursivo es un proceso que se
produce/reproduce a sí mismo, evidentemente a condición de ser alimentado por
una fuente, una reserva o un flujo exterior’ ”. Esteban Ballesteros y José
Solana Ruiz (Editores), Complejidad y ciencias
sociales. Edita: Univ. Internacional de Andalucía, (2013), p. 62, https://dspace.unia.es/bitstream/handle/10334/3620/2013_complejidad_978-84-7993-231-2.pdf. (Consultado en junio del 2021).
[47] John Gaddis, El paisaje de la historia. Como los
historiadores representan el pasado. (Barcelona: Ed. Anagrama,
Colección Argumentos, 2002), p. 112. Gaddis cree que lo impredecible
y lo predeterminado se despliegan juntos para
hacer que cada cosa sea como es.
[48] Rosa Belvedresi, “Una reevaluación de la causalidad histórica”, en Epistemología e historia de la ciencia, Selección de
trabajos de las XIX Jornadas, Volumen 15, Editores: Diego Letzen y Penélope,
(2009), p. 56, https://rdu.unc.edu.ar/handle/11086/3431. (Consultado en
junio del 2021).
[49] Eduardo Míguez, “Antropología e Historia”, en Memoria
americana, 20 (1), (2012), p. 133, https://xdoc.mx/documents/untitled-instituto-de-ciencias-antropologicas-5e5d6a5edf6c2. (Con-sultado en junio del 2021).
[50] Rosa Belvedresi, “Una reevaluación de la causalidad histórica”, en Epistemología e historia de la ciencia, Selección de
trabajos de las XIX Jornadas, Volumen 15, Editores: Diego Letzen y Penélope,
(2009), p. 57, https://rdu.unc.edu.ar/handle/11086/3431. (Consultado en
junio del 2021).
[51] John Gaddis, El paisaje de la historia. Como los
historiadores representan el pasado. (Barcelona: Ed. Anagrama,
Colección Argumentos, 2002), p.108.
[52] Rosa Belvedresi, “Una reevaluación de la causalidad histórica”, en Epistemología e historia de la ciencia, Selección de
trabajos de las XIX Jornadas, Volumen 15, Editores: Diego Letzen y Penélope,
(2009), p. 59, https://rdu.unc.edu.ar/handle/11086/3431. (Consultado en
junio del 2021).
[53] Leonardo Rodríguez Zoya y Julio Aguirre, “Teorías de la complejidad y
ciencias sociales. Nuevas Estrategias Epistemológicas y Metodológicas”, en Critical journal of social and juridical sciences, vol. 30,
núm. 2, Euro-Mediterranean University Institute Roma, Italia, (2011), p. 1, https://www.redalyc.org/pdf/181/18120143010.pdf. (Consultado en junio del 2021).
[54] Edgar Morin, Introducción al pensamiento complejo (Barcelona:
Ed. Gedisa, 1990), p. 62.
[55] Aitor Bolaños de Miguel, “El holocausto, la postmodernidad y las
ansiedades textuales: una lectura de Hayden White”, en Práticas da
história, Nº 6, (2018), p.117, https://praticasdahistoria.pt/article/download/22507/16593/87241. (Consultado en junio del 2021).
[56] Castillo Murillo manifiesta que: “La teoría de
la historia basada en la lingüística estructuralista representada por Hayden
White, alimentó la condición posmoderna. Y de esta manera, el lenguaje se
habría de convertir en el pilar de la crítica posmoderna que anunciaba un nuevo
programa para teorizar y escribir la historia. Después de esto, el
sujeto como categoría quedó ‘herido de muerte’ y es visto como parte de
una mistificación alienante, como señaló en su momento Derrida”. David Castillo
Murillo, “La causalidad histórica: la aporía entre el agente y la estructura en
algunas corrientes historiográficas del siglo XX. Elementos para su discusión
actual”, en Letras históricas, n.21, (2019), p. 231,
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2448-83722019000200215